Ojos que no ven...
Una introducción a mi mundo.
Soy una mujer casada de 35 años, tengo el cabello negro, la piel morena, ojos verdes y un cuerpo bonito, aunque no demasiado alta. Mis tetas son lo bastante grandes como para considerarme bien dotada, tengo la cintura estrecha y estupendas caderas. Llevo siete años casada con un hombre encantador que me quiere y me cuida muchísimo, yo siento el mismo afecto por el. Tenemos dos hijos pequeños, un negocio propio y una situación económica sólida. Julián, mi esposo, es bien parecido y hace bien el amor. Normalmente tenemos sesiones maratónicas tres o cuatro veces a la semana. Son sesiones de verdad intensas, en las que la gruesa verga de mi marido se desplaza por todos mis orificios haciéndome estallar de placer. No puedo quejarme, tengo que decirlo. Sin embargo, hace unos meses me ocurrió una experiencia realmente sensacional y aún sigo recordándola con placer.
Mi marido y yo tenemos una casa de playa, en las afueras de la ciudad, y habíamos quedado en pasar un fin de semana romántico aprovechando que nuestros hijos estaban en casa de mis padres. Yo llegaría a la casa el viernes por la noche, luego de asistir a la boda de una amiga que se casaba por segunda vez y que me había pedido que fuera su testigo. Julián, por su parte, me alcanzaría el sábado al mediodía, lo que me daba tiempo para hacer algunas compras y poner en orden la casa, ya que no íbamos hacía algún tiempo.
Me encontraba en la carretera después de haber comprado las cosas en el primer supermercado que encontré en el camino, cuando divisé a dos jóvenes surfistas haciendo autostop. Normalmente no suelo recoger a nadie, pero sentí lástima por aquellos chicos, sobre todo porque empezaba a anochecer y estaba lloviendo ligeramente, así que me detuve cuando ya los había pasado. Por el espejo retrovisor pude ver como corrían en dirección a la camioneta. Acomodaron sus tablas de surfear en el techo del auto como pudieron, mientras me daban las gracias apresuradamente y se instalaban uno en el asiento trasero y otro a mi costado.
Después de las presentaciones preliminares pude averiguar que iban a la casa de unos amigos, muy cerca del lugar donde mi esposo y yo tenemos la casa. Estaban camino a una fiesta, pero querían llegar con el tiempo suficiente para salir primero a alguna de las diferentes discotecas que pueblan el lugar. Ambos eran muy jóvenes y bien parecidos, se llamaban Darío y Giuseppe, tenían 22 años y habían terminado la universidad en diciembre del año anterior. Los dos rieron cuando afirmaron estar en una "búsqueda personal" antes de ponerse a buscar trabajo. Me cayeron muy bien, pero me trataban de usted y yo me sentía como una verdadera matrona. Les pedí que me llamaran Maria Eugenia y conseguimos entrar en mayor confianza. Luego de casi una hora de manejar, nos acercábamos al desvío que debía tomar, así que les sugerí que tomaran una copa conmigo y ya en la playa, les sería más fácil encontrar algún transporte que los llevara a su destino. Aceptaron.
Los chicos me ayudaron a descargar la camioneta, llena de provisiones y demás para el fin de semana. Al parecer, la instalación eléctrica estaba descompuesta, por lo que tuvimos que arreglárnoslas con algunas velas que había llevado por precaución. Darío, quien parecía ser el menos tímido encendió el fuego de la chimenea mientras yo me iba a la cocina a preparar los tragos. En realidad, dudé un poco en cuanto a mi ofrecimiento inicial, pero ambos me aseguraron que lo hacían siempre y que no había problema.
Poco después me encontraba en la acogedora salita de la casa de playa a la luz de las velas y con la chimenea encendida en compañía de dos jóvenes vigorosos y atractivos. Me sentí feliz de vivir una situación como aquella, aunque estaba un tanto nerviosa. Comenzamos a relajarnos después de tomar unos tragos y me dejé llevar por la situación.
No se cuanto tiempo estuvimos charlando y riéndonos, el caso es que cuando ambos se quisieron marchar, se encontraron con la sorpresa de que era más de medianoche. Así las cosas, no podía permitir que se marchen por lo que les ofrecí el cuarto de huéspedes para que pasaran la noche. Les mostré la habitación y algo aturdida por el alcohol, me dispuse yo misma a dormir.
En verdad, ya había bebido bastante y me sentía como dominada por un extraño sopor, además del cansancio lógico después del viaje, por lo que bebí mi trago y le dije a los chicos que me iba a mi habitación.
Ambos insistieron en acompañarme y entre risas y demás, subimos los tres al segundo piso. Yo penetré en la estancia y me eché directamente en la cama, así vestida como estaba.
Uff, qué cansancio!....Creo que me dormiré enseguida...- suspiré....
Me imagino que sí -dijo Darío, sentándose al borde de la amplia cama.
Bueno -te quitaremos los zapatos, por lo menos -escuché a Giuseppe.
Sí, por favor - dije, mientras me sentía presa del sueño. Los ojos se me cerraban.
Sentí cómo unas manos me despojaban de los zapatos y luego, como entre sueños, que me acariciaban los pies adoloridos.
- Hmmmm!...¡Qué bueno! -exclamé.
-¿Te gusta? -escuché la voz de Darío...¿quieres un poco más?......
Sí, gracias...me duelen los pies un poco -respondí- mientras sentí la agradable presión de sus manos masajeándome suavemente los pies y, luego, las pantorrillas. Me volteé, acostándome boca abajo y murmuré:
Ahora, un poco la espalda y el servicio será perfecto -dije riéndome.
Con todo gusto, cariño -le escuché decir.
Sentí cómo esas manos se posaban sobre mi cuello y espalda, masajeándome primero y acariciándome luego sobre la blusa. Cerré los ojos, casi adormilada, mientras las manos se deslizaban sobre mi espalda y llegaban hasta mi cintura para posarse luego, después de una eternidad, sobre mis nalgas, acariciándomelas con dulzura. Entreabrí los ojos y vi que los dos se habían sentado a ambos lados de la cama y me deleitaban con sus manos sobre la nuca, bajo los cabellos, en la espalda y hombros, bajando por la cintura, por los muslos y sobre mis nalgas temblorosas.
Después de una eternidad maravillosa, sentí que me volteaban cuidadosamente sobre la cama, ya que yo parecía dormida. No opuse ninguna resistencia porque me sentía como flotando sobre plumas y me encontré esta vez acostada sobre la espalda. Instintivamente llevé mis manos sobre mis tetas, como protegiéndome, aunque casi me arrepentí enseguida. Darío , tranquilamente, puso sus manos sobre las mías y sentí las puntas de sus dedos acariciar mi pecho cálido. Abrí los ojos cuando sentí una sombra sobre mí: era su rostro que se inclinaba sobre mí. Un momento después sentí su aliento cálido y sus labios se pegaron a los míos en un beso ardiente y su lengua ávida penetró entre mis dientes y buscó la mía.
La suerte estaba echada.
Yo le dejé hacer, mientras otras manos abrían la cremallera de mi pantalón: Giuseppe, que había estado acariciando mis muslos y mi vientre, me liberaba de la prenda. Levanté un poco el culo, para que me pudiese sacar el pantalón más fácilmente, mientras la lengua de Darío se entrelazaba con la mía. Sus dedos jugaban con mis pezones, mientras Giuseppe metía sus dedos bajo mis braguitas y recorría mi pubis y me introducía suavemente la punta de un dedo en la vagina y acariciaba suavemente mi clítoris. Sentí que un rayo me electrizaba y me abandoné a mis amantes, completamente mojada ya.
Darío tomó una de mis manos y, al mismo tiempo que me besaba apasionadamente, la llevó hasta su entrepierna. Sentí un pene enorme y curvado bajo la ropa y supe que aquella era mi noche. Le desabotoné el pantalón y la cremallera cedió casi sola y deslicé mi mano suavemente sobre su vientre velludo hasta llegar a un pene ardiente que saltó casi hacia afuera. Al mismo tiempo sentía un fuego en mi vagina: era Giuseppe que, oculto por el tórax de Darío, había separado mis muslos y lamía concienzudamente cada rincón de mi vagina, provocándome un orgasmo interminable.
Cuando el apasionado beso cesó, abrí los ojos y vi frente a mi rostro el enorme pene erguido de Darío, con un glande hermoso y brillante, del cual ya salía un fino hilo de semen: le miré brevemente a los ojos y me apresuré a recibir en la punta de mi lengua su leche ardiente. Él me cogió la cabeza con ambas manos e introdujo poco a poco todo su miembro en mi boca. Yo, golosa y abandonada, me puse a lamérselo disfrutando cada venita y cada pliegue de esa lanza adorable.
Giuseppe, que me había estado lamiendo la vagina, me cogió de la cintura murmurando:
Ponte a gatas, Maria Eugenia... - Así me encontré a gatas, en mi boca la lanza hermosa de Darío y mi culo apuntando hacia el techo de la habitación. Giuseppe, desnudo ya, puso la puntiaguda punta de su pene en mis labios vaginales y me preguntó:
¿Te gusta, zorra?... ¿Quieres que te la meta?... - - Asentí moviendo la cabeza, ya que no podía hablar, con la cosa de Darío entre mis labios. Sentí atrás un hierro ardiente que jugaba primero en la entrada de mi sexo para, como un cuchillo en mantequilla, penetrar luego en mi carne suavemente, mientras mis tetas se balanceaban sobre la fina sábana de algodón. -
- Chupa, chupa, preciosa -decía Darío, mientras metía y sacaba su pene de mi boca. Yo, como una perra en cuatro patas, dirigía mi cabeza en la dirección de su vientre viril y hacía recorrer mi lengua sobre aquel manjar exquisito, mientras mis nalgas recibían el impacto de los testículos de Giuseppe, que me follaba locamente por atrás. - Por un momento pensé en mi marido, Julián, que estaría trabajando, y pensé que ahora nada me importaba.
Mis recuerdos de esa noche de pasión con Darío y Giuseppe son alucinantes. No sé exactamente todo lo que ocurrió, pero sí tengo en la memoria escenas muy nítidas, como fotografías instantáneas, sin saber exactamente en qué momento sucedió qué.
Así, sé que en un momento me habían sentado en el borde de la cama y puesto ambos de pie, delante de mí, y que, generosos, me daban sus penes para que se los chupe, lo cual yo hacía con placer, alternativamente primero, y, luego, tratando de meterme los dos glandes al mismo tiempo en la boca. Era fantástico tener dos vergas llenándome la boca. Podía sentir la carne dura y roja de aquellas trancas palpitando al contacto con mi lengua y golpeándome las mejillas. Recuerdo sobre todo el sabor de su semen inundándome completamente, en un de las veces en que eyacularon en mi boca. También nos veo aún en la posición clásica: yo echada sobre la cama con las piernas abiertas, mostrándole mi vagina al mundo y ellos, penetrándome repetidas veces, muchas veces alternadamente, mientras me besaban los ojos, los hombros y la boca. Mis tetas, mojadas en sudor, sentían sus manos ávidas, estrujando mis pezones.
Sé también que, en algún momento, me hicieron arrodillar delante de la cama y poner mi rostro y brazos sobre ella, enseguida comenzaron a lamerme la vagina y el ano, primero, para luego restregarme sus penes por detrás; sé que, después de largos segundos, Giuseppe se puso un forro de los que había comprado para tirarme a mi marido y, acto seguido, me puso su glande en el ano. Suavemente comenzó a empujar, mientras Darío me acariciaba las tetas. Sentí un dolor indescriptible al comienzo, pero supe también que mi esfínter estaba abriéndose y devorando aquel glande violeta y alargado. Giuseppe casi ni se movía, sino que dejaba que mi esfínter hiciera todo. Cuando su glande estuvo completamente en mi cuerpo, comenzó a deslizarse tiernamente dentro de mí, mientras Darío se las arreglaba para besar mi boca entreabierta. Fue un placer que no se puede describir. Sentir todo aquel pene en mi vientre, sus brazos musculosos rodeando mis caderas y apoderándose de mis nalgas, mientras la lengua de Darío exploraba mi boca. Luego de una eternidad, los movimientos de Giuseppe comenzaron a hacerse más rápidos y violentos y se escuchaba el golpear de sus testículos contra mis nalgas húmedas, hasta que una explosión de semen hirviendo inundó mis entrañas y yo supe que era suya. Luego, cuando ya tranquilo, comenzó a sacar su pene de mi entrañas, mi esfínter casi no dejaba salir aquel glande bienhechor, mientras por mis muslos resbalaban sus jugos y los míos.
Sé, también que, después de que Giuseppe me penetrase por al ano, Darío también lo hizo y que aquel rito de desfloración se repitió. Sé que, luego, ambos se echaron a mi lado, en la cama, exhaustos y que, con caricias mil, me hicieron comprender que, ahora, yo tenía que hacer el milagro de la resurreción de sus penes. Se los lamí largo tiempo, a ambos, mis amantes, yendo de un pene al otro alternativamente. Sus penes eran diferentes, de lo cual sólo ahora tomaba conciencia. El de Giuseppe era bastante largo y ligeramente curvo, con un glande en punta, como hecho para desflorar vírgenes. Darío lo tenía aún más largo y grueso, lleno de venitas, con un glande redondo y hermoso como una manzana en primavera. Ninguno de los debía medir menos de veintitrés o veinticuatro centímetros completamente erectos.
Seguí chupando como una loca, hasta que ambos reventaron en una verdadera ducha ardiente que me cubrió toda: cara, boca, tetas y piernas. Estaba bañada en el semen de estos dos toros jóvenes. Pasada esta erupción suprema, procedí a lamerles los miembros hasta dejarlos limpios y tibios, como dos bebés recién nacidos. Casi amanecía cuando nos quedamos dormidos, exhaustos y satisfechos.
Al día siguiente, me desperté poco a poco y me vi con los dos machos en mi habitación. Poco a poco, ellos también fueron despertando. Hicimos un poco de sexo antes de preparar nuestro desayuno. Me pegaron un polvo en el que se turnaban para darme unas cuantas embestidas desde atrás, de manera que llegó un momento en que no sabía cual de ambas vergas estaba en mi agujero. Fue de lo más estimulante.
Estuvimos cogiendo cerca de cuatro horas, tiempo en el que se dieron el gusto de volver a encularme y correrse en mi boca. Los llevé hasta la carretera y luego de una despedida llena de besos y caricias, quedamos en volver a encontrarnos. Desde entonces, los he vuelto a ver varias veces, siempre en la casa de playa, y hemos podido gozar todo el tiempo que hemos querido, sin apremios porque viene mi marido o porque ellos tengan que marcharse. Julián no sospecha nada y planeo mantenerlo así. Bien dice el dicho: "ojos que no ven, corazón que no siente".
Maria Eugenia