Odalisca para despedidas de soltero
Una bailarina de danza árabe, lleva su arte muy lejos. Por provocar demasiado, terminará siendo un objeto sexual contiene sexo no forzado y parafilias varias.
* Nota del Autor: este relato nace como un spin off de mi serie "La reputación de Macarena". una historia que originalmente sería un relato del "taller de madres", pero que cobró una profundidad propia que desvía demasiado la atención de la historia original. transcurre en el mismo mundo que la serie original, del que podrán reconocer algunos aspectos originales y hasta personajes.
Como siempre, aprecio que califiquen y opinen este relato. sea que les guste o no. Disfrutad.
Danza del vientre
El local estaba lleno. Un salón de fiestas oscurecido, con varias mesas redondas para 8 y 10 personas, y sillones de cuero de 1 y 3 cuerpos, distribuidos alrededor de un escenario principal, enfocado con luces de colores desde el techo y piso, que apuntaban también hacia el público bajo la dirección del director del evento, con ensordecedora música de fiesta llenando el aire.
Un evento particular, cerrado, para un grupo variopinto de hombres trajeados que a las alturas de la noche que era, había perdido en su mayoría la compostura y las inhibiciones que los regulan durante el día. Tanto jefes, como subordinados compartían alcohol, comida ligera y una alborotada admiración por el desfile de mujeres que fueron por turnos actuando frente a ellos.
Un presentador de cabello rapado por los lados, con bigote y barba recortados a la moda y ropa tan ajustada que permitía apreciar su físico musculoso y panzón por igual, iba presentando los shows que se habían sucedido sin pausa y que estaban por llegar a su fin en una noche intensa, llena de excesos y libertinaje.
En su lenguaje colorido y personalidad plena de confianza en su humor y rapidez, avivó y aleonó a la audiencia a participar con sus “piropos”, aplausos, gritos y entusiasmo para las “dotadas” hembras que fue presentando, asegurándose de resaltar los atributos de cada una.
“Anita les trae su anito… es chiquitito, pero le entra todo!”
“Maca la maraca, que no sabe ni bailar con las piernas cerradas!”
“Los ojos de Fiorella son preciosos… me han dicho!, porque es imposible ver algo sobre ese par de tetas que les trae… un premio para el que le vea el color… de los ojos!!”
“Lore tiene para alimentar a toda una guardería!… si no me cree, pruébeselas!”
El público reía y se entusiasmaba con tales presentaciones, perdía el respeto de entrada por la “artista” y, como fieras hambrientas, esperaba el próximo trozo de carne que les lanzaran.
De una en una, las chicas salían al escenario, que no era otra cosa que un sector de piso espejado, de un escalón de altura. Una lengua de vidrio que se proyectaba entre el público, un pasillo de 1,5 mts de ancho, rematando en una redonda tarima final, con un par de escalones de alto y, en su centro, un poste cromado. Salían de un cortinaje oscuro y ordinario, recibidas entre aplausos, pifias y obscenos gritos masculinos.
Por entre las cortinas miraba Marisa. El tiempo que llevaba ahí esperando (ya un par de horas) la habían puesto más nerviosa de lo habitual. Deseaba que la hubieran citado más tarde. No le adelantaron cuándo saldría, pero ya había pasado la mayoría de las chicas por el escenario. Algunas incluso más de una vez.
“Tú serás el plato principal” fue lo único que le dijo la productora del evento, una rubia teutona, inmensa e imponente de unos 40 años o más, vestida como ejecutiva pero con extravagantes zapatos de taco alto y plataforma, que la hacían inalcanzable para el resto de las mortales en el camerino.
Sus “compañeras” (que actuaban como si ella no estuviera ahí), eran un grupo tan variopinto de hembras como lo podría haber, todas las etnias parecían haber sido convocadas e enviar una mujerzuela dispuesta a exponerse en una sala con 50 hombres excitables. Cada una representaba algo, una actividad, una cultura, un fetiche, un rango etáreo determinado. Así, por supuesto salieron la profesora y la alumna: una pequeña chica (de no más de 1,45 mts de altura), de precioso aunque poco desarrollado cuerpo pálido, que aparentaba una juventud escandalosa (o de eso se convencía Marisa a si misma), vestida con una corta falda tableada, una blusa amarrada bajo sus puntiagudas tetitas, una ridícula liga blanca con blondas a mitad de su muslo izquierdo, unos monstruosos zapatos negros de taco aguja y terraplén, sus negros cabellos en dos tirantes coletas y su fino rostro recargado en maquillaje, rimel, rouge, sombras y pestañas postizas. Tras de ella salió una madura, vestida de secretaria/puta, con una mini de tela gris, que llegaba hasta por debajo de sus glúteos, una blusa blanca transparentando par de tetas inmensas y caídas, que hasta la hacían parecer gorda, con una tabla en la mano. Ambas realizan una coreografía homoerótica, la chica provocando a la vieja. Ambas paseándose entre los asistentes, cuyas manos no se quedan quietas y no desaprovechan la oportunidad de palparles los traseros, acariciarles las piernas. Con un cambio de canción, ambas vuelven al pasillo, para empezar una seria sesión de spanking. La delgada chica se apoya en el tubo, abre las piernas muy estiradas y firmes y se inclina, permitiendo ver su culo, gracias a la brevedad de la falda tableada. La madura acompañante, se instala detrás de ella y tras una breve pausa para admirar la rotundidad de su diana, empieza a atizarle una serie de tablazos en pleno culo y alcanzando el montículo de su entrepierna. Le saca gritos a la chica, luego lágrimas y al público le saca aplausos y vítores acompañando cada tablazo.
Marisa ve eso por entre las negras cortinas por donde salieron sus compañeras, ve a la jovencita saltar con cada golpe, sin poder reprimir los espasmos de su cuerpo, ni sus gritos de dolor y le ve la cara de sufrimiento, al mismo tiempo que ve la pasividad de su castigadora y el sadismo en los pocos rostros masculinos que alcanza a distinguir de entre las penumbras.
– ¿Qué hago aquí? – se pregunta inquieta
Cómo llegó ella a ese show bizarro. Una bailarina con estudios profesionales. Que tuvo que abandonar el ballet cuando su cuerpo empezó a desarrollarse más de lo permitido por la academia. Pero encontró la manera de seguir viviendo del baile, con grupos de baile popular, acompañando shows artísticos, trabajando en TV, ganando experiencia y perfeccionándose hasta el momento en que pudo cumplir su gran sueño y abrir su propia academia. Era joven, apenas treinta años; era hermosa, tremendamente deseada por cada hombre que conocía y ya era su propia jefa. Era lo que pocas lograban en toda su vida: una mujer realizada, dueña de su destino.
Cuando terminó el show de la profesora y la alumna desobediente, esta última fue tomada por las coletas y llevada por la maestra a mostrarle las marcas de su trasero a un hombre el final del salón, donde no llegaba la mirada de Marisa; después, la madura acudió a atender a otro grupo más cercano de la entrada, que la recibieron de brazos abiertos y se perdió entre los hombres y las sombras.
Sin pausa, salió el presentador a anunciar el show de Anita:
– Anita les trae su anito… es chiquitito, pero le entra todo! Más de algún afortunado lo podrá comprobar AL MISMO TIEMPO!
El público estalló en aplausos para tan prometedora actuación.
Anita resultó ser una chica joven, delgada, muy pálida, de hermoso rostro afilado, hermosos ojos casi transparentes, pelo ondulado castaño oscuro, curvas poco pronunciadas, pero bien torneadas, con proporciones de modelo. Iba disfrazada de policía, con un grueso cinturón de cuero del que colgaban unas plateadas esposas y salían dos correas que conectaban con ligas de cuero que levantaban sus glúteos; corta camisa azul amarrada sobre un plano abdomen, un hot pants azul oscuro, unos zapatos negros cerrados de taco no muy alto y la gorra reglamentaria. En la mano izquierda iba jugando con una luma que hacía girar en el aire, mientras avanzaba por el pasillo iluminado al ritmo de la música techno puesta para ella. Se contoneaba con mucha energía, saltaba, bailaba, enviaba besos a la audiencia, les miraba juguetona, besaba la punta de la luma, pasaba la lengua a lo largo de su extensión (siempre buscando la mirada de alguien en la audiencia). Un par de veces desapareció tironeada entre los asistentes y volvía a aparecer desarreglada, sin su gorra, despeinada… pero siempre sonriendo y dedicando coquetas miradas de “reproche” a sus breves captores
Volvió por última vez a la pista junto con el cambio de ritmo de las canciones, lo que indicaba que su performance real debía comenzar. Tomaba la luma con ambas manos, prodigándole besos y lamiendolo en su longitud, al tiempo que descubría su torso y mostraba sus puntiagudas tetitas y piercings en los pezones. Apoyada en el tubo vertical, se mantuvo inclinada con las piernas abiertas y rectas, levantando el culo (tal como lo había hecho la colegiala antes) apuntó hacia su ano con la luma desde lo alto, mirando hacia atrás por sobre el hombro. En un impulso, metió la luma por su boca abierta en O, con la que la sujetó, y con ambas manos libres, tomó la tela de su hot pants desde el interior de sus nalgas y, con sus uñas los desgarró en un impulso, clavando sus uñas en la tela y dejando tres rasguños rojos sobre sus pálidas y carnosas nalgas. La excitada audiencia rompió en gritos, aplausos y fuertes silbidos, enardeciendo el ambiente. Quedó su pantalocito abierto por la entrepierna hasta su cintura por la espalda. Tomó el bastón y con ella se golpeó las nalgas, primero suave, pasando la punta por sobre su concha, abriendo los labios de su vagina, subiendo y bajando hacia su cerrado esfínter. Pronto, los lumazos aumentaron de intensidad, aporreándose muslos y glúteos hasta marcarlos, sacándose a si misma gemidos de dolor arrancados de lo más profundo de su vientre. Tomó el bastón de ambos extremos y lo puso entre sus piernas a lo largo, para restregar su vulva contra él, mostrando su cara de gusto a la audiencia.
Un nuevo cambio de música más profunda y cadencial, fue la introducción para la última parte de su acto: empezó dando una vuelta alrededor del poste, mostrándole a todos un rostro vicioso, al tiempo que llevaba el extremo final de la luma, para lamerlo y meterlo en la boca tanto como pudiera, desencajando su mandíbula y forzando la expresión de su rostro en un gesto suplicante. Su vuelta era cadenciosa, quebrando su cadera en cada paso, sacudiendo su trasero al andar, se quitaba la gorra, soltaba su castaño cabello y desanudaba su camisa, sosteniendo la luma con la boca. En un momento dado, se acuclilló y apoyó el extremo plano del bastón en el suelo, para dejarlo perpendicular al mismo y apuntando a su excitada concha. Con un poco de cuidado, bajó dirigiendo la punta a sus labios que rápidamente acogieron el objeto, llegando a introducirse de un envión la mitad. Luego de tomar un poco de aire y buscando la mirada de los machos que la rodeaban a la distancia, sostuvo el bastón por su mango, para empezar a subir y bajar rítmicamente con la música que parecía compuesta justa para sus propósitos. Gimió sonoramente para satisfacción de su audiencia, apretó y estiró sus pezones y hasta un par de cachetadas se autopropinó en la abrumante excitación que demostraba sentir. El público pudo atestiguar la película brillante que cubría al bastón cuando este salió por completo de la vagina de la perfomancer. Ella lo probó con sus labios y dio a entender que era de su gusto. Luego se giró para mostrar a todos su culo y sin decir nada, con su expresión facial y apuntando con el bastón pareció preguntar: “¿Me lo encajo en el culo?” a lo que todos rugieron “¡DALEEEE!!”, provocando su amplia sonrisa.
Buscó a un miembro de su entusiasta público, que aprovechó de manosearla cuando se le aproximó, le puso una mano en el pecho, le dio un beso en la mejilla y le habló al oído. El afortunado, asintió con la cabeza y acompañó de la mano a la policía al escenario.
Ella tomó entonces dos pares de esposas que colgaban de su cinturón que entregó a su invitado y procedió a colocarse de rodillas, mirando el poste y bajó su cuerpo hasta apoyarse en el suelo con una mejilla y el pecho. Su invitado entonces colocó cada juego de esposas y procedió a cerrar una sobre cada muñeca y la otra, en una anilla que salía de cada una de las ligas de cuero que cerraban sobre sus muslos. Quedó así la policía a disposición del hombre.
El sujeto afortunado vestía como la mayoría, camisa blanca, corbata y pantalón grises, zapatos de suela. Tenía panza, sin ser obeso, alrededor de unos 50 años y tenía rasgos de apariencia sajona, prominente nariz, pequeño bigote, cabellos en retirada de su cabeza, pero que mantenía largos hacia la nuca, formando crespos y ondulaciones por detrás de sus orejas. Iba claramente bebido y excitado, su rostro rojo y caminar pesado lo delataban en lo primero; un desvergonzado bulto en su suelto pantalón, en lo segundo. Parado a espalda de la pequeña y fina policía, era jaleado por sus compañeros para que de una vez le ensartara la negra barra por el culo. Pero primero, tuvo un gesto de deferencia, poniendo la luma frente a la boca de la chica, para que esta la escupiera todo lo que pudiese. En tanto él, jugaba con su entrada posterior con un par de dedos dando círculos. Notó así la facilidad de la chica en relajar su esfínter al ver sus dedos fácilmente tragados por el culo hasta los nudillos. Encajó el tercer dedo y sacudió la mano como vibrando, abriendo la nueva entrada. Mirando a sus cómplices, levantó en el aire el babeado bastón.
“¡EEEEHHHHHH!”, “¡dale!”, “¡Hasta el fondo!”, “¡Pártela!”, “¡Sin piedad!” , fueron algunas de las reacciones que se percibían desde detrás del escenario por Marisa, quien gracias a las luces que apuntaban a la chica en el suelo, tenía la perspectiva ideal para ver su cara de ansiedad, jadeante, respirando por la boca, inflando sus costillas.
Finalmente el fofo oficinista, tomando con firmeza el bastón, apuntó el grueso extremo al asterisco abierto de la policía y sin pausas, empezó a enterrar la ruda barra en las entrañas de la chica, quien empezó modulando un profundo “ OOOOHHHH ”, acompañada de una exclamación general de excitación. Cuando encontró un tope, el hombre paró dejando clavada la estaca en el culo de la chica. Media barra tenía ensartada por su ano y el público empezaba a exigir que la otra mitad también fuera enterrara.
La chica reacomodó sus rodillas, separándolas unos centímetros más y con sus manos, estiró sus nalgas en direcciones opuestas. Haciendo fuerza con el esfínter empujó la barra hacia fuera de su cuerpo con un éxito que su público reconoció con asombro y aplausos.
Su invitado especial, tomó la barra antes que saliera del todo y la levantó para dejar la vista libre del oscuro y rojizo túnel que se abrió para el gozo de los espectadores. Demostrando control sobre su ano, la chica abrió y cerró el esfínter un par de veces. “Qué culito tan coqueto” , dijo el ayudante con el bastón en la mano. Las risotadas no se hicieron esperar.
Alguien desde el fondo oscuro de la sala tuvo una idea que tanto los que tenía buen ángulo sobre el culo abierto, como los que no, imitaron con diligencia: un cubito de hielo fue a dar contra la nalga derecha de la chica, le siguió otro que cayó en la pierna izquierda. El culo abierto fue la diana entonces de una breve lluvia de cubitos de hielo arrojados por los asistentes en un perverso juego por acertarle a la cavidad cuando estaba abierta.
Otros simplemente, y sin tener ángulo alguno para participar en el juego, se tomaron la libertad de lanzarle cubitos en la cara o al cuerpo. La policía no tenía hacia donde esconder la cara, los proyectiles venían de todos lados, así que valiente sólo esperaba que nadie tuviera la idea de lanzarle algo más afilado o contundente.
Cuando cedió la breve lapidación de hielos, la policía dijo en un volumen audible para todos:
“MÉTAMELO HASTA EL FONDO!… SIN COMPASIÓN!” , generando la algarabía de su público.
Su verdugo, divertido le dio dos palmadas condescendientes en el cachete más cercano y, estirándolo un poco, tuvo un último gesto de consideración con la chica dejando caer un chorro largo de saliva directo al agujero que pronto sería destrozado. Con teatralidad, levantó la luma en el aire y apuntó al culo de la chica, como haría un matador con un toro.
Aún cuando todos lo urgían ruidosamente a que la “traspasara” y hasta la “matara” de un lumazo, él bajó su mano con decisión, pero sin apuros y una vez dirigido el objeto, se propuso a ensartarlo hasta que le fuera imposible continuar más.
Nuevamente el profundo “ OOOOOHHHH ”, llegó a oídos de Marisa, que miraba con una mezcla de angustia y ansiedad este acto de sexual crueldad, poniéndola cada vez más nerviosa por la chica… más aún cuando el profundo “ OOOOOHHHH ”, se transformó sin transiciones en un desgarrado “ AAAAAHHHHHH ”.
El bastón había traspasado la resistencia anterior y ahora su manipulador tenía que ejercer presión para que el pálido culo de la policía siguiera acogiendo centímetro tras centímetro del instrumento represor. El silencio iba cubriendo la sala, a medida que los centímetros que quedaban libres del bastón eran menos. Sólo la música y unos gemidos algo apagados de bocas llenas de saliva haciendo su trabajo bajo algunas mesas del local, ensuciaban en algo el espectáculo.
La labor de perforar aquel culo le sacó sudor al violador invitado y lágrimas a la entregada policía, que movía de un lado a otro su congestionado rostro, reflejando un dolor que se le volvía insoportable, pero que, contradictoriamente, nunca dejó de pedir “MÁS! MÁS!” “QUE ENTRE TODO!”.
Cuando el fofo asistente de la policía se levantó y limpió con el puño de su camisa el sudor en su frente, del culo de Anita sobresalía el mango de la luma y su extremo posterior, apuntando hacia el techo.
– Ahí lo tienen, señores, el culo mágico de la policía anita hace desaparecer lo que se le acerque – dijo el animador de la velada y provocó una ovación de la sala.
Anita levantó su tronco, mostrando su rostro ensuciado por gruesos regueros de rimel corrido y bañado en lágrimas, pero con una sonrisa y un par de reverencias agradeció el reconocimiento de la audiencia. El animador entonces llegó hasta detrás de ella y de un importante mecho de cabello de la nuca la jaló para hacerla poner en pie, quedando en una incómoda posición, con las muñecas pegadas a sus muslos e inclinada hacia adelante, con la barra rígida proyectada hacia atrás desde su culo.
— Me dicen que nuestro invitado de honor quiere jugar con el anito de Anita — y del mismo modo la llevó hasta el fondo de la sala, por donde habían salido los primeros hielos. Anita avanzó casi desnuda, con las piernas abiertas, rojas en las rodillas y flectadas, en una cómica postura con pasos cortos, llevada del cabello, hasta desaparecer en el fondo de la sala para los ojos de Marisa.
Tras la salida de Anita del escenario, tres topleras tradicionales salieron a bailar entre ellas, con el caño y pasando por los presentes. Vestían especiales bikinis y monokins (dos tiras de tela dorada que subían de la entrepierna hacia los hombros y bajaban a unirse en el culo, con un par de tiras por los laterales para darle algo de forma. Las tres eran chicas plásticas, tetas siliconadas, labios inflamados con botox, tatuajes por todas partes, apreciables piercings atravesando pezones, ombligos, narices, labios vaginales; cabellos teñidos de rubio… especímenes de otra raza de la que Marisa no se sentía partícipe.
—
El sueño de Marisa se truncó rápidamente, una escuela necesita ser alimentada de alumnas y la crisis económica en la que cayó el país, provocó que las personas ahorrasen su dinero para lo fundamental. Por un tiempo, logró mantenerse con eventos, pero estos también decayeron y se vio obligada a expandir su campo de actividades y publicar anuncios en diarios ofreciendo sus servicios artísticos para despedidas de solteros.
Lo suyo era un arte, así lo presentaba y así quería que lo apreciaran. Pero al público de las despedidas, poco le importaba su arte. Se tuvo que enfrentar por una temporada a grupos de hombres bebidos (algo menos que los de esta noche), con ganas de jolgorio y desinhibidos gracias al alcohol y el contexto, que no le permitían actuar con tranquilidad.
Pero ella tenía presencia en el escenario y siempre lograba imponerse a esos públicos difíciles gracias al manejo de su cuerpo y la potencia de los ritmos que ponía.
Logró armar un show bastante bueno, aprendió movimientos eróticos pocos habituales en las coreografías árabes: sacudiendo el buen par de tetas que cargaba con ella, quebrando su generosa cadera, moviendo con violencia su importante trasero. Aprendió a actuar con su rostro, a mostrarse deseosa, a mirar primero con coquetería, después con ganas de follar, a mostrar su lengua, trabajar sus labios… incluso con la saliva. Se presentaba a veces como esclava, con grilletes en tobillos y muñecas y una cadena al cuello y pantorrilla. O en una danza de los siete velos que terminaba con ella en un sugerente tanga de tela que se transparentaba ligeramente, después de entregar, velo a velo, las telas que conformaban su falda.
Pero una ocasión terminó por hacerla desistir de ese negocio. La vez que la citaron sola a un departamento del sector alto de la ciudad. La oferta monetaria era tan buena, que pasó por alto sus medidas de seguridad: nunca ir sola, trabajar con una productora, trabajar en locales nocturnos, dejar sus reglas claras…Fue nublada por un cliente conocido de un show anterior, el aprecio por “su arte” que manifestó con énfasis y una cantidad de dinero que jamás le habían hecho antes.
Una botella de agua tuvo la culpa de todo.
Llegó a un departamento de tres habitaciones, con unos 15 hombres en su interior. Cuando se abrió la puerta, a eso de las 12 am, se encontró con un departamento suavemente iluminado, con una densa nube de humo, con olor a tabaco, marihuana y algo más que no lograba identificar. La música sonaba sin que nadie le prestara mucha atención, pasando del hip hop al reggaetón a baladas, sin son; era lo que sonaba en un canal de video clips en la TV, donde la única constante era la presencia de contundentes y semidesnudas mujeres en las piezas audiovisuales. Los pasajeros del depto estaban ya bastante bebidos. Sólo su intermediario parecía haber moderado su ingesta de alcohol. Nada más aparecer por la puerta un “Llegaron las putas!” gritado desde el grupo que la veía en el portal, debiera haberla espantado. Pero ya estaba ahí. El dueño de casa fue muy amable y le ofreció una botella de agua, le presentó al novio y le indicó donde estaba el baño, para que pudiese cambiarse. Desde ahí escucho todo tipo conversaciones y expresiones desmedidas: “puta hueón, no había una mina mejor”, “tiene cara de chana”, “la chancha culiá, que al menos la chupe bien”, “pero le vieron las ubres? Me dieron ganas de tomar leche”.
Se tomó el contenido de la botella de agua casi por completo, salió del pequeño baño y el dueño de casa hizo de maestro de ceremonias.
— Para nuestro gran amigo, que da el paso más peligroso de todos! (risas) Le traigo una artista que los va a dejar “duros”… aún MÁS DUROS (risas). La mujer en la que pensarás cuando dudes de tu decisión (risas) Te dije que te buscaría algo bueno, perro! Les presento… a… MARISA!
Con música tradicional árabe (que ella le había enviado el día antes al anfitrión), apareció Marisa desde la pieza, con una suerte de falda hecha de paños de gasa, que traslucía su tanga rojo y dorado, sus bien alimentados y torneados muslos y piernas desnudas se descubrían a cada paso. Iba descalza, con sus uñas bien pintadas en rojo, luciendo una cadenilla dorada en el tobillo izquierdo. De la cintura hacia arriba estaban sus atributos más llamativos: un par de gordas y duras tetas que ofrecía levantadas y juntas debido al brassiere dorado que las sostenía, del que colgaban monedas y flecos dorados y rojos y que le daba movimiento a cada paso que ella daba. Y, el otro gran atributo de ella era su rostro, aunque de rasgos algo duros (no era árabe, pero gracias a su nariz y la forma de su mentón, lo parecía), sabía seducir con su mirada maquillada y tupidas pestañas postizas. Tenía una sonrisa encantadora, dientes perfectos y una larga y puntiaguda lengua capaz de sólo provocar ideas perversas entre quienes la contemplasen en acción.
Entró con los brazos en el aire, moviendo los hombros en círculos, y las caderas en vaivén. Exhibiendo su vientre carnoso, que no era plano, pero que justamente gracias a ello, poseía un movimiento natural, tremendamente sensual. Rematado todo en un colgante metálico saliendo de su ombligo.
No fue necesario nada más que verla a ella acercarse al grupo, monstrándose en su completa extensión, con su movimiento cadencioso y al ritmo de la sincopada música, para que el jolgorio del grupo se fuera silenciando. La atención de todos fue raptada por el área enmarcada por las caderas, vientre y tetas de Marisa. Y el que lograba escapar de ese influjo de atracción carnal, era capturado por la mirada felina y dominante de Marisa.
Ella se sentía empoderada en esas ocasiones, no perdía la vista de su público y se hacía muy consciente de su poder en la performance. Ese poder era combustible para ella. Quebraba sus caderas, movía frenéticamente sus hombros sacudiendo sus tetas. Al ritmo de la música, cada vez más marcada en su ritmo, levantaba una pierna, saltaba y se plantaba con las piernas separadas, daba vueltas y sacudía las monedas en su cadera, al son de golpes de su culazo. Y su actitud completaba el cuadro de erotismo, con gestos de ardor, como si necesitase mantener la boca abierta para bajar su calor corporal, regalando miradas por sobre sus hombros cuando estaba de espaldas, sonriéndole a quien se atreviera a abandonar la hipnosis de su cuerpo. Mostrando su boca y hasta su lengua para completar la actitud de hembra en celo. Una promesa de sexo que nadie podría cobrar.
Bailaba en el centro del salón. Un departamento demasiado pequeño para los 15 hombres y una mujer que lo estaban ocupando. Estaba rodeada por todos lados. Así que tuvo que hacer sus movimientos en círculos, brindándole un momento frontal a cada uno de los cuatro muros, con especial dedicación al novio, que estaba ubicado en un sillón grande, de patas de madera y estilo barroco. Era un tipo en sus 30s, vestido formal, de oficina. Nada especial. A su lado, sentados en improvisados taburetes, habían pares de amigos, que debían ser sus cercanos, vestidos igual que él, algunos con barbas cortadas a la moda. Todos con cara de ebrios, algunos colorados por los efectos del alcohol… y otras cosas, a juzgar por las mesitas que se encontraban puestas entre algunos de ellos: contenían espejos, polvos blancos, tarjetas plásticas y tubitos; en otra había una pipa de vidrio, con un final redondo que lucía quemado, junto a cucharas, bolsitas de plástico y encendedores… todo un reventón.
El resto de los invitados variaba en edad y vestimenta a medida que se alejaban del novio. Los del lado opuesto, que se tenían que entretener por más tiempo con los movimientos del culo de Marisa, eran hombres mayores, de sobre 60 años, gordos y calvos (o casi) con canas y caras bastante ajadas. Nada atractivos, pero a juzgar por sus vestimentas, muy adinerados. Así que Marisa no pasaba dejar la oportunidad de dedicarles un beso, una sacudida de tetas extras o pasar por sus cabezas uno de sus velos de seda, de manera coqueta… nunca se sabe cuando una podría necesitar una ayuda extra de hombres generosos .
Entre los otros, había alguno muy joven, excitado a más no poder, con sus ojos bien abiertos, sin poder contener la felicidad de tener a tamaña hembra bailando con tal inhibición a un metro de él. Otros barbones que más parecían interesados en fumar la pipa y algunos vestidos muy informalmente, que bebían y disfrutaban de cada centímetro de carne que Marisa ofrecía.
Cuando empezó el segundo baile, todo cambio. Era una danza de un ritmo más rápido y marcado por tambores tribales. Llegó en el momento en que Marisa sentía una creciente sed y su cuerpo arder. Hizo algo que nunca, en su profesionalismo, había concebido intentar: de una mesita a la mano, tomó un vaso que estaba a más de la mitad, con un líquido dorado-rojizo y lo apuró hasta el final aún sin saber su contenido, bajando arroyos de alcohol por su pera y cuello, mojando sus tetas y vientre. Su cuerpo le exigía líquido. Este bajó quemando su garganta y encendiendo su cuerpo y sus sentidos de una manera inaudita para ella. Todos los presentes celebraron ruidosamente el atrevimiento. Y ella les sonrió con un fuego nuevo en los ojos y una energía desbocada en el cuerpo.
Los movimientos de Marisa se hicieron enérgicos, sin sutilezas. Saltó de un lado a otro de la habitación, pasando las manos por cuellos y hombros de los presentes (algunos no desaprovecharon la ocasión de estirar las propias para sentir la piel de muslos y cintura, cuando pasaba). Agarraba sus tetas por sobre el corpiño, moviéndolas con el compás de la música. Reía y hasta aullaba. Se tiró al suelo, quedando en cuatro patas y moviendo el culo, haciendo por primera vez movimientos muy poco difundidos de bailes sunitas eróticos, herencia de las más antiguas prostitutas de burdeles enterrados en las arenas, simulando un cópula con más de un amante imaginario; al tiempo que empujaba sus caderas hacia adelante (como si alguien la embistiera desde atrás) abría la boca en una gran “O” y estiraba la lengua. Se levantó para quedar frente al festejado y sacudió las tetas frente a los ojos del maravillado novio, para en un momento, como una toplera cualquiera, despojarse del sostén y mandarlo a volar al otro lado del living. Una rechifla ensordecedora se lo agradeció y la animó a mostrarles a todos el par de ubres que se suponían sería el remate del acto, pero que en su desbande había liberado anticipadamente.
Cubría cada teta una pezonera redonda, dorada, de la que colgaban un pequeño bastón rematado en una bola de cristal. Marisa, brazos al cielo, empezó una serie de movimientos circulares con su torso que provocaba que los colgantes rotaran alrededor de los pezones, arrojando rayos de luz reflectada en todas direcciones. Sus tetas, al mismo tiempo saltaba y se golpeaban entre sí con tanta fuerza que “aplaudían” en el aire.
Después de 10 minutos de performance, Marisa sudaba y jadeaba, como si llevara media hora sin parar. Ella no notaría lo irregular de aquello (considerando su excelente estado físico) sino hasta el día siguiente. En ese momento, se sentía eufórica, alegre, con una energía desbordante y una líbido que se iba apoderando de ella. Sus sentidos estaban exaltados, colores, luces, olores y el tacto, le transmitían placer a su cerebro y lo único que le exigía el cuerpo era hidratación.
Si bien, la segunda parte de su show consistía en un striptease donde se deshacía de los paños que componían su falda, hasta terminar en bikini y topless. Este no consideraba que fuera su público el que se los arrancara, como estaba sucediendo entonces. Empezó con el novio, que luego de recibir la danza de tetas frente a su cara, recibió a la dueña de las mismas, cuando ésta se sentó a horcajadas de frente a él, y tomó de su vaso otro largo trago. Él tomó esto como una señal para mover sus manos a lo largo de sus muslos hasta estacionarlas bien abiertas y en garras, en sus duras nalgas. Marisa escupió algo del contenido del vaso y riendo le dijo “Noooo”, pero al levantarse, el novio mantuvo un paño que salió cortado de su amarra en la cadera de la mujer. Ella trastabilló y fue a dar al sillón donde había tres chicos trajeados y jóvenes, que la recibieron con brazos y manos abiertas, dispuestos a darse un gusto con sus carnes.
Sintió inmediatamente cuatro pares de manos recorriendo sus piernas, muslos, entrepierna, tetas y rostro. Su cuerpo, hipersensible, estallaba en un bombardeo de sensaciones hacia su cerebro. Ella reía, gritaba y jadeaba. El resto de los invitados, aplaudían con el ritmo de la música y alentaban a los manoseadores. Todo en su cabeza era un torbellino de sensaciones que la sobrepasaba. Y su mente empezó a nublarse y su memoria a espaciarse.
Lo que Marisa recuerda hasta este día en que esperaba, con el estómago apretado, su momento de actuar, son trozos de acción, como si fuese una película con la que se quedó dormida mientras la veía.
Algo en su actitud cambió de tal manera, que se veía a si misma, sentada de espaldas en el regazo de uno de los hombres mayores, él tomándola por las tetas a manos llenas, alguien con su mano metida entre sus piernas bien abiertas, ella riendo y con su cara inclinada hacia atrás, lamiendo las mejillas del hombre en la que estaba sentada.
Más tarde, con sus tetas ya completamente descubiertas, muy mojada (por todos lados), sentada del mismo modo sobre el regazo del chico más joven, pero inclinada hacia adelante, “bailando” sobre el bulto en su pantalón, tratando de satisfacer su propia necesidad de frotarse contra una dureza y agazapada sobre una bandeja metálica en la que habían dispuestas líneas blancas que ella procedía a aspirar con celeridad.
Desde entonces, sus recuerdos eran más breves. Los hombres cada vez más desnudos, ella pasando de uno en otro, besándoles, agarrando sus paquetes de a pares, a manos llenas, risueña… y lo que era de esperar: Ella montando al novio, sobre el mismo sillón en el que lo vio toda la noche, gimiendo a gritos frente a todo el resto de los invitados que los animaban a follar más duro.
Supo que lamió y fue atragantada con venosas vergas. No sabía con cuántas, ni de quién. Así como sabía que se turnaron su culo y la compartieron en pares y tríos, sobre el sillón, una mesa de centro y la alfombra. Recordaba mirar desde el suelo, como seguía siendo un espectáculo para los hombres en la habitación, que la miraban complacidos, con sus tragos en la mano, sus cigarros y porros, sus rostros drogados… ella se contorsionaba y gemía para seguir dándoles en el gusto.
Cuando volvió a estar en control de si misma, entraba la luz por entre las cortinas del depto. Quedaban en el living la mitad de los participantes de la noche y ella estaba completamente desnuda, excepto por la cadenilla en su tobillo.
Le dolía la cabeza de un modo inhabilitante. Apenas si podía pensar y ordenarle a su cuerpo moverse. Se sentía como afiebrada y adolorida, con mucha sed, por lo que volvió a tomar lo primero que encontró y un par de vasos más de los que estaban repartidos (sin notar las colillas de cigarro que flotaban en ella), lo que curiosamente recompuso en parte su equilibrio y percepción. Y su vergüenza. Recogió lo que encontró de su vestuario. Algunos paños prefirió dejarlos donde estaban, por lo sucios y por no despertar a los participantes de su desmadre. No quería tener que enfrentarse a ellos despiertos.
Llegó al baño por su ropa de calle y pudo comprobar el desastre que era: tenía manchas rojas por toda la cara producto del lápiz labial corrido, una de sus pestañas postizas en la mejilla, la otra, colgando de su párpado. El cabello, un desastre, sucio, despeinado, manchado. Cláramente reconoció chorros de semen en su cabello, en su rostro, en su cuerpo.
Mojó uno de los paños en el lavamanos y lo pasó por su rostro y cuerpo, tanto como pudo. Siempre temerosa de hacer ruido y despertar a alguien. Trató de arreglar su inmundo cabello con las manos, sintiendo los pegotes de semen que parecía aún fresco, lo amarró y cubrió con un paño de seda, a modo de pañuelo. Se vistió, puso sus gafas de sol y abrió la puerta. Ahí estaba el sujeto que la había contratado, vestido tan formal como la noche anterior, fresco… empezaba a darse cuenta que él no había participado de la fiesta.
— Temía que te fueras antes que alcanzara a darte tu bono (le extendió un recargado sobre), mis amigos quedaron locos con tu performance. Estuviste grandiosa. No lo rechaces. — dijo esto último cuando notó que ella no extendía la mano, pero cedió ante su orden.
— Espero poder contar contigo en otra oportunidad.
Pero Marisa había decidido que eso no volvería a suceder. Sentía vergüenza de si misma. Se sentía arrepentida y sucia y creía que todo había sido su culpa.
Esa misma tarde, bajó su anuncio y subió uno nuevo sin “despedidas de solteros” en él. No lo volvería a hacer…
—
En esta ocasión la mayoría de las compañeras de Marisa, una vez terminaban sus actuaciones volvían a bambalinas después de un rato, más desnudas de lo que salían, agitadas y sudadas. Volvían para tomar un delantal color amarillo flúor que se ponían sobre su piel desnuda, ponían su nombre, brillante en un collar. Pasaban al baño y salían a atender a los clientes. En realidad, la mayoría había estado haciendo lo mismo antes de salir a bailar.
Un par de cosas le llamaron la atención a Marisa de ese proceder: no había reparado en los collares, todas utilizaban uno menos ella. De distintos tipos y materiales. Algunos finísimos, de tiras de cuero que cerraban en un gancho metálico frontal, con una cadenilla bajando entre sus pechos; otros que se veían brutales, metálicos, con puntas; de cuero, con una o más anillas metálicas. Lo otro lo descubrió al visitar el baño, en él encontró que tenían preparada a un lado de la loza del lavamanos (que probablemente estaba hecho para cambiar pañales de bebés) una bandeja con un bolsita con unos 300 grs de polvo blanco y los implementos necesarios para consumirlos, jeringas, cucharas, encendedores y pastillas. Las chicas visitaban el baño con regularidad después de un par de rondas de servir tragos y otras necesidades en las que los clientes les urgieran. A veces, desaparecían por ratos prolongados para volver a tener que arreglarse el pelo, lavarse y maquillarse, pasar al baño y volver a salir enérgicas y raudas. Otras se notaban en extremo agotadas, después de sus desapariciones, ojerosas, a veces golpeadas y hasta con pequeñas y visibles heridas (en piernas o tetas, por ejemplo). La “encargada”, llegaba hasta donde ellas y les ayudaba a recomponerse, las llevaba al baño y volvían a salir como boxeador que va perdiendo, pero quiere llegar al 12º round. Algunas, después de su actuación, nunca volvieron. Como Anita, la policía. Pero escuchaba conversaciones al paso que parecían tratar de ella: “Están entre cuatro dándole allá atrás”, “Esta hueona no dice que no a nada, no va a servir por un par de semanas después de cómo la van a dejar”, “Puro fisting con ella… le tenía metido el brazo hasta el codo!” . A veces, cuando se producían breves silencios entre los shows, o bajaba la intensidad del festejo, se escuchaban alaridos femeninos muy profundos, desde los privados, cubículos ubicados al fondo de la sala. Así como se escuchaban gemidos de otras chicas que, por lo que entendió rápidamente Marisa, eran solicitadas por clientes, para satisfacerlos en privado.
Ahí estaba Marisa sintiendo que ella no pertenecía a ese ambiente tan sórdido. Que había cometido un error en aceptar. Pero un error comprensible. Después de tratar salir de las fiestas de adultos, no recibió más que ocasionales ofertas de trabajo. El país estaba en crisis y, como suele pasar, el entretenimiento y la cultura fueron las primeras en pagar por los negocios fallidos y las malas administraciones financieras. Cuando sus ahorros mermaron tanto que tuvo que pedir dinero prestado, decidió que debía ceder en sus convicciones y volvió a publicitarse para eventos privados y “despedidas de solteros”. Y volvió a tener trabajo.
Pero estableció condiciones claras para su seguridad: nunca iría a una fiesta sola, siempre acompañada de otras artistas; sólo en recintos pagados, nunca más en domicilios; y siempre trataría con una productora de eventos que le asegurara cierta seriedad en la organización del evento. Además, por supuesto, cobraría lo que ella sentía valer, lo suyo no era un show cualquiera, nunca más lo sería.
Nada más se republicó con sus nuevas directrices de servicio, cayó esta oferta que doblaba sus expectativas monetarias. Tan bueno era, que sospechó de ella desde un comienzo:
— No soy puta — fue lo primero que le dijo a su interlocutora al teléfono, una mujer de voz pastosa y tranquila, que se identificó como Sandra — los servicios que ofrezco son por un baile muy erótico, pero no quiero establecer ningún contacto con los clientes, voy, realizo mi acto y me voy —
— Está todo muy claro — le contestó a través del teléfono la mujer — no le voy a ocultar que habrá escorts y shows muy sexuales. Nuestro cliente hace esta fiesta para sus clientes y procura ofrecerles todo lo que quieran. Y algo que buscan en esta ocasión es coronar el festejo con un show con clase. Y a ud nos la recomendaron muy bien, por la calidad artística de su show.
La convenció en la negociación, con un argumento muy simple: más dinero. Terminó aceptando pensando en que todas sus condiciones de trabajo se cumplían.
Y así era hasta el momento.
El Presentador, que ya después de 3 hrs de show se veía desgastado y bebido, le contó al jubiloso público la historia de Sonia, una lolita “criada en una tribu africana”, “la alimentaron todos los días que salchichones, gordas y longanizas” (risas del público); “ se relame con las mangueras de bombero” … “y hoy tenía preparado un show con Anita (hizo el gesto de silencio y se escuchó claramente unos femeninos y agotados aullidos femeninos: “ uuhh…uuuuuhh… uuuuuhh h”, sacando aplausos), pero su anito no ha tenido descanso hoy” ...
Tocó el turno de una joven muy pequeña (1,52 mts de alto) de salir al escenario. Sonó un reggaetón y ella salió alegre dando saltos, con unas botas como bucaneras, hasta por sobre la rodilla de charol rosado arrugado (que para su contextura se veían pesadas y más bien toscas) y con un “traje de baño”, también rosado, compuesto por dos tiras que iban desde su entrepierna, por sobre sus pezones y se unían por la espalda, a la altura de su pecho en un gran aro plateado que conectaba con la tira que salía de entre sus nalgas y ascendía por la espalda. Platinado cabello tomado en dos coletas, un grueso piercing de anilla colgando de la nariz y maquillaje ridículamente recargado en rimel, sombras y labiales. Ella era de las que llevaban un collar grueso, de cuero café usado, que no correspondía en nada al resto de su vestuario, con un aire de pertenecer más a un gran animal que a una pequeña chica como ella.
En la mano llevaba un gran dildo rosado, semi transparente, que tenía punta con forma de pene en cada extremo, de más de 50 cms de largo y casi 10 de diámetro.
Salió acompañada de los rítmicos aplausos que daban con la acompasada música, balanceando el monstruoso falo plástico en círulos.
La canción que bailaba (no dejaba de mover su culo dando giros y sacudiéndolo en movimientos verticales) era cantada por una chica que advertía que le gustaban “grandes, que no me quepan en la boca”, lo que la bailarina acompañaba levantando el falo con ambas manos por sobre su cabeza y apuntándolo hacia su boca abierta. Como si fuera una pitón descendiendo a su nido, colgó un extremo en vertical hacia su boca (que era bastante grande, con labios arreglados en botox), y lo recibió con la punta de la lengua. Parecía que aquel tubo de silicona no cabría en su cara, pero logró abrir sus fauces de manera tal que acogió todo el diámetro de la rosada pitón y no sólo eso, sino que la empezó a engullir sin detención. De un momento a otro, la pequeña stripper había pasado de una frágil mujer a ser la verdadera pitón en el escenario. Nadie escondió su asombro cuando ella empezó a engullir centímetro a centímetro, deformando su rostro y expandiendo su garganta. Cuando llevaba 15 centímetros del consolador alojados en su tráquea, y de sus ojos salían líneas quebradas de negro delineador marcando sus pómulos y cayendo hacia sus orejas, procedió a retirarlo, tirando con ambas manos hacia arriba. Se notaba en su rostro la incomodidad de mover aquel grotesco falo sintético por su garganta, cerraba y apretaba los ojos, abría sus fosas nasales buscando aire y sufría breves espasmos que provocaban una lluvia de babas saliendo en forma de gotas expulsadas de su boca con violencia. Cuando salió el plástico falo de su boca, lo hizo con una bola de saliva que reventó en sus labios y mojó su barbilla y pecho, para bajar por entre sus tetas, dejando tras de si una película de saliva cubriendo su cuerpo.
Bajó su cara para mirar a su audiencia, que la aplaudía y chiflaba a rabiar y pedía “ OTRA, OTRA!” , y les sonrió con su gran boca estirada de oreja a oreja, su maquillaje corrido en chorros de negro tembloroso en múltiples direcciones y su lápiz labial extendido más allá de los límites de sus labios. Se veía roja, sudorosa, pero satisfecha del efecto enfervorizador que su acto tenía en la audiencia. De su sonriente boca asomó una larga y puntiaguda lengua a recorrer sus labios y recoger la saliva de que de ellos colgaba. Hizo ruidos con sus boca, con la saliva recogida y, apuntando al cielo su cara, escupió y gargajo que subió vertical y cayó sobre su rostro. El público exclamó complacido y aplaudió a rabiar el sucio malabar de quien les volvía a mostrar su sonrisa desde detrás del cúmulo de babas que cubrían su juvenil rostro.
Ahora volvió a tomar el plástico falo con ambas manos, y como una traga-sables, apuntó cenitalmente hacia su boca abierta, mirando el techo y bajó el instrumento con poco cuidado consigo misma, llenando primero sus fauces, contraídas y desencajadas y luego su garganta, que se fue hinchando con el paso de la cabeza del pene falso. Llegó al punto de tope que había alcanzado la vez anterior, asomando su lengua por las orillas que su mandíbula permitía, estando tan abierta, y de un envión enterró en su esófago 10 cms más del largo aparato, golpeando su boca con el puño que sostenía el negro pitón más cerca de su boca.
Soltó el consolador, que se mantenía en vertical sin ayuda. Quedaban poco más de 15 cms del mismo sin ser engullidos. Manteniendo alineadas su garganta en vertical con su torso, rotó sobre si misma, procurando darle a todos un buen vistazo de su logro y su garganta deformada e hinchada. Incluso Marisa, desde su lugar tras las cortinas, podía ver el bulto en la garganta de la chica, moviéndose al intentar ella tragar saliva.
La atención de Marisa se vio distraída por el regreso en grupo de casi todas sus compañeras, en especial de Anita, que caminaba con dificultad y era acompañada por otras dos chicas, casi desnudas, que la llevaban a rastras. Se le veía extremadamente agotada. Casi nada de maquillaje le quedaba, estaba ojerosa, con los ojos rojos y la boca entreabierta. Se notaba un tanto ida. Tenía el cabello sucio y revuelto y sólo vestía su fino collar de tiras, el arnés de cuero entre su cintura y muslos y sus altos zapatos de tacón y terraplén. De sus medias sólo quedaban unos jirones colgando alrededor de su tobillo. Su cuerpo se veía golpeado, con moretones, rasguños, zonas irritadas, dedos, manos, puños y correazos marcados en sus piernas, abdomen, rostro y tetas. Sandra, la productora las recibió y con leves cachetadas hizo reaccionar a la chica, algo le dijo, le hizo un par de preguntas y le indicó a las chicas que la arrastraran al baño, que se tenían que “preparar” y que “todas tienen que estar listas”. Sólo entonces, cuando la acercaron a la entrada del baño, pudo ver el culo de anita dilatado, sin contraerse, con fluidos saliendo de él y su nerviosismo se empezó a transformar en miedo… a terminar como ella.
Luego, la teutona se acercó hasta Marisa (ella también llevaba collar, se percató Marisa; llevaba uno metálico con una gruesa anilla por el frente, se veía incómodo y pesado) y le habló:
— ¿Estás muy nerviosa?
— Un poco… bastante — esbozó una sonrisa nerviosa — ¿qué le pasó a esa chica?
— Una noche intensa, los clientes están más entusiasmados de lo habitual. Eso es bueno, ha sido un buen show… pero no te preocupes por ella. Toma — le extendió una pastilla naranja que Marisa sintió que no podía rechazar — es un ansiolítico, para que bajes tu ansiedad.
— Ellos… fueron violentos con ella?
— A ella le gusta así… ya te dije que no te preocupes, ellos saben que no eres como ella, te pidieron así. Y ya se han ido más de un tercio de los asistentes.
En eso salió el grupo de chicas, con Anita entre ellas, que ahora lucía artificialmente recuperada, con una sonrisa pétrea en su cara. Y los labios repintados. Salió tan desnuda como entró, mientras las otras chicas habían recompuestos sus prendas de stripper y se alistaban para salir por última vez al salón.
Marisa las miraba atentamente, notando los cambios en cada una, cuando algo se hizo presente desde la oscuridad, sobresaltándola a tal punto, que no pudo reprimir un corto chillido.
Un animal inmenso, como un macho cabrío, apareció acompañado por una de las chicas, de las más maduras. Era lanudo, negro y gris, con un cuello largo y una cabeza más bien pequeña para aquel. Tenía unos ojos negros profundos y un par de cuernos retorcidos, gruesos y cubiertos de pétreas vetas. Era inmenso, erguido su cuello, llegaba a los dos metros. Aunque se percibía más bien corto de cuerpo. Sus pezuñas eran fuertes y transmitían seguridad y respeto.
Nada más apareció el terrible animal, las chicas se fueron hacia él, lo rodearon y acompañaron para salir al escenario. Lo tocaban y sobaban con esmero y cariño. Para Marisa todo era surreal, aquella bestia no podía sino dejarla intranquila. Sin embargo, quería mirar qué sucedería con ese animal y sus compañeras en el escenario. La música había cambiado absolutamente, los ritmos fiesteros y canciones, fueron reemplazadas por piezas sinfónicas de viento y cuerdas, muy solemnes y grandilocuentes.
Pero, a pesar de su curiosidad, la productora la detuvo, hablándole sobre la importancia de su show y lo que esperaban de ella… cosa que Marisa no retuvo mucho, pues su cabeza estaba en ese ambiente diferente… lo que sí entendió y retuvo fue:
— toma esa pastilla para controlar los nervios. Si necesitas algo más que te estimule o para ganar valor. Siéntete libre de tomar lo que quieras del baño. Eso lo pusimos nosotros para el consumo de nuestras artistas…
Marisa no sabía si agradecer el detalle. Abiertamente le estaban ofreciendo drogarse para salir a hacer su show. Fuera de aquella última celebración pre marital en la que había participado, ella no tenía mayor cercanía con las drogas, que no fuera fumarse un porro con amistades que la proveían de la marihuana. Sin embargo, lo agradeció y, acto seguido, se vio a si misma entrando en el baño y mirando con curiosidad qué podía consumir.
La pastilla que le dio Sandra la tragó nada más darse media vuelta al caminar al baño. Adentro, se encontró con lo mismo que ya conocía, pero desordenado, ocupado y gastado. Habían jeringas usadas esparcidas. Las cucharas que antes había visto limpias, ahora lucían muy quemadas, con resto de algo que parecía jarabe rancio. La pipa ya no tenía qué quemar, habían pastillas rotas por doquier y la coca de la bolsita había sido consumido en su totalidad. Como si lo hubiera tenido decidido de un comienzo, con determinación, juntó porciones de polvo blanco esparcido sobre la mesonera del lavamanos y sobre el espejo y acumuló suficiente para armar dos buenas rayas. Se agachó sobre el espejo, tomando su cabello y con un tubito de plástico, cláramente dejado ahí para ese propósito, esnifó el polvo como si fuera costumbre.
El miedo la había llevado a determinar querer separarse cuánto pudiera de lo que fuera a suceder en su actuación. Sabía (aunque consciente se negaba) que lo suyo no podía acontecer sin más, después de todo lo que había visto. En cierto modo, buscaba protegerse de lo que a su cuerpo le iba a acontecer. Sólo porque estaba ahí mismo cuando terminó de aspirar, se metió un fragmento de pastilla celeste a la boca, que le entumeció momentáneamente la lengua. Salió del baño con los ojos vidriosos, una sonrisa tiesa y una nueva sensación de seguridad. Caminó directo a hacer su show. Cosa que era justo lo que debía hacer. Sin que lo notara, el “show” anterior había terminado, el salón aplaudía al ritmo de tambores árabes que ella conocía. Sandra le sostenía la cortina entreabierta y afuera, luces doradas la esperaban para que hiciera su entrada. Cuando pasó por su lado, la detuvo para decirle:
— Déjate llevar. Acepta lo que eres.
Y Marisa, con su artificial seguridad, salió dispuesta a devorar a su audiencia.
Los que aún estaban presentes a la hora de esta última presentación, vieron entrar con energía a una mujeraza, de cuerpo bien torneado, carnes morenas y contundentes, pelo casi crespo, negro, caminando en un paso acelerado, con las rodillas semiflectadas a cada paso, las caderas balanceándose gracias a los altos tacones de los zapatos dorados que la habían obligado a ponerse. Llevaba el abdomen descubierto, de él destellaba un colgante dorado, bajo él, brillaban monedas plateadas y cobrizas, sonando con los movimientos de su cadera, bajo estos, una falda armada de trapos de seda permitían apreciar sus apetecibles muslos a cada paso que daba. Sobre su desnudo abdomen, también colgaban paños de seda que semitransparentaban un sostén de formas de fantasía, que consistía en que de los tirantes horizontal y verticales salían tiras y un a espiral que sólo cubría los pezones de la mujer, los que gracias a su movimiento y a la rigidez de la prenda, cada tanto se asomaban por los lados. Pero gracias a los velos, esa desnudez era más bien sugerida. Sin embargo, para todos era apreciable el buen tamaño de las tetas de la bailarina, que sacudía con movimientos de hombros y con su balanceo al caminar. De su cuello colgaban cadenas de oro que se iban a perder entre sus tetas. Y su rostro, bien maquillado, era dominado por una seductora mirada, valiente y buscona con el gran grupo de hombres que la rodeaban y una boca coqueta, que regalaba besos al aire, mostraba su perfecta dentadura y se abría para permitir aparecer a una lengua que mojaba sus labios y transmitía un mensaje de deseo, supuestamente como parte de su actuación.
Marisa por fin se enfrentó de cerca a aquella multitud anónima de hombres trajeados (ya la mayoría en camisa) en ese ambiente cerrado y enrarecido, con música a un volumen abrumador, que resultaba asfixiante para quien estuviera en la pasarela iluminada. Nada más poner un pie en ella, se sentían las miradas clavadas en su anatomía, “comiendo” cada centímetro de su cuerpo con los ojos. Hombres mayores, adultos, en su mayoría mayores que ella. Sólo unos pocos jóvenes, que en general se veían más afectados, bebidos o drogados que los mayores. Pero todos se veían alterados, acalorados, excitados. Habían algunos que ya habían perdido toda compostura formal, con sus camisas abiertas, panzas peludas al aire, despeinados. Otros tantos se veían alertas, como cazadores… y ella era la presa.
Entre tantos hombres, encontró a sus compañeras. A la primera no la percibió a primera vista, llamó su atención un gordo, despatarrado en un sofá de cuero, su corbata suelta a un lado, un whisky en la mano izquierda y la derecha sobre lo que parecía un bulto en su pantalón, que se movía rítmicamente… que resultó ser una cabeza azabache de cabellos lisos, ubicada frente a la entrepierna del sujeto. Luego entendió su cuerpo, arrodillada, semidesnuda, le veía el culo enrojecido y las manos tomadas en la espalda. El hombre mantuvo su mirada y le sonrió, cuando ella terminó de recorrerlo con la mirada.
El resto de las chicas las fue encontrando en similares condiciones. Algunas debajo de mesas redondas, rodeadas de 5 o 4 hombres, todos en actitud de darle libre accesos a sus vergas, otras simplemente arrodilladas como mascotas, sostenidas de una pierna, con una mano en su cabeza, la miraban con pasividad, desde sus posiciones de sumisión.
Todo la aturdía, las luces, la música, el público, la actitud de las chicas; tuvo que hacer un esfuerzo en concentrarse en lo que hacía y continuar con su show. Había una parte de ella que en realidad preferiría haberse detenido a mirar todo aquel barroco cuadro erótico, pero el mismo público le ayudó a salir de su perplejidad cuando, al pasar cerca de una mesa, una mano le arrebató uno de sus paños de un zarpazo, provocándole incluso un rasguño en el muslo. Ella se sorprendió, pero como buena profesional, sólo le contestó con una sonrisa y dio un par de saltos en el sentido opuesto, donde al quedar cerca de otro miembro de la audiencia, volvió a sufrir el arrebato de una prenda. Empezó entonces un juego donde ella se acercaba a una mesa y esquivaba el intento de robo, sin dejar de bailar. La adrenalina del juego la embriagó y continuó haciéndolo riendo y lanzando besos a sus frustrados atracadores. Sin embargo, otras tantas veces falló el cálculo y no sólo sufrió el robo de otro paño, sino que, una vez descubierto su voluminoso culo, recibió fuertes cachetadas que la hicieron saltar del dolor.
Las marcas de manos abiertas vinieron a adornar lo que las telas habían descubiertos. Ella, como profesional, iba a seguir bailando y provocando a esos hombres que no la podían tocar. Eso sería su venganza. Llegó hasta el tubo de baile, a tomarlo con ambas manos y embestirlo con sus piernas abiertas. Por un momento, olvidó su baile y oficio y se dedicó a hacerle el amor al fierro. Restregó su concha arriba y abajo, tomada desde arriba y con los pies fijos a los lados del barrote; le pasó la lengua por largos centímetros y hasta le estampó besos. Miró a su público con el fierro atravesado en su boca abierta, vio sus caras ansiosas, sus ojos sin quitarle la mirada, los que aún cuando estaban recibiendo una mamada por una chica espectacular arrodillada entre sus piernas, la miraban a ella con excitación y aceleraban el ritmo de esas cabezas botantes en sus entrepiernas.
La cabeza de Marisa se volvía un lío creciente, perdía el foco de lo que tenía que hacer, la excitación de lo que estaba provocando la sobrepasaba y ese juego de incitar se le empezaba a escapar de las manos.
Descendió tomada del tubo lentamente, hasta quedar sentada de piernas abiertas, tumbándose de espaldas. Giró sobre si misma y, arrastrando sus rodillas hacia adelante, elevó su voluminoso culo al aire, subiendo y bajando al abrir y cerrar sus rodillas, con la cara pegada al suelo, fue ahí donde notó el primer golpe en su mejilla. Alguien había arrojado un pequeño bulto plástico. Primero pensó que era una servilleta usada, porque le había dejado pequeños rastros húmedos salpicados en el rostro. Tras del primer proyectil, otros tres fueron a dar sobre su cuerpo, desde distintas direcciones. El sonido a goma la sacó de su error. Se levantó sobre sus manos y vio caer otro pequeño bulto que había quedado enredado en su pelo… era como un globo amarillo.
Estaba aturdida y no sabía qué pensar. Se incorporó sobre sus rodillas y miró hacia un lado. Pudo divisar con claridad como un espectador agitaba un brazo en el aire, y aparecía en la zona iluminada otro proyectil que cayó entre sus tetas. Reventó un gotitas que salpicaron su cara y quedó pegado a su cuerpo, un condón usado, repleto de semen. Como ese, en aquel instante, otros tantos condones golpeaban su cuerpo desde todas direcciones y en todas partes. En su ensortijado cabello ya colgaban al menos tres, vaciando su viscoso contenido sobre su cuerpo, otros tantos habían caído sobre el piso de la pasarela. Algunos llegaban anudados, los que más la alcanzaban como objetivo y golpeaban su cuerpo con fuerza, otros menos, volaban abiertos, por los que quedaban en su mayoría en el camino a Marisa.
Se levantó sosteniéndose del poste. Se sentía algo mareada. Ella se había detenido, pero su respiración seguía agitada y sus pensamientos parecían fluir en todas direcciones. Volaban los últimos proyectiles y ella veía que eran en su mayoría arrojados por sus “compañeras”. Se produjo un momento de indecisión. De algún modo, esto la encendía, su cuerpo parecía querer quedarse ahí; por otro lado, las imágenes de la vez anterior venían a su cabeza y el miedo ganaba espacio. Dio una vuelta tomada del caño, mirando a su público que la observaba, ahora divertido, su cuerpo manchado con las gomas que chorreaban su contenido sobre su piel.
En la vuelta, veía a los clientes con sus pantalones abiertos, sus vergas erectas, ensalivadas por las bocas de sus compañeras, que ahora se entretenían tirándole condones. No podía quitar su vista de esos falos, de esos hombres ofreciéndoselos con las piernas bien abiertas, brazos estirados sobre los respaldos de sus sillones, sentía el deseo de estar en el lugar de las otras chicas, arrodillada a sus pies. Recibió todo lo que le pudieron lanzar en esa vuelta: servilletas, hielos, escupitajos, insultos… hasta que su cabeza grito “ALTO”, se detuvo, dio media vuelta y empezó la carrera devuelta a bambalinas.
Sólo pudo empezar la huida, en cuanto hizo el gesto de empezar su marcha, un paño amarillo de seda cubrió su rostro y la tiró de vuelta hacia atrás. Su rostro se vio aprisionado por la tela, aplastando sus labios y nariz, apretando su cuello y forzando su espalda a torcerse contra su naturaleza hacia atrás. Quedó con una pierna en el aire, que fue apresada con otro paño y, al tratar de tomar con sus manos el paño que cubría su cabeza y cuello, cerraron otros paños en sus muñecas y tiraron de ellas con brutal fuerza en direcciones opuestas, dejándola de brazos abiertos.
Intentó gritar, pero las telas en cara y cuello la ahogaba; intentó arañar, pero no tenía a quien alcanzar; forcejeó por liberar sus manos, pero sus captores eran mucho más fuertes. Cuando intentó dar una patada, con su pierna libre, del cuello fue girado su cuerpo y de bruces fue tirada al suelo. Cayó duro, con sus tetas por delante, golpeando luego su cadera y rostro. La transparencia de la tela, le permitía divisar manchas y bultos de quienes se acercaban a ella y la rodeaban, y que ahora empezaban a tirar manotazos a su cuerpo, por su espalda, hombros, nalgas y piernas, sacándole apagados chillidos. Le aprisionaron la pierna libre, con otro paño y se las abrieron, despejando el camino a su entrepierna para hacerle sufrir el mismo castigo de golpes de manos abiertas. Cachetadas que sacudían su cuerpo y hacían saltar estrellas a su vista.
Estando boca abajo en el suelo, le torcieron los brazos para juntar sus muñecas y amarrarlas con las sedas que había ido perdiendo en el baile. Una vez atada de manos, sintió cómo era levantada por manos que empuñaban su cabello, jalándola hacia arriba hasta dejarla de rodillas. Liberaron su rostro del paño y porfin pudo tomar una buena calada de aire, que fue interrumpida por el contenido de un vaso arrojado a su rostro, haciéndola toser.
“POR PUTA ”, era lo que alcanzaba a escuchar entre una cacofonía de insultos, gritos, risas, comentarios y sus propios gemidos y lo único que atinaba a repetir: “no… no… no… no…” . Le quedó el rostro perfumado a alcohol, que alcanzó a tragar en parte.
Alrededor de su cuello volvieron a cerrar un paño, apretado, pero que le permitía respirar. Los golpes que antes recibió por la espalda fueron repartidos ahora por el frente, sacudiéndola en todas direcciones. Sus tetas eran el blanco preferido: como puching balls eran levantadas a cachetadas y botaban con cada palmada. Marisa era fuertemente sostenida del paño en su cuello, ahorcándola para mantener su cuerpo erguido, sin posibilidad de esquivar los golpes.
Pero, entre tanto castigo gratuito, un gesto le retribuyó su dolor: un trío de dedos que entraron por el frente de su pubis y se fueron internando entre sus labios vaginales, humedecidos por fluidos que ella había ignorado hasta entonces. Nada más sentir esas anónimas yemas, su cuerpo empezó a sacudirse incontrolablemente y un “ AAAHHH ” profundo de su boca, hizo callar momentáneamente el ruido de la sala, para reactivarlos admirados de su excitación. Intentó instintivamente cerrar sus muslos, pero varios pares de manos la forzaron a mantener las rodillas abiertas y una lluvia de palmadas secas sobre su vulva hicieron estallar luces en su cabeza, nublándola de placer y dolor al punto de mearse en su lugar.
Su rostro estaba rojo-violáceo, su boca no se cerraba, asomando la punta de su lengua babeante, sus ojos en blanco miraban directo a su cerebro. Su expresión facial duró mucho más que lo el ruidoso orgasmo se manifestó, estaba estancada en un estado mental de puro placer; así que uno de los hombres presentes sintió su deber sacarla de ese trance, parándose frente a ella y sacudiéndole la cara a cachetadas que cruzaban de un lado a otro, alternando palma y dorso de su derecha, gozando de castigar un hermoso rostro como ése con una expresión fija de placer. Tan lejos de la realidad había llegado Marisa, que el hombre demoró siete fuertes cachetadas en hacerla retornar a la sala y su situación de abuso.
Marisa volvió con un “uuuhhhh”… que era todo lo que el nudo en su cuello le permitía modular y liberando lágrimas de placer contenidas en los últimos minutos. Su cuerpo se relajó, dejó de pelear por su libertad y se volvió un peso únicamente sostenido por la seda que la ahorcaba. No veía bien, entre el ángulo en que era sostenido su cabeza, que la obligaba a mirar hacia el cielo, las lágrimas que se colmaron en sus ojos, las luces fuertes y cambiantes de la sala, confabulaban todos en distraer su percepción y hacerle ver borrosamente lo que ocurría a su alrededor. Pudo percibir el movimiento de hombres frente a ella, abriendo sus pantalones, bajando sus cremalleras. Alguno se acercaba y se daba el gusto de plantarle otra cachetada en su cara hinchada, otro iba y le escupía, encegueciéndola momentáneamente. Alguien tiró de su horca y fue tirada de cara al suelo, pero manteniendo su culo en el aire.
Sintió en esa posición, manos abiertas, jugando con sus nalgas, amasándolselas, buscando sus agujeros, cacheteándola… hasta que algo que no era una mano se abrió camino dentro de su concha. Una verga engomada, la llenó, la hizo tratar de consumir más aire (limitado nuevamente por el nudo de seda en su tráquea) y la empezó a sacudir hacia adelante y atrás en el plástico piso sucio, lleno de cenizas, alcohol derramado, semen y transpiración.
El primero fue breve y no podía negar que lo disfrutó y deseó en silencio que no fuera el único. Por supuesto que no lo fue. Ella mantuvo su postura y un hombre tras otro la utilizaron en esa posición. No tardaron mucho en indagar en su ano, con dedos y lenguas… incluso, sintió que una boca (quizás femenina) se dedicó por un largo lapso de tiempo a amansar su recto con boca y lengua, mientras las pollas iban ocupándola por turnos. Creía sentir su cuerpo en la espalda, apoyando sus tetas sobre sus nalgas, sintiendo manos frías y finas abriendo sus cachetes; incluso vio un zapato de taco alto, de los de sus compañeras, a un lado de su cara. Luego de unos minutos, la primera verga se coló hacia sus entrañas, con pura tozudez, en tres o cuatro empellones la llenó hasta las pelotas y pronto empezó el doloroso mete-saca que Marisa apenas podía protestar desde el piso, medio asfixiada.
En algún momento, alguien dio una orden a gritos y el grupo volvió a levantar a Marisa desde su horca de seda, la arrastraron bajando el escenario sin delicadeza y, como a un costal, la subieron y arrojaron sobre una mesa redonda. Sin embargo, la dejaron en paz.
Se sabía rodeada, sentida sus respiraciones y algunos comentarios que no lograba entender, sentía el calor de cuerpos a su rededor. Su cabeza colgaba del borde de la mesa, boca arriba, lograba ver más que nada de la cintura hacia abajo de quienes la rodeaban, entre pantalones negros, piernas peludas, vergas erectas y arrugadas y sólo un par de desnudas piernas femeninas, calzadas en zapatos de tacón. Este silencio la empezó a inquietar más, ¿qué esperaban?.
Así que, cuando uno de los que la rodeaban estuvo a su alcance, con pantalones pero una larga verga afuera, sólo atinó a abrir la boca y proyectar la lengua buscando contacto con la brillante cabeza carnosa, que no tardó en buscar la entrada en su boca. Así cortó el silencio, los presentes festejaron su proactividad, con aplausos y gritos y Marisa se tranquilizó, inconscientemente buscó la manera de mantenerse viva. Pero no resultaría tan simple. El agasajado por su boca, puso ambas manos alrededor de su cuello y presionó al tiempo que embestía su garganta con rudeza. Las babas no tardaron en estallar en tos y saltar y caer sobre su propio rostro, ahora sí, encegueciéndola completamente. Se cubrió su frente y pelo en su propia saliva.
Tuvo que aprovechar los cambios de turno en su boca para procurar respirar todo lo que podía. No notaba cuando se corrían, no le daban tiempo para saber si lo hacían en el fondo de su garganta, o sobre su rostro. Lo que sí notaba, es que la acumulación de fluidos sobre su rostro, cobraba peso y le impedía respirar por sus fosas nasales.
Al rato, sintió como que la cubrían con una manta muy gruesa y peluda, la sentía sobre todo su cuerpo, desde el cuello hasta el espacio que abarcaba sus rodillas abiertas. Y parecía que alguien aprovechaba la manta para penetrarla y montarla… quizás no se quería ensuciar con ella, pensó fugazmente. La verga en su boca, fue cambiada por otra menos tiesa, pero más larga y viscosa. Que la fue penetrando de manera interminable, se iba introduciendo más y más por su esófago y, al mismo tiempo, iba engrosando a medida que penetraba su boca. En algún momento la sintió llena de ese extraño miembro que no sabía hasta dónde habría llegado. Al mismo tiempo, sobre su nariz sentía a alguien respirar fuertemente, al punto de sacudirle el pelo. Al tiempo que tenía que mantener su quijada abierta al máximo, su fornicador de turno empezó con un fuerte y rápido metesaca, que parecía invadirla mucho más profundo de lo que nadie había hecho. Sentía que esa larga verga haría en cualquier momento un forado por su ombligo, por la fuerza con la que la empalaba.
En la sala se había hecho el silencio. Lo único que resonaba ahora, era sus propios sonidos de ahogamiento, salivosos, del miembro que entraba y salía y ella tosía entremedio, el crujir de la mesa, golpeada rítmicamente por el cuerpo sobre ella y un bufido animal de su perpetrador, que le resoplaba en la cara y que gruñía con el esfuerzo y la excitación del trabajo coital.
La culeada la empezó a superar, su entrepierna ardía y extendía un incendio por el resto de su cuerpo, al punto que se sentía gozar con la penetración bucal y la falta de oxígeno parecía encenderla más. No notó que tenía las piernas liberadas hasta que, instintivamente, las levantó para abrazar con ellas a quien le estaba dando tan contundente culeada. Quien fuera que la estaba montando, era inmenso, a tal punto que no lograba abarcarlo con las piernas y vestía un abrigo, que en contacto con sus piernas se sentía mullido, aunque áspero. Logró sin embargo encontrar un espacio en ese cuerpo peludo en donde afirmar sus tobillos y empujarse a si misma contra la tranca que la pistoneaba. Estaba tan cerca de un clímax intenso que cuando llegó, la controló con espasmos y temblores.
De su boca bloqueada por la extensión de carne que ya no entraba ni salía, salió un profundo “ GHHHUUUUUUUU !”, al tiempo que ella mantenía la presión de su cadera contra su jinete. Finalmente, en la agitación de su cuerpo, sus manos se liberaron y las elevó buscando abrazar los hombros de su contraparte… sin embargo, se encontró con una masa peluda y musculosa, de mechones ásperos, como los que sentía entre sus piernas y que parecía continuar interminable hacia arriba.
No sabía quién o qué estaba encima suyo, necesitaba verlo.
Temblorosas sus manos, trató sacar de su boca a quien había gozado tanto tiempo de su garganta, quiso empujarlo pero no encontró una cadera, encontró algo muy duro, de piedra o metal, como con dibujos o líneas, como un largo mango curvo. Pero igual empujó y fue saliendo aquella prolongación de carne salivosa, que se retorcía sobre si misma, provocándole arcadas y un fluir interminable de babas sobre su rostro, ahora completamente empapado, su nariz anegada, sus oídos cubiertos, su cabello mojado y pegoteado… Tosió fuerte cuando por fin logró quitárselo de la boca, y tomó una quejumbrosa bocanada de aire. Con sus dedos, trató de sacar algo de la baba acumulada sobre sus ojos… pero no pudo ver más que la cabeza de macho cabrío que la miraba desde encima suyo, borroso, brumoso, oscuro, su cabeza trataba de convencerla que era otra cosa lo que veía, tenía que serlo.
La interrumpió su propio orgasmo, que explotó en su cabeza, mareándola y haciendo que perdiera el sentido…
Algunos flashes de realidad conservó su cabeza, cuadros estáticos, silentes de sus pocos momentos de consciencia después de su extraña experiencia sexual en la mesa redonda. Tenía el recuerdo de hombres y mujeres mirándola, con una expresión solemne, o extrañada. Recordaba ver alejándose aquel extraño animal, recibido por Sandra con un beso en su hocico. Recordaba a las chicas rodeándola, todas desnudas, con cremas en sus manos y vistiéndola, todas felices…
Despertó en un sofá de cuero, con frío. El lugar iluminado suavemente, se veía cálido gracias a sus muros rojos; vacío, parecía infinito gracias a sus muros cubiertos de espejos. En ellos se vio, como un cuerpo fantasmal, blanco en ese espacio rojo y oscuro… pero no estaba sola, frente a ella, en otro sillón, estaba sentada Sandra, vestida con un muy ceñido vestido de cuero negro que revelaba hasta el último accidente y curva de su desnuda figura (bajo el vestido), que la hacía parecer formal y amenazante, gracias a detalles como su tosco collar de metal del que colgaba una pesada cadena gastada.
Ella sólo le miraba con las piernas cruzadas, tensando la ajustada terminación del vestido. Su cadena colgaba hasta sus manos juntas.
Miró a la mujer en el espejo a su lado: estaba echada en el sillón, piernas separadas. Sus brazos descansaban muertos a los lados. La persona en el espejo lucía extremadamente agotada, ojerosa, rostro sucio, con la boca semi abierta, los párpados caídos, el pelo sucio, principalmente “peinado” (si se puede decir así), hacia atrás, como en con un jopo sucio y opaco, varios mechones y largos pelos cruzaban su cara de un lado a otro, pegados a su piel. Tenía marcas y moretones por doquier, como la vez anterior, claramente se percibían dedos, manos y puños completos marcados sobre sus carnes, además de cortes y otras formas que le hacían sospechar el uso de elementos contundentes para golpear sus tetas y su vientre. Estaba vestida con el cinturón con monedas colgantes y la base de su sostén de fantasía que dejaba libres sus blandas tetas, desparramadas por los lados de su torso, además de los zapatos, que nunca se quitó. Pero algo más la cubría, las pequeñas gomas amarillas, algunas aplastadas, otras alargadas y arrugadas, que se repartían azarosamente por su cuerpo, aún derramando fluidos blancos sobre su piel. No sólo estaban esparcidos al azar, sino también habían adornado sus ropas, colgaban de su cinturón, en reemplazo de sus telas de seda, muchos condones amarrados, al parecer usados.
No se alarmó, ni asqueó con lo que vio. Quizás en parte porque los efectos de todo lo consumido durante el show no habían cedido, también porque estaba tan agotada y adolorida que no podía más que mover su cuello y observar a su alrededor.
— Me alegra que hayas vuelto en ti misma — escuchó a Sandra hablarle con una tranquilidad acogedora — me hubieras dicho desde un comienzo que eras capaz de esto y hubieramos llegado a otro precio mejor para ti. Sin embargo, me temo que tú misma no eres consciente de lo que eres en realidad… Sé que pensarás que no es así, pero mejor es que te convenzas que tú provocaste todo esto, tú los excitaste y no soportaste que otras gozaran con lo que tú provocaste. Eres una putaza, como pocas y te felicito por ello.
— Acéptalo y tu vida te será más fácil.
— Te dejo un bono por tu show. Debes saber que todos te aprobaron, te volveré a llamar para otra ocasión — se levantó y caminó hasta ella con un felino vaivén de su encuerada cadera, haciendo sonar tacos y cadenas. Cuando llegó sobre Marisa, que no se había movido en todo el tiempo que llevaba despierta, depositó un sobre entre su cintura y su cinto con monedas y condones. Tomó una de las gomas abiertas que había bajo su teta izquierda y lo llevó a la boca de Marisa. Con una mirada por indicación, ella abrió quedamente la boca y sacó la punta de la lengua, para recibir el contenido viscoso que Sandra dejó caer elevando la punta del condón y empujando su contenido con dos dedos. Después depositó la goma sobre su frente, con un gesto sonriente y le repitió — Acepta lo que eres — y caminó hacia fondo del salón… Marisa volvió a caer dormida, sin saber por cuánto tiempo.
Despertó tullida, le dolían las articulaciones y el cuello. Estaba casi en la misma postura en que se había desvanecido, pero ahora estaba vestida, con el vestido con el que había llegado al salón de eventos, aunque mal puesto, la cremallera en su espalda sin cerrar, la cintura torcida. Estaba igual de sucia que como se había despertado antes y al poco tiempo notó que debajo de la ropa seguía teniendo los mismos accesorios pegados al cuerpo.
No quiso cambiarse, ni arreglarse más. Sólo quería irse de ahí. Se miró en el muro/espejo que tenía más cerca para ordenar un poco su vestido, intentó ordenar su cabello, pero estaba tieso, sólo una ducha podría arreglarlo. No sabía qué hora, era. En su bolso estaba su móvil (que le habían retenido al entrar al salón), era las 19 hrs. Eso explicaba cierto malestar y fatiga. Explicaba también el sándwich frío y la bebida que le habían dejado en una mesa cercana. Lo devoró mirando sus telas de seda repartidas en algunas partes del escenario y en un par de mesas; pisadas, arrugadas, ensuciadas. Adelantó un largo trago de bebida y tomó su bolso. Los recuerdos de la jornada empezaban a activarse a medida que miraba por donde había transitado. Le revolvía el estómago. No se sentía bien, pero las ganas de alejarse de todo eso eran todo lo que su voluntad requería como incentivo.
Afuera estaba ya bastante oscuro, de todos modos salió con sus gafas de sol puestas. Deseó haber tomado un paño de seda para cubrir su cabeza. Dudó devolverse por un momento. Adentro parecía no haber nadie, ella salió siguiendo las indicaciones para emergencia, tendría que rodear la esquina y volver a ingresar por el frente… así que mejor siguió su camino. Estando afuera, en el contraste con el aire fresco, se dio cuenta que apestaba. Su cuerpo expelía un olor fuerte, desagradable. Trató de tomar un taxi, pero su chofer aceleró cuando la vio de cerca. Hizo parar otro, pero éste la echó con insultos cuando sintió su hedor. No le quedó más remedio que subir al transporte público… no quería llegar caminando hasta su casa. Recibió las miradas inquisidoras de todos los pasajeros, aunque las intentaba rehuir. Avanzó hasta el fondo de la máquina, provocando que la mayoría de los pasajeros de la sección, se movieran a asientos más adelante. Sólo uno que se veía perturbador se mantuvo en su lugar en una esquina, observándola fijo. Se sentó pegada a una ventana y sintió aplastarse uno de sus “adornos” que colgaba de su cintura y desparramar su contenido. Daba lo mismo, el vestido ya estaba bien pegado a su cuerpo. Sólo ahora de saba cuenta que lo llevaba muy pegado a sus tetas sin sostén, con sus pezones duros y balanceantes, así como su abdomen se marcaba por completo, incluyendo los bultos de los condones que nadie se tomó la molestia de quitarle. Las miradas de la gente la hacían sentir inmunda; aún más. Trataba de concentrarse en la ventana a su lado, pero no dejaba de notar a quienes se daban vueltas en su asiento para darle largas miradas y comentar con quien tuviera al lado. Se bajó antes de su destino, prefirió caminar en la oscuridad.
Llegó a la entrada a su condominio, sin saludar a algunos vecinos que se topaban extrañados con ella. Ya inventaría algo más adelante. Era un barrio aspiracional, de pasajes donde todos se conocían y sus habitantes ostentaban buenos trabajos, autos grandes y vidas despreocupadas. Ella, con su escuela de baile, era lo más “alternativo” que uno podía encontrar en ese lugar. Por supuesto, nadie sabía de sus trabajos como bailarina exótica. La mayoría no la pudo reconocer a golpe de vista, era una infiltrada en ese barrio, mujer sucia y perdida. Sólo entendieron de quien se trataba cuando abrió la puerta de su dúplex. Aún así, algunos querían llamar a la policía, el conserje tuvo que convencerlos de quien se trataba.
Marisa estaba en shock. Cerró la puerta y toda la energía y concentración puesta en realizar el tortuoso viaje hasta su casa se desvaneció y la dejó vacía, con un terrible dolor de cabeza y un malestar corporal diverso, producto del cansancio, el hambre, la deshidratación y las drogas. Estuvo más de una hora sentada en el piso, perdida, sin emociones, hasta que su celular vibró. Era Claudia, su más cercana amiga. Le cortó y recibió al instante un par de mensajes por whatsapp preguntando si estaba bien. No quiso responder. Pero eso la obligó a moverse en caso que a ella se le ocurriera ir a verla. Probablemente, estaba extrañada por inusual silencio que había mantenido desde hace más de 24 hrs. Cuando ellas solían hablar a todas horas.
Tomó una larga ducha, que no fue suficiente. Al salir aún sentía su cabello sucio. Su cuerpo se veía sucio, producto de los moretones ya formados, rasguños y cortes. Desnuda, en su habitación, con la toalla envuelta en el cabello, se miraba al espejo de pie que tenía, apreciando todas las múltiples marcas en su cuerpo, dándoles mentalmente un contexto. Los nudillos marcados en su teta izquierda, le recordaban al calvo que, al terminar una paja entre sus tetas, le tiró sin más un puñetazo en la teta. La otra tenía sus dedos marcados, de cuando le aprisionó las ubres para apretarlas contra su verga y pajearse con ellas. Estuvo un buen rato prisionera de sus recuerdos, cuando en un gesto de autómata, se agarró el pezón derecho y los estiró a más no poder hasta provocarse dolor. Fue la única manera de salir de ese trance.
Comió recalentados que tenía guardados en su refrigerador. Y dedicó un tiempo a contestarle a Claudia. Le dijo que estaba bien, que (como le había contado el día anterior) había tenido un “pituto” en la noche, que había estado muy bueno y que se había quedado en la fiesta… que había tomado mucho y había despertado con resaca. Aguantó las burlas de su amiga, que creyó todo lo que le dijo (no tenía porqué no creerlo) y la tomó por una parrandera incurable… incluso le insinuó que tenía sospechas de que ella se habría ido con un hombre… o más de uno. Y Marisa no lo negó (para diversión de Claudia). Quedaron de hablar otro día para que le contase con detalles aquella juerga de cuidado que su amiga había vivido. Así que al colgar, Marisa empezó a pensar en qué historia contarle, que satisficiera su curiosidad y la alejase lo más posible de lo que realmente había sucedido.
Creía no tener sueño, pero en cuanto se sentó a ver televisión y distraer la cabeza, cayó un en profundo sueño de 12 hrs, durante el cual la atacaron las imágenes del macho cabrío, de la teutona en su vestido de cuero, con látigos, con cadenas que la perseguían, que la acosaban, que la amarraban y la violaban. Se vio gozar con muchos hombres y mujeres, ser el centro de una gran orgía. Se vio como protagonista de cada uno de los actos sexuales ejecutados por sus compañeras durante la noche anterior.
Y despertó un par de veces llorando sin pena, sin saber porqué y volvió a quedarse dormida de la misma manera.
El shock duró mucho. Al lunes siguiente, no tenía más planes que quedarse en bata, en casa, con la tele encendida con infomerciales. Ella no quería pensar, no quería recordar, aunque no hacía otra cosa. Su cuerpo dolía de otras maneras que no había sentido antes.
En algún momento su teléfono sonó. Pensó que sería Claudia nuevamente, que tendría que inventar más excusas para no salir… Pero era otro número. Uno desconocido. Lo cortó una vez, dos veces, cinco veces. Hasta que, con molestia, contestó:
— Marisa
— ¿Qué desea?
— No me conoce, ni creo que me recuerde, estaba sentado hacia el final de la pasarela el sábado en la madrugada, cuando salió a hacer su show
— …
— Me conseguí su teléfono, porque quedé prendido de Ud, de su baile.
Marisa, repasó rápidamente en su cabeza todo lo demás que debe haber causado una impresión en ese hombre. Se preguntaba si alguna de las marcas en su cuerpo sería un recuerdo de él. Probablemente querría contratarla como puta ahora…
— Lamentablemente, me tuve que ir antes que terminaras tu actuación… espero no haberte faltado el respeto. Me dijeron que estuviste espléndida…
Eso lo cambió todo… ¿Sería cierto?
— A pesar de la resistencia de nuestra productora (por favor, no te molestes con ella, tuve que amenazarla para que me diera tu teléfono … ja, ja, ja!), necesitaba ubicarte, porque quiero volverte a ver. Te invitaré a cenar a un restaurante que sirve unos platos de autor, de un chef koreano…
Marisa lo escuchaba hablar, tratando de racionalizar todo lo que le decía. Era uno de esos ejecutivos bien trajeados (probablemente bastante mayor que ella), parte de alguna clase de sociedad turbia, organizadora de orgías y eventos sexuales bizarros (no habría estado en su show, pero seguro presenció todos los otros). Intentó negarse, pero no lo consiguió, el hombre que le hablaba con rasposa voz, de fumador, con un cierto acento rioplatense y tremendamente seguro de cada palabra que usaba, era imposible de rechazar. Casi no la dejaba hablar, con un lenguaje florido y muy entretenido que terminó imponiéndole no sólo aceptar su invitación, sino que salir con él esa misma noche y ponerse el vestido que él le haría llegar a la dirección de su casa, que se sintió obligada a dar.
Colgó sin saber muy bien qué había hecho. Estaba en un estado detestable. Con pocas energías, molida, moreteada por todos lados. Pero no sólo había aceptado, si no que al final de la conversación, hasta se había mostrado animada con aquel desconocido, como si de verdad tuviera ganas de encontrarse con él.
En eso, volvió a sonar su celular, era Claudia en un nuevo intento por juntarse a charlar…