Omega

Yo soy el principio y el fin.

La ciudad no había cambiado desde la infancia de Juan, las casas de la capital eran tan viejas como grises, los rastros de la neblina le daban un aspecto lúgubre, los techos, los portales, las débiles luces en los letreros de madera. La melancolía hecha música circundaba en los lugares donde la gente a veces se detenía a tomarse un trago. La miseria y la tristeza no permitían muchos contrastes en una ciudad sin primavera ni otoño.

La ciudad no había cambiado, inclusive en su gente, los mismos dogmas, las mismas débiles e infundamentadas creencias, los mismos candados mentales de una población que comía solamente lo que le daban de comer. En una ciudad enferma hasta los huesos la gente perdía de a poco su nobleza y su carisma, en un lugar donde los sueños parecían solo sueños no era de extrañarse que las personas perdieran el tacto para comunicarse con otros.

Y Christopher era únicamente el resultado de aquello, sus circunstancias habían cambiado muchas veces y muchas veces se había permitido sufrir. Su corazón se quedó en una pequeña cabaña destartalada y él ni siquiera lo había notado, se despidió de su propia alma sin ser consciente.

Vivía en la frívola niebla de los 15 cuando sus ingenuos lazos sentimentales le indicaron que Miguel era alguna especie de príncipe que había crecido junto a él para transformarse en su salvador. Así que añoraba con fuerza una oportunidad para poder conversar a solas con él, adoraba en secreto la cada vez más gruesa y grave voz del portador de sus ilusiones; amaba sin decirlo todos los detalles sentimentalistas y patéticos que creía lo ataban cada vez más al objetivo de sus obsesión.

Christopher, como todo humano auténtico, necesitaba saberse útil, necesario y esencial para alguien en este universo. Pero para Miguel él era un trofeo más, una ficha de colección que incondicionalmente le daría su tiempo y sus atenciones a cambio de nada. Esto fue así desde el día en el que el Arlequín dejó su verdadero hogar y Miguel jamás sintió la urgencia de cambiar nada. ¿Para qué?, si tenía todo, absolutamente todo lo que quería.

Desde pequeño jamás se percató de los pequeños y grandes sacrificios que se hacían en pos de su comodidad y durante toda su vida simplemente se dedicó a recibir con una sonrisa todo aquel regalo inmerecido, sin siquiera detenerse a pensar en su verdadero valor.

¿Quién podía culparlo si jamás tuvo la oportunidad de caerse de la nube y percatarse de la importancia y sentido de las cosas?

A veces, en la época de las apariencias, se echaba novias; y asimismo en algunas ocasiones, en el alba de la transformación de Chris, se tiraba a algún marica en el burdel más cercano cuando las urgencias de la testosterona lo asaltaban.

Locuaz, abusivo y patán, los defectos que siempre pasan por virtudes dentro del club de los corazones solitarios. Su inseguridad latente (que lo acompañaría hasta la tumba) se escondió detrás de las trampas de la hilaridad de sus comentarios. Su amor perdido por los libros se vendió a cambio de la capacidad de mantener una conversación y la astucia para desviar los temas que no le convenían. Y por último, el valor para aceptarse a sí mismo murió en la batalla del escarnio contra su propia vergüenza.

Y Christopher lo soportó todo como una esposa insufrible, conformándose con las migajas de un afecto que solo él cultivaba e hiriéndose con algunas frases de Miguel dichas sin intención que solo a él le dolían.

Hasta que un día de tantos, los horarios de Miguel se cruzaron demasiado y cuando el Arlequín llegó a casa lo pilló rebotando entre gritos de placer sobre el descomunal miembro de un obrero con el que días antes que había tenido un fugaz romance y que al parecer sí terminaría siendo bastante fugaz, ya que en esos momentos el obrero aún tenía las manos llenas de cemento.

Mediocre, patético, absurdo; la misma pasión con la cual adoró a aquel insignificante humano le sirvió para clavarse las primeras dagas de censura cuando al fin su sentimentalismo barato cedió un poco y se dio cuenta de que en verdad el mundo no giraba en torno a aquel mocoso.

Pero en lugar de lavar al sol los resultados de su propia vergüenza y curarse con el tiempo, Christopher decidió ocultarla en un el húmedo rincón del resentimiento para que al pudrirse generara veneno y enfermedad. Se condenó a sí mismo al tortuoso camino de la desdicha y cuando al fin creyó muerta (mas no extinta) la llama de su supuesto amor, decidió regresar a su verdadero hogar solo para descubrir que, con la muerte de Juan, había cosechado con algunos años de tardanza los frutos de su propia insignificancia.

Y fue allí cuando el Arlequín recibió su nombre y título, fue allí cuando los primeros lineamientos de su proyecto de vida se entretejieron. Todo un mundo de transformaciones le ocurría en medio de la total inapetencia hacia él por parte de Miguel, en medio del total quemimportismo del mundo hacia él. Hasta que un día, como ocurre con las pasiones sin sentido, su afecto se convirtió en odio y su adoración en puro y ponzoñoso rencor. Pero en todo el tiempo en el Arlequín aprendió a odiar también practicó las ingeniosas artes para llevar su resentimiento incubado en la total reserva. Y solo así, de la manera más desordena, pudo ver más allá de sus propios ojos para descubrir que su odio podía tener un alcance mayor que la simple consumación de su venganza.

Día tras día se hundió más en las tinieblas intentando alcanzar la verdadera luz sobre el carácter humano, sobre cómo funcionamos, cómo amamos, sentimos y actuamos. Y como el necio que juzga solo por su condición concluyó que las pasiones nobles no debían tener cabida en el mundo perfecto que idealizaba para sí mismo. ¡Al fin! Había encontrado su objetivo, le arrancaría la venda de los ojos a la sociedad para que vislumbrara con su mismo entendimiento el horror de vivir para amar.

Y entonces lo siguiente sucedió por añadidura, los cimientos ya estaban conformados, los ladrillos se ubicarían sin esfuerzo alguno.

Asesinó una vez, y luego dos… y luego varias con el único fin de llamar la atención suficiente. Siguió un mismo patrón para dejar intacta su firma. Y cuando tenía a la policía encima decidió que era hora de buscar a la víctima que debía empezarlo todo. Lo había visto salir varias veces del mismo bar y hotel muy bien acompañado y en los ojos de Gabriel pudo leer la misma devoción que él había sufrido años atrás, el mismo cariño infeccioso que lo había torturado hace tiempo.

Lo siguiente sería esperar con la seguridad de que tarde o temprano Miguel volviera a cansarse de su juguete de turno…

Esperar con un poco de paciencia para que las circunstancias llegaran solas a sus manos…

—Gabriel —se dijo entre dientes una noche sentado en la barra—, vaya nombre tan bonito…

—Perdón —lo interrumpió la mesera sonrojada—, ¿decías?

—Ah… nada. Que su nombre no es bonito como el tuyo…

—Oh —contestó la chiquilla—, gracias.

—No tienes de qué linda, además solo digo la verdad.

—Ya —reparó un poco incrédula—, ¿no será que quieres que te diga algo más aparte de su nombre?

— ¡Ja!, veo que no te vas por las ramas —agregó Chris mirándola a los ojos—, me gusta, me gusta…

—Y yo veo que no me equivocaba —sus dientes brillaron en medio del carmín de sus labios.

—Eres toda una listilla eh…

—Y tú todo un atrevido.

Ambos sonrieron cómplices, como si lo fueran de toda la vida. A ella le gustaban los retos y a él le encantaba ver como las personas podían ser tan volubles.

—Pues ya que te he pescado —continuó ella con descaro—, qué tal si te invito un trago como cortesía de la casa y tú me cuentas el motivo de tu interés por aquel macho que está sentado al final de la barra.

Y con un movimiento rápido de sus ojos lo señaló con disimulo. Aunque Gabriel nunca hubiera notado lo que unos perfectos extraños trataban sobre él, ya que tenía la mente completamente ocupada en el enigma que había resultado el comportamiento de Miguel, en cómo lo había golpeado y después simplemente había desaparecido sin dejar rastro alguno.

Gabriel nunca regresó a casa con su esposa. Y aunque era lo suficientemente responsable como para seguir buscando trabajo y enviarles algo de dinero a los niños, cada tarde se refugiaba en aquel bar que tantos recuerdos le traían, prisionero de las ingeniosas y dulces trampas de la melancolía. Allí con la corbata desarreglada, los ojos hundidos y la mirada perdida en media copa de ron solo era capaz de repasar una y otra vez todos los momentos que había pasado junto a su casi amante, ajeno totalmente a la conversación que se entablaba sobre él a escasos metros de distancia.

—Pues verás —respondió Chris al beberse el contenido de su trago—, creo que él y yo éramos compañeros de escuela, pero tenía mis dudas. Ya sabes, la edad a veces hace sus estragos. Así que antes de saludarlo prefería… aclararme, sobre si verdaderamente era él o no.

— ¿Y ahora ya estás seguro?

—Completamente mi señora —se inclinó un poco para agradecerle—, así que si me disculpa.

—Puede usted partir buen hombre —contestó aún jocosa—, ha sido un placer ayudarlo a encontrar a su amigo.

Y sin decir más, Chris se alejó de su puesto dejándole una sonrisa y una moneda de agradecimiento a la mesera.

Mientras se acercaba pudo observar que el espécimen que Miguel había escogido no estaba para nada mal y en su fuero interno agradeció que su “ex” tuviese tan buen gusto. Un paso más y justo antes de saludarlo tuvo un pequeño escalofrío traicionero que casi lo tumba.

En ese diminuto lapso de tiempo que duró su estremecimiento, los enredos de la conciencia lo obligaron a retroceder una par de años para contemplar de nuevo el rostro del único al que había amado: sus hermosos y valientes ojos, su sonrisa un poco torcida y sincera, la rubicundez de su rostro, la alegría de sus labios. Pudo verlo sin verlo, el ángel que aquel mortal se había atrevido a asesinar años atrás en medio de aquella despedida tan llena de nobleza por parte del ángel y de miseria por parte de Christopher.

Gabriel se parecía a Juan, aquel hecho innegable produjo el retroceso en el tiempo que casi le deja sin aliento. Afortunadamente había aprendido a posponer sus impresiones así que sin pensar mas que en su objetivo se acercó a Gabriel sin siquiera sospechar que cometería de nuevo aquel crimen inhumano de extinguir la vida de alguien que amaba con locura…

Pero nada de eso importó, porque apenas dicho el primer “hola” y habiéndose pronunciado las primeras presentaciones, la conciencia de Gabriel quedó en el limbo, todo el alcohol que había ingerido subió no con poca celeridad a su cabeza y una vez allí ayudó a la adolorida mente a recrear en el rostro del Arlequín todas las simétricas facciones de Miguel, a imaginar que eran las caderas de su amado las que agarraba con fuerza y a presionar con desesperación cada parte de sí mismo en pos de perder todo rastro de cordura y así enloquecer completamente por culpa de aquel que se lo había llevado todo…

Y así fue como Gabriel se ofreció a sí mismo en bandeja de plata. No pudo saber las verdaderas intenciones de Christopher. Solo intentó con amargura reemplazar sus estigmas por unos nuevos.

Poco a poco el Arlequín fue ganando su ocio. Convirtiéndose en un experto a la hora de escuchar todos los gritos del corazón de su víctima y ofreciéndole un momento de mutuo placer cuando Gabriel no soportaba la ansiedad de buscar a Miguel. A simple vista parecía una simbiosis perfecta, hasta el día en el que a Gabriel se le ocurrió aparecer en el departamento de Chris con un ramo de flores…

Solo allí el Arlequín se dio cuenta de que la obra había empezado y era momento de que el telón se abriera en toda su plenitud.

Así que después de la mini fiesta sexual que ambos tuvieron esa noche, Christopher se aseguro de que el hermoso sacrificio estuviese completamente ebrio. Entonces fingiendo que se lo llevaba a casa se dirigió hacia el pequeño puerto, y desde allí hacia la cavidad subterránea que conducía hasta su escondite. Chris llevó a Gabriel a un lugar del que jamás volvería.

Los humanos somos tan crueles como las circunstancias nos lo permitan. Una vez asegurado el blanco, y después de haber jugado con él una última noche, el Arlequín estaba listo para todo lo que le deparaba al día siguiente.

En una mañana común como tantas otras, al otro lado de la ciudad y en el escritorio de una oficina bonita, digna de su cargo, el teléfono sonó para anunciar la desgracia:

—Buenos días caballero —saludó Christopher para asegurarse de que la recepcionista lo había comunicado con la persona correcta.

—Buenos días Señor Gómez —se apuró Miguel engañado—, ¿noticias del acontecimiento en cuestión?

El Señor Gómez era el periodista con el cual trabajaba Miguel, un simple personaje débil y avaro que se había “ofrecido” para cubrir los detalles del secuestro de Gabriel.

A pesar de que el Arlequín se hizo pasar por un reportero al cual conocía solo por el nombre, jamás hubiera imaginado lo afortunado que fue al llamar en el momento indicado, justo cuando Miguel estaba presto para escribir detalles de la noticia que más le interesaba en esos momentos. Tuvo suerte, sí, pero decidió ir un poco más allá:

—No —contestó el falso—, aún no tengo suficientes, señor.

—¿¡Y entonces se puede saber para qué me llama si no tiene nada más sobre el último secuestrado por ese fenómeno de circo?!

¡Bingo!

—Así que ya me estás buscando —soltó por fin Christopher.

—¿Perdón?, ¿de qué me habla Gómez?...

E… espere —se le secó la garganta—, ¿con quién estoy hablando?

Al otro lado del viejo auricular de cable enrollado se escuchó una carcajada.

—Ya veo que los años te han quitado un poco de suspicacia… cariño.

«Cariño» quedó flotando en la mente de Miguel, solo a una persona en el mundo se la había ocurrido alguna vez tratarlo así.

—Chris…

—Al menos aún me recuerdas, debería considerarlo un halago.

—¿Para qué me llamas?— siguió confundido—, ¡¿dónde está Gómez?!

—Tranquilo cariño, lo del tal Gómez solo ha sido un golpe de suerte para localizarte. No le he hecho nada malo, es más, ni siquiera lo tengo. Es una lástima, pero creo que lo que sí tengo te va a interesar… A menos claro, de que ya te hayas aburrido de él…

—No…—trató de decir con los ojos en blanco—, no me digas que…

—Exacto, Gabriel está aquí, o mejor dicho, debajo de mí. ¿Llamar por estas casetas de teléfono es un fiasco verdad?

—Estas enfermo… ¡dime dónde lo tienes!, ¿¡qué es lo que quieres!?

—Un paso a la vez cariño, hagámoslo fácil: tú vienes al lugar al que te voy a indicar y yo te lo entrego. Nada complicado.

—No entiendo por qué mierda haces esto, pero no caeré en una estúpida trampa como esa.

—Eso es tu decisión, si observo que hay alguien más contigo puedes despedirte de tu juguete. Veo que como siempre tienes muy buen gusto para elegir eh…

—Gabriel no tiene la culpa de nada —casi suplicó—, si es por lo que pasó entre nosotros… yo de verdad...

—No seas estúpido —le interrumpió—, esto ya no se trata solo de ti. Así que mejor apresúrate y copia la dirección que te indico.

Miguel no dijo nada más, se limitó acopiar la dirección que le dio y sin más argumentos el Arlequín colgó el auricular de la caseta.

Un hora más tarde, Miguel ya estaba en el lugar indicado, con varios policías camuflados en los alrededores y sintiendo como su pulso podría explotar en cualquier momento.

Mas el Arlequín había previsto la conducta de este y jamás acudió al lugar citado, echando a perder todo los planes y ubicaciones estratégicas del arlequinesco grupo de uniformados.

Las calles de la ciudad dibujaban manzanas casi idénticas, ubicarse con exactitud era a veces tarea difícil, sin embargo Chris conocía muy bien su propia cuna. Se escabulló a las primeras de cambio, cuando notó que todo estaba ejecutándose a la perfección.

Espero con paciencia para llamar de nuevo a su objetivo.

— ¿Dónde estás? —preguntó enfadado Miguel al haber transcurrido una hora desde lo acordado.

— ¿Piensas que soy tonto verdad?, ya veo que te quieres pasar de listo, y esos estúpidos que ni fingir pueden intentando mirar a todo el mundo de reojo.

— ¡Qué es lo que quieres! —preguntó casi al colapso

— ¿Acaso no es obvio?

— ¡No! No lo es…y mientras sigas jugando a los ambiguos, seguiremos aquí, ambos perdiendo el tiempo.

Miguel creyó haber ganado una pequeña batalla, pues el Arlequín se demoró un poco para contestar:

—Estoy a 1 kilómetro de dónde estás tú, para ser más exactos en sentido nororiental, en la intersección de la 69ª y 13ª. Puedes decirles a los policías que se apuren, quién sabe y a último momento me entran ganas de escapar. Ya sabes cómo es esto de huir como rata.

Y antes de que Miguel colgara se apresuró para añadir:

—Oh, esperen, no anoten la dirección señores oficiales —continuó levantando la voz—, ¿no se dan cuenta de que solo bromeaba? No estarán pensando que les daré mi verdadera ubicación actual ¿verdad?

— ¡Ay! Miguel -se lamentó exagerando-, pagaría por ver la escena, pagaría por ver cómo esos perros destruyen la hoja en la que acaban de anotar la dirección o sus rostros llenos de frustración. Yo creo que los delincuentes estúpidos solo existen en las películas, querido…

No recibió respuesta rápida, Miguel tenía los puños apretados y antes de proseguir debía calmarse, o eso le dijo uno de los uniformados que le acompañaban.

—Está bien —dijo suspirando—, lo haremos a tu manera. Dime por favor, ¿dónde estás?

—Por supuesto, pero dame 30 segundos, necesito cambiarme de caseta, tengo conflicto de persecución, ¿sabes?, a veces pienso que algún policía puede estar vigilando todas las casetas de la ciudad. ¡Bah! Cosas que se le pasan a uno por la mente.

Y el Arlequín sí hubiese pagado por ver cómo uno de los oficiales pateaba una silla al reconocer que el maldito en realidad estaba un paso por delante de ellos.

— ¡Ring ring!, cariño —continuó Chris al haberle devuelto la llamada— ¿En qué nos quedamos?, ah sí, en que los estúpido policías, que me imagino que son muchos (el asqueroso dinero te sirvió al final eh) no pueden dar con un simple pervertido de mallas sucias…

— ¿A qué estás jugando? —preguntó casi sin autocontrol.

—No tengo juegos cariño. Porque todo el mundo tiene planes; cuando los haces las personas saben a qué atenerse. En cambio yo, yo solo me dejo llevar y le doy rienda suelta a mi impulso, premedito únicamente lo esencial, lo demás es solo obra de las circunstancias…

— ¡Dime de una puta vez dónde estás maldito loco de mierda!

— ¡Ja! te lo pondré fácil corazón, en la siguiente llamada te diré mi ubicación exacta y la forma en la que vendrás hacia mí para rescatar a tu amada princesa… aunque creo que te llevarás una pequeña sorpresa…

— ¡Qué le has hecho!

—Nada… nada que —y otra vez casi rompe a risas—… él no quisiera.

—Eres un maldito enfermo…

—Lo sé cariño, lo sé, y no sabes cuán bien se siente…

En aquel entonces la ciudad era gris, como ya dije, gobernantes, alcaldes y lacayos, todos luchaban por el bienestar propio y casi nadie por el ajeno. Las noticias solo iban de aquí para allá transmitiendo nuevas moldeadas e información conveniente para que la población siguiese ignorante de todo el dinero que desaparecía ante sus propias narices.

Así que era necesario el escándalo, la admiración; la gente necesitaba una figura, un héroe, algo que los sacudiera de una vez por todas para librarse de las ataduras emocionales que los mantenían encadenados a una sociedad llena de contrastes, tan suntuosa y tan vagabunda.

Un héroe… o un villano, lo mismo valía en esos momentos, solo se necesitaba un poco de anarquismo para que la sociedad explote y genere todo un big bang de emociones y actitudes, con algo de suerte aparecerían movimientos contra el sistema, la gente empezaría a revolverse de su cómodo asiento y podría ver la verdad, solo un poco, solo un poco de agitación se necesitaba para que la colectividad apueste un todo a nada.

En la oficina de Miguel, medio mundo esperaba atento la llamada que llegó quince minutos después:

— Copia la dirección. Iré con un abrigo gris y un Gibus negro de antaño —dijo Chris sin más, como si se diera por vencido— y hazle un favor al mundo —agregó—, ve completamente solo. Esta vez sin engaños… amor mío.

—Así se hará —contestó Miguel con calma—… así se hará.

La policía era un estúpido can bien amaestrado que jamás mordía la mano de su amo. A veces disparaban a quienes alguna vez juraron defender, el pueblo solo podía hacer una cosa: acostumbrarse al sistema y jugar dentro de sus propias reglas, la corrupción ya perdió ese nombre. Y lo que pasaba en aquellos instantes era visto como la noticia del año, y el desdichado policía que lograse dar con el paradero de Christopher sería enormemente recompensado. El dinero era el único motivo por el cual los sabuesos fueron amontonados en busca del Arlequín.

Media hora después, una figura con sombrero de copa y abrigo gris apareció a pocas cuadras del lugar señalado. Iba a paso lento y un poco encorvado, alrededor del cuello llevaba una bufanda y de no ser por el abrigo, todo el mundo se hubiese dado cuenta de que estaba temblando.

Los uniformados lo siguieron con cautela desde sus escondites hasta que se acercó lo suficiente como para no confundirlo con otra persona. Una vez que estuvo a pocos metros de su objetivo… todos los perros cayeron a su encuentro para disputarse el título de haber sido su captor.

Pero cuando Miguel quiso gritar en medio de la trifulca que aquel no era Christopher, sino Gabriel, fue cuando sintió que un brazo le rodeaba el cuello y se dormía casi al instante…

En el puerto casi no había ruido. Cueva adentro el ambiente era demasiado húmedo, tanto que se podían escuchar las gotas de agua escurriéndose desde el techo hacia el piso. Los ojos de Miguel tardaron un poco para acostumbrarse a la oscuridad latente.

En medio de todo, vio como Chris, completamente desnudo y con un cigarrillo en la mano, observaba el diminuto pasaje que daba hacia el mar. A un lado de él había un montón de ropa y lo que parecía ser un par de tacones. Y a pocos pasos, si la imaginación no traicionaba a Miguel, se encontraba un revólver antiguo de aspecto extraño, como si tuviera un cañón extra adaptado.

— Dónde… ¿dónde estoy?— preguntó aún mareado.

—En el fin de todo esto…

»Bueno —se retractó con una sonrisa—, eso pensaba hace un par de horas.

»La verdad es —y exhaló el humo—, que me he dado cuenta de un par de cosas  a lo largo de este puto día.

—Por favor —pidió ignorándolo y prestándole atención a las cuerdas que amarraban sus manos—, déjame ir.

—Creo que es buena idea —le sonrió al fin con calma y sosiego—, tu volverás a tu estúpida vida y yo me perderé por siempre en algún lado.

»Pero, antes de todo —pidió cauto—, contéstame con sinceridad: ¿en realidad amas a Gabriel?

—Sabes —Miguel rechazó su pregunta con la cabeza—… sabes que la policía debe estarme buscando, ¿verdad?

—Por supuesto —aclaró—, pero ya no hace falta, porque verás, yo ya no quiero…

Y entonces todo ocurrió demasiado rápido.

El sudor ayudó a que las manos de Miguel resbalasen y se libraran de su atadura. En un rápido impulso se abalanzó sobre el arma de fuego y tomándola rápidamente entre sus manos disparó directamente hacia el pecho de Christopher.

Un eterno segundo transcurrió y con horror Miguel descubrió que su garganta estaba perforada al igual que el pulmón del Arlequín.

Porque en un principio Christopher pensó en matarse junto con Miguel al añadirle al tambor de la pistola una extensión, un segundo cañón rudimentario por donde una única y segunda bala saliera disparada en sentido contrario al explotar la pólvora de la primera.

Otro segundo más, y Miguel se desmoronó primero, sin habla y casi sin vida.

—Va… vaya —masculló Chris—, al final… sí terminaste matándonos… a los tres.

Y diciendo aquello se arrimó a la pared para esperar la muerte mirando hacia el mar.

Pero con sorpresa se percató de que el otro aún respiraba, y esto se convirtió en un aliciente para su propia voluntad. Ambos se miraron a los ojos y una vez más el alma de Christopher retrocedió un largo camino en el tiempo: sus recuerdos volvieron a los de la infancia y en las pupilas del agonizante pudo mirar la ternura tácita que lo había enamorado, la ingenuidad tramposa del niño que no sabe a ciencia cierta lo que quiere y el necio fervor de la vida en aquel recipiente  al que le había dedicado casi toda su existencia.

La voluntad menguaba, y Christopher quiso confesarse antes de morir, poner en cada palabra un poco de su moribundo corazón.

— ¿Sabes? —Empezó con la mirada en el cielo—, yo te amé, ¡agh!, te amé tanto que sentía que algún día explotaría. Te entregué cada sentimiento en —y la voz se le quebró—… en bandeja de plata y día a día me traicioné a mí mismo buscando que… tu cariño por mi volviera a crecer.

»Cometí tantos errores, ¡ay!, contigo, y me volví… ciego. Porque jamás supe el valor que me había dado Juan… mi Juan. Y tomamos su vida sin planearlo; tú y yo lo asesinamos.

—Es un crimen —continuó tras un breve suspiro—… y castigo.

El fin se acercaba, la sangre corría y el mareo unido a esa horrible sensación de saberse muerto en poco tiempo le impidieron hablar más.

Miguel se incorporó un poco sobre el charco de sangre e intentó gatear hacia la salida. Su voluntad de huir se mantuvo hasta el último minuto, aunque aquella última vez no llegó muy lejos ya que se derrumbó completamente a pocos pasos de distancia. Hubiese querido decir muchas cosas, y de hecho miles de ellas se le pasaron por la mente: injusticia, incomprensión, duda, desesperación y por último el animal instinto de supervivencia que lo motivó a intentar escabullirse de la muerte.

Miguel dejó de respirar tras un par de espasmos en su pecho y sin más su alma se perdió entre las sombras…

Chris por fin estaba solo, como había planeado desde un principio. Y ya no tenía nada. Con el dolor punzante en sus entrañas se acercó casi arrastrándose hacia el cadáver. Miró de soslayo los ojos aún abiertos de Miguel y con una última lágrima y un último esfuerzo los cerró antes de desplomarse junto a él.

Por inercia y como su último acto reflejo acercó su mano a la que ahora estaba muerta. Miró de nuevo a Miguel y cuando una gota de sangre se le escapó de la boca cerró los ojos y por fin se despidió de este mundo…

A la mañana siguiente, Gabriel tuvo la suficiente fuerza como para guiar al inútil séquito uniformado hacia el lugar que recordaba entre visiones borrosas de una pesadilla de la cual pensó que jamás saldría. Mientras se ubicaba entre las calles no pudo evitar sentir un pequeño vacío en el fondo de su pecho. Un agujero que presentía se volvería más grande con el pasar del tiempo. Se sentía feliz de haber vuelto a la normalidad, pero ¿en realidad tenía un lugar al cual volver?

Es cierto, la noticia acaparaba los principales titulares de la ciudad. La magnitud del escándalo y del morbo no permitió que se pudieran esconder muchas cosas. Los primeros gritos se escucharon desde las tarimas de los viejos conservadores, quienes eran las primeras fichas del efecto dominó. Los siguieron los jóvenes grupos religiosos, los pocos líderes sindicalistas y hasta la arcaica unión de educadores levantó la voz de alerta para que aquellas macabras circunstancias no volvieran a ocurrir.

Y, cuando el gobierno intentó censurar a los medios para que dejaran de incitar a la población, la verdadera bomba estalló: las dependencias judiciales y públicas empezaron a abarrotarse de gente que exigía que se redacten sus denuncias por diversos atropellos, tanto personales como jurídicos y hasta legislativos. Usura, saqueo de propiedades, violación, abuso del poder, y tantos otros males de diversa complejidad que las personas se habían callado durante tanto tiempo…

Y así, la gente empezó a tenerle miedo al miedo. Los partidos políticos que en el pasado se habían quedado con hambre de voluntarios empezaron a brillar. Era la fiebre de la justicia, cualquiera que haya sido su significado para los que la exigían con gritos y consignas.

El país entero empezó una nueva época de cambios. Y a pesar de ello Gabriel no hallaba consuelo. Había probado, al mismo tiempo, del dulce néctar de la pasión y del venenoso elixir del amor. ¿Cómo podía volver a la normalidad tan fácilmente?

Cuando le alcanzaba tiempo después de una larga jornada en su nuevo trabajo, simplemente andaba por allí: perdiendo la vista en el cielo, arrimándose a los barandales de los puentes por el simple placer de sentir el viento en sus mejillas, emborrachándose en el mismo asiento en el cual lo conoció por primera vez y dibujando con sus pasos las mismas líneas por las cuales alguna vez fue dichoso: cuando el cielo le parecía más inmenso y se sentía capaz de quitarle al tiempo los minutos.

Asimismo, el tiempo sería el único guardián que se encargaría de abrir o cerrar las puertas de su corazón.

El tiempo le daría a Gabriel el poder de convertirse en un nuevo comienzo o de ser su final.

Diez muertes se le atribuyeron a Christopher, y solo siete de ellas fueron causadas por él. El Arlequín, ¿quién hubiese pensado que alguien con su intelecto terminaría así? Me temo que no es el único caso. Día a día, como luciérnagas, miles de existencias maravillosas se pierden tras la cortina de la desdicha. He visto a muchas apagarse sin dejar más que la pasajera desazón que se pierde en un par de meses.

Olvidamos a nuestros muertos pero ellos no nos olvidan a nosotros puesto que su memoria se vuelve eterna tras la extinción de la vida…

Omega, el fin del principio y el principio sin fin. El último piso de la torre de babel donde ni siquiera el odio puede purificar. Aquel criminal de circo que con orgullo y potestad pisotea los ideales de la dulce vida.

Omega, las partituras inevitables nacidas de Alfa, los viles instrumentos criados por Beta y la tétrica sinfonía de dolor y muerte tocada por Gamma.

Omega, el inicio de un nuevo final.