Odio a mi vecina
¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!... Repetía el mantra una y otra vez mientras alojaba mi miembro en lo más profundo de su garganta
Cuando la conocí, esa nariz pequeña y respingona, la media melena negra y brillante y la boca de fresa con los labios gruesos y rojos le daban un aire de inocencia infantil que me confundió totalmente.
Había llegado hacía dos semanas por cuestiones de trabajo y se había instalado con la única compañía de un gato persa blanco y de malignos ojos verdes.
Su pequeña estatura y su aire inocente me engañaron un tiempo. Carla era una joven tímida y risueña que bajaba castamente la vista cada vez que coincidíamos en el ascensor o nos cruzábamos en el rellano de la escalera. Yo aprovechaba para mirar de soslayo aquel cuerpo joven y turgente enfundado en ropa ajustada y embelesarme imaginando lo que sería coger aquellos jugosos pechos entre mis manos y enseñar a aquella jovencita todos los secretos que encerraba su sexo.
Entonces llegó la noche del segundo sábado tras su llegada. Había quedado con unos amigos y harto de esperar a que la anciana del tercero colase su andador en el estrecho ascensor decidí bajar por las escaleras al garaje. Con el ascensor todavía parado en el tercero abrí la puerta del garaje e iba a encender la luz cuando unos sonidos apagados llamaron mi atención. En silencio, amparado por la oscuridad apenas rasgada por las luces de emergencia, avancé hacia los sonidos que parecían gemidos lastimeros.
Cuando llegué al origen del ruido la sorpresa fue enorme. Un hombre de mediana edad y aspecto aburrido gemía apagadamente con la mirada fija en Carla, que arrodillada frente a él le comía la polla con la maestría de una veterana justo al lado de su Mini.
No sabía qué hacer, si ahora encendía la luz les sorprendería y daría lugar a una escena embarazosa y si me volvía al ascensor podía hacer algún ruido que los alertase y crear una escena más embarazosa aun, así que opté por quedarme y observar.
Mientras dudaba que hacer, la joven había bajado los pantalones y los calzoncillos al notario y le estaba chupando los huevos con fuerza a la vez que pajeaba suavemente su polla. El hombre se recolocó las gafas y gimió un poco más fuerte mientras recogía la negra melena de la joven para poder ver mejor su cara al tenue resplandor de las luces de emergencia.
Carla sonrió de forma lasciva lamiéndole la punta de la polla una vez más antes de levantarse, separar al notario de un empujón y exhibirse ante él. Arremangándose la minifalda poco a poco mostró unas piernas delgadas y torneadas, enfundadas en unas medias oscuras. Se giró con gracia, subida en los tacones de aguja y se la levantó aun más hasta dejar a la vista un culo redondo y apetitoso como la manzana prohibida del paraíso.
El notario se acercó e intentó penetrarla por detrás, pero ella se resistió y le rechazó de nuevo encantada con sus signos de frustración. Se dio la vuelta y bailó ante él provocándole, acariciándose el interior de sus muslos y apartando el tejido del tanga para mostrarle su sexo totalmente rasurado.
El notario daba más risa que otra cosa allí, de pie, con los calzoncillos en los tobillos admirando como la joven se abría la blusa y le mostraba unos pechos grandes y redondos sin parar de bailar.
Finalmente Carla se subió al capó de su Mini y abrió las piernas invitando al hombre a entrar. El notario se acercó caminando como un pingüino y babeando de deseo se introdujo entre sus piernas. La joven suspiró y le dejó hacer apoyando la cabeza sobre su hombro.
El hombre entró con golpes rápidos y bruscos mientras ella gemía suavemente y le abrazaba mirando en mi dirección. Durante un momento se me pasó por la cabeza que la joven me había descubierto, pero lo pensé bien y me pareció imposible, allí tras un columna, envuelto en la oscuridad, mientras ella tenía una de las luces de emergencia encima, deslumbrándola. Me pareció casi imposible que ella me detectara. Estaba totalmente convencido de ello cuando abrió los ojos y miró en mi dirección mordiéndose el labio.
El notario, ajeno a lo que pasaba a su alrededor siguió embistiendo a la joven y amasando aquellos pechos virginales durante unos minutos hasta que no aguantó más y se corrió con un gemido. La joven sonrió y fingió un orgasmo sin dejar de mirar en mi dirección.
Cuando terminó de gritar y retorcerse, Carla se bajó del coche y se recompuso la ropa mientras su torpe amante, creyendo haber realizado una faena memorable se subía los pantalones satisfecho.
Adelantándose a su amante y evitando que encendiese las luces Carla cogió a su notario de la mano y se lo llevó camino de los ascensores. Cuando pasó a la altura de mi escondite giró ligeramente la cabeza e hizo un mohín dejándome aun más confundido.
Volví a encontrármela un par de días después y al subir al ascensor volvió a saludar y bajar la mirada castamente. Esta vez la ignoré. Todo lo que me parecía atractivo de la joven había desaparecido después de la escena del garaje. Ella pareció no darse cuenta de mi mirada de desprecio mal disimulada y se despidió de mí tan alegre como siempre.
A partir de ese día mi vecina se convirtió en una especie de obsesión. A pesar de sentir una especie de repulsión, vigilaba sus entradas y salidas y espiaba los ruidos que hacía con sus amantes de los que llevaba una minuciosa cuenta.
Eran numerosos, todos mayores que ella, todos con aspecto inseguro y ansiosos de complacerla con sus torpes caricias. Aunque no la volví a sorprender, soñaba con su cuerpo joven y turgente, recordaba perfectamente sus piernas torneadas, su pecho erguido con su pezones pequeños y rosados y su coño depilado y me masturbaba mientras escuchaba como hacía el amor con el notario de turno.
Era un día de bochorno y aproveché el calor de la tarde para tender una lavadora en la terraza comunal de la azotea. Tendía la ropa rápidamente deseando terminar y alejarme de aquel sol de justicia cuando ella llegó con un balde rebosante de ropa en la mano y me saludó. Estaba tan arrebatadora como siempre. Llevaba puesta unos pequeños pantaloncitos vaqueros un top rosa y unas sandalias.
Interrumpí mi tarea sin poder evitarlo observando cómo se llevaba las pinzas a la boca, cogía la prenda y se estiraba para tenderla en la cuerda, que estaba un poco alta para ella. El top se subía dejando a la vista una pequeña porción de la parte inferior de sus pechos. La joven me sonrió y siguió colgando prendas.
Yo me tragué un suspiro de frustración y seguí tendiendo la ropa hasta que terminé. Iba a despedirme de la joven y retirarme rápidamente con el balde de la ropa tapando mi incipiente erección cuando tomó la palabra.
—¿Te gustó la sesión del otro día? —preguntó ella a bocajarro.
Yo no sabía que responder intenté balbucear una disculpa, le dije que no sabía de que me estaba hablando, pero por la sonrisa sardónica que estaba mostrando era toralmente consciente de que no se creía nada de lo que le estaba diciendo.
—Vamos, no seas estúpido. Sé perfectamente que estabas allí espiando mientras Lino me hacía el amor.
—Bueno, a cualquier cosa le llamas hacer el amor. Ese tipo era un patoso.
—Oh, bueno, tienes razón de que no era un gran amante, pero es un hombre muy tierno y atento.
—¿Y los demás también los son?
—¿No me digas que has estado espiándome? Has sido un niño muy malo. —dijo fingiendo divertida un enfado que no sentía para nada.
Yo no me inmuté, aquella niña estaba empezando a cargarme. Me di la vuelta y me dirigí hacia la puerta de las escaleras, pero ella se adelantó y se interpuso en mi trayectoria.
—Vale, lo siento. —dijo ella frunciendo sus morritos en un precioso mohín— No quiero que estés enfadada conmigo. Quiero que seamos amigos.
Antes de que pudiese decir nada se acercó a mí, se puso de puntillas y me besó en los labios. ¿Cómo puede ser un beso casto, con los labios cerrados y de apenas un instante de duración, el contacto más sensual que he tenido en toda mi vida? No tiene explicación, pero así fue. Me sentí electrizado e hipnotizado a la vez y dejando caer el balde al suelo la cogí por la nuca y le devolví el beso volcando toda la frustración y el deseo que se habían ido acumulando desde el día del garaje.
Carla respondió abriendo su boca y acariciando mi lengua con la suya, dejando que le explorase y le saborease a conciencia. Posé mis manos sobre sus caderas y acaricié unos instantes su culo para a continuación adelantarlas estrujando sus pechos grandes y suaves por debajo del top. Carla se colgó de mi cuello y rodeó mis caderas con sus piernas permitiendo que la llevase escaleras abajo.
Intentando mostrar la vitalidad de un quinceañero porté el liviano peso por las escaleras aprovechando los descansillos para acorralarla contra la pared, magrearla y de paso tomar un poco de aire. Cuando llegamos frente a la puerta de su casa sacó una llave de su pantaloncito, despegó sus labios de los míos y abrió la puerta.
En cuanto pasamos se soltó, se dejó caer de rodillas frente a mí y con una sonrisa lasciva sacó mi polla del interior de las bermudas. La observó crecer poco a poco recorriendo con la punta de sus dedos cada vena prominente hasta llegar a mi glande amoratado y bulboso. Carla lo envolvió con sus labios y dio un par de sonoros chupetones hasta que mi polla estuvo dura como una piedra.
Se incorporó y cogiéndome por el miembro me guio hasta la habitación. El gato se incorporó de la cama donde dormía a pierna suelta y abandonó la habitación con un agrio bufido. Allí, ante mí, Carla se quitó la ropa hasta quedar totalmente desnuda y se tumbó en la cama acariciándose su cuerpo sin dejar de fijar sus ojos en mí.
En ese momento la odié, odie su insultante juventud, odié su cuerpo terso y sensual, su cutis suave y carente de arrugas y su actitud segura de sí misma. Eso, sobre todo odiaba su seguridad. Estaba segura de que la deseaba, de que creía que haría todo lo que pidiera. Sentía que la ira se iba apoderando poco a poco de mí mientras ella se acariciaba su sexo lampiño y juvenil invitándome a poseerla.
Me quité la ropa deseando que ella sintiese algo más que el placer del sexo, quería que sintiese el miedo y la incertidumbre, quería que sintiese como perdía el control y quedaba indefensa a mi merced.
Me acerqué y ella abrió sus piernas dispuesta a acogerme. Admiré sus pies pequeños y delicados sus pantorrillas y sus muslos. Mis ojos recorrieron hambrientos su sexo hinchado y entreabierto como una boca ansiosa de la que rezumaba una lágrima de líquido cálido y cristalino.
Cogí sus piernas y las acaricié desde los tobillos. Disfruté de su tacto sedoso y mordisqueé los dedos de sus pies.
Con un movimiento brusco le di la vuelta y golpeé sus cachetes con fuerza. Carla gritó sorprendida, pero yo cogí su melena con una mano y enterré su cabeza en las sábanas mientras que con la otra guiaba mi polla al interior de su vagina. La polla resbaló con facilidad hasta que estuvo totalmente enterrada en su interior. Sin darle tregua comencé a penetrarla con fuerza sin dejar de apretar su cabeza contra el colchón. Carla gemía ahogadamente y luchaba para poder separar la boca de las ropa de la cama y poder respirar. Yo mantenía la mano firme empujandola contra la superficie de la cama aflojando solo lo suficiente para que no se ahogara.
Carla se retorcía y luchaba a la vez que levantaba su culo para poder sentir mis huevos colgantes golpear en su clítoris como un martillo pilón. Una y otra vez entré en ella, una y otra vez golpeé con violencia su pubis arrancando gritos y gemidos sofocados.
A punto de correrme paré y la dejé respirar de nuevo, un torrente de insultos me envolvió calmando solo en parte mi sed de algo indescriptible muy parecido a la venganza. Concentrándome en la visión del presidente del gobierno hablando sobre la coyuntura económica conseguí dominarme.
Carla se había repuesto algo y era ella la que movía sus caderas de manera que solo mi glande entrase y saliese de su interior. Con cada movimiento su coño se expandía para acoger el grueso órgano provocándole un placer tan intenso que todo su cuerpo se crispaba.
La dejé tomar el control unos instantes mientras jugaba con el sudor que corría por su espalda, pero un giro de cabeza y una sonrisa de esos labios gruesos me volvieron a enfurecer. Clavé las uñas con toda mi fuerza en su culo y comencé a penetrarla haciendo crujir la cama con cada empujón. Carla gritó sorprendida intentando agarrarse a las sábanas para no perder el equilibrio. Me incliné sobre ella sin dejar de empujar en su interior y agarré sus senos pellizcando y retorciendo sus pezones.
Unos instantes después sentí como su cuerpo se crispaba fruto de los primero aguijonazos del orgasmo y aproveché para darle un serie de bestiales empujones. Carla perdía el contacto de su cuerpo con la cama y yo aprovechaba para agitar su cuerpo impidiendo que adoptase una postura cómoda.
Tras un par de minutos la joven dejó de gritar y la dejé caer inerte y jadeante. La vista de aquel cuerpo juvenil respirando agitadamente mientras se enrollaba en posición fetal fue demasiado. El odio volvió a aflorar de nuevo. No quería dejarla descansar quería follarla hasta que me suplicase que parase.
La cogí por un tobillo y la acerqué a mí con rudeza. La puse boca arriba, le metí dos dedos en su boca de fresa y la exploré con rudeza haciendo que se atragantara. Carla tosió y escupió una baba espesa que aproveché para envolver con ella mis dedos y penetrar su sexo explorándolo y buscando sus puntos más sensibles.
No sabía cómo ni cuándo, pero el gato había vuelto y nos observaba fijamente desde lo alto del tocador. Sentado, miraba y se acicalaba para mostrar su profundo desprecio por lo que estaba presenciando.
La joven no tardó en empezar a gemir. Cargado de envidia al ver cómo el placer le hacía olvidar el mundo que la rodeaba me incliné sobre ella y le mordí los pechos el vientre y el pubis sin lograr interrumpir sus gemidos de satisfacción.
Me coloqué sobre ella y la penetré, dejando caer sobre ella la totalidad de mi peso. La chica emitió un gemido estrangulado y yo aproveché para rodear su grácil cuello con mis gruesas manos. Mientras apretaba poco a poco, con cuidado de no cortar totalmente su respiración, la follé con movimientos bruscos haciendo que el sonido del golpeo de nuestros pubis produjese ecos por todo el piso.
En poco más de un par de minutos Carla cerró los ojos instintivamente disfrutando de un intenso y prolongado orgasmo.
Esta vez no la deje terminar y con su cuerpo aun crispado desde la cabeza hasta la punta de los pies me separé y cogiendo su cabeza le metí la polla en la boca.
—¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te odio!...
Repetía el mantra una y otra vez mientras alojaba mi miembro en lo más profundo de su garganta. Sus ojos rebosaban gruesos lagrimones, pero no se resistió y chupó y mordisqueó mi polla hasta que no aguanté más y me corrí.
Todo mi cuerpo se estremeció. Tensé mi abdomen y empujé con fuerza en la boca de Carla acompañando cada chorro de semen hasta que este rebosó por las comisuras de sus labios.
Reventado me acosté a su lado y le di unos cuantos golpes desmayados. Como única respuesta la joven emitió un leve suspiro y tosió.
Cuando me desperté seguía allí tumbada, a mi lado. Su cuerpo virginal estaba lleno de señales del maltrato al que la había sometido. Ella se despertó y sonrió complaciente. Se estiró como una gata mostrando su cuerpo sucio y magullado que lucía más espléndido aun. La odié de nuevo, odié su sonrisa satisfecha y los moratones y los mordiscos que adornaban su piel aportando una nota de color a un cuerpo perfecto. No lo pude evitar y le di un sonoro cachete en el culo. La piel se enrojeció rápidamente perfilando la forma de mi mano. En ese momento pensé que quizás eso era lo que querían plasmar en las cuevas los trogloditas cuando pintaban las siluetas de sus manos. La señal que dejaba una mano al palmear el culo de una mujer.
Ella rio y me sacó la lengua con desfachatez, no pude evitarlo y de nuevo sentí la necesidad de darle una nueva lección...
Ahora paso todos los días odiándola. Se presenta ante mi puerta y se exhibe ante mí con desvergüenza, sabiendo que la espío desde el otro lado de la mirilla. Vestida de caperucita, de colegiala o de cualquier disfraz de anime muestra su talento para parecer la jovencita inocente que dista tanto de ser y me provoca con gestos y mohines dejando que mi odio crezca poco a poco y se acumule en mis testículos.
Cuando siente que estoy a punto de abrir la puerta corre a la puerta de su apartamento y la abre precipitadamente.
En ocasiones no llego a tiempo y ella cierra la puerta en mis narices, escucho su risa cantarina y golpeo frustrado su puerta sin conseguir que me abra hasta que me rindo y vuelvo encabronado y tremendamente salido a mi madriguera.
Pero no siempre ocurre así. Otras veces logro colar el pie antes de que cierre la puerta. Ella empuja desesperada, pero descargo todo mi peso sobre ella forzando la entrada. Carla finge terror y se tapa el cuerpo cuando le arranco la ropa sonriendo torvamente, la tiro sobre la cama, la siento en la encimera, la acorralo contra la pared, la derribo sobre el duro suelo...
Dos palabras resuenan y rebotan en las paredes desnudas del piso una y otra vez; TE ODIO, TE ODIO, TE ODIO.