Ojos verdes

Hay tipos que nacemos con la palabra fracaso adherida a la línea vital. Gente harta de la manida frase "no tiene suerte en la vida".

"Aunque estamos satisfechos con tu trabajo, creemos que tus aptitudes no son las necesarias para el puesto".

Políticamente correcto, pero igual de doloroso. Eufemismo de la realidad : no valgo. La historia de mi vida.

Adiós al ascenso. ¿Qué si me lo merecía?. No. La verdad es que no. No tengo cualidades brillantes. No tengo dotes de mando. No sé trabajar en equipo. Quizás porque el equipo nunca ha trabajado conmigo. No, definitivamente, no lo merecía. Soy mediocre y en un puesto mediocre debo quedarme.

Hay tipos que nacemos con la palabra fracaso adherida a la línea vital. Gente harta de la manida frase "no tiene suerte en la vida".

No, no tengo suerte en la vida. Mejor dicho, sí tengo suerte. Mala suerte, en concreto.

Salgo del trabajo media hora antes de tiempo. Mi jefe me ve, pero no me dice nada. Creo que se siente culpable. Veo en sus ojos la misma expresión que se pone cuando asoma a la televisión alguna desgracia y alguien pide ayuda para los damnificados. Ya sabes, cuando fugazmente pasa por tu mente "Tengo que hacer algo para ayudar a esta pobre gente". Pero no haces nada.

En este caso la pobre gente soy yo. Y tampoco habrá nadie que haga nada por mi.

Mi viejo Fiat, comprado de segunda mano a un vendedor que me aseguró que me llevaba un chollo, se niega a arrancar otra vez. Resisto la tentación de prenderle fuego porque sé que con mi suerte explotaría hiriendo a cientos de personas. Yo , por supuesto, sobreviviría a la explosión para hacer frente a la justicia. Y quedaría con horribles quemaduras que deformarían mi rostro. Seguro que alguna de las víctimas sería hija de un millonario que gastaría su fortuna en hundirme. Bueno, para hundir mi vida tampoco tendría que gastar mucho.

Es viernes por la tarde y coincido en el metro con adolescentes ruidosos que van de juerga. Los veo tan llenos de vida, tan esperanzados, con tanto futuro que casi me dan ganas de ahogarlos. A mi lado se sienta uno de ellos que parece haber bebido en exceso. No han pasado ni cinco minutos cuando me vomita en el zapato. La gente del vagón se ríe de mi. Me levanto para salir del vagón, aunque aún faltan unas cuantas paradas para llegar a mi casa.

  • ¡Eeehhhhh, al ladrón, que se lleva tu cena en el zapato!.

Todo el vagón ríe la gracia. Salgo mirando al suelo escuchando el eco de las risas en mi cabeza.

No tengo la más remota idea de por donde se va a mi casa. No conozco el barrio en el que estoy. A juzgar por las casas debe ser otro depauperado barrio obrero de esta ciudad. Camino entre edificios ennegrecidos por la contaminación, parques de columpios rotos, basuras y excrementos de animales. Me cambio de acera para esquivar una pandilla de adolescentes.

Cae la noche y una fina lluvia comienza a calar mi traje de rebajas. Mis zapatos también calan y pronto tengo los pies empapados. Veo un bar anunciado con un neón rojo en un callejón y encamino mis pasos hacia él.

El bar es un tugurio más sucio aún que el callejón. Sorprendentemente está bastante concurrido, lo que me ayuda a deslizarme hasta el más oscuro rincón de la barra y acurrucarme allí. Igual que un conejo asustado en su madriguera.

  • ¿Qué te sirvo, campeón?.- Me pregunta el camarero.

Campeón yo, que en mi vida he quedado primero en nada. Intento sonreir pero sólo me sale una mueca de medio lado.

  • Whisky, solo, con un hielo. El más barato que tengas, me da igual la marca. - Marchando un whisky para el somelier.

Tengo que reconocer que su ocurrencia me hace gracia.

  • Aquí tiene.- Me dice mientras coloca el vaso con el líquido amarillento delante mío. - Espera, no te vayas, ponme otro.- Le digo mientras me bebo el contenido de un trago.

Con el segundo whisky decido ir más despacio. Me dedico a observar a la gente del bar. Parece una tasca de marineros de las películas de color sepia. En las mesas hay hombres, en su mayoría solos. Algunos tienen suerte y una fulana se ha sentado con ellos. Contemplo la escena entretenido, hasta que mi mirada repasa el resto de la barra.

Y entonces los veo.

Dos ojos verdes que me atrapan. Todo lo demás se oscurece. Sólo están los dos ojos verdes.

Ella es una mujer alta, pelo negro y largo. Y esos dos ojos verdes. Debió ser muy guapa, sin duda. No, no es que sea mayor, apenas debe llegar a la treintena. Pero está muy estropeada. Extremadamente delgada, con los huesos de la calavera muy marcados en su rostro. Los brazos apenas son hueso cubierto de piel con moratones, los labios con algunos cortes, le tiembla el pulso al agarrar una copa de algo transparante. Pero sigue siendo guapa. Y con esos ojos...

Me quedo atrapado mirándola, embobado, hipnotizado, imaginando mil escenas con ella, fabulando, haciendo conjeturas acerca de su edad y nombre... cuando ella cruza su mirada con la mía.

Es una mirada limpia pero cansada. En un segundo parece transmitirme mil sentimientos, mil recuerdos. Parece decirme "La vida me ha tratado mal, pero aqui sigo". Me sonríe y entonces el bar se ilumina como un salón de vals. Baja de su taburete y se dirige hacia mi sin dejar de atravesarme con sus ojos.

  • Hola. Soy Emily, ¿y tú?. - Brad Pitt, encantado. - Vaya... un tío gracioso. Te veo distinto, Brad. ¿Estás caracterizado para el papel de un gilipollas?. - Perdona. Es que... "Emily", lo siento, pero no creo que sea tu nombre.

Me observa con sus ojazos. Me evalúa. Creo que está pensando si realmente soy un gilipollas.

  • Vale. Soy Emilia. Pero no creo que un poco de fantasía haga mal a nadie, ¿no?. - No. No hace mal. A algunos incluso nos mantiene vivos. Soy Gabino. Gabi, para los amigos. Si los tuviera, claro. - ¿A qué te dedicas, Gabi?. ¿Humorista? - Bueno, aunque en el trabajo me traten como a un payaso, en realidad soy contable de una empresa fabricante de muelles. - Suena emocionante, debes pasártelo de miedo con tu calculadora. - Ni te lo imaginas. ¿Y tú, a qué te dedicas, Emilia?. - Profesora del amor, no te jode. ¿Tú qué crees?.

Su sarcasmo me hace reir. Ella también sonríe con sus labios cortados. Tiene una boca sensual y atractiva. Mantiene una extraña belleza en la cara, un magnetismo. Hubiera pagado un millón por verla en su mejor momento. Claro que entonces ni se hubiera dignado a hablarme.

  • Escucha, Gabi. ¿Te apetece pasar un buen rato?. Por 30 euros te la puedo chupar. Y por 60 podemos echar un polvo como tu quieras. Si quieres sin condón, son 15 euros más. Echármelo en la cara otros 15. Por el culo son 90. Cualquier otro numerito tengo que pensarlo. ¿Qué me dices?.

Me suelta sus tarifas del tirón, como el camarero de un chiringo de playa recentando el menú a las mesas de turistas. Me siento abrumado y un poco desolado. Sí, ya sabía que era puta, pero quizás en mi interior esperaba que se hubiera acercado por otro motivo. Maldita esperanza... que todavía te haga caso habiéndome fallado siempre...

Contengo mis ganas de decirle que no quiero ser cliente, que quiero que me abrace. Que quiero tenerla entre mis brazos, acariciar su piel, susurrar en su oído que todo está bien y que nadie va a hacerle daño nunca más. Pero en lugar de eso sólo acierto a decir una estupidez.

  • No tengo más que veinte euros. ¿Puedo pagarte con tarjeta?.
  • Claro, hombre. Puedes pasarme la tarjeta por los labios del coño, a ver si funciona. Venga, vale... me has caído bien, por esos 20 te hago una mamada, pero con condón, ¿eh?.

No tengo voluntad y le entrego los veinte euros que me pide por adelantado.

  • Espera un segundo.

Emilia se aleja hacia una de las mesas donde dos tipos con cara de ser capaces de abrirte el cuello con los dientes están hablando. Uno de ellos toma el billete de veinte euros que acabo de entregar a Emilia y a cambio el entrega algo que no consigo distinguir qué es.

Emilia vuelve y me toma de la mano. Salimos del bar y nos adentramos en el callejón, hacia la zona sin iluminación. Hay restos de basura por todas partes y huele a orines. Se detiene detrás de unos montones de cajas de cartón.

  • Un momento, que tengo que ponerme a tono.

Me quedo de pie sin saber que hacer mientras veo a Emilia sacar algo de su bolso. Es una lámina de papel de aluminio, que extiende cuidadosamente. Encima vierte el contenido de la bolsa que le ha entregado el tío duro del bar. Coloca un mechero debajo y aspira los vapores.

Repite la operación varias veces, hasta que todo el contenido se acaba. Yo no he movido ni un solo dedo, contemplando como Emilia se drogaba igual que si fuera un reportaje de la National Geographic y estuviera viéndolo a través de la pantalla del televisor.

Emilia se vuelve hacia mi. Tiene la mirada totalmente perdida. Algo de baba se escurre por la comisura de sus labios. Sus ojos han perdido el brillo, pero no la belleza.

  • No deberías meterte esa mierda. - Vale, lo que tú digas... venga, sácatela ya.- Me corta.

Sin darme tiempo a reaccionar, se arrodilla delante mío. Me baja la cremallera del pantalón y extrae mi pene sin ningún cuidado. Como un muñeco me dejo hacer sin ser capaz de oponerme. Introduce mi pene en su boca, blando y sin erección. Entonces mira hacia arriba, con sus ojos verdes, de borracha. Esos preciosos ojos verdes. No puedo evitarlo y me corro en su boca. Emilia, sorprendida y sin reflejos por la droga, apenas tiene tiempo de alejarse de mi y evitar que todo se vierta en su boca. Al hacerlo algunos chorros caen sobre su cara y su pelo.

Emilia escupe el semen y me maldice.

  • Joder, tenías que haberme avisado que eres eyaculador precoz, coño. Mira como me has puesto. No me ha dado tiempo ni de ponerte el condón.

Se aleja en dirección hacia el bar dando tumbos. Pasa una eternidad hasta que me doy cuenta de que está lloviendo de nuevo. Tengo la polla fuera. Siento que estoy como en un sueño, del que me despierto al vomitar los whiskys.

Consigo llegar a casa gracias a un taxista que me indica el camino. Esa noche en casa me masturbo durante toda la noche pensando en Emilia.


El sábado lo paso durmiendo hasta que anochece. Saco todo el dinero que me permite mi tarjeta y me voy hasta el bar. Entro y busco a Emilia entre la gente. Está en la barra, en el mismo sitio. Parece que no ha transcurrido el tiempo. Hasta la gente de las mesas es la misma. Los dos faros de sus ojos verdes me atraen irremesiblemente hacia ella.

  • Hola, Emilia. - ¡Hombre!, Speedy Gonzalez. Creía que eras de los que no volvía.

Aún con su burla me alegro de verla de nuevo despejada. Pido un whisky e invito a Emilia a un vodka.

  • Siento lo de ayer. Verás, era la primera vez que me pasaba.
  • ¿El qué?. ¿Que te la chuparan?. - No, me refiero a correrme tan rápido. - Ya... - Me dice mirándome con cara desconfiada.- Esos dicen todos. ¿Quieres algo hoy?. - Sí, verás, quería saber si puedo hablar contigo, no sé, en mi casa o en algún sitio que no sea este. - Podemos ir a un hotel si quieres y traes pasta suficiente. - No, no me refiero a eso, me refiero a hablar, en serio, sólo hablar.

Emilia me mira extrañada mientras apura su vodka. Creo que no entiende lo que quiero.

  • ¿Hablar?. ¿De qué?.- De pronto su mirada se ilumina.- ¿No serás de una agencia de modelos, verdad?. Mira, ahora estoy sin arreglar, pero hace tiempo hice desfiles. Esto es temporal, tú sabes como es esto. Es una mala racha y hay que pagar las facturas y...

Se detiene al ver como mi rostro se apena.

  • No eres agente, ¿verdad?. Sï, claro, eres contable de una mierda de empresa de muelles.- Su gesto cambia y deja de ser Emilia la niña ilusionada, para convertirse en Emily, la fría puta.- Hablar, quieres hablar. Supongo que querrás que te diga cerdadas mientras te pajeas.

  • No, Emilia, de verdad, sólo hablar. Pon un precio si quieres.

Emilia accede a llevarme a su casa y hablar conmigo el tiempo que quiera por 300 euros. Vive en un bajo de un edificio cercano al bar. Al entrar en el portal se escuchan gritos y golpes. El olor a orines es asfixiante. Las paredes están llenas de desconchones y pintadas.

  • ¿A qué esperas?. ¿Quieres que te enseñe el jacuzzi del club social?.- Me espeta Emilia desde la escalera de bajada a su piso. La casa huele bien. Está sorprendetemente limpia. Me imagino que es un oasis entre la mierda que nos rodea. Emilia se sirve una copa de vodka y me sirve un whisky. En el salón veo fotos de Emilia en su época de modelo. Es la criatura más bella que he visto en mi vida.

Me siento a su lado en un sofá. Le pregunto por su infancia. Por sus estudios, su vida. Ella me responde pacientemente a tods mis preguntas. A veces dejo de oir su voz y entro en trance. Ella habla y mueve los labios. Pero en realidad estamos los dos en un playa, abrazados, con la brisa del mar acariciando nuestros cuerpos. Emilia es encantadora. Su carácter es como sus ojos. Profundo, inmenso, atrayente. Hago mil preguntas y ella responde. Pero no me pregunta nada. Ella no quiere saber nada de mi.

No resisto más y me acerco a besarla. Friamente me corta:

  • Si quieres sexo el precio sube. - Emilia, no me entiendes. No quiero sexo. Te quiero a ti. Me he enamorado de ti. - Emilia salta del sofá como un gato acorralado al ori mis palabras. - Venga, no me jodas. Vete a reirte de tu puta madre. - Emilia, es cierto. No me río de ti. Te amo.

Mi cuerpo tiembla por lo que acabo de decir. Ni yo mismo sé como he sido capaz de decirlo. Ni como lo tengo tan claro. Bueno, sí lo sé. He sido capaz porque por primera vez en mi vida lo siento de verdad. Emilia no contesta. Se limita a permanecer impávida, mirándome a los ojos como intentando extraer los pensamientos de mi cerebro.

  • Vete, por favor. Vete de mi casa.

Ya no me mira, mira al vacío. Su mirada me evita. Veo sus ojos vidriosos.

  • Emilia, si tú no sientes nada por mi lo entiendo. Sé lo que soy y lo tengo asumido. Te pido que lo pienses... - ¡Cállate!. Por favor, vete. ¿Por qué haces esto?. - No te entiendo, Emilia, ¿por qué no me crees?. - ¿Porque soy una puta barata, drogadicta y con una pinta asquerosa, quizás?. ¿Qué coño te crees que es esto?. ¿Pretty Woman o qué?. - Emilia, no hables asi. Yo... te quiero. No me importa nada. Sé que te quiero. Podemos irnos, empezar de cero juntos. Yo siempre voy a estar contigo. Puedes dejar las drogas...

Ya no hay tono de burla en la voz de Emilia, ni de enfado. Es tono de tristeza cuando me dice:

  • Sí, y formar una familia. Y esperarte en la cocina con la cena hecha a que llegues de trabajar. Y veranear en la playa los agostos. Y ver crecer a los niños... No, la fantasía es buena para un nombre de puta, no para una vida.

Las lágrimas caen de sus preciosos ojos verdes. Me acerco y abrazo su cuerpo que tiembla entre mis brazos. Me llega su olor a tabaco y alcohol... y su perfume. Acaricia su pelo y su cara. Seco sus mejillas y uno mi boca a la suya. Todo se hace oscuro y el mundo desaparece. Sólo siento sus labios y su cuerpo. El resto ya no es nada.


Me despierta el sol en la cara. Me vuelvo en la cama hacia el lado donde duerme Emilia. Está tumbada de lado, dándome la espalda.

  • Deja el dinero en la mesa y vete.- Me dice al sentir que me he despertado. - ¿Cómo?. Emilia... ¿qué te pasa?. - ¿No me has oído?. Deja el dinero en la mesilla y sal de mi casa.- Emilia me grita que me vaya cuando se levanta de la cama y se encierra en el baño, cerrando la puerta. - Emilia, por favor, abre, ¿qué te pasa ahora?. - Vete o grito para que venga la policía.- Me grita desde el otro lado de la puerta. Está muy alterada. La oigo llorar. - Emilia, por favor, déjame entrar. No estés asi. Lo que te dije anoche es cierto.
  • No... no es cierto. No lo es. Yo no he nacido para tener suerte en esta vida. No hay cuentos de hadas, no hay genios ni lámparas maravillosas que conceden tres deseos. No hay nada. Soy una puta, Gabi, una puta. Yo sólo jodería tu vida. Tarde o temprano alguien me reconocería. O me ofrecería droga o... - Se interrumpe porque el llanto no la deja hablar.

Transcurre una auténtica eternidad hasta que acierto a decir.

  • Emilia... te quiero. Me voy a casa a recoger mis cosas. Quiero que te vistas y te arregles. Coge lo que sea necesario. Voy a venir a buscarte y nos largaremos de aqui.

Escucho como su llanto se va parando.

  • Vale... ¿vendrás ahora?. ¿Seguro?. - Te lo juro, mi vida. Vengo ahora.

Salgo a la calle y el sol me deslumbra. Es un día luminoso y oigo a los pájaros cantar. Llego a casa y hago una maleta con la ropa que voy a necesitar. Cojo mi documentación y las tarjetas de crédito. Vuelvo a la calle y me detengo el tiempo justo para comprar un ramo de rosas en una floristería.

Al acercarme a casa de Emilia veo un grupo de gente haciendo corro en su portal. Un policía impide la entrada. Hay una ambulancia en la puerta con la parte trasera abierta.

  • ¿Qué, qué ha ocurrido...qué ha pasado?. - Una putilla que vivía aquí. Parece que ha confundido heroína con coca y lo ha esnifado. Le debe haber reventado el cerebro.

Es de noche y ando totalmente perdido. La lluvia cala mis pies y mi traje de rebajas se mezcla con la sangre de mi mano, escurriendo por el brazo. Las espinas del ramo de rosas se clavan en la palma de mi mano, pero no puedo parar de apretar. Necesito sentir el dolor. Al menos asi puedo llorar. Y las lágrimas que nublan mi vista me hacen verlo todo de un color verdoso. Verde como unos ojos de mujer.