Olga, una madre coraje 3
A Olga se le acumulan los problemas. Apenas puede dar abasto a sus tres amantes. Pero cumple como una campeona. El pobre Elías asiste al espectáculo como convidado de piedra
Olga, una madre coraje 3
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A partir de aquel momento, la cosa adquirió unos tintes rutinarios y, por así decirlo, estructurados.
Hablando crudamente, Olga tuvo que repartir sus solicitados orificios entre los tres machos que la rondaban. Y, aunque parezca increíble, consiguió contentar a los tres y, lo que es más difícil, sentirse ella plenamente realizada como mujer. Bueno, precisando más, como mujer guarra. Porque un pelín de vocación de puta sí que tenía, sí...
En primer lugar, además de cuidar la casa del viejo don Andrés, su único empleo normal, tenía su trabajo de limpieza en casa de Rafa, normalmente tres días por semana. Allí se ganaba realmente el sustento familiar, a razón de un polvete diario. A veces el macho se conformaba con una mamada, o un polvo convencional, pero otros días, estaba más salido que el pico de una plancha y la ponía con el culo en pompa para taladrarle el ojete a placer. Nuestra heroína acabó tomando el gusto al tema y ya tenía el culo más que acostumbrado a recibir caña. Sobre todo en el caso de Rafa, con una polla más bien discreta y que barrenaba sus entrañas sin ninguna dificultad. Cuando Sergei la pillaba por banda la cosa era otra historia…
Después de recibir aquella ración de leche, Olga acudía, como solícita esposa y perfecta ama de casa, a su diminuto, aunque coqueto apartamento. Allí, el cornudo solía tener preparada la comida. Porque el vago de su hijo se pasaba la mañana durmiendo la mona o tocándose los cojones a dos manos. Era un ni-ni de manual. No daba un palo al agua. A veces iba al gimnasio de su colega a echar una mano, pero, normalmente, nada de nada. Sergei no le exigía ni un horario, ni responsabilidades, ni obligaciones. Ya estaba bastante satisfecho con el puente de plata que su ayudante le había tendido a la puta de su madre. Se daba por satisfecho.
Olga, por otra parte, sospechaba que Adrián sacaba pasta trapicheando con hachís por las noches, ya que, después de cenar, salía todos los días y no volvía hasta las tres o las cuatro de la mañana y, además, no se privaba de nada, en relación a la ropa, el móvil y los complementos que usaba, todo de calidad y caro. Ella no le pasaba un duro, bastante justa iba ya, Sergei no le pagaba casi nada, así que el dinero debía de sacarlo de algún sitio. Ni un céntimo de aquel dinero que obtenía Adrián recalaba en la vivienda familiar, donde el único ingreso vital seguía siendo el que la sufrida madre de familia conseguía con el sudor de su frente… y de otros sitios.
El único que, asumiendo su ingrato papel, se portaba bien, era su pobre esposo. Elías oportaba su humillante cornudez con la actitud de los tres monitos: ver, oír y callar. Al menos, pensaba Olga, el bueno de Elías no daba el coñazo con quejas ni nada. Eludía los conflictos y disimulaba. ¡Pobre cabrón! Aunque solo fuese por esa actitud pasiva y poco conflictiva, Olga procuraba tratarlo bien. No como el hijo de puta de Adrián, que no perdía la ocasión para putearlo y reírse de él. En fin, “cría Cuervos”...
Habitualmente, después de comer como una familia unida, llegaba el momento de 'hacer la siesta '. Una rutina inalterable que el sinvergüenza de Adrián se había encargado de instaurar. En el caso del padre, la frase tenía un sentido literal. Y eso era lo que hacía, apalancado en el sofá viendo Saber y ganar en el sofá y el documental de animalitos que tocase luego. La zorra de su mujer y su hijo, por su parte, se dirigían a la habitación de matrimonio y, sin preocuparse demasiado de la escandalera que liaban se ponían a follar como mandriles en celo.
Después de la siesta , Elías recogía la mesa y arreglaba la casa mientras la pareja permanecía haciendo, esta vez sí, la siesta de verdad en la habitación hasta las seis o las siete de la tarde. Afortunadamente, Elías nunca tuvo la tentación, ni la necesidad de entrar al dormitorio. Encontrar allí, sudorosos y acaramelados a los dos amantes podría haber resultado más humillante de lo estrictamente necesario. Como suele decirse, si no miras, no duele… La mayoría de los días, cuando salían de la habitación, Elías ya había abandonado la casa camino de su nuevo empleo. Un trabajo que le había conseguido su generoso amigo Sergei.
El entrañable Sergei, siempre atento a la hora de ayudar a los viejos amigos, había hecho una oferta de empleo a Elías que éste no dudó en aceptar. Como el gimnasio era de estos en plan low cost, cutre sí, pero low cost, tenía apertura las 24 horas. De noche no había clases con monitor, pero los socios podían acudir a usar máquinas o hacer rutinas de ejercicio. Así que, nuestro entrañable ucraniano, decidió crear un puesto de trabajo ad hoc , de recepcionista para que el bueno de Elías pasase las noches, le puso un horario de 20:00 a 6:00, sentado en la recepción, viendo la tele y saludando a los que entraban. Un auténtico sin sentido, sabiendo que el local llevaba años abierto las 24 horas sin nadie por la noche, salvo el personal de limpieza, y que los socios entraban en el local usando sus propias tarjetas. El objetivo, era obvio para todos, salvo para el bueno de Elías, que no dejaba de agradecer entusiásticamente a Sergei su generosidad. En cuanto al sueldo, bueno, era una mierda y, para más inri, le dijo que no podría pagarle hasta de aquí a dos meses, ya que ahora le vencían unos plazos de la maquinaria que había comprado para renovar el gimnasio y andaba un poco justo. Elías se lo tragó, qué remedio. Sergei, simplemente, había dejado ese plazo por si se cansaba de Olga. Para no gastar en follársela más de lo estrictamente necesario… ¡Un perla, vamos!
Así que por la noche, para rematar el día, aprovechando que el cornudo estaba currando, aparecía Sergei, siempre preparado para la acción. Y, si venía con ganas de hacer vida hogareña, cenaba. A veces con Adrián, mientras Olga, vestida como una puta barata, les servía la cena y permanecía de pie, junto a ellos, atenta a sus indicaciones. Otras veces, cuando Adrián salía de juerga o tenía alguna tarea por ahí, cenaban solos. Aunque, eso sí, exigía un comportamiento, obediente, sumiso y lascivo, a la que él llamaba su putilla rumana …
Después de cenar, Sergei se apalancaba en el sofá a reposar un rato fumando un buen puro o un porro, según el día, mientras Olga le servía una copa y se acomodaba humildemente a su lado. Cuando también estaba Adrián, éste se quedaba en el sillón de enfrente, mirando chorradas en la Tablet o zapeando en la tele. Invariablemente, Sergei acababa indicando a la putilla que le bajase la bragueta y empezase una buena mamada como precalentamiento. Estuviese o no Adrián frente a ellos, Olga obedecía sumisa. Había perdido la vergüenza y la escasa dignidad que le quedaba, hacía ya tiempo. A pesar de que la buena mujer llegaba muchas veces a esas horas de la noche con dos o tres polvos en su haber, le resultaba inevitable excitarse ante la tranca de Sergei, sin duda la más gruesa y dura de sus tres amantes. ¡Sí, el tamaño importa!
Al bueno de Sergei le divertía dejar la jeta de Olga bien embadurnada de leche por lo menos un par de veces por semana. La cosa tenía sentido para un tipo tan retorcido como él. Sobre todo cuando había encargado algo de comida a domicilio, una pizza, comida china, japonesa, cualquier cosa. En el fondo era lo de menos. Lo gracioso era mandar a la puerca, con los churretones de leche goteando por toda la cara, a abrirle la puerta al afortunado repartidor (o repartidora) que se quedaba atónito y pasmado ante aquella cerda jamona vestida únicamente con braguitas tanga y un sujetador dos tallas pequeño, que recogía el pedido rezumando sexo por todos sus poros, con la prueba indeleble del esperma en su cara...
Adrián solía permanecer impasible ante el espectáculo que le daba su puta madre. A veces se empalmaba, pero tenía que conformarse con pajearse, salvo que Sergei tuviera el día generoso y decidiera hacer un trío para compartir a la guarra, como en aquel primer día. Normalmente, el joven se piraba y los dejaba a lo suyo.
La mamada de precalentamiento podía prolongarse tranquilamente media hora, ya que a Sergei le gustaba tomarse las cosas con familiar tranquilidad. Se sentía como en casa. Apuraba la copa y el porro con parsimonia. En ocasiones, hablaba por teléfono o miraba algún partido de fútbol y hasta que éste no acababa, no empezaba la segunda parte de su velada con su guarra.
Cuando estaba muy excitado se corría en la boca de la puerca. Siempre sin avisar y sujetando la cabeza para que engullese bien toda la cuajada. Después, le hacía abrir la boca frente a él, para comprobar que no quedaba nada y había tragado toda su leche. Olga, a la que la leche de Sergei, espesa y abundante, le recodaba el yogur líquido, ni se inmutaba y obedecía con gusto. Se había acostumbrado a masturbarse mientras chupaba pollas y tenía una habilidad especial para simultanear sus orgasmos con las corridas de sus amantes. Aunque con Sergei eso era bastante complicado, cuando tenía el día cabrón la obligaba a permanecer con las manos a la espalda mientras meneaba su cabeza a su antojo, como una muñeca.
Después de aquel preámbulo de sofá, tocaba el remate de la velada en la habitación de matrimonio, nuevamente preparada para recibir huéspedes, tras la sesión vespertina con Adrián… Sergei, que, afortunadamente, estaba casado y con hijos, tenía hora de partida y no solía quedarse más de una hora o dos, así que Olga sabía que en breve podría descansar después de un día tan intenso. El tipo, por tanto, evitaba los romanticismos e iba directo al grano. Y el grano solía ser una buena follada por el culo, con corrida allí mismo, en las entrañas, o embadurnando la jeta de la puerca. Después, venía una buena limpieza bucal de sable, un lametón en el ojete y ¡hala, para casa, bien follado! ¡Qué dura es la vida de los emprendedores! Como diría el poeta…
Después, Olga, reventada y bien follada, se quedaba dormida en aquella cama con las sábanas sucias y pringosas de leche de sus amantes. Elías ya sabía que, al día siguiente, cuando se levantase a media mañana, su tarea inicial era poner a lavar la ropa de cama, que apestaba a sexo, siempre con aquellas manchas sospechosas, y poner sábanas nuevas, debidamente perfumadas para la siesta del día siguiente. Menos mal que ignoraba si había algún inquilino más, aparte de su mujer y su hijo en aquella cama. O, tal vez sí que lo sabía…
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Tanto trasiego, en una mujer que con cuarenta y dos años, todavía era fértil, acabó teniendo consecuencias. Y eso que Olga tomaba anticonceptivos y tal, y cual… Pero… Algo pasó. Un fallo. Esas cosas pasan. Tuvo una falta y, rápidamente, con la tremenda regularidad que tenía en su periodo, intuyó que algo no iba bien. Compró un Predictor en la Farmacia y el resultado fue concluyente. Repitió la prueba e ídem . Llevaba un mes follando todos los días dos o tres veces. Estaba súper ajetreada y, con el estrés, los nervios y la constante excitación que la embargaba, era bien probable que se hubiera dejado algún día sin tomar la píldora.
Aquel contratiempo era un verdadero problema para ella. Sé que puede parecer contradictorio pero Olga era tremendamente religiosa y estaba radicalmente en contra del aborto. Así que el problema era bastante serio, porque en sus planes nunca entró el de perder el niño.
Analizando las opciones se percató, tampoco hacía falta ser un lince, de dos cosas. En primer lugar, no tenía ni puta idea de quién de sus tres amantes era el padre. En segundo lugar, difícilmente podía colocarle el mochuelo a Elías. Llevaban años sin follar. Sí, podía montar un paripé y echar un polvo con él para luego cargarle con la paternidad del bebé, era algo que moralmente no le suponía el menor problema, a fin de cuentas, no era mucho más perverso que lo que estaba haciendo actualmente, poniéndole los cuernos con tres tipos distintos, uno de ellos su propio hijo. Pero, estaba convencida de que no iba a conseguir levantarle el pito. Tras tanto tiempo sin follar estaba convencida de que, quizá por el accidente, quizá por la medicación que seguía tomando para el dolor crónico de la pierna, Elías era impotente. Salvo milagro, era virtualmente imposible colocar el hijo a su esposo .
Desconcertada, al final, Olga se encontró en la tesitura de tener que pedir ayuda. Y la única persona en la que mínimamente confiaba era en Rafa. Al menos, éste pagaba por follársela y la trataba con respeto y de tú a tú. Era lo más parecido a un amigo que tenía, así que se decidió a plantearle el problema.
Tras contárselo y añadir a la información que el aborto estaba descartado por motivos éticos y religiosos, Rafa lo único que atinó a decir fue:
-Mira, Olga, entiendo tu problema y voy a ver si se me ocurre una forma de ayudarte, pero, si lo que pretendes es separarte y que me case contigo o algo así, ya te lo puedes quitar de la cabeza... Sabes que tengo novia y…
-¡No, no...! -interrumpió Olga.
-¡Pues claro que no...! Además, a saber de quién es el crío... Con el trajín que llevas...
-No, Rafa, no... Si ya lo sé... Pero es que, con tantos polvos... Es posible que me haya despistado con la píldora... Y todos os corréis dentro...
-Sí, bueno, pero yo casi siempre en el culo...
-Casi... Tú lo has dicho...
Se estableció un silencio incómodo entre ambos, que Rafa interrumpió, viendo la cara desolada de Olga, todavía con churretones de leche reseca del último polvo. Tan abatida estaba que ni siquiera se había limpiado la corrida de su amante.
-Olga, ¿de cuánto estás?
-De un mes, más o menos...
-¿Porque no te follas a Elías y luego le cargas el mochuelo...?
Olga rió amargamente, antes de contestar.
-¡Joder, Rafa, qué cosas tienes! No folla os desde hace años, desde antes del accidente... Estoy segura de que ya ni se le levanta. Con toda la medicación que toma, menos aún. Además, si quieres que te diga la verdad, el pobre ahora hasta me da un poquito de grima... Como asquito. Y él tampoco es tonto. Se iba a dar cuenta enseguida de qué iba el asunto... Eso si se le levantase, que lo dudo.
-Pues no sé... Porque con los otros dos no tienes nada que rascar... Sergei está casado y tu hijo... Bueno, es evidente.
Pasaron unos segundos en silencio, hasta que a Rafa se le encendió la bombilla.
-Escucha, Olga, se me está ocurriendo una idea. Es un poco descabellada, pero...
Olga le miró e, interesada, le incitó a continuar:
-Dime, dime, soy toda oídos...
-He pensado en mi padre...
-¿Don Andrés...? ¡Pero...!
-Sí, sí... Siempre me has dicho que te parecía que le gustabas. Incluso al principio, cuando todavía estaba mi madre viva. Que te miraba de aquella manera… Tú me entiendes.
-Sí, bueno, eso me parece. Pero antes estaba casado y, además, ya sabes que es muy religioso, un hombre de otra época...
-Sí, claro. Pero ahora está viudo. Y aunque sea tan religioso y de otra época, no deja de ser un hombre. Ya sabes lo que dicen de las tetas y las carretas, ¿no?
-Sí, sí, lo sé...
-Sólo tendrías que divorciarte...
-Separarme. O, ni eso, irme. No estamos casados. Sólo nos fuimos a vivir juntos. Es una larga historia ¡Cosas de rumanos, ja, ja...! Pero, de todas formas, el viejo tampoco querría cargar conmigo y con un crío que no es suyo, así por la cara. Es buena persona, pero tampoco tanto.
-Bueno, ¿y si el niño fuese suyo...?
-¿Ehhhh...? ¿Qué estás maquinando...?
-Se trataría de follártelo y que se corriera dentro. Luego lo camelas con lo del embarazo. Mandas al cuerno a toda aquella purria de tu " marido ", el vago de tu hijo y el cabrón del gimnasio. Te casas con mi padre, empiezas a vivir a lo grande como una reina, que te lo has ganado, tienes un parto " prematuro " y yo tendré un hermanito (o un hijo, no se sabe). Y aquí paz y después gloria.
Los ojos de Olga brillaban de emoción. El plan era ciertamente descabellado, pero tampoco se perdía nada por intentarlo. Aunque se intuía, así, a simple vista, que no iba a ser nada fácil.
-No es por poner pegas -comentó Olga-, pero tú te das cuenta de que tu padre tiene más de 70 años, ¿te parece que se le levantará todavía?
-Eso es fácil de arreglar... Ahora te cuento cómo lo podemos organizar. Y tenemos que darnos prisa, porque el embarazo no espera...
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Olga no tenía muy claro que el plan de Rafa para engatusar al viejo funcionase. Estaba convencida, eso sí, que Don Andrés sentía algún tipo de atracción hacía ella. Pero parecía más bien una especie de pulsión romántica y reprimida, como de viejo enamorado. Algo en plan sensible y otoñal sin la más mínima intención sexual...
Pero, ante la insistencia de Rafa y la falta de alternativas viables para colocar al bebé que esperaba, decidió probar con el viejo. En el peor de los casos la rechazaría educadamente, en el mejor, tendría que pasar por el mal trago de follarse a un tipo que le daba más bien asquito pero, con una vez bastaría y el posible beneficio compensaba de sobras la grima que pudiera sentir.
Como el viejo era traumatólogo, aunque estuviera retirado, aquella mañana se presentó en su piso con el cuento chino de que tenía una lumbalgia en la parte baja de la espalda que le estaba haciendo la vida imposible, desde hacía un par de días. ¡Un clásico, vamos!
El viejo la escucho atentamente, como de costumbre, mientras mojaba magdalenas en el café con leche que ella le había preparado como todas las mañanas. Bien cargado de azúcar, tal y como a don Andrés le gustaba. Al menos, el viejo no tenía el azúcar en sangre alto. El resto del pack (hipertensión, colesterol, debilidad cardíaca, etc.) lo cumplía a rajatabla. Eso sí, Olga había tenido el detalle de machacar tres Viagras y disolverlas en el café, para facilitar el asunto , tal y como le había sugerido Rafa. Confiaba en sus encantos, pero la química podía garantizar los resultados. Tal y como le había insistido Rafa: " Tú hazme caso, Olga, con esto se le pondrá la pollita como un garrote y no tendrás que currárselo mucho... "
Así que Olga contemplaba con una pizca de ansiedad al bueno de don Andrés mientras mojaba plácidamente las magdalenas en el cóctel de café y Viagra.
El viejo sonreía asertivamente oyendo las quejas de Olga. Contemplaba su cuerpo bajo la bata azul celeste de trabajo y cómo, encorvándose, inclinada hacia delante, la jamona se masajeaba las lumbares indicándole el foco exacto del dolor.
El viejo, no tardó en morder el anzuelo. Todo lo que pudiera hacer para ayudar a la mujer le parecía estupendo. Sentía un gran aprecio por ella. Un aprecio que creía correspondido. Y esa era la imagen que Olga había sabido transmitirle desde tiempos inmemoriales. Cuando ella era buena , por así decirlo.
-Pues mira, Olga, si quieres te echo un vistazo. Seguramente es una contractura o algo así. Pero mejor te lo miro y lo confirmamos.
-¡Gracias, don Andrés! No sabe lo agradecida que le estoy...
-Nada, nada, mujer... Ya sabes que para mí eres como de la familia. Si quieres, como ya no tenemos la camilla de la consulta, podemos mirar la espalda en la cama de la habitación de invitados, que es bastante alta.
-Como usted diga don Andrés...
-Perfecto, Olga, si quieres ve para allá y te vas colocando... Me voy a poner la bata... - parece que el viejo se animaba recordando los viejos tiempos y quería dar un tono profesional a la consulta, con su batita blanca y todo. Por otra parte, don Andrés, sin saber la causa, estaba empezando a notar un curioso hormigueo en sus partes pudendas que no sabía exactamente a qué obedecía. La sobredosis de pastillas empezaba a hacer su efecto.
-¿Le espero allí, doctor...?
Volver a oír la palabra doctor emocionó al viejo que, inmediatamente, tuvo otro subidón de autoestima.
-Por supuesto, Olga. Te puedes tumbar boca abajo en la cama, sin la bata. Te miraré la espalda a ver.
“ ¡Bingo! ", pensó Olga, " Esto va a ser pan comido... "
Cinco minutos después, Olga estaba tumbada boca abajo en la cama de invitados, con la cara vuelta hacia la puerta. Había dejado la bata colgada en una percha y estaba desnuda, con las tetazas rebosando por los lados y un minúsculo tanga que no dejaba nada a la imaginación. El culazo, con un par de tatuajes guarros, un dragón y una serpiente en cada nalga, pedía polla a gritos. Un tribal sobre el culo completaba la decoración. Cosas de Sergei, al que le gustaban esas cosas y la había convencido para hacérselos. Al principio no quería, pero luego estaba encantada con el resultado. Todos estaban encantados, Sergei, por supuesto, Adrián, e incluso Rafa, que disfrutaba como un niño viendo balancearse el dragón y la serpiente cuando le taladraba el culo a cuatro patas. La estampa era morbosa a más no poder.
Esta era la imagen que se encontró el bueno de don Andrés al entrar en aquella habitación. Una imagen que enseguida dio sentido al hormigueo que cada vez se intensificaba más en su pollita. Inmediatamente, se le puso morcillona, con un deseo que no había experimentado nunca y que le avergonzó terriblemente. Rojo como un tomate, tal y como pudo constatar Olga, entró en la habitación y se quedó paralizado ante aquel cuerpo de hembra cachonda.
-Hola, don Andrés, me duele más o menos por aquí... -Olga se señaló la base de la espalda, justo en el tribal que tenía tatuado sobre el culo.
El viejo, entre asustado y asombrado por su reacción física ante el cuerpo de la mujer, empezó a sudar la gota gorda y acercó tímidamente la mano al culo de la mujer, palpando, delicadamente el final de su espalda, mientras miraba el pandero tembloroso de la hembra.
Olga, consciente de la situación, decidió forzar la máquina y alzó su culo, al tiempo que decía:
-Casi mejor me quito esto… -con los dedos estiró de la tira del tanga hacia abajo. -¿Me ayuda, don Andrés…?
-Sssí… sí… claro.
El doctor salió de su ensoñación y, agarrando delicadamente con los dedos la cinturilla del tanguita de la cerda, intentó bajarlo, aunque el poderoso pandero de Olga se oponía como una barrera infranqueable. La erección ya era visible en su entrepierna. Olga se percató de ello y sacó toda su artillería.
Viendo que el pobre y aturullado viejo no acertaba a bajarle el tanga, se puso de lado y colaboró con la tarea. De paso le mostró al anciano una perfecta panorámica de su tetamen y, cuando se bajó la prenda, una imagen de su depilada vulva, que Olga ya se había encargado de lubricar previamente, de tal modo que don Andrés, atónito, se quedó babeando literalmente y con la boca abierta.
En vista del impasse , que no parecía que se fuese a romper por parte del paralizado viejo, la mujer tomó la iniciativa y, después de quitarse el tanga, se sentó en la cama y agarró al hombre de la mano. Este, pasivamente, se dejó hacer. Olga, a pesar de sus reparos, le besó en los labios y le introdujo la lengua en la boca. Un beso inesperado al que el viejo respondió con bastante torpeza, enroscando su lengua en la de la mujer. Se notaba que no tenía demasiada práctica. Seguro que con su esposa no pasó de algún piquito inocente, sin lengua, tipo película de los años cuarenta.
Poco a poco, don Andrés se fue dejando hacer. Olga le palpo la pollita por encima de la ropa y se dio cuenta de dos cosas: una, el tamaño era bastante escaso; y dos, el tipo, en vista del gemido que pegó cuando ella le palpo el miembro, estaba tan excitado que era capaz de correrse incluso antes de consumar el acto. Tras ese análisis, Olga decidió acelerar el proceso y, pasando de quitarle toda la ropa, se limitó a abrirle la bata, quitarle el cinturón y bajarle los pantalones antes de que el asunto se diluyese en una corrida inesperada.
Don Andrés vivía todo como en una nube, tenía una sensación de irrealidad, como si lo estuviese viendo todo desde fuera. Era evidente que esa enajenación estaba anulando su voluntad y que era Olga la que tenía que manejar sus actos. Exactamente lo que hizo la jamona.
Olga se tumbó en la cama con las piernas por fuera, con don Andrés colocado entre ellas, cogió la pollita con la mano y se la acercó a la entrada del coño. Después, ante la pasividad del hombre que seguía flotando en su nube, lo cogió de las manos y forzó un golpe de riñón para consumar la penetración agarrando el cuerpo del viejo con sus piernas cruzadas.
Don Andrés cayó jadeando sobre la hembra y, entonces sí, empezó un movimiento rápido de vaivén, muy al estilo conejo, al que Olga colaboró con sus piernas cruzadas. El hombre, que era bastante enclenque y debilucho, jadeaba espasmódicamente, mientras se movía con tan alarmante falta de ritmo que hizo pensar a nuestra protagonista que le iba a dar un telele de un momento a otro. “ ¡Lo único que me faltaba…! ”, pensó Olga.
Pero no. El trance fue rápido e indoloro, como suele decirse. Don Andrés no duró más de treinta segundos, antes de vaciar el contenido de sus pequeños huevecillos en el coñete de la jamona. Una corrida bastante pobre y acuosa, tal y cómo percibió minutos después Olga mientras se aseaba en el bidet del lavabo. Nada que ver con los espesos churretones a los que la tenían acostumbrada sus tres machos.
Aunque, para lo que necesitaba el polvo, el objetivo estaba conseguido. Había salido corriendo al baño nada más correrse el viejo y lo había dejado, sin demasiados remordimientos, gimoteando arrugado sobre la cama, recuperándose de la sorprendente experiencia que acababa de vivir.
Al salir Olga, don Andrés ya se había vestido. Rojo como un tomate y completamente avergonzado por lo ocurrido, intentó musitar algún tipo de explicación o disculpa. Que si no sabía qué era lo que le había pasado, que si él no era ese tipo de hombre, que esperaba que esto no supusiera el fin de la amistad con Olga, que no volvería a hacer nada igual si ella se lo pedía, y un largo etcétera de disculpas variadas.
Olga, alternando la cara de póquer con la de preocupación, evitó hacerse la víctima en exceso, aunque no olvidó recalcar que había sido don Andrés el que la había forzado . Dijo esa palabra, y no violado o algo similar, para no asustar al viejo. Además, trató de dejar una salida a los remordimientos del hombre, aludiendo a su soledad, su viudez y que, a fin de cuentas, no dejaba de ser un hombre sano con sus necesidades y tal, y tal… Esto último lo decía mordiéndose la lengua. El sarcasmo parecía a punto de aflorar, pero Olga contuvo…
Finalmente, Olga le dijo que por su parte la cosa estaba olvidada y que no se preocupase, que no se lo contaría nada a nadie. Sobre todo que no diría ni una palabra a su hijo, para no malograr la imagen de perfección que tenía de su padre... ¡Más ironía! Si el bueno de don Andrés, supiese el tipo de hijo que tenía realmente, y que había sido Rafa el que había ideado el retorcido plan para convertirla en su madrastra …
Cuando Olga salió de casa, don Andrés seguía todavía paralizado en la habitación junto a la colcha de la cama que casi ni se había arrugado después de aquel polvo fugaz. El único polvo que iba a echar con la que, apenas un mes después, se convertiría en su esposa, embarazada de mellizos.
Después de aquel día, en ausencia de Viagra, no volvió a tener una erección, lo que ayudó bastante a Olga en su plan de evitar tener relaciones sexuales con él. Ella no tenía la más mínima intención de volver a acostarse con don Andrés, así que su impotencia y la delicada salud del viejo se convirtieron en sus aliados en ese sentido.
Eso sí, al margen de dormir en habitaciones separadas y de que le empezó a poner los cuernos, con Rafa y otros amantes, prácticamente desde el día de la boda, siempre procuró ser respetuosa con el viejo y tratarlo con corrección, evitándole además, el mal trago de lucir la cornamenta (a sabiendas). Fue discreta con su vida privada y se limitó a disfrutar de su nueva vida de rica. A fin de cuentas se lo debía. El hombre asumió su responsabilidad y apechugó con el embarazo. Olga siempre recordaría el día le confesó al asustado viejo que estaba embarazada. Éste se tragó a pies juntillas que todo se debía a aquel polvete de chichinabo que echaron en el cuarto de invitados. Era un inocentón. Pobrecito.
Además, aceptó casarse con ella y asumió, con sorprendente entusiasmo, la idea de volver a ser padre. Puso a disposición de su nueva y flamante esposa el mejor tratamiento médico posible (por la edad no dejaba de ser un embarazo de riesgo, aunque luego fue como una seda). La convirtió en heredera de todos sus bienes… etc., etc… Un chollo, vamos.
En cuanto al resto de su familia, las cosas tampoco es que resultaran demasiado traumáticas para Olga. El afecto que antiguamente había sentido por Elías, se había ido diluyendo poco a poco desde que tuvo el accidente y pasó a ser más un objeto que un sujeto en su vida. La dependencia que tenía el cornudo de ella y el tener que ser ella misma la que llevase todo el peso del hogar y la hipoteca fueron minando los restos de cariño que aún quedaban.
Los últimos tiempos, con un hijo cabrón y dominante que se había convertido en el dueño de su cuerpo y el déspota amo y señor del domicilio y con un amante que venía casi todas las noches para usarla a su antojo, como si fuera de su propiedad, habían acabado por hartarla.
Sí, Olga se corría como una bestia, el sexo era cachondo y brutal con ambos, pero era una vida sin futuro y sin sentido. Era un túnel del que tenía que salir y aquel absurdo y sorprendente embarazo se convirtió en el billete de salida.
Olga, tras conseguir el compromiso de matrimonio firme por parte del viejo, se plantó un día en el diminuto piso que compartía con Elías y su hijo, con el coche de Rafa aparcado abajo y llenó un par de bolsas de viaje con sus cosas. Sobre todo ropa y objetos personales. Nada de fotos, fetiches y recuerdos. No quería nada. Sólo romper con el pasado.
Era un día a media mañana. Adrián estaba durmiendo en su habitación, su pocilga, más bien, y no se enteró de nada. Elías, recién levantado, la vio rebuscar en los armarios y preparar las bolsas. Ya casi no hablaban nada más que lo estrictamente necesario. Esta vez, sorprendido por el trajín, le preguntó qué hacía. Olga, sin dejar de preparar los bártulos, le contestó con desgana:
-Pues nada, Elías, que me voy. Me largo. Os quedáis solos.
-¿Eeeeeeh..? –el sonido salió gutural y gimoteante de la garganta de Elías. Olga, no tenía intención de dar demasiadas explicaciones, pero le venció la lástima y completó la información.
-Me voy a casar, Elías, con don Andrés. Así que os dejaré tranquilos que os las apañéis vosotros. Y no pongas esa cara, al menos ahora tienes trabajo y podrás pagar los gastos de la hipoteca y eso… -había obviado la cuestión del salario; que Elías todavía no había cobrado un duro de Sergei. Y nunca lo cobraría…-En cuanto al sinvergüenza de Adrián que se espabile de una puta vez y deje de rascarse los cojones días sí y día también…
No hubo más explicaciones, terminó de llenar las bolsas y dejó a Adrián sobando y al pobre Elías llorando en el salón. Sonrió para sus adentros al pensar en la cara que pondría el cabrón de Sergei cuando llegase esa noche a casa y no estuviera esperándolo. Seguro que al día siguiente despedía al pobre Elías. ¡Alguien tenía que pagar el pato!
Cerró la puerta de un portazo y se despidió de su vida anterior. Un nuevo y brillante futuro le esperaba. O, al menos, esa era la idea.
(Continuará…)