Olímpicas

Poesía erótica en prosa.

Olímpicas

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Poesía erótica en prosa.

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La soledad.

Pienso en ella mientras tomo un té en la cocina. Acuclillada en un rincón mientras a mis pies Misha ronronea frotándose contra mí.

Mis ojos miran sin ver. Sólo escucho a SexPistols en la lejanía, el vecino de arriba tiene otra fiesta. Sostengo la taza de té apoyada en mis muslos mientras recuerdo a Febe.

Febe. Una mujer risueña. Soñadora. Arrebatadora. Vital.

Antes de ayer, al amanecer, recibí una llamada de Porné.

"Palas", me dijo con voz ronca y apagada.

"¿Qué pasa, Porné, sabes qué hora es?", la increpé aun bostezando.

"Febe ha muerto, Palas, Febe ha muerto".

Me incorporé y agarré el teléfono con las dos manos. Aferrándome a la realidad. El corazón me bombeó sangre espesa que se acumuló en las sienes. Abrí los ojos cubiertos de legañas.

"¿Qué dices, Porné, cómo va a haber muerto? No juegues con eso". No quería creer que Febe había muerto. Me aferraba a la idea de una pésima broma. Ya me daba igual lo intempestivo de la conversación. Febe no podía morir.

Escuché sollozos. Lágrimas corriendo al otro lado de la línea. También afloraron en mi rostro.

"No, Porné, no. Dime que es una broma, por favor"

"Miénteme, Porné, dime que estás mintiendo, joder"

La taza de té baila sobre mis muslos, se me resbala de los dedos o la dejo caer, ni siquiera recuerdo sostenerla. Oigo a lo lejos el eco del sonido de la porcelana ajarse y desintegrarse. El té empapa mis calcetines. Misha bufa y salta esquivando las esquirlas y los goterones. Boqueo presa de una sacudida. Retardada.

Acababa de volver del sepelio de Febe. Sólo estábamos Porné y yo. Febe murió quemada. Un incendio.

Tengo empapado el rostro de lágrimas. Gimo sin cesar y no quiero mirar nada ni escuchar nada ni sostener nada. Sólo hundo la cabeza entre mis rodillas cruzando los brazos alrededor mío, abrazándome.

SexPistols continúan a lo lejos, inmutables. Escucho el gorgoteo de Misha bebiendo el té que me rodea. Un mar que me aísla. Que impide que me alcance la realidad. Que Febe ya no está conmigo, ni con Porné. Sólo estamos nosotras dos.

Sólo nosotras dos quedamos para consolarnos.

Un incendio. Provocado. Dirigido a matarla. A eliminarla. Quedamos nosotras dos. He quedado con Porné en media clepsidra en la azotea. Afuera la realidad sigue. Ajena a mí. Me seco las lágrimas y recupero poco a poco mis sentidos.

Me empapo de la realidad. Voy absorbiéndola. Los coches rugen en la carretera. Misha chupando el té derramado. SexPistols acaban su canción.

Y yo empiezo la mía. Me incorporo y esquivando a Misha me desnudo de camino al dormitorio. Mi piel acoge la frialdad de la noche que ha invadido la estancia. Cierro la ventana y abro la puerta del balcón. Dejo que las luces nocturnas me iluminen entera, que la brisa del estío envuelva mi carne y ondee mi cabellera. Alzo los brazos apoyando mis muslos en el enrejado de la barandilla, sintiendo el aire revolotear y agitar mi vello púbico. Siento de nuevo la realidad. La noche me saluda con su tierna oscuridad. Cierro los ojos y sonrío.

Febe ya ha muerto. Ahora sólo quedamos Porné y yo.

Y terminaremos nuestra búsqueda. Si ello implica arrasar los cimientos de la humanidad, así sea. Estamos próximas a llegar a la luz, nuestro periplo está llegando a su fin.

Me encaramo de un salto a la barandilla y camino por el frío metal hasta llegar a la pared. Me adhiero a ella, succionando su superficie, ascendiendo hasta la cornisa de la azotea y me ayudo del canalón para llegar hasta arriba, alcanzando el suelo de gravilla de la azotea con un salto. El silencio invade a la oscuridad, el viento ya no sopla y el verano clama su dominio.

Me agacho y husmeo. Sensaciones de operarios que han limpiado el suelo de la azotea hace varios días me invaden. Olores. Sabores. Orín de gatos, excrementos de palomas. Y Porné.

Me espera sentada junto a la claraboya. Su cuerpo destila aromas de sexo y alcohol. Me embriagan abotargando mis sentidos. Sus pechos lechosos y pesados se bambolean cuando se levanta y sus pezones rosados, perenemente erectos me acuchillan la razón.

La beso en los labios y gemimos ensalivándonos nuestro interior, arrancando el pesar y la añoranza de Porné, diluyendo en espeso fluido nuestra congoja. Su sexo poblado se enmaraña con el mío y enfrentamos nuestros vientres, ombligo con ombligo. Acaricio su espalda, hundiendo mis uñas en su carne, extrayendo jirones de sensualidad y erotismo de su cuerpo voluptuoso, sinuoso. Se aferra a mí y entrecruza sus piernas a la altura de mis nalgas. La sostenga por los muslos y dejo que su lengua me limpie la frente y los ojos, que hunda sus dedos en mis rizos y que muerda mi cuello con salvajismo. Atávico. Inhumano.

Mis dedos separan sus labios y hundo varios en su sexo expectante, hospitalario, inundado de fluidos que embotan mi olfato. Que acarician mi rostro y me sacuden temblorosa. Sus dientes me atraviesan la barrera del dolor, sobrepasan mi divinidad, me agitan como un muñeco y me escupen con desdén.

Arrecia el dolor, emerge el placer. Gotea su interior, empapa mi ser. Me apoyo en la claraboya y la tiendo sobre el plexiglás. Respiración súbita y jadeos incontinentes. Separo sus muslos y el salitre y el ansia me susurran, me emborracho gozosa y hundo mis labios en los suyos. Separo sus pliegues con los dientes y examino su viscosidad. Tengo el mentón hidratado de su femineidad y mi lengua aparta la maleza chorreante. Sus uñas se clavan en mi nuca y me obligan a horadar en su interno descubrimiento. Expreso mi deseo extrayendo sus jugos y escancia su licor bajo mi paladar. Grita. Grito.

Nuestras carnes tiemblan y se ondulan. Nos impregnamos de la otra piel. Nos acercamos a la frontera de la luz, del desvelo del amor, de la franqueza de la risa.

Los espasmos nos zarandean y nos empapan de claridad y de gozo.

-Hola, Porné, cuánto tiempo. –Me separo un paso y admiro su cuerpo curvilíneo y ansío recorrer de nuevo el camino. Un escalofrío me agita el interior. Me refreno.

-Hola, Palas. La edad de Hierro está próxima a su fin, los hechos se suceden sin pausa. Ya sé quién provocó el incendio que nos arrancó a nuestra hermana de nuestro dulce abrazo y la llevó al Inframundo.

-¿Es un hijo de Zeus?

-No, por desgracia, pero sé cómo llegar hasta él.

-Dime, pues, hermana. Muéstrame quién ha desterrado a nuestra hermana a las profundidades, llévame contigo.

Ginés Linares

gines.linares@gmail.com

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Como habrán adivinado esta poesía prosada está ambientada en la mitología griega. Está ideada para que suscite imágenes interiores y hondos sentimientos, y permite un final abierto que me gustaría compartir con todos ustedes. Soy hospitalario con los comentarios y me encantaría continuar esta oda a la fecunda e inspiradora mitología con su ayuda. Gracias.