Ocurrió en Venecia

La Divina arqueó la espalda. Su respiración se aceleró. Cogió las sabanas con las manos, y le dijo:

Fueran en vuelos diferentes y quedaran en encontrarse a las seis de la tarde en el Puente de los Suspiros.

A las seis menos cuarto, en el puente, estaba el maduro, un hombre con buen aspecto físico, esperando por la Divina. Vestía unos pantalones vaqueros, una camisa blanca y calzaba unas botas marrones.

Bajo el puente pasaba una góndola con el gondolero y dos enamorados cuando la vio venir. Vestía sobriamente, pero sin lujos. Calzaba unos zapatos negros de tacón de aguja. Al llegar a su lado, con dulce voz, le dijo:

-Hola. ¿Cómo estás?

-Ahora bien. Antes estaba nervioso.

-Pues yo antes estaba bien y ahora estoy nerviosa.

El maduro, la besó. La Divina lo correspondió. Fue un beso largo y dulce. A ninguno de los dos les importó el "que dirán" de la gente que pasaba por el puente.

Caminando hacia el hotel Rialto, la Divina, le dijo:

-A ese beso sólo le faltó acabar con un te quiero.

Él maduro le respondió:

-Un te quiero no correspondido puede dejar a alguien herido, y te lo digo como lo siento.., a veces, esta aventura me queda muy grande.

La Divina, sorprendida, le preguntó:

-¿Por qué?

-Por que te veo demasiado grande par tener una aventura conmigo. Las princesas no suelen tener aventuras con plebeyos.

-¿Lo de grande lo dices de verdad o lo dices por adularme?

-Lo digo cómo lo siento, y siento que por ser tú tan grande, acabaré sufriendo

Siguieron hablando de sus cosas...

Horas más terde, la Divinam salió del baño de la habitación del hotel Rialto cubierta por un picardías transparente bajo el que no llevaba ropa interior.

El maduro, que estaba desnudo bajo una sábana, supo en aquel momento que tenía que saborear aquella preciosidad. Tiempo habría para el coito, así que mientras se acercaba a la cama, le dijo:

-Me gustaría recorrer cada rincón de tu cuerpo, cariño.

La Divina, se metió en la cama, le dio un piquito, y le dijo:

-Esta noche soy sólo tuya. Haz conmigo lo que quieras.

El maduro, echado a su lado, le quitó el picardías, la besó en la frente, en los párpados de los ojos, en la punta de la nariz, en el mentón, le besó y lamió el cuello. Le sopló suavecito en una oreja, y le susurró al oído:

-¿Entendiste lo que te dije de que mis apegos se hicieran mayores de edad?

La Divina, bajó la mirada, y le respondió:

-Yo también te tengo cariño, si no te lo tuviera no estaría aquí.

El maduro le besó y le mordisqueó los lóbulos de las orejas, después la besó en la comisuras de los labios, metió la puntita de la lengua en ellas. La Divina abrió la boca y sus lenguas se acariciaron y chuparon al darse ricos besos... Al rato le cogió un brazo, se lo acarició y se lo besó de arriba abajo deteniéndose en el interior de los codos, después le besó las palmas de las manos, el dorso y los dedos. (hizo lo mismo con el otro brazo) Le besó y lamió las clavículas. Llegó a los senos, unos senos grandes y bellos, acarició las areolas por los bordes con dos dedos. Los pezones aún se pusieron más duros de lo que ya estaban. Cogió con dos dedos cada uno y los presionó de abajo arriba, los mordisqueó y los succionó. Le magreó y mamó los senos. Jugó con ellos más de diez minutos. Luego bajó a su ombligo y le dio besitos y hizo círculos con la punta de la lengua dentro de él... Besó y lamió su vientre y su bajo vientre. (La Divina ya gemía) Al sentir el aliento del maduro sobre su chochito mojado abrió las piernas..., pero el maduro bajó besando y lamiendo sus muslos, sus ingles, sus tobillos y sus pies. Después de haber besado y lamido las plantas de los pies y de besar y acariciar los dedos, le dijo:

-Date la vuelta, cielo.

La Divina se dio la vuelta, el maduro besó acarició y lamió su cuello, su nuca y sus hombros, después bajó besando, acariciando y lamiendo su espalda hasta llegar a sus ancha nalgas, se las besó y le dio pequeños mordisquitos... Se las abrió con las manos y le lamió el periné... después jugó con el ojo ciego lamiendo y metiendo la puntita de la lengua dentro, al tiempo que le daba unas cariñosas nalgadas... A los diez o doce minutos, le dijo:

-Ponte hacia arriba, princesa.

La Divina se dio la vuelta. Su excitación se reflejaba en sus pezones erectos y en su cara colorada. Le dijo:

-Tus palabras son órdenes.

Después de que la Divina se diese la vuelta, el maduro metió la cabeza entre sus piernas, lamió su vulva de abajo arriba con la lengua plana como si estuviera lamiendo una piruleta. Lamió sus labios mayores... En los menores, con la punta de la lengua, hizo un senderito yendo de abajo hacia arriba... iba lento y rozándolos suavemente al principio para ir aumentando la presión y la velocidad paulatinamente, después le metió la lengua dentro de la vagina y a continuación dos dedos en la entrada. La Divina arqueó la espalda. Su respiración se aceleró. C girdo ogió las sábanas con las manos, y le dijo:

-¡Me voy a correr, cariño!

El maduro hizo movimientos circulares con la punta de la lengua sobre su clítoris... Volvió a lamer los labios menores. Los chupó, sin dejar de acariciar su cuerpo, un cuerpo con una suave piel color café... Mientras estimulaba los labios, acariciaba sus ingles, sus brazos, sus senos, su abdomen..., cosa que no parara de hacer desde que empezara a comerle el chochito.

El maduro removió con un par de dedos el capuchón de abultado clítoris y con la punta de su lengua le lamió el glande de abajo arriba, alrededor, hacia los lados y en círculos, al tiempo que sus dedos estimulaban el punto G. La respiración de la Divina aumentó. Arqueó la espalda. Sus gemidos dieron paso a los jadeos, agarró las sabanas de la cama con fuerza... La lengua del maduro emulaba a un vibrador, y de los labios de la Divina, mientras se estremecía, salió un grito:

-¡¡¡Me corro!!!

De su chochito salieron jugos transparentes y dulces.

El maduro saboreó con delicia aquella corrida celestial, pues para él, se estaba corriendo su ángel.

Quique.