Oh Dalia
Sesión de amor sensual a la sombra de un arbol.
Oh Dalia
Oh mi amor, dulce capullo que duermes sobre el verde pasto del verano. Te observo detenidamente mientras haces girar tu grácil cuello y tus ojos se pierden en las alturas del mundo, en las nubes y en el limpio cielo. Yo me acomodo mejor teniendo como respaldo un viejo fresno, que arqueado nos regala su sombra convirtiéndose en único cómplice de nuestras aventuras.
Oh Dalia pareciera que te conocí ayer pues aún conservo las ansias de descubrirte cada día y de maneras distintas. Tienes la virtud de ser exacta en todo. Sabes cuando hablar y escoger las palabras correctas sin gastar saliva en tonterías, sabes cuando sonreír y cuando callar, no te excedes nunca, salvo cuando te dejas conducir por la senda del placer.
El mundo parece tan solitario fuera de este pequeño y verde promontorio de las afueras de nuestro pueblo. Solo dentro de este promontorio me siento seguro y completo, nada más hay fuera de aquí que pueda querer, pues te tengo a ti y es todo lo que necesito... por ahora.
Oh hermosa flor que despliegas como alas tus delgados brazos y te extiendes sobre la hierba como entregándote al viento, que juguetón hace bailar a tu oronda falda. El dios de la brisa veraniega es curioso, desea descubrir tus piernas mientras sopla, arremolinando la falda sobre tu vientre, dejando expuesto unos torneados muslos que se asemejan a columnas solemnes de la vieja acrópolis.
Yo solo observo, ajustándome el sombrero de paja sobre mi cabeza, acomodándome los lentes y recogiendo los mechones sueltos de mi cabello. Pienso que soy pintor y tu estas ahí como mi modelo. Cojo mi invisible paleta y mi invisible pincel. Empiezo a pintar sobre mi lienzo que es el aire, haciendo ademanes exagerados de consumado esteta. Tu ríes y en tu sonrisa me parece ver al sol quemar mis ojos.
Oh dulce miel que has sido vertida con maestría en molde de mujer. Mientras sigues ahí tumbada sobre el suelo, puedo ver tus blancas bragas, tan blancas como tu suave piel. Puedo apreciar tu sugerente figura, aún a través de aquel exagerado vestido rojo. Mueves tus piernas y las separas como si fueras una bailarina danzando para mi. Tus pechos aplastados y disminuidos se hacen notar por debajo de tu breve blusa. Tu ya no sonríes, ahora vuelves a mirar al cielo, y extiendes tus brazos hacia él como queriendo atrapar una esponjosa y blanca nube.
Me acerco, me deslizo, lentamente como bestia a su presa. Tu me notas pero no haces nada, sigues ensimismada en pensamientos que no puedo adivinar. Capturo tus piernas con mis manos tratando de separarlas más. Quiero tenerte a mi merced, pero sé que muy al contrario, eres tú quien me domina. Siento el viento soplar aún, arrancando mi sombrero y llevándoselo lejos. Siento los ojos de los dioses posarse sobre nosotros, y espero... al menos que por unos minutos, ellos me envidien a mi por ser quien ahora tiene el privilegio de tocarte.
Oh tierno demonio con piel de mujer, eres ahora fuego y pasión. Te enciendes como hoguera alimentada por fresca madera. Cuando mis labios colman a besos tus firmes muslos, el calor de tu piel me invade y no puedo dejar de buscar con mis besos aquel triángulo peligroso y candente que se esconde bajo delgadas murallas de tela. Tus piernas tiemblan y yo gozo. Tus manos me acarician el cabello como si fuera un chiquillo que busca ilusionado algún objeto perdido entre tus piernas.
Arranco tu ropa interior con fuerza dejando al descubierto tú salvaje entrepierna poblada de oscuro follaje. Tu intenso olor me invade y sin evitar la tentación me hundo en tus profundidades explorando insaciablemente la lujuria de tu delicada flor. Es la danza de Lucifer la que realiza mi lengua, es la danza prohibida que solo busca hacerte gemir y retozar de lujuria.
Oh pálida dama que te entregas a placeres mundanos, deseas el mundo para ti, y yo en este momento sería capaz de intentar conseguírtelo aún a costa de mi temprana muerte. Si no es el mundo lo que te puedo dar, te doy ahora placer. Subo sobre ti, como escalando sobre un monte, y busco tus pechos que escapan juguetones de tu blusa, tu boca murmura cuando adivinas que pienso someter tus apetecibles frutos redondos a una adoración profana de besos húmedos, de chupeteos, de succiones y lametones. Ellos escapan, bailan y juegan, son mis juguetes y quiero abarcarlos en su totalidad. Tu ríes y luego gimes, tus piernas me abrazan por la cintura atrayéndome completamente hacia ti. Rodamos un poco quedando bajo el intenso sol del mediodía.
He perdido mis lentes y siento una mano desabotonar mis pantalones. Soy yo ahora quien cae de espaldas sobre la hierba fresca. Eres tu quien se encarama sobre mi y me desviste como a un niño. Tus labios esbozan una sonrisa, tus pequeños ojos siguen con rapidez los movimientos de tus manos. Liberas aquel objeto que tanto te gusta manipular, lo tratas a veces con cariño, otras con rudeza, pero él siempre fiel a ti responde con su implacable dureza, sabiendo que pronto recibirá la recompensa de tu húmedo y cálido abrigo.
Tus besos me saben a miel y tu roja lengua se pierde en mi boca, cierro los ojos pues es mucho el mundo sobre mi para poder tratar de contemplarlo todo. Estas sentada sobre mi, tratando de acomodarte para iniciar nuestro rítmica cabalgata sexual. Agitas mi miembro y lo colocas en posición de espera, erguido como un mástil. Son segundos los que espero cuando al fin te siento resbalar sobre mi virilidad, caer poco a poco, dejándote penetrar suave y cariñosamente. Tu excitante gemido se lo lleva el viento, mi suspiro de placer se lo tragan tus labios al acercarse a los míos en un oportuno y apasionado beso.
Oh diosa mía, a tus pies caigo para adorarte. Siento tu cuerpo moverse poseído por la lujuria, escucho tus gemidos ahogados al sentir avanzar mi dureza dentro de ti. Tú controlas los movimientos, yo me reduzco a ser usado como objeto, feliz objeto hay que aclarar. Tu falda cae y tapa nuestra cúpula, tus pechos fuera de tu blusa se bambolean sensualmente con el ir y venir de tus suaves movimientos. Es una danza que quisiera durara horas y horas, hasta que muriera de placer, hasta que mi mente colapsára por sobredosis de sensaciones.
Te amo dulce Dalia, son momento como este en cuando el placer se mezcla con el infinito amor y creo alcanzar el nirvana. Caer en tus brazos y morir bajo el calor de tus piernas. Una sensación increíble de bienestar me invade y siento que tú cuerpo se mueve mas rápido haciendo que el roce sobre mi miembro por parte de las cálidas paredes de tu sensual gruta se intensifique. Me conoces bien, sabes con mirar mis tristes ojos cuando debes aminorar la marcha o cuando acelerarla. El perfecto acoplamiento no deja fisura alguna, ahí se mueven los engranajes de nuestros sexos en locura húmeda y exquisita.
Mis manos acarician tus insolentes pechos y presionan unos pezones color café, erguidos y duros, sensibles y delicados que invitan ser succionados. Te siento estremecer y suspirar cada vez que los pellizco con ternura. Tus manos caen a cada lado de mi sobre la hierba, mientras que tus caderas no cesan de moverse. Estamos poseídos uno del otro, como deseando fusionarnos en uno y colmarnos completamente.
El placer se multiplica y nos abandonamos a lo que venga, al intenso y devorador clímax que hará sacudirnos y proferir palabras sin sentido, declaraciones insensatas, en aullidos o gemidos. Las cálidas oleadas del placer nos consumirán mientras tu inconsciente no dejas de moverte haciendo que no pueda soportar más aquel intenso masaje. Termino clavando mis uñas en la hierba y arqueando mis labios en una mueca graciosa de placer.
Como puedo describir el goce infinito de tenerte sobre mi cabalgándome como si fuera una simple bestia. Como puedo imprimir en palabras el punto máximo de placer que sentimos cuando nuestros cuerpos estallan. Es salvaje, es profundo, es hermoso y es irrepetible.
El sol nos ilumina, tu caes sobre mi besándome como si fuera la primera y ultima vez, yo acaricio tus sonrosadas mejillas y aparto tu pelo para admirar tu hermoso rostro. Siento tu cuerpo presionando el mío y no me importa, siento nuestro sexos aún palpitantes y unidos, siento la mirada de envidia de los dioses y yo con un gesto me burlo de ellos.
Nos limpiaremos, nos pondremos de pie, nos acomodaremos nuestras ropas, alzaremos la vista al cielo y bendecirémos los momentos como este, cuando es tan simple abandonarse y olvidar el mundo, cuando es tan fácil reemplazar toda nuestra compleja existencia por un trozo de intenso placer compartido.
Oh mi querida Dalia, vivamos con intensidad el presente pues el futuro incierto nos espera con mas sorpresas de las que imaginamos... oh mi dulce Dalia.