Olga, una madre coraje 4 y último
Final y epílogo de la historia. Han pasado diez años y el feliz matrimonio de Olga con don Andrés llega a su fin Tras el funeral, Olga consuela sus penas con Rafa, su hijastro
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Diez años más tarde.
Olga seguía teniendo un tipo espléndido a pesar de haber cumplido ya los 52 años. Teniendo en cuenta que durante ese tiempo se había dedicado básicamente a sí misma, a cuidar su cuerpo, con ejercicio, cirugía y buena alimentación, el resultado estaba cantado. De hecho, se dedicó básicamente a disfrutar de la fortuna de su esposo, del sexo con sus amantes esporádicos sin descuidar, claro a está, la relación con Rafa, ahora convertido en hijastro, con el que seguía follando ocasionalmente.
El embarazo y el parto fueron como una seda y los mellizos, niño y niña, que tenían ya nueve años, los habían criado sucesivas asistentas con la entusiasta colaboración de Andrés, su presunto padre. El viejo asumió gustoso ese papel, ya que el de buen marido era imposible que lo desempeñase, por edad y vitalidad. De hecho, cuando tenían que acudir a alguna cena o algún acto como matrimonio, la mayoría de la gente que no estaba avisada pensaba que eran padre e hija. Tal era la impresión que daban, Andrés, cada vez más avejentado y achacoso, pasando de largo los setenta años y Olga, madura, pero atractiva, con las tetazas turgentes, siempre marcando un escote pronunciado y luciendo vestidos o conjuntos bastante provocativos. De hecho, del mismo modo que su presencia en los actos era deseada, secreta o abiertamente por el personal masculino, era odiada por las féminas, fieles esposas de los asistentes, envidiosas de su aspecto y del efecto galvanizador que ejercía su físico en aquellos respetables personajes de la alta sociedad local.
Tras aquel último portazo a su pasado, hacía ya diez años, Olga había roto amarras con su pasado y se preocupó bien poco por tener noticias de su antigua familia. No pudo evitar saber por la prensa que Adrián, su hijo, había estado entrando y saliendo de la cárcel como Pedro por su casa, debido a trapicheos con droga, intento de proxenetismo y toda una serie de pequeños delitos que se iban acumulando sin solución de continuidad en su deplorable currículum. Su última trapisonda fue un patético intento de chantaje para sacar pasta a don Andrés, indicándole el verdadero calado de la mujer con la que estaba casado. Pero el muy tarugo lo hizo de una manera tan deplorable que bastaron un par de matones contratados por Rafa para, tras darle una buena paliza el día en que se suponía que iba a cobrar el dinero de la extorsión, disuadirlo por siempre jamás de intentar arruinarle la vida a su santa madre.
De Elías, Olga perdió completamente la pista. De haberse informado habría sabido que, sin ingresos, sin oficio, ni beneficio, acabó perdiendo el piso y con una deuda con el banco. Tuvo que recurrir a la mendicidad y a vivir en un albergue municipal para indigentes, hasta que, harto de los largos y fríos inviernos de la capital, decidió partir al sur, hacia la costa, donde continúa pidiendo limosna en la puerta de las iglesias y durmiendo en cajeros, en los bancos de los parques en verano y en refugios para pobres en invierno. Cualquier día dejará este mundo con la misma discreción con la que vivió su cornamenta.
Sergei es el único al que las cosas siguieron yendo de la misma manera. Bueno, maticemos, sus negocios mejoraron y abrió dos gimnasios más, especializados en artes marciales, su especialidad. Desgraciadamente, su vida personal no siguió los mismos derroteros, y acabó divorciado de su mujer, que, sospechando sus infidelidades, contrató un detective y descubrió que se la pegaba día sí, día también. Así que, parte de los beneficios de la ampliación del negocio de Sergei acabó como pensión para su ex mujer y su hija convertida, a estas alturas, en una preciosa adolescente.
Así las cosas, Olga se dedicaba, como ya hemos dicho, al dolce fare niente , mientras su esposo, llevaba una vida reposada, cuidando de los niños y dedicado a la lectura, a escuchar música (clásica) y a otras actividades tranquilas de jubilado.
Desgraciadamente, aquel plácido periodo para Andrés acabó abruptamente a causa de un ictus que lo dejó prácticamente paralizado de un lado, con dificultades para hablar (se veía obligado a expresarse con unos balbuceos que había que saber interpretar), y obligado a usar silla de ruedas. Aquel nivel de dependencia llevó al matrimonio a contratar ayuda externa. El viejo necesitaba ayuda para ir al servicio, asearse, para comer y para las más simples tareas cotidianas y Olga, pudiendo pagar, no estaba dispuesta a encargase ella. Si le daba asquito darle hasta un mísero beso al viejo, de limpiarle el culo ya ni hablemos... Menos mal que el bueno de Andrés, como hormiguita que era, tenía un buen capital ahorrado y la contratación de un cuidador no supuso ningún problema.
Pensaron en contratar una chica, pero Olga y Rafa pronto desecharon la idea, al ver el estado de Andrés y la necesidad de fuerza física para cuidarlo, vestirlo, lavarlo, colocarlo en la silla, etc. Así que optaron por un joven, colombiano, de unos veinticinco años que les recomendó la agencia.
Críspulo, que así se llamaba el chico era un joven alto y muy fuerte. De hecho, según les contó en la entrevista, era culturista y estaba realizando este tipo de trabajos provisionalmente, hasta que pudiese convalidar sus estudios de INEF y empezar a trabajar como monitor de gimnasio en España.
El chico les cayó bien a ambos y fue contratado inmediatamente, quedando interno en la casa. Olga estaba encantada con él y a los chicos les gustaba también un montón. Incluso Andrés parecía contento.
Bueno, Andrés estaba contento hasta el día, dos semanas después de la contratación en el que entró con las silla de ruedas eléctrica que acababa de estrenar en el salón (¡joder, debería haberse quedado en la cocina, mirando Saber y ganar en la televisión mientras terminaba de digerir la comida, tal y como hacía cada día!) y se encontró de frente a Críspulo despatarrado en el sofá, con los pantalones en los tobillos, y a Olga arrodillada a su lado, sobre el sofá, con la mano de Críspulo reposando en su culo y los dedos entrando entre sus nalgas (si hubiera afinado la vista se habría dado cuenta de que el índice entraba bien a fondo en el ojete de la jamona), y la cabeza de la puerca subiendo y bajando rítmicamente mientras la polla, una polla gruesa y negra, entraba y salía de su boca dejando un intenso reguero de saliva.
La emoción fue demasiado intensa. Al pobre viejo le dio un infarto y se quedó frito, sin emitir ni un triste quejido. Lo más cutre del asunto fue que ni Críspulo, que estaba disfrutando de la mamada con los ojos cerrado, ni Olga que estaba de lado y concentrada en saborear el rabo del joven, se dieron cuenta de lo que acababa de ocurrir hasta que el joven se corrió a borbotones y abrió los ojos.
Olga, asustada por el grito del joven, giró la cabeza, de la que se escapaba el reguero de la leche que no había podido engullir, y se llevó las manos a la cara, asustada ante la desgracia.
El viejo todavía respiraba. Rápidamente, llamaron a una ambulancia que se llevó al hombre al hospital. Todavía aguantó algún tiempo en la UCI, más de lo que esperaban los médicos, pero inevitablemente, llegó el fatal desenlace.
Fue una pena.
13
Dos días después se celebró el funeral.
La ceremonia fue tan aburrida como había sido su vida. Larga, monótona, tediosa y previsible.
Tanto Rafa, como único hijo, como Olga, en su papel de desconsolada viuda, vestidos de luto riguroso, compartieron el primer banco de la iglesia, reservado a los parientes. Y tuvieron que soportar el larguísimo cortejo de gente dando el pésame. Sí, el viejo era un tipo popular. Un buenazo, vamos. Uno de esos tipos inofensivos que le caen bien a la todo el mundo.
Así que la cosa, que podría haber estado lista a las cinco, se alargó una hora más. Eran las seis y cuarto de la tarde cuando salían del templo, Olga y los mellizos y Rafa con su mujer y sus dos pequeños.
Avanzando por el pasillo central de la iglesia, camino de la salida, fue cuando Rafa, que charlaba distendidamente con su mujer, justo detrás de Olga, tuvo el fogonazo de inspiración.
Junto a la iglesia, contemplando el pandero de su compungida madrastra , moviéndose acompasadamente, ayudado por los zapatos de tacón, notó una punzada en la polla y cayó en la cuenta de que hacía más de dos meses que no se la follaba. Con todo el lío de la enfermedad del viejo, de hacerse cargo de sus negocios y de atender a la putilla que se estaba cepillando en aquella época, no había tenido tiempo para nada. Y eso que hablaba por teléfono casi cada día con Olga, pero ciertamente, ella parecía bastante desbordada por la situación y ya tenía a Críspulo, el cuidador de su padre para sus desahogos, claro.
Así era, tras el ictus, Olga pasaba el tiempo cuidando de los niños, yendo y viniendo del hospital y casi no tenía tiempo de nada más. Tan sólo, después de que su marido volviera a casa y ficharan a Críspulo, se permitió algún breve desahogo con el colombiano cuando los niños ya estaban durmiendo. Pero fueron polvos frugales y rápidos, más que nada para que no se le obstruyeran las cañerías.
Así que, al salir de la iglesia, la oferta de Rafa no cayó en saco roto:
-Olga, ¿quieres que os acompañe yo a casa en lugar del chófer? Anselmo puede llevar a Lola y las niñas y yo te ayudo con los mellizos y así no estás sola y eso...
Su mujer que también escuchó la pregunta se adelantó a responder:
-Pues claro, Rafa. Eso es lo que tienes que hacer, acompañar a tu madre. Claro que sí.
A Rafa, oír mencionar a Olga como su madre le causaba un morbo especial. Le ponía muy cachondo. Y la cabrona de Olga lo sabía, así que contribuyó a aumentar la excitación que ya intuía en el joven.
-Claro, hijo , me harías un gran favor...
" Un favor que me pienso cobrar, cacho de puta... ", pensó Toni, esbozando una compungido sonrisa. No olvidemos que estaban en el funeral de su padre.
De ese modo, tras despedir a su familia, Rafa se puso al volante del Mercedes familiar, con Olga, su madrastra al lado, y los dos mellizos, niño y niña, viendo una peli en las pantallas de los asientos de atrás.
Olga, consciente de qué iba el tema, sabiendo que los críos estaban distraídos, se remangó la falda negra hasta el muslo, mostrando el final de las media, los ligueros y su carne lechosa y vibrante. Rafa tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para evitar abalanzarse sobre la puta viuda. ¡Cuánto se arrepintió en aquel momento de no estar en un coche con cambio automático! Tuvo que limitarse a un ligero sobe del muslamen cuando iban por la autopista y a soportar el insistente manoseo de la polla que la cabrona de Olga insistía en poner a punto antes de llegar a casa...
Minutos después, ya en la casa, cuando Olga se quitó el vestido, a Rafa casi se le cortó la respiración. A sus cincuenta y dos años, su madrastra, la reciente viuda de su padre, al que no hacía ni dos horas que acababan de enterrar, mostró ante su amado hijo un cuerpo capaz de levantar la polla al más pusilánime. Ni tan siquiera, un día tan teóricamente triste como aquél, pudieron uno u otra, dejar de lado su deseo. Ya se sabe, el muerto al hoyo y el vivo al bollo , ¿no?
La guarra de Olga mostró impúdica su conjunto de lencería, comprado para la ocasión, mientras su marido agonizaba en el hospital. La semana anterior, cuando el médico le comunicó que el fatal desenlace era cuestión de días, si no de horas, fingió una cara de tremenda tristeza (lo cual se le daba de puta madre) y, a continuación, acudió a Victoria Secret a comprar el modelo de lencería más atrevido y puerco que pudiera encontrar. Eso sí, de negro riguroso. Para algo tenía la Visa Oro del viejo. Y quería celebrar a lo grande sus primeros momentos de libertad. Ignoraba si iba a poder echar el primer polvo como flamante viuda rica con Rafa, como así iba a suceder finalmente, pero, en cualquier caso, tenía plan B y estaba dispuesta a llamar a un gigoló o follarse al primero que pillase. Al bueno de Críspulo no iba a ser posible, después del percance se vio obligada a despedirlo. En fin que Olga llevaba casi un mes si catar una polla y andaba caliente como una cerda.
No fue necesario buscar alternativas y, como hemos visto, fue Rafa el que tuvo el honor de ver, en la habitación de matrimonio de sus padres, con la foto de la boda de Olga y el pobre cornudo difunto como testigo mudo contemplando la escena desde la mesita de noche, el envidiable cuerpazo de la jamona a la que, en breve, iba a reventar a pollazos.
Olga lucía un conjunto de riguroso negro, de encaje, compuesto por un sujetador que apenas alcanzaba cubrir los pezones de sus tetazas, recientemente reestructuradas en el quirófano “ para que recuperasen la firmeza de las tetas de una quinceañera ”, tal y cómo le pidió al doctor. A juego, un tanga transparente por delante dejando ver su depilado coño y con la tira trasera negra hundiéndose en su potente culazo, firmemente trabajado en el gimnasio, resbalando hacia su lubricado ojete, siempre preparado para la acción. Un liguero y unas medias negras completaban el conjunto.
Olga dio un par de vueltas, agachándose de espaldas y abriendo sus nalgas para que Rafa viese bien su regalo.
Éste, con la polla como un garrote no iba a tardar ni treinta segundos en tener a la puerca empotrada como la puta cachonda que era.
Ambos tenían muchas ganas así que el espectáculo no tuvo desperdicio. Con la puerta entreabierta para oír la televisión que lobotomizaba a los críos, la pareja dio rienda suelta a sus más bajos instintos.
Para abrir boca, Rafa puso de rodillas a la cerda y le incrustó la tranca en la garganta. Tras dejar el rabo bien baboseado, Olga empujó a su hijastro sobre la cama y se acuclilló sobre su polla para empezar a cabalgarlo. Rafa aguantó la embestida, atontado con el péndulo de las tetazas de la jamona que se balanceaban hipnóticamente sobre su jeta...
Los insultos volaban entre ambos.
-¡Sigue, puta asquerosa, sigue! Menea el culo de guarra y esas tetazas, cerda...
-¡Como te corras, te la corto, cabrón!
Cuando se acercaba el momento culminante, Rafa preguntó, amablemente:
-¿Y dónde quieres que te deje la lechada, mamaíta?
-¡Aaaaaaquí!
Al tiempo que gritaba Olga se levantó y se colocó a cuatro patas con el culo en el borde de la cama. Apoyó la cabeza de lado sobre la cama, apretó los dientes y se abrió las nalgas enseñando su húmedo y preparado agujero marrón.
-Quiero que te corras en mis tripas… ¡Venga, a ver si tienes huevos y me revientas el culo!
La conversación tenía una vertiente cómica ya que mascullaban las palabras, los gruñidos y los jadeos casi entre susurros. Tenían miedo de excederse con los alaridos y que les oyesen los críos, aunque éstos, la verdad, estaban más atentos a la tele que a cualquier otra cosa.
Así que cuando Rafa encajó su rígida tranca de un solo golpe en el apretado ojete de la puta de su madrastra, esta emitió un violento bufido entre los dientes al que siguió la típica frase de aliento que solía encabronar a su amante:
-¡Dale caña, joder, más fuerte!
Uno puede llegar a ser tedioso con este tipo de descripciones: gemidos, jadeos, chunda-chunda, y un largo bla, bla, bla... Pero en esta pareja, además de todo lo anterior, prevalecía el morbo. El morbo de una madura, una jamona opulenta y con todas sus curvas bien colocadas y en perfecto estado de revista a sus cincuenta y tantos años, y que disfrutaba, chorreando de placer, de los agresivos pollazos de su hijastro. Disfrutaba al notar la gruesa tranca del joven barrenando su ojete así, a cuatro patas, mientras los tensos cojones del muchacho rebotan rítmicamente sobre su vulva. Y todo, mientras de fondo suenan los dibujos animados que entretienen a sus hijos, y parte de la lencería negra de puta que ha estrenado ese día especial, está desparramada de cualquier manera por la habitación. Mientras lanza gemidos ahogados, casi sollozos, escucha los insultos de su hijastro y soporta, sonriendo, los tirones de pelo con los que el muy cabrón acerca su cabeza para escupirle. Salivazos que resbalan por su cara y Olga intenta recuperar con su lengua.
Y todo, repito, en ese día tan especial, en el que acaba de morir el viejo.
¿Qué hay más morboso que un funeral con final feliz?
FIN