Ocurrió en 1988

Aunque hace mucho tiempo de ello, aún me gusta recordar cómo fui una viuda "alegre".

Ocurrió en 1988. Yo llevaba tres años casada con Eustaquio, un hombre que en ese tiempo no se portó en absoluto bien conmigo. Me maltrató en todos los sentidos y menos mal que en ese tiempo no me quedé embarazada de él. No deseaba un hijo de semejante tipo, si bien yo estaba segura de tener un instinto maternal muy desarrollado. Para colmo no estábamos en consonancia por lo que al sexo se refería, aunque yo hiciese esfuerzos por que las relaciones fueran satisfactorias y él no llegara ni tan siquiera a activarse. Era albañil y un buen día (para mí, no para él) cayó de una tercera planta de una construcción en la que trabajaba. Murió y quedé viuda. Él trabajaba para una empresa que era propiedad de un tal don Lorenzo Moralga que era un explotador y un empresario dado al fraude. Todo lo tenía calculado para no indemnizarme como viuda de una victima de accidente laboral y por si fuera poco le adeudaba cuatro mensualidades a mi marido. Fui a reclamárselas al muy ladrón y me prometió pagárme-

las mientras me miraba de arriba a

abajo de manera obscena, pero que yo debía ir a cobrar esa tarde a una dirección de las afueras de la ciudad donde él supuestamente tenía una oficina. En eso quedamos pues. Y esa tarde me dirigí a aquel lugar toda vestida de luto con intención de parecer seria, de haber querido mucho a mi marido y estar desconsolada por su muerte. Ese don Lorenzo era un ladino, de los que adivinan los deseos de una mujer a primera vista. Al llegar comprobé que no se trataba de una oficina, sino de un nidito de amor lejos de donde él vivía con su mujer y sus hijos. Reclamé las cuatros mensualidades, pero él me dijo que no me las pagaría a no ser que fuese cariñosa con él y que en ese caso me daría un veinte por ciento más de lo acordado. Nunca pensé en prostituirme para sobrevivir,

pero necesitaba aquel dinero. Reflexioné durante pocos segundos y me dije a mi misma que merecía la pena, que el tipo, aunque grosero, podía darme un rato de enorme placer. Así que cedí a sus peticiones tumbándome en la cama y abriendo mis piernas para que pudiese ver mis bragas y mis portaligas, mientras él empezaba a acariciarme los tobillos y ascendía hasta donde yo guardaba el tesoro de mi feminidad. No se descuidó don Lorenzo en bajarme las bragas y empezar a acariciarme el coño mientras nuestros labios se pegaban para besarse y yo le animaba a bajarse los pantalones tal era el deseo de polla que esta que lo cuenta tenía. Creo que Lorenzo se extrañó un poco de mi escandalosa receptividad y hube de explicarle que con mi difunto marido hacía ya mucho que nada de nada y que como me había hecho tantísimo sufrir, pues esto de hacerlo con su jefe, que era la persona a la que Eustaquio odiaba más en el mundo era como una revancha. De modo que Lorenzo se animó bastante y me confesó que él hacía tiempo que tampoco nada de nada ya que su mujer era una

frígida de cuidado. No hubo de ese modo demasiado preámbulo ni sexo oral como quizá hubiera yo deseado, porque era mucha nuestra desesperación y ganas. Se situó tras de mi en la cama y alzó mi pierna izquierda buscando el hoyo sagrado para hundir su báculo que se deslizo por la cueva húmeda sin resistencia alguna, como el cuchillo de untar con la hoja candente que atraviesa la porción de mantequilla derritiendo la sustancia a su paso. Dimos paso a un vaivén delicioso todo fuera por las cuatro mensualidades y el veinte por ciento más, sin desde luego despreciar el gusto que producía tener una buena polla dentro que me hiciese arder como hacía tiem-

po que no me su-

cedía. Aquel que

explotó a mi ma-

rido y nos hizo pasar hambre, ahora me estaba saciando de lo que yo venía pidiendo a gritos

desde hacía años.

Lorenzo gozaba, pero quería más y pronto me descabalgó ya que temía correrse demasiado pronto, y la verdad es que yo no quería tener que aguantar ni una eyaculación precoz más: había tenido suficiente con mi marido. Antes de buscar otra postura nueva Lorenzo me preguntó que si tomaba la píldora como anticonceptivo y le dije que sí mintiéndole, pues no quería que aquello se convirtiese en

un inconveniente que nos cortase el rollo, tal y como hoy día se suele decir. Además yo quería sentir un buen chorro de semen en mis entrañas; si me quedaba embarazada sería cosa del destino. Se tumbó boca arriba y yo me volví a incrustar su verga dándole la espalda, esta vez en busca del ansiado orgasmo final que se produjo entre violentos vaivenes de mete y saca y gemidos estruendosos.

Quedé embarazada de Lorenzo no sé si esa vez o alguna de las veces que siguieron en las siguientes semanas. Era un hombre que ganaba el dinero a espuertas y se hizo cargo de mi hijita y de mí a espaldas de su familia oficial. Casi veinte años después sigo siendo su otra "esposa" y he conseguido con el tiempo que sea un empresario honrado. Y por supuesto, lo más importante: follamos con gusto igual que el primer día.