Olga, una madre coraje 1
Olga y Elías una pareja de emigrantes rumanos que trata de abrirse camino en España ve como su mundo se tambalea tras un accidente de Elías y la pérdida de su empleo. Para complicar las cosas su hijo, recién cumplidos los 18 años, acaba de llegar al pequeño piso familiar.
Olga, una madre coraje 1
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Olga de 42 años e Ilia, al que todos llamaban Elías, de 55, habían salido de Rumanía hacía diez años en busca de una vida mejor. Un clásico. Habían dejado atrás a Adrián, su hijo que acababa de cumplir los ocho años a cargo de una de sus abuelas, la madre de Elías.
Inicialmente las cosas les fueron como una seda. Elías, albañil, consiguió trabajo en la construcción y Olga se dedicaba al servicio doméstico en una casa de la zona alta de la ciudad. Era la casa de un matrimonio mayor, formado por el Dr. Andrés Robles, de 70 años, y la señora de la casa, Doña Marisa, una mujer algo más joven que su esposo, pero con una salud muy delicada y que murió poco después de empezar a trabajar Olga en la casa. El matrimonio sólo tenía un hijo, el señorito Rafael, de 28 años, un economista de éxito que ya no vivía con ellos.
El esfuerzo de la pareja de inmigrantes tuvo sus frutos y pudieron dar la entrada a un pequeño apartamento en un barrio obrero de las afueras. No era ninguna maravilla, dos habitaciones, un baño, un salón, la cocina y un pequeño balcón. Apenas 50 metros cuadrados, pero un lujazo, comparado con lo que habían dejado atrás en su deprimido país.
Pero todo se torció cuando Elías tuvo un accidente laboral que lo dejó cojo de una pierna y le imposibilitó la búsqueda de un nuevo empleo. El hombre tenía la sería limitación de no saber hacer nada diferente a la albañilería y acabó estancado en casa. Para agravar más las cosas, la empresa acusó falsamente al trabajador de negligencia y de no respetar las normas de prevención de riesgos laborales, con la intención de ahorrarse la indemnización. Así que Elías acabó mutilado, con un despido improcedente y sin indemnización. Su única tabla de salvación fue la prestación por desempleo, pero sólo pudo cobrar tres meses ya que la empresa no había estado cotizando por él durante varios años. En resumen, una situación catastrófica con la espada de Damocles de la hipoteca del piso colgando amenazante sobre las cabezas de la pareja.
Olga, por su parte, se vio obligada a duplicar el empleo. Podríamos decir que tuvo suerte, ya que, además de la casa en la que trabajaba por las mañanas, y gracias a la ayuda del señor Andrés, ya viudo por estas fechas, encontró empleo por las tardes, limpiando también, en el piso de Rafael, su hijo, un enorme apartamento que estaba también en la zona alta de la ciudad y en el que el chico apuraba sus últimas días de soltero. Esperaba casarse en unos meses.
A pesar de estar a punto de casarse, Rafael no tenía nada que ver con su padre, ni en cuanto a carácter, ni en lo referente a moralidad. El chico siempre había sido un poco crápula. Un putero y un amante del sexo. Le gustaban las tías, vamos. El caso es que, en cuanto le echó el ojo encima a Olga, la puso en el punto de mira y empezó a insinuarse abiertamente a ella. Con el tiempo había aprendido que era mejor ser claro y directo, antes que andarse con insinuaciones y subterfugios que, al final, sólo llevaban a líos y malentendidos. Olga, que se quedó con los ojos como platos ante la oferta de Rafa, la rechazó inicialmente. El chico, caballerosamente, aceptó la negativa y no insistió. Conocía la situación económica de la mujer y sabía que sólo era cuestión de esperar a que cayese como fruta madura y que, para ello, la mejor táctica era seguir siendo amable y correcto. Sencillamente, sentarse a esperar.
Y, efectivamente, pocas semanas después, las facturas empezaron a acumularse en el domicilio de Olga y Elías y la presión se hizo insostenible para la mujer. Cabizbaja, se vio obligada a pactar con Rafa un extra de servicios. El acuerdo fue rápido. Rafa se la follaría tres veces por semana, cuando acudiese a limpiar, a razón de cien euros por polvo. Ni Rafa, ni Olga hablaron de los detalles de la naturaleza de los polvos que iban a echar, aunque, teniendo en cuenta la visión tan distinta del sexo que tenían ambos, deberían haberlo hablado antes. Olga era conservadora y mojigata, tan solo había follado con Elías y de un modo bastante tradicional. A Rafa, por el contrario, le gustaba todo, entendiendo por todo los extras que excedían del sexo convencional: las mamadas, petarle el ojete a las guarrillas que se follaba (no a su novia, ésta ignoraba la verdadera naturaleza del tipo con el que iba casarse), el sexo cañero y demás…
Rafa sabía que Olga no iba a aceptar, de entrada, ese tipo de trato, así que se limitó a comenzar por el sexo más tradicional y, con el tiempo, estaba convencido de que la iba a llevar a su terreno. Como, en efecto, así fue.
Olga, saturada de trabajo, no aparecía por su pequeño apartamento en todo el día. Pero, al menos, el sacrificio de la mujer sirvió para ir sufragando los gastos de la casa y evitar el temible desahucio, amén de enviar algo de dinero a la abuela en Rumanía para ayudar a la manutención de Adrián.
Cuando parecía que la pareja se empezaba a mantener a flote, con Elías haciendo a duras penas las tareas de la casa, a pesar de su cojera, y Olga trabajando (y follando…) como una fiera para sacar adelante a la familia, un nuevo golpe se abatió sobre ellos. Recibieron noticias de Rumanía sobre Adrián, que ya había cumplido los 18 años. Al parecer, la abuela era incapaz de controlarlo y el chico era bastante asiduo a las malas compañías. A base de meterse en líos la cosa se le fue las manos y la policía lo pescó en una redada contra el menudeo de droga. Después de un juicio rápido, el joven ingresó seis meses en un correccional. La abuela les llamó y les dijo que no podía con él. Que lo mejor era que se fuese con ellos. Los padres, asustados con la situación, aceptaron los hechos y decidieron que el muchacho viajase a España. Quizá aquí consiguieran reconducirlo. A pesar de que no era el mejor momento para cargar con una boca más.
2
Desde luego, aquel joven de dieciocho años que fueron a recoger al aeropuerto nada tenía que ver con el debilucho niño de diez años que habían dejado en Rumanía diez años antes.
Alto, fibroso, fuerte y con el pelo rubio muy corto, llamaba la atención por su aspecto exótico y sorprendió a sus padres. No era lo mismo verlo en persona que en las imprecisas fotos de móvil que les iba mandando la abuela.
Estaba serio y confundido. Seguramente por el cambio de aires y el idioma, pero no pudo esconder un gesto de alivio y satisfacción cuando vio aparecer a sus padres que le esperaban a la salida de la terminal.
Se fijó en ambos, con aquel aire ansioso y preocupado, tan distintos al resto de la gente que poblaba la sala de espera. Reconoció enseguida a su padre, y lo encontró avejentado, con aquella cojera que dificultaba tanto sus movimientos. Pero, sobre todo, le llamó la atención su madre que no había cambiado tanto, pero a la que ahora veía con nuevos ojos. Ya no eran los ojos de un niño, ni tan siquiera los de un confuso adolescente. Sino los de un hombre que, a pesar de sus dieciocho años, tenía madera de depredador sexual. Un tipo que observaba a las mujeres catalogándolas siempre en función del nivel de dureza que notaba en su polla al verlas. Y en esta ocasión, el rabo se le puso muy, muy tieso al ver a su progenitora con aquellos ajustados leggins negros que marcaban su culazo y la raja del coño y una holgada camiseta bajo la que se intuían unos melones considerables. La cara rubita e inocente no podía esconder esos gruesos labios de chupapollas que tanto placer prometían…
Todas esas perversiones pasaron fugazmente por sus pensamientos mientras abrazaba a su madre cariñosamente, tras dar un breve abrazo a su padre para quitarlo de en medio. Se arrimó bien al cuerpo de su progenitora para notar sus blanditas tetas y amasó con fuerza su espalda, haciendo el tonto con las zarpas, hasta palmear su culo, que se balanceó como un flan ante tan atrevida audacia. Adrián, que le sacaba un palmo a su madre, ya medía uno ochenta y tantos y ella no pasaba del uno sesenta, aprovechó para besuquearla a fondo, bordeando los labios, y embriagarse de su aroma a hembra, oliendo su cuello y su sedoso cabello. Todo sin dejar de apretar su dura polla en la barriga de su madre. Ésta, inicialmente, abrumada por el encuentro y sorprendida por el cariño del chico, se dejó hacer sin darse cuenta realmente de qué es lo que estaba pasando… Sólo cuando el muchacho palmeó su culo, se desató una cierta alarma en su mente e intentó separarse del chico, sin poder evitar que su mirada bajase hacia el enorme bulto que se le marcaba en el pantalón. Aunque, cómo no, se hizo la tonta y lo atribuyó a cosas de adolescentes. No le dio importancia, aunque ahora sabemos que tendría que haberlo hecho, visto lo que pasó después.
Al lado de ellos, su padre, apoyado en su muleta, observaba el encuentro como convidado de piedra, sin darse ninguna cuenta de la verdadera naturaleza de lo que acababa de suceder.
A partir de aquel momento la vida del matrimonio cambió.
3
Adrián no tenía la más mínima intención de dar un palo al agua. Venía a columpiarse y a pegarse la gran vida. Y ahora, tras haber visto a su madre (y no precisamente como un hijo mira a su madre), un tercer objetivo se había añadido a la lista: seducirla. Bueno, seducirla sería la forma suave de definir sus intenciones. Lo que pasaba por su mente era lo que vendría después de la seducción. La imagen era nítida. Aquella jaca madura en pelota picada y su gruesa tranca taladrando todos sus orificios. ¡Vamos, el colmo del romanticismo!
Así que, los primeros días, mientras se iba adaptando a su nueva vida, se dedicó a pasar ampliamente de su padre, del cojo , tal y como le gustaba llamarlo, sin ocultar su desprecio, y de hacerse el encontradizo y empalagoso con su madre, a la que perseguía a la mínima oportunidad por todo el apartamento en cuanto llegaba a casa de trabajar por las tardes. Le metía mano, primero disimuladamente, y luego en plan más descarado, camuflando torpemente sus babosos besuqueos y sus abrazos, frotando el rabo contra su cuerpo o sobándole el culo o las tetas, como si de inocentes muestras de cariño se tratase.
Ni que decir tiene que la cosa no coló y que Olga, aunque no era un lince con los hombres, algo del género masculino sabía, y se dio cuenta, ipso facto , de que aquel joven tenía unas intenciones un tanto retorcidas. Y más, cuando empezó a descubrir en el cubo de la ropa sucia, sus bragas usadas pringosas y arrugadas. Señal inequívoca de que Adrián las usaba para pajearse.
Pero, así y todo, no se atrevía a decir nada. Se sentía culpable por haber abandonado al niño cuando era tan pequeño, aunque fuese para buscar un futuro mejor también para él. No podía evitar sentirse responsable del camino descarriado que había seguido el muchacho. Aunque, por otra parte, confiaba en que todo fuera algo pasajero. Que en cuanto se adaptarse a la ciudad e hiciese amigos, e incluso tal vez encontrase una chica, dejaría de comportarse así. De hecho, el joven se había apuntado un gimnasio. Seguro que allí se relacionaba más y se distraía...
4
Ahora Olga, que seguía siendo el único sustento de la familia, la única que llevaba dinero al hogar, tenía muchos frentes abiertos.
Con una nueva boca que alimentar, necesitaba más dinero y no se le ocurría como conseguirlo. Se devanó los sesos y, finalmente, optó por pedirle a Rafa, el hijo de don Andrés, que le pagase algo más. A fin de cuentas, ya que se la estaba follando tres veces por semana, y estaba forrado, lo menos que podía hacer era pagarle un poquito más. Para él no representaba nada, para ella era vital.
Cuando Olga acudió al chico con su solicitud, como mucho, esperaba que le pidiese un día más de servicio. Total, tampoco era para tanto. Polvo más, polvo menos... Y, aunque no quería reconocerlo ante nadie, en el fondo disfrutaba de las sesiones con el chico. Después de tantos años sin sexo en condiciones (y con nada de nada, desde el accidente de Elías), estaba volviendo a sentirse mujer. De hecho, aunque era algo que tampoco se quería reconocer a sí misma, disfrutaba bastante más que cuando follaba con su esposo. El chaval era más resistente, morboso e imaginativo. Aunque a veces la trataba como una puta, pero, bueno, es lo que era ¿no?
Pero Olga se llevó una buena sorpresa con la respuesta de Rafa. Sí, éste aceptó pagarle más. Bastante más de lo que pedía, pero a cambio no pidió una sesión extra a la semana. Le pidió el culo. Olga se quedó petrificada. Aunque desde siempre, Rafa andaba detrás de reventarle el ojete, ella nunca aceptó ni que le acercase el dedo al ojal.
Está claro que el chico supo esperar su momento y ahora, ese momento había llegado: él tenía algo que ella necesitaba (la pasta) y ella lo que él quería (un culazo virgen y maduro). Por mucho que le pesase a Olga la transacción era inevitable y, además, corría prisa porque las facturas empezaron a amontonarse de nuevo... y la oferta era buena, prácticamente le doblaba los ingresos. Total, por dejarse taladrar el ojete.
Así que Olga, siempre calculadora, decidió aceptar. Más que nada por el bien de su familia. Y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, le pidió a Rafa si no le importaba, a partir de ahora, correrse en el culo, en lugar de en el coño. Por aquello de evitar accidentes. A pesar de la píldora, Olga no tenía todas consigo de que no fallase algo y engendrase, ¡a sus cuarenta y dos años!, un hermanito para el salido de Adrián. Rafa, tan caballeroso como de costumbre, aceptó gustoso la condición. En el fondo, lo que más le gustaba era lecharle bien la jeta a la puerca, correrse en su garganta y lo de inundarle el culo de lefa… Pues, sí, le ponía bastante. Así que, ¡trato hecho!
Para facilitar el asunto, el bueno de Rafa, que siempre estaba en todo, le regaló a Olga un juego de plugs de diferentes tamaños para que fuese acostumbrando el culo a la presencia de visitantes. Le recomendó usar un par de días cada uno, del más pequeño al mayor, hasta que, de aquí a un par de semanas, estuviera preparada para encajar al “ Pequeño Rafa ” que le colgaba entre las piernas sin demasiados problemas.
-Procura tenerlos un buen rato puestos –le dijo el chico-. Puedes hacer casi vida normal. Camina, haz las cosas de la casa y sólo quítatelos para lavarte o cuando vayas a cagar. Ya verás cómo te acaba gustando…
-No sé yo… -respondió una escéptica Olga que, aun así, recogió el paquete y lo guardó en el bolso antes de salir para casa, donde la esperaban el cojo y su salido retoño.
Olga siguió las instrucciones de Rafa y fue probando los plugs. Le costó bastante acostumbrarse a llevarlos y, siguiendo las instrucciones recibidas, los iba cambiando cada dos días por el de mayor tamaño. Al final, le acabó tomando el gusto al asunto y llegó a sentirse cachonda, pajeándose un par de veces con el culo bien relleno.
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El problema vino el fin de semana. Usaba ya un plug de un tamaño respetable, pero tenía que ir al baño por una urgencia y, obviamente, se lo quitó y lo dejó en el lavabo. Desgraciadamente, después de hacer sus cosas, se despistó y lo dejó allí, con tan mala fortuna que, cinco minutos después entró Adrián. Como siempre, iba a rebuscar en el cubo de la ropa sucia para ver si encontraba algunas bragas usadas de su madre para pajearse, pero esta vez tocó el cielo con los dedos al ver el dildo, todavía calentito, en la repisa del lavabo.
Se quedó atónito y enseguida se dio cuenta de qué era aquel trozo de plástico negro que recordaba lejanamente a un chupete. En lo que a pornografía respecta, Rumania no tenía nada que envidiar a su nuevo país.
El chico lo cogió delicadamente y, en primer lugar se lo acercó a la nariz, para saber si estaba usado. El olor inconfundible a culo de hembra le indicó que no sólo estaba usado, sino que su uso era realmente muy reciente. El rabo reaccionó como un resorte y se sentó en la taza del WC, se bajó los pantalones y esnifando el plug como si fuese pegamento empezó a pajearse furiosamente. De vez en cuando pegaba un pequeño lametón al objeto y notaba un sabor intenso y salado que le ponía la polla aún más tensa. Finalmente, se corrió como una bestia y dejó perdido el pequeño lavabo de leche. Leche que no se preocupó lo más mínimo de limpiar. Ya lo limpiaría la zorra de su madre si quería.
Se guardó el plug en el bolsillo y salió tranquilamente al pasillo. Al pasar por la cocina vio cómo su madre, nerviosa, recorría el camino inverso para entrar al lavabo. Estaba claro que iba a buscar algo. En un minuto, lo que tardó en inspeccionar a fondo el pequeño cubículo y descubrir que lo que buscaba no estaba y lo que si estaba era una explosión de leche que había dejado todo perdido, volvió al pasillo asustada y se encontró a un sonriente Adrián que la miraba con sorna y le dijo:
-¿Qué mamá? ¿Buscas algo…?
Ella, pillada en falta, se quedó un momento callada. Pero estaba claro que tenía reflejos a la hora de improvisar y enseguida empezó con una peregrina excusa que no hacía sino aumentar la sonrisa del cabrón de su hijo:
-No… bueno, sí… -empezó a justificarse-. Es que… es que me he dejado una cosa… Una cosa que me mandó el médico… Una cosa íntima… Es para el… ¡Es que me da vergüenza…!
-¿Qué cosa…? ¿Para qué…? –Adrián tiraba carrete, el pez ya había picado.
-Bueeeeno… Es para el estreñimiento… Para dilatar el esfínter y eso… Tiene forma… Como de… Como un chupete grande o algo así…
-¿Cómo esto? – preguntó un risueño Adrián, enseñándole su trofeo.
-Sí, sí… eso es…-Olga adelantó la mano para cogerlo, pero Adrián levantó el brazo alejándolo de su alcance.
-¡Ja, ja, ja…! –se cachondeó su hijo, antes de adoptar un tono bastante más duro-. Pero, a ver, ¿tú me tomas por gilipollas? ¿Qué te crees, que soy tonto o qué?
Olga, cada vez más nerviosa, empezó a sudar y a ponerse histérica. Eso sí, sin alzar la voz demasiado para que su marido, que estaba viendo la tele en el salón, no se alarmase.
-¡Dámelo, por favor Adrián, dámelo…! ¡Dame eso… ya…!
Adrián seguía jugueteando con el plug, aprovechando su altura y disfrutando de la situación. Estaba humillando a su madre y lo estaba disfrutando. En un momento dado, incluso se lo acercó a la nariz y, tras esnifarlo profundamente, le dijo:
-¡Jooooder, es embriagador! ¡Menudo olorcillo a puta…!
Olga, superada por las circunstancias, dejó la lucha y parecía a punto de romper a llorar.
-¡Por favor…! –volvió a repetir, pero esta vez bajando el tono, suplicante.
Adrián decidió mostrar sus cartas.
-Está bien, te lo daré, pero antes me tendrás que dar algo a cambio… Mejor dicho, hacer algo.
Olga, que se empezaba a temer lo peor, casi se quedó aliviada cuando su hijo se limitó a decir:
-Por hoy me conformo con un buen pajote. A ver… Si me lo haces bien, te lo devuelvo…
Olga se planteó discutir o protestar o apelar a la piedad de su hijo, pero tras unos segundos poniendo la mirada lastimera del gato de Shreck para ver si el cabrón de su hijo se ablandaba, se dio cuenta de que no iba a conseguir nada. Sobre todo cuando se fijó en el bulto de su bragueta y en cómo se lo acariciaba mirándola como un cerdo mientras olfateaba el plug. Así que decidió hacer de tripas corazón y ceder a las pretensiones de su hijo.
La planteó las típicas condiciones en plan “ sólo por esta vez ”, “ no creas que esto representa nada ”, “ a partir de ahora, se acabó ” y, sobre todo, “ que no se entere tu padre… ”
Adrián tiró de oficio, como buen manipulador que era, y le dio la razón en todo, consiguió atraerla a su habitación y, tras recostarse en la cabecera de la cama, se bajó los pantalones y los calzoncillos de un tirón, exhibiendo su gruesa polla, tiesa como un mástil, y le indicó a su madre, que todavía permanecía parada en el umbral de la puerta abierta, que se acercase. Ella hizo un amago de cerrar la puerta.
-No, no… déjala abierta. Así oímos si sale el cojo del comedor. Y es menos sospechoso… ¡je, je, je…!
Olga obedeció y, cabizbaja, se dirigió a la cama para acomodarse junto a él. Procuró no mirarlo mientras agarró la polla con su manita y empezó a menearla. Le pareció un tubo de goma grueso y caliente. Nunca había tocado una polla igual. La de su marido no tenía punto de comparación y, además, casi no se la había tocado desde novios. Ya viviendo juntos como pareja, los polvos eran rápidos, convencionales y frugales. Por supuesto con orgasmos sólo en un lado de la pareja, el de Elías. Y con Rafa, con el que había vuelto (mejor sería decir, comenzado) a disfrutar del sexo, ya estaba acostumbrada a sobarle el miembro, pero no era tan grande como el de su hijo. Y eso le llamó la atención.
Procuró hacer una paja bien profesional y distante, sin mirar a la cara de su hijo, que seguía con una sonrisa de oreja a oreja, y dando ritmo para acabar cuanto antes.
Adrián, tremendamente excitado, la dejó hacer, aunque, para redondear la faena, empezó a arrimarse, para notar las tetas de la jamona sobre su pecho y bajó la mano por la espalda de la cachonda hasta aproximarse al culo. Introdujo la zarpa por la cintura de los ajustados leggins y empezó a manosearle el pandero por debajo de las bragas.
Olga se removió nerviosa sin dejar de machacar la polla de su hijo y puso cara de pocos amigos, intentando zafarse del sobe del muchacho. Éste, pasó de ella y, aprovechando su envergadura, empezó a apretarle con fuerza las nalgas e inició una incursión con sus dedos por la raja del culo, buscando el ojete en el que, un rato antes, debía haber alojado aquel plug que le permitió iniciar la extorsión.
Olga estalló, finalmente y con los ojos chispeando de rabia, miró a su hijo y le gritó:
-¡Joder, Adrián, para ya, por favor…! ¿No te parece que te estás pasando? ¡Soy tu madre!
Había dejado de pajearlo y parecía dispuesta a plantarle cara. Bastó la fría mirada de su hijo y la forma en que, mientras le introducía el índice en aquel ojete, bastante húmedo, todo hay que decirlo, le dijo:
-Mira, pedazo de guarra, sigue con la paja inmediatamente o le cuento al puto cojo pichafloja que tienes por marido lo que estás haciendo… ¿Te ha quedado claro?
Olga se quedó helada, al notar el pinchazo en el culo, que, en el fondo, no le desagradó tanto, mientras oía las firmes palabras de su hijo. Entendió enseguida que estaba en sus manos.
Suavemente primero, y enrabietada después, prosiguió con furia la masturbación, concentrándose en menear con vigor la venosa polla de Adrián mientras éste le penetraba el culo con un dedo y el coño con otro. Las ventajas de tener una mano tan grande.
Pronto, Olga no pudo evitar excitarse. Su coño se empezó a mojar, facilitando la penetración de los dedos de su hijo que, consciente de ello, empezó a sonreír cínicamente y no dudó en hacérselo saber:
-¡Vaya, putilla, parece que te empieza a molar este rollo…!
Olga, roja como un tomate, no contestó y apretó con fuerza los depilados huevos de Adrian con la mano que tenía libre, al tiempo que redoblaba sus meneos, pensando que, apretando sus cojones, iba a molestar al chico. Sucedió todo lo contrario, su hijo jadeó con fuerza y musitó:
-¡Bien, puta, bien…! Estoy a punto… ¡Joder, que bueno…!
Olga, oyendo aquello, se mojó aún más y Adrián redobló sus esfuerzos, metiendo el índice hasta el fondo en el coño y el pulgar en el ojete. Sorprendentemente, se corrió Olga antes que él y no pudo evitar gemir como una cerda, lo que alegró sobremanera a Adrián. Había logrado su objetivo.
Después llegó una apoteosis de perdigones de leche que se esparcieron por todo el pecho del chico, la mano de la madre, llegando hasta la almohada del cornudo. Un espectáculo de esperma, extraído a base de los meneos espasmódicos de Olga que, tras haberse corrido, tan solo quería terminar con lo que ella estaba viviendo como una humillación y había acelerado violentamente el ritmo de la paja.
En cuanto Adrián eyaculó, se quedó jadeando, recuperándose recostado en la cama. Olga salió corriendo de la habitación camino del baño. Seguramente quería cambiarse las empapadas braguitas.
Adrián, tras recuperar el resuello, se limpió los restos de esperma del pecho y la pringosa polla con la funda de la almohada de su padre. Después, la volvió a colocar cuidadosamente en su sitio. Bien húmeda. Quería el pobre viejo durmiese con el aroma a esperma de un verdadero macho. Retorcido que era el chico.
(Continuará…)