Odontología creativa
Acerca de las cosas que ocurren en la consulta cuando el doctor está ausente
Llegué diez minutos tarde dando un bufido tras subir aprisa las escaleras a mi cita con el dentista. Tras llamar al timbre empujé la puerta, que abrió Eva, la administrativa, desde su puesto de trabajo mientras atendía a alguien por teléfono. La saludé y casi sin pararme me dirigí hacia la salita de espera sin caer en lo vacía y silenciosa que estaba la consulta.
Ernesto, Ernesto, me llamó ella justo cuando ya estaba dentro.
Dime Eva, contesté.
Eva era morena. Quizá no atractiva pero con un morbo impresionante. Relativamente alta y piel algo cetrina, ojos avellana de singular brillo y delgadez no enfermiza, sabía jugar con su mirada, su blanca sonrisa y, sobre todo, con su escote. Era de esas mujeres a las que la blusa siempre le faltaba una talla o un botón, sabía como girarse y dominaba el arte de inclinarse hacia su interlocutor haciéndolo sentir como un bebé. Eva enfilaba su madurez manejando un arma mortal: la elegancia.
No he podido avisarte, se disculpó, pero el Doctor ha tenido un contratiempo y no vendrá hasta las once y media. Estoy anulando sus citas. ¿Puedes venir más tarde?
Me temo que hoy no, le contesté. Pero supongo que alguien me podrá quitar los puntos. Me irritan. Ya me verá mañana o pasado la herida el doctor.
Vale, voy a ver. Espera un segundo. Me contestó.
Pasé a la sala pero antes de sentarme apareció Laura por la puerta. Ella era el último fichaje del Doctor. No era muy alta. Nunca la había visto en ropa de calle, sin el pijama de trabajo, así que era difícil para mí decir como era su cuerpo, pero era una rubia atractiva; muy joven, acababa de terminar sus estudios de enfermería; y tenía esa piel amelocotonada que tanto me gusta. Curiosamente sus ojos eran increíblemente negros. Callada y reservada, se quedaba siempre atrás. Te miraba con sus ojos negros pero no hablaba salvo que le preguntaran.
Vamos Ernesto, me dijo sin saludarme siquiera.
¿Me vas a quitar tú los puntos? Le contesté sabiendo que ella, de momento, solamente hacía trabajos auxiliares.
No me contestó. Me cogió literalmente de la mano y me arrastro hacía la consulta del fondo. La que reservaban para revisiones y curas. Tras sentarme, empezó a manejar los controles del sillón y me puso en posición totalmente horizontal bajó mi cabeza, como hacen cuando van a trabajar en la mandíbula superior. Un poco exagerado pensé yo para lo que había que hacer. Pasaron unos segundos, hoy un ruido y entonces el sillón empezó a bajar. En esa posición, horizontal con la cabeza un poco baja, se estaba algo incómodo y el movimiento del sillón hacía abajo había sido un tanto súbito, de modo que cerré los ojos, pero cuando los abrí me llevé una sorpresa. Laura se había desnudado de cintura para abajo y apoyando sus manos en mis hombros y se puso a horcajadas sobre mi cara. Mantuvo su sexo, ahora si puedo asegurar que era rubia natural pese a sus ojos, ligeramente apartado de mi boca pero se excitó enormemente cuando recibió tres o cuatros bocanadas de aire exhaladas por mí.
- ¿Vamos a que esperas?, dijo, mientras acercaba más su sexo.
Empecé a lamerlo, sin dar mucho crédito a lo que estaba pasando y en ese momento hoy la voz de Vanesa que entraba en la consulta.
Vanesa, la jefa de enfermería de la consulta, no había llegado a los 30 y ya era madre de 3 críos cuyos partos le habían dejado como recuerdo una pequeña barriguita que daba rotundidad a su cuerpo de guitarra. Una melena rubia con enormes rizos que apenas podía recoger, preciosos ojos azules que la mirada del interlocutor no podía evitar, pechos rotundos que tampoco podía esconder y unas gafas de pasta roja y negra que le daban un aire entre intelectual y… ¡qué se yo!
¡Mira que eres viciosa guarra! ¿No puedes esperarte?
Cállate y chúpasela, le contesto Laura entre gemido y gemido a la vez que se reclinaba más sobre mis hombros.
Vanesa resultó ser una auténtica zorrita. Tras desabrochar mi pantalón y bajármelo junto con los calzoncillos de un tirón, se arrodilló y, sin usar las manos, empezó a tragarse mi miembro que no tardó en adoptar una posición rígida iba tragándoselo despacio desde la punta hasta tocar prácticamente los pelos, para retroceder al mismo y pausado ritmo. La chica no tenía prisas. En aquella posición yo pugnaba por cerrar las rodillas para amentar el placer y trataba de llevar mis manos a la cabeza de Vanesa para ser yo quien controlara su ritmo, pero necesitaba las manos para evitar que Laura se sentara literalmente sobre mí.
Se oyó entonces la voz alterada de Eva que entraba en la consulta. Nunca la había oído dar un grito o usar una palabra inadecuada, pero esta vez fue rotunda en su expresión:
- ¿Pero seréis putas? ¡Os tengo dicho que Ernesto era para mí!
A la vez que acababa de decir esto empezó a zarandear a Laura que se estaba corriendo sobre mi cara sin inmutarse por el maltrato de Eva. Se apeó me cogió de las sienes me besó en la frente y se dirigió hacia Vanesa, apartó, saltó sobre mí y cuando iba a apoyar sus manos sobre mi estómago para penetrarse y montarme, Eva y Vanesa la agarraron por detrás. Vanesa, la más fuerte sin duda la cogió por debajo de los brazos y la echó hacia atrás. Eva ayudó como pudo.
Mientras se zarandeaban unas a otras, aproveché para tratar de hacerme con el control de la situación y me incorporé con dificultad, presa de la mayor erección de las que tenga recuerdo.
Debió sorprenderles verme así, medio desnudo y empalmado, de pie con mi metro noventa de altura, ya que las tres se quedaron como petrificadas.
Eva vino hacia mí y se arrodilló para continuar con el trabajo que había empezado Vanesa. Utilizó su mano para presionar con maestría mis testículos a la vez que se afanaba por chupar el glande que descubría con su mano izquierda, jugaba con los labios y la lengua, lamía el frenillo y mordía mi miembro con la fuerza justa. Gracias a dios me cuesta mucho correrme de pie porque aquello hubiera sido un desperdicio con todo aquel trabajo pendiente.
Ya dueño de la situación, pedí a Laura que se terminara de desnudar. Me daba morbo conocer como era su figura que era la más desconocida para mí, ya que a sus compañeras las conocía desde hace tiempo, había coincidido con ellas en la calle, cosa normal en una pequeña ciudad de provincias, se habían arrimado a mí durante alguna cirugía, etc.
La pequeña obedeció sin rechistar. Una vez desnuda, le pedí que se girara lentamente para disfrutarla. Delgada, pechos pequeños y puntiagudos, pezones grandes y largos con aureolas pequeñas y un fino vello rubio por todo el cuerpo que llegaba a su esplendor en los cuartos traseros. Un culito pequeño, redondo y ligeramente sonrosado invitaba a la penetración. Lo difícil, pensé, será hacerlo sin ofender a estas dos señoras.
Pedí a Laura que se acercara y tras besarla y manosearla un poco la hice arrodillarse, para que me devolviera el favor. Mientras se ponía a ello, le dije a Vanesa:
- Vamos rubita, te toca a ti, despelótate.
Mientras lo hacía; Eva, aún de rodillas, me miraba con ojitos de cordera degollada. Con Vanesa seguí el mismo procedimiento que con Laura. Mientras agarraba con mis manos la cabeza de ésta para obligarle a tragarse mi miembro entero, le pedí que diera un par de vueltas, con las manos detrás de la cabeza para saborear su desnudo.
Era un precioso cuerpo en forma de guitarra, pechos enormes con aureolas también grandes. El trasero proporcionado pero rotundo bastante abierto. El sexo afeitado. Despertaba sensualidad.
Saqué mi pene de la boca de Laura, a la vez que pedía a Vanesa que se acercara para sustituirla y ordené a Eva que se desnudara también.
La cabrona de la morena era elegante hasta para eso. Tuve que hacer que Vanesa parara la mamada para no correrme y sentarme en el sillón y ellas aprovecharon para hacerse de nuevo con la situación. En un momento yo estaba otra vez en posición horizontal, Vanesa sobre mi pecho acercaba su boca a la mía y Eva había empezado a montarme. Aquello era más de lo que nunca había imaginado, pero el deseo de poseer el culito de Laura, a la que habíamos dejado apartada, me impedía disfrutar de aquello. Finalmente me relajé y empecé a devorar los morros de Vanesa mientras relajaba la parte inferior de mi cuerpo y empecé a correrme al ritmo que marcaba la cabalgada de Eva que gemía como una loca encima de mí.
Unos minutos después estaba vestido en el vestíbulo de la clínica dental. Eva volvía a estar sentada en su puesto consultando su agenda para darme otra cita, Vanesa trataba de alisar mis ropas pasándome la mano por detrás y, al fondo del pasillo, lánguida y mustia, apoyada contra la pared, los ojitos negros de Laura me miraban con deseo.
Por fin, Eva habló:
- El martes, el martes de la semana que viene el doctor tiene que ir a un curso, así que no llegará hasta las doce. ¿Te doy hora para las nueve?
Crucé mi mirada con la de Laura, una vez más, mientras me relamía antes de irme.
- De acuerdo, a las nueve, dije mientras abría la puerta y abandonaba la consulta.