Oficina abierta
La curiosidad mata al gato... y hace disfrutar a los ratones del jefe.
No había nadie en la oficina a esa hora. Yo tenía que terminar unas carpetas así que hacía un par de horas extras. Las terminé rápido, porque no eran tantos asientos los que había que arreglar. Controlé y revisé un par de veces mi trabajo, para que estuviera presentable y bien hecho cuando mi jefe me lo pidiera, a primera hora del día siguiente.
Como le había avisado a Fer que saldría mas tarde, no tenía planes con él hasta las 8. Y recién pasaban de las 5.
Afuera hacía mucho calor y el aire acondicionado de la oficina estaba a full, así que, sin nada por hacer mas tarde, decidí quedarme un rato más después de terminar mi tarea.
Ordené mi escritorio, tiré algunos papeles inservibles, acomodé las fotos de Fer y me senté a mirar mi cuenta de facebook mientras el tiempo pasaba, sin apuros.
Pensaba ir al shopping a ver unos zapatos, pero hacia demasiado calor para andar caminando por la calle.
Así que me arrellané en mi sillón y me dediqué al facebook.
Me saque las sandalias y las medias para refrescarme.
Me reí, imaginando que si alguno de mis compañeros de trabajo me veía sin tacos, no iba a poder creer lo bajita que soy.
No había nada interesante en la web, así que después de un rato fui hasta el office a prepararme un jugo de frutas.
Volvía hacia mi escritorio con mi vaso de jugo en la mano cuando pasé por delante de la oficina de mi jefe.
La puerta estaba entornada, cosa rara porque siempre la dejaba con llave.
Me asomé, pensando que él había vuelto. No había nadie. Lo llamé por su nombre pero no me contestó nadie. Entré, con esa curiosidad que siempre me trajo algún problema.
El escritorio estaba ordenado, limpio, acomodado. Fotos de él y su mujer en unas vacaciones en la montaña, era muy linda su esposa. Y joven, además. El tendría unos cincuenta y estaba muy en forma, es mas, me parecía bastante bonito en sus facciones y lo que mas me gustaba era su aplomo. Me trataba siempre con amabilidad y respeto y nunca me regañaba, pese a la fama que le habían hecho en la oficina. Me senté en su sillón, mullido y enorme, eché el respaldo hacia atrás, puse mis piernas cruzadas sobre el escritorio y disfruté de su comodidad.
Casi eran las seis de la tarde.
Tanteé los cajones de su escritorio y el último de abajo estaba abierto.
Lo revisé con cierta fascinación, curiosidad y morbo. Había algunas fotos enmarcadas, un par de atados de cigarrillos (no sabía que fumaba…) varias cosas inútiles como lapiceras y clips y unaagenda del año anterior y, atrás de todo, una caja de preservativos.
Me dejó perpleja.
¿Por qué tendría él, allí, una caja de preservativos abierta, a mano?
Además de mi, las únicas chicas en la empresa eran Melina y Maria.
Melina estaba de novia y muy enamorada y además, embarazada.
María era muy discreta, estaba separada pero salía con uno de los muchachos de cómputos según las lenguas largas de mis compañeros.
¿Se estaría acostando con María en la oficina?
Hice memoria y ella siempre se iba temprano y a la mañana llegaba mucho antes que mi jefe.
Además, según los comentarios de los muchachos, había salido con varios de ellos, así que no me daba el target de alguien que pudiera interesarle a mi jefe. No compartiría la cama con sus empleados, seguramente.
Pero imaginármelos allí, en su escritorio (sobre todo allí, sobre su escritorio) teniendo sexo after office me provocó un poco de excitación.
¿Qué le gustaría a mi jefe hacer en la cama? ¿Cómo serían sus preferencias? Me lo imaginaba algo pacato en cuestiones de sexo, aunque a decir verdad, excepto por este hallazgo, nunca me lo hubiera imaginado en algo relacionado con el sexo.
Pensaba en eso, un poco acalorada a pesar del aire acondicionado, mientras volvía a mi escritorio. Caminar descalza por la alfombra era muy sedativo.
Volví a mi sillón, comprobando la diferencia con el de mi jefe.
Subí ambas piernas sobre mi escritorio y las crucé, echando el respaldo hacia atrás, mirando por la ventana el sol primaveral de la city.
Ensimismada en mis pensamientos, dejé volar mi imaginación y me imaginé en alguna situación comprometida con mi jefe.
¿Cómo me abordaría? ¿Qué propondría la primera vez, como para tratar de engatusarme y llevarme a la cama? ¿Le gustaría tenerme desnuda y haciendo todo lo que me pidiera? ¿me gustaría hacerlo con él, ser su amante clandestina? ¿Me propondría un trío con el y María?
No se en que momento me quedé dormida, pero me desperté y ya pasaban de las siete.
Me apuré a arreglarme un poco en el baño, lavarme la cara, acomodarme la ropa, ponerme las medias y las sandalias y salir a la calle en busca de Fer, que me debía estar esperando en el shopping.
Nos encontramos, hicimos algunas compras y fuimos a cenar. Volvimos al departamento bastante tarde. Me hizo el amor pero mi cabeza estaba en otra cosa. Tenía la imagen de mi jefe en la cama conmigo mientras Fer me penetraba. Para mi suerte, no se dio cuenta nunca.
A la mañana siguiente, entregué mi trabajo a horario y en forma y recibí una calurosa felicitación de parte de mi jefe.
Un par de veces antes del mediodía me quedé ensimismada pensando en los preservativos, mi jefe, María, yo y eso que me había imaginado.
La controlé sin que se diera cuenta y no me pareció que hubiera nada entre ellos.
No había feeling entre ellos, por más que quisieran disimularlo. No había.
Esa tarde salí temprano. Había una tormenta en ciernes y el cielo se había vuelto oscuro y amenazante. De esas típicas tormentas que se arman en un rato, después de una jornada de mucho sol, calor y humedad. Apenas llegué a la esquina, se largó el chaparrón. Gotas gordas y sonoras caían del cielo casi negro. Me resguardé debajo de una marquesina, esperando un taxi que me llevara a mi departamento. Fer tenía fútbol así que no volvería hasta la noche y quería llegar a mi casa antes de que la lluvia se hiciera más fuerte.
Pasaron dos coches y ninguno iba vacío. Escuché una frenada un tanto brusca, un auto enorme y rojo se detuvo a mi lado, escuché el bajarse vidrio del acompañante y una voz conocida que me llamaba por mi nombre.
Era mi jefe.
Se ofreció a llevarme, pues iba para el mismo lado que yo.
Se lo agradecí, porque la lluvia empezaba a descolgarse con fuerza. Subí al auto, lamentando mojárselo con mi ropa de lluvia.
El sonrió y me aseguró que no había ningún problema. Que “los autos son para disfrutarlos y deben ser útiles, así que esta era una ocasión especial para las dos cosas.”
Anduvimos por la avenida unas cuadras mas, mientras la tormenta arreciaba. Él me volvió a felicitar por mi desempeño y se felicitó por haber contratado a alguien tan eficiente como yo. Le agradecí con mi mejor sonrisa, que el devolvió, gentilmente.
Las cuadras pasaban y yo no podía dejar de pensar en él, en Maria, en los preservativos y en mí. Sobre todo en mi, con el, en la empresa, sobre su escritorio, en su despacho, haciendo el amor en su sillón mullido y en la alfombra.
No se cuanto tiempo pasó, pero el me devolvió a la realidad con una pregunta:
“Que le pasa, Micaela… en que está pensando…?”
Me sorprendí, sonrojada y llena de turbación.
“Disculpe, señor… me distraje pensando en la tormenta…me decía?” alcancé a responderle, con un hilo de voz.
“Nada, que va a tener que indicarme por donde ir, porque las calles están cerradas por la lluvia y no soy de andar por esta zona…” aseguró.
Me tomó un instante ubicarme, le indiqué por donde ir y en menos de cinco minutos llegamos a mi casa.
Estaba estacionando en frente del edificio cuando escuchamos una explosión y el auto dio un respingo.
Soltó una maldición bastante grosera y se disculpó al instante.
La rueda delantera había tocado la boca de tormenta de la calle y había reventado el neumático.
La lluvia arreciaba.
Se bajó, miró el estado dela rueda y volvió a subirse al auto.
“un reventón…”
Me lamenté de haber provocado esa molestia, pero el rechazo mi protesta muy galantemente, explicando que no hacía falta la disculpa, que llamaba a la grúa y enseguida le solucionarían el problema. Tomo su celular y llamó a la compañía. Le aseguraron una demora de por lo menos dos horas.
Me dijo que esperaría allí en el auto.
“De ninguna manera.” Le espeté, con firmeza. “Espérela en mi casa, que es acá arriba. De allí puede ver el auto y le invito un café mientras viene la grúa. Me siento un poco responsable por esto, así que no me discuta y bajemos…” me sorprendió a mi misma la firmeza de mi propuesta, indeclinable.
A él también lo sorprendió mi propuesta, pero la aceptó de buena gana.
Bajamos en medio del temporal, corrimos hacia el palier del edificio bajo el aguacero y nos refugiamos en la entrada de mi edificio. Busque las llaves en mi cartera, entramos, el ascensor estaba en planta baja así que lo tomamos y mientras subíamos los tres pisos, con la lentitud de siempre, nos quedamos mirándonos al espejo, los dos.
El agua chorreaba por mi cabello y el de él, mojándole los hombros del saco. Un mechón de su pelo caía sobre su frente y la compostura a la que me tenía acostumbrada había desaparecido.
En medio de un segundo de silencio, soltamos la carcajada.
“Estamos horribles…” dije, en medio de mi risa.
El también sonrió, con esa dentadura perfecta y esos ojos vivaces.
El ascensor se detuvo. Entramos a mi departamento, que el muy gentilmente elogio lo espacioso y la decoración, muy mía, por otra parte.
Le sugerí que se quitara el saco y lo colgara para que se secara, mientras yo preparaba un café para matizar la espera.
Fui hasta la cocina, que está separada del living y encendí la cafetera express.
Me disculpé un minuto mientras me cambiaba y fui hasta mi cuarto a quitarme la ropa empapada. Me enfundé en unos jeans y una remera, muy casual y volví al living, donde el me estaba esperando sentado en el sillón. Oí la alarma de la cafetera y fui a buscar nuestros pocillos humeantes. Volví con ellos al living, se lo alcancé y del modular busqué la azucarera, que puse delante de el, en la mesa ratona.
Se sirvió una cucharada de azúcar y me endulzó el mío, muy cortésmente.
Me estaba seduciendo con cada gesto, pensé para mi.
Cuando me alcanzó el pocillo, nuestras manos se rozaron un momento. Me turbé tanto que el rubor se notó demasiado.
Carraspeó oportunamente, para romper tan delicado momento.
Intenté darle la menor importancia posible a la situación, pero algo de el me atraía demasiado y ese pequeño gesto de nuestras manos rozándose había provocado una oleada de sensaciones en todo mi cuerpo.
Sentí que los pezones se me erguían bajo la remera y temí que el lo notara.
Y lo había notado.
Me incliné hacia delante en el sillón, buscando cambiar de posición para que mi excitación no fuera tan evidente.
El se inclinó también y nuestras caras quedaron a centímetros de distancia, mientras los dos pocillos de café humeaban sobre la mesa, bañándonos en un aroma delicado y cómplice.
“Micaela… no se si debería seguir esperando… lo mejor, me parece, es que vuelva al auto… la grúa debe estar al llegar, siempre vienen antes de lo previsto y…” empezó a despedirse.
“Quedate…” me escuché decir, interrumpiéndolo.
Mil imágenes se me cruzaban en la cabeza, él, yo, María, su despacho, los preservativos… él conmigo.
Por respuesta recibí un beso húmedo, largo y sensual, en la mitad de mi boca.
Le correspondí, cerrando los ojos y ofreciéndole mis labios.
Me besó como quien besa por primera vez.
Lo deseé como se desea la primera vez.
Se acercó a mi sillón, se sentó junto a mí, me abrazó y nos fundimos en un beso largo, deseado, húmedo, interminable.
Su lengua despertó todas mis sensaciones. Lo abracé, me recliné en el sillón y el se me tendió encima. Su mano se posó sobre mis pechos, acariciando dulcemente como quien lleva en si todo el cuidado del mundo. Mis pezones se irguieron definitivamente, sensibles, puntiagudos. Una calidez insospechada subía por mi vientre, desde mi pubis y me invadía todos los sentidos. El corazón me palpitaba en las sienes. Sus manos empezaron a recorrerme, mis pechos, mi cintura, se detuvieron junto al cierre de mis jeans, como dudando si atravesar esa barrera o no.
Pero ya era demasiado tarde para dudas.
Le tomé la mano con la mía y la deposité sobre mi pubis, dejé que sus dedos siguieran la costura del pantalón entre mis piernas, presioné su dedo mayor con los míos contra mi vulva apretada por la tela y lo mantuve allí, demostrándole que no tenía ninguna incógnita acerca de como seguiría nuestra tarde de lluvia en mi departamento.
Después de eso y los besos y las caricias, le pedí que me llevara a la cama.
Nos pusimos de pie, le desanudé la corbata y le desabotoné la camisa, me quité la remera por la cabeza y empecé a desprenderme el jean. Lo llevé de la mano hasta mi habitación.
Frente a la cama, me bajó los jeans hasta los tobillos, me dio un beso en el piercing de mi ombligo, desabrochó con maestría mi corpiño y me lo quitó con excelsa dulzura. Después se desabrochó el cinturón, dejó caer su pantalón de sarga a sus pies, se quitó el calzado y las medias, se sacó la camisa y entonces mientras me abrazaba y besaba, comenzó a bajarme la bombacha. Sus manos acariciaron mi cola, deslizando los dedos entre mis glúteos. Sentí su erección formidable contra mi pubis y me apreté contra él.
Me llevó a la cama.
Me acosté de espaldas y dejé que me quitara la bombacha. Empezó a besarme el vientre, lenta y deliberadamente, haciendo que temblara entera. Se detuvo sobre mi hendidura y pasó su lengua alrededor de los labios de mi vulva, abriéndome las piernas con sus dos manos. Cerré los ojos, incapaz de ver la imagen de él lamiéndome allí donde solamente Fer lo hacía. Levanté las rodillas y su cabeza se acomodó entre mis muslos.
Era exquisita la forma que tenía de lamerme la vagina. Me arrancaba suspiros de placer con su lengua, su barbilla, su nariz, su saliva. Estaba empapada de él y nada mas deseaba que me empezara a coger con su pija. Me revolvía entera, gimiendo y suspirando con cada roce, cada introducción, cada toque de su lengua experimentada. No podía aguantar mas las ganas de que me hiciera suya de una vez.
Me sorprendí a mi misma, pidiéndole, entre jadeos entrecortados, con un hilo de voz: “ Cogeme… por favor… cogeme de una vez…”
El levantó la cabeza, me miró desconcertado y se incorporó.
Salió del cuarto rumbo al living y volvió enseguida, con unos preservativos en la mano. Sonreí desde la cama, desnuda y empapada por él y me quedé deslumbrada mirándolo como se sacaba el bóxer y exhibía, orgulloso, un miembro de tamaño descomunal. Yo pensaba en su despacho, en María y en mi, disfrutando como lobas de ese tremendo pedazo de pija que él portaba. Se colocó el látex muy lenta y cuidadosamente, comprobó que no estuviera roto y se subió a la cama, entre mis piernas abiertas. Yo lo miraba, deslumbrada y penosamente culpable por lo que le estaba haciendo a Fer.
Pero esa sensación se evaporó cuando él puso la cabeza de su verga entre los labios mojados de mi vulva, gateando sobre mi y con mucho cuidado y suavidad, me penetró.
Cerré los ojos y se me crisparon las manos al sentirlo entrar en mi cuerpo. La punta de su miembro se encastró en mi estrechez y con mucha delicadeza, empezó a empujar, lenta y suavemente, hasta que logró vencer mi resistencia. Elevé las rodillas a los lados de sus caderas, el se sostenía con sus brazos estirados y su pelvis empujaba su verga dentro de mi. Puse mis manos en su pecho, sujetándolo, mientras el se reclinaba despacio sobe mi, metiéndome cada vez mas la pija en mi vagina abierta. Gemía y me abría mas para su tamaño, ya lo tenía bien profundamente en mi, el se movía y empujaba, meneaba las caderas y presionaba. Abrí los ojos para mirarlo. Él me miraba fijamente, con un rictus de placer en el rostro. Arañé sus hombros cuando vi. que todavía no me la había metido toda. Me abracé a él y lo atraje sobre mi cuerpo, rodeé con mis piernas su cintura y entonces logró ponérmela toda. Me mordí los labios al sentirlo adentro, inmenso, grueso y palpitante. La tenía tan dura que parecía que iba a perforarme sin mas. Empezó a bombearme con firmeza, hundiéndose en mi vagina con todo su tamaño. Yo jadeaba, sintiendo como la verga se hundía hasta el fondo en mi estrechez, ensanchándomela toda. La base de su pene frotaba mi clítoris, arrancándome aullidos de placer. No había experimentado nunca nada parecido. Él me estaba cogiendo de una forma tremenda y yo gozaba como una loca con eso que tenía adentro.
Empecé asentir las urgencias del orgasmo y no lo pude contener. El dentro de mi, frotándome el clítoris, hundiéndome su verga hasta la base dentro de mi cuerpo, meneándose, haciéndome gritar de placer, fue demasiado para mi y exploté en un orgasmo inolvidable.
Me contraje entera, apretando su tamaño con los músculos de mi vagina, sujetándolo con mis piernas y mis brazos, arañándole la espalda con las uñas, resoplando en su cuello y todo dentro de mi se disolvía en oleadas interminables de placer. El se detuvo, con el miembro pulsando en mi concha empapada. Se quedó quieto, dejándome disfrutar de mi orgasmo. Después volvió a moverse, lento al principio, ondulando la pelvis, pulsando dentro de mi con su tremenda verga y poniéndola y sacándola. Yo descrucé las piernas de su cintura y empecé a guiar sus movimientos tomándolo por las caderas. Empezó a apresurarse. Se le puso tenso todo el cuerpo, arqueado, empujando con la pelvis, entrando y saliendo de mi con rapidez. Gruñía, tratando de demorar lo inevitable. Le pedí que se saliera. Sacó la pija de mi concha y se sostuvo con los brazos estirados. Me di la vuelta debajo de el, boca abajo, me puse una almohada bajo las caderas y así volvió a penetrarme. Sentí su peso sobre mi espalda, mi cola, entre mis piernas abiertas y en mi concha mojada y él, encima de mi, me zarandeaba sin parar. Sentí como su pene se hinchaba, como pulsaba, como se estiraba mas y se engrosaba y con un empellón formidable que me hizo arrugar las sábanas con ambas manos y ahogar un chillido en la almohada, acabó.
Todo su cuerpo tembló sobre mi, sentí su aliento en mi nuca, su peso sobre mi espalda y sus brazos a los lados de mi cuerpo, apretándome, mientras el miembro soltaba ríos de semen. Se derrumbó sobre mi espalda, resoplando. La verga le pulsaba dentro de mi vagina dejando salir las ultimas gotas de esperma.
Se quedo quieto, su respiración se fue normalizando y me abrazó, dándome besos lánguidos en el cuello. Mi cabeza daba vueltas y vueltas, llena de culpa y de remordimientos por la traición que le había hecho a Fer. Pero lo había disfrutado como nunca antes había disfrutado de un hombre.
El se bajó de encima de mi y se tendió a mi lado. Me acariciaba el cabello, quitándomelo de la cara y me dio un beso en los labios, muy tierno.
Lo miré, intentado averiguar como iba a hacer al día siguiente para disimular lo que habíamos hecho con nuestros compañeros de trabajo.
Sonó su celular en el saco.
Se levantó a atenderlo, mientras yo me quedé en la cama, cubierta por las sabanas blancas.
Volvió, desnudo e imponente. Lo miré, mientras se ponía el bóxer.
“La grúa… esta a cinco minutos. Tengo que bajar. Ya se el camino… nos vemos mañana en la oficina…” me dijo y se acerco a darme un beso. Se puso los pantalones, se abrotonò la camisa y fue a buscar su saco húmedo y su corbata en el living. Me levanté, envuelta en la sábana y lo despedí en la puerta con un melancólico:
“Hasta mañana, jefe…”
Después, cerré la puerta.
No había nadie en la oficina a esa hora. Yo tenía que terminar unas carpetas así que hacía un par de horas extras. Las terminé rápido, porque no eran tantos asientos los que había que arreglar. Controlé y revisé un par de veces mi trabajo, para que estuviera presentable y bien hecho cuando mi jefe me lo pidiera, a primera hora del día siguiente.
Como le había avisado a Fer que saldría mas tarde, no tenía planes con él hasta las 8. Y recién pasaban de las 5.
Afuera hacía mucho calor y el aire acondicionado de la oficina estaba a full, así que, sin nada por hacer mas tarde, decidí quedarme un rato más después de terminar mi tarea.
Ordené mi escritorio, tiré algunos papeles inservibles, acomodé las fotos de Fer y me senté a mirar mi cuenta de facebook mientras el tiempo pasaba, sin apuros.
Pensaba ir al shopping a ver unos zapatos, pero hacia demasiado calor para andar caminando por la calle.
Así que me arrellané en mi sillón y me dediqué al facebook.
Me saque las sandalias y las medias para refrescarme.
Me reí, imaginando que si alguno de mis compañeros de trabajo me veía sin tacos, no iba a poder creer lo bajita que soy.
No había nada interesante en la web, así que después de un rato fui hasta el office a prepararme un jugo de frutas.
Volvía hacia mi escritorio con mi vaso de jugo en la mano cuando pasé por delante de la oficina de mi jefe.
La puerta estaba entornada, cosa rara porque siempre la dejaba con llave.
Me asomé, pensando que él había vuelto. No había nadie. Lo llamé por su nombre pero no me contestó nadie. Entré, con esa curiosidad que siempre me trajo algún problema.
El escritorio estaba ordenado, limpio, acomodado. Fotos de él y su mujer en unas vacaciones en la montaña, era muy linda su esposa. Y joven, además. El tendría unos cincuenta y estaba muy en forma, es mas, me parecía bastante bonito en sus facciones y lo que mas me gustaba era su aplomo. Me trataba siempre con amabilidad y respeto y nunca me regañaba, pese a la fama que le habían hecho en la oficina. Me senté en su sillón, mullido y enorme, eché el respaldo hacia atrás, puse mis piernas cruzadas sobre el escritorio y disfruté de su comodidad.
Casi eran las seis de la tarde.
Tanteé los cajones de su escritorio y el último de abajo estaba abierto.
Lo revisé con cierta fascinación, curiosidad y morbo. Había algunas fotos enmarcadas, un par de atados de cigarrillos (no sabía que fumaba…) varias cosas inútiles como lapiceras y clips y unaagenda del año anterior y, atrás de todo, una caja de preservativos.
Me dejó perpleja.
¿Por qué tendría él, allí, una caja de preservativos abierta, a mano?
Además de mi, las únicas chicas en la empresa eran Melina y Maria.
Melina estaba de novia y muy enamorada y además, embarazada.
María era muy discreta, estaba separada pero salía con uno de los muchachos de cómputos según las lenguas largas de mis compañeros.
¿Se estaría acostando con María en la oficina?
Hice memoria y ella siempre se iba temprano y a la mañana llegaba mucho antes que mi jefe.
Además, según los comentarios de los muchachos, había salido con varios de ellos, así que no me daba el target de alguien que pudiera interesarle a mi jefe. No compartiría la cama con sus empleados, seguramente.
Pero imaginármelos allí, en su escritorio (sobre todo allí, sobre su escritorio) teniendo sexo after office me provocó un poco de excitación.
¿Qué le gustaría a mi jefe hacer en la cama? ¿Cómo serían sus preferencias? Me lo imaginaba algo pacato en cuestiones de sexo, aunque a decir verdad, excepto por este hallazgo, nunca me lo hubiera imaginado en algo relacionado con el sexo.
Pensaba en eso, un poco acalorada a pesar del aire acondicionado, mientras volvía a mi escritorio. Caminar descalza por la alfombra era muy sedativo.
Volví a mi sillón, comprobando la diferencia con el de mi jefe.
Subí ambas piernas sobre mi escritorio y las crucé, echando el respaldo hacia atrás, mirando por la ventana el sol primaveral de la city.
Ensimismada en mis pensamientos, dejé volar mi imaginación y me imaginé en alguna situación comprometida con mi jefe.
¿Cómo me abordaría? ¿Qué propondría la primera vez, como para tratar de engatusarme y llevarme a la cama? ¿Le gustaría tenerme desnuda y haciendo todo lo que me pidiera? ¿me gustaría hacerlo con él, ser su amante clandestina? ¿Me propondría un trío con el y María?
No se en que momento me quedé dormida, pero me desperté y ya pasaban de las siete.
Me apuré a arreglarme un poco en el baño, lavarme la cara, acomodarme la ropa, ponerme las medias y las sandalias y salir a la calle en busca de Fer, que me debía estar esperando en el shopping.
Nos encontramos, hicimos algunas compras y fuimos a cenar. Volvimos al departamento bastante tarde. Me hizo el amor pero mi cabeza estaba en otra cosa. Tenía la imagen de mi jefe en la cama conmigo mientras Fer me penetraba. Para mi suerte, no se dio cuenta nunca.
A la mañana siguiente, entregué mi trabajo a horario y en forma y recibí una calurosa felicitación de parte de mi jefe.
Un par de veces antes del mediodía me quedé ensimismada pensando en los preservativos, mi jefe, María, yo y eso que me había imaginado.
La controlé sin que se diera cuenta y no me pareció que hubiera nada entre ellos.
No había feeling entre ellos, por más que quisieran disimularlo. No había.
Esa tarde salí temprano. Había una tormenta en ciernes y el cielo se había vuelto oscuro y amenazante. De esas típicas tormentas que se arman en un rato, después de una jornada de mucho sol, calor y humedad. Apenas llegué a la esquina, se largó el chaparrón. Gotas gordas y sonoras caían del cielo casi negro. Me resguardé debajo de una marquesina, esperando un taxi que me llevara a mi departamento. Fer tenía fútbol así que no volvería hasta la noche y quería llegar a mi casa antes de que la lluvia se hiciera más fuerte.
Pasaron dos coches y ninguno iba vacío. Escuché una frenada un tanto brusca, un auto enorme y rojo se detuvo a mi lado, escuché el bajarse vidrio del acompañante y una voz conocida que me llamaba por mi nombre.
Era mi jefe.
Se ofreció a llevarme, pues iba para el mismo lado que yo.
Se lo agradecí, porque la lluvia empezaba a descolgarse con fuerza. Subí al auto, lamentando mojárselo con mi ropa de lluvia.
El sonrió y me aseguró que no había ningún problema. Que “los autos son para disfrutarlos y deben ser útiles, así que esta era una ocasión especial para las dos cosas.”
Anduvimos por la avenida unas cuadras mas, mientras la tormenta arreciaba. Él me volvió a felicitar por mi desempeño y se felicitó por haber contratado a alguien tan eficiente como yo. Le agradecí con mi mejor sonrisa, que el devolvió, gentilmente.
Las cuadras pasaban y yo no podía dejar de pensar en él, en Maria, en los preservativos y en mí. Sobre todo en mi, con el, en la empresa, sobre su escritorio, en su despacho, haciendo el amor en su sillón mullido y en la alfombra.
No se cuanto tiempo pasó, pero el me devolvió a la realidad con una pregunta:
“Que le pasa, Micaela… en que está pensando…?”
Me sorprendí, sonrojada y llena de turbación.
“Disculpe, señor… me distraje pensando en la tormenta…me decía?” alcancé a responderle, con un hilo de voz.
“Nada, que va a tener que indicarme por donde ir, porque las calles están cerradas por la lluvia y no soy de andar por esta zona…” aseguró.
Me tomó un instante ubicarme, le indiqué por donde ir y en menos de cinco minutos llegamos a mi casa.
Estaba estacionando en frente del edificio cuando escuchamos una explosión y el auto dio un respingo.
Soltó una maldición bastante grosera y se disculpó al instante.
La rueda delantera había tocado la boca de tormenta de la calle y había reventado el neumático.
La lluvia arreciaba.
Se bajó, miró el estado dela rueda y volvió a subirse al auto.
“un reventón…”
Me lamenté de haber provocado esa molestia, pero el rechazo mi protesta muy galantemente, explicando que no hacía falta la disculpa, que llamaba a la grúa y enseguida le solucionarían el problema. Tomo su celular y llamó a la compañía. Le aseguraron una demora de por lo menos dos horas.
Me dijo que esperaría allí en el auto.
“De ninguna manera.” Le espeté, con firmeza. “Espérela en mi casa, que es acá arriba. De allí puede ver el auto y le invito un café mientras viene la grúa. Me siento un poco responsable por esto, así que no me discuta y bajemos…” me sorprendió a mi misma la firmeza de mi propuesta, indeclinable.
A él también lo sorprendió mi propuesta, pero la aceptó de buena gana.
Bajamos en medio del temporal, corrimos hacia el palier del edificio bajo el aguacero y nos refugiamos en la entrada de mi edificio. Busque las llaves en mi cartera, entramos, el ascensor estaba en planta baja así que lo tomamos y mientras subíamos los tres pisos, con la lentitud de siempre, nos quedamos mirándonos al espejo, los dos.
El agua chorreaba por mi cabello y el de él, mojándole los hombros del saco. Un mechón de su pelo caía sobre su frente y la compostura a la que me tenía acostumbrada había desaparecido.
En medio de un segundo de silencio, soltamos la carcajada.
“Estamos horribles…” dije, en medio de mi risa.
El también sonrió, con esa dentadura perfecta y esos ojos vivaces.
El ascensor se detuvo. Entramos a mi departamento, que el muy gentilmente elogio lo espacioso y la decoración, muy mía, por otra parte.
Le sugerí que se quitara el saco y lo colgara para que se secara, mientras yo preparaba un café para matizar la espera.
Fui hasta la cocina, que está separada del living y encendí la cafetera express.
Me disculpé un minuto mientras me cambiaba y fui hasta mi cuarto a quitarme la ropa empapada. Me enfundé en unos jeans y una remera, muy casual y volví al living, donde el me estaba esperando sentado en el sillón. Oí la alarma de la cafetera y fui a buscar nuestros pocillos humeantes. Volví con ellos al living, se lo alcancé y del modular busqué la azucarera, que puse delante de el, en la mesa ratona.
Se sirvió una cucharada de azúcar y me endulzó el mío, muy cortésmente.
Me estaba seduciendo con cada gesto, pensé para mi.
Cuando me alcanzó el pocillo, nuestras manos se rozaron un momento. Me turbé tanto que el rubor se notó demasiado.
Carraspeó oportunamente, para romper tan delicado momento.
Intenté darle la menor importancia posible a la situación, pero algo de el me atraía demasiado y ese pequeño gesto de nuestras manos rozándose había provocado una oleada de sensaciones en todo mi cuerpo.
Sentí que los pezones se me erguían bajo la remera y temí que el lo notara.
Y lo había notado.
Me incliné hacia delante en el sillón, buscando cambiar de posición para que mi excitación no fuera tan evidente.
El se inclinó también y nuestras caras quedaron a centímetros de distancia, mientras los dos pocillos de café humeaban sobre la mesa, bañándonos en un aroma delicado y cómplice.
“Micaela… no se si debería seguir esperando… lo mejor, me parece, es que vuelva al auto… la grúa debe estar al llegar, siempre vienen antes de lo previsto y…” empezó a despedirse.
“Quedate…” me escuché decir, interrumpiéndolo.
Mil imágenes se me cruzaban en la cabeza, él, yo, María, su despacho, los preservativos… él conmigo.
Por respuesta recibí un beso húmedo, largo y sensual, en la mitad de mi boca.
Le correspondí, cerrando los ojos y ofreciéndole mis labios.
Me besó como quien besa por primera vez.
Lo deseé como se desea la primera vez.
Se acercó a mi sillón, se sentó junto a mí, me abrazó y nos fundimos en un beso largo, deseado, húmedo, interminable.
Su lengua despertó todas mis sensaciones. Lo abracé, me recliné en el sillón y el se me tendió encima. Su mano se posó sobre mis pechos, acariciando dulcemente como quien lleva en si todo el cuidado del mundo. Mis pezones se irguieron definitivamente, sensibles, puntiagudos. Una calidez insospechada subía por mi vientre, desde mi pubis y me invadía todos los sentidos. El corazón me palpitaba en las sienes. Sus manos empezaron a recorrerme, mis pechos, mi cintura, se detuvieron junto al cierre de mis jeans, como dudando si atravesar esa barrera o no.
Pero ya era demasiado tarde para dudas.
Le tomé la mano con la mía y la deposité sobre mi pubis, dejé que sus dedos siguieran la costura del pantalón entre mis piernas, presioné su dedo mayor con los míos contra mi vulva apretada por la tela y lo mantuve allí, demostrándole que no tenía ninguna incógnita acerca de como seguiría nuestra tarde de lluvia en mi departamento.
Después de eso y los besos y las caricias, le pedí que me llevara a la cama.
Nos pusimos de pie, le desanudé la corbata y le desabotoné la camisa, me quité la remera por la cabeza y empecé a desprenderme el jean. Lo llevé de la mano hasta mi habitación.
Frente a la cama, me bajó los jeans hasta los tobillos, me dio un beso en el piercing de mi ombligo, desabrochó con maestría mi corpiño y me lo quitó con excelsa dulzura. Después se desabrochó el cinturón, dejó caer su pantalón de sarga a sus pies, se quitó el calzado y las medias, se sacó la camisa y entonces mientras me abrazaba y besaba, comenzó a bajarme la bombacha. Sus manos acariciaron mi cola, deslizando los dedos entre mis glúteos. Sentí su erección formidable contra mi pubis y me apreté contra él.
Me llevó a la cama.
Me acosté de espaldas y dejé que me quitara la bombacha. Empezó a besarme el vientre, lenta y deliberadamente, haciendo que temblara entera. Se detuvo sobre mi hendidura y pasó su lengua alrededor de los labios de mi vulva, abriéndome las piernas con sus dos manos. Cerré los ojos, incapaz de ver la imagen de él lamiéndome allí donde solamente Fer lo hacía. Levanté las rodillas y su cabeza se acomodó entre mis muslos.
Era exquisita la forma que tenía de lamerme la vagina. Me arrancaba suspiros de placer con su lengua, su barbilla, su nariz, su saliva. Estaba empapada de él y nada mas deseaba que me empezara a coger con su pija. Me revolvía entera, gimiendo y suspirando con cada roce, cada introducción, cada toque de su lengua experimentada. No podía aguantar mas las ganas de que me hiciera suya de una vez.
Me sorprendí a mi misma, pidiéndole, entre jadeos entrecortados, con un hilo de voz: “ Cogeme… por favor… cogeme de una vez…”
El levantó la cabeza, me miró desconcertado y se incorporó.
Salió del cuarto rumbo al living y volvió enseguida, con unos preservativos en la mano. Sonreí desde la cama, desnuda y empapada por él y me quedé deslumbrada mirándolo como se sacaba el bóxer y exhibía, orgulloso, un miembro de tamaño descomunal. Yo pensaba en su despacho, en María y en mi, disfrutando como lobas de ese tremendo pedazo de pija que él portaba. Se colocó el látex muy lenta y cuidadosamente, comprobó que no estuviera roto y se subió a la cama, entre mis piernas abiertas. Yo lo miraba, deslumbrada y penosamente culpable por lo que le estaba haciendo a Fer.
Pero esa sensación se evaporó cuando él puso la cabeza de su verga entre los labios mojados de mi vulva, gateando sobre mi y con mucho cuidado y suavidad, me penetró.
Cerré los ojos y se me crisparon las manos al sentirlo entrar en mi cuerpo. La punta de su miembro se encastró en mi estrechez y con mucha delicadeza, empezó a empujar, lenta y suavemente, hasta que logró vencer mi resistencia. Elevé las rodillas a los lados de sus caderas, el se sostenía con sus brazos estirados y su pelvis empujaba su verga dentro de mi. Puse mis manos en su pecho, sujetándolo, mientras el se reclinaba despacio sobe mi, metiéndome cada vez mas la pija en mi vagina abierta. Gemía y me abría mas para su tamaño, ya lo tenía bien profundamente en mi, el se movía y empujaba, meneaba las caderas y presionaba. Abrí los ojos para mirarlo. Él me miraba fijamente, con un rictus de placer en el rostro. Arañé sus hombros cuando vi. que todavía no me la había metido toda. Me abracé a él y lo atraje sobre mi cuerpo, rodeé con mis piernas su cintura y entonces logró ponérmela toda. Me mordí los labios al sentirlo adentro, inmenso, grueso y palpitante. La tenía tan dura que parecía que iba a perforarme sin mas. Empezó a bombearme con firmeza, hundiéndose en mi vagina con todo su tamaño. Yo jadeaba, sintiendo como la verga se hundía hasta el fondo en mi estrechez, ensanchándomela toda. La base de su pene frotaba mi clítoris, arrancándome aullidos de placer. No había experimentado nunca nada parecido. Él me estaba cogiendo de una forma tremenda y yo gozaba como una loca con eso que tenía adentro.
Empecé asentir las urgencias del orgasmo y no lo pude contener. El dentro de mi, frotándome el clítoris, hundiéndome su verga hasta la base dentro de mi cuerpo, meneándose, haciéndome gritar de placer, fue demasiado para mi y exploté en un orgasmo inolvidable.
Me contraje entera, apretando su tamaño con los músculos de mi vagina, sujetándolo con mis piernas y mis brazos, arañándole la espalda con las uñas, resoplando en su cuello y todo dentro de mi se disolvía en oleadas interminables de placer. El se detuvo, con el miembro pulsando en mi concha empapada. Se quedó quieto, dejándome disfrutar de mi orgasmo. Después volvió a moverse, lento al principio, ondulando la pelvis, pulsando dentro de mi con su tremenda verga y poniéndola y sacándola. Yo descrucé las piernas de su cintura y empecé a guiar sus movimientos tomándolo por las caderas. Empezó a apresurarse. Se le puso tenso todo el cuerpo, arqueado, empujando con la pelvis, entrando y saliendo de mi con rapidez. Gruñía, tratando de demorar lo inevitable. Le pedí que se saliera. Sacó la pija de mi concha y se sostuvo con los brazos estirados. Me di la vuelta debajo de el, boca abajo, me puse una almohada bajo las caderas y así volvió a penetrarme. Sentí su peso sobre mi espalda, mi cola, entre mis piernas abiertas y en mi concha mojada y él, encima de mi, me zarandeaba sin parar. Sentí como su pene se hinchaba, como pulsaba, como se estiraba mas y se engrosaba y con un empellón formidable que me hizo arrugar las sábanas con ambas manos y ahogar un chillido en la almohada, acabó.
Todo su cuerpo tembló sobre mi, sentí su aliento en mi nuca, su peso sobre mi espalda y sus brazos a los lados de mi cuerpo, apretándome, mientras el miembro soltaba ríos de semen. Se derrumbó sobre mi espalda, resoplando. La verga le pulsaba dentro de mi vagina dejando salir las ultimas gotas de esperma.
Se quedo quieto, su respiración se fue normalizando y me abrazó, dándome besos lánguidos en el cuello. Mi cabeza daba vueltas y vueltas, llena de culpa y de remordimientos por la traición que le había hecho a Fer. Pero lo había disfrutado como nunca antes había disfrutado de un hombre.
El se bajó de encima de mi y se tendió a mi lado. Me acariciaba el cabello, quitándomelo de la cara y me dio un beso en los labios, muy tierno.
Lo miré, intentado averiguar como iba a hacer al día siguiente para disimular lo que habíamos hecho con nuestros compañeros de trabajo.
Sonó su celular en el saco.
Se levantó a atenderlo, mientras yo me quedé en la cama, cubierta por las sabanas blancas.
Volvió, desnudo e imponente. Lo miré, mientras se ponía el bóxer.
“La grúa… esta a cinco minutos. Tengo que bajar. Ya se el camino… nos vemos mañana en la oficina…” me dijo y se acerco a darme un beso. Se puso los pantalones, se abrotonò la camisa y fue a buscar su saco húmedo y su corbata en el living. Me levanté, envuelta en la sábana y lo despedí en la puerta con un melancólico:
“Hasta mañana, jefe…”
Después, cerré la puerta.
No había nadie en la oficina a esa hora. Yo tenía que terminar unas carpetas así que hacía un par de horas extras. Las terminé rápido, porque no eran tantos asientos los que había que arreglar. Controlé y revisé un par de veces mi trabajo, para que estuviera presentable y bien hecho cuando mi jefe me lo pidiera, a primera hora del día siguiente.
Como le había avisado a Fer que saldría mas tarde, no tenía planes con él hasta las 8. Y recién pasaban de las 5.
Afuera hacía mucho calor y el aire acondicionado de la oficina estaba a full, así que, sin nada por hacer mas tarde, decidí quedarme un rato más después de terminar mi tarea.
Ordené mi escritorio, tiré algunos papeles inservibles, acomodé las fotos de Fer y me senté a mirar mi cuenta de facebook mientras el tiempo pasaba, sin apuros.
Pensaba ir al shopping a ver unos zapatos, pero hacia demasiado calor para andar caminando por la calle.
Así que me arrellané en mi sillón y me dediqué al facebook.
Me saque las sandalias y las medias para refrescarme.
Me reí, imaginando que si alguno de mis compañeros de trabajo me veía sin tacos, no iba a poder creer lo bajita que soy.
No había nada interesante en la web, así que después de un rato fui hasta el office a prepararme un jugo de frutas.
Volvía hacia mi escritorio con mi vaso de jugo en la mano cuando pasé por delante de la oficina de mi jefe.
La puerta estaba entornada, cosa rara porque siempre la dejaba con llave.
Me asomé, pensando que él había vuelto. No había nadie. Lo llamé por su nombre pero no me contestó nadie. Entré, con esa curiosidad que siempre me trajo algún problema.
El escritorio estaba ordenado, limpio, acomodado. Fotos de él y su mujer en unas vacaciones en la montaña, era muy linda su esposa. Y joven, además. El tendría unos cincuenta y estaba muy en forma, es mas, me parecía bastante bonito en sus facciones y lo que mas me gustaba era su aplomo. Me trataba siempre con amabilidad y respeto y nunca me regañaba, pese a la fama que le habían hecho en la oficina. Me senté en su sillón, mullido y enorme, eché el respaldo hacia atrás, puse mis piernas cruzadas sobre el escritorio y disfruté de su comodidad.
Casi eran las seis de la tarde.
Tanteé los cajones de su escritorio y el último de abajo estaba abierto.
Lo revisé con cierta fascinación, curiosidad y morbo. Había algunas fotos enmarcadas, un par de atados de cigarrillos (no sabía que fumaba…) varias cosas inútiles como lapiceras y clips y unaagenda del año anterior y, atrás de todo, una caja de preservativos.
Me dejó perpleja.
¿Por qué tendría él, allí, una caja de preservativos abierta, a mano?
Además de mi, las únicas chicas en la empresa eran Melina y Maria.
Melina estaba de novia y muy enamorada y además, embarazada.
María era muy discreta, estaba separada pero salía con uno de los muchachos de cómputos según las lenguas largas de mis compañeros.
¿Se estaría acostando con María en la oficina?
Hice memoria y ella siempre se iba temprano y a la mañana llegaba mucho antes que mi jefe.
Además, según los comentarios de los muchachos, había salido con varios de ellos, así que no me daba el target de alguien que pudiera interesarle a mi jefe. No compartiría la cama con sus empleados, seguramente.
Pero imaginármelos allí, en su escritorio (sobre todo allí, sobre su escritorio) teniendo sexo after office me provocó un poco de excitación.
¿Qué le gustaría a mi jefe hacer en la cama? ¿Cómo serían sus preferencias? Me lo imaginaba algo pacato en cuestiones de sexo, aunque a decir verdad, excepto por este hallazgo, nunca me lo hubiera imaginado en algo relacionado con el sexo.
Pensaba en eso, un poco acalorada a pesar del aire acondicionado, mientras volvía a mi escritorio. Caminar descalza por la alfombra era muy sedativo.
Volví a mi sillón, comprobando la diferencia con el de mi jefe.
Subí ambas piernas sobre mi escritorio y las crucé, echando el respaldo hacia atrás, mirando por la ventana el sol primaveral de la city.
Ensimismada en mis pensamientos, dejé volar mi imaginación y me imaginé en alguna situación comprometida con mi jefe.
¿Cómo me abordaría? ¿Qué propondría la primera vez, como para tratar de engatusarme y llevarme a la cama? ¿Le gustaría tenerme desnuda y haciendo todo lo que me pidiera? ¿me gustaría hacerlo con él, ser su amante clandestina? ¿Me propondría un trío con el y María?
No se en que momento me quedé dormida, pero me desperté y ya pasaban de las siete.
Me apuré a arreglarme un poco en el baño, lavarme la cara, acomodarme la ropa, ponerme las medias y las sandalias y salir a la calle en busca de Fer, que me debía estar esperando en el shopping.
Nos encontramos, hicimos algunas compras y fuimos a cenar. Volvimos al departamento bastante tarde. Me hizo el amor pero mi cabeza estaba en otra cosa. Tenía la imagen de mi jefe en la cama conmigo mientras Fer me penetraba. Para mi suerte, no se dio cuenta nunca.
A la mañana siguiente, entregué mi trabajo a horario y en forma y recibí una calurosa felicitación de parte de mi jefe.
Un par de veces antes del mediodía me quedé ensimismada pensando en los preservativos, mi jefe, María, yo y eso que me había imaginado.
La controlé sin que se diera cuenta y no me pareció que hubiera nada entre ellos.
No había feeling entre ellos, por más que quisieran disimularlo. No había.
Esa tarde salí temprano. Había una tormenta en ciernes y el cielo se había vuelto oscuro y amenazante. De esas típicas tormentas que se arman en un rato, después de una jornada de mucho sol, calor y humedad. Apenas llegué a la esquina, se largó el chaparrón. Gotas gordas y sonoras caían del cielo casi negro. Me resguardé debajo de una marquesina, esperando un taxi que me llevara a mi departamento. Fer tenía fútbol así que no volvería hasta la noche y quería llegar a mi casa antes de que la lluvia se hiciera más fuerte.
Pasaron dos coches y ninguno iba vacío. Escuché una frenada un tanto brusca, un auto enorme y rojo se detuvo a mi lado, escuché el bajarse vidrio del acompañante y una voz conocida que me llamaba por mi nombre.
Era mi jefe.
Se ofreció a llevarme, pues iba para el mismo lado que yo.
Se lo agradecí, porque la lluvia empezaba a descolgarse con fuerza. Subí al auto, lamentando mojárselo con mi ropa de lluvia.
El sonrió y me aseguró que no había ningún problema. Que “los autos son para disfrutarlos y deben ser útiles, así que esta era una ocasión especial para las dos cosas.”
Anduvimos por la avenida unas cuadras mas, mientras la tormenta arreciaba. Él me volvió a felicitar por mi desempeño y se felicitó por haber contratado a alguien tan eficiente como yo. Le agradecí con mi mejor sonrisa, que el devolvió, gentilmente.
Las cuadras pasaban y yo no podía dejar de pensar en él, en Maria, en los preservativos y en mí. Sobre todo en mi, con el, en la empresa, sobre su escritorio, en su despacho, haciendo el amor en su sillón mullido y en la alfombra.
No se cuanto tiempo pasó, pero el me devolvió a la realidad con una pregunta:
“Que le pasa, Micaela… en que está pensando…?”
Me sorprendí, sonrojada y llena de turbación.
“Disculpe, señor… me distraje pensando en la tormenta…me decía?” alcancé a responderle, con un hilo de voz.
“Nada, que va a tener que indicarme por donde ir, porque las calles están cerradas por la lluvia y no soy de andar por esta zona…” aseguró.
Me tomó un instante ubicarme, le indiqué por donde ir y en menos de cinco minutos llegamos a mi casa.
Estaba estacionando en frente del edificio cuando escuchamos una explosión y el auto dio un respingo.
Soltó una maldición bastante grosera y se disculpó al instante.
La rueda delantera había tocado la boca de tormenta de la calle y había reventado el neumático.
La lluvia arreciaba.
Se bajó, miró el estado dela rueda y volvió a subirse al auto.
“un reventón…”
Me lamenté de haber provocado esa molestia, pero el rechazo mi protesta muy galantemente, explicando que no hacía falta la disculpa, que llamaba a la grúa y enseguida le solucionarían el problema. Tomo su celular y llamó a la compañía. Le aseguraron una demora de por lo menos dos horas.
Me dijo que esperaría allí en el auto.
“De ninguna manera.” Le espeté, con firmeza. “Espérela en mi casa, que es acá arriba. De allí puede ver el auto y le invito un café mientras viene la grúa. Me siento un poco responsable por esto, así que no me discuta y bajemos…” me sorprendió a mi misma la firmeza de mi propuesta, indeclinable.
A él también lo sorprendió mi propuesta, pero la aceptó de buena gana.
Bajamos en medio del temporal, corrimos hacia el palier del edificio bajo el aguacero y nos refugiamos en la entrada de mi edificio. Busque las llaves en mi cartera, entramos, el ascensor estaba en planta baja así que lo tomamos y mientras subíamos los tres pisos, con la lentitud de siempre, nos quedamos mirándonos al espejo, los dos.
El agua chorreaba por mi cabello y el de él, mojándole los hombros del saco. Un mechón de su pelo caía sobre su frente y la compostura a la que me tenía acostumbrada había desaparecido.
En medio de un segundo de silencio, soltamos la carcajada.
“Estamos horribles…” dije, en medio de mi risa.
El también sonrió, con esa dentadura perfecta y esos ojos vivaces.
El ascensor se detuvo. Entramos a mi departamento, que el muy gentilmente elogio lo espacioso y la decoración, muy mía, por otra parte.
Le sugerí que se quitara el saco y lo colgara para que se secara, mientras yo preparaba un café para matizar la espera.
Fui hasta la cocina, que está separada del living y encendí la cafetera express.
Me disculpé un minuto mientras me cambiaba y fui hasta mi cuarto a quitarme la ropa empapada. Me enfundé en unos jeans y una remera, muy casual y volví al living, donde el me estaba esperando sentado en el sillón. Oí la alarma de la cafetera y fui a buscar nuestros pocillos humeantes. Volví con ellos al living, se lo alcancé y del modular busqué la azucarera, que puse delante de el, en la mesa ratona.
Se sirvió una cucharada de azúcar y me endulzó el mío, muy cortésmente.
Me estaba seduciendo con cada gesto, pensé para mi.
Cuando me alcanzó el pocillo, nuestras manos se rozaron un momento. Me turbé tanto que el rubor se notó demasiado.
Carraspeó oportunamente, para romper tan delicado momento.
Intenté darle la menor importancia posible a la situación, pero algo de el me atraía demasiado y ese pequeño gesto de nuestras manos rozándose había provocado una oleada de sensaciones en todo mi cuerpo.
Sentí que los pezones se me erguían bajo la remera y temí que el lo notara.
Y lo había notado.
Me incliné hacia delante en el sillón, buscando cambiar de posición para que mi excitación no fuera tan evidente.
El se inclinó también y nuestras caras quedaron a centímetros de distancia, mientras los dos pocillos de café humeaban sobre la mesa, bañándonos en un aroma delicado y cómplice.
“Micaela… no se si debería seguir esperando… lo mejor, me parece, es que vuelva al auto… la grúa debe estar al llegar, siempre vienen antes de lo previsto y…” empezó a despedirse.
“Quedate…” me escuché decir, interrumpiéndolo.
Mil imágenes se me cruzaban en la cabeza, él, yo, María, su despacho, los preservativos… él conmigo.
Por respuesta recibí un beso húmedo, largo y sensual, en la mitad de mi boca.
Le correspondí, cerrando los ojos y ofreciéndole mis labios.
Me besó como quien besa por primera vez.
Lo deseé como se desea la primera vez.
Se acercó a mi sillón, se sentó junto a mí, me abrazó y nos fundimos en un beso largo, deseado, húmedo, interminable.
Su lengua despertó todas mis sensaciones. Lo abracé, me recliné en el sillón y el se me tendió encima. Su mano se posó sobre mis pechos, acariciando dulcemente como quien lleva en si todo el cuidado del mundo. Mis pezones se irguieron definitivamente, sensibles, puntiagudos. Una calidez insospechada subía por mi vientre, desde mi pubis y me invadía todos los sentidos. El corazón me palpitaba en las sienes. Sus manos empezaron a recorrerme, mis pechos, mi cintura, se detuvieron junto al cierre de mis jeans, como dudando si atravesar esa barrera o no.
Pero ya era demasiado tarde para dudas.
Le tomé la mano con la mía y la deposité sobre mi pubis, dejé que sus dedos siguieran la costura del pantalón entre mis piernas, presioné su dedo mayor con los míos contra mi vulva apretada por la tela y lo mantuve allí, demostrándole que no tenía ninguna incógnita acerca de como seguiría nuestra tarde de lluvia en mi departamento.
Después de eso y los besos y las caricias, le pedí que me llevara a la cama.
Nos pusimos de pie, le desanudé la corbata y le desabotoné la camisa, me quité la remera por la cabeza y empecé a desprenderme el jean. Lo llevé de la mano hasta mi habitación.
Frente a la cama, me bajó los jeans hasta los tobillos, me dio un beso en el piercing de mi ombligo, desabrochó con maestría mi corpiño y me lo quitó con excelsa dulzura. Después se desabrochó el cinturón, dejó caer su pantalón de sarga a sus pies, se quitó el calzado y las medias, se sacó la camisa y entonces mientras me abrazaba y besaba, comenzó a bajarme la bombacha. Sus manos acariciaron mi cola, deslizando los dedos entre mis glúteos. Sentí su erección formidable contra mi pubis y me apreté contra él.
Me llevó a la cama.
Me acosté de espaldas y dejé que me quitara la bombacha. Empezó a besarme el vientre, lenta y deliberadamente, haciendo que temblara entera. Se detuvo sobre mi hendidura y pasó su lengua alrededor de los labios de mi vulva, abriéndome las piernas con sus dos manos. Cerré los ojos, incapaz de ver la imagen de él lamiéndome allí donde solamente Fer lo hacía. Levanté las rodillas y su cabeza se acomodó entre mis muslos.
Era exquisita la forma que tenía de lamerme la vagina. Me arrancaba suspiros de placer con su lengua, su barbilla, su nariz, su saliva. Estaba empapada de él y nada mas deseaba que me empezara a coger con su pija. Me revolvía entera, gimiendo y suspirando con cada roce, cada introducción, cada toque de su lengua experimentada. No podía aguantar mas las ganas de que me hiciera suya de una vez.
Me sorprendí a mi misma, pidiéndole, entre jadeos entrecortados, con un hilo de voz: “ Cogeme… por favor… cogeme de una vez…”
El levantó la cabeza, me miró desconcertado y se incorporó.
Salió del cuarto rumbo al living y volvió enseguida, con unos preservativos en la mano. Sonreí desde la cama, desnuda y empapada por él y me quedé deslumbrada mirándolo como se sacaba el bóxer y exhibía, orgulloso, un miembro de tamaño descomunal. Yo pensaba en su despacho, en María y en mi, disfrutando como lobas de ese tremendo pedazo de pija que él portaba. Se colocó el látex muy lenta y cuidadosamente, comprobó que no estuviera roto y se subió a la cama, entre mis piernas abiertas. Yo lo miraba, deslumbrada y penosamente culpable por lo que le estaba haciendo a Fer.
Pero esa sensación se evaporó cuando él puso la cabeza de su verga entre los labios mojados de mi vulva, gateando sobre mi y con mucho cuidado y suavidad, me penetró.
Cerré los ojos y se me crisparon las manos al sentirlo entrar en mi cuerpo. La punta de su miembro se encastró en mi estrechez y con mucha delicadeza, empezó a empujar, lenta y suavemente, hasta que logró vencer mi resistencia. Elevé las rodillas a los lados de sus caderas, el se sostenía con sus brazos estirados y su pelvis empujaba su verga dentro de mi. Puse mis manos en su pecho, sujetándolo, mientras el se reclinaba despacio sobe mi, metiéndome cada vez mas la pija en mi vagina abierta. Gemía y me abría mas para su tamaño, ya lo tenía bien profundamente en mi, el se movía y empujaba, meneaba las caderas y presionaba. Abrí los ojos para mirarlo. Él me miraba fijamente, con un rictus de placer en el rostro. Arañé sus hombros cuando vi. que todavía no me la había metido toda. Me abracé a él y lo atraje sobre mi cuerpo, rodeé con mis piernas su cintura y entonces logró ponérmela toda. Me mordí los labios al sentirlo adentro, inmenso, grueso y palpitante. La tenía tan dura que parecía que iba a perforarme sin mas. Empezó a bombearme con firmeza, hundiéndose en mi vagina con todo su tamaño. Yo jadeaba, sintiendo como la verga se hundía hasta el fondo en mi estrechez, ensanchándomela toda. La base de su pene frotaba mi clítoris, arrancándome aullidos de placer. No había experimentado nunca nada parecido. Él me estaba cogiendo de una forma tremenda y yo gozaba como una loca con eso que tenía adentro.
Empecé asentir las urgencias del orgasmo y no lo pude contener. El dentro de mi, frotándome el clítoris, hundiéndome su verga hasta la base dentro de mi cuerpo, meneándose, haciéndome gritar de placer, fue demasiado para mi y exploté en un orgasmo inolvidable.
Me contraje entera, apretando su tamaño con los músculos de mi vagina, sujetándolo con mis piernas y mis brazos, arañándole la espalda con las uñas, resoplando en su cuello y todo dentro de mi se disolvía en oleadas interminables de placer. El se detuvo, con el miembro pulsando en mi concha empapada. Se quedó quieto, dejándome disfrutar de mi orgasmo. Después volvió a moverse, lento al principio, ondulando la pelvis, pulsando dentro de mi con su tremenda verga y poniéndola y sacándola. Yo descrucé las piernas de su cintura y empecé a guiar sus movimientos tomándolo por las caderas. Empezó a apresurarse. Se le puso tenso todo el cuerpo, arqueado, empujando con la pelvis, entrando y saliendo de mi con rapidez. Gruñía, tratando de demorar lo inevitable. Le pedí que se saliera. Sacó la pija de mi concha y se sostuvo con los brazos estirados. Me di la vuelta debajo de el, boca abajo, me puse una almohada bajo las caderas y así volvió a penetrarme. Sentí su peso sobre mi espalda, mi cola, entre mis piernas abiertas y en mi concha mojada y él, encima de mi, me zarandeaba sin parar. Sentí como su pene se hinchaba, como pulsaba, como se estiraba mas y se engrosaba y con un empellón formidable que me hizo arrugar las sábanas con ambas manos y ahogar un chillido en la almohada, acabó.
Todo su cuerpo tembló sobre mi, sentí su aliento en mi nuca, su peso sobre mi espalda y sus brazos a los lados de mi cuerpo, apretándome, mientras el miembro soltaba ríos de semen. Se derrumbó sobre mi espalda, resoplando. La verga le pulsaba dentro de mi vagina dejando salir las ultimas gotas de esperma.
Se quedo quieto, su respiración se fue normalizando y me abrazó, dándome besos lánguidos en el cuello. Mi cabeza daba vueltas y vueltas, llena de culpa y de remordimientos por la traición que le había hecho a Fer. Pero lo había disfrutado como nunca antes había disfrutado de un hombre.
El se bajó de encima de mi y se tendió a mi lado. Me acariciaba el cabello, quitándomelo de la cara y me dio un beso en los labios, muy tierno.
Lo miré, intentado averiguar como iba a hacer al día siguiente para disimular lo que habíamos hecho con nuestros compañeros de trabajo.
Sonó su celular en el saco.
Se levantó a atenderlo, mientras yo me quedé en la cama, cubierta por las sabanas blancas.
Volvió, desnudo e imponente. Lo miré, mientras se ponía el bóxer.
“La grúa… esta a cinco minutos. Tengo que bajar. Ya se el camino… nos vemos mañana en la oficina…” me dijo y se acerco a darme un beso. Se puso los pantalones, se abrotonò la camisa y fue a buscar su saco húmedo y su corbata en el living. Me levanté, envuelta en la sábana y lo despedí en la puerta con un melancólico:
“Hasta mañana, jefe…”
Después, cerré la puerta.