Ojos brujos
Éramos vecinos, o casi, no vivíamos en el mismo bloque pero si en la misma urbanización; eso lo supe el día que nos cruzamos en el garaje que comparten los dos edificios, yo subía ella bajaba. Cuando escuché sus pasos y levanté la vista tenía sus pechos que intentaban explotar su sujetador y su...
Éramos vecinos, o casi, no vivíamos en el mismo bloque pero si en la misma urbanización; eso lo supe el día que nos cruzamos en el garaje que comparten los dos edificios, yo subía ella bajaba. Cuando escuché sus pasos y levanté la vista tenía sus pechos que intentaban explotar su sujetador y su camiseta negra, a la altura de mis ojos. Cuando reaccioné del shock, tenía sus negros ojos clavados en los míos. No pude descifrar si me miraba con odio o con un toque de lujuria. Intimidado por la situación intenté balbucear algún saludo pero no me salió mas que un sonido torpe; ella dijo Hola, unos escalones más abajo. Su mirada indescifrable y sus pechos contenidos se quedarían en mi mente algunos días.
Semanas después ya me había olvidado del excitante momento (excitante porque al menos un par de veces el recuerdo de su mirada y de sus tetas enormes me habían llevado a satisfacerme en solitario) nos volvimos a cruzar, esta vez yo volviendo de correr y ella con un bolso deportivo y su ropa negra ajustada, sublime, yendo tal vez al gimnasio. Esta vez nos miramos a los ojos, esta vez los dos dijimos hola, con una media sonrisa pícara o cómplice y seguimos nuestros caminos. Debo reconocer que me giré en silencio, para ver si su culo era proporcional a sus pechos. Lo era. Redondo, profundo, tentador. Mientras me duchaba la excitación creciente me llevó a masturbarme con ganas, con un deseo incontrolable, y de la misma manera salió el semen de mi pene, salpicando toda la bañera y confundiéndose con el agua; las piernas me temblaban, mi sonrisa, empapada por la ducha volvía a ser la de un adolescente.
El tercer encuentro fue después de un par de días en la parada del autobús; yo llegué corriendo para no perder el viaje, y la ví, subiendo el último escalón, con un vestido cortísimo de colores, que dejaba ver desde mi perspectiva, algo más que el final de sus muslos. Detrás suyo subió una mujer que luego se sentó a su lado y luego yo, que me senté unos cuantos asientos por delante para obligarme a no mirarla cada cinco segundos y observar si me devolvía la mirada. La media hora que duró el viaje me fuí cuestionando si sería capaz de decirle algo, mi cerebro decía no; mi ansiedad y mi deseo decían si. Mi pene creciendo dentro de mi ropa no encontraba suficiente espacio para crecer y me molestaba, sin dejarme centrar ni concentrar. El viaje llegaba a su fin, me puse de pie y avancé por el pasillo; la mujer que estaba a su lado ya descendía y ella se demoró unos segundos mas en su asiento, se acomodó el pelo, miró su teléfono y se situó, sin verme, delante mío para bajar; cuando pasé a su lado le dije casi en un susurro "me pone más cuando vas de negro"; la adelanté sin girarme a mirarla y seguí mi camino. Su compañera de viaje la esperaba en el andén y se giró al verme pasar. Apuré mis pasos hasta la oficina con la sensación que me acabaría ahí mismo en los pantalones y aún sin saber de donde había sacado el coraje para decir aquella frase.
Esa noche mientras bebía una copa de vino y esperaba mi serie, sonó el timbre de la puerta, me extrañó que no fuera el del portal, pero abrí pensando que era algún vecino y acerté; era una vecina, era ella. Su pelo lacio le caía todo hacia la espalda, por detrás de las orejas, dejando ver toda su cara, sus ojos y su temerario escote, donde se asomaba el negro encaje de su sujetador, por debajo de la gabardina negra, y rozando el encaje, sus pechos, rebosantes. Quise mirarla por completo, esperando que se esfumara como un sueño y quedarme con su imagen. La gabardina negra de grandes botones apenas tapaba su pubis y sus piernas blanquísimas, resplandecían dentro de unos pantys negros, sedosos, sensuales; unos zapatos negros con plataforma remataban su atuendo. extendió su mano, con las uñas pintadas de negro, la apoyó en mi pecho y me dió un leve empujón hacia adentro, cerró la puerta mientras me miraba encendida y susurraba... Así te pongo más ?? Mi pene se extendía y latía con fuerza dentro de mi pijama, ella lo apretó con su otra mano mientras me besaba con deseo. Se desabotonó la chaqueta y la dejó caer a su espalda. Sus pechos eran inmensos, preciosamente enmarcados en seda y encaje, sus piernas parecían infinitas y su tanga diminuta no lograba contener el calor y los aromas de su sur. Me volvió a besar, esta vez apretando todo su cuerpo contra el mío, mi espalda apoyada en la pared fría, mi pecho sintiendo el calor de esas tetas soñadas. Devolví con mi lengua el recorrido de la suya, mientras mis manos seguían la curva de su espalda hasta su culo. Se puso en cuclillas, desató mi pijama y sacó mi verga. Succionó, lamió, besó y mordió, mientras con sus manos se aferraba a mi culo clavando sus uñas. Pude controlarme mientras la veía actuar, como se movía, como se acariciaba, pero sobre todo porque no habíamos vuelto a cruzar nuestras miradas. De repente todo cambió, con todo mi pene dentro de su boca, levantó la mirada directa hasta mis ojos, retiró lentamente mi verga de su boca sin dejar de mirarme, sujetó con fuerza mi miembro, le dió unos besos al glande y dijo... Quiero toda tu leche, desde que miraste mis tetas la primera vez !! Su mirada directa, encendida, lujuriosa, me sumergió en las profundidades del negro infinito de sus ojos; cuando volví a la superficie, mis manos aferraban su cabeza, mis espasmos confluían todos hacia mi pene que descargó semen como nunca sobre su boca, sus inmensas tetas y sus negros ojos brujos.