Ola de calor
Se intuía la silueta de su pene que se inclinaba hacia la pierna lesionada. A fe mía que calzaba tanto de rabo como de pie, o quizás más. Menuda polla se le marcaba a través del fino pantalón de deporte al rapaz. Este con los ojos cerrados respiraba agitado con la boca entreabierta. Sin poder remediarlo a mí también se me empezó a empinar.
Hacía un calor insoportable. El aire acondicionado se había estropeado la víspera y aún no habían venido los técnicos a repararlo. Ya es mala potra en plena ola de calor y aquella jodida avería.
Con las persianas bajadas intentaba hacer un poco más llevadero aquel infierno. En la penumbra de la casa la mierda de ventilador que me había comprado en los chinos solo conseguía mover el tórrido aire.
- Con lo bien que podría estar ahora en la playa con mi familia, - me decía mientras los goterones de sudor me bajaban por la cara.
Pensar en mi mujer y los niños bañándose en las plácidas aguas del Mediterráneo consiguieron que me sofocase más.
Por culpa de mi jefe me había tenido que quedar en Madrid en aquel tórrido Agosto. La cosa había sido soportable hasta que se escacharró el puñetero aparato. Hacía años que no estaba solo y estar de Rodríguez también tenía su encanto pasados los cuarenta. Una de las noches pasadas me había ligado una tía en el Paseo de Rosales. Era una soltera madurita que trabajaba en un ministerio. La cosa iba bien y cuando llegamos a mi apartamento nos comenzamos a meter mano con ansia. Ya tirados en el sofá nos magreamos como locos. Tenía unas tetas grandes que daba gusto chupar. Pero cuando estaba a calzón quitado, con la polla como un hierro y a punto de clavársela, vio la foto de mis niños y mi plan se fue a la mierda.
- Pero si estás casado- me dijo la muy zorra
Como que no fuera evidente la marca pálida en el dedo anular que delataba que allí había un anillo.
En definitiva, cogió el bolso y con las mismas me dejó plantado con una calentura que aún no había conseguido apagar. Y ahora la puta ola de calor que me estaba volviendo loco.
Cuando sonó el timbre suspiré aliviado. Al fin los malditos técnicos. Me dirigí a la puerta presuroso y la abrí de par en par
- Hostias, ya era hora - les increpé antes de mirarlos.
Para mi sorpresa de técnicos nada. Era Isidrito el hijo de los vecinos de al lado. Aquel muchacho larguirucho al que su madre siempre le gritaba.
- Isidrin. ¿Qué haces tanto tiempo en el baño? ¿Te encuentras mal?
Mi mujer se reía cuando yo le decía:
- Matándose a pajas eso es lo que está haciendo. Esa mujer es tonta o se lo hace. ! Por Dios!
Pues allí estaba plantado el pajillero delante de mí. Vestía su equipamiento de baloncesto y portaba una bolsa de deporte en la mano.
- Perdone que le moleste Don Damián. Es que he olvidado las llaves y mis padres se han ido a pasar el día a la sierra. ¿Podría esperar en su casa hasta que lleguen? - me pregunto tímidamente.
Cojones que otra cosa podía hacer, me dije. Lo que me faltaba, tener que hacer ahora de canguro del mozalbete.
- Anda pasa, pasa. Pero te vas a morir de calor. Tengo el aire averiado y aquí dentro hace un bochorno de tres pares de cojones - le contesté mientras me apartaba para dejarle pasar.
Al comenzar a andar me di cuenta de que cojeaba.
- ¿Qué te pasa que caminas de esa manera- le pregunté
- Nada, me he lesionado en el partido. - me respondió
- ¿Algo grave? -
- No que va un tirón en los cuádriceps. - me contestó tornando la cabeza
- ¿Te duele? - me interesé
- Sí, eso sí. Duele un montón
- Pues hala siéntate en el sofá y descansa - le dije al llegar al salón.
Se espatarró quejumbroso y nos quedamos mirándonos mientras yo me sentaba sobre en el orejero. Los dos sudábamos como pollos. Después de unos minutos sin saber que decirnos le pregunté
- Quieres un refresco. ¿una Coca Cola? o algo así. Bueno si la hay porque como no están mis hijos no sé si habrá otra cosa que no sea agua o cerveza. - corregí.
- Bueno cualquier cosa. Muchas gracias.
- ¿Agua o cerveza?
- ¿Que está más frio? -me preguntó mientras se retiraba el sudor con el dorso de la mano.
- La cerveza. ¿Pero... tú tienes edad para beber? -
- Por supuesto tengo 18 años.
- Pues vale que sean dos cervezas. - le dije mientras me levantaba y me encaminaba a la cocina.
En la nevera efectivamente sólo había un montón de cervezas y los restos de la pizza de la noche pasada. Eran de una marca belga con mucha graduación alcohólica.
- Joder espero que este acostumbrado a beber porque si no menudo pedo que va a agarrar. - me dije divertido.
Cuando regrese le tendí una. Al reincorporarse para cogerla un rictus de dolor se dibujó en su cara y un pequeño lamento salió de su boca.
- Espera, espera. No te muevas. Si quieres puedes poner el pie sobre la mesa - le dije.
Con sus manos intentó poner la pierna sobre la mesa. Al ver aquella deportiva del 44 dirigirse a la delicada mesa de centro le detuve en el acto. Si rayaba la mesa a mi mujer ya tenía lío montado.
- Aguarda. Quítate la zapatilla de deporte. Me vas a joder el mueble y mi mujer nos mata.
Al intentar agacharse para desatar los cordones se empezó a quejar de nuevo.
- No puedo. Me duele mucho. - me dijo angustiado.
- Bueno ponlo sobre mi cuerpo yo te ayudo.
Trabajosamente con ambas manos cogió la pierna lesionada y la dejó caer con fuerza sobre mí. Pero el muy cabrón me puso la pataza sobre los huevos.
- ! Hostias chaval ¡ ! Pon atención ¡ En el muslo, no me patees los cojones.
- Lo siento Don Damián. Fue sin querer - se disculpó azorado.
Tras masajearme la dolorida entrepierna procedí a descalzarle. Después de quitarle el calcetín cogí uno de los cojines y acomodé su pie sobre la mesa de centro.
- ¿Mejor así?
- Sí. Gracias. - me contestó agradecido.
- Bueno vamos a bebernos la cerveza antes que caliente. - le dije pasándole una.
Tras chocar los vidrios me senté de nuevo y ambos le dimos un prolongado trago. La verdad que entraba de maravilla.
- Bueno y como ha sido esa lesión. Cuéntame.
Isidrito comenzó con timidez a relatar el percance. Tartamudeaba un poco al principio, pero la fuerte bebida hizo efecto y desinhibido se disparó a hablar como una cotorra. Me relató toda su vida deportiva con pelos y señales. En un pis pas el muchacho se había liquidado la birra.
- ¿Quieres otra? - le pregunté cuando se echó el último trago.
- Porque no. Está muy buena.
Me pareció que la lengua comenzaba a tropezarle. Sonreí y me dirigí a la nevera por otras dos. La verdad que eran fuertecitas porque yo también comenzaba a notar los efectos del brebaje belga.
Cuando volví allí estaba el jovenzuelo arrellanado en el sofá con las manos en la nuca exhibiendo los peludos sobacos. Trató de incorporarse para recoger las nuevas provisiones y al hacerlo de nuevo el dolor se reflejó en su cara.
- ¿Tanto te duele? - le pregunté preocupado
- Bueno bastante. - confesó
- Déjame ver- le dije
Sentándome a su lado le apreté el muslo afectado. La verdad es que estaba duro como un tronco. El chaval tenía una contractura de campeonato.
- Si, estas muy contracturado. Pero no creo que tengas nada roto - le comuniqué tras un minucioso examen.
En mis años jóvenes yo también había practicado mucho deporte y bien sabía lo que era ese tipo de lesión. Calor. Pero más de lo que hacía en la estancia no creía que se pudiese conseguir.
- Si tuviese algún linimento te lo podrías aplicar. Pero no tengo nada en casa - le comuniqué.
- Yo tengo Réflex en la bolsa - me contestó animado.
Me dirigí a la bolsa de deporte y revolví en su interior. Tuve que apartar unos calzoncillos blancos en los que pude observar una mancha amarillenta en la parte delantera.
- Este cabrón no puede estar ni cinco minutos sin cascársela. Santa edad - Me dije divertido.
Al fin encontré el spray al fondo del macuto.
- Voy a por una toalla para ponerla en el sofá. No me vayas a pringar el tapizado. - le dije mientras me dirigía al baño.
Ya de regreso me arrodillé a su lado y le indiqué que levantara un poco la pierna para colocar el paño. Le costaba trabajo así que metí mi manos entre sus piernas para ayudarle. Sin intención se roce el paquete y vi cómo se crispaba nervioso.
- Joder que sensible es este pichabrava - reflexioné mientras acomodábamos el lienzo.
- Gracias Don Damián. - me dijo cuándo acabamos la operación.
- ¿Quieres que te lo ponga yo?. De paso te puedo dar un masaje - me ofrecí.
- Vale. - me contestó tímidamente.
Con las dos manos le subí la pernera del pantalón de básquet que le llegaba hasta la rodilla. Me detuve cuando note que mis dedos tocaban algo blando.
- Disculpa.- le dije mientras le miraba
- No tiene importancia - me respondió azorado mientras se sonrojaba.
Pulvericé el líquido comenzando a extenderlo mientras lo masajeaba. El fuerte olor a mentol inundó la calurosa atmósfera. La verdad es que tenía unas piernas hermosas el muchacho. Largas, esbeltas y bien torneadas.
- ¿Te alivia?- le pregunté.
- Sí, - dijo en un susurro
Al mirar hacia arriba mi vista tropezó con su paquete, pudiendo comprobar que tenía una erección tremenda. Le estaba gustando el masaje al pajillero.
Se intuía la silueta de su pene que se inclinaba hacia la pierna lesionada. A fe mía que calzaba tanto de rabo como de pie, o quizás más. Menuda polla se le marcaba a través del fino pantalón de deporte al rapaz. Este con los ojos cerrados respiraba agitado con la boca entreabierta.
Sin poder remediarlo a mí también se me empezó a empinar.
Nunca me habían atraído los hombres y salvo alguna paja colectiva con los compañeros del instituto nunca había experimentado una situación como esta. Una morbosa necesidad de proseguir con mis avances se apoderó de mí.
Fui subiendo hasta que con la punta de mis dedos rozaron la redecilla que aprisionaba su paquete. Le acaricié a lo largo de la goma y me decidí a introducir la punta de uno de ellos en el interior. Sentí su vello púbico y luego deslizando le llegue a tocar acariciadora mente una de sus bolas. Isidrito lanzó un profundo suspiro.
!El chaval se estaba dejando hacer!
- ¿Tienes novia? - le dije mientras mis dedos se introducían uno tras otro en la braga del pantalón.
- No. - Me dijo suspirando
- Y nunca has estado con nadie? .- proseguí
- No. Nunca.
- ¿Ni siquiera te la han meneado?
- No
- Pero tú mismo sí. ¿Verdad? ¿ Tú te haces pajas, No?
- Bueno eso sí. - me dijo jadeando.
Con los ojos cerrados disfrutaba de mis caricias. Al fin mis dedos tocaron la suave piel de su polla. Le acaricie el palo suavemente. Isidrito comenzó a jadear.
Mi mano atrevida le cogió el rabo. Era una piel tersa y sedosa. Palpitaba caliente bajo mis dedos y al recorrerla pude comprobar que estaba sin descapullar. Al llegar a la punta una fina agüilla manaba de su mota.
Le masturbe suavemente. No quería que se corriese pronto. Tras breves segundos saqué la mano El jovenzuelo abrió los ojos y me miró sorprendido. Me va a dejar así o va a haber algo más, pensaría.
Le metí las manos por la cinturilla del pantalón y le ordené:
- Levanta el culo
Sin rechistar me ayudó a despojarse de la prenda. Me levante y la tire a un lado. Me miraba expectante a la cara. Cuando bajó la vista y pudo observar que yo también estaba empalmado abrió la boca de par en par.
- Quieres que te haga una paja. - le dije guiñándole un ojo.
Respondió afirmativamente meneando la cabeza. Me situé entre sus piernas, me agaché frente a él y agarrándole la polla empecé a masturbarle con lentitud. Se veía que el mozo estaba sin estrenar porque contaba bajarle el prepucio. Evidentemente era la primera vez que una mano ajena le tocaba la polla de aquella manera, pero igual de cierto era que mi mano tocara un rabo que no fuese el mío. Y me gustaba la experiencia.
Durante un rato le pajeaba, le acariciaba el frenillo con la punta de los dedos, le acariciaba los endurecidos testículos cubiertos de un suavísimo vello. Tenía una polla hermosa el chaval, larga y delgada, La blanquecina piel resaltaba el color rosa pálido de su capullo. Por su boquita fluía constantemente una transparente agüilla.
El mozalbete me miraba extasiado mientras se la cascaba.
- Quieres que te la chupe- me decidí a decirle.
- Sí, sí- me contestó raudo
Saqué la lengua y la arrastré desde sus huevos hasta la punta, recorriendo todo el palo. Luego mientras me la metía en la boca le miré a la cara. Puso los ojos en blanco y empezó a jadear desaforadamente.
El tacto de la suave piel en mi boca me produjo un agradable deleite. Como cuando uno prueba por primera vez una fruta exótica y deliciosa. Con parsimonia se la fui mamando mientras mi lengua le acariciaba su contorno. El zagal suspiraba demostrando con ello el placer recibido.
Fui introduciendo la otra mano bajo su trasero y con los dedos le acaricie la raja del culo. Una sacudida recorrió todo su cuerpo cuando me detuve sobre su esfínter y comencé a dedearlo. Sentí como su flor palpitaba con mis avances. Por último mi dedo se introdujo en el estrecho orificio. El muchacho se retorció de gusto. Parecía que también disfrutaba con aquella nueva sensación.
Era novato y sabía que no iba aguantar mucho, así que no me sorprendió cuando empezó a derramarse en mi boca. Seguí chupando y lamiendo mientras se convulsionaba en un inacabable orgasmo. Luego poco a poco se fue relajando. Entretanto yo saboreaba las últimas mieles de su polla. Cuando le saque el dedo del culo exhaló profundo suspiro.
Aproximé mi boca aún impregnada de su sabor y lo bese introduciendo mi lengua que froté prolongadamente con la suya. Podría asegurar que también era su primer beso.
- Has disfrutado - le pregunté entonces
Arrebolado con el carmín del sexo movió repetidas veces la cabeza. Me incorporé y contemple desde lo alto. Su verga morcillona reposaba sobre su pierna y él exhausto respiraba aún agitadamente mirandome.
- Estarías ahora dispuesto a hacer tú algo por mi. - le dije sonriéndole mientras mi vista le indicaba mi bragueta.
Se quedó con la boca abierta dudando unos instantes y al fin tímidamente me lo confirmo con movimientos de cabeza.
- Toma bebe - le indique pasandole la cerveza.
Mientras el muchacho apuraba el brebaje para infundirse valor, yo me desabroché el cinturón del pantalón, bajé la cremallera de la bragueta y metiendo mi mano por la abertura del calzoncillo saqué la polla. Isidrito se quedó mirándola con ojos desorbitados. Posiblemente no hubiese visto muchos rabos, pero puedo asegurar que ningún cipote de las dimensiones del mío. Como decía mi mujer, follar conmigo era como tener un pequeño parto.
Me aproximé poniéndola ante sus ojos. Me miró sin saber cómo proceder.
- Cógela. No te va a morder. - le animé.
Tímidamente me agarró el rabo con las manos comenzando a descapullarme. Aunque tenía las manos grande le costaba trabajo abarcar mi tranca.
- Es muy grande Don Damián. Y muy gorda. - dijo con admiración.
Evidentemente aquel venoso cipote le había asombrado.
- Anda menéamela bien. Ya sé que en eso eres casi un profesional. Con tantas horas en el cuarto de baño tendrás mucha práctica.
Se sonrojó al comprender que yo estaba al tanto de su secreto.
Empezó entonces a machacármela sin tregua mientras la miraba absorto. Cuando el líquido se desprendió de ella, deslizándose en un hilillo hacia el suelo, lo recogió con la otra mano y lo extendió por mi balano.
- ¿Quieres probar su sabor? - le pregunté.
Me miró indeciso.
- Anda, abre la boca. Antes lo hice yo por ti. - le conminé con enfado.
Temerosamente abrió la boca, sacó la lengua y lamió el capullo, deteniéndose en el solitario ojo por donde manaba el néctar prohibido. Estuvo lambeteando un buen rato sin atreverse a dar el último paso. Cansado de tanto lengüeteo, me agarré la verga con una mano y poniéndole la otra tras la nuca le ordené
- Abre bien la boca
Le metí todo el capullo de un golpe. Y comenzó a mamar como un becerro hambriento. Dios que boquita más sabrosa. Emprendí entonces un vigoroso mete y saca. Pasivamente dejaba que le follase los morros. Cuando mi capullo, sobrepasando la campanilla, penetraba en su garganta le producía una arcada. Tras un buen rato de trajinarle el hocico, se la saqué. Las babas se le escurrían por la comisura de los labios, hinchados de tanto tute. Isidrito nervioso intentaba recuperar la respiración.
- Chúpame los huevos - le ordené entonces.
Obediente comenzó a lamerme el escroto. Luego envalentonado se introdujo un huevo en la boca y lo absorbió con fruición. Pasó luego al otro alternando su atención. A punto estaba de hace que me corriese. Pero quería probar otras cosas.
- Levántate le dije - ayudándole con una mano.
Quedamos uno frente al otro. Le quité la camiseta dejándole totalmente desnudo. Empecé a frotarme contra su cuerpo barbilampiño y de nuevo su rabo renació. Nuestros rabos babeantes luchaban entre sí en una escurridiza pugna. Le chupe el cuello, tras ello me dirigí a un pezón y lo mordí con vigor. Gimió de placer. De nuevo lo tenía caliente y a mi merced.
- Ven- le dije
En medio del salón me desvestí ante sus ojos. El muchacho, apoyado el culo sobre la mesa del comedor, me observaba absorto. Por el espejo del aparador podía verme desnudándome ante aquel mozalbete. La morbosa sensación de estar corrompiendo aquel muchachuelo, virgen en aquellas lides, hizo que mi deseo de poseerle se tornase irrefrenable.
Picante escena la de un cuarentón peludo y fornido, con aquel cipote babeante, exhibiendo su cuerpo ante aquel jovenzuelo recién salido de la pubertad. Pero el vicio que observé en su rostro me confirmó que nada era contra su voluntad.
Aproximándome le bese apasionadamente mientras le manoseaba el sexo. Luego agarrándole del brazo, le di la vuelta y poniéndole una mano sobre la espalda le dije.
- Recuéstate sobre la mesa.
Torno la cabeza y me pregunto nervioso.
- ¿Qué me va a hacer?
- Nada que tú no quieras- le respondí mientras mi mano le obligaba a reclinarse sobre la mesa del comedor.
Me situé tras él y le frote la polla entre las nalgas. El zagal suspiro. Ya se podía imaginar lo que le esperaba.
Le abrí con un pie las piernas, luego tras agacharme, le separé las cachas y mi lengua golosa lamió entre ellas mientras mis manos apretaban sus carnosas y suaves posaderas. El olor del mentol inundó mi nariz. Cuando mi lengua culebreante se posó en su apretado esfínter y pujando intenté penetrarle, los suspiros se acrecentaron. Aquel chaval le gustaba que le anduvieran en el culo. Era evidente.
Al fin traspasé la entrada. Isidrito se retorcía de placer con aquella sierpe hollándole las entrañas. Me ensalivé los dedos para intentar introducirlos. Cuando le metí el primero saltó sobresaltado. Con el segundo gimió gustoso. El tercero hizo que gritase como una zorra.
Le dilaté durante minutos lubricando con mi saliva el virginal zulo. Me erguí y puse mi polla en su palpitante entrada. Se la veía enrojecida por el trabajo manual que le había practicado.
Al hacer presión en la cancela con mi capullo saltó sobresaltado.
- ¿Me va a dar por el culo? - me dijo asustado mientras tornaba la cabeza mirándome suplicante.
- Si - le dije imperativamente
- ¿Me dolerá?
- No - le mentí.
Llegado a este punto no había retorno, tenía que clavársela hasta el fondo. Estaba tan caliente que a punto estaba de arder. Sudoroso en aquella estancia tórrida ansiaba sodomizar aquel mozalbete.
Cuando empecé a introducir el capullo se crispó como bestia herida.
- Me duele. Me duele.- empezó a gritar.
Le tapé la boca temeroso de que sus gritos fueran oídos por la vecindad y de un empellón le enterré todo el glande. Su esfínter se cerró tras su paso y empezó a latir como corazón de paloma. El daño ya estaba hecho. Seguro que le había roto el virgo, pero no importaba. Me apoyé sobre su espalda y nuestros sudorosos cuerpos se pegaron. Deje que su ojete se acostumbrara a su invasor. Mientras, le calmaba con palabras suaves.
- Lo peor ya pasó. Ahora veras como disfrutas. Relájate. Acostúmbrate a tenerla dentro.
Tras unos minutos su cuerpo se distendió y noté como su culo se ablandaba. Ya estaba abadanado.
- Si me prometes no gritar te destapó la boca. ¿Vale?
Afirmó repetidamente con la cabeza. Retiré mi mano permitiéndole jadear durante unos segundos.
- Me ha roto el culo. - me dijo llorando
- Bueno eso le pasa a todas las vírgenes, en algún momento hay que desflorarlas. Al principio duele un poco pero luego..
- !Un poco¡ Ha sido horrible, una tortura. Como si me hubiesen rajado el culo con una navaja- me dijo con voz queda.
Le agarre la polla que pendía flácida iniciando una masturbación. Sus lamentos desaparecieron mientras su rabo se empinaba.
- ¿Ya pasó? - le pregunté con delicadeza.
- Si ya no me duele tanto. - Respondió jadeando a causa del placer que mi mano le producía.
- Quieres que te folle.
- Vale- dijo tras un momento de duda
- Pero despacio - añadió rápidamente a continuación
Milímetro a milímetro se la fui clavando mientras su cálida piel se estiraba a su paso. Cuando llegué a la mitad me detuve e inicié un lento mete-saca. Sentía todos los pliegues de su interior apretando firmemente mi polla.
Ay, ay exclamaba con cada acometida. El dolor se estaba tornando en placer y mi cipote le estaba haciendo al fin gozar.
- Te gusta cómo te lo hago
- Si ssiii
- Quieres que te la clave entera.
Con su cabeza me lo confirmó. De una fuerte estocada se la clavé hasta la empuñadura quedando mis huevos pegados a su piel sudorosa.
- Ay Dios mío. - Suspiró.
- Ahora ya la tienes toda dentro.
Entonces le follé sin piedad. La sacaba dejando solo el capullo dentro y se la enterraba de un golpe hasta las trancas. Alternaba un suave vaivén con un frenético mete y saca que le hacían dar pequeños grititos de placer.
En uno de estos viajes mi polla se salió del todo. Cuando mire para poder atinar con el agujero me compadecí. Efectivamente el color rosado que manaba de su ojete demostraba que ciertamente le había roto el culo, ahora dilatado a más no poder.
- Métala. Fólleme. No pare se lo ruego. Quiero sentirla dentro otra vez. - me rogaba ansioso.
No me hice de rogar y de nuevo se la clave de una estocada. Mientras le perforaba frenético vi toda la escena reflejada en el espejo del aparador. Isidrito ponía los ojos en blanco con cada acometida mientras su boca babeante no dejaba de gemir. Y detrás de él mi cuerpo peludo le acometía con furor. Lo que más me enardeció fue mi perversa mirada que delataba la complacencia de saber el poder que ejercía sobre aquel mancebo mientras lo sodomizaba salvajemente.
- Fólleme, fólleme - me decía al borde del paroxismo
- No pare.
- No se detenga ahora
Sus palabras me confirmaron que estaba a punto de alcanzar el clímax. Agarrándole con fuerza la polla le pajeé frenético mientras mis estocadas se hacían cada vez más profundas. Estábamos empujando literalmente la pesada mesa del salón que se deslizaba con cada empellón.
Al fin Isidrito se comenzó a correr en mi mano mientras su culo espasmódicamente me apretaba la verga. Sus contracciones consiguieron que mi cipote se hinchara luchando contra aquella piel recién estrenada que lo aprisionaba comenzando a escupir mi néctar en su interior.
Fue una corrida como hacía años que no tenía. No se los trallazos de leche que sembré en aquel culo debutante. Nuestras carnes latían y nuestros cuerpos sudorosos se estremecían de placer. Agotado me derrumbé sobre el suave cuerpo del joven muchacho. Mi polla poco a poco fue perdiendo rigidez y se salió de él.
Me retiré para observar mi obra.
Reclinado sobre la mesa, el cuerpo desmadejado del joven virgen. Sus piernas separadas permitían ver a la perfección la oquedad en que se había convertido aquel otrora estrecho agujerito. De la cavidad enrojecida manaba un espeso líquido rosado que resbalaba por sus piernas deslizándose hacia el suelo.
Mi cara en el espejo me observaba con pérfida sonrisa.
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