Olor a lluvia, a café y a Carla.

Necesitaba un momento de tranquilidad, con un café, personas a las que observar,... Pero una mujer interrumpió mi calma.

Era un día primaveral, aunque el aire olía a otoño. Salí a una cafetería lejana, necesitaba calentar mis pensamientos con un café cargado y un ambiente relajado en el que poder observar cómo las personas viven indiferentes a mi presencia.

Hay mucha gente a la que le despeja un paseo, la música, ... A mí me despeja observar a las personas y crear historias mientras paso desapercibida.

Entré en la cafetería con menos ruido, para que mis pensamientos no fueran demasiado altos.

Me senté en una de las cuatro esquinas de las que disponía el local para tener mejor perspectiva y destensé todo mi cuerpo sobre la silla.

La normalidad me relaja, y en esa cafetería todo era tranquilo. Parejas que se dedicaban sonrisas, amigos que hablaban de temas generales de la vida, señores mayores con su copa de whisky sentados en la barra mirando a las bellas camareras moverse poco agobiadas a lo largo de ésta, todo normal.

Afuera llovía, y la ventana abierta a mi derecha me trajo un delicioso olor a lluvia y a suelo húmedo que me embriagó y me hizo cerrar los ojos para disfrutarlo aún más. Escuché abrirse la puerta y al mirar hacia ella mi ambiente de normalidad se decayó por completo. Pasó una mujer preciosa, alta, con vaqueros ajustados, una camiseta de tirantes negra con una chaqueta semi-abierta que dejaba ver su esbelto cuerpo, y un rostro mojado debido a la tormenta de fuera. Sus ojos verdes, su cabello castaño, su boca entreabierta hiperventilando tras llegar corriendo huyendo de la lluvia, como si de ella pudiera huir, como si la lluvia no deseara tocar semejante monumento.

Mis sentidos se alteraron, se sentó en la mesa que había frente a mí, sola, con un café y un libro del que mi entretenida vista no supo descifrar un título. Conseguí captar su olor cuando se sentó a tan solo 3 metros de mi, era un olor dulce, que invitaba a ahogarse en él.

Cuando la tuve analizada y pude recordar cada detalle de ella me dediqué a observar su mirada. Era una mirada que podría romper cualquier esquema, que abrasaba las gargantas de los necios que se atrevían a mirarla, y que estaba quemando la mía por ser tan necia como el resto.

No sé cuánto tiempo pasó, cuánto se me enfrió el café, cuánto habría leído de aquel libro, pero desde que llegó esa mujer mi tranquilidad fue esclavizada y mi entretenimiento fue observarla evitando que notara mi presencia. Sin embargo, como era de esperar, eso no fue posible. Su mirada se cruzó con mis ojos emocionados mientras la observaban relamer sus labios con el último sorbo de café. Cuando me encontré con su mirada se detuvo mi tiempo y sin más me ahogué en sus ojos verdes, fue un cruce de locos, de los que a la mínima curva se estrellan los despistados.

Me di cuenta de que su gesto cambió a pregunta y salí de mi sueño, recibiendo una media sonrisa que me provocó una mueca de disculpa. Su sonrisa se volvió completa, tocó su pelo al notar mis mejillas ruborizadas y mi cabeza agacharse buscando algún sitio al que mirar digno de disimulo, fue imposible.

Su mano se dirigió a su bolso, sacando un paquete de tabaco y un mechero, levantándose para ir a la puerta y fumarse uno de esos afortunados cigarros. Sus caderas se contoneaban invitándome a salir con o sin motivo, pero me invitaron y yo, absorta, obedecí. Claro que, tan absorta salí, que se me olvidó el pequeño detalle de coger mi paquete para poder fumar yo también y disimular mi estúpido caos interior.

Fuera hacía una temperatura que invitaba a fumar, y cuando ella se dio cuenta de que salí sin mi tabaco me ofreció un cigarro divertida.

Yo: Ah no, tranquila, tengo en mi bolso, pero se me ha olvidado cogerlo.

Ella: Cógelo, puedes invitarme tú en la segunda ronda. -dijo con tono gracioso.

Cogí el cigarro y me ofreció fuego. Mientras lo encendía nuestras miradas se cruzaban nerviosas y el viento, que se reía de nosotras apagando la lumbre alargó esa mirada.

Puse mi mano sobre la suya para evitar que se apagara y una descarga eléctrica recorrió mi cuerpo al rozar su suave mano, y otra más al recibir una sonrisa pícara que respondía a mi ya notable cara de idiota.

Estaba nerviosa, pero conseguí mantener la compostura, aunque ella se dio cuenta de lo que realmente pasaba por mi interior.

Yo: Vaya cambio ha pegado el tiempo hoy, ¿verdad?

Ella: Pues sí, todavía tengo el pelo húmedo. Por cierto, mi nombre es Carla.

Yo: Yo soy Belén, encantada, Carla.

Ella: Igualmente. ¿Eres de por aquí? No te había visto antes, y créeme que me acordaría de esa mirada nerviosa. -rió dulcemente observando cómo mi gesto tornaba a una expresión de timidez, respondiendo con una sonrisa que disparó mis latidos al mirarla con el ceño fruncido y una pequeña mueca de molestia por haber dado en el clavo.

Yo: Bueno, la culpable eres tú, es complicado mantener la compostura con esa belleza.

Carla: Oh vaya, muchas gracias por echarme la culpa, aunque tú no te quedas atrás, señorita.

El tonteo comenzó a ser evidente, y las sonrisas y miradas cómplices nos acercaba más a lo inevitable.

Tras nuestro encuentro fuera del local nos sentamos juntas al entrar, nuestros cafés se quedaron fríos pero nuestros pensamientos eran cálidos cuando nos observábamos la una a la otra esperando nuestro turno para hablar.

Su mano traviesa tocaba mi rodilla de vez en cuando y disimulaba llevándola de nuevo a su pierna, no sin antes observar cómo yo seguía el rumbo de su mano y poniendo un gesto de victoria en su cara. Me estaba transportando a un espacio de pasión encarcelada, y Carla estaba disfrutando viendo cómo conseguía sacar miradas salvajes hacia sus rosados labios.

Llegó la hora del cierre, el tiempo había pasado rápido y la confianza había cuajado a la perfección. Decidí mostrar algo de valentía ante tanta timidez y le invité a una copa en cualquier sitio.

Carla: Claro, por qué no. Aunque no he traído mucho dinero, si no te importa que nos acerquemos a mi casa para coger algo y cambiarme... aún tengo la ropa algo húmeda.

Acepté sin dudarlo, ni si quiera opté por decir que podía invitar yo, quería ver hasta dónde llegaba esta aventura.

Su casa estaba dos calles más allá de la cafetería, así que no tardamos mucho en llegar a su bloque de pisos. Mientras ella me hablaba de su trabajo y de lo complicado que le estaba resultando terminar su carrera de psicología a la vez que trabajaba, yo observaba con ternura y deseo cada gesto que me regalaba.

Entramos en el portal y me llevó hasta el ascensor, ya que vivía en un 4º. El silencio se hizo atronador en ese espacio tan pequeño y tan grande en comparación con la distancia que deseaba que hubiera entre su cuerpo y el mío. Me miré en el espejo del ascensor arreglando mi pelo despeinado por el viento y una de sus manos cogió un mechón que se posaba tranquilo en mi hombro, entrelazándolo con los dedos y mordiéndose el labio antes de decir la frase con la que derrumbó mi compostura por completo.

"-No te peines, no te durará mucho rato si me sigues mirando de esa forma."

Su mano se deslizó hasta mi nuca, atrayendo mi cuerpo al suyo y besando la comisura de mis labios, que se quedaron entreabiertos ante esa situación, débiles, expectantes por ser tocados también.

Las puertas se abrieron y nuestras manos se entrelazaron mientras íbamos hacia su puerta.

Entré primera, quedando a espaldas de Carla, que sin darme tiempo para dar un paso más cerró la puerta y me abrazó por detrás, rodeando mi cintura con sus brazos, acariciando mi vientre con sus manos, posando sus labios en mi hombro, que subían poco a poco besando cada centímetro que se encontraban a su paso hasta llegar al lóbulo de mi oreja, el cual mordió pícaramente, haciendo que se escapara de mi garganta un suspiro de placer. Desató la pasión que había reservado y me volví hacia ella, posando su cuerpo contra la puerta de formas más o menos delicada. La besé con lujuria, transmitiendo lo mucho que deseaba sentir su lengua bailando con la mía desde que entró por la puerta de esa cafetería.

Nuestras manos se movían nerviosas por nuestros cuerpos, tratando de memorizar cada curva que acariciaban.

Nos separamos un momento para respirar y nos miramos con deseo, como si ya nos echáramos de menos. Me sonrió dulcemente, besando mis labios con ternura y atrapando el inferior entre sus dientes. Me llevó hasta su cuarto, quitó las cosas que había encima de la cama esperando a que me sentara, pero no entraba en mis planes, aún no. La cogí del brazo y la llevé hasta su escritorio, ella apartó todo lo que había encima de una pasada antes de que la subiera encima y besara y mordiera su cuello. Nuestra excitación era extrema, ya no podíamos razonar con claridad. La despojé de su chaqueta mientras ella desabrochaba los botones de mi camisa. Quité su camiseta del medio y me dejó ver sus pechos, deseosos de salir de ese sujetador que los retenía. Los besé, la besé, morí su clavícula suavemente y desabroché su sujetador sin recibir réplica. Sus piernas me abrazaban fuertemente, haciéndome notar la calidez que desprendía de su entrepierna.

Me separé unos centímetros de ella para poder ver a esa perfección que me estaba desquiciando por segundos. Sus pezones, erectos por la pasión llamaban a mi boca, que estaba deseosa de probarlos. Los acaricié con los dedos mientras observaba la cara de placer de Carla, que ya no podía contener la respiración y algún que otro tímido gemido. Acerqué mi rostro a su pecho sin dejar de mirarla, chupando uno de sus pezones, haciendo uso del piercing que tengo en la lengua para estimularlo aún más, y mordiendo sutilmente, sacando de su boca un gemido que puso mi piel de gallina.

La cogí de su trasero, llevándola a la cama y tumbándola sobre ella. Desabroché su pantalón y levantó su figura para facilitar que lo bajase, embriagándome con el olor de su sexo al dejarlo a escasos centímetros de mi cara.

Mordí mis labios al ver cómo movía sus caderas, pidiendo que la hiciese mía en ese mismo momento, pero no, aún no. Quería que se volviera completamente loca, que me suplicara que la hiciera mía.

Yo: Aún no, preciosa. Todavía tienes que hacer algo por mí. Te voy a poner este pañuelo, y si te portas bien tendrás lo que quieres.

Carla: ¿Y qué pasa si me porto mal? -dijo levantando su cuerpo, poniéndose frente a mí, que estaba de pie a los pies de la cama.

Me desabrochó los pantalones, me los quitó y antes de que pudiera decir nada tocó mi entrepierna por encima de la tela, haciendo que soltara un gemido ahogado. Mi mirada se tornó seria, aún teniendo a esa belleza tocando mi intimidad.

Yo: Si te portas mal sólo alargarás el sufrimiento.

Mi voz no sonó para nada convencida, más bien temblaba ante tanta excitación, pero Carla quería ver cuál era la sorpresa que reservaba para ella, así que dejó de tocarme y me permitió ponerle el pañuelo a modo de antifaz.

Guié su cuerpo hacia el cabecero de la cama, dejándola de espaldas a mí, de rodillas y con las manos apoyadas en la pared. Estaba preciosa, estaba perfecta, y mis ganas no aguantaron demasiado. Me puse tras ella, besando su espalda, provocando escalofríos y haciendo que arqueara su cuerpo al morder su cintura. Su respiración se hacía más turbulenta a medida que subía y mordía su cuello. Mis manos comenzaron una danza por su cintura, apretando con mis dedos su vientre, subiendo hasta sus pechos y cogiéndolos con pasión, devorando cada centímetro de piel que encontrada desde su hombro hasta su cuello. Sus gemidos comenzaron a salir cuando una de mis manos comenzó a bajar hasta su inquieta cadera para seguir el ritmo de su contoneo. Continué bajando hasta su sexo, sin apenas rozar, notando el calor que desprendía. Pasé uno de mis dedos por encima de la tela, comprobando lo mojada que estaba y arrancando un grito de desesperación ante tal tortura. La libré de su tela, dejándola totalmente desnuda, toda para mí.

En la misma posición, arañé sus muslos desde la rodilla hasta el interior de sus piernas. Ella continuaba soltando gemidos que me desgarraban por dentro, se movía casi furiosa en mis brazos, su cuerpo me suplicaba que la tocase, y así lo hice. Mi mano se adentró entre sus labios inferiores, descubriendo toda la humedad que había contenida y la excitación que mi preciosa amante estaba aguantando. Tapé su grito de placer con un beso, al cual respondió mordiendo furiosamente mis labios mientras jugaba con mis dedos con su sexo.

El olor de su entrepierna me tenía totalmente hipnotizada, necesitaba saborear lo que estaba oliendo, necesitaba probar el sabor de toda esta pasión.

Me tumbé boca arriba deslizando mi cabeza entre sus piernas, quedando su sexo a milímetros de mi. Pasé lentamente mi lengua por todo lo que pude abarcar, haciendo que el cuerpo de Carla se tensara completamente, estaba a punto de correrse, y mi excitación no era menor que la suya.

Comencé a dibujar círculos en su clítoris hinchado, sacando gritos de Carla, que desobedeciéndome se había quitado el pañuelo y me miraba disfrutar de ella. Pero ya daba igual, habíamos llegado a tal punto de excitación que nuestros cuerpo se movían solos ante lo que más deseaban.

Carla, sin pensárselo dos veces se dio la vuelta, poniéndose en posición para hacer un 69, quitándome la poca ropa que me quedaba y jugando divertida con mi clítoris. Mis gemidos sonaban por toda la habitación. Metí dos de mis dedos en su vagina y comencé a meterlos y sacarlos estimulando su punto G mientras ella se movía sobre mi lengua, pidiéndome más con su vaivén.

Carla: No pares por favor, hazme tuya, Belén. ¡No pares!

Esas palabras produjeron una satisfacción en mí tan grande que me llevaron al orgasmo poco a poco mientras Carla me producía el máximo placer con su divina lengua.

Estábamos explotando las dos en el más maravilloso orgasmo que jamás habíamos imaginado.

Justo cuando Carla tensó su cuerpo, metió 2 dedos dentro de mí y arañó mi espalda, silenciando mis gemidos, para acabar corriéndome. Metí mi lengua en su vagina para saborear su bienvenido orgasmo, limpiando toda su excitación, provocando espasmos con cada pasada por su clítoris.

Nos tumbamos las dos, abrazadas, sin dejar un sólo centímetro de espacio entre nosotras, recobrando la respiración, durmiéndonos con una sonrisa en la cara, sin saber qué hora era, olvidándonos de la copa a la que iba a invitarla, del día que era, de todo.