Octubre

Comienza otro curso

Octubre es un mes insustancial, gris y anodino. Es un mes que está ahí porque sí; no tiene nada en especial. No es Mayo y sus flores, ni Septiembre con la vuelta al cole, ni Diciembre con su Navidad, ni Agosto con sus vacaciones o Abril con las lluvias. Por decir algo, es el mes en el que se dice definitivamente adiós al verano y las hojas secas comienzan a caer.

Sin embargo, para mí Octubre significa el comienzo de un nuevo ciclo. Puede que porque soy profesor y mis años van de curso en curso. Y ya no sólo por mi trabajo, sino también como estudiante universitario que soy. Así que este mes insulso supone para mí un inicio, el origen de lo que va a suponer otro año más en mi vida. Nuevos cursos, nuevos retos y nuevas expectativas.

Y cada año no puedo evitar ilusionarme con los alumnos que me van a tocar. Aquí debo especificar que no enseño en colegios o institutos, sino que imparto clases a adultos en sendos cursos del INEM, Sindicatos, Escuelas de Idiomas o a nivel privado en una academia que llevo con mi socia. De cursos anteriores mantengo contacto con muchos alumnos y alumnos, e incluso con alguno o alguna se ha asentado una bonita amistad. Sin embargo, siempre he tenido la espinita clavada de llegar a ligar con alguno de mis pupilos.

Con tías sí que lo he hecho y hasta estuve meses saliendo con una de ellas, pero por razones obvias la cosa no podía cuajar. Pero con hombres nunca ha surgido. Es más, creo que jamás he tenido algún alumno gay. Con el truco de las preguntas de presentación el primer día de cada curso los alumnos van contando algo de su vida, y siempre está mi odiado “I´m married” (estoy casado) o “I´ve got two children” (tengo dos hijos). Así voy descartando posibles objetivos, aunque de todas maneras no puedo evitar sentirme atraído por alguno de ellos por ser realmente guapos.

Ello ha ocurrido más de lo deseable, pero siempre se me ha ido pasando por considerarlo completamente improductivo. Mismamente, en las pocas semanas que llevo este año ya he conseguido olvidar a Adrián y su look de oso y a Andrés y sus músculos. Y ha sido tan sencillo como que dijeran “porque mi novia no sé qué…” Otra vez sería. De Óscar, un entrañable padre y un atractivo ejecutivo, me costó más olvidarme porque salvo por el insignificante detalle de su heterosexualidad me resultaba el hombre perfecto. Pero bueno, no me voy a detener en todos y cada uno de ellos porque necesitaría muchas líneas, amén de acabar maldiciendo mi suerte.

Pero digo todo este rollo para que entendáis por qué uno de mis alumnos – Raúl – se ha convertido en casi una obsesión. Raúl quiere sacarse el FIRST, y vino a la academia con su hermana Laura a que mi socia les diera clases. Aquélla estudia segundo de Bachillerato y Raúl trabaja como Informático, pero tienen más o menos el mismo nivel. Desde el primer día que le vi me sentí fatalmente atraído. Tanto que llegué a descubrirme demasiado, aunque esta vez salió bien.

Digo esto porque fui lanzando señales que menos mal que Raúl supo interpretar. Por ejemplo, su ingenua hermana un día que pasé por su clase mientras mi socia estaba en el baño me preguntó que quién era más guapo, si ella o su hermano. En otra ocasión halagué una de sus camisetas y le rocé el pecho a conciencia. Y  otra vez le pregunté directamente si no prefería dar clases conmigo en vez de con mi colega. Gracias a Dios le pareció buena idea, y desde hace un par de semanas Raúl ha pasado a ser uno de mis alumnos. No el más guapo, la verdad, pero sí el primer gay. Tiene veinticuatro años, es moreno y se deja la barba de unos días. Aunque muchas veces ha venido con camisetas de tirantes, no se le ve muy fibroso, pero eso a mí me pone incluso más. Pero al margen de todo eso muestra un punto de inocencia que me tiene encandilado a la vez que me hace sentirme profundamente mal por haberme mostrado tan descarado, porque realmente no soy así.

El lunes que iba a ser nuestro primer día de clase llegó puntual con su hermana. Pero al ser primero de semana mi socia se lió a organizar horarios, preparar recibos y demás molestias administrativas, así que me pidió que me quedara con Laura también. Raúl y yo nos mirábamos y sonreíamos mientras su hermana hacía deberes, pero no fuimos más allá. Sin embargo, aquello fue suficiente para desvelar nuestros pensamientos. Su siguiente clase sería el miércoles, pero Raúl me preguntó si podía venir el martes.

-Yo mañana no puedo – dijo su hermana rápidamente.

-Da igual, Laura, vengo yo solo.

Y saqué un hueco de donde pude y el martes nos quedamos a solas por fin. Lo estaba deseando, la verdad, pero no supe cómo entrarle una vez le tenía allí a mi lado. Él estaba muy cortado también, así que nos centramos en el Inglés hasta que Raúl rompió el hielo.

-¿Y tú sales por aquí? Como nunca te he visto…

Fue una pregunta muy típica, pero muy útil. Me explicaba sus sitios de marcha favoritos hasta que dudando mencionó Chueca. Ya parecía estar todo claro. Sólo faltaba que yo le gustase.

-Yo es que a Chueca no suelo ir; no me entusiasma – le comenté.

-¿Y eso? – preguntó sorprendido.

-Hay mucha gente y no me va el ambiente.

-Ah – percibió algo decepcionado.

-El ambiente por el tipo de gente que hay – rectifiqué -. No porque no me vaya salir por sitios gays – aclaré.

Raúl sonrió.

-A la taberna irlandesa de detrás de la plaza suelen ir muchos gays. Cuando quieras vamos – me invitó.

-Cuando quieras – acepté.

-¿A qué hora sales hoy?

-Creo que acabo a las nueve, si no surge nada.

-Pues si te apetece nos tomamos una cerveza después.

-¡Genial! – pensé y exclamé.

Así que pasé la tarde sin parar de mirar el reloj deseoso de que llegara la hora de acabar y ver a Raúl. Mis alumnos se me hacían más pesados que nunca y las clases de lo más aburridas a pesar de que normalmente las disfruto mucho. Pero por fin le vi, esperándome en la puerta de la academia con ropa diferente a la que había traído esa misma tarde.

-Pero si te has cambiado y todo. Yo voy hecho un asco.

-Es que he ido al gym, y bueno, no iba a venir sudado y con el chándal – clarificó.

-Ah, que vas al gimnasio – pensaba que no.

-¿Por? – inquirió.

-No sé, no te veía pinta.

-Lo sé, estoy algo rellenito – dijo -, pero es que he empezado este año.

-No hombre no, no lo decía por eso. Y rellenito no estás.

-Según mi médico sí. Por eso me he apuntado al gym, no porque me guste.

-Yo lo odio, la verdad. Me aburre sobremanera.

-Ya, si vas solo es un rollo. Yo voy con un colega.

Me sentí decepcionado. Se me pasó por la cabeza que pudiéramos ir juntos. Es cierto que odio el deporte, pero para complementar la dieta no me vendría mal. Y más si iba en tan buena compañía. Porque Raúl resultaba de lo más agradable. Estuvimos hablando de un montón de cosas mientras nos tomábamos unas cañas. El tema pareja/amores/sexo no salió. Menos mal, porque últimamente he conocido a varios tíos que me han preguntado si había tenido pareja para desahogarse contándome sus desventuras con sus ex. Ni que me importara.

Raúl parecía prudente y sensato, a la par que bastante cortado. Sabéis que yo lo soy también, y si a eso le unimos los años que le saco y que además soy su profesor…De todas formas pasamos de las cervezas a una copa en aquel mismo bar, ya que según Raúl el “ambiente” se formaba más tarde. Un chaval con el pelo rapado y más cerca de mi edad que de la de Raúl nos interrumpió para saludarle. Me gustó mucho que mi alumno me presentara como un amigo suyo y no simplemente como su profesor de inglés que todavía era. Ni corto ni perezoso y mostrando una grave falta de consideración Gonzalo se sentó con nosotros sin haber sido invitado. Al girarse para pedirse una cerveza Raúl me miró con cara de disculpa.

El chaval ese no me cayó bien. Imaginé que se nos unió a la espera de encontrar algún plan mejor ya que iría al bar para ligar. El pobre Raúl no pudo darme explicación alguna, pues su amigo no paraba de hablar y no se movió del banco de madera. Cansado de él y del duro día de trabajo anuncié que me iba. Mi alumno me miró sorprendido y Gonzalo me invitó a quedarme un rato más quizá por compromiso. Ya estaba de pie, y aunque deseaba quedarme por Raúl, persistí en la idea de marcharme. Noté a mi nuevo amigo algo indeciso por saber qué hacer, pero finalmente se quedó allí no sé muy bien por qué.

Conduje a casa cabreado y arrepentido de haber estado en un bar de ambiente. Siempre me digo lo mismo. Será por mi carácter egoísta porque odio que las cosas no salgan como yo quiero, pero cada vez que estoy en un garito de ese tipo salgo bastante enfadado. Hubiese esperado un mensaje de Raúl, pero no tenía mi número. Pensé y sufrí lo menos posible y me dejé ganar por el sueño. No sería la primera ni la última vez que me ocurre, así que para qué darle más vueltas.

Me levanté ilusionado de todas formas porque esa misma tarde tendría clase con Raúl y quizá me diese una explicación. Pero al llegar su hermana a las cuatro de la tarde avisó de que Raúl no iría por motivos de trabajo. Me volví a enfadar conmigo mismo y mi mala suerte.

-Pero me ha dicho que te dé su número para que le llames y recuperar la clase – me dijo Laura -. Apunta.

Mi rostro recuperó la sonrisa. Le escribí raudo un mensajito por Whatsapp y tras disculparse por la noche anterior me volvió a invitar a tomar unas copas. De nuevo la impaciencia se apoderó de mi tarde y tras una larga jornada volví a ver a Raúl esperándome.

-Lo siento, tío –se disculpó -. Se nos acopló y no supe reaccionar.

-No te preocupes – dije únicamente.

-Le conozco del gimnasio y de haberle visto por aquel bar alguna vez – aclaró.

-Lo mismo fui yo quien te corté el rollo.

-¿Por qué dices eso? – me preguntó algo molesto (y con razón porque soy imbécil) -. No habíamos quedado ni nada. Y Gonzalo y yo sólo somos conocidos.

Aclarada la cosa decidimos marcharnos a otro sitio en el que nadie nos pudiera interrumpir. Raúl me estaba molando más de lo que hubiera podido imaginar. Es un chaval increíble. Lástima que sea tan joven. Pero bueno, la edad no me importó demasiado, y aunque por el comienzo de la historia se hubiera deducido que me lanzaría a por él, tuvo que ser Raúl quien diera el primer paso. Y no fue otro que darme un beso mientras caminábamos de vuelta al coche.

-Qué bien me caes – me dijo.

-Y tú a mí – le contesté soso.

-Y cómo me pones – me susurró.

-Y tú a mí – me repetí riendo.

Y al sentarnos en el coche nos besamos con más ganas y nos metimos mano. Un poco de sobeteo porque no era el lugar más adecuado. Esperé que propusiera algo porque la verdad es que yo me quedé un poco turbado y bloqueado y no encontré el lugar apropiado para acabar con lo que habíamos empezado.

-¿Tienes llaves de la academia? – preguntó avispado.

-Sí, pero Lily vive justo encima y si escucha ruido o ve luz…

-Es tarde, siendo inglesa estará ya dormida.

-No sé Raúl, me da palo. Entiéndeme.

-Tienes razón, a mí también me lo daría. Sólo es que quiero estar tranquilamente contigo.

-Y yo contigo, pero…

-Ya sé, el hostal de Pepe – sugirió.

-¿Un hostal? – pregunté asombrado porque no me lo esperaba.

-Sí, está al lado del irlandés y suelen ir muchos tíos que ligan en el pub.

-Quieres ir a saco, ¿eh? Te imaginaba más cortado.

-Bueno, si no quieres…

-Es que un hotel…No sé, no quiero ponerle pegas a todo, pero si nos ven…me conocen muchos padres.

-Es verdad. Pues nada, lo dejamos para otro día – dijo resignado.

-¿Y el hotel de la gasolinera? – propuse.

-El recepcionista es vecino mío…

-Jo tío, se ve que no es nuestro día.

-Eso parece – concluyó.

Así que le dejé en la esquina de su casa para que pudiera despedirse con un beso sin ser visto por algún vecino. Se iría con el calentón al igual que yo, pero quién me iba a decir a mí que al final acabaría follando esa misma noche. Y es que, al parar en el semáforo de la plaza me crucé con Gonzalo, el tipo que nos cortó el rollo la noche anterior. Le saludé desde mi asiento y él ya se había percatado de que el del llamativo descapotable era yo. Se acercó y me preguntó que si iba para el pub. Le dije que me marchaba ya para casa y aún así me quería invitar a una copa. Obviamente acepté, pero la verdad es que el rato que estuvimos en el bar no fue tan ameno como lo hubiera sido con Raúl, pero éste contaba con la ventaja de vivir solo, y aunque como digo, no hubo mucho feeling, Gonzalo acabó por proponerme ir a su casa.

Y para allá que nos fuimos. Excitado con la idea porque al menos Gonzalo no estaba mal físicamente, pero algo inquieto por pensar en Raúl, en que hacer eso supondría engañarle, serle infiel a pesar de no ser nada o qué sé yo. Sí, lo pensé, pero no hice nada por evitarlo, y cuando me quise dar cuenta estaba ya morreándome con su compañero de gym. Fue un morreo sin lengua, por lo que ya me hice una idea de cómo sería el tío (un sieso activo al que sólo le va que se la coman y trata de evitar cualquier otro contacto), pero me equivoqué porque raudo me desabrochó el pantalón y comenzó a hacerme una mamada.

La verdad es que no me lo esperaba, y aunque obviamente me encantaba, no podía obviar el hecho de que para una vez que consigo sexo fácil con un tío que está más o menos bueno, no sea yo quien disfrute de su cuerpo, aunque verle chupándomela él a mí resultaba de lo más excitante. Se notaba que tenía experiencia de sobra para saber hacerlo provocando un excelso estremecimiento que me hizo emitir un gemido sin saber si quiera si en aquel apartamento estábamos solos. El pavo se detenía en mi glande, lo lamía con suavidad, dejaba caer su saliva que justo después extendía al resto de mi cipote.

Se la tragaba entonces entera haciéndome vibrar, sumiéndome en un estado de lo más placentero. Me acariciaba también los huevos e incluso los lamió alguna vez erizando aún más el vello y sintiendo gotas de su baba deslizarse por ellos hasta que recuperaba de nuevo mi polla y se centraba en ella. Quizá llevado ya por la monotonía, comenzó a introducírsela con más viveza, acelerando sus movimientos que se iban haciendo cada vez más mecánicos sin detenerse ya en los pequeños matices que pueden hacer cada mamada única. El tío tenía bastante aguante, imaginaba que más del que yo pudiera proporcionarle, pues con tanta excitación no tardaría en correrme si Gonzalo no cesaba.

Pero pareció leerme el pensamiento y abandonó la parte más impúdica de mi cuerpo para pedirme que le follara. Quise sobarle el paquete o incluso comerme su polla - que por otro lado estaba ansioso por ver – pero perseveró en la idea de petarle el culo. Me llevó entonces a una habitación, sacó un condón y pretendió que me lo pusiera mientras por fin se desnudaba. Que iba al gimnasio era evidente, pues pude ver ya su cuerpo desnudo mostrando un torso firme y fibroso, aunque no en exceso. Su culo también estaba muy duro, al contrario que su verga, que incomprensiblemente aún no estaba empalmada, así que en aquel instante no fui capaz de cuantificar su tamaño.

Sin embargo, una vez se tumbó en la cama sí que comenzó a estrujársela a la espera de que yo le penetrara. Tenía una mirada neutra, aunque lasciva implorando ser follado. Y como yo no estoy muy acostumbrado a tener a un tío tan entregado y dispuesto, y ya casi habiendo olvidado lo que supone ser yo el activo, no le hice esperar y acerqué mi polla a la entrada de su agujero. Me sorprendió la facilidad con la que entró así que no hubo que aguardar mucho ni tener que dilatar para que las embestidas fueran ya regulares, tal como comenzaban a serlo los sollozos que ambos emitíamos.

Gonzalo seguía masturbándose y yo de vez en cuando le miraba, aunque sus ojos cerrados no me decían nada, pero su mandíbula contraída, el cómo se mordía los labios, o las ganas con las que se trabajaba su propia verga ya decían demasiado. El ritmo que habíamos impuesto era relativamente tranquilo, pero sin intervalos que nos sacaran del placer al que estábamos sumidos. Metía y retiraba mi polla de lo más profundo de Gonzalo mientras él me ayudaba con diestros movimientos pélvicos que no hacían más que alentar el goce de la follada. Y era tanto que no tardaría mucho en llegar al culmen para despojarme de la leche que tantas ganas tenía de ser expulsada tras los encuentros fallidos con mi alumno.

Se lo hice saber y sin que él parara de pajearse, extraje mi verga y me corrí en ese exacto momento sin ni si quiera darme tiempo de quitarme el condón. Casi mejor, más limpio y más rápido todo. Por su parte, los trallazos de Gonzalo sí que fueron a caer a su vientre, evitándome que tuviera que ayudarle en forma de mamada o alguna otra estimulación. Tras un sonoro gemido no hubo muchas más palabras. Le pregunté por el baño, me aseé un poco y me marché sin concretar nada. Ni nos dimos el teléfono ni quedamos en repetir. La despedida fue tan fría como nuestro acercamiento, tanto como el tiempo que nos deja el último día de Octubre. A ver Noviembre qué tal.