Ojos que no ven (2)

Por fin conocí a la inocente/dominante Bea.

Ojos que no ven II

Como ya sabéis Bea era el nombre de la chica ciega que conocí a través de una página de contactos de internet. Ella me había dicho que si era capaz de escribir un relato lo suficientemente original y excitante quizás podríamos conocernos. Yo escribí ese relato y junto con él le envié mi número de teléfono.

Ahora sólo cabía esperar. Pasaron un par de días sin recibir respuesta de Bea. Al tercer día recibí una llamada al móvil.

Dígame… hola….

Al otro lado sólo se escuchaba el silencio un tanto roto por el refrito de las comunicaciones de los móviles.

Hola, soy Bea, ¿qué tal? ¿esperabas mi llamada?

Hola guapetona, pues claro que la esperaba. ¿no esperabas tú mi relato?

Bueno sí, pero como me llegaron varios pues tardé un poco en llamar.

¿y te gustó?

¿cuál? Jajaja.

Cuál va a ser, el que te mandé yo.

Aaaah, ese, bueno, sí no está mal del todo jajajaja. .

¿cómo que no está mal del todo?

Bueno, no sé, yo esperaba algo más creativo, no sé, por ejemplo algo más de resistencia por parte de la chica ¿no? Yo no me follaría al primer desconocido que entra en mi piso, jeje.

¿entonces preferías que la hubiesen violado o que?

No, no sé, tampoco es eso, pero algo de forcejeo ¿no?

Ya, como para hacer ver que no es una chica fácil ¿no es eso?

Bueno, sí, más o menos.

Pero no me negarás que te pusiste cachonda al leerlo?

Que va.

No puedes negarlo, te lo noto en la voz. Seguro que te metiste varios dedos mientras leías el correo

No, no te montes tu película.

Es más, seguro que ahora mismo, mientras hablas conmigo por teléfono tienes una mano dentro de las braguitas.

No, no es verdad, jajaja

No me engañas. Te delata tu risa.

Bueno, puede ser, pero eso no te importa a ti.

Te equivocas. Sí que me importa. Quiero que me lo cuentes. Quiero que me cuentes lo que estás haciendo.

No, eso sí que no.

Venga, empieza ya.

Que no, que no.

Mira, yo también me estoy tocando. La tengo dura ¿sabes? Tú me la has puesto así con tu voz y con tus risitas.

Jajaja, no me lo creo.

¿ah no? Pues escucha.

Me comencé a masturbar mientras acercaba el teléfono móvil a mi polla. Cuando me lo volví a llevar a la oreja Bea respiraba más fuerte que antes.

¿te excita? -le pregunté

Eres un cerdo.

Ya, ¿pero te excita?

Sí,

Pues ahora quiero que me excites tú.

No.

Vamos, yo te ayudo. ¿qué llevas puesto?

Una blusa y unos vaqueros.

¿de qué color?

No sé, ¿qué importa?

Está bien, ¿llevas ropa interior?

Sí.

¿Cómo es?

Llevo un sujetador con aros de los que se abrochan atrás y un tanga, creo que de color negro.

¿lo crees?

Sí, no sé, no tengo marcada toda la ropa que me pongo.

Muy bien, sigamos. ¿los vaqueros son de cremallera o de botones?

De cremallera.

Bien, pues quiero que te la bajes y que te toques el tanga con los dedos.

Vale, ya está.

Muy bien, ¿qué notas?

Calor.

¿y qué más?

No sé, creo que he empezado a mojar el tanga, jajajaja.

Muy bien, así me gusta. Y ahora quiero que metas tus deditos dentro del tanga.

Vale.

¿qué tal?

Bien, está calentito.

¿qué notas?

Noto el bello de mi coño y la rajita que separa mis labios íntimos. Los abro un poco para meter un par de dedos. Estoy mojada.

Muy bien, pues ahora quiero que te masturbes como hago yo también. Pero no te vayas a correr, debemos hacerlo los dos a la vez, ya verás, será muy divertido.

A partir de ese momento Bea y yo nos masturbamos el uno junto al otro, cada uno en su casa pero unidos por nuestros teléfonos. La respiración cada vez más fuerte de Bea se fue convirtiendo paulatinamente en un gemido ahogado que delataba que no tardaría demasiado en irse. Yo aceleré el ritmo de mis movimientos y esperé a ver qué sucedía. Bea empezó a gemir ahora con mucha más fuerza y a decirme que se corría, que no aguantaba más, entonces yo también forcé mi orgasmo y me corrí abundantemente sobre una revista vieja.

Ha sido genial. –le dije yo mientras Bea acababa de recuperar el aliento.

Sí, no ha estado mal.

¡Qué manía con eso de que no ha estado mal!

Está bien, ha estado genial.

Lo ves, y eso que ha sido por teléfono, que si me tuvieras en persona lo ibas a gozar el triple.

Bueno, bueno, no me seas fantasmilla.

¿cómo que fantasmilla? Dime tu dirección y te lo demuestro cuando quieras.

No, todavía no nos conocemos demasiado.

¿cómo que no? Pero si te has hecho una paja delante de mí.

Bueno, pero no es lo mismo, jajaja.

Vamos, pierde el miedo y déjate llevar. ¿no querías algo excitante? Pues el quedar conmigo puede serlo.

No sé. En el caso de que aceptara a verte debería ser en un sitio neutral. No quiero que sepas donde vivo. Además deberías aceptar todas las reglas que yo te ponga.

Está bien, las acepto.

No, no lo creo.

De verdad, me da igual, lo que quieras.

Bueno, déjame pensarlo unos días y te digo algo.

Muy bien, espero ansioso tu respuesta.

Hasta otra

Hasta pronto.

Corté la llamada convencido de que Bea no me volvería a llamar. Tenía la impresión de que era la típica golfilla que le gusta calentar a los tíos pero que a la hora de la verdad nada de nada. No obstante tenía que reconocer que me había divertido bastante tanto escribiendo el relato como hablando con ella por teléfono.

Me equivoqué. Me llamó al día siguiente. Me citó esa misma noche en un hotel bastante céntrico.

La habitación es la 239, y está a nombre de Beatríz López y marido. Ven a eso de las nueve, cuando llegues te explicaré cuales son mis condiciones. Si las aceptas bien, si no te irás por donde has venido y no volverás a saber de mi

El tono de su voz era muy distinto al del día anterior, jovial e inocente. Ahora era un tono de voz serio y dominante que no encajaba demasiado con la imagen mental que de Bea me había hecho.

Esperé con ansiedad que pasaran las pocas horas que quedaban hasta la hora citada. Me duché, me afeité, me perfumé, y me puse elegante. Bea no me iba a ver pero estaba seguro de que sabría percibir de alguna manera que yo era un tipo atractivo. A las nueve menos diez entré en el hall del hotel y pregunté al recepcionista por la señora Beatríz López. Él me pidió el carnet de identidad y aunque no me hizo demasiada gracia se lo entregué. Me indicó el número de la habitación a la vez que me devolvía mi documento y me dirigí a los ascensores.

Delante de la 239 miré de nuevo el reloj antes de llamar. Eran menos cinco. No quería parecer impaciente pero en realidad me parecía absurdo esperar cinco minutos detrás de la puerta. Llamé y apareció Bea tras la puerta. Era bastante alta, más de lo que yo me había imaginado, delgada pero de caderas anchas. Llevaba puestas unas gafas de sol que escondían sus ojos un trozo de tela negra en una de sus manos. Nada más entrar me vendó con ella los ojos. No hubiese hecho falta, al menos de momento, pues a diferencia de la fuerte iluminación que había en el pasillo, la habitación parecía un cuarto oscuro en el que castigar a los niños, con las persianas bajadas hasta el fondo y todas las luces apagadas.

Así estaremos en las mismas condiciones. –decía mientras me ataba los extremos de la tela a la cabeza.

Me explicó cuáles eran sus condiciones. Básicamente estas se reducían a hacer todo lo que ella me pidiera sin preguntas, sin rechistar, sin quejarme.

Deja los prejuicios tras esa puerta. Si no estás dispuesto a ser mi esclavo vete ahora.

Evidentemente no me fui. Tenía curiosidad por saber hasta dónde era capaz de llegar mi inocente ama cieguecita.

Túmbate en el suelo. –me ordenó y nada más hacerlo buscó con sus pies mi entrepierna. Puso uno de sus pies sobre mis pelotas y apretó ligeramente.

Ahora eres mi esclavo, mi perro, mi rabo. Harás todo lo que te ordene, siempre subordinando tu placer al mío. No protestes, no te quejes, no preguntes, no pienses. Sólo actúa. Si eres obediente tendrás tu recompensa. Si no me veré forzada a castigarte. Mientras decía esto último apretaba con algo más de fuerza en mis huevos.

¿lo has entendido?

Sí.

Sí mi ama.

Sí mi ama –repetí yo.

Muy bien. Ahora quiero que me chupes los pies.

Bea se sentó sobre la cama y yo de rodillas ante ella le saqué los zapatos y me llevé uno de sus pies a la boca.

Mientras lo lamía mis manos ascendían vertiginosamente por sus piernas hasta llegar a sus muslos.

Quieto, ¿qué haces desgraciado? No te he dado permiso para que toques mis piernas. Bea me dio una patada en el pecho con el pie que tenía libre.

Así aprenderás, saco de pulgas. Los animales como tú sólo aprenden a fuerza de palos.

Lo siento mi ama, no volveré a hacerlo.

Está bien, pero la próxima vez seré más dura contigo. Ahora ayúdame a quitarme la blusa.

Yo me limité a hacer lo que se me había ordenado, desabotonando la blusa sin buscar si quiera el leve contacto con sus pechos. Luego ella misma se la sacó y comenzó a desabrocharse la falda.

Vamos, ayúdame a bajarla. –dijo Bea guiándome con sus manos. Al hacerlo pude tocar su culito desnudo. Llevaba puesto un pequeño tanga, al menos eso me pareció al bajar la falda, y la tira de detrás se le debía haber encajado dentro de la raja del culo.

¿te gusta mi culo? –preguntó Bea.

Sí, me gusta mucho ama.

¿te gustaría follarlo, verdad?

Si ama, me encantaría.

Si te portas bien quizás te deje olerlo.

Bea me tenía ensimismado. La mujer dominante que tenía ante mi poco tenía que ver con la chica sumisa y entregada que yo había dibujado en mi relato o la jovial y complaciente jovencita que se pajeaba al otro lado del teléfono. Sin embargo las tres eran ella y las tres, cada una a su manera, me producían una enorme excitación.

Bea me fue desnudando entre insultos y humillaciones. Se rió del tamaño d mi pene, pequeño según ella, normal tirando a grande creía yo. Me dijo que me iba a atar a la cama y una a una fue encadenando cada una de mis extremidades a cada extremo de la cama. Para entonces yo ya tenía una erección de caballo y Bea, al verlo me golpeó el pene con lo que debía ser el mando de la tele. ¿te gusta, verdad? Pues toma. –y volvía a golpearme cada vez con más fuerza. Una de las veces golpeó también mis testículos y entonces el dolor fue muy fuerte y se me escapó un alarido de dolor.

Te dije que no te quejaras. –me reprobó ella. Entonces dejó de golpearme durante unos segundos. Noté que se acercaba a mi rostro, en realidad eran sus manos las que se acercaban. Puso algo cerca de mi nariz. Si, eran su bragas, no había duda. Su prenda desprendía un cierto aroma a sexo que era inconfundible.

Ten, huélelas, quiero que huelas mis bragas, que te excites con ellas.

Luego me las metió en la boca.

Saboréalas, quiero que te comas mis bragas ahora.

Entonces, mientras me obligaba a tragar la pequeña prenda de tela me agarró la polla, de nuevo dura y la comenzó a masajear de arriba abajo. Yo seguía con sus braguitas en la boca cuando noté como ella se subía encima de mí y llevaba su culo hasta mi cara. Entonces un liquido caliente comenzó a caer sobre mi. Bea me estaba meando encima y yo la oía reír mientras lo hacía. Conseguí sacar de mi boca el tanga de Bea y escupirlo a un lado de la cama. Ella volvió a enfadarse.

¿porqué lo escupes? ¿es que no te gusta el sabor de mi coño? A lo mejor prefieres comerte mi culo, ¿no?

Bea colocó sus nalgas justo en mi nariz y me ordenó que le chupara el ano hasta nueva orden. Yo lo hice, lamiendo su ano y todo su culo mientras Bea me arañaba el pecho y el estómago.

Así me gusta, que seas obediente. –dijo. Y por haberte portado tan bien te daré una pequeña recompensa. Bea volvió a bajarse de la cama y me pareció escuchar que abría un bolso. Cuando volvió a mi llevaba algo en la mano. Era una especie de vara o algo así, que la recorrió por todo mi cuerpo. Entonces la colocó junto a mi polla y comenzó a reírse de nuevo. Creo que estaba comparando la longitud de esa vara con mi berga y al parecer el resultado debía ser poco halagüeño para mi. Luego unos minutos de silencio. Era como si Bea se estuviese masturbando pues podía escuchar sus gemidos de placer a lo lejos. Cuando estuvo de nuevo a mi lado Bea seguía llevando la vara en la mano. La pasó por mi cuello y por mi cara. Estaba mojada, Me metió la bara en la boca y descubrí que aquella vara en realidad era un pene enorme. Un consolador y estaba impregnado de sus jugos vaginales. Ten, para que luego digas que me porto mal contigo. ¿te gusta, verdad? ¿te gustaría comerme el coño a que sí? Todo llegará. Pero antes

Bea me quitó la almohada de la cabeza y la dobló por la mitad poniéndola bajo mi culo. No tenía ninguna duda de lo que pensaba hacer a continuación pero en realidad eso me excitó aún más.

Bea escupió en sus dedos y me los pasó por el ano.

Ya verás que bien te entra. –dijo. Seguro que nunca has tenido una tan grande dentro. Es magnífico, tienes la sensación de estar absolutamente llena.

Cuando el pene de plástico comenzó a penetrarme el culo mi polla se puso tan dura que pensé que iba a reventar. Siempre había tenido la fantasía de ser penetrado mientras yo me follaba a una mujer, y ahora, aunque no era exactamente así cumplía bastante con mis expectativas. No puedo negar que fue doloroso pero también fue excitante sentir esa polla en mi culo atravesándome. Bea, que había notado mi excitación se amorró a mi polla y la comenzó a lamer con voracidad. De vez en cuando me mordía el glande y el dolor se hacía inaguantable pero en general estaba siendo una experiencia muy placentera.

Ahora te toca a ti. –dijo Bea que dio un giro sobre mi cuerpo situando su sexo en mi boca mientras ella seguía lamiendo el mío. Bea no tenía el coño depilado, como había imaginado en el relato por lo que comencé a tragar pelos junto con sus flujos. Casi sin darme cuenta me estaba corriendo en la boca de Bea, que al principio no dijo nada, pues ella también estaba llegando a su orgasmo, pero luego volvió a golpearme por haberme corrido sin su permiso.

Ahora tendrás que limpiar lo que has ensuciado. –me dijo. Y sacándome el consolador de plástico del culo me lo metió en la boca para que lo limpiara con mi saliva.

Finalmente dejó caer el consolador a un lado de la cama y de nuevo sobre mí fue restregando su cuerpo sobre el mío. Me fue masajeando con sus pechos firmes y duros, algo pequeños me pareció. Con ellos atrapó mi polla de nuevo dura y la comenzó a masturbar.

Eso es, así, cómete tu propia mierda cabrón.

Finalmente dejó caer el consolador a un lado de la cama y de nuevo sobre mí comenzó a frotar su cuerpo con el mío. Sus pechos, duros y firmes aunque algo pequeños según me pareció en un primer momento recorrían mi piel y envolvían mi polla de nuevo dura.

Voy a soltarte las manos. –dijo ella Ha llegado la hora de que follemos en serio.

Bea a horcajadas sobre mí me desató los brazos, algo adormecidos ya por la mala postura. Al sentirme libre, al menos en parte, rodeé a Bea con mis brazos y la atraje hacia mí.

Eres una zorrita muy mala. –le dije yo dejando a un lado mi rol de esclavo.

¿cómo te atreves? –dijo bea.

Entonces yo me quité la venda de los ojos. Pese a estar prácticamente a oscuras mis ojos ya se habían acostumbrado y la leve luz del piloto del televisor fue suficiente para que pudiera ver más o menos el rostro de Bea. Seguía con sus gafas de sol, desnuda por completo sentada sobre mi estómago. No era demasiado bonita pero tenía un buen cuerpo.

Se acabó lo de ser tu esclavo. A partir de ahora vamos a joder como animales.

Con un movimiento de mis brazos sobre sus caderas la hice retroceder hasta colocarla sobre mi polla. Al notarla Bea abrió aún más las piernas para introducírsela dentro y comenzó a moverse sobre mí. Sus tetas se movían arriba y abajo con sus pequeños movimientos y mis manos se dirigieron a ellas como impulsadas por un muelle. Por primera vez notaba su tacto y en realidad no eran tan pequeñas como me había parecido antes.

Ahora Bea se movía más rápido y buscaba que mi polla la penetrara profundamente. Mis huevos impactaban con su culo cada vez que éste caía sobre mi polla y sabía que pronto perdería el mundo de vista si Bea seguía con ese ritmo frenético.

Si sigues follándome así no podré aguantar mucho más –dije yo pero Bea no parecía dispuesta a bajar el ritmo. Algo recostada sobre mi introducía y sacaba mi polla de su coño a su antojo con una gran precisión y cuando mi leche comenzó a desbordarse en su interior Bea lanzó un inmenso aullido de placer que me indicaba que también ella se estaba corriendo en esos momentos.

Exhaustos nos quedamos acostados el uno junto al otro. Me dormí, no sé cuanto tiempo estuve así, pero cuando desperté Bea ya no estaba allí. Me solté las ataduras de la cama y encendí las luces. De ella tan sólo me quedaban sus braguitas tanga, que se habían caído al suelo durante nuestro revolcón

No he vuelto a saber de ella desde entonces pero sí que aprendí una cosa: nunca subestimes a unos ojos que no ven.