Ojos grises

Con cara de contrariedad Susan observa como tres viejos macarras beben cerveza en una mesa próxima a la suya. Cuando llego no se percató y ahora no les iba a darles el gustazo de que huía a otra mesa.

1

Viernes, cae la tarde y las pequeñas farolas con globos amarillentos empiezan a lucir en la terraza de Danillo’s bar-restaurante. Con cara de contrariedad Susan observa como tres viejos macarras beben cerveza en una mesa próxima a la suya. Cuando llego no se percató y ahora no les iba a darles el gustazo de que huía a otra mesa. Parecen sacados de la película de "los ángeles del infierno", en especial ese guarro, se dice Susan.

Con un gesto de la mano llama al camarero para que la traiga un bourbon con poco agua y hielo. Siempre la ha gustado ese sabor acaramelado. Un halito de aire agita los manteles de las mesas vacías. La suave fragancia de los romeros inunda la terraza que circunda. Su aroma la hace sentirse radiante y más pensando en la orgía de mañana.

Robert, a horcajadas sobre una silla, apoya los brazos sobre el respaldo. Engulle de un trago los restos de su bote de cerveza. La boca y la espesa barba se le seca con el dorso del brazo. Sobre la mesa varias latas de cerveza vacía se apilan. Su castaña melena le llega hasta los hombros. Algunos mechones le caen por la cara. Con desinterés a la conversación de sus otros dos colegas, se recoge los mechones en el cogote.

Saca un cigarro del bolsillo superior de su chaqueta de cuero negro y lo enciende. El nuevo camarero, Daniel, sirve solícito la copa a Susan, lo que con indiferencia atrae su mirada. Al observarla con cierto detenimiento a través de sus Ray-ban, piensa, ¡joder!, hasta lleva corbata la bollera esta.

Acechada por la mirada, Susan se mira su traje de chaqueta pantalón gris marengo con finas rayas amarillas, está completamente arrugado. Hace escasos meses, con solo 25 años, le ofrecieron el puesto de ayudante de producción y desde entonces se pasa el día estresada, sobre todo esos días aciagos como hoy que no entraban los vídeos después del noticiario.

El colega que esta junto a Robert, le espeta, -bueno, pagas o qué-, Robert se vuelve hacia él,- que te pague el ¿qué?-. – ¿Qué va a ser?, los portes de la mudanza, tío -.- Mamón, pero qué portes y qué leches me hablas, ya están pagados-.- No me vaciles que te engancho una ostia-. – Tú y cuantos más-. Al oír la conversación Susan se alarma, sus fracciones se tensan.

Sin mediar palabra el que estaba callado le suelta una ostia a Robert tumbándolo y saltando sus gafas de sol. La trifulca se arma al instante. Susan se levanta y se aleja precipitadamente. La gente se acogota observando la pelea. Un minuto después donde varias sillas y una mesa han volado por lo aires, Robert parece controlar la situación. Uno parece noqueado en el suelo y al otro le tiene trincado, retorciéndole el brazo por la espalda mientras llama con el móvil a la empresa del porte.

Robert con sus gafas puestas, lanza un escupitinajo ensangrentado que cae cerca de Susan. Al observar ésta la marca del impacto, no puede evitar dar una arcada. Robert se encoge de hombros sonriendo burlonamente ante su mirada.

El ruido de una sirena se oye como se acerca. La gente se arremolina con curiosidad. Tras las pesquisas pertinentes, Robert asume la responsabilidad de los desperfectos. Los otros dos, magullados y ajados, se les obliga a montan en su camión de mudanzas y se largan.

Robert antes de irse le avisa a un camarero,- dile a Danillo que prepare la cuenta, mañana por la mañana me pasaré a pagarle, él me conoce-.

-Espero no volver a ver a ese cerdo-, se dice Susan, mientras se vuelve a sentar en su mesa.

Dos amigos que bebían cerveza en otra próxima mesa, socarronamente le comenta uno al otro al ver que se va.-Vaya jaleo que han armado-. El otro le contesta, - al tío ese de la barba, el tal Robert, le conozco desde hace muchos años, le vi como se follaba a una niñata de esas ejecutivas modernas, fue increíble-. El otro mientras le da un trago de cerveza le pregunta sonriente -¿qué pasó?-.–Que, ¿qué pasó?-, dice, recostándose sobre su silla.

"Pues este tío y otro estaban jugándose al billar una pasta. Había una curiosa expectación a ver quien ganaba. Llevaban dos horas y se oía unas ostias del taco sobre las bolas del copón

De no sé donde, aparecieron dos pringaos de ejecutivos con una tía muy buena con faldita y un maletín. Vamos, de esas que la gusta más el vicio que a los pavos la mierda", y poniendo una mano en la boca como para evitar ser escuchado, -como la que esta aquí al lado-.

El cliente continuó,"a la tía le cayo en gracia Robert y no le quitaba el ojo de encima. Más que mirar le chequeaba de arriba abajo, en especial el paquete. Daba un trago se aburría y le miraba; si Robert lo detectaba, se cruzaban la vista y volvía a charlar con sus colegas.

Llevaba Robert una buena tacada, había metido en la tronera del centro dos bola, y dio un picado de lujo. La bola se volvió por toda la banda y lentamente toco a una y la coló.

En una simple carambola, al deslizar la punta del taco sobre sus dedos y ajustar el tiro. La tía se recuesta sobre el respaldo, se cruza las piernas, y se relame con el movimiento del taco al penetrar por la oquedad que formaban sus dedos. Antes de tirar, Robert giro la cabeza y la tía mordiéndose el labio pasaba la vista de él al taco y viceversa. Robert tragó saliva, apuntó y falló.

Ya, Robert ya no era tan fino, empezaba a fallar más de la cuenta. Fallo un corrido y la tía suelta,-no sabe ni correr las bolas-. Robert reclinado sobre la mesa la observa y se sonríe. Se acerca a ella, la contempla fijamente. Esta se retrae. Los otros dos tíos se ponen en tensión. Los mira, pero pasa de ellos y vuelve. La partida continua, pero ya conoces a las tías, cuando se sienten juguetonas, se encaprichan de un tío y se ponen a jugar a ver hasta donde llegas.

La tía seguía con sus juegos y Robert debía tener las huevos mas que recalentados. Casi al final de la partida, la tía no se ocurre otra cosa que ir al servicio y justo cuando Robert va a tirar, alguien la empuja y cae sobre él con la mala suerte que la bola toca a la negra y la caga, se cuela. 1000 pavos perdidos.

La tía pretende alejarse pero Robert la atrapa por la cintura. Uno de los tíos que estaban con ella se levanta y se acerca, pero no le da opción, le suelta un tacazo en medio de la corinilla, que cae como un saco de patatas. El otro se queda más rígido que un pan de tres semanas.

La tía la mira con pavor. Robert la levanta en vuelo, y ante la mirada atónica de todos, la arranca la falda. La tumba sobre sus piernas y la da dos manotazos en sus nalgas que retumba todo el local. La tía pega una alarido y se queda extasiada, lo que no sé si fue por asombro o por placer. Nadie se movió, Robert acercándose a su cara la dice,- ahora vamos a jugar al billar-. Con el local medio lleno, se saca la verga, y el cabrón apoyado en el borde la mesa, se la calza en el aire cogiéndola por los glúteos. La tía lloraba no sé de cual dolor, pero en cada vaivén más que una penetración parecía una estocada. Entraba hasta la empuñadura. La levantaba y la dejaba caer como un fardo. La tía no estaba húmeda estaba ya en remojo.

Allí solo se oía el zumbido de las moscas y el suave fru, fru de la polla entrando. Al quinto envite, la tía dejo de llorar y puso ojos de gatita agradecida.

Aquello parecía una hipnosis colectiva todos mirando con cara de gilipollas. La tensión se masticaba, la testosterona funcionaba a tope. El que estaba a mi lado se le olvido tragar y la cerveza se desparramaba por todo su jeta.

Cada vez las cornadas eran más rápidas. A la puta se le paso el enfado, y movía el vientre para aprovechar mejor la hincada, tan bien, que sería la envidia de un harén árabe. ¡Joder!, cómo acompañaba el movimiento aprovechaba cada centímetro de percutor. Robert empezaba a resoplar como un toro. Me acuerdo que la tía le puso sus manos en sus hombros y le miraba con la boca entreabierta, se lamía sus labios, gemía del rabo que le estaba entrando. La polla de más de alguno debía estar reventando sus cremalleras pensando en esa hembra. Uno apretó tanto el vaso que tenía en la mano, que le estallo y no se entero que estaba sangrando hasta después del polvo".

Susan, que lo oía no dejo de pensar, no me extraña todos pensáis con la polla.

El hombre seguía entusiasmado," tío, qué espectáculo mejor que en las porno. A mi lo que me tenia jodido eras sus tetas que parecían que tenían vida propia a la velocidad que saltaban. Cuando Robert se fue a correr se hecho para atrás sobre la mesa del billar arrastrando la tía encima de él y se dieron un muerdo que las lenguas debieron de llegar hasta la garganta.

Cuando la descabalgaba, le soltó, – aquí tienes cariño, una corrida de bolas-.

Lo más cojonudo fue la respuesta de la tía,- te pago la mitad de lo que has perdido-

El cachondeo que se armó al final fue monumental, la gente los vitoreaba del polvazo."

Por hoy ya era demasiado, pensaba Susan, entre ese macarra, machista y misógino y estos dos payasos, me han fundido la tarde, y cogiendo el bolso sale del restaurante no sin antes pensar,- así que folla como un león hambriento, ver para creer.

2

Toc-toc-toc, el incesante repiqueteo de un martillo sobre una pieza metálica despierta a Susan. Su cabeza la esconde debajo de la almohada en un intento de amortiguar el constante golpeteo. Medio aturdida se incorpora sobre la cama. Mira el reloj, son las 10 de la mañana. Maldice algo mientras se levanta. Su corto pelo negro esta alborotado. Desnuda, alcanza una camisa del pijama y se lo abotona acercándose a la ventana. La matutina luz cegadora del sol la impide identificar la procedencia del ruido. Se pone la mano en la frente a modo de visera y vislumbra a un hombre con el torso desnudo tratando de poner una rueda de una moto.

No, me jodas-, exclama, con histérica expresión,- el cabrón del viejo macarra es mi vecino y encima motero. ¡Jesús!, hasta en la sopa le voy a tener presente.

La casa de ladrillo rojo en forma de L con una altura donde vive Susan, es simétrica a la de su nuevo vecino, de hecho en un tiempo fue única, separada hace ya varios años por una tabicación interior. La finca esta aislada del resto por un jardín que la bordea. Susan siente suya la casa como algo personal, por eso hace tres años cuando se enteró que se alquilaba no se lo pensó ni un minuto. Agriamente le entristece que la mitad este en manos de ese cerdo.

Los ojos grises de Robert ocultos por su inseparable Ray-Ban contemplan el carenado amarillo de la moto. Hace una muesca sonora con la boca en señal de aprobación. Le ha costado el poner la cadena de la rueda trasera, pero ya esta colocada en el plato. Se sorprende de sus suerte, en el desguace encontró dos Dyna super glide Custom y de las dos a conseguido una casi nueva.

Con trapo enjabonado, va eliminando los restos del polvo y suciedad que están adheridos en la moto.

Una hora después, está satisfecho de su trabaja, el carenado de la moto de color amarillo luce brillante y lustroso solamente el nombre Hardley Davisson, sobre los laterales del depósito son en rojo, El asiento de cuero negro, esta reluciente, el resto de un cromado impoluto brilla bajo los rayos del sol. Con cara de satisfacción levanta la mirada, observa unos bonitos ojos desde el primer piso de la casa de al lado. Lentamente los retira hacia las pieza que tiene en las manos. Echa un escupitinajo al suelo. Increíble, me ha tacado la boyera como vecina.

Sentado en una silla recostado sobre el respaldo y los pies estirados donde una bota negra militar de tres cuartos monta sobre la otra. Observa la casa.

"Es lo único que me queda, bueno y ese recuerdo, pero mejor no pensar en ello.

Me casé con Hellen la camarera del bar, un mes después de cumplir 18 años, cuando la faltaban dos meses para parir. Gracias a mi difunto padre, conseguí con sus ahorros la casa embargada a subasta. El preció fue justo, estaba hecha una mierda y hubo que currar duro para rehacerla. La cosa marchaba, pero aquélla fatídica barbacoa, con solo 21 años, por separar a aquella tía del zumbado de su amigo que la estaba dando una somanta de palos; se jodió todo. Me dio a traición con el atizador, tropecé y caí; al intentar darme por segunda vez, le di un patadón, reculo y se clavo el hierro por la espalda".

Robert, no puede evitar después de tantos años una expresión de desagrado por el muerto. Enciende un cigarro y se vuelve a sumergir en su mundo.

"¡Ocho putos años en la carcel!, Hellen y la abogada, que no me preocupara, que se iba a recurrir, todo mentiras. La tía aquella, a la que ayude, en lugar de decir la verdad parecía que el culpable era yo. La abogada llevo el caso tan mal preparado que a la primeras de cambio sabía que lo perdíamos, pero para llevarse media casa, si que anduvo despierta. Hellen, termina de rematar la faena, al año me viene con lo del divorcio. Putas mujeres solo sirven para follar".

Al mediodía, la terraza del bar se riega para que emane frescor del suelo. Las anaranjadas sombrillas se abren para retener los rayos solares. Algunos clientes disfrutan de un vermut mientras observan a la gente pasar. Susan sentada en un taburete sobre la barra interior, tomaba un café. Estaba acordando el catering de por la tarde con Danillo, el dueño del bar- restaurante, un italiano viejo dicharachero con bondadoso semblante.

En la calle se escucha una moto que para y se cala. Danillo observa al recién llegado que acaba de entrar acercándose a él. Lleva su largo pelo recogido atrás con una goma. La chaqueta algo ceñida para sus hombros, va desabrochada.

Robert con actitud impaciente, interrumpe la conversación,-perdonar, tienes un instante-. -Hombre, Robert, tanto tiempo sin verte-, saludándose con un fuerte apretón de manos.

Susan se irrita por la interrupción. Robert se percata, pero no se da por aludido. Danillo, más comedido, se disculpa dirigiéndose a Susan, -No te importa un minuto, verdad-, -si, pero da igual-. Danillo, se sonríe y entonces se le ocurre,- por ciento no os conocéis verdad-. Se miran con indiferencia y ambos dicen a la vez, -de vista-.

Danillo se lo presenta a Susan observándolos detalladamente a ambos, -Susan este es Robert tu vecino-. – Hola-.- Que tal-, ambos se saludan con la cabeza.

Robert con su mirada confirma su impresión de anoche, que buenas tetas tiene la pava. Susan lo capta y se gira dando un soplido; machista cabrón, piensa.

-Dime cuanto te debo de lo de anoche-.- ya te lo tengo preparado-, añadiendo,- los viejos roqueros nunca mueren-. Robert levemente sonríe,-y agregas la consumición de ella-. Susan responde con rapidez, -mis copas me las pago yo.

Mientras ambos hombres discuten los costes, Susan ojea el periódico, lee la noticia sobre una violación que se produjo anoche. La chica esta en el hospital en estado comatoso. Con su móvil llama al estudio, para interesarse por la noticia.

Al marcharse, Susan le espeta a Danillo,- veo que conoces al macarra, este-. Danillo, levanta la vista y la observa con extraña mirada,- es un poco lobo solitario, más bien un lobo estepario como el titulo de la obra de Hermann Hesse-, y añade,-ha sufrido mucho y merece una oportunidad-.

La panda ya ha llegado, Susan, no estaba decidida que ponerse, estaba excitadísima, Llevaba una hora con las bolas geishas metidas en sus vagina, acariciando su puntito G. Estaba tan humedita que de vez en cuanto se lamía el dedo con los jugos que obtenía de su braguita mojada. Del salón llegaban oleadas de risotadas. Mis pitufas no esperan ni a la anfitriona, pensó.

Abrió el armario y con sus dedos acariciando cada ropa que tanto placer le daban. Pensó en su vestido negro de tirantes de látex, lujuriosamente brillante, tan ceñido que hasta las costillas se la marcaban, tan delgado que la suave acaricia de una uña la sentía como si estuvieran cortando su piel, con su escote cuadrado que aprisionaba sin ahogar sus delicados senos.

Respiro honda, tuvo un estremecimiento placentero. Apoyo una mano en el borde del armario para sujetarse y suavemente movía su vientre y su pelvis. Sentía mejor esos cosquilleos que tanto la apasionaban.

Desecho el látex no quería ponerse zapato de aguja que luego la marcaba el parquet. Descartó también su preferido body que se lo ponía con un tangas negro, ese me lo puse la última vez, pensó. Al final se decidió, iré de Lolita. Cogió su top blanco de fino algodón, que se lo anudaba debajo del pecho donde las lucía con todo su esplendor; sus medias elásticas largas también blancas sobre la rodilla y su faldita de pliegues a cuadros escoceses. Como complemento unas bamba blancas para no caerse como la última vez. Cuando iba a cerrar la puerta se percato, se quito las braguitas y se extrajo sus queridas bolas, cerró la puerta y bajó a la fiesta. Llevaba los labios muy marcados de rojo intenso y una suave sombra de ojos marrón.

Cada mes hacían una fiesta en casa de alguna, algunos tíos se unían para dar color a la fiesta, por supuesto gays, allí todas eran homosexuales o presuntos.

Daniel el camarero, esta ultimando el servicio de catering, Observa la concurrencia con amable sonrisa y ponía algunas copas hasta que Susan bajó al salón. Esta da el visto bueno y le da una copiosa propina antes de marcharse. Susan detecta un extraño brillo en sus ojos, pero sé figura el porqué.

Pasado una hora, bajo las tenues luces indirectas del salón, la conversación se va trasformando en risas nerviosas y cómplices miradas. Las baladas empiezan a prodigarse y los cuerpos a acercarse. Lentamente la temperatura ambiental se eleva. Un susurro y un beso ocasional va abriendo el camino. El tacto empieza a apreciar lo existente debajo de esas exquisitos vestidos. El deseo se despierta.

Esa noche Susan, estaba loca por la tal Francesca, la había impresionado en el trabajo cuando la vino a pedirla que la invitara, Tenía una piel tan blanca y suave que era porcelana pura, la vista se escurría de puro gozo. Unos ojos negro azabache tan negros que absorbía su mirada hacia un fondo tenebroso. Pero lo que la atontó fue esa indecente mirada de monjita, casi temblorosa de pura timidez. Cuando se lo pidió agacho la cabeza. Con mimo como cuando valoras un dulce pieza de porcelana, Susan por la barbilla la levantó la cabeza y humedeciendose los labios le atrapó los suyos con suavidad. ¡Qué placer!, sabía a primavera, a doncella primeriza; pensó con ardiente deseo.

Francesca llevaba un vestidito rojo de látex, con una cremallera. Susan no sabía si tirar de la cremallera y comérmela allí mismo o ir eslabón, por eslabón. Su cuerpo rezumaba a exóticas fragancias. Al bailar, Francesca tenía sus brazos en sus hombros, sentía como su corazón latía.

  • Qué ganas tenía de estar en tus brazos- susurra y como una impulsiva decisión la besa

  • Eres una golfilla- la insinúa Susan, ella se sonroja. -¿Estas húmeda?-, continúa Susan,-¿no sabes cuanto?-,con dulce voz responde Francesca.

Susan, lentamente la sube sus ceñido vestido. Francesca, se pone tensa, como un cérvida que se asusta en el bosque. Mira a un lado y a otro con pudor de que su blanca pelvis quede al descubierto ante la mirada del resto. Con una candidez y sumisión se deja llevar. Susan la observa con placer, pasa un dedo sobre sus íntimos labios, la acaricie y ella gime, su vista se turba.

Al intentar querer darla otro beso, Susan se echa la cara hacia atrás y se miran con penetrante brillo las dos. Francesca, se aprisiona a ella, -no me hagas esto-, se queja. Susan respira hondo y sonríe. Al pasar su amiga Clara, atrapándola por la cintura la da un beso abrasador, envidioso, celoso. Mira a Francisca. Esta la mira con desesperación, insinuando, -ese beso era para mi boca-.

Susan, la sienta espatarrada en una silla. Se sienta enfrente de ella. Pasa un muslo de ella por encima del suyo y mete el otro por debajo de ella. Su piel rezuma de olores exóticos. Con dulce mirada se contemplan. Francesca desata el lazo del top y acaricia la redondas y erguidas, aun algo caídas tetas de Susan; ésta da un leve suspiro. Francesca ve los ojos de deseo y suavemente va eslabón a eslabón desabrochándose la cremallera hasta que su blanco cuerpo queda a su mirada. Esta desnuda, ya no siente pudor, solo ansia de vicio.

Susan aprisionándola contra el respaldo de la silla, desliza sus muslos. Sus hedores las embriagan. Las vulvas se rozan, un estremecimiento recorre ambos cuerpos. Ambas arquean sus piernas, aprietan sus culos. Los pezones de ambas se rozan, se excitan, se ennegrecen. Las bocas entreabiertas, las ganas a flor de piel, las miradas lascivas expectantes. Francesca desliza las uñas de sus manos por la espalda de Susan. Esta gime de placer. Los labios de la boca se juntan, los labios vaginales también. Los cuerpos se comprimen. El sexo comienza.

A las cuatro de la mañana, Francesca duerme abrazada apoyando su cabeza sobre los senos de Susan en su cama. Al acaricia el cabello pringoso de sus jugos, siente cierta zozobra, no comprende la razón. Escucha el ruido de una moto. La oye parar y confirma sus pensamientos, es el vecino. Instintivamente le viene a la mente la chica violada. Se estremece, apaga la luz y se recuesta abrazando a Francesca.

Robert, aparca la moto en el garaje. Observa como se apaga la luz de la ventana, mira la hora y hace un chasquillo con la lengua. Buena juerguecita te has pasado esta noche, se dice.

Robert, mañana empieza su nuevo trabajo, después de deambular por medio país, se vuelve a sus orígenes por eso conservó esta "media casa", siempre cerrada pero siempre suya.

3

Una tenue luz iluminaba la instancia. En un rincón de un sótano un hombre sentado en el suelo esta apoyado sobre la pared. La humedad rezumaba por todas las partes. El hombre estaba abrazado a sus rodillas. Estaba sucediendo de nuevo. Una voz interior le decía,- hazlo de nuevo, debes, hacerlo-, - No, no puedo-. A sabiendas que era imposible negarse. Balanceaba su cuerpo, con un ritmo pausado pero constante.

La voz interior insistía, recuerdas la última vez, fue muy fácil, en la oscuridad, agazapado, te aproximas a ella por detrás; uno, dos pasos y ya esta. La pones el brazo en el hombro y con el cuchillo se lo aprietas a sus costillas, -o me haces caso o te rajo-, y la enseñas la cuchilla de 25 centímetros, ¡qué cara más dulce ponen de asustadas¡ ja ja-. Luego con voz calmada casi amigable la dices ,- solo quiero lo que tengas-.

Todas reaccionan igual parloteando precipitadamente y con nerviosismo, - Te daré todo lo que tengo pero no me hagas nada-. Una carcajada se escucho en el sótano.- Si, si es verdad y algunas se ponen a llorar-, decía el hombre a media voz mientras se balanceaba con más intensidad.

Mientras le llevas al lugar escogido, la cuentas el cuento ese de tus necesidades, que llevas tres días sin comer. Algunas se lo crean, ja,ja,ja; pero la sorpresa llega cuando abren el bolso y arrancándoselo lo dejas caer, -cógelo-, la exiges y al agacharse la agarras del pelo y la obligas a tumbarse. Todas se tumban, a todas las follas y te llevas su braga de recuerdo.

El hombre dejo de balancearse, y se oponía,- pero la ultima vez tuve que huir, casi me cogen-,pero la voz interior era exigente,- porque lo hicistes mal, la próxima vez la golpeas y la pones un esparadrapo-.

Le suplicaba que le permitiera dejarlo por un tiempo, ahora estaban en otro lugar, podían empezar de nuevo.

Pero la voz interior le grito, - No, has visto esa morena con el pelo corto, lo esta deseando. Yo te enseñe a disfrutar la primera vez, ahora debes seguir tu, tienes que poseerla-.

La voz interior seguía insistiendo,- mira cuando recuerdos y sacando un hatillo de arrugadas prendas de colores del bolsillo, empezó a verlas: tangas negros y rojos; braguitas con encajes, otras lazadas, caladas. Su respiración se aceleraba. Una, dos, tres. Sus ojos brillaban con locuaz expresión. Siete y ocho.

El balanceo se había vuelto a reanudar, estaba callado mirando hacia delante, sus pupilas estaban dilatadas, su expresión era de gozo, la cara congestionada, y exclamo –si, lo aré-.

4

Absortas en su conversación, Susan y su amiga Clara se acercan a la terraza de Danillo. Tienen mucho que comentar de la fiesta pasada. Al entrar, Susan no puede evitar un gesto de contrariedad al observar la moto de Robert aparcada allí. Clara la espeta,-¿qué te pasa?-.-El macarra de mi vecino, que estará por aquí-, contesta visiblemente enojada.

Saboreando un trago de su bourbon, la vista de Susan deambula por la terraza, en un rincón de la misma, observa a una pareja de desconocidos. Se les ve en amigable conversación. Ella una hermosa rubia de unos 35 años, placidamente le escucha, mientras absorbe un trago de su bebida. El hombre de unos cuarenta y poco años, de corto pelo castaño con fracciones algo delicadas aunque rectas. Su cara contrasta con su cuerpo musculoso. Algo aniñadas se dice con una imperceptible sonrisa.

El se reincorpora de la silla acercándose a la mesa donde apoya sus codos. Una insinuante frase hace que su compañera, se recueste en el respaldo de su asiento, se miren y ambos sonríen.

Cuidado que me gustan esas caras, se dice Susan. Mientras que habla con su amiga Clara, no puede evitar mirar al fondo y observarle. No sabe porque pero siempre ha tenido predirección por esas caras. El hombre gira su cara percatándose de la presencia de Susan. Sus miradas se cruzan breves instantes. El corazón de Susan da un brinco, su expresión se hiela, se siente turbada al ver esos ojos grises, cristalinos que incomprensiblemente le resulta familiares. Esos ojos le recuerdan a alguien, pero a quien, se pregunta. El hombre se levanta y se marcha al interior del bar.

En un lugar apartado del bar, unas manos con frenesí retuercen un trapo girándolo y estrujándolo hasta hacerlo un guiñapo. Es como si lo ahogara. Sus ojos semicerrados no se apartan de la visión de Susan. Su cara muestra una locuaz sonrisa.

Susan observa a su amiga Clara, compañera de secundaría. La llamaban "la torti", y a ella a escondidas "la marimacho", las circunstancias las acercaron, los sentimientos las unieron. Veía la corta falda de esa rubia y se miraba la raya de su traje. El pelo largo y sedosa, y el suyo corto y rebelde. Siempre la había gustado marcar diferencias, definirse como tal, siempre había estado segura pero ahora empezaba a tener dudas a cuestionarse hábitos y comportamientos y eso la recomía por dentro. En otras circunstancias se hubiera fijado en ella, pero ahora estaba más pendiente de él.

Al rato sale el hombre con la cara empapada, ambos se levantan. El hombre se pone unas gafas de sol. Susan tiene un sobresalto en espera de confirmación. Esta llega cuando pudo alcanzar a oír que la mujer agarrándose a su brazo le llamaba Robert. Ensimismada no puede apartar su vista de ellos. Un "hasta luego", le sigue retumbando en sus oídos cuando pasan por su lado. Solo el arranque de una moto a su espalda, la hace reaccionar, "Coño, con esa barba cerrada, esos pelos y sus perpetuas gafas, quien lo iba a reconocer".

Un ligero estremecimiento siente al recordar esa arrogancia varonil que noto al pasar cerca de ella. Mirando a Clara la dice,- mañana acompáñame, voy a renovar mi vestuario.

Las semanas pasan. Susan en su camino a casa ve que los árboles ya han perdido sus flores y los frutos empiezan a madurar. Al abrir la puerta de la verja del jardín, inevitablemente mira hacia la casa de Robert; siempre lo hace. Al impactante cambio físico, se unía ahora su extraña personalidad llena de contrastes. Tan pronto escuchaba música country al viejo estilo Nashville de Tammy Wynette o Loretta Lynn que escuchaba adagios de Albononi o Schumann. Lo mismo se refugiaba en sus melancólicas tardes donde engulle los botes de cerveza, que en la terraza con cameladas frases y sutiles argumentes convincentes, obtenía contratos de no sé que proyectos eléctricos con sus clientes.

Con una imperceptible sonrisa, Susan se decide, "es hora que también se fije en mi".

Las chicharras se escuchan a lo lejos. Los rayos solares caen perpendicularmente con fuerza inusitada. Ha llegado el verano. Un rítmico aspersor inunda con su chorro de agua la verde hierva del jardín. En su ruta circular, la parabólica trayectoria del agua salpica todo a su paso.

Robert sobre un taburete en el jardín adyacente, arregla su moto. Esta limpiando la suciedad grasienta incrustada en el carburador. Desde hace unos días nota como la moto se retiene en las cuestas. El sol es abrasador, pero está acostumbrado. Toda su vida desde que tuvo su primera moto las ha arreglado en la calle, en los arcenes de la carretera y prefiere la iluminación solar aunque le abrase la espalda. Levanta la vista, se queda ensimismado, su nuez sube y baja; esta tragando saliva.

Vuelve a mirar el carburador, se quiere concentrar, pero no puede. Sabe que algo tiene que hacer, pero no sabe el qué. Con velado disimulo levanta la vista, dios mío que buena que esta, exclama. Lo que ve le fascina, mejor dicho, le excita.

Con un minúsculo topless, Susan está tumbada en la hierva boca abajo. Del negro bañador, no más grande que un tanga, solo se deslumbra una cinta negra alrededor de la cintura. Su glúteos dan paso a unas largas y musculosas piernas. Como me las había imaginado, piensa Robert.

Sobre su cuerpo desnudo una trasparente camisa, estampado en flores cubre su espalda. Susan indiferente a las miradas de Robert lee un libro que tiene entre sus manos. Al son de una melodía que escucha por lo auriculares, de vez en cuando contorsiona su cuerpo. Su pelo negro lo lleva recogido en un gorro de roja visera. Unas grandes negras gafas de concha ocultan su mirada, solo sus labios gesticulan las letras de la melodía.

Robert se admira de ese cuerpo, pero lo que le saca de quicio, es la dichosa parábola que cuando pasa cerca de ella, la moja. En su camino ve como gotitas salpican sus piernas deslizándose hacia el interior del muslo; luego caen sobre esas duras nalgas e inundan esa cabrona blusa que se pega a su piel. Cuando termina el hipnótico recorrido, observa su cara y esta sigue inexpresiva. Alguna gota salpica su cara y al deslizarse cerca de la boca, saca su lengua y la absorbe.

Suelta un resoplido, al coger una llave fila del 17 e intentar apretar una tuerca, la llave se escapa abocardando la tuerca, Un sonoro,- me cago en dios-, grita, soltando la llave. En la comisura de los labios de Susan se dibuja una amplia sonrisa, pero sigue leyendo.

Como si fuera un repentino escozor, Susan se medio incorpora y mientras sigue aparentemente con la vista en el libro, se acaricia su seno apretujándoselo un momento. A Robert se le queda la boca abierta, su testosterona se esta disparando, mira a un lado y a otro lado sin rumbo fijo. Se levanta y se larga murmurando,- esta niña, me esta recalentándome los huevos de mala manera,- se nota empalmado.- al final me la voy a tener que follar sin contemplaciones-. Sentencia, con un chasquido en la boca.

-Susan-, se dice,- estas coladita por ese cuerpo, cada vez que me fusila con esos ojos de lobo solitario, me siento húmeda de pensar en tenerlo en mis brazos.

Unos extraños ojos contemplan a Susan como se levanta y con sexual oscilación mueve sus caderas camino de la puerta de su casa. Pronto serás mía, exclama con enfermiza satisfacción.

5

Robert sale de una subsidiaria de General Electric, se monta en su moto y recorre las calles. Después de dos meses su proyecto de media tensión ha sido aprobado aunque ha tenido que discutir mucho para que aceptaran el soterrar los transformadores. Ensimismado en sus pensamientos en un cruce ve a Susan. Sonríe por su suerte, para la moto y se aproxima a ella. Hoy es un día completo piensa. Susan, luce una chaqueta fina de algodón con una blusa verde botella y una falda por encima de la rodilla, sus zapatos de tacón realzan su silueta que no pasa fácilmente desapercibida. Su pelo, aunque corto, le da un aire más femenino. Robert se dice, esta preciosa.

Susan, con intranquila expresión habla por el móvil con la cadena, ha habido otra violación y esta ha sido en el barrio conoce a la chica violada. Van hacer un programa especial donde inviten sicólogos y criminalistas.

Nota un golpe en la espalda se sobresalta, se gira y al ver esos ojos grises, su corazón da un vuelco, casi se lanza a sus brazos. Aunque de vez en cuando se ven y hablan cuatro palabras de cortesía, es la primera vez que están tan cerca uno del otro. Tras los habituales preámbulos, Robert se decide, -conozco un lugar que ponen una pasta deliciosa, bien cocida-. Susan se muerde el labio inferior, demora la decisión aunque sabe cual va a ser la respuesta, lo estaba deseando.

Cuando Susan se va sentar en la moto, se sube la falda para tener más libertad de movimiento. Robert con la cabeza hacia atrás la observa en silencio. Susan se percata y sonríe, al apoyarse en el cabestrillo de la moto levantar la pierna sentándose. Su tanga queda al descubierto. Susan le mira, Robert levemente se ruboriza, Susan se abraza a su torso.

A cada viraje de la moto Susan se aproxima más a él. No puede menos de sentir un ligero temblor al notar ese cuerpo pegado al suyo. Robert nota su pecho pegado a la espalda, endemoniadamente le gusta sentir ese calor traicionero.

Tras la cena una suave melodía suena en un extremo del local, Robert la coge por la mano y la lleva a la pista, Susan al sentir su cuerpo tan cerca percibe el efluvio que emana su cuerpo, se estremece y se acerca. Robert sonriendo la dice a su oído, -quien lleva aquí el paso tu o yo-, Susan le sonríe,-lo siento ha sido un acto reflejo-. Se deja llevar y le gusta, siente esas fuertes manos, alrededor de su cintura. Le mira a los ojos y se aproxima. Su corazón late con extraña intensidad. Esta excitada y húmeda. Casi era la primera vez que estaba en los brazos de un hombre.

De vuelta a casa Susan, le invita a una copa para que vea su casa, Robert sonríe como si no lo conociera, pero acepta la invitación. A Susan le brillan los ojos.

En el pasillo después del hall de entrada, están los dos uno enfrente de otro, hablando de trivialidades, Susan, se ha quitado la chaqueta y debajo de su blusa verde se dibujan unos senos libres sin ataduras cuyos pezones se marcan provocativamente, Robert, no entiende lo que habla solo ve esos labios entreabiertos con esos blancos dientes. No puede más y cogiéndola por la cintura la atrae hacia él besándola sobre esa boca. Susan se abraza y aprieta su cuerpo. Llevaba tanto tiempo esperando sentir sus labios.

Se miran en silencio observándose, amándose con la mirada. Ella le descamisa, como él la desnuda mientras sus labios juegan. Le desabrocha el pantalón introdujo su mano en busca de su turgente miembro. Se miran con lujuria intensidad. Susan le empuja hacia atrás, quedando su falo a su merced, y tras darle un tierno y húmedo beso, empieza a descender arrastrando su boca y su lengua sobre su cuerpo; a veces en su descenso le da un suave y sentido beso, otras veces se entretiene en lamerle sus pezones, mientras que sus uñas, le rasgaban suavemente su erizada piel.

Llega a su pene y sin prisas, le humedeció el glande con su ansiosa lengua, unas veces trazando pequeños círculos con la punta alrededor del agujero, otras veces deslizándola con suaves y profundos lengüetazos. Su saliva brilla sobre el rosado glande. Robert la contempla de gozo y acaricia sus cabellos. A veces, son sus propios labios, que se abren al rozarse con él hasta abárcalo. Con mimo empieza a deslizar esa lengua sobre todo su falo, desde sus duros huevos hasta la cabeza, tanto por un lado como por otro según su capricho, ensalivando las venas que bombean e inundan las esponjosas cavidades. Cuando su plenitud masculina luce con todo su esplendor, se la mete en su húmeda y cálida boca. Los labios se cierran al contorno de su pene, su lengua lo recibía jugando con ella aprisionándola contra su paladar. Poco a poco, excitándola, mimándola, amándola; hasta que su mamada se hace más profunda, mas rítmica, más excitante, y su boca lo absorbe hasta quedar completamente introducida. Robert, la retiró su pelo para ver su cara, y la miraba con ojos de satisfacción, con ojos brillantes de lujuria y de amor, y una pequeña corriente eléctrica recorría todo su cuerpo, su corazón palpitaba más y más y una estremecedora sacudida impulso su leche dentro de su boca, una y otra vez, hasta que descargó toda su semen dentro de su ansiosa boca.

Con cara de agradecimiento, Robert la levanta y la besa, absorbiendo su propio semen. La coge en sus brazos y la sube a la habitación para amarla con todo su pasión.

En su habitación en la cama, después de tenerla en sus brazos, Robert enciende un cigarro y el refleja de la luz ilumina el cristal de una foto, se la acerca. Sus fracciones instantáneamente se endurecen. Es una foto de Hellen con su hija Susan. La observa en silencio a su lado dormida, tan hermosa, tan lujuriosa y tan suya que es su hija y una profunda amargura la invade su cuerpo hasta lo más intimo de su ser. ¡Me he follado a mi hija!, piensa con desesperación. La colilla del cigarro la tira impetuosamente. Un leve fogonazo de luz ilumina un rincón de la habitación. Seré hijoputa, se dice.

Lentamente se levanta y se viste y al irse siente un cuerpo que se aprisiona por detrás y se pega al suyo- ya te vas mi amor-, escucha Robert. Siente un dolor inmenso no sabe que hace, simplemente se vuelve con enrojecidos ojos y la besa en la mejilla, la deja y apresuradamente baja las escaleras y se va.

Susan se queda extrañada, no comprende y se acurruca en la cama pensando en él. ¿qué le pasa?, ¿por qué ese cambio?, se pregunta. Tiene la sensación que se ha cerrado en su concha de lobo solitario, y esos ojos, que siente tan suyos, que tanto los ama y no sabe el porqué.

Días después, la actitud de Robert, la hiere, ¿simplemente ha sido un día que hemos pasado juntos?, ¿he sido su juego de billar?, se pregunta. Ese distanciamiento no lo comprende, le ha tenido en sus brazos y presiente que miente, pero no sabe la causa.

Susan se despierta sudorosa. La blanca camiseta de algodón adherida a su piel la asfixia. Se incorpora y con un rápido movimiento se la quita arrojándola al suelo, no lo soporta. Un foco blancuzco lunar penetra por la ventana. Pequeñas gotitas de sudor adornan su brillante piel. El calor esta noche es insoportable.

Un runrún lejano poco a poco se hace audible. Susan lo reconoce al instante, es la moto de Robert. Por la secuencia de sonidos, sabe lo que hace en cada momento. Algunas noches de insomnio desde el alféizar de la ventana le observa, le gusta verle incluso cuando viene ebrio.

Se tumba pero la cabeza no se posa sobre su almohada, ella yace a su lado, paralela a su cuerpo. La mira de soslayo. Escucha como entra en su casa.

Con la palma de la mano la desliza a lo largo de su vientre absorbiendo las gotitas de sudor, la restriega sobre la muda almohada. Mira al techo, se siente sola.

Poco a poco, inspiración a inspiración su vista se va perdiendo, sus pupilas se dilatan, su mente navega por lugares cercanos y tan lejanos. Instintivamente su mano izquierda abraza la almohada. Los dedos de la mano derecha empiezan a acariciar su necesitada piel. Las yemas de sus dedos, suavemente como el aleteo de una mariposa, rozan cual húmeda lengua su sensible piel. A su paso un reguero de dulce sensación va erizando su minúsculo bello. Un suspiro lento, nervioso, sensible; se escapa por sus secos labios.

Una mano ajena aunque propia, va acariciando, abarcando, manoseando sus senos. Con juguetona indeferencia, aprisiona, aprieta y pellizca sus tiernos pezones, que ante tan sutiles estímulos, se endurecen como botones. Una respiración entrecortada va subiendo de tono. La insaciable mano, ahora apretuja, estruja y comprime con movimientos rítmicos. Dos uñas como incisivos dientes de lobo solitario, se apoderan de los pezones retorciéndolos.

Susan ve la incontrolable mano, pero su mente rehuye la visión, se imagina otra mano algo peluda, algo más oscura, mucho más fuerte. Gira la cabeza y atrae la almohada contra su cuerpo, un breve alarido se le escapa. La mano esta impaciente, recorre su abdomen, trepa por su monte de venus, y se sumerge en sus profundidades. Unos espasmos recorren su cuerpo. Ora uno, ora dos dedos; suave y rítmicamente dan vueltas alrededor de un enarbolado clítoris.

Atrapa la almohada y se la pone encima de su cuerpo, la aprisiona y la restriega contra su pecho, mientras sus muslos la abrazan. Las trompas de Bartolino, segregan perlas lechosas en espera de su anhelado falo, pero son dos mentirosos dedos los que penetran en su cavidad. Frotan, friccionan, y un impetuoso alarido se la escapa. Gira su cuerpo y monta sobre la almohada. Con sus glúteos presiona acompasado con los dedos; con más frenesí, con más ahínco, con más necesidad. Una nerviosa sensación, como un cosquilleo, desde la nuca a los pies se incrementa, invade y se mantiene es su cúspide para descender apresuradamente.

Susan permanece inmóvil. Las sensaciones han desaparecido y la realidad se ha impuesto. Se sienta sobre el borde la cama. Serena y calmada observando la ventana. Solo la luna es testigo silenciosa de que dos amargas lagrimas se deslizan sobre su cara. Susan exclama,- esto ya no lo aguanto, necesito que estés dentro de mí-.

6

Susan, llegaba andando a casa a las 11 de noche. Había sido un día muy ajetreado con el especial sobre los trastornos sicológicos y emocionales sobre los maniáticos y psicóticos. Pero había salido muy bien y el director de la cadena le había felicitado por su trabajo.

El picaporte de la puerta de la verja estaba abierta. Le extraño, se quedo un instante pensativa pero paso al jardín, Robert seguro que ha estado por aquí. Ando unos pasos y se quedo quieta, escuchaba el ruido de los grillos, levanto la vista y observo la luz de la habitación de Robert. Se sentía feliz, estaba enamorado de ese hombre y aunque no comprendí sus reacciones, sabría el porqué y esperaba que fuera suyo de por vida.

Los grillos se callaron, no se percato. Una sombra se avecinó, Susan lo intuyo en el último instante, giro la cabeza, pero ya fue tarde, de refilón recibió un golpe. Cayo aturdida, sentía como era arrastraba al patio trasero. Al recuperarse, vio a Robert en la habitación, no miraba.

Quiso gritar con toda su fuerza pero no pudo, algo lo impedía. Unos ojos alocados la miraban con deleite, se bajo los pantalones, la iba a violar. Llevaba una careta con un distorsionador de voz. Susan se miro horrorizada, tenía arrancada la falda y las bragas.

Con la mano desesperadamente palpaba el suelo, la movía frenéticamente buscando algo. No encontraba nada. El violador sonreía y se carcajeaba,- llevo mucho tiempo con ganas de hacerte esto monada-. Vio como se sacaba la verga. Estaba como petrificada, giro la cabeza no quería mirar nada y vio un objeto verde. Noto como dos manos la abrían las piernas. No puso resistencia. En el momento de ir a consumir la violación, consiguió asir la palita de jardinero y acompañando con todo su cuerpo le golpeo con toda su fuerza.

El violador se quedó aturdido un instante, tenia un corte en la mejilla, sus ojos se inyectaron de sangre. Apretó los dientes y fue a por ella con la navaja en la mano. Susan retrocedía de espaldas como podía, pero él se acercaba gateando velozmente. Seguía reculando, toco con su espalda la tapia del patio, estaba perdida. Quiso gritar, no podía, ¿qué pasa?, toco su boca arrancó un esparadrapo y dio un grito desgarrador. Pero ya era tarde.

EL violador, volvió a carcajearse, aproximo la navaja a su cuello, Sus ojos estaban brillantes, excitado, locuaz. Veía como Susan estaba petrificada, inmóvil, sumisa. Susan cerro los suyos al oír – abre las piernas-; gimiendo obedeció, mientras pensaba, -Dios mío, ayúdame-.

Esperaba ser ultrajada, violada, penetrada, pero oyó un golpe. Volvió a abrir los ojos, Robert se había arrojado sobre él, estaban pegándose. El violador le lanzo una navajazo al costado. Robert, se echo hacia atrás dio un traspié y se cayo, El hombre se abalanzo sobre él, pero antes de ello, Robert desde el suelo le lanzo los pies impactando contra su pecho y lanzándolo hacia atrás. Cayo de espaldas golpeándose contra el borde. Se quedó inmóvil.

Robert se acerco a Susan la cogió por lo brazos, -como estas cariño-. Susan vio esos ojos otra vez y un flash surgió de los pliegues mas profundos del cerebro. Recordó esa mirada, esos ojos en idénticas circunstancias, cuando tenía tres años y su padre se peleó con un hombre, ¡era su padre!. Susan dio un quejido hondo desgarrador, mientras notaba como su corazón se rompía en dos sus fuerzas lo abandonaban y cayó desconsolada.

La sirena de la policía se oyó a los pocos minutos seguido de una ambulancia. La policía se llevaba al presunto violador. Era Daniel, el camarero del restaurante. Robert los acompañaba para testificar. Susan rehuyó ir al hospital, solo quería estar sola, sin nadie sola con su alterada paz interior.

Sedada sobre su cama, estaba inmóvil. Con la vista perdida sobre el techo blanco, oía ruidos y voces a su alrededor, reconoció a su amiga Clara, y algunos redactores de la cadena pero le parecían lejanos, como susurros. Su mente estaba fija en esos ojos, poco a poco fue comprendiendo, por eso tenía esa cicatriz en el costado, ¿sabría él que era su hija?.

El médico, vio como movía los labios, puso su oído cerca de su boca, pero los sonidos emitidos eran ininteligible para él, un " dios mío así no, así no; se repetía insistentemente".

La ventana estaba abierta, alguien abrió la puerta, una ráfaga de viento levanto la cortina. La cortina se sacudió con fuerza alcanzando a un objeto que se precipito al suelo. Era un marco que se había caído y al golpearse en un vértice, marco, cristal y foto estaban desparramadas por el suelo. Susan con ojos nebulosos y apagados por el narcótico, observó unos manos que cerraban la ventana y ponían sobre su mesilla, la foto. Noto que la tomaban el pulso, la observaban la cara y se marchaba cerrando la puerta.

Susan, vio la foto, con pesada dificultad se incorporó y la cogió. La miraba con insistencia, con dolorosa insistencia, estaba ella de tres años sonriendo con su madre. El borde lateral estaba roto, faltaba un trozo de la foto. Con su dedo suavemente lo deslizaba sobre ese borde riguroso y ondulado, y exclamo,-aquí no hay padre-. Padre es el que te limpia las lágrimas cuando lloras, él que te enseña a montar en bicicleta, al que admiras en silencio cuando crees que hace una proeza. Pero, ¿quién me secó las lágrimas a mí?, ¿quién, me enseño a montar?, ¿a quién pude admirar?; ¡nadie¡, yo no he tenido padre jamás. Un esperma afortunado que vive tres años para ver como su fruto se desarrolla es simplemente un accidente biológico.

Sentada en el borde la cama, se alisaba el pelo con dubitativa expresión. ¿De qué sirve esto ahora, si para él solo he sido una partida de billar?,se preguntaba volviendo a depositar la fotografía sobre la mesilla.

Dio un suspiro y observó extrañada un pequeño cilindro en un rincón al lado de la pata del armario. Con misteriosa atracción fue a cogerla. Era una colilla, la observaba entre sus dedos, la giraba con sus yemas. Algo le decía pero no sabía el qué. Abatida, la deposita encima de foto, y al ver la colilla sobre la foto, comprendió todo. Supo la causa del repentino comportamiento de Robert y una inmensa alegría la invadió su cuerpo. Sus besos no la mintieron.

Susan se levanta y baja al salón. Solo Clara permanece en casa. Se abraza a ella y la pide que la deje sola, quiere esperar a Robert sola, sabe que vendrá.

A la una de la noche, escucha el inconfundible ruido de la moto; minutos después, suaves golpes en la puerta anuncian su presencia.

Robert se asombra de verla levantada,-¿ cómo estas?-, dándole un beso en la mejilla que malamente acepta Susan. Ella le responde, -bien, ven quiero hablarte-.

Le coge de la mano y le arrastra al sillón donde se sienta. En silencio, con el corazón encogido, Susan se sienta encima de él. Robert callado la observa con sus manos en su cintura. Susan apoyó sus brazos en sus hombros y le miro largamente, hasta que habla.

"Siempre he esperado a esos ojos grises, cuando mi primer padrastro me pegaba con su cinturón, inconscientemente los buscaba como mi salvación, pero no lo hallé. Cuando el segundo padrastro se fornicaba salvajemente a mi vecina, también lo busque pero no los encontré. Esa niña se hizo mujer y aquellos ojos grises los olvidó y ya nos los necesitó.

Pero el destino hizo que un día sin saberlo los volviera a ver y mi vida cambio. Día a día te fuiste metiendo en el tuétano de mis huesos, necesitaba tenerlos cerca, que me quemaran mi cuerpo.

Esta noche los he vuelto a encontrar y los quiero más que a mi vida pero como mujer. Puede que sea fruto de tu esperma, me da igual. Robert ámame como mujer o déjame".

Susan lo miraba con ojos enrojecidos, esperando su reacción. Su cuerpo temblaba de su congoja, pero él no movía ningún músculo, no racionaba. La tensión de perderle la ahogaba. Imperceptiblemente noto como los dedos de Robert, se ceñían a su cintura, la estrujaban y la arrastraban hacia él. Ella abrazándose a él sintió como un colegiala el primer beso, abrasando todo su ser.

Fin

Gracias si llegáis a leer estas líneas. Si queréis hacer algún comentario positivo o negativo os lo agradezco.