Ojos de gata

La verdadera y caliente historia de la cancion de Joaquin Sabina y Enrique Urquijo.

Estoy en un cuarto de un hostal en un pueblo con mar. Soy un cantante, aunque creo que ya lo sabéis. No quiero pecar de falsa modestia, soy famoso y conocido, y tengo que vivir con ello. Lo que os voy a contar ocurrió hace exactamente un año, el 15 de Agosto de 1990. Eran las fiestas de este pueblo, y yo era la actuación estelar. El concierto lo di en un prado en las afueras del pueblo. Como iba a estar muy agobiado en los chiringuitos montados allí, decidí irme al pueblo yo solo. Siempre me pasa después de una actuación, me encuentro vacío, y necesito soledad para volver a llenarme.

Pasee por el pueblo. Todo era silencio, oscuridad, tranquilidad. Me sentía renacer. Es una sensación extraña, espero que algún día podáis sentirla. Al girar una esquina vi luces. Era una taberna típica de pueblo. Decidí entrar. Cuatro ancianos estaban sentados en una mesa jugando la típica partida de cartas, con sus chatos de vino. Mi mirada se dirigió a la barra, y allí divisé a la camarera. Era pelirroja, hermosa y con un tipo de infarto, por lo que podía observar desde la entrada. Entonces, cuando me dirigía hacia la barra para pedir, me reconoció, y la sorpresa de que yo estuviera allí le hizo abrir los ojos. Os lo juro, me quede allí paralizado, hipnotizado por la belleza, la profundidad de eso ojos de gata.

Si me cantas una canción al oído, te pongo un cubata. – Me dijo con una voz ronca, sexy que me hizo estremecerme hasta el tuétano.

Con una condición, que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata. – le dije yo, y no es por orgullo, pero creo que en una situación así a nadie se le podía haber ocurrido una respuesta mejor.

Empecé a cantarle, al oído, y la verdad es que nunca he tenido un concierto más difícil, ya que olía la fragancia de su pelo, podía observar la curva de su cuello y de lo que menos tenía ganas en ese momento era de cantar. Por suerte, no sé si por la situación, o porque de verdad habían acabado la partida, los parroquianos se fueron. Ella me dijo que esperara que iba a cerrar, yo como un caballero la ayude. He de describir a esa maravilla de mujer. Tendría unos dieciocho, vente años como mucho. Como he dicho, pelirroja, alta, de 1,70 de altura, bronceada, delgada, pero con unas curvas de impacto. Llevaba un top negro, que dejaba ver un escote y unos pechos redondos y plenos. La barriga al aire, con unos abdominales firmes y marcados, lo que denotaba que iba a un gimnasio. Una falda vaquera, con vuelo, le cubría las piernas hasta la rodilla, y unas botas, seguramente de marca Destroy, completaban el atuendo. Como se dice vulgarmente iba vestida para matar. Cuando acabé de bajarle la verja, sentí sus manos en mi espalda. Un dedo empezó a recórrela, yo, dirigí mi mano hacia atrás, tocando sus muslos y comencé a subir lentamente. Al no haber oposición, me giré. Sus ojos tenían una expresión de anhelo. Su boca entreabierta parecía llamarme y yo no me resistí. La agarre por la cintura con una mano y con la otra por detrás de la nuca, atrayéndola hacia mí lentamente, y como en una película americana, la bese, al principio suavemente, luego más intensamente. Mi lengua jugueteaba con la suya, explorando el interior de su boca. La pasión fue brotando, y mis manos empezaron a descender hacia su culo, Amarrándolo y amasándolo por encima de su falda, sin dejar de besarla. Ella empezó a frotarse contra mi cuerpo, y sobre todo mi polla, que en esos momentos ya estaba tiesa y dispuesta para la acción.

Hay un hostal cerca de aquí. – dijo ella, con voz aun más ronca.

Vamos.

Un trayecto, que en condiciones normales, hubiera tardado menos de cinco minutos, nos llevo algo más de media hora, ya que no podíamos dar mas de dos pasos seguidos sin pararnos a restregarnos y a besarnos con pasión y desenfreno, en la boca, el cuello y los hombros. Al día siguiente las marcas de sus chupetones quedaron en mi cuerpo.

Cogí una habitación en el hostal y subimos. La habitación era cutre, pero en ese momento no me importaba. Mientras nos dirigíamos a la cama, me iba desabrochando los botones de la camisa, mientras yo amasaba sus tetas por encima del top, sin dejar de besarnos. Nos quitamos mutuamente la ropa, ella la camisa y yo su top, dejando ver un sujetador negro de encaje. Mientras yo luchaba frenéticamente con los corchetes de su sujetador, me desabrochó el cinturón y me abrió los botones del pantalón de un tirón, bajándomelos un poco. Yo, por fin logré desabrochar los corchetes y le quité el sujetador, dejando en libertad un par de tetas, redondas y plenas, con unas aureolas grandes y en forma de elipse y coronadas por unos pezones grandes y tiesos, de color negro, que contrastaban con la mayor parte del cuerpo por su blancura.

Con un empujón me hizo caer en la cama, aprovechando para acabar de quitarme los pantalones y los mocasines. Luego, delante de mí, empezó a bailar al son de una música que no existía mas que en su cabeza. Sus pechos en libertad se bamboleaban en todas direcciones, y sus manos aplastaban y colocaban su pelo en un movimiento muy sexy, mientras ella se movía doblando sus rodillas, hacía arriba y hacia abajo, y con la cadera lateralmente. Me recordaba a una go-go de discoteca. Sus manos fueron bajando, hacia la cremallera de la falda, la cual fue bajando con una lentitud exasperante para mí, ya que deseaba poseerla en ese mismo instante, pero a la vez incapaz de dejar de mirarla. Se bajo la falda y de una patada, la envió por encima de mi cabeza, al otro lado de la cama. Sus piernas eran perfectas, con unos muslos bien torneados y firmes. Llevaba una braga negra, a juego con el sujetador, que luego, cuando se dio media vuelta vi que era un tanga. En su culo, se notaba la marca de la parte de debajo de un bikini. Ella, de espaldas a mí, empezó a bajárselo, dándome una panorámica increíble. Se le veían los labios menores sobresaliendo, y bien recortado de pelos la zona, aunque de color negro, no pelirrojo como los de su cabeza. Con una mano, se abrió un poco el coño, dejando flotar en el ambiente un olor dulzón que me empezó a volver aun más loco de deseo.

Déjame ver la herramienta que tienes. – dijo, subiéndose a la cama a mi lado.

¿No te vas a quitar las botas?

No, me vas a follar con las botas puestas. – dijo ella empezándome a quitar los calzoncillos.

Mi polla saltó como un resorte al verse liberada de esa prisión de tela.

No está mal. – comentó mientras me la agarraba y me la empezaba a menear arriba y abajo.

Tú si que no estas nada mal – le dije yo en un alarde de originalidad, mientras con una mano le iba directamente a su vagina.

¿Te importa si te la chupo un poco? – dijo con cara de niña buena.

No, pero déjame a mí también corresponderte y comerte el coño.

Se puso entonces a cuatro patas sobre mí, con su coño a la altura de mi cara, mientras que ella tenía la suya a la altura de mi polla. Con una mano, le abrí un poco sus labios mayores, mientras que le introducía el índice de la otra mano en su conejito, mientras que ella empezaba a chuparme y humedecerme el glande. Estaba mojada ya. Yo aproveche para lubricar bien el dedo y metérselo por su ano, mientras que mi lengua lameteaba su coño. Un gemido entrecortado y un respingo me dio a entender que le estaba prestando lo que hacia. Poco a poco empezó a mover las caderas en movimientos circulares, mientras su cabeza subía y bajaba sobre mi polla cada vez a mayor velocidad. Al cabo de un rato, empezó a pajearme a un ritmo frenético. Yo aproveche y deje de chuparle en coño y en vez de meterle un dedo por el culo, le introduje un par de dedos en su coño, metiendolos y sacándolos en un remiendo de un coito. Ella se movía y gemía, apretándome más aun la polla y acelerando el movimiento de su mano. Sin poder evitarlo, al poco tiempo me corrí.

Tranquila, que mientras me recupero, acabo lo que estaba haciendo. Échate y abre las piernas.

Ella me obedeció y yo le empecé a comer otra vez el coño, esta vez en una posición bastante más favorable para mí, ya que además de lamerle y chuparle, le podía introducir los dedos en su coño. Los gemidos se fueron intensificando, tanto en intensidad como en duración. Sus caderas se movían frotándose contra mi cara, mientras mi lengua no dejaba de culebrear entre los pliegues de su vagina.

Sigue, sigue, no pares, aaahh, joder. – me jaleaba ella.

Yo seguía lamiéndola, chupandola e introduciéndole mis dedos cada vez a mayor velocidad. De repente, las piernas se le tensaron, y con unos pequeños gritos se corrió, relajándose a los pocos segundos. Me incorporé y me eche a su lado en la cama. La bese.

Sabes a coño. – me dijo.

No te quejes, que es el tuyo. – Le dije, - Y puesto que no me quieres besar, ya sé lo que voy a besar yo.

Y me dirigí a sus pechos, y empecé a succionar y morder sus gruesos pezones. Mi polla volvía a recuperar la dureza, y después de un rato de lamidas a sus tetas, me incorporé y utilicé la almohada para elevarle un poco las caderas. Después, me situé entre sus piernas y coloqué mi polla a la entrada de su coño. Poco a poco empiece a aumentar el ritmo de mis penetraciones. Su sexo húmedo deja a mi polla resbalar con una deliciosa fricción penetrándola cada vez mas profundamente. Al cabo de unos instantes ella me dice:

Déjame a mí arriba.

Cambiamos las posturas, y ella situándose sobre mí, coloca su polla a la entrada de su coño y se deja caer, clavándosela toda de un golpe. Erguida sobre mí, empieza a subir y bajar, manteniendo un ritmo pausado y lánguido. Con una mano le magreo un poco una de las tetas, pellizcándole el pezón mientras ella sigue cabalgando sobre mí. Sus manos se apoyaron en mis hombros y empezó a acelerar los movimientos de sus caderas de arriba abajo, con algún pequeño movimiento circular. Tenía sus ojos abiertos y clavados en los míos. Su respiración era acelerada, emitiendo jadeos que acompasaban los movimientos que hacía. Justo cuando creía que no podía aguantar más, ella arqueo la espalda y clavándome las uñas en los hombros se corrió.

Siii, sii, siii.

Yo con dos embestidas profundas también me corrí. Ella, apoyando su cuerpo sudoroso contra el mío me besó. Nos echamos, para descansar unos instantes, ya que el ejercicio hecho había sido intenso y agotador. Una ligera claridad se empezaba a colar por la ventana del cuarto. Había perdido del todo el sentido del tiempo. Habíamos pasado toda la noche y la verdad es que no me importaba.

Lo siento, cielo, pero tengo que irme – me dijo ella.

Yo también tengo que irme. Pero podríamos vernos otra vez ¿No?

Tal vez. ¿Volverás por aquí?

Sí – le dije yo, poco consciente todavía de toda la gira que me esperaba.

Pues entonces búscame. – Me dijo y dándome un beso, se dirigió a la puerta del cuarto, la abrió y desde el quicio me tiro un beso. –Adiós, cielo.

Espera, -le dije yo – no sé tu nombre.

Era demasiado tarde, ya se había ido, aunque su fragancia seguía flotando encima de las sabanas. Me vestí y me fui. Los conciertos de la gira se apelotonaron, incluso crucé el charco para hacer las Américas. El verano acabó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno, y el azar, otra vez me trajo aquí por las fiestas. Al acabar el concierto me puse a buscar su cara entre toda la gente. Pregunte por ella, pero no hubo nadie que la conociera. Decidí ir al bar donde la conocí, pero cual no sería mi sorpresa que en lugar de tu bar había una sucursal del banco Hispano-Americano. Loco de furia, y desesperación cogí unas piedras y las tire contra los cristales. A los pocos instantes vinieron los policías municipales, y mientras me esposaban yo no paraba de repetir:

Sé que no lo soñé, sé que no lo soñé.

Mi abogado me recomendó declarar que estaba borracho, y tras pagar la fianza volví al hostal donde pasé la mejor y más fantástica noche de mi vida y empecé a escribir esta historia.

Ojos de gata (Canción de Joaquín Sabina)

Fue en un pueblo con mar una noche después de un concierto. Tú reinabas detrás de la barra del único bar que vimos abierto... - Cántame una canción al oído y te pongo un cubata - Con una condición: que me dejes abierto el balcón de tus ojos de gata... Loco por conocer los secretos de tu dormitorio, esa noche canté al piano del amanecer todo mi repertorio. Los clientes del bar, uno a uno, se fueron marchando. Tú saliste a cerrar, yo me dije: "cuidado, chaval, te estás enamorando". Luego todo pasó, de repente, tu dedo en mi espalda dibujó un corazón y mi mano le correspondió debajo de tu falda... Caminito al hostal nos besamos en cada farola, era un pueblo con mar, yo quería dormir contigo y tú no querías dormir sola... Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una, y las dos y las tres, y desnudos al anochecer nos encontró la luna... Nos dijimos: "adiós, ojalá que volvamos a vernos". El verano acabó, el otoño duró lo que tarda en llegar el invierno, y a tu pueblo el azar otra vez el verano siguiente me llevó y al final del concierto me puse a buscar tu cara entre la gente... Y no hallé quien de ti me dijera ni media palabra, parecía como si me quisiera gastar el destino una broma macabra. No había nadie detrás de la barra del otro verano, y en lugar de tu bar me encontré una sucursal del banco Hispano-Americano. Tu memoria vengué a pedradas contra los cristales. "Sé que no lo soñé", protestaba mientras me esposaban los municipales. En mi declaración alegué que llevaba tres copas y empecé esta canción en el cuarto donde aquella vez te quitaba la ropa...

Hay otra versión, que es la original, creo que escrita por Enrique Urquijo Y por el propio Sabina.