Ocultos en la cala

(Un secreto muy bien guardado) Un hombre maduro y un joven se prometen amor para siempre.

Ocultos en la cala (Un secreto muy bien guardado)

1 – Una llamada-regalo

  • ¡Hola David! – contesté con alegría - ¿Dónde estás?

  • Haciendo las galas, Tino – dijo -; te llamo desde el hotel de Nueva York porque intento localizar a Nati y está fuera de cobertura.

  • ¿Y puedo ayudarte en algo?

  • Más bien – respondió riendo - voy a ayudarte yo a ti, creo ¿Estás en tu casa, verdad?

  • ¡En mi casa! – respondí -; supongo que ya sabes que tengo una dolencia en la garganta y me ha dicho el médico que la deje de reposo un par de meses.

  • Algo de eso sé y lo siento – bajó la voz - ¿Pero…por qué no te vas a tu casa en la costa?

  • No me apetece irme allí – le dije muy serio -; casi estoy pensando en venderla y comprar otra. Le he cogido asco.

  • Pues… ¡no jodas! – dijo -, porque te ofrezco ahora mismo mi casa de Mallorca ¡Ya estás allí!

  • ¿Qué? – me incorporé del susto - ¿Cómo se te ocurre eso?

  • Porque, evidentemente está vacía – dijo – y he pensado que no te vendría mal un cambio de aires. Allí tienes de todo, ya lo sabes. Aprovecha los 15 días que quedan y desaparece del mapa. Si te quedas en casa, no van a dejarte tranquilo.

  • Ya, ya – miré a la puerta -; tengo a un par de tíos esperando verme salir para hacerme fotos. Tengo que estar encerrado.

  • Pues llamaré a Nati más tarde – me explicó -, ella te llamará a ti y quedáis discretamente. Te dará el carné para entrar en la urbanización, las llaves y algunas cosas más que te harán falta. Allí tienes de todo. Ya te dirá Nati los horarios del servicio y otras cosas.

  • Cuando vuelvas – le dije -, déjame invitaros a una buena cena. No esperaba esto. Te lo acepto porque no conozco otro lugar más maravilloso para descansar y quitarse del medio.

  • ¡No tiene importancia! – dijo -;no vamos a usarla y tú la necesitas. Nadie pensará que estás allí. Y tienes a Aurora y a Quico al lado. No vas a estar solo. Rafa está por Alemania, según creo, pero ellos están allí.

2 – Llegada a Doña Margarita

No puedo negar que el viaje desde el aeropuerto de Palma hasta la urbanización se me hizo largo y pesado. Por fin, llegamos al lugar donde está la barrera de entrada. El conductor mostró el carné y el guarda miró hacia adentro extrañado de que fuese yo y no David. Subimos por la carretera de pinos que arrojaban una sombra deliciosa y pude ver algo del mar, allá abajo, a la derecha, que me preparó para los días que pensaba descansar.

Al llegar a la casa (Doña Margarita, a la derecha del camino), se abrió la gran puerta metálica. Miré alrededor y me pareció que nadie me veía entrar allí. Cuando me bajé del coche, la brisa y el olor a pino comenzaron a hacer su efecto. Mientras Braulio dejaba el equipaje en el dormitorio principal, atravesé el salón hasta las cristaleras. Recordaba aquella espléndida vista y abrí las puertas para que entrase algo de viento marítimo. Salí un poco a la terraza y me fijé en las escaleras serpenteantes que bajaban unos 30 metros, pegadas a las rocas, hasta la cala que pertenecía a la casa. Me pareció que iba a estar más tiempo allí abajo que arriba.

Me refresqué y me puse mi bañador ajustado. Tomé un refresco y metí algo de fruta en una pequeña nevera que tenía David para eso y algunas otras cosas en una bolsa. Salí a la terraza y comencé a bajar escalones. El camino era largo y luego había que subirlo, pero merecía la pena bañarse en aquellas aguas celestes.

Cuando llegué abajo, casi al medio día, clavé la sombrilla en la arena y puse mi toalla de baño bien extendida. Me quité el bañador y me puse a untarme la crema protectora. Luego, me eché tranquilamente en la sombra hasta que noté calor. Me levanté y me introduje con dificultad en las aguas heladas. Tomé un baño reconfortante y, cuando iba hacia fuera, me pareció ver algo moverse entre las rocas de la casa de más abajo; la de Rafa, a la izquierda. Por más que miré, no vi nada.

Volví a echarme boca abajo en la toalla un poco y casi me quedo dormido. Tenía los ojos entreabiertos, cuando me pareció oír levemente unos pasos y noté una sombra que se acercaba. Me giré de prisa pensando en algún fotógrafo indiscreto, pero encontré allí a Quico, el chico de Rafa, mirándome asustado.

  • ¡Oh, lo siento, Tino! – me dijo -; me extrañaba que fueras David.

  • ¡No, chaval! – no podía levantar mucho la voz -; por desgracia me vas a tener a mí de vecino unos días.

  • ¿Te has venido a casa de David a pasar unos días? – preguntó sentándose -.

  • Sí – le respondí -; yo no puedo hacer galas y me ha dejado su casa ¿Y tu padre?

  • ¡Pues igual que David! – contestó indiferente -; haciendo galas.

  • ¿Piensas quedarte ahí sentado al sol? – le pregunté - ¡Te vas a quemar! Siéntate aquí a la sombra.

  • ¿Sabes que ya he terminado los estudios? – dijo -; mi padre me ha regalado un coche, pero hasta que no volvamos no voy a poder estrenarlo.

  • ¡Disfruta del verano! – le dije -; ni tu coche ni tus amigos van a desaparecer de allí.

  • Es que aquí – me explicó -, mi padre no aparece y mi madre no me deja salir a la calle ¿Vienes solo?

  • Sí, vengo solo – exclamé - ¡Y bien mayorcito que eres ya para salir a dar tus vueltas de noche!

  • ¡Es igual! – se conformó -; si no tengo ganas de bajar solo hasta aquí abajo, me baño en la piscina. Luego me paso todo el día jugando a la Play.

  • Ni esta cala es la tuya – le dije – ni tienes ya edad para perder el tiempo con esos juegos. ¿No te gustaba tocar la guitarra? ¡Haz ejercicios! A tu padre le gustará.

  • ¿Te molesta que me haya pasado a esta cala? – preguntó avergonzado -. He visto que estabas tú.

  • ¡No, hombre!, te aseguro que no me molesta – me incorporé un poco -; échate aquí a la sombra.

Le hice sitio en la toalla y se echó junto a mí sonriéndome.

  • ¡Hacía mucho tiempo que no te veía, Tino!

3 – Un chaval especial

Hubo unos momentos de silencio y lo miré. Estaba muy guapo, como su padre. Su pelo castaño, algo largo y anidado, se mecía con el viento.

  • ¿Te has puesto crema protectora? – le pregunté - ¡Acabarás quemándote! ¡Toma! ¡Póntela!

  • Mi madre me la pone ¿sabes? – se quedó mirando el bote -; soy un inútil para estas cosas ¿Te importa untármela tú?

Me miré disimuladamente. No podía levantarme ni incorporarme demasiado; estaba en pelotas.

  • ¡No sé! – le dije -. Te untaré la espalda. Lo demás es fácil.

  • ¡Ya veremos!

Tomé el bote, me incorporé un poco y me eché crema en la mano. Puse la pierna de forma que no se me viera nada y comencé a untarle por el cuello. Cuando fui bajando más y más, la espalda comenzaba a llegar al bañador y yo a sentirme un poco raro. Nadie sabía nada, pero cuando Rafa y yo éramos más jóvenes, tuvimos una bonita aventura y, sinceramente, me parecía volver a estar viendo su cuerpo en aquella época.

  • ¡Ea, Quico! – le dije – Ya está. Lo demás te lo puedes untar tú, ¿no?

  • ¿Y me vas a dejar lo demás sin proteger? – me miró extrañado -.

Siguió boca abajo pero, apoyándose en las rodillas, se levantó un poco y se quitó el bañador. Creo que me quedé como un idiota mirándolo.

  • Sigue si no te importa – dijo -, es que si no, luego se me queda toda esta parte blanca.

Tomé el frasco e intenté quitarle importancia al asunto, pero mis manos iban a tener que untarle las nalgas y las piernas. Comencé a notarme excitado. Fui hablándole de cosas sin importancia, pero mi mano estaba pasando por su culo. Cuando llegué a la entrepierna, abrió un poco los muslos. Se suponía que pensaba que yo iba a untarle también por allí. Lo hice, pero tuve que mantener mi mente ocupada en otras cosas.

  • ¡Sé que es una molestia para ti, Tino! – me dijo -, pero yo te la untaré luego. Es más cómodo.

  • ¡Sí! – no sabía qué decirle - ¡Es más cómodo!

Cuando terminé de untarle hasta los pies, fui a ponerme otra vez boca abajo para que no me viera totalmente desnudo, pero comenzó a darse la vuelta y se puso boca arriba ¡Dios mío! Yo ya no iba a poder soportar aquello. Dejé el bote a un lado y me eché sobre la toalla.

  • ¿No vas a terminar de untarme? – me preguntó extrañado -.

  • Hmmm ¡Ah, sí, Quico! – me incorporé un poco - ¡Vamos a terminar la faena!

  • ¡Gracias!

Comencé a ponerle crema en la cara y la extendí muy bien. Luego, mi mano bajó hasta su cuello y su pecho. Cerró los ojos como si nada pasara, pero yo tenía que ir levantándome cada vez un poco más y estaba empalmado. Cuando llegué al ombligo y vi su polla medio erecta, volví a soltar el bote a su lado.

  • ¡Bueno, Quico! – le dije -; supongo que esas partes preferirás untarlas tú.

  • ¿Te da asco?

  • ¡No, por Dios! – le dije -, pero lo más normal es que tú te des por ahí las friegas.

  • ¿Lo más normal? – me miró confuso - ¿Te da vergüenza untarme por ahí?

  • ¡No, no! – le dije -; pero cada uno tiene sus costumbres

  • A mí me da igual – contestó -; me gusta que me toquen ¡No todo el mundo, claro!

Evidentemente, yo no parecía estar dentro de «todo el mundo». Siguió echado con las manos bajo la cabeza y disimulé mi interés, que lo tenía, en acariciarle aquellas partes de su cuerpo. Fui bajando, aún con más cuidado y con lentitud hasta que empecé a meter mis dedos entre su vello púbico. Cuando comencé a untarle por las caderas, me pareció que se le movía la polla levemente. Luego, tragando saliva, se la cogí y le hice un suave masaje bajando hasta los huevos. Ni se inmutó, aunque sí que me pareció que se había empalmado. Llegué hasta los pies y volví a mi posición inicial.

  • ¡Vamos, levanta! – dijo - ¡Ahora me toca a mí!

  • ¿De qué hablas? – le pregunté asustado -; yo ya me he puesto la crema hace un rato.

  • Ya lo sé – contestó -; te vi desde las rocas.

Me quedé mudo y, sin pensarlo más, dejé caer mis brazos a lo largo de mi cuerpo.

  • ¡De acuerdo, Quico! – dije resignado -; úntame.

Comenzó un masaje muy suave por el cuello y fue bajando por la espalda. Noté que me untaba más despacio las nalgas y, en cierto momento, me dio unos cachetes. Me eché a reír.

  • ¿Te hace gracia que te dé dos cates? – preguntó mirándome -; tienes un culo muy bonito para tu edad.

  • ¿Me estás llamando viejo?

  • ¡No, hombre, Tino! – se excusó -, pero es que eres casi tan mayor como mi padre. Yo a él le unto el protector y no tiene este culo.

  • ¿Ah, sí? – volví la cabeza -; me gusta que seáis una familia sin pudores.

  • Lo somos – dijo -, pero es que a mí me gusta untarte a ti.

Me dejó un buen rato mudo hasta que llegó a mis pies.

  • ¡Venga, Tino! – alzó la voz - ¡Date la vuelta!

A pesar de que sabía lo que iba a ver en el otro lado de mi cuerpo, rodé sobre la toalla y me pegué otra vez a él.

  • ¡Jo, tío! – se sorprendió - ¡Vaya empalme que tienes! ¿Es de tocarme?

  • ¡Mira, Quico! – no sabía cómo hablar -; no todos los días se hacen estas cosas.

  • ¡Ya lo sé! – respondió muy serio - ¡Tengo mucho morro! Pero la verdad es que esperaba que me dieras un masaje un poco más largo y dártelo yo a ti.

  • ¿Qué dices? – me incorporé - ¡Si se entera tu padre me mata!

  • ¡No! – contestó -; el único que puede decírselo soy yo y no voy a decírselo.

Siguió masajeándome el pecho hacia abajo y me la cogió visiblemente ilusionado.

  • ¿Cuándo te voy a poder untar otra vez? Sólo te estoy viendo así aquí. Siempre te veo vestido y en casa.

  • ¡No sé, Quico! – le dije -; no me molesta, en serio, pero no quiero malos rollos con tu familia.

  • ¡Quédate sentado! – me dijo misteriosamente - ¡Voy a sentarme a tu lado! La sombrilla nos tapa.

Echó su mano hasta mí y comenzó a acariciarme los huevos. Me quedé perplejo mirando su perfil.

  • ¡Venga, Tino! – me dijo - ¡No tengas miedo, no pasa nada! ¡Cógemela!

No sé cómo ocurrió aquello en tan poco tiempo y recién llegado, pero mi mano se fue directamente a su polla y comenzamos a hacernos una paja. Poco después, volvió su cara y, con la otra mano, tiró de mi cuello y comenzamos a besarnos. Ya todo había empezado. No pensaba parar.

  • ¡Te veo a la tarde, Tino! – gritó ya corriendo -; me iré directamente a la casa.

Recogí todo hipnotizado, subí despacio y me refresqué antes del almuerzo. No podía pensar que aquello hubiese sido cierto.

4 – La tarde en casa

Llamó a la puerta y, como ya estaba solo, fui a mirar. Veía su rostro en la pequeña pantalla, así que le abrí sin preguntar. Luego le abrí la puerta y esperé a que entrase. Cuando cerré la puerta, se volvió hacia mí con la vista un poco agachada y tiré de su barbilla hacia arriba.

  • ¿Te pasa algo? – pregunté -.

  • ¡No! – dijo -; pero esperaba que me dieras un beso.

  • ¡Ven aquí, guapo! – extendí mi mano -; tengo que confesarte que no soy muy besucón.

Nos besamos y abrazamos y comencé a notar que tiraba de mi bata hacia abajo. Me separé de él y le sonreí.

  • ¿Vamos a estar vestidos todo el tiempo?

  • ¡Pues no! – le dije -; estoy así porque acostumbro a estar en bata y aquí no hace calor.

Abrí el cinturón y dejé caer la bata al suelo quedando desnudo ante él. Se sacó la camiseta por la cabeza y se quitó las calzonas. Ya estaba empalmado.

  • ¿Nos sentamos juntos en el sofá? – le acaricié la cintura - ¡Hay una vista preciosa del mar!

Allí nos sentamos muy pegados y acariciándonos levemente los brazos y las piernas.

  • ¡Jo, espera! – me levanté - ¡Ahora me meo!

Me fui hacia el baño del dormitorio, encendí la luz y me puse orinar, pero me había seguido y estaba allí mirándome pícaramente.

  • ¿Qué pasa? – me reí - ¿No has visto nunca a nadie mear?

  • ¡Sí!, pero quería verte a ti. Además yo también me meo.

Se acercó frente a mí y, cogiéndosela, comenzó a orinar. Yo acabé poco antes, pasé mis dedos por su polla y di la vuelta hasta estar detrás de él. Lo abracé y agarré su mano hasta que terminó. La escurrió bien y la soltó sin moverse. Entonces se la cogí y comencé a acariciársela. Su culo se movió hacia atrás hasta apretarse contra mi polla que comenzaba a reaccionar. Noté dentro de mi mano cómo se le iba poniendo dura y comencé a movérsela. Echó las manos hacia atrás y me agarró por los muslos pegando mi polla cada vez más dura a su culo. Se agachó bastante y empujó hacia atrás. Abrí bastante las piernas, lo agarré por las cinturas y comencé a apretar.

  • ¿No te parece que esta es una postura poco cómoda? – pregunté susurrando - ¡Podríamos irnos al sofá o a la cama!

  • Lo sé – susurró también -, pero me gustaría hacerlo aquí. Para irse a la cama hay tiempo.

  • ¡Sí, sí, Quino! – me incliné sobre él - ¡Hay tiempo!

Me agaché y abrí sus nalgas. Su culo era muy rosita y sin pelos. Le unté saliva, lo besé, me puse en pie y saqué más mi polla hasta el lugar apropiado. Comencé a apretar con cuidado y sentí como iba entrando la punta.

  • Puedes apretar sin miedo – dijo -; no es que me hayan follado mucho, es que yo mismo me meto todo que encuentro.

Me hizo gracia lo que decía, pero tenía razón. Empujé uniformemente y, aunque no lo podía creer, la vi metida entera en su culo. Comencé a moverme sin dejar de mirar cómo entraba y tuvo que agarrarse a la pared. Él mismo hacía movimientos para que entrase y saliese. No se incorporó, sino que seguí agarrado a sus caderas follándomelo y viendo como entraba y salía con toda facilidad.

  • ¡Quico, Quico! – dije como pude -; no aguanto más. Tienes un culo perfecto. Voy a correrme pronto.

Entonces empezó a moverse aún más y tuve que curvarme. No podía soportar tanto placer. Comencé a descargar leche mientras empujaba jadeando y con las piernas temblonas y, cuando fui a cogérsela, se había corrido.

Se la saqué despacio, se volvió y nos besamos un buen rato. Me lavé bien y estuvo mirándome pendiente de cada movimiento y sonriendo. Volvimos al salón, nos sentamos y apoyó su cabeza y su mano en mi pecho.

5 - Un secreto bien guardado

  • Esta mañana vi entrar el coche de David aquí – me dijo despacio -. Asomándose muy al borde del acantilado de mi casa, se ve algo de esta. Me sorprendí al verte asomado a la terraza, pero no sabía si venías acompañado, así que bajé a nuestra cala y fui pasando por las piedras hasta esta. Es peligroso ¿sabes? Hay erizos. Te vi solo y comprendí que era imposible que David estuviese aquí. Te vi poner la sombrilla, untarte la crema, descansar un poco y tomar un baño. Al final, me decidí a acercarme a ti.

  • No sabía que yo te gustase, la verdad – dije -, pero tú me encantas. Desde que te vi tan crecidito empezaste a gustarme mucho, pero eres hijo de un amigo mío.

  • No te molestes, Tino – me miró sonriente -, sé que eres gay. No hubiera dado un paso como el de esta mañana sin estar seguro. Mis padres están casados, pero tú eres soltero. Me encantas. No pensaba que un día podía hablar de estas cosas o estar contigo. No sé lo que siento por ti, pero me hago pajas todos los días. Cuando me quedo aquí en verano… ¡Me aburro mucho, Tino! Lo que pasa es que si vas a estar unos días y luego te vas

  • ¡No sé! – le acaricié los cabellos -; ya que sabemos lo que pasa entre nosotros…podemos vernos ¿no? Yo estaré hasta finales de agosto; estaremos juntos. Cuando volvamos, podemos seguir viéndonos. Tengo una casa muy bonita allí. Podrías escaparte cada vez que quisieras.

  • Pero tienes que prometerme una cosa – dijo -.

  • ¿Qué cosa?

  • ¿Me quieres?

  • ¡Por supuesto! – lo miré de cerca - ¡Me encantabas cada vez que iba a veros a casa, pero estaba deseando de pillarte y sin esperanzas! Ahora te tengo y me tienes ¿Cómo quieres que no te quiera?

  • Es que quiero que me quieras para siempre.

  • ¡Mira, Quino! – lo tomé por los hombros -. Aún eres joven para comprender esto, pero un día me darás la razón. Yo ahora mismo siento el deseo de tenerte para siempre conmigo. Noto un pellizco cuando te veo. Eso es muy buena señal. Te quiero, seguro. Imagino que te pasará algo igual.

  • Sí – contestó algo serio -, cuando ibas a casa me hacía cosquillas la barriga y, cuando te ibas, me encerraba en el baño llorando a masturbarme y pensando que nunca te iba a tener.

  • Pues ya ves que eso no ha sido así – lo besé -; pero eso mismo pasa con otras cosas. Yo soy lo suficientemente adulto para comprometerme a estar siempre contigo, pero tú eres un joven que tienes que conocer aún a mucha gente; a chicos de tu edad que te gustarán muchísimo.

  • ¡No voy a dejarte por un chico de mi edad! – dijo casi molesto -; me estoy entregando a ti y quiero saber si tú te entregarías para siempre.

  • ¡De acuerdo! – le tomé las manos - ¿Dónde hay que firmar?

  • ¡No, eso no! – se echó a reír -; yo sé que los papeles no sirven para nada.

  • No voy a hacerte infeliz – puse mi mejilla pegada a la suya -, si es eso lo que piensas, pero antes me dejarás tú a mí que yo a ti.

  • ¿No confías en mí? – me apretó más contra él -.

  • ¡A ciegas! – le dije con las lágrimas aflorando -; conozco a tu padre y sé que es un hombre fiel. Tienes que haber salido a él.

Quino no sabía que su padre, a su edad, me había prometido fervientemente fidelidad hasta la muerte. Me abandonó sin explicaciones. Ahora estaba casado y todo aquello se estaba repitiendo con su hijo. A pesar de haberlo pasado muy mal durante dos años, casi a la muerte, salí adelante, pero no tuve más que aventuras con uno y folleteos con otros. No quería que me pasara lo mismo con Quino, así que me conciencié. Me comprometí en ese mismo momento y él se echó llorando en mis brazos. Lo cogí a hombros y me lo llevé al dormitorio.

  • Vamos a follar en señal de nuestro compromiso.

  • Sé que no me engañas – dijo – algo me lo dice. Te necesito.

  • Échate en la cama – le dije - ¡Voy a comerte la polla!

  • ¡Jo! – exclamó -, ¡eso no me lo han hecho nunca!

  • ¿Ves? – comencé a prepararme - ¡Este puede ser el símbolo de nuestra promesa!

Fuimos muy felices todos aquellos días escondiéndonos en la cala para bañarnos juntos en pelotas y follando una y otra vez sin cansarnos. Yo sabía que un día iba a dejarme por otro o por otra. Era el vivo retrato de su padre. No quise pensar en el futuro que me esperaba.