Olga, una madre coraje 2

Olga comienza una relación adúltera con su hijo en el pequeño piso familiar, a espaldas del pobre Elías. Pero las cosas se van complicando

Olga, una madre coraje 2

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A Olga le pasó como a todo el mundo y acostumbrarse a lo bueno no le costó demasiado. Pasar de las pajas a los polvos y las mamadas con su hijo fue relativamente rápido y la excusa del chantaje pasó a ser irrelevante. Estaba adentrándose, a toda velocidad, en un mundo de placer que no había conocido antes.

Así que aquel ritmo de folladas con Adrián, unidas a los polvos con Rafa, descubriendo goces que no había conocido nunca, como el sexo anal o las mamadas (sí, aunque pueda resultar sorprendente, Olga disfrutaba como una niña con una polla en la boca, fuese la de Adrián o la de Rafa; esa sensación de poder proporcionar placer a un macho, le parecía poderosa e intensa...), le hizo recuperar su autoestima y la convirtió en una especie de ninfómana pervertida. Y eso que el sentimiento de culpa la atenazaba constantemente. Sobre todo en aquel minúsculo piso, donde la presencia de Elías, con aquella actitud de cordero degollado, le provocaban sentimientos ambivalente que combinaban, en una especie de cóctel agridulce, el desprecio con la lástima. Una combinación explosiva que no impedía, en ningún caso, seguir poniéndole los cuernos con su propio hijo de un modo tan humillante... A Olga le pasó como a todo el mundo y acostumbrarse a lo bueno no le costó demasiado. Pasar de las pajas a los polvos y las mamadas con su hijo fue relativamente rápido y la excusa del chantaje pasó a ser irrelevante. Estaba adentrándose, a toda velocidad, en un mundo de placer que no había conocido antes.

Que Adrián era un tipo retorcido ya lo hemos visto, pero los niveles de morbosidad que alcanzó en aquellos días resultan difíciles de concebir.

Había conseguido trabajo en un gimnasio especializado en kick boxing y deportes de contacto que llevaba un Sergei, un antiguo compañero de su padre, de unos 30 años, un ucraniano, que había estado en el ejército y controlaba bastante todos los temas relacionados con las artes marciales y demás.

El pobre y humillado Elías, pensó que buscando un trabajo a Adrián, conseguiría reconducirlo y, sobre todo, alejarlo de su madre.

Aunque Elías no era consciente de a qué punto había llegado la situación entre madre e hijo, y de que sus cuernos no eran ya los de un cervatillo sino los de un alce boreal, todavía mantenía la esperanza de que, ocupando el tiempo del joven fuera del pequeño piso, haciendo algo productivo y con un mentor que lo guiase en su nueva vida, llegaría a hacer algo de provecho con el pervertido muchacho. Bueno, las cosas nunca salen como se planean, pero, vamos, que fuesen a ir tan mal, tampoco nadie podría esperarlo.

El caso es que la cosa empezó bien. Durante las dos primeras semanas, Adrián, acudió al trabajo con relativa puntualidad, sólo se durmió un par de veces, y, allí, se dedicó a seguir las instrucciones de Sergei. Éste, ciertamente, se convirtió en un verdadero ídolo para el chico y asumió un rol paterno que Elías no sabía o no podía asumir. En Sergei, Adrián veía todo aquello que él quería ser. Sergei era el colmo de sus aspiraciones. Un tipo, fuerte, alto, muy musculoso (se ponía hasta el culo de anabolizantes y proteínas y tenía el cuerpo hecho una mole), rapado y lleno de tatuajes, chulo y agresivo. Todo aquello que no veía en su padre y sí en las malas compañías que había dejado en su tierra.

Y a Sergei, Adrián le cayó de puta madre, a pesar de que sólo le llevaba doce años, lo tomo bajo su tutela y lo trató como un hermano pequeño o, mejor, como un hijo. Un hijo al que transmitir sus conocimientos y todas sus retorcidas ideas.

Durante aquellos primeros días, Adrián parecía animado y llegaba tarde a casa. Casi dejó de acosar y de meterle mano a su madre. Algo por lo que Olga, que ya estaba acostumbrada a los pollazos del chico, no sabía si agradecer o echar de menos. Aunque, en principio, aquella pausa le sirvió para poner las cosas en perspectiva y ver lo insano de la relación.

También se rebajó la tensión en el piso, que casi se podía cortar con un cuchillo todas aquellas veces en que Adrián, dejando a su padre en el salón después de comer, acudía a la cocina con la excusa de ayudar a fregar los platos para follarse  a su madre allí mismo, de pie. Ésta había dejado de resistirse y se limitaba a gemir lo mínimo posible y, ocasionalmente, a calmar a la fiera con una mamada… El pobre cornudo, mientras tanto, trataba de no creer lo que intuía y permanecía callado y con el volumen de la tele lo suficientemente alto como para no oír nada inconveniente.

Por lo tanto, las visitas a la cocina o cuando, en mitad de la noche,  Adrián acudía a la habitación de sus padres con cualquier ridícula y peregrina excusa, y arrastraba a su madre adormilada (mientras Elías, inmóvil, mantenía los llorosos ojos cerrados) para obligarla a acudir a su cuarto, parecía que habían pasado a mejor vida.

El ambiente familiar empezó a mejorar y el buen humor reinaba en el hogar. Elías continuaba con su papel de amo de casa cojo, su mujer trabajaba todo el día y haciendo sus trabajitos sexuales con Rafa para redondear el sueldo, y Adrián era feliz conn su empleo en el gimnasio y ya empezaba a notársele algo más corpulento, entre el ejercicio y los esteroides…

Al matrimonio le pareció perfecto, entonces, que Adrián invitase a cenar a casa a Sergei, su benefactor, un viernes por la noche para celebrar su nuevo empleo. Así, además, su padre volvería a ver a su viejo compañero de curro al que parecían irle tan bien las cosas.

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Olga pidió permiso a Rafa aquella tarde y, junto a Elías, preparó una cena con platos típicos de su tierra, después de comprar en un colmado de productos del Este. Y, como no, tiraron por una vez la casa por la ventana y compraron una botella del mejor vodka ucraniano para regar la velada. Un día es un día.

Sergei llegó acompañado de Adrián a las ocho y media de la tarde. Vestía una camiseta muy ajustada, que marcaba toda su musculatura y unos pantalones tejanos. Olga, al verlo, se sorprendió, ya que era un tipo bastante intimidante, con aquel aspecto y aquellos tatuajes en sus brazos. Aunque tenía una gran sonrisa había algo en su cara que lo hacía poco de fiar. Y el instinto de Olga no solía engañarla, aunque dejó pasar la advertencia por el entusiasmo pueril de su hijo y la camaradería sumisa de su marido, que contemplaba al tipo con no disimulada admiración. A fin de cuentas, no dejaba de ser uno de los pocos compañeros de su grupo al que las cosas les habían ido francamente bien y había triunfado en la vida.

Pero hubo otro efecto colateral en el cuerpo de Olga ante la vista de Sergei. Un efecto que ella se ocultó a sí misma y  que la avergonzó profundamente. El coño se le humedeció al ver el cuerpo de Sergei. Se puso cachonda sin remedio, igual que cuando se la follaba su jefe, o cuando su hijo la obligaba a chuparle la polla o se la clavaba a lo bestia. Había surgido un extraño deseo de sexo en ella. Era algo irracional y como todas las cosas irracionales, escapaba a su control, así que su solución fue no hacerle caso. Ese era su plan y, evidentemente, esperaba que le funcionase porque la cena iba a ser una celebración familiar y entre amigos. O, al menos esa era la idea…

El caso es que, al margen de la excelente, opulenta y contundente comida hiper-calórica, de la que no quedaron ni las raspas, y que, tanto Sergei como Adrián, devoraron con ganas, el vodka corrió a raudales y la botella especial se quedó corta. Olga no bebió casi nada, pero Sergei, Adrián y, algo menos, Elías, el infeliz cornudo, le dieron fuerte al tema.

A medida que iba fluyendo el alcohol, la cosa se fue desinhibiendo. Adrián empezó a bromear con lo buena que estaba su madre y Sergei entró al trapo, confirmando la aseveración ante Olga que, roja como un tomate de la vergüenza, no podía evitar sentir una pequeña punzada de orgullo al oír a su hijo alabando sus tetas sin tapujos y el hermoso culazo que se gastaba. Incluso, cuando ya iba un pelín alumbrado por el vodka, Adrián cometió alguna leve indiscreción al alabar los labios de mamadora de su progenitora. Elías asistió atónito a las palabras de su hijo, pero las atribuyó a la bebida y se limitó a agachar la cabeza avergonzado mirando el plato y murmurando de vez en cuando “ Vamos, vamos, Adrián, no digas esas cosas… por favor… ”. El hijo, o no lo oyó o fingió no haberlo oído, porque hizo caso omiso y continuó con su perorata que iba derivando a asuntos cada vez más escabrosos y evidentes, ante los que su madre se unió a las súplicas de su marido y le pidió al chico que cerrase la boca. No obstante, no fue hasta que Sergei le dijo un tajante “¡Calla ya, Adrián…! ” que éste cerro el pico al instante. Estaba claro quién era el que cortaba el bacalao…

Olga, aprovechando la vía de escape del silencio, empezó a retirar los platos de la mesa e, inevitablemente, tuvo que colocarse junto a Sergei, para retirar sus cubiertos. Así que éste, ni corto, ni perezoso, aprovechó la coyuntura para pasar su poderosa manaza por su muslo y subirla directamente hasta su hermoso y bamboleante culazo. No fue una maniobra descaradísima pero se dio cuenta todo el mundo, tanto Adrián, que sonreía disfrutando con la situación, como Elías, que no sabía dónde meterse y se limitó a hacerse el tonto. En cuanto a Olga, se quedó obviamente paralizada e intento zafarse de la presión de la zarpa de Sergei. Éste le apretó con fuerza el pandero, estirando la tira del tanga y empezó a explorar con sus gruesos dedos entre el ojete y la parte trasera del coño. En ese momento, Olga desistió y soltó los platos sobre la mesa, tremendamente excitada. El ruido sacó a todos se su ensoñación, paralizando la incursión de Sergeui. La mujer aprovechó para volver a coger los platos y partir para la cocina. Adrián, que veía lo que se avecinaba no pudo evitar soltar una risita.

-¿Otra copa, Elías? –preguntó Sergei sonriente

-Sí… sí… -titubeó Elías a la hora de responder. Cogió la botella y sirvió el último culín en el vaso de Sergei.

-¡Joder, si ya no queda! –dijo Adrián.

-Es verdad –añadió, Sergei mirando a Elías-. Oye, ¿por qué no vas a comprar un par de botellas más de éstas…?

-¿Un… un par más…?

-Sí, sí, hombre… Yo te doy el dinero. Pero trae vodka bueno de esta misma marca. No vayas a traer un Smirnoff asqueroso u otras mierdas… -mientras hablaba, Sergei no le quitaba la vista de encima a Olga, que continuaba recogiendo los trastos del salón y era bien consciente de lo que quería decir esa mirada. Y, si quería ser honesta consigo misma, andaba loca por que el deseo que se deducía de la misma se concretase… ¡Que retorcidas son las cosas!

-Es que… Es que en el súper de aquí al lado sólo hay vodka finlandés y ruso. No tienen del vuestro… -Elías se resistía ante lo inevitable. También veía por dónde iban los tiros.

-Pues vete a la tienda del centro, papá, no cierran hasta las doce y son las diez y media. En una hora llegas… -terció Adrián, que estaba disfrutando con la situación y empezaba a ver lo que se avecinaba.

-Ya, ya… Voy, voy… -Elías tiró finalmente la toalla y se levantó. Sergei, satisfecho, le metió en el bolsillo de la camisa dos billetes de cincuenta euros. ¡Bastante barato por follarse a la jamona de Olga!

-¡Tranquilo, Elías, que será un momento! Ah, y no corras, no vale la pena, te vamos a esperar igual…

8

Dos horas después, Elías abría con cuidado la puerta del piso. No había tenido mucha suerte con el tráfico y, a la vuelta, no había manera de encontrar aparcamiento. Finalmente tuvo que dejar el coche en un puesto de carga y descarga. Antes de las nueve de la mañana tendría que bajar a retirar el vehículo. Al menos había conseguido el vodka. Dos botellas.

No hizo mucho ruido al entrar, más que nada porque la puerta chirriaba mucho y la vecina de al lado era una chinchosa de mierda y siempre se quejaba por todo. Para su sorpresa, en el salón y la cocina no había nadie aunque las luces estaban encendidas. La más negra de las sospechas le acechó al instante. Cojeando, deposito las botellas en la mesa del comedor, y, mientras miraba a la puerta del dormitorio de matrimonio, que era la única que permanecía cerrada, empezó a oír unos ruidos sordos, algo guturales, que parecían venir del interior. No quiso creer lo que estaba oyendo, pero la realidad era tozuda y se mostró cruelmente en el momento en que se abrió la puerta de la habitación.

La imagen, iluminada por la luz de la mesita de noche, fue fugaz, apenas unos segundos, pero dejó un impacto indeleble en Elías. Fue Adrián el que salió de la habitación y se encontró de frente con su padre. El chico estaba completamente desnudo, su cuerpo delgado y fibroso estaba sudado, como  después de hacer un gran esfuerzo, lucía una polla pringosa y semierecta de un tamaño más que respetable, algo que sorprendió a Elías, que tenía una pilila bastante discreta. Para completar la descripción diremos que lucía una sonrisa de oreja a oreja. Una sonrisa satisfecha.

Elías se quedó atónito, pero más aún cuando contempló la escena que se desarrollaba en la cama de matrimonio, bajo el icono religioso que, colgado de la pared, presidía la habitación. Olga, su mujer, estaba de espaldas, a cuatro patas y con el culo completamente empinado. Se podía apreciar perfectamente su vulva depilada desde detrás, algo que llamó la atención a Elías, que hacía años que no veía a su mujer desnuda e ignoraba que ella se rasurase el coño. También había una panorámica de su ojete, bastante enrojecido y dilatado del que emanaban fluidos que bajaban hasta el coño y goteaban sobre la colcha. Era la señal evidente de que le acababan de petar el culo. La mujer estaba con la cabeza agachada entre las poderosas piernas de Serguei, que reposaba apoyando la espalda en el cabezal de la cama, luciendo sus pectorales tatuados, con la cabeza inclinada hacia detrás, jadeaba con los dientes apretados  forzando la rubia cabeza de Olga que subía y bajaba comiéndole la polla al agresivo macho.

Ninguno de los dos se percató de su presencia, sólo su hijo que, por cortesía o porque no quería que la pareja pillase frío cerró la puerta con el pie al tiempo que saludaba jovialmente a su pobre padre:

-¡Hombre, qué bien, al fin llega el vodka! ¡Ya era hora, joder! Sí que has tardado…

-Eh… es que… es que había mucho trá… tráfico… -balbuceó un sorprendido Elías que agachó servilmente la mirada mientras alargaba una botella a su hijo.

-Deja, deja… Ponla en la mesa, luego la cojo. Voy a mear. –respondió Adrián, enfilando el camino al lavabo.

Elías, seguía paralizado en el centro de la habitación cuando volvió su hijo, con la bamboleante polla, meneándose rítmicamente a medida que avanzaba. No se atrevía a mirarle directamente. Pero, justo antes de que volviese a entrar en la habitación con la botella, le preguntó con miedo y timidez:

-¿Qué… qué… estáis haciendo, Adrián…? ¿Qué hace tú madre…?

-¿Eh? –Adrián se paró pensativo unos segundos para meditar la respuesta. Valoró hablar con claridad y contarle al cornudo que su mujer era una puta guarra chupa pollas y que era eso exactamente lo que estaba haciendo. Pero prefirió dejar que el pobre Elías sacase sus propias conclusiones y se limitó responder juguetón.- ¡Ah, nada, Sergei le quería enseñar a mamá unas posturas de yoga de las clases que hacemos en el gimnasio! Está muy bien para ganar flexibilidad y eso… A mamá parece que se le da bien. Lo único es que hace un calor infernal en la habitación y nos hemos tenido que quitar la ropa…

-Ya… ya… Voy, voy a sentarme…

-Sí, sí, mejor ponte a ver la tele. Todavía nos queda un rato...

Efectivamente ”, pensó Adrián, mientras entraba en la habitación con la botella en la mano, “falta el cambio de tercio. Ahora le toca a Serguei reventarle el ojete a la guarra y que a mí, me coma la polla…

Adrián entró triunfal en la habitación enarbolando la botella de vodka como un trofeo lo que despertó a Sergei de su concentración. Sujetando la cabeza de Olga con una mano para que no aflojase el rítmico y baboso balanceo de la mamada, emitió un rugido alzando la otra mano hacia la botella:

-¡Bien, Adrián, bien, pásamela…! Que la puta de tu madre me está dejando seco y tengo que reponer fuerzas, ja, ja, ja…

Olga escuchaba impotente los comentarios y procuraba concentrarse en obtener la corrida del macho. Estaba empezando a cansarse y lo único que la aliviaba, ahora que su hijo ya se había corrido en su ojete, aunque éste todavía palpitaba de las embestidas del chico, era el suave masaje de clítoris que se estaba dando con la manita que tenía libre. La postura era incomodísima, pero ese placer le servía para sobrellevar una mamada que se le estaba haciendo muy, muy larga… ¡Menudo aguante tenía el puto Sergei! Y encima con aquella polla considerablemente ancha… Estaba deseando que empezase la siguiente ronda en la que se iban a intercambiar los papeles. Podría chupar la polla mucho más asequible de su hijo y recibiría una buena ración de sexo anal con la tranca extra gruesa de Sergei. Le apetecía poner a prueba la anchura y elasticidad de su culo. Era un reto que pensaba superar con nota. Vaya, menudos pensamientos, a ver si al final aquel par de cabrones iba a tener razón… ¡Empezaba a pensar como una guarra! Bueno… Tampoco era tan terrible.

Fue tomar el primer trago de vodka, directamente de la botella, cuando le llegaron los espasmos de la corrida al bueno de Sergei. Soltó la botella sobre la mesita y gruñó con fuerza al tiempo que presionaba a fondo la cabeza de la puta, hasta que los huevos le rebotaban en la barbilla. Olga aguantó, boqueando como pudo, soltando lágrimas y babas como una posesa, mientras notaba los chorros de leche estrellarse contra su laringe. Al mismo tiempo, Adrián, su hijo, sentado frente a la cama, observaba sonriendo la escena, tomando breves traguitos de alcohol, notando como su polla se ponía más y más dura. No veía el momento de sustituir a Sergei y ordenar a su madre que se tragase su anhelante polla.

Al final, tras más de un minuto de corrida y post corrida, Sergei aflojó y, cogiendo a la cerda de los pelos, la separó del rabo. La boca soltó su presa dejando un gran reguero de fluidos, mezcla de babas y semen, que se esparcieron por la todavía rígida tranca del hombre. Sergei colocó la temblorosa y sudada cara de la guarra frente a la suya. La mujer, jadeante, tenía dos gruesos lagrimones surcando su cara, bajo los ojos. Fruto del esfuerzo, el sudor corría por su cara. Su mojado pelo estaba pegado a la frente. Intentó sostener con sus ojos vidriosos la mirada del macho y esbozó una sonrisa parecida a una ridícula mueca. Aunque era una sonrisa sincera y feliz. Estaba orgullosa de su trabajo y quería que Sergei lo supiese. Este, que todavía le sujetaba la cabeza, la meneó como si fuese un pelele y con una risita malévola, le escupió un par de veces, diciendo:

-¡Muy bien, puta, muy bien…! Has hecho un trabajo excelente… Está claro que Adrián tenía razón cuando me habló de ti.

Adrián sonrió orgulloso desde su asiento ante las palabras de reconocimiento de su admirado mentor.

Así comenzó aquel mes infernal para Olga.

Bueno, aclaremos una cosa: lo de “ infernal ” será mejor ponerlo entre comillas, la buena de Olga acabó cogiéndole el gusto a aquel ritmo que se le vino encima.

(Continuará…)