Oficina
Cuando todo te da igual.
Faltan dos días para que acabe mi contrato de trabajo temporal. Yo soy el chico de los recados en un edificio de co-working y han contratado a un nuevo jefe de sección (el anterior, un viejo septuagenario adicto a la viagra la palmó en un burdel de Mallorca). La nueva jefa es una cincuentona de culo gordo, tetas grandes y gafapastas a la que le gusta llevar siempre la razón en todo. Se llama Carmen.
A mi me pone bastante. Siempre va vestida con unos trajes muy formales, pero enseñando sus piernas regordetas y dejando siempre desabrochado algún botón para enseñar el sujetador por el escote. Yo, como sé que me queda poco en la empresa, le miro descarado las tetas y el culo siempre que la veo. Me importa una mierda, incluso cuando me habla yo le miro los melones y las piernas para tener algo con lo que masturbarme cuando llego a casa. Muchas veces me la meneo en el baño de la oficina pensando cochinadas con Carmen.
Queda poco para que termine mi contrato y se ha roto el aire condicionado de la oficina. Andamos como cerdos sudando a mares; abrimos todas las ventanas, pero apenas hay corrientes de aire para refrescarnos. Carmen me llama para que le lleve unos papeles. Entro a su oficina caldeada y me pide que espere un momento, se levanta y sale a buscar algo.
Me acerco a su sillón y compruebo que está húmedo a causa del sudor de ese culo gordo. Me agacho para pegarle una buena esnifada. Un olor fuerte me inunda la nariz y la cabeza me da vueltas. No puedo evitarlo y comienzo a lamer toda esa humedad. Carmen entra y me pilla lamiéndole el sillón. Yo me quedo muy cortado y con la cara toda roja. Ella también tiene la cara toda roja, pero de furia. Se me acerca, me da dos hostias en toda la cara y me dice que dentro de quince minutos pase por recepción para coger la carta de despido. Me lo merezco por cerdo.
Cuando llego a casa me hago una paja pensando en el olor y el sabor del sillón de Carmen. Luego me hago otra paja pensando en los dos guantazos que me dio. Esa noche suena mi móvil. Es Carmen. Me pide perdón por las dos hostias y me pregunta si quiero disculparme.
Me lo pienso un poco y llego a la conclusión de que me importa una mierda, así que le digo que no quiero disculparme, que me gustó oler y lamer el sudor de su culo y que me acabo de hacer dos pajas pensando en eso. También le digo que no es la primera vez que me la machaco pensando en ella y me cuelga. Dos horas más tarde, en plena madrugada, el sonido del teléfono me despierta.
Es ella otra vez.
Quiere saber qué cosas son las que imagino cuando me masturbo pensando en ella. Yo se lo digo y nos tiramos el resto de la noche hablando y masturbándonos por teléfono.