Ofuscado
¿Qué hacer ante la duda de una infidelidad? ¿Preguntas directamente o prefieres investigar?
OFUSCADO
1
Hoy me han presentado a un compañero nuevo de oficina. Juan, que se incorpora como director de operaciones. Aunque el título parece muy rimbombante, lo cierto es que en el fondo lo que hará es coordinar el equipo de ventas y los servicios que ofrecemos.
No es una gran empresa, pero tampoco un chiringuito. Nos encargamos de gestionar servicios a geriátricos y teleasistencia a la tercera edad, coordinados con los organismos públicos correspondientes, y algunas mutuas.
Mi responsabilidad aquí es el área comercial y un poco administración general. No me quejo, es un trabajo grato, si encuentras un equilibrio entre empresa y trabajadores, y desagradable cuando tienes el deber de despedir a alguien. Pero afortunadamente son los menos casos aquí. En general somos una gran familia, 25 trabajadores, y bastante bien avenidos. Ah, y también recluto personal, excepto el directivo, que ahí entra a jugar el jefe supremo, y entonces sólo me limito a contrastar referencias y poca cosa más. Ya se sabe, donde hay patrón, no manda marinero. Así entró Juan. Una persona que creo que puede encajar muy bien. De hecho en su presentación en sociedad, ha soltado un par de cosas que han hecho reír a todos. Además el hombre tiene presencia, bien vestido, le echo metro 80, más o menos como yo, nada de barriga cuarentona, pese a sus 46 años (ya sabéis, los que tocamos tantas teclas en una empresa tenemos acceso a las fichas “policiales” de todos), y un rostro agradable. Vamos, el típico que dirías que es un comercial de éxito.
Tras las presentaciones, nos pusimos inmediatamente a trabajar. Le tenía que poner al día de organigrama, explicaciones detalladas de sueldos y primas, y también las primeras reuniones con su equipo. Pero primero teníamos que departir él y yo a solas. Así que nos “armamos” con un café, los móviles y nuestras libretas, y nos metimos en una salita de reunión.
Lo primero que hice fue entregarle el móvil de empresa. –Ahora ya estás comunicado permanentemente- le dije con una sonrisa en los labios. Bienvenido al infierno. Y no era ninguna exageración. Las numerosas delegaciones por toda la Península, y las filiales en países con diferencias horarias, a veces hacía que recibiéramos llamadas intempestivas a cualquier hora y día de la semana. Pero no pagaban mal, así que el enfado propio y el de nuestras parejas, quedaba mitigado cada final de mes con la nómina que nos ingresan.
Y hablando de cónyuges… no he hecho apenas referencia a mi o a mi situación personal. Soy Pedro, economista de formación, y director administrativo y comercial de profesión. Con el 4 puesto por delante en mi edad hace apenas un par de meses, me conservo bastante bien, ni delgado ni gordo, y a diferencia de muchos de mis amigos, conservo pelo en mi cabeza. Y cómo no, luzco una alianza en mi dedo anular de la mano izquierda. La responsable es una mujer que para mí lo es todo: Sara. Cabello castaño corto, una magnífica figura bien proporcionada que acompaña su estatura media (1,65), siempre con una sonrisa en la boca, y que en conjunto es, si se me permite la expresión, la hostia en el trato con los demás. Se gana a todo el mundo con su manera de ser. Tiene 3 años menos que yo, y sólo ha ensombrecido nuestra relación un hecho: nunca podrá ser madre. Tras numerosas pruebas e intentos, la ginecóloga nos lo dijo de la manera más suave posible, pero costó remontar esa situación. Al principio pensé que podía ser yo el culpable, pero al final resultó que sus trompas de Falopio están atrofiadas, y ni siquiera una inseminación artificial tendría éxito. Valoramos la adopción, pero tenemos nuestras dudas, y en eso estamos.
Volviendo a la reunión, le estaba comentando las ventajas del sistema dual de la joyita tecnológica que le entregaba a Juan. Así podría tener su número privado también en el mismo terminal, ahorrando llevar siempre dos. Le pareció fantástico, y dijo que enseguida se pondría a hacer el cambio, que ya tuvo uno similar en un trabajo anterior, y que sería coser y cantar.
En ese momento, le zumbó el suyo, que lo tenía sobre la mesa, iluminando la pantalla un mensaje de Whatsapp. Instintivamente miré. El zumbido fue lo suficientemente fuerte como para girar la cabeza. Y antes de que él lo cogiera, me pareció reconocer el circulito pequeño que indicaba la propiedad del emisor del mensaje. Yo estaba frente a él, así que en ese segundo o fracción del mismo que pude mirar, supongo que la mente me hizo una mala pasada.
Porque me pareció reconocer en ese círculo un cabello castaño, una blusa amarilla y una sonrisa. Y yo tengo alguien así en el Whats. De hecho, me ha parecido reconocer quién era, pero no puedo poner la mano en el fuego; fue sólo un instante, y la mente pudo generar una pareidolia. Ni siquiera pude fijarme en el nombre que debería haber estado junto a la imagen.
En ese instante vi en su móvil la cara de Sara.
2
Juan recogió el móvil y lo miró descuidadamente, para volver a depositarlo boca abajo encima de la mesa. Supongo que debió ver en mi cara algo raro, porque enseguida preguntó si estaba permitido atender llamadas personales en horario de trabajo.
Recomponiéndome, le dije que sí, que es que el zumbido me llamó la atención. Y, sin saber cómo pude sacar tanta sangre fría, le dije que me pareció ver que era una persona muy guapa, y que si era su mujer.
Juan se rió abiertamente, y me dijo que no, que él no estaba casado (ya lo sabía, a él se le pasó el detalle que estaba hablando con su jefe), pero que bueno, era una amiga especial. Y ese “especial” lo pronunció con un tono sucio, cómplice. Casi inclinándose sobre la mesa, para hacerme aún más confidente, me dijo que a ella le daba la tranquilidad física que necesitaba casi a diario, que era una “máquina” (de nuevo con ese retintín tan desagradable), pero que, por circunstancias de la vida, su pareja no sabía darle. Le vi con ganas de hablar lascivamente de ella.
Mi sexto sentido no es que se pusiera en alerta. Es que me lanzaba mensajes desesperados con bengalas, señales de humo, luces estroboscópicas y cuanto arsenal encontraba en mi cerebro; me pedía que indagara más, que esa duda razonable que de repente se me había inoculado en mi corazón, no podía enquistarse allí como un tumor maligno. Y, por otra parte, mi mitad más racional, me lanzaba mensajes de calma, que no puede ser ella, que ni siquiera vi la foto del derecho.
Sin que se me notara nervioso, le dije que fuera con cuidado, pero que me ha dado curiosidad sobre tal joyita, que ya hablaríamos en otro momento. Y Juan, para apuntillar el tema, me dijo, buscando de nuevo mi complicidad, que, si quería, es de las que les gusta a veces estar con más de uno a la vez, pero que debería pensar que ese anillo que llevo, puede ser una carga para mí si yo diera el paso.
No pude más. Iba a decir algo definitivo, cuando sonó el teléfono fijo de la sala. Tenía una llamada de Londres que debía atender sí o sí. Así que, excusándome, le pedí a mi compañera Carmen que me sustituyera en el resto del proceso de bienvenida, y me fui a mi despacho a atender la llamada.
En los pocos pasos hasta mi puerta, cogí mi móvil y abrí una conversación de Chats con Sara. Allí estaba ella en su foto: Sonriente, blusa amarilla, cabello castaño. Anulé la rotación del aparato, y lo puse boca abajo. El efecto me pareció casi idéntico al que acababa de ver… ¿casi? ¿o era la misma?
3
La duda me corroía por dentro. Debía saber más; necesitaba saber más. Pero no podía delatarme. Todo esto es nuevo para mí. Nunca había experimentado tantas dudas, temores, y, sobre todo, celos. Me he considerado desde muy joven una persona abierta de miras, pero siempre bajo la perspectiva de la confianza mutua. Ahí influyeron mucho las revistas eróticas que mi padre pensaba que guardaba muy bien en un armario, y que gracias a los relatos que incluían junto a las imágenes eróticas de la época, me hicieron ver que a veces 1+1 no suman dos. Para mí una orgía o un trío no eran sino una variedad experimental de la vida de pareja. Y así lo he ido idealizando con todas mis parejas, a pesar de no haberse dado nunca el caso de encontrarme en una situación parecida.
Mi mente analítica empezó a ponerse en marcha por fin, llegando a las siguientes conclusiones:
1.- Necesito datos sobre la misteriosa pareja de Juan
2.- Necesito examinar mi vida en pareja, si ha habido algún cambio imperceptible a simple vista
3.- Tengo que conservar la sangre fría. No puedo juzgar a priori sin pruebas
4.- Pensar en el peor y en el mejor de los escenarios posibles, y valorar qué hacer en cada momento.
Así pues, a priori, decidí seguir como si nada, pero alerta. Seguiría hablando con Juan, y, como quien no quiere la cosa, sondearlo y averiguar cosas sobre “su” chica. Y, la verdad, ese “su”, me sienta como una patada en las partes nobles. Pero he de estar tranquilo. Quiero creer que no es Sara.
Durante el resto de la mañana no volví a ver a Juan. Sucesivos problemas con personal que asiste en uno de los geriátricos que llevamos me ha tenido ocupado casi sin pensar en nada más. Ni siquiera pude enviar un mensaje a mi mujer, idea que tuve en un principio, pero que luego ya no se materializó. No es que seamos de esos que cada dos por tres se envían mensajitos, pero sí que de tanto en tanto cae algún chiste gracioso, un meme subido de tono o un ¿cómo te va? cuando sabemos que el otro tendrá un día duro.
Por la tarde, con los deberes principales hechos, pude dedicar un largo rato a analizar mi relación con Sara. Pero debía hacerlo desde una perspectiva neutra, plantearme los hechos como son, no como yo los interpreto. Y la verdad es que me di cuenta de que estábamos anclados en una rutina.
Nos estamos centrando mucho en nuestros respectivos trabajos. No es que salgamos tarde siempre (que sí), ni que haya problemas de sexo (algún día donde no llega rabo llegan dedos o lengua). Es simplemente que no hacemos mucha vida en común. Llegamos sobre las 8 de la noche, incluso ella algunos días más tarde y todo. Preparar cena, tomarla ante la tv, y dormirnos en el sofá hasta que la espalda nos pide a gritos el colchón. Y los findes, de compras al súper, planchar, lavadoras, descansar un poco más, y cuando nos damos cuenta, ya es domingo por la tarde. No, definitivamente esto no es vida de pareja. Así que habrá que darle un vuelco a la situación.
Dado que hoy es jueves, y como
los viernes ambos tenemos unos días más tranquilos, se me ha ocurrido enviarle un mensajito diciéndole que la invito a cenar:
YO: Hola cielo. ¿Te apetece cenar algo por ahí? Empieza a hacer buen tiempo y hace mucho que no salimos.
Lo envié un poco antes de las 18 horas, pero ella no me respondió hasta casi una hora más tarde.
SARITA: Lo siento, cari (siempre me llama así). Se me está liando la tarde, y hoy vendré muy tarde. No me esperes ni a cenar. Un besote.
SARITA: Eii!!, pero no pienses que te digo que no, cari. Mejor otro día. Te tomo la palabra. Un beso (Acompañado de emoticones de besitos y caritas).
Así que mi gozo en un pozo. El trabajo antes que el placer. Sara trabaja en una empresa de transportes internacionales, y ha habido veces que el papeleo aduanero no llega correctamente para poder despacharlo, por lo que tienen que ir contrarreloj para desbloquear la mercancía, sobre todo si es perecedera. He supuesto que éste es un caso parecido a otros que se ha encontrado. Está bien considerada por sus jefes, hasta el punto de que a veces tiene la responsabilidad de viajar en misiones comerciales.
Ya se acercaba la hora de trabajar, y desde el ventanal que comunica mi despacho con el resto de la empresa, vi a Juan que estaba muy concentrado moviendo los dedos sobre su móvil privado. Supuse que debía estar preparando la migración de datos para incorporarlos al nuevo terminal, y fui hacia él incluso con la esperanza de volver a ver aquella imagen.
Él me vio venir, y dejó de teclear, guardándose el móvil en su bolsillo, y dedicándome una sonrisa afable.
Le recordé que ya era hora de ir acabando la jornada, y me guiñó un ojo al tiempo que sonreía. Al ver mi cara de besugo, me aclaró enseguida el motivo, para mi mayor desasosiego:
-He quedado con esa amiga “especial” (de nuevo con ese retintín que indicaba lascivia). Quiere volver a su casita bien follada. Así que me voy a hacer horas extras… ¡jajaja!
Y yo me volví a ofuscar.
4
Al ver mi cara, temiendo que hubiera metido la pata, enseguida me soltó el rollo de que es fuera de horas, que esperaba que no me molestara, y que me lo decía en confianza, ya que le había demostrado interés esa misma mañana; con cara de persona resabiada, continuó, diciéndome que ya sabía que podía ser reprobable, pero que fue ella la que le vino a buscar, que él no se habría convertido en el tercero de una pareja por iniciativa propia, pero… y aquí me dio un leve codazo en el brazo, dijo que a quién le amarga un dulce. Ante mi silencio, me dijo que tal vez no debería volver a sacar a relucir el tema, y que le disculpara, que pensaba que me habría parecido gracioso.
Reaccioné ante esas palabras. No podía perder esa fuente de información, así que le dije que no me parecía ni bien ni mal, que yo no era nadie para juzgar lo que hacían dos adultos (¡madre mía! ¡qué mentiroso me he vuelto!), y que con gusto si me quiere hablar de ella, estaré encantado de saber más.
Sonrió aliviado y puso una mano sobre mi hombro. Me dijo que ahora tenía prisa, pero que mañana en la pausa de la comida me diría cosas, algunas tan fuertes que luego necesitaré un rato para levantarme si no quiero que se me vea la “tienda de campaña”.
Y mientras se iba, se giró un momento, y me dijo casi en tono confidente: Su pareja no se entera, no voy a arruinar su matrimonio, quédate tranquilo, es sólo sexo.
Sólo sexo …
En ese momento decidí seguirle. Pensé que de esta manera se me irán todas las tonterías de la cabeza y me quedaré tranquilo. Recuerdo haberle habilitado una plaza de aparcamiento para su coche en el parking del edificio, así que no me costará nada seguirlo con mi moto. Tenía que darme prisa, cerrar mi ordenador, recoger y bajar en menos de 5 minutos, para que me diera tiempo de estar esperando con la moto en marcha y el casco puesto en la rampa de salida.
Pero el destino no es amable. La secretaria del director general vino a decirme que quería hablar él conmigo. Así que mi gozo en un pozo.
Cuando llegué luego a mi casa, ésta me pareció fría, como mi ánimo. Me obligué a tomar un poco de queso y de surimi, para contentar a mi estómago y que dejara de rugir, pero no me sentía con ganas de más. Sentí el deseo de mirar en los cajones de Sara, a ver si encontraba algo, pero me contuve. No tenía ninguna prueba, y esto ya rozaba la obsesión. ¿De verdad era yo así? ¿Un celoso posesivo? ¿Uno de esos tipos que piensan que “o mía o de nadie”, de los que tanto abomino? No. Algo se rebeló en mi interior. No iba a dejar que mis bajos instintos me dominaran. Esto lo tengo que resolver de una manera racional, y sin pruebas, no quiero ni plantearme ningún juicio de valor.
Con estos pensamientos, me puse el pijama y me acosté, sin noticias de Sara, y ya eran las 11 de la noche.
Abrí un poco los ojos al oír unos ruidos procedentes de la puerta. Estaba muy adormilado, apenas podía abrir los párpados, y muy poca luz, pero el radio despertador marcaba claramente las 2 de la madrugada. Seguí en ese sopor, cuando entró Sara en el dormitorio. Pude verla por el reflejo del espejo del armario, ya que yo estaba de espaldas a la puerta. Así ella no pudo ver que entreabría los ojos. La vi despeinada. Se quitó la ropa y se quedó desnuda, sin dejar de mirar si yo estaba dormido. Casi doy un bote en la cama cuando vi que bajo la blusa y la falda, faltaba su ropa interior, que recuerdo perfectamente que se puso esta mañana. Medio tambaleante, se dirigió al lavabo, y oí primero la cadena de la taza, y luego que se iba a duchar. Me desvelé de golpe. Con sigilo fui a la cesta de la ropa sucia, y vi que no estaban las prendas íntimas, y que tanto la blusa como la falda tenían manchas sospechosas por la parte delantera. Me armé de valor, y fui hacia el lavabo. Tras la mampara, medio oculto por el vapor del agua caliente, estaba el cuerpo escultural de Sara, de espaldas a mí. Tuve una visión magnífica de su culo… con marcas de palmeo reciente, enrojecidas. Y mi corazón me dio un vuelco cuando se le cayó el bote del gel, y al agacharse a recogerlo me mostró los agujeros de su coño y culo extremadamente abiertos. Quise gritar, pero no pude, paralizado por la visión. Era la prueba que buscaba, que necesitaba encontrar. Y la tenía enfrente mío. Sara me era infiel…
5
En ese momento me desperté, sudado y tembloroso en el sofá. Miré la hora. Casi medianoche. Había sido una pesadilla demasiado real. Me levanté a beber un poco de agua, cuando esta vez, la puerta sí se abrió realmente. Una Sara cansada y ojerosa me sonrió tristemente mientras me abrazaba y me daba un pico en los labios.
¿Día duro? Le pregunté mientras ella se dejaba caer en el sofá. Aproveché para descalzarla y darle un pequeño masaje en los pies, que ella agradeció con un ronroneo. Arrodillado frente a ella, la miraba con detenimiento y amor. Además, imposible negarlo, mis ojos se debatían entre mirar su cara y la oscuridad que asomaba entre la tela de su falda. Y lo comparé con mi pesadilla. Nada que ver. Soy un estúpido por dejarme llevar por histerismos.
Apenas oía lo que me decía sobre su trabajo y una inspección. Me concentraba en sus pies y en sus piernas que cada vez iluminaban más el tesoro que ella guardaba entre ellas. Al ver dónde dirigía la mirada, cerró las piernas como por instinto. Me sorprendió, ya que no era normal esta reacción, pero lo atribuí a la larga jornada que tuvo.
Al cabo de unos minutos de masaje sensual, me dijo que o iba a ponerse el pijama o se quedaría frita allí mismo. Así que, en un nuevo gesto de romanticismo, la cogí en brazos y la llevé al dormitorio. Su mirada de amor me desarmó mientras sus brazos rodeaban mi cuello. Un piquito largo y una mirada triste antes de que en los 5 metros antes de entrar en la habitación apoyara su cabeza sobre mi hombro. Debería haberme sorprendido, pero tampoco hice caso.
Intenté desvestirla, ya un poco empalmado ante la situación cariñosa en que nos encontrábamos, pero suavemente retiró mi mano y mientras lo hacía de una manera rápida, me pidió que atenuara la luz, que le molestaba. Apagué la de los apliques y encendí la de la mesilla más cercana. Y ya cambiada, algo más despierta, se dirigió al lavabo, mientras yo recogía su ropa sucia.
Nueva sorpresa. Blusa, falda, pantys y sujetador… Pero no estaban las braguitas. Salvo los días de regla, normalmente se las quitaba. Mi mala memoria tampoco se esforzó en recordar las fechas de su último período.
Y ya medio zombi por el sueño, nuevo pico y a la cama. En dos minutos ya estaba en sueño profundo. La miré con la tenue iluminación de la lamparita, y me acurruqué a su lado. A descansar hasta el día siguiente, abrazado a ella en modo cucharita, con una mano entre sus piernas que no rechazó. Así nos dormimos.
6
No sé si eran las ganas de sexo que yo tenía, los nervios de saber sobre la amiga de Juan, pero mi mano se puso en modo “automático” a acariciar suavemente el sedoso sexo de Sarita por encima de la fina tela que lo protegía. Y en éstas que hizo un movimiento y un ligero gemido, quedándose boca arriba, con las piernas ligeramente abiertas. Me desperté, y noté dos cosas: una, que mis dedos tocaban humedad a través del culotte; la otra, que yo tenía una erección enorme.
La miré, me pareció bellísima con la tenue luz de la luna. Y seguí frotando, esta vez plenamente consciente de dónde tocaba, por encima del botón de placer de Sarita, mientras ella parecía gozar de un sueño de alto voltaje erótico, ya que abrió más las piernas, para que explorase sin miedo su lúbrico tesoro. Desatado, separé la fina tela para que mis dedos contactaran con su sexo. Lo noté muy caliente y abierto. Deduje que la excitación era alta, pero no quise despertarla violentamente poniéndome encima, así que decidí hacer una paja doble: mis dedos buceando en su encharcada vulva, moviéndose en remolinos, y mi otra mano para una soberana paja.
Y funcionó. Noté las contracciones de su orgasmo mientras apretaba mis dedos en forma de gancho para que tocaran la parte más sensible de su interior, mientras mi polla dejaba perdido de lamparones el pijama que llevaba.
Ella, tras unos segundos de respiración agitada, se volvió a girar satisfecha para seguir soñando con vete a saber qué, mientras yo me dormí con el olor de su sexo impregnado en mis dedos.
7
Son las 6:30 de la mañana, y éstas son las noticias del día… El radio despertador, puntual a su cita, como siempre…
El sueño fue reparador, y abrí los ojos, lleno de energía para afrontar el viernes. Me giré para dar los buenos días a Sara, pero no estaba en su lado. Toqué las sábanas y estaban frías. Oí que trasteaba en la cocina, y fui a darle los buenos días.
Para mi sorpresa, ya estaba duchada y vestida. Y no sólo eso. ¡había puesto una lavadora! Le mostré mi sorpresa junto con un beso de buenos días.
-Es que me he despertado antes, y como dormías tan plácidamente, no te he querido molestar, así que me he puesto a hacer cosas. Su sonrisa y un café con leche fueron recibidos con particular alegría.
En ese momento se oye la musiquita de la lavadora, conforme el ciclo había acabado. Me dio una palmada en el culo y me dijo que fuera a la ducha tranquilamente, mientras ella se encargaba de tender la ropa, que aún le daba tiempo.
El agua templada cayendo por mi cuerpo acabó de despertarme del todo. No estaba soñando. Recapitulemos, en base a lo que ha sucedido:
1.- Sara durmiendo con ropa interior-raro
2.- Sara levantándose temprano-raro
3.- Sara poniendo lavadora-más raro aún
4.- Sara cansada pero caliente anoche…primera vez en nuestra relación que pasa algo así
Algo me dice que el cuadro que se pinta no es perfecto, algo distorsiona, pero no sé el qué. De nuevo me viene a la mente Juan y su conversación. Sí, hoy, antes del fin de semana tal vez sea un buen momento para indagar más.
Con esta determinación salgo de la ducha, y me voy a afeitar. En el armariete del baño, junto al bote de espuma, hay la caja de tampones que usa Sara. Precintada, igual que ayer. De esto sí que me acuerdo. ¿Entonces? Intento pensar que tal vez haya usado alguno de su bolso, pero siendo ella tan metódica, recordando otras ocasiones, si usa uno de los que lleva de emergencia, enseguida lo repone, con lo cual la caja debería haber estado abierta… mi estómago se cierra en un espasmo de nervios. Necesitaba aclarar algo, y debía ser ya mismo.
Salí tan pronto acabé, y antes de vestirme, fui al lavadero. Ella aún estaba tendiendo la ropa, de espaldas a mí. Lo primero que vi fue sus braguitas tendidas. Luego, sin hacer ruido, fui al comedor. Allí estaba su móvil cargando. Nos sabemos las contraseñas, en un acto de confianza mutua nos las dimos. Sabía que no estaba bien, era un acto feo, casi rozando el delito, así que, hecho un manojo de nervios, lo intenté desbloquear… pero no pude. Me apareció el control dactilar. Mi cara de asombro ya fue completa, cuando oí su voz a mis espaldas, preguntándome:
- ¿Qué haces, cari?
8
Del susto casi se me cae al suelo. En un acto malabarístico, lo recogí ante su atónita mirada. Cuando por fin estaba a salvo entre mis manos, rió sonoramente, mientras aplaudía ante el juego malabar que le había regalado, como si yo fuera un mono de feria.
La verdad es que no sabía qué cara poner. Opté por el silencio dándoselo. Ella lo recogió, y miró que había un mensaje. Eso me salvó de ser acusado de espía o de algo peor, pero no disipó mi angustia.
Por su parte no hubo ningún comentario más, y con un piquito en los labios, a los 10 minutos se marchó a trabajar. Yo debía hacer lo mismo, pero mi nivel de concentración estaba bajo mínimos. Haciendo un supremo esfuerzo, llegué puntual a mi puesto. Sinceramente, habría pedido vacaciones hoy. Pero no me gusta dar mal ejemplo. Si precisamente controlo que todo el mundo cumpla su horario y se dedique al 100 % en su tiempo, no puedo inventarme un problema físico que me exima de dar el callo. Además, que se me da muy mal mentir.
Así pues, ya en pleno fragor de la batalla, veo a Juan que está haciendo una llamada desde su móvil. Habla bajo, y con el ruido habitual de la oficina, no oí nada de su conversación. Pero me hizo señas conforme recordaba nuestra conversación, y que quedaríamos para comer. Aún no eran las 10 de la mañana. Necesitaba despejar la mente, así que dediqué 4 intensas horas a dar de mí lo máximo. Me costó, pero lo conseguí.
En una pausa le envié un emoticono de beso a Sarita, pero no obtuve respuesta. No le di más importancia en ese momento.
9
Y llegó la hora de comer. La verdad es que tenía hambre, a pesar de los nervios. Juan me vino a buscar, y nos fuimos a una cafetería cercana. Insistí en ir allí, ya que apenas iba gente de la oficina, y era el sitio menos ruidoso para poder hablar con tranquilidad. Como si pudiera estar calmado. Tenía retortijones en el estómago, y ya no tenía claro si eran por la situación, o por no haber comido nada en toda la mañana. Ni un mísero café.
La conversación fue al principio la típica entre un veterano y un novato en la compañía, que qué le parecemos, que qué tal su primer día, que si se adapta… vamos, lo normal entre dos personas que apenas se conocen, y que trabajan en el mismo sitio.
Pero ya fue en el postre, cuando iba a sacar el tema de su follamiga. Pero él se me adelantó.
-No veas, Pedro, cómo me la follé ayer. Puro volcán. Fíjate que se nos pasó la hora que habitualmente vuelve a casa. La dejé cerca de su casa casi a media noche. Afortunadamente el marido estaba adormilado y no dijo nada.
-Pero… ¿Y si os pilla? Recuerda que antes se atrapa a un mentiroso que a un cojo…
-Quédate tranquilo, Pedro. Ella va con mucho cuidado, y no quiere perderlo. Dice que es un buen hombre.
-Pero le estáis poniendo los cuernos, el pobre infeliz no sabe que su mujer se acuesta contigo. Eso ya para mí es una traición. Yo no me avendría a esto. Alegué con toda mi rabia, para dejar clara mi postura.
Juan me miró condescendiente. -Mira, Pedro, empezó con cierta displicencia. Aquí yo no engaño, sólo me aprovecho de una situación, y estoy seguro de que tú harías lo mismo. Es una mujer con un cuerpo de bandera, bien proporcionada, y necesitada de buen sexo. De hecho, ya te dije ayer que no he sido el único que la he disfrutado, por lo que debes entender que si yo no lo hago, lo hará otro u otros. Es demasiada mujer como para que un marido amoroso, pero con poco bagaje sexual la haga vibrar y gozar como necesita. ¿sabes qué es lo que más le gusta? Que le meta 3 dedos por el culo mientras la bombeo rudamente por el coño. Le gusta que la traten así, porque es sólo sexo, para ella también es un desahogo. Y por supuesto luego se la meto por el culo. Ha descubierto que le encanta, que con su marido nada de nada por ahí.
Me quedé pasmado con su respuesta, llena de soberbia y orgullo por haber sabido conseguir un trofeo tan codiciado. Mi sensación de pánico era cada vez mayor, y me quedaban pocos recursos para afrontar esos celos que me surgían ante las dudas razonables que se me presentaban como pruebas, cada nuevo dato era como una reafirmación. Lo del culo… me temo que es cierto. Sí, al principio la enculaba, pero luego ella se sentía adolorida, y dejé de hacérselo, a pesar de lo que me encantaba profanar su trasero. Pero Juan interpretó mi cara como de escepticismo…
-Le hablé de ti, me soltó de repente. -Le dije que tengo un compañero morboso y que parece que le motivaría verla, y… ¿sabes lo que me dijo?
No dije nada. Sólo negué con la cabeza.
-Que le gustaría probarte a la vez que conmigo, que hace tiempo que no hace un trio con dos hombres, y que cuando quieras.
- ¡Estás loco! Recuerda que estoy casado, le dije casi indignado.
-Mejor, dijo él riendo. Así podrás comparar, además que sabrás ser discreto, como ella me pide que lo sea. No hay ningún deseo de hacer daño a terceros. Y ojos que no ven…
-Si quieres, continuó diciendo- si lo deseas, puedes venir hoy. Ella acaba a las 6 de la tarde, y quedamos en un discreto love hotel del centro.
-No, gracias, le dije. Amo a mi mujer, y no quiero hacerle ningún daño. Y lo dije de tal manera que quise dar por zanjada la conversación.
-Como desees, Pedro. No obstante, la puerta la tendrás siempre abierta para cuando lo desees. Ya te digo que es hembra para más de uno, y te repito, que yo no soy el único, pero sí el que le da más placer.
Apenas hablamos más. Pagamos y fuimos casi en silencio de regreso al trabajo No me gustaban esas actitudes. Así que tomé una determinación. Hablaría con el director general, para proponerle que Juan no superase el período de prueba. Al menos se me irían todas las incertidumbres, y con el tiempo desaparecería esta congoja que me aprieta el alma.
Esa misma tarde, fui a ver a Diego, el director general. Aunque hablamos poco, la relación es cordial, y sé que valora mucho mi posicionamiento. Así que esperaba que no fuera muy complicado que aceptara mi propuesta.
Sí, lo reconozco, con esa intención he sido un cabrón, porque no tengo argumentos de rendimiento, máxime cuando apenas han pasado pocas horas desde su incorporación. Pero como se suele decir, el Karma siempre vuelve, y esta vez con ímpetu. Antes de decirle nada, Diego me felicitó por tan buena elección con Juan. En media mañana ha desbloqueado un contrato importante que hacía meses que perseguíamos, y que permitirá a la empresa tener una tesorería holgada durante los próximos 3 años. Sólo con eso ya se había justificado su sueldo por mucho más tiempo. Así que a su pregunta de qué era lo que deseaba, sólo pude decirle medio avergonzado, que me alegraba mucho de que las cosas fueran a mejor. Mi gozo en un pozo.
Y como colofón, hoy Sara volvió a llegar tarde a casa, y de nuevo cansada y repitiendo el mismo ritual, de nuevo sin aparecer las bragas por el cesto de la ropa sucia…
Pero esta noche no tuve la fuerza ni las ganas de repetir el mismo ritual de la noche anterior. Además, quise comprobar su culo, pero no pude hacerlo, esta vez se durmió de cara a mí, y mi intento de abrazo fue rechazado.
10
La situación se me iba de las manos. ¿cómo preguntarle directamente? La respuesta sería negativa o de rechazo. Ella nunca me ha dado ningún argumento para sospechar. Ya le he dado demasiadas vueltas. Hoy he disimulado bien, pero no sé cuánto aguantaré. Era ya cerca de la una de la madrugada, cuando le envié un mensaje por el móvil a Juan:
-Lo he pensado mejor, y acepto la propuesta
En menos de un minuto recibí respuesta:
-No sabes lo que me alegra saberlo. Mira, el viernes que viene estamos invitados a una fiesta de disfraces. Es de máscaras. Vente, y quién sabe… igual puedes estar con otras además de ella… esto me lo acompañó de emoticones de risa y lengua fuera.
Y volvió a escribir:
-Lo pasarás en grande. ¿Has estado alguna vez en una orgía?
-No, respondí
-Bueno, el lunes hablamos sobre ello. Necesitas ir con las ideas muy claras para disfrutarla. Ah, y como no sé nada de tu relación de pareja, si fuerais una pareja liberal, puedes traerte a tu mujer. Nuevos iconos, mientras yo respondí con un lacónico “ok”.
¿Estaba haciendo lo correcto? A mi lado Sara dormía apaciblemente, cuando de repente me vino una idea.
Me puse a escribir de nuevo:
-Oye, no me has dicho cómo se llama
- ¿Importa? Respondió él
-Bueno, es curiosidad, por saber cómo dirigirme a ella
-Jajaja… necesitas aprender… no necesitas nombres, sólo acercar tu polla y ellas lo aceptan o no.
De nuevo emoticones, esta vez de frutas y hortalizas de estilo fálico
Finalmente soltó la bomba:
-Puedes llamarla Sara
11
Ahí se me heló la sangre. Atiné como pude a teclear ok, mientras Juan, cada vez más desatado, me decía que allí no he de ir a hacer el amor, sino a follar, que las mujeres esperan tíos potentes que les den caña, y Sara, pese a lo dulce que es, en esos momentos en la cama es una leona, y espera que se la trate como tal, una buena pelea de sexo. Que me gustará, y que, si se muestra una analítica de hace menos de un mes, que se vea que estás sano, puedes follar sin condón.
Leía todo lo que me ponía, y a todo le ponía la cara de mi esposa. ¿Qué pasaría si realmente es ella? ¿y al encontrármela allí? ¿cómo reaccionaría? No tenía respuesta a esas preguntas que me reconcomían el alma. Y una nueva derivada del tema… Si no era ella… ¿sería yo el infiel que le pondría los cuernos? ¿Podría vivir con esa responsabilidad, con ese sentimiento de culpa?
Esta noche tuve un sueño turbador. Sara doblemente follada, se retorcía de placer mientras yo lo veía llorando impotente, sin poder moverme; iban pasado hombres por su cuerpo cada vez más sudoroso, cada vez más manchado de semen.
Pasado el finde tranquilo, llegué al lunes nervioso, no me podía concentrar en el trabajo. Pasé largo rato mirando la ventana de mi despacho, absorto en unos pensamientos a caballo entre el miedo y la indignación. Entre el morbo y la tristeza. Nunca pensé que algo así podría sucederme a mí. Y eso me causa un estrés considerable. Pero la pelota ya estaba rodando. Ahora se trataba de jugármela para saber de una vez por todas si seré pariente de Bambi, y si así fuera, qué hacer a partir de entonces.
Lo que tenía muy claro era que no iba a traicionar a mi esposa a priori. Ir a la fiesta tan multitudinaria no significa que me deje llevar por la vorágine sexual que se monte allí. No al menos sin antes haber tenido pruebas fehacientes de infidelidad.
12
Ese viernes estaba nervioso. Ya advertí a Sara que tenía una cena, sin que ella me dijera nada acerca de si ella saldría también. Eso me desconcertó un poco. Esperaba algo así como “querido, yo también saldré, pásatelo muy bien”. Pero en cambio, su pasividad me daba a entender que se quedaría en casa.
Vestí para esa noche unos dockers y una camisa blanca, chaqueta aparte. Juan me dijo que aunque se exigía una cierta corrección en el vestir, para lo que íbamos a durar vestidos allí, era poco relevante.
Me despedí de mi mujer con un beso. Había quedado con Juan que le seguiría con mi moto. Él iba solo, ya que me recordó que estaba con una mujer casada, y que iría para allí directamente, para guardar apariencias. Pero que se reconocerían por los antifaces. “Los hemos llevado otras veces, y nos reconoceremos. Además, quien no reconoce desnuda a la mujer de tus sueños, ¿no?” entre sonrisas y codazos de complicidad. Tuve que comprarme un antifaz. Los típicos de los cotillones no servían, ya que debían ser duraderos, no de cartón y goma barata. No podías llevar una máscara que te cubriera todo el rostro, aunque sí podía taparte la frente y hasta por encima de los labios. Opté por un antifaz negro de polipiel que me cubría ojos y nariz.
Llegamos a un caserío enorme tras media hora de carretera poco transitada. Si realmente buscaban un lugar discreto, allí era el lugar ideal. Grupos de personas con unas vestimentas muy insinuantes ellas, y rozando el clasicismo en ellos, iban caminando, enmascaradas, por el empedrado que llevaba hacia la casa. Juan ya me dijo que me pusiera la máscara nada más llegar, no debía aparecer con la cara visible, podría ser no admitido.
El aparcamiento estaba bastante lleno. Con mi moto prácticamente llegué hasta la entrada principal, y allí esperé a Juan, ya embozado con mi máscara. No tardó en llegar. Y lo reconocí por la ropa. Su máscara era más voluminosa, negra con una especie de puntas sobre las cejas, que ocultaban aún más el rostro. Como yo estaba junto a mi moto, no tuvo ninguna duda de quién era. Una sonrisa y una palmada en el hombro me conminaron a subir los 7 peldaños hasta el portero, quien comprobó nuestras invitaciones y nos abrió las puertas. No sabía entonces si del cielo o del infierno…
Un vestíbulo circular, perfectamente iluminado, y 3 personas vestidas con esmoquin, nos atendían uno a uno, con una amabilidad rayana a la servidumbre. Nos volvieron a pedir la invitación, que pasaron por un lector. A continuación, nos pusieron unas pulseras estilo concierto, que no puedes sacártelas sin romperlas. La mía, de color amarillo. La de Juan, de color verde. Y nos invitaron a ir por un pasillo hasta unos vestuarios, segregados por sexo, donde había además lavabos, duchas y taquillas de las de combinación. Otra persona igualmente vestida, nos indicó que en las taquillas abiertas podíamos dejar la ropa, enseres y móviles, sobre todo. Se nos facilitó unas chancletas para caminar por toda la casa, y se nos explicó someramente unas reglas de obligado cumplimiento:
-Todo es voluntario, nada es obligado. NO es NO, sin necesidad de dar explicaciones.
-Prohibido usar móviles, cámaras ni cualquier medio de grabación audiovisual. Joyas y relojes también deben guardarse en la taquilla.
-Pulseras verdes, pueden follar a pelo. Pulseras amarillas, obligatorio el preservativo. Se les facilitarán 3 por persona. En caso de necesitar más, deben contactar con el servicio de bar. Por todas las salas hay diseminados botes de lubricante. Se pueden usar a discreción.
-El servicio de bar es libre de alcohol.
-Se ruega higiene y respeto por los demás. Preservativos usados y llenos, anudarlos y depositarlos en papeleras. Las damas decidían dónde pueden correrse los caballeros, y éstos no podían hacerlo donde les placiera.
-Para amantes de BDSM, se dispone de una mazmorra en el sótano con útiles para jugar. Habrá un Máster que controlará que la actividad sea correcta. Prohibido dejar marcas visibles o heridas.
-Al acabar y desear marchar, se les facilitará toalla y gel para ducharse si así lo desean.
-Existe un servicio de vigilancia que vela por el cumplimiento de las normas. Cualquier quebrantamiento de las mismas supone la expulsión inmediata.
Asentimos. Realmente la organización era muy buena. No me extraña, el coste de asistir a esta fiesta era de 250 Euros por persona. Si disponías de analítica reciente (máximo 5 días) que demostrara que estás limpio de ETS, había una rebaja de 50 Euros, y encima te daban la pulsera verde como la que lucía Juan. Y había bastantes hombres que la llevaban. Juan me dijo que las mujeres llevaban unas iguales, atendiendo al mismo criterio.
Nos desnudamos, y no pude evitar mirar y comparar. Allí lucíamos cuerpos de todas condiciones y edades: gordos, delgados, pilosos, depilados, penes grandes, pequeños, erectos, morcillones… sinceramente no me sentía cómodo, pero eran las normas. Vi a Juan. Se conservaba bien, y tu aparato era similar al mío, pero erecto ya. Él también me miró, y antes de cerrar la taquilla, me dijo que había tomado viagra para aguantar toda la noche. Y me ofreció, pero decliné. Ni siquiera estaba seguro de qué iba a hacer allí.
Y llegó el momento triunfal: la saluda al ruedo, como dicen los toreros, pero sin fanfarrias. Una puerta me abrió a un mundo hasta ese instante desconocido para mí. Respiré hondo, y entré.
13
Aunque ya estaba advertido, aquella primera visión me impactó. Un gran salón, de unos 200 metros cuadrados, con sofás diseminados por doquier. Cuerpos desnudos se entregaban a lujuria sin pudor. En un rincón, pude vislumbrar una mujer acariciada por 3 hombres, mientras otras dos mujeres se besaban lascivamente junto a ellos, ignorándose, pero rozándose. Más adelante, un hombre semiestirado mientras dos cuerpos de ninfas jóvenes se afanaban por ver quién lamía más tronco de su polla enhiesta. Y como estas dos escenas, más por doquier. Un olor intenso a sexo, a feromonas, impregnaba el ambiente, mientras gemidos y murmullos tapaban la música de ambiente de fondo.
Me moví cauto por el espacio entre la gente. Miraba atento por todas partes, buscando a Sara, mirando dónde se quedaba Juan. Allí no se daba tregua al sexo. Vi cómo él se acercaba a un grupito de 3 hombres y 2 mujeres, y cómo una le acariciaba su entrepierna mientras él le pellizcaba un pezón. Ninguna era Sara.
Era muy difícil abstraerse a tal vorágine. Como pude, me senté en el apoyabrazos de uno de los sofás donde una pareja se movía frenéticamente entre gemidos y chapoteos. Los miré mientras ella se ponía a 4 patas y él la penetraba desde detrás. No lo vi venir. En un momento tuve la cabeza de esa chica entre mis piernas, lamiendo mi polla, que agradecía esa lengua. Me quedé petrificado. En mucho tiempo ninguna boca aparte de Sara había estado ahí. Y ahora estaba paralizado entre el terror y el deseo. Me dejé hacer, mientras oteaba el panorama en general. Era complicado reconocer a alguien allí. Pese a todo, la silueta de Juan destacaba, y pude vislumbrar que subía las escaleras al piso superior. Allí había varias puertas, todas cerradas. Entró en una donde apenas se vio algo de luz.
Esa distracción hizo que su pene bajara de intensidad, lo que provocó una queja de su felatriz. Él se excusó educadamente, y cedió el sitio a una pareja, que más animosa, se plantó delante de la parejita dispuesta a un combate a 4. Las chicas se besaron lascivamente mientras los hombres se acomodaban en el sofá. A Pedro le pareció muy erótico, y pese a la resurrección de su pene, no hizo ademán de unirse, y se encaminó hacia las escaleras. Su destino: la puerta por la que acababa de entrar Juan.
No fue tarea fácil acercarse. Cuerpos desnudos se interponían constantemente. Mujeres ávidas de más, acariciaban sus testículos y su pene para intentar atraerlo. Pero él tenía un objetivo. Educadamente les sonreía y acariciaba, pero demostraba que no estaba interesado.
Por fin llegó. Respiró hondo y abrió la puerta. Y los vio.
14
De nuevo me quedé perplejo ante lo que vi. Una cama redonda enorme, y una especie de “chaisse-longue” estaban ocupados por varios hombres y mujeres follando intensamente.
En la cama estaba una mujer estirada, con las piernas abiertas casi en ángulo recto, sujetadas por dos hombres, mientras otra chica estaba sentada sobre su cara, ocultándola, y un tercer hombre profanaba su culo, a la vez que metía y sacaba dedos chapoteando de su dilatada vagina. La mujer estirada parecía que se esmeraba mucho lamiendo el coño de la que le tapaba la cara, y con las manos libres masturbaba lentamente las pollas tiesas de los que ayudaban a mantener sus piernas abiertas al máximo.
En la “chaisse-longue” estaba Juan, follando a 4 patas una mujer delgada, de piel fina, y una complexión que me parecía familiar. El palmeo de los cuerpos destacaba entre los gemidos de las otras mujeres.
Otra mujer que estaba de pie mirando las escenas, se me acercó sonriente. Yo estaba desbocado, quería ver a quien se estaba follando Juan, y desde esa posición no lograba verla bien.
No pude evitar que la mujer se arrodillara, y empezara a comerme la polla tras un breve piquito. Una mujer madurita, pero con un cuerpo que haría las delicias de cualquiera. Y mamadora excelente, porque lograba ponérmela dura pese a mis nervios del momento. Su cabello rubio corto por encima de los hombros era sedoso cuando la acaricié y me dejé llevar por su gran experiencia. Creo que el goce era mutuo, pese a que yo no quería estar allí. Su boca me succionaba la razón y el entendimiento. Cuando ya me tuvo descontrolado, me puso un condón con la boca, y se puso a 4 patas al lado de Juan. Su sexo destilaba un aroma a deseo. Como un autómata, lamí ese sexo ávido de placer, respondiendo a mis lametazos con gemidos que hicieron girarse a Juan. Me reconoció y me sonrió. Pero yo no pude ver la hembra que estaba montando a pelo. Tenía la cabeza gacha. Pero se me ocurrí una locura de la que seguro que después me arrepentiría. Con mi polla enhiesta, apunte al coño maduro que se me ofrecía invitante, y entré en él. Fuerte, de un solo empujón.
La mujer acusó el impacto en lo más fondo de su ser, arqueándose y gimiendo. Mientras, yo iba bombeándola sincopadamente. A cada empujón, ella se movía hacia adelante. Tenía claro que en pocas embestidas estaría en condiciones de ver la hembra de Juan. Vería si era Sara
Ya casi estaba, cuando de repente, Juan empieza a exclamar ¡Sara! ¡Sara! ¡Saraaa! Se estaba corriendo dentro de ella, se “mi” ¿Sara?
Yo también estaba casi a punto. Y en el punto de no retorno, le vi la cara, pude ver ese rostro enmascarado, cuya cara expresaba un goce supremo, mientras recibía la descarga de mi compañero de trabajo.
Y me corrí. Sin remedio, llené el preservativo de mi simiente. Dentro de aquella mujer desconocida, mientras veía que aquella no era la Sara que yo conocía. ¡Era otra! No era mi esposa. Riendo, feliz, salí de aquella mujer, a la que besé en la mejilla mientras me incorporaba e iba hacia la puerta, repitiéndome a mi mismo en voz alta que no era ella, ante la mirada inquisitiva de Juan.
15
Salí tan aprisa como pude de esa casa. Ya vestido, el relente de la noche al ir en moto me despejó la mente. Estaba tranquilo, por una parte, ya que acababa de descubrir que mi mujer no me era infiel. Pero por otra, el desasosiego empezaba a cubrir mi optimismo. El infiel había sido yo, y con una desconocida, mamada de la otra chica a banda. Tenía que asumir esto como un secreto, como una prueba terrible, que debía pagar como fuera. No podía decírselo a mi mujer para no romper mi matrimonio. Y afrontar el lunes las preguntas de Juan. Pero eso era lo de menos. Podía aducir nervios o lo que fuera. Tenía que estar más por mi esposa, y amarla como se merecía. Equilibrar la balanza como fuera.
Cuando volvió de madrugada, casi la mañana del día siguiente, me encontró despierto. Sorprendida preguntó que qué pasaba. Yo simplemente la besé. Me gustó el sabor afrutado de sus labios, la desvestí con el deseo en nuestras miradas, e hicimos el amor apasionadamente. Ella también lo necesitaba, noté cómo su sexo se abría más que de costumbre. Ese sábado lo pasamos acaramelados, y haciendo planes de un viaje no muy lejano.
EPÍLOGO (cronológicamente antes del capítulo 15)
¡No es ella! Acertó a oír Juan, extrañado ante la reacción de su compinche, antes que volviera a cerrarse la puerta. No le dio más vueltas, y besó lascivamente a su compañera de juegos, a la que le resbalaban grumos de la corrida que acababa de recibir. La madurita se prestó a relamerlos, provocando que la mujer se volviera a entonar.
Entonces Juan volvió a gritar el nombre: ¡Sara! El comer coños así te vuelve sorda, ¿no?
La mujer encima de la interpelada se levantó dejando a la vista el rostro sin máscara de Sara, la esposa de Pedro, aún follada por el culo a pelo por uno de los tres hombres, y sin dejar de agarrar las otras dos pollas, una en cada mano.
¡Joder, Juan! Es que cuando se me sientan así en mi cara, los cachetes del culo me tapan las orejas y no oigo nada… jajaja. Bueno… ¿y ese compañero tuyo que dijiste que venía? ¿sube o no?
Pues ha estado aquí, se ha follado a Clara, y cuando te llamaba para que lo conocieras, se ha largado. Supongo que miedo escénico. No te preocupes, cielo, hay más machos aquí para hacerte gozar, y yo el primero.
Juan en ese momento dio un lascivo beso a Sara, la cual acto seguido le indicó con las cejas que su boca necesitaba ser cubierta también.
Pasaron horas antes de que finalizaran la sesión y volvieran a sus vidas cotidianas. Sara estaba radiante y feliz. Durante el viaje de vuelta se bebió casi un litro de zumo multifrutas, para recuperar los fluidos perdidos con tanto sexo, y también para disimular el sabor y olor de tantos fluidos corporales.
Juan la dejó en la puerta de su casa, y éste aprovechó para preguntarle por su marido. Le dijo que no se preocupara, que no sospechaba nada, y que lo quería, pero que no lo veía en una fiesta así. Juan le dijo que le habían planteado otra pronto, y que esperaba que esa próxima vez ese compañero sí se la follara. Sara sonrió y le despidió con un lascivo beso. Guardó la máscara y la pulsera verde en su bolso, y entró en el edificio de su casa.
FIN