Olga, una chica diferente

Un cliente de un gimnasio tiene una aventura singular con la monitora de yoga.

En ocasiones los momentos memorables se presentan de la forma más caprichosa y espontánea. Hoy le pondré palabras a una de las peripecias más singulares, por inesperada e irrepetible, con que me regaló el destino. Había cumplido ya entonces los cuarenta años y mi vida transcurría por un momento plácido, lleno de plenitud en todas las facetas. Al triunfo profesional con mi acceso a una cátedra de universidad se unió el poder disfrutar de una familia unida. Todo ello hacía que mi vida transcurriese en medio de armonía y equilibrio. Llevaba muy bien la edad, ciertamente superar los cuarenta supone un reto de reafirmación personal, no sé si realmente una crisis existencial, por aquello de empezar a aceptar el paso del tiempo como algo inevitable. Pero me cuidaba tanto exterior como interiormente, y la serena madurez hacía de mí un hombre atractivo y seguro de sí mismo. Ciertamente ya no era el ligón de discoteca que atraía a las chicas con su mera presencia física, unos vaqueros ajustados y una camisa desabrochada. Encajaba más en el perfil del clásico seductor, me había convertido en un hombre lleno de matices, elegante, culto, de conversación fluida e inteligente. Eso que muchas mujeres califican con el adjetivo genérico de “interesante”. No obstante conservaba esa pizca de sutil atrevimiento necesaria para la seducción desde la cortesía y la sensibilidad. Son habilidades que se desarrollan con el tiempo, supongo que forman parte de un proceso de adaptación necesario para quien no renuncia a las mujeres como brújula existencial.

Dentro de mis actividades regulares siempre ha estado el hacer deporte, por ejemplo frecuentando un gimnasio. En ese ambiente se conocen muchas chicas, incluyendo monitoras de fitness. Olga era una de ellas, trabajaba en un gimnasio cercano a mi domicilio desde que lo inauguraron, era muy joven y llamaba la atención por la dedicación absoluta a su labor. Intentaré describirla tal y como la recuerdo, era esbelta, de estatura media, su cuerpo era pura fibra y en su piel blanca sobresalían los muchos tatuajes y piercings. Su pelo era castaño aunque apenas se apreciaba su tonalidad ya que iba literalmente rapada al cero, pude descubrirlo en otras partes de su anatomía, sean pacientes. No era una belleza en el sentido estándar pero tenía un rostro bastante agradable con rasgos finos y alargados. Olga destacaba por su semblante serio, no era muy dada a las bromas. En aquel ambiente se podía disfrutar cotidianamente de la contemplación de auténticas diosas de la belleza, algunas monitoras ciertamente eran auténticamente hermosas. Olga no era la más atractiva de ellas, apenas tenía pecho y para mi gusto era delgada en exceso. Sin embargo, cuando la mirabas por detrás te llamaba la atención, sus piernas largas y su culo redondeado la hacían más que apetecible. Sí, su trasero era lo mejor de su anatomía, se lo trabajaba a diario y era realmente perfecto. Se encargaba de clases de yoga, pilates… era muy versátil, y también asesoraba a los usuarios sobre cualquier otro tipo de actividad. Yo en aquellos años hacía algo de musculación, nada excesivo, sólo para tonificar la musculatura, y sobre todo me machacaba en las cintas y las elípticas quemando calorías. Todo ello junto con una dieta sana hacían de mí un hombre de aspecto saludable, y por qué no confesarlo, con ese punto de narcisismo de los afortunados con el físico. Mi interacción con Olga era bastante reducida, cuando pasaba por mi lado me saludaba cortésmente sin más, yo diría que de forma fría -Dios no la llamó por el camino de la simpatía-, era bastante introvertida aunque educada, se esforzaba por atender a todo el mundo de la forma más profesional. Nuestras conversaciones eran simples, hola y adiós, un mínimo consejo sobre el uso de algún aparato o pauta de entrenamiento, nada más. No creo que se fijase mucho en mí, no mostraba el más mínimo interés por intimar conmigo más allá de lo que le obligaba su trabajo. En lo cotidiano éramos unos conocidos formales, pero en lo personal absolutamente desconocidos, yo no sabía nada de su vida y ella tampoco de la mía. Intuía algo en aquella chica diferente, creo que yo no era el único, y no hablo de su carácter. Me refiero a que Olga prefería charlar con chicas y mujeres más que con chicos. Medio en broma medio en serio algunos decían que era una bollera, o lesbiana, o quizá bisexual. No soy de etiquetas, siempre fui respetuoso con los gustos y preferencias sexuales de las personas, por lo que nunca di pábulo a esos comentarios y opté por la prudencia y la discreción en todo momento. Durante mi tiempo de actividad física me encerraba en mí mismo y me abstraía de lo que me rodeaba.

Un fin de semana mi mujer viajó, como en muchas otras ocasiones, a visitar a sus padres y mis hijos estaban con unos colegas. Me quedé sólo en casa como Macaulay Culkin en aquella celebrada película, pero en vez de esperar encerrado a los chicos malos preferí salir a buscar a las chicas malas, ya me entienden. Asistí el sábado por la tarde a un espectáculo deportivo junto con unos amigos, un partido de fútbol que acabó a última hora de la tarde. A su término cada uno   siguió su camino de vuelta a casa, ya estaba oscureciendo, y como en aquel mes de Mayo las temperaturas eran bastante agradables, yo decidí volver a pié, quizá con la intención de meterme en algún garito del centro avanzada la noche a ver si podía encontrar alguna compañera ocasional con la que poder intimar, quién sabe si llevármela a la cama… Estaba lejos de mi zona, no era un habitual de aquel barrio por el que deambulaba, iba caminando intentando optimizar el itinerario absorto en mis planes. Un capricho del azar me tropezó con Olga, mi monitora del gimnasio, que venía caminando por la acera con su bicicleta. Llevaba ropa deportiva ligera, una camiseta sin mangas, un pantalón corto sobre otro elástico muy ajustado que acababa por encima de sus rodillas, además de las típicas zapatillas deportivas. No era para nada una indumentaria que la hiciese especialmente atractiva, al menos como para levantar el ánimo masculino. La saludé y me respondió educadamente, en principio pensé en seguir mi camino sin más, pero sin otra intención que la mera curiosidad o la cortesía le pregunté qué hacía por allí, estábamos muy lejos del entorno en el que nos encontrábamos habitualmente. Me dijo con una sonrisa que vivía por la zona.

-¿Tan lejos del gimnasio tienes tu piso?-le dije.

-Sí, me cuesta un tiempo llegar desde aquí hasta allí a diario -me respondió- ¿Y tú, cómo por esta parte de la ciudad? Seguro que éste no es tu barrio.

-No, yo vivo por el centro, cerca del gimnasio -le contesté-. He salido del fútbol y volvía andando.

-Pues vaya caminata te espera -me comentó-, es un trayecto importante.

-Así es, creo que haré una pequeña escala para tomar una copa. ¿Me recomiendas algún lugar por aquí cerca donde hacerlo con tranquilidad? Ya sabes, con buen ambiente y música de fondo, donde poder relajarse.

Confieso que al preguntarle eso no pensaba en intentar ligar con ella, mi pregunta era informativa y no tenía ninguna intención oculta. De hecho ella así lo interpretó, y de forma natural, porque era una chica franca y sana, me dijo que en un callejón dos calles más arriba había un pub que ella solía frecuentar.

-Bien, pues entonces voy para allá, muchas gracias por tu consejo, nos vemos la semana que viene -le dije mientras enfilaba el camino en la dirección que me había indicado.

-Ese lugar está en mi camino, te acompaño si quieres hasta allí.

-¡Genial! Muchas gracias -le dije.

Me sorprendió un poco su amable ofrecimiento, pero no le di importancia, probablemente no había otra motivación que de su condición educada natural. Empezamos a caminar en la dirección que ella había indicado, al principio me sentía un poco violento, cortado, no sabía cómo iniciar una conversación interesante. Ella intentó romper el hielo preguntándome por el partido, si había estado bien, cosas intrascendentes. Yo correspondí su interés interrogándole sobre indumentaria y la bicicleta, venía de recorrer un circuito para ciclistas. Seguimos ese intercambio informal de palabras unos minutos más, hasta que llegamos a una esquina que desembocaba en un callejón estrecho y oscuro en medio del cual se divisaba un pub de estética alternativa, el típico antro pensado para gente de gustos extravagantes o exóticos.

-Allí es -me dijo Olga.

-Muchas gracias -le contesté- Veo que estás un poco sudorosa después de hacer deporte, si tienes tiempo y te apetece te invito a un refresco, es lo menos que te puedo ofrecer por tu amabilidad.

Ella no esperaba ese ofrecimiento, de hecho pensé por un instante que lo iba a rechazar con cualquier excusa, pero de forma espontánea y sin mediar reflexión, ni tampoco demostrar especial emoción, me dijo que de acuerdo.

Unos segundos después entramos en aquel garito, la decoración era llamativa, paredes pintadas con tonalidades oscuras, decoración variada donde destacaban las estatuas de Buda, fotografías de paisajes paradisíacos, luz tenue, ambiente intimista, hilo musical nada estridente con melodías de sabor oriental, todo muy new age y racial.

-Raúl, ¿me guardas la bici donde siempre?-le dijo Olga al barman.

-Claro Olga -le contestó el chico con familiaridad, guardando la bicicleta tras el mostrador- ¿Cómo te va todo?

-Bien, vengo de hacer un poco de ejercicio. Te presento a Alex, un amigo.

-Un placer Raúl -le dije, a lo que él correspondió con un sutil movimiento del rostro.

Recuerdo que Raúl me echó un vistazo de arriba a abajo manifestando curiosidad o sorpresa, a fuer de ser sincero no creo que yo encajase mucho con el tipo de compañía habitual de Olga. Un tipo maduro, vestido informalmente pero con un punto de elegancia urbanita no encajaba en un lugar donde las melenas, las rastas y los tatuajes abigarrados conformaban el ecosistema. Me sentía como el pingüino en el ascensor o la monja en el puticlub, elijan metáfora, desentonaba por completo.

-Ponme un agua de Jamaica -le dijo Olga a Raúl.

-¿Y para tu amigo? -preguntó el barman.

-Un té frío con limón, por favor -le contesté.

-¿Negro, rojo, o verde?-me dijo Raúl.

-Oh…verde está bien, gracias -respondí.

Nos sentamos en una especie de sillones alargados que abrazaban el perímetro del local, separados por una especie de chaise longes que ejercían de frontera discreta entre distintos ambientes para preservar la privacidad. Olga, con esa espontaneidad y frialdad que le eran propias, y sin dejarme espacio al escrutinio de su mente, me preguntó a qué me dedicaba. Le comenté que trabajaba como profesor para la universidad, que mi ámbito era la ciencia.

-¿Eres profe? ¿De verdad? Ja,ja,ja (sonrió) ¡No me lo imaginaba!

-Sí, lo soy desde hace ya algunos años.

-Yo estudié en el INEF (Facultad de Ciencias de la Actividad Física y el Deporte), acabé hace tres años y empecé a trabajar en el gimnasio. Los jóvenes no tenemos muchas alternativas, intento ganarme la vida mientras me preparo las oposiciones o busco algo mejor -me confesó.

-Sí, la vida está complicada, comprendo tu problemática por mi contacto estrecho con los estudiantes universitarios.

-Alex, tú debes de ser de esos cerebritos de mente cuadriculada que lo interpreta todo como una interacción compleja de ecuaciones y leyes universales ja,ja,ja -volvió a sonreír fijando en mi su mirada, supongo que intentando llevar la conversación de una forma desenfadada.

-Eso es un tópico, la verdad es que yo no soy así. Aparte de mi mundo profesional o científico tengo un interior complejo, lleno de inquietudes. Intento impregnarme a diario de cosas nuevas cultivando otras facetas. Me apasiona entender a los seres humanos, sus motivaciones, su comportamiento, y por ello me he esforzado en leer historia, y sobre todo, novela.

-¿Qué buscas cuando eliges una novela? -me dijo curiosa, la veía cada vez más interesada en la conversación.

-Intento aprender de otras vidas para enriquecerme interiormente, sumar las experiencias de otras personas a las mías propias. Nuestra existencia es limitada, se resume en la sucesión de los acontecimientos que vamos experimentando ordenadamente con el paso del tiempo, el que se nos ha dado. Créeme si te digo que ese tiempo es corto, pasa demasiado rápido, cuando desaparezca de tus ojos el velo de la juventud comprenderás mucho mejor lo que te digo. Para aprovechar plenamente lo que nos ofrece la vida es fundamental empaparse de las vivencias que otros encerraron en sus novelas.

-Así que crees que todas las novelas son en el fondo autobiográficas…

-Indiscutiblemente, los autores las podrán enmascarar en mundos y circunstancias ficticias, podrán darle rienda suelta a su imaginación, pero siempre serán un reflejo de su alma, de su vida, de su percepción del mundo. No pueden abstraerse de ello.

-Y si tú escribieses una novela, ¿cómo sería? -me preguntó con malicia, acercando su cuerpo al mío.

No contesté de inmediato, quería pensármelo, la conversación me estaba ofreciendo la posibilidad de ser atrevido.

-Seguramente construiría un personaje que reprodujese todas las aventuras que he soñado y vivido, recorriendo parajes remotos, `paisajes únicos, que hiciese de la sensibilidad y la sensualidad la forma mas genuina de comunicación con sus semejantes, su seña de identidad. Probablemente sería un apasionado por la justicia que contribuiría a lo que se suele llamar el karma universal, aunque también tendría que ser humano, vulnerable, sometido a sus pasiones y devoto del placer en cualquiera de sus formas. Sí, además de un justiciero universal sería algo crápula, me gusta huir de las idealizaciones.

Olga se cayó y fijó su mirada en mí, por primera vez creí que me observaba de una forma distinta, ya no era tan fría, tan distante, algo fluía entre los dos.

-Yo pienso -me dijo- que nuestros sentidos son la puerta de conexión con la única verdad de nuestra existencia. Escuchamos el susurro de las hojas mecidas por el viento en un bosque solitario, el rumor de las aguas de un riachuelo, las olas del mar… olemos a tierra mojada tras la lluvia, el aroma de las flores… apreciamos el sabor embriagador de la esencia de una planta, como esta agua de Jamaica o tu té… nos estremecemos con una simple caricia en nuestra piel…Yo creo que la paz espiritual se alcanza mediante la comunión entre nuestro cuerpo y mente con la madre naturaleza.

-Vaya, un pensamiento muy oriental, yo diría que casi budista, muy en la línea de la meditación que predica el Dalái Lama. Tendrías que ir al Tíbet, Olga.

-Viajé hace dos años a la India y a Nepal, fue el regalo que me hice a mí misma con lo que ahorré durante mi primer año de trabajo. Llegué al primer campamento base del Everest, no pasé de allí, no soy alpinista, fue un viaje de aventura algo arriesgado pero accesible para no profesionales de la escalada.

-Me sorprendes Olga, veo que tienes un interior bastante profundo, jamás imaginé que fueses una chica con esas inquietudes, eres admirable.

-Gracias Alex, no te pases que me vas a sonrojar, sólo cultivo esa forma de vida con la que me identifico, leo filosofía oriental, practico yoga desde hace años, intento que mi existencia sea el reflejo de mis inquietudes espirituales, soy coherente con mis principios. ¿Ves este tatuaje? -me indicó mostrándome uno de sus brazos.

-Es un tallo rematado en unaa flor -le dije.

-Es una flor endémica del Himalaya, es el recuerdo que me traje de allí que me acompañará toda mi vida.

-¿Todos tus tatuajes tienen un significado? -indagué- Veo que tienes muchos, no solo en los brazos, también en tu espalda, en lo que veo de tus piernas…

-Sí, cada tatuaje tiene el suyo. Puede ser un recuerdo, un sentimiento, un pensamiento, una leyenda,… Me gusta ver reflejado mi interior y no solo mi exterior al mirarme a un espejo. Tengo también tatuajes íntimos o privados que no se los muestro a cualquiera -dijo con cierta picardía no exenta de coquetería.

-Ya…comprendo, no quisiera preguntarte el lugar de tu piel más…especial… en el que te has tatuado algo.

-Ja,ja,ja, mejor no me lo preguntes… -sonrió de forma efusiva.

-Te confieso que la idea me es muy estimulante, pero…no quisiera incomodarte.

No quería resultar obsceno, la conversación estaba siendo educada y en ese punto podría resultar inconveniente un giro hacia lo chabacano u ordinario. Había una barrera que aún nos separaba, yo era un cuarentón y ella una veinteañera, temía que mi obsesión por el sexo provocase rechazo en ella. Preferí cambiar de tercio y buscar una mejor oportunidad, si se presentaba.

-¿Qué música te gusta? -le pregunté.

-Cualquiera que me relaje, que libere mi mente, que me envuelva, que penetre en mi interior y me haga sentir. Aprecio la música mas alternativa y menos comercial, como la que escuchamos aquí, no soy una fan de un grupo o artista concreto sino más bien de un estilo de música, a veces escucho melodías exóticas de las que no sabría referir el autor porque están inspiradas en folklore de lugares remotos, me gustan los ritmos tribales y los acordes sencillos que juegan con los sonidos de la naturaleza.

-Yo sin embargo soy muy convencional -le dije-, no soy un melómano pero a veces escucho clásica, otras pop, otras música de autor, hay algunos grupos y compositores que me impactaron en mi adolescencia, ahora me agrada escuchar la música creada para el cine, es más emocional y vibrante porque no se genera en abstracto sino buscando despertar en nosotros algún tipo de reacción.

-Explícate Alex, ponme un ejemplo.

-Bueno, sería fácil referir a tantas composiciones de Morricone indisolublemente asociadas a películas legendarias, pero por comentarte un compositor más actual me agradan las composiciones de Hans Zimmer. La banda sonora de la película Origen (Inception en inglés), que se estrenó hace poco, es genial. Aunque es un film difícil de seguir y a veces casi de trama indescifrable, su banda sonora hurga en los sentimientos del espectador de una forma perturbadora, al menos a mí me ha ocurrido.

La conversación se prolongó durante mucho tiempo, a la literatura, la filosofía o la música, los viajes, siguieron los hobbies, las preocupaciones laborales, las reflexiones sobre la actualidad del mundo… A Olga le gustaba mi visión intelectual de profe universitario sobre cualquier asunto, y a mí la frescura y naturalidad de sus puntos de vista llenos de sentido común, y sobre todo, de sensibilidad. Se nos escapó el control del tiempo, nos sentimos tan a gusto envueltos en aquél ambiente de cordial intercambio de opiniones, y hasta de emociones, que el reloj marcaba ya pasadas las 11 de la noche. Al reparar en ello sonreímos de forma espontánea, se nos había ido el Santo al cielo con tanta conversación. Procedimos a abandonar el local no sin antes despedirnos de Raúl, momento en el que aproveché para echar un último vistazo panorámico y no me pasó desapercibido un hecho. A esas horas había muchas parejas en el local que charlaban íntimamente, nada que sorprendiese un sábado por la noche, salvo un detalle: la inmensa mayoría de ellas eran de chica con chica. Apunté esa información en mi disco duro, supongo que para sacar alguna conclusión lógica que enfriase mis ánimos de semental en celo en relación a Olga. Aparentemente aquella noche no había elegido a la chica idónea… pensé.

Al salir a la calle notamos que la temperatura había bajado considerablemente, yo llevaba una chaqueta de entretiempo sobre mi camisa pero ella iba con una camiseta deportiva fina sin mangas, la misma con la que salió a hacer deporte esa tarde. No tenía más ropa de abrigo y no pudo evitar un escalofrío. Me sentía responsable de ello por haberla entretenido, así que de forma cortés y decidida me quité la chaqueta y se la puse por encima.

-Hace frío, cúbrete con esto por favor-le dije envolviéndola con dulzura.

-Pero entonces el frío lo vas a pasar tu, no te molestes por favor, no puedo aceptar que vuelvas a tu casa atravesando la ciudad así -me respondió melosamente- Además mi piso está muy cerca…llegaré pronto.

-No te preocupes Olga, yo pediré un taxi, no creo que tarde mucho en llegar, ya me devolverás la chaqueta la semana que viene cuando nos veamos en el gimnasio.

Se hizo un silencio, fueron unos segundos que parecieron eternos, ella lo rompió con una proposición que encendió una tenue llama de esperanza dentro de mí, la noche quizá podría acabar bien…

-Mejor acompáñame a casa y te la devuelvo al llegar, es ahí al lado.

-Bien, como desees, para mí es un placer seguir disfrutando de tu compañía unos minutos más.

El camino se nos hizo corto, supongo que el frío hizo que aceleráramos el paso y efectivamente su apartamento no estaba muy lejos. Estaba ubicado en un edificio antiguo, no adornado de excesivos lujos, típico de una zona residencial de extracción obrera. Al llegar le ayudé a sostener la puerta de entrada al bloque, para que pudiese introducir su bicicleta y después guardarla en una especie de habitáculo comunitario a disposición de los inquilinos. En ese punto estaba dispuesto a despedirme cordialmente de ella, aunque ese pensamiento se debatía en mi mente con el impulso instintivo de intentar intimar con ella como fuese… ¡Qué diablos, claro que me gustaría follármela! -me decía a mí mismo-. Pero todavía no había percibido esos signos inequívocos de otras ocasiones, me atormentaba la duda, no intuía nada objetivo que alimentase mi expectativa, que me ofreciese certezas. No había habido miradas intensas y descaradas, solo sutiles, tampoco guiños argumentales obscenos, el sexo no fue un tema explicito en ninguna de nuestras sesudas conversaciones salvo aquellos comentarios acerca de la geografía anatómica de sus tatuajes, no percibí en su actitud la picardía necesaria como para invitarme a dar el siguiente paso con seguridad. No, confieso que no sabía como pedirle que me dejara subir a su apartamento, no digamos sugerirle que me gustaría hacerle el amor, quizá la diferencia de edad era una barrera, quizá yo en el fondo no era su tipo, quizá ningún hombre lo fuese, a saber qué había dentro de aquella mujer tan sensible como escurridiza e indescifrable.

-Alex, has sido todo un caballero, me agrada la gente educada como tú -me dijo.

-Soy de otra generación, nos hicieron así. A mí también me ha agradado mucho compartir contigo esta tarde, y casi noche. Supongo…supongo que…supongo que ha llegado el momento de despedirnos -le dije con voz dubitativa.

-Me invitaste a una copa por llevarte a ese pub. Déjame que te invite yo a tomar una última copa en mi apartamento, estoy en deuda contigo por acompañarme y protegerme del frío.

Tragué saliva, no lo esperaba, juro que nada en sus gestos, en su comportamiento o en el tono de su voz me había anticipado ese giro de los acontecimientos. Me decía aquello con la misma frialdad espontánea que utilizaba, por ejemplo, para saludarme a diario en el gimnasio. ¿Qué había dentro de aquella muchacha? Una cosa estaba clara, esa noche no me iría de allí sin intentar descubrirlo.

-Como no Olga, para mí será un placer… si no supone una molestia para ti a estas horas…

Olga me miró fijamente unos segundos y esbozó una leve sonrisa, por primera vez creí adivinar de forma nítida algo pícaro o sugerente en su lenguaje corporal. Subimos en el ascensor sin mirarnos ni dirigirnos la palabra, la situación era atípica, si fuese una de mis ligues habituales hubiera aprovechado la ocasión para abrazarla y comérmela a besos preparando el siguiente asalto ¡Pero no nos habíamos besado ni siquiera como amigos! Había aún un halo de frialdad en ella que me coartaba y me generaba ansiedad.

Por fin llegamos a la segunda planta donde se ubicaba su piso. Al entrar me encontré un salón con un decoración anárquica, paredes con tapices o telas de motivos evocando paisajes, libros por doquier, múltiples objetos de manufactura artesanal, un par de sillones muy bajos y mesa a juego, suelo sembrado de artefactos para gimnasia de mantenimiento...

-Disculpa el desorden -me dijo.

-No te preocupes, tendrías que ver algunas veces mi casa, no digamos mi despacho.

Hizo ademán de intentar recoger algunas cosas, y yo la retuve cogiendo su mano.

-No es necesario, insisto, no te preocupes, está bien así.

Nuestros ojos se buscaron en el silencio de la noche, ella justo enfrente de mí. Cuando acerqué mis labios a los suyos me sentí como ese niño que se lanza por primera vez al mar sin saber nadar, porque siempre hay una primera vez para todo en la vida. No sabía cuál iba a ser el resultado final de aquella aventura, no sabía si mi deseo se ahogaría en las profundidades de un océano de rechazo, pero sabía que aquello era irreversible, no tenía marcha atrás. Nuestros labios se fundieron en un beso sutil, casi inocente, mientras con nuestros ojos nos escrutábamos mutuamente analizando cualquier reacción. Olga me dijo con voz tenue, sugerente…

-Creo que necesito una ducha, ¿te apuntas?

-Claro…como desees…-dije con voz titubeante.

-Deja tu ropa en ese sillón, no la necesitarás.

En mi interior emergía un grito de triunfo, al final mi deseo se iba a materializar. Pero todo era sorprendentemente frío, no había empujones contra una pared, ni besos apasionados, ni frases subidas de tono, la atmósfera era extraña y cargada de una tensión sexual distinta que no había vivido antes, al menos de esa manera. Cuando empecé a desabrocharme la camisa volví la vista hacía el pasillo que conectaba con el baño, ella ya estaba completamente desnuda. Aceleré los gestos y me desnudé en unos segundos, a continuación me adentré por el pasillo hasta el baño. Ella ya estaba dentro de una pequeña ducha de base cuadrada, absorta en la caricia del agua caliente al deslizarse por su cuerpo.

-Ven, no seas tímido -me dijo sin ruborizarse al contemplar mi anatomía.

Me metí dentro con ella, nos tuvimos que apretar el uno contra el otro porque el habitáculo era de reducidas dimensiones, la situación resultaba un poco cómica por lo que no pudimos evitar alguna sonrisa. Extrajo la alcachofa de la ducha de su soporte y me mojó el pecho, la espalda, mis piernas…Cuando estuve empapado tomó en su mano algo de gel y empezó con dulzura a extenderlo por mi piel, con suavidad, acariciando cada rincón de mi anatomía. Yo hice lo mismo, sin decir una sola palabra con mis manos la recorrí de arriba a abajo haciendo que la espuma la envolviese por completo. Me detuve en su sexo, lo acaricié suavemente, no estaba depilada pero su vello era sutil, frágil, poco abundante, cubría sin excesos su monte de Venus y se extinguía de forma natural hacía el final de su vulva. Ella acarició mi pene sin excesos, casi con indiferencia, como si fuese una parte más de mi cuerpo a pesar de que mi erección ya era evidente. Me miró a los ojos y nos fundimos en un beso más intenso, cuerpo con cuerpo, mientras el agua nos recorría con su continua caricia. Mi pene había llegado a su máximo de excitación palpitando contra su vientre por el efecto fisiológico del bombeo rítmico de mi sangre. Con mis manos acaricié sus glúteos empujándolos contra mí para que sintiese el fuego que ya ardía en mi interior. Rompió el silencio para decirme…

-Creo que debes tonificar un poco tu vientre, también tus glúteos, hablamos la semana que viene…pero ésto -dijo mientras sostuvo mi miembro- ésto lo tienes en forma.

-Olga, eres maravillosa -le contesté.

-No te pases con el cumplido, soy algo flacucha y me faltan tetas, ya ves.

La besé con dulzura, y susurrándole al oído le dije…

-Pues esta noche le voy a hacer el amor a la flacucha con poco pecho más hermosa del mundo…

Salimos de la ducha, secó con una toalla mi cuerpo con la misma dulzura que antes en sus caricias con el jabón, yo le correspondí.

Entramos a su dormitorio, una prolongación estética de su salón pero con una cama grande en medio. Antes de que la pudiese abrazar para comérmela entera me interrogó.

-¿Cómo se llamaba ese tema?

-¿Qué tema? -le respondí.

-El de Hans Zimmer que tanto te gusta.

-Ah…“Time”, ese es su título, “Tiempo” en inglés.

Me eché sobre su cama sin entender su interés por ese detalle, ella me dio la espalda para encender su ordenador (momento que aproveché para disfrutar de la vista divina de su culo y su vulva asomando entre los glúteos, irresistible), y tras una búsqueda en internet aprecié los sublimes acordes de piano inconfundibles de esa composición. Apenas eran audibles a pesar de los altavoces adosados a su equipo informático, la justa intensidad del audio creó una atmósfera especial, máxime cuando apagó la luz tras encender unas velas aromáticas. La melodía, la fragancia embriagadora y la débil y palpitante luz nos envolvieron despertando todos nuestros sentidos, llegando al clímax al acariciar su cuerpo, firme, duro, pero de tacto aterciopelado. Sus besos se hicieron más tiernos, profundos, su lengua empezó a acariciar mis labios con una lentitud calculada, luego jugó con la mía con movimientos delicados, como si concentrase todo su ser en sentir ese contacto intensamente. Sin decir palabra alguna se levantó y giró su cuerpo para darme la espalda, lo arrastró sobre el mío lentamente hasta ofrecerme su vulva, mientras sutilmente comenzó a lamer mi pene. La postura del 69 es el súmmum del sexo oral, y con Olga fue sinceramente muy especial. Por momentos los movimientos suaves y lentos de su lengua me arrastraron a las puertas del paraíso, con una extraordinaria maestría estimuló cualquier resquicio sensorial de mi miembro, comenzando por el meato donde jugó presionando con la puntita de su lengua como su quisiera introducirla dentro de mi, luego lamió sutilmente el prepucio y el glande, deteniendo el tiempo mientras su lengua envolvía con mimo su corona y cuello. Finalmente sus labios y lengua recorrieron una y otra vez el tronco de mi pene hasta su base, todo ello antes de volver a la cúspide de su anatomía e introducírselo en la boca con mimo, primero el glande, luego todo el cuerpo, suavemente, sin prisa, una y otra vez, repitiendo esa secuencia de caricias húmedas y cálidas con tal suavidad y dulzura que me aproximaron al éxtasis supremo. Yo intenté corresponderle acariciando con mi lengua su clítoris, con la misma dulzura y sensualidad, estimulándolo con toda la maestría que había acumulado a lo largo de mi vida, mi saliva se mezclaba con su vello sutil, lamía los labios de su vulva suavemente pero de forma continua, estimulé su sexo intentando abarcar con mi lengua el máximo contacto posible, introduje su punta en la vagina, que poco a poco se iba llenando de ese líquido divino que riega los campos del placer, todo lo hice con esmero, con mimo, con amor, con delicadeza. Como los toques de piano en la composición de Zimmer, al principio todo fue sutileza, roce, caricia, para luego seguir in crescendo hasta el climax de la sensualidad, hasta ese momento en que los acordes del placer adoptan forma de gemidos y susurros profundos, haciendo del contacto carnal la mejor sinfonía. Tras un tiempo que no pude medir me fue imposible evitar la eyaculación, ella llegó al orgasmo varias veces, lo pude sentir y casi escuchar en un primer plano. Ya relajados nos besamos, la confianza se abrió paso entre nosotros de forma natural. Olga me confesó que no había estado con un hombre desde hacía más de dos años, que era bisexual pero el contacto con las chicas le resultaba mucho más placentero, la sexualidad de la mujer es muy distinta a la del hombre y, según ella, sólo una chica puede comprender las necesidades de otra en ese ámbito, dándole todo lo que necesita. Yo la escuché con atención, y en un momento que creí apropiado le dije que realmente no había hecho el amor conmigo, que sólo habíamos practicado sexo oral.

-¿No te ha gustado? -me contestó con cierta perplejidad.

-Sí mucho, pero…me pregunto si también disfrutas cuando te penetran.

-Sí, claro que lo disfruto aunque no es mi prioridad, es un sexo más animal y menos sensual, más explosivo y sin matices, los tíos en general quieren empotrarte y se corren en un plis plas, en especial esos que ves llenos de esteroides hasta las cejas.

-Bueno, hay hombres que intentamos ser sensibles, nos preocupamos de lo que siente nuestra compañera y de que disfrute, los preliminares y el sexo oral no son incompatibles con la culminación del coito.

-¿Te gustaría follarme? -me dijo mientras me abrazó y fijó sus ojos en los míos con una sonrisa dulce.

-Lo deseo con toda mi alma, además tengo preservativos en mi pantalón.

Ella sonrió, me dijo que era un chico malo, no dijo nada más. Empezó a besarme, a acariciarme con dulzura, a mimarme con sus manos suaves, a mordisquearme las orejas, a lamerme el cuello, a restregar sus pezones puntiagudos de adolescente contra mi pecho…Poco a poco mi pene recobró su vigor, ella lo acarició con sus delicadas manos suavemente. En esta ocasión estaba concentrada sólo en darme placer, entregada completamente a mí, estimuló suavemente mi miembro hasta que tuvo la suficiente consistencia para enfundarle un preservativo. En ese momento, con la agilidad de una pantera, se sentó encima mis piernas, luego adelantó su cuerpo hasta la posición justa que permitió a mi miembro erecto alcanzar la entrada de su vagina. Suavemente se lo introdujo dentro de ella, poco a poco mi pene desapareció de mi visión para sumergirse dentro de sus entrañas. Mientras rítmicamente movía sus caderas se fundió conmigo en un beso profundo y apasionado. Así estuvimos unos minutos, su vagina era tan estrecha, húmeda y cálida que la estimulación de mi pene fue máxima, iba a explotar, intenté tomar el control agarrándola y dándole la vuelta para que ella estuviese debajo de mí, ahí yo marqué el ritmo, le abrí las piernas todo lo que pude para que su vagina no me exprimiese tanto el miembro al penetrarla, y poder prolongar así el placer. Su respiración se entrecortaba, ella se estimulaba frenéticamente con los dedos el clítoris buscando el orgasmo, fijaba sus ojos en los míos y yo empujaba más y más adentro de ella. No podía aguantar mucho más tiempo, quería acabar en esta ocasión como tantas veces lo había soñado al cruzarme con ella en el gimnasio, le pedí que se pusiera boca abajo alzando sus muslos para que la penetrase por detrás, quería disfrutar de la visión de su culo perfecto mientras moría de placer. Fue un final apoteósico, me dejé ir, salió el animal que había dentro de mí, sus gemidos contenidos y profundos encendieron el fuego en mi interior, me entregué a ella con toda mi energía en una serie frenética de empujones. En ese momento pude observar todos y cada uno de los músculos de su espalda, todo en ella era duro, pura fibra, toda su carne vibraba al unísono con mis embestidas. Envuelto en sudor exploté irremisiblemente dentro de ella entregándole todo mi ser.

Como habrán concluido todos ustedes Olga era una chica especial, si no atípica, y mi relación con ella se condujo dentro de esos parámetros singulares. Después de intimar aquella noche, de hacerle el amor o follar como prefieran, ¿cómo creen que me recibió en el gimnasio a la semana siguiente? Como si no hubiese pasado nada entre nosotros, nos dedicamos alguna sonrisa cómplice, algún comentario trivial y discreto, y nada más. Poco a poco su actitud volvió a ser cordialmente fría. Nunca supe si lo de esta chica era timidez, o simplemente cuestión de preferencias en temas de sexo, quizá fuese lo segundo, pero me sorprendió la distancia formal que mantuvo entre nosotros. Puede ser que ella, haciendo gala de ese sexto sentido e inteligencia femeninas, quisiese evitar conflictos o situaciones inapropiadas. El que una empleada de un negocio se enrolle con un cliente casado puede tener derivadas ciertamente desagradables. Sean cuales fuesen los motivos, aquella experiencia con Olga se quedó en algo puntual, un polvo de un fin de semana, y no hubo más. Con el tiempo llegué a la conclusión de que la chica folló conmigo porque le apeteció aquél día, quizá fuese el morbo de meterse en la cama con un tío maduro que sabía escucharla, que podía mantener con ella una conversación inteligente, y que apreciaba de su condición humana más lo espiritual que lo superficial. Aprendí de esta experiencia que, a veces, hay más seducción en la trascendencia que en la frivolidad.