Ocasional

Una infidelidad vista desde los puntos de vista de los dos participantes.

OCASIONAL

| ELLA | ÉL | | Mientras se quitaba el abrigo pensó qué demonios hacía allí. Él no era guapo. Ni joven. Ni musculoso. Cierto, bailaba como los ángeles y al menos era alto, bastante más que ella. Y tenía una voz cautivadora, voz de locutor de radio. Pero sabía que estaba casado. Se lo había dicho casi nada más empezar a bailar. Sintió sus manos sobre los hombros. No eran unas manos grandes pero eran firmes. | La veía quitarse el abrigo mientras se preguntaba qué demonios hacía allí. Cierto que ella era menos atractiva que su mujer, pero la sequía de sexo conyugal había pesado mucho. Además era bonita a su manera. Tenía unas buenas tetas y un buen culo. La carne aún era firme, tenía una risa bonita y unos preciosos ojos azules. El pelo sería teñido pero era una melena caoba, ondulada y larga. Avanzó un par de pasos y posó las manos sobre sus hombros. |

-          No te vuelvas, por favor – le susurró él mientras apartaba suavemente el pelo de la parte derecha de su cuello.

| ELLA | ÉL | | Notó que se acercaban sus labios a la base del cuello y pese a eso al sentir el contacto de los labios en el hueco entre la clavícula y el cuello se estremeció y sintió un latigazo interno que le bajó del cuello pasando por los pezones hasta la vagina. Él siguió besando suavemente su cuello mientras desabotonaba delicadamente la blusa.

Ella no pudo dejar de pensar que aquello era una estupidez. Vale que hacía muchos meses que no estaba con un hombre. Vale que este era tan válido como cualquier otro, que era simpático y que le había hecho reír como hacía tiempo que no se reía. Pensó si era una cuestión de amor propio porque cuando él le dijo que estaba casado (no fue así, fue más suave e indirecto: “Mi mujer se empeña en que mantengamos la postura en vez de disfrutar del baile”) de pura rabia se le pegó más a él, esperando notar la erección que siempre provocaba, y que le servía para descartar al bailarín como un guarro salido aprovechado. Una defensacomo otra cualquiera. Pero él no. Se había limitado a recibir con agrado la mayor cercanía, pero eso no le impidió separarla para alguna figura aunque la volvía a recoger y aceptar, sin forzarlo, su cuerpo pegado.

Entre tanto él había acabado de desabrochar la blusa y ahora había soltado el sujetador, permitiendo que sus tetas se escurrieran suavemente bajo la prenda desabrochada.

Pensó que ya no tenía los pechos tersos como antes. Estaba tan abstraída en sus pensamientos que los suaves pellizcos en los pezones le cogió por sorpresa, así que no esperaba el latigazo otra vez que le hizo estremecerse. | Olía bien. A Coco Mademoiselle, una colonia que a él le encantaba. Acercó su boca suavemente a la piel de su cuello. No era joven pero tenía la piel tersa y suave. Y el cuerpo era firme sin faja, y le gustó. Notó el estremecimiento al besarla en el cuello. Decidió seguir besando de la misma forma, exhalando un poco de aire caliente antes de cada beso, mientras empezó a desabotonarle la blusa desde atrás.

Mientras la besaba pensaba en su mujer. Las veces que había hecho eso mismo al principio de su relación. Y se preguntaba cómo demonios se podía haber enfriado tanto. Ella hablaba constantemente de sexo. Pero con el tiempo los encuentros sexuales se habían espaciado. Él siempre lo había suplido con algo de porno y trabajo manual. Nunca se le había ocurrido buscar otra mujer, ni siquiera una profesional. Pero aquella había sido distinta . La sacó a bailar y de inmediato sintió algo distinto. Quizá había sido el perfume o quizá que ella se había pegado a su cuerpo con fuerza. No era la primera que lo hacía, pero reconoció que aquella vez le estaba gustando. Empezaba asentir excitación y eso no es conveniente en el baile, así que empezó a hacerle figuras para mantener cierta distancia. Pero cuando acababa cada figura, volvía a atraerla y a sentir con gusto su cuerpo firme que se le pegaba como un guante y rozaba partes muy sensibles de su anatomía.

Metió las manos dentro de la blusa y desabrochó el sujetador. Tratando de que no se le notara la ansiedad, acarició los pechos. Los notó duros, firmes y un poco calientes. Los apretó un poco para sentir su firmeza y pellizcó suavemente los pezones. La notó estremecerse. Pensó “joder, la he cagado”, y dejó de pellizcar. |

  • Perdona – dijo él - ¿Te he hecho daño?

  • No, no – susurró ella.

| ELLA | ÉL | | Mentalmente le pidió que siguiera, y él, como si lo escuchara, deslizó sus dedos de uno en uno tropezando con los pezones, y volvió a apretarlos con suavidad.

Volvió a pensar. Era ella la que se habían ido calentando con el roce de los muslos en el baile. Para conseguir que “saliera el cerdo” de aquel pretendido caballero, decidió usar su truco preferido y más sucio: apoyar la cara en su cara. Pero comprendió que era demasiado alto para eso así le ofreció los labios y como no la besaba, enterró la cara en su pecho y rogó porque los efluvios el Coco Mademoiselle (que él había elogiado como una de sus colonias favoritas) cumplieran su misión. Pero no. Pensó entonces que era maricón. No podía ser que bailara tan bien, que moviera las caderas con esa soltura y que no se empalmara al sentirla cerca.

Pero cuando ella se separó sonriendo al acabar el merengue y le dijo que se quería sentar vio una especia de desilusión en sus ojos, y cierto tono de ansiedad en la voz cuando le preguntó si le importaba que se sentara con ella. Aceptó mecánicamente. Y en los siguientes minutos apreció que si era maricón era el más lesbiano que había conocido en su vida. Un poco pasado de caballeroso, pero era agradable no tener que preocuparse por apartar manos de sus piernas o cerrarse un poco el escote. De hecho se lo abrió y comprobó satisfecha que los ojos de él, pugnando por no hacerlo, se escurrían por la suave curva de su pecho apretado por el wonderbra. Y eso la excitó un poco más. Se cruzó descuidadamente de piernas y se dio cuenta que de gay nada, que luchaba por que los ojos no se perdieran descaradamente de los tobillos al generoso trozo de muslo que dejaba al aire su escasa minifalda, atisbándose el inicio de la liga. Decidió hacer otra prueba por si acaso y se puso de pie delante de él, muy cerca de su cara y le dijo un sonriente: | Respiró internamente con alivio y deslizó suavemente los dedos sobre los pezones. A cada tropezón notaba que ella se estremecía. Le encantó que tuviera las tetas sensibles.

Le extrañó que ella se arrimara tanto. Normalmente decir que era casado solía ser un buen escudo. Él sabía que no era especialmente guapo ni atractivo, pero el baile demasiado cercano puede dar lugar a malos entendidos. Pero ella parecía que se divertía pegándose más y más. Había levantado la cabeza y colocado los labios muy cerca de los suyos y le costó la misma vida no besarlos. Eran bonitos, ni gruesos ni finos. Pareció decepcionada por la falta de beso y colocó la cara contra su pecho. Él la notaba cerca y tenía que hacer auténticos esfuerzos para que no se notara la excitación que le iba creciendo.

Por eso no entendió cuando al acabar un merengue “apretao” como hacía tiempo que no bailaba, ella se separó casi con displicencia, sonrió como sin ganas y dijo que se quería sentar, que estaba cansada. Tuvo un poco de ataque de pánico. Había encontrado una chica con la que bailar fenomenal, no le apetecía seguir pidiendo bailes por la pista pero ella parecía que no estaba interesada. Puso todo su encanto en la voz al preguntarse si podía sentarse con ella, y respiro aliviado al recibir una respuesta afirmativa. Cuando se sentaron apreció cómo el sujetador le subía las tetas y se dio cuenta de que disimuladamente se había ampliado el escote soltándose un botón de la blusa. Le gustó que fuera coqueta. Hacía lo posible por no mirarle las tetas, pero ella se cruzó de piernas y él entrevió que llevaba medias de liga y aquello acabó de trastornarle. Se dio cuenta de que aquella mujer le gustaba y mucho, y que las semanas de abstinencia sexual le habían explotado entre las piernas. Hizo esfuerzos por ser ocurrente, contó chistes, no se atrevía ni a tocarla, cuando ella de repente se puso de pie y le dijo: |

  • ¿Bailamos?

| ELLA | ÉL | | Y él al levantarse tuvo que rozarla forzosamente, y se demoró un poco en el roce, apenas lo justo. A esas alturas ella estaba entregada, pero quiso seguir con su prueba y se le pegó en la pista. Y ahora sí notó una reacción aunque él se separó un poco turbado. Ella no permitió que se escapara y aunque él consiguió dominar aduras penas el bulto que crecía en sus pantalones, ella lo notaba perfectamente. Por fin levantó los labios y ahora sí, la beso con una suavidad que la sorprendió | La tenía ahí, de pie, tan cerca que se dio cuenta que era buscado y la erección se disparó. Se la colocó como pudo mientras que con el dorso de la mano rozaba un vientre suave como al descuido y deslizaba la mano desde un poco más delante de lo necesario para cogerla. Al entrar en la pista trató de mantener la distancia, pero ella no le dejó. En cada vuelta, en cada giro, ella salía rápido y volvía a pegarse mientras levantaba la cara y le ofrecía los labios. No pudo más y la besó, un pico suave. |

| ELLA | ÉL | | Ahora notaba que él se había demorado acariciando suavemente su piel, había “tropezado” en su ombligo, y se había detenido (eso solía ponerla nerviosa, pero lo agradable del tacto y la ensoñación habían hecho que no se diera cuenta) un poco. Cuando traspasó la cinturilla de la falda, protestó sin demasiada convicción: | Acariciaba su piel suavemente, deslizándose como un esquiador por la ladera virgen de la montaña. Tropezó con el ombligo. Era redondo y suave. Lo acarició lentamente por fuera. Siguió bajando y traspasó la cinturilla de la falda, y llegó a unas braguitas de encaje. De pronto ella dijo |

  • No, espera, tengo que ir al baño.

| ELLA | ÉL | | Pero ahora si notaba el fuerte miembro viril duro y apretado contra sus nalgas, así que le faltó convicción cuando él dijo: | Le entró el pánico al gatillazo. Se acordó de las primeras veces con su mujer, cuando ella iba a lavarse y el que quedada esperando, de cómo se le bajaba y no volvía a subir. Intentó mantener la calma y dijo |

  • No te preocupes. Y sobre todo no me dejes así.

| ELLA | ÉL | | La giró y la besó en la boca. El beso sabía a tabaco y a ron, pero sabía tan bien como en el coche. Fue un beso intenso y profundo, donde ambos se exploraron las bocas. Él mientras tanto había encontrado tanteando la cremallera de la minifalda y la bajó permitiendo que cayera al suelo. Dejó de besar su boca y fue bajando por el cuello. Ella dejó que su lengua y sus labios se deslizaran con suavidad e intentó retomar el hilo de sus pensamientos para saber cómo había llegado allí. En qué momento había decidido que si le pedía que se acostaran juntos que diría que sí. Pero no quería parecer una buscona ni una desesperada. Aunque ya le daba todo lo mismo. Aquel tipo sin un atractivo aparente había resultado ser un imán poderosísimo. Ni siquiera cuando dijo “un polvo ocasional” se inmutó. Ella simplemente asintió “ocasional”, y siguió besándole en el coche.

Ni siquiera flashes de otros encuentros, de tipos brutos sin consideración que buscaban un polvo rápido y fácil, consiguieron que siguiera deseando acostarse con ese hombre. Los brutos y desconsiderados no habían sido muchos porque aprendió trucos para protegerse, como pegar su rostro o su cuerpo en el baile, o no permitirse un contacto más íntimo con un tío si antes no había podido tener un encuentro con la ropa protectora de por medio y en un sitio público y aunque eso disminuyó su frecuencia sexual aumentó su autoestima y le permitió forjarse una idea de lo que quería y de lo que no quería de ninguna manera. | La giró y besó su boca con algo de pasión no exenta de alivio. No sólo le supo al pintalabios de fresa como en el coche, sino que advirtió otro gusto, a hembra, ese sabor indefinible que él apreciaba algunas veces. Buscó la cremallera de la minifalda para bajarla y se maldijo por lo torpe que era algunas veces. Desabrochó el corchete y la falda se escurrió hasta el suelo. Trató de recuperar el control, y dejó de besarla para saborear su piel. No quería pensar de dónde había sacado el valor para proponerle, después de aquel pico bailando, que se fueran, que pasaran un rato juntos, y se maldijo por los complejos y por la culpa que hizo que ya en el coche le dijera que no podían tener una relación, que él estaba casado, que lo lamentaba mucho, que nuca había echado “un polvo ocasional”, todo eso entre besos y caricias, y ella había despegado un momento la boca para decir “ocasional” y volvió al beso son intensidad.

Pepito Grillo seguía diciéndole que aquello no estaba bien, pero ni así podía contenerse. Trató de que no se le notara ni la culpabilidad, ni el ansia. Si iba a ser su primera aventura, no quería que transcurriera deprisa sino disfrutarla con calma, besar aquel cuerpo con suavidad. Que no le recordara como el tipo que llegó y se corrió, un eyaculador precoz. No le importaba la fama, pero quería demostrar a aquella chica, que le había parecido tan necesitada de cariño como a veces se sentía él, que no todos los tíos son unos cerdos. Aunque él lo era. Estaba poniéndole los cuernos a su mujer. Había mentido descaradamente para conseguir el tiempo necesario para un polvo . |

| ELLA | ÉL | | Tuvo que abandonar sus pensamientos porque su lengua estaba apretando sus pezones dentro de su boca, contra el paladar y los dientes, y los latigazos que sentía en su entrepierna eran cada vez más fuertes. Él siguió bajando, besando la piel y acariciando morosamente los costados hasta que llegó a las braguitas de encaje. Las bajó con una extraordinaria suavidad besando su monte de Venus donde un solo mechón de pelo ensortijado era el resto de una depilación láser que había dejado libre y expedita su vagina. Él la tumbó en la cama y siguió, de rodillas ante ella, quitándole el tanga y acompañando con besos por la pierna izquierda el deslizarse de la braga, primero en el borde de la liga, luego en el muslo, detrás de la rodilla, la pantorrilla, el tobillo, el pie, donde se entretuvo un poco más de lo que a ella le hubiera gustado porque se sentía incómoda por no haberse podido lavar.

Pero cuando subió a hacer lo propio con la otra pierna, ella decidió que no podía más, cogió su cabeza y la pegó a la entrepierna, con la esperanza de que él supiera usar su lengua. Y vaya si sabía. Primero con una pasada suave, luego con golpeteos rítmicos, cercando el clítoris con los labios y con los dientes con una impresionante suavidad. Ella se escuchó a sí misma gimiendo más fuerte de lo que le gustaría y diciendo: | Decidió olvidarse de todo y prestar atención a aquel cuerpo que respondía a sus caricias, que cuando apretó los pezones con su lengua contra el paladar se había arqueado. Siguió bajando, rodeo el ombligo con la lengua y lo lamió brevemente y dejó caer sus manos por los costados de ella, mientras que la besaba y veía que llevaba medias de liga y se ponía aún más excitado. Bajó suavemente las bragas, sin descubrir del todo su vagina, y beso la cresta mohicana rebelde del monte de Venus. Se puso un momento de pie para acostarla y luego se arrodilló frente a ella, y le fue quitando el tanga sólo por la pierna izquierda, besando y lamiendo cada hueco, dejando de lado la húmeda vagina que tenía los labios hinchados en una abierta flor lila, y bajando por toda la pierna. Cuando llegó al tobillo vio a través de la media un pie pequeño, armonioso, de uñas pintadas, como a él le gustaban. Trató de acariciarlo y besarlo pero la notó incómoda y lo dejó con harto pesar.

Cuando volvió a subir para encargarse de la otra pierna, ella no le dejó, cogió su cabeza la metió entra las piernas y cerró los muslos en una clara invitación que él aceptó. Le encantaba el cunnilinguis. Le sorprendió un poco el sabor salado pero se acordó de que no la había dejado lavarse y se aplicó a chupar como él sabía con dedicación, sin prisa, alternando golpecitos de lengua con lametones y sorbetones. Oyó que decía: |

  • Cómetelo cabrón.

| ELLA | ÉL | | Se arrepintió a medias. Ella no usaba ese lenguaje pero le parecía que aquel momento era lo suficientemente sucio para usarlo. De repente notó que dos de los dedos de él se metían, retorciéndose, en la vagina, y notaba que su meñique jugueteaba con el perineo y la parte exterior del ano. Apretó más fuerte la cabeza contra ella y siguió gimiendo: | Y siguió chupando mientras metía mojaba suavemente los dedos índice y anular y un poco el meñique en los flujos vaginales y le metía los dos primeros por la raja palpitante mientras el pequeño buscaba otro agujero que saciar. Con mucha delicadeza por si no le gustaba, tanteó el ano. Y ella correspondió apretando más fuerte los muslos y empujando la cabeza mientras gemía |

  • Así, joder, no pares, así.

| ELLA | ÉL | | Notaba sus dedos y el juguetón meñique entrando suavemente en su retaguardia y de pronto, si apenas notarlo, se arqueó en un orgasmo intenso, sublime. Notó que a él le había cogido un poco por sorpresa porque el hueso pélvico le golpeó la boca, pero reaccionó enseguida moviendo los dedos más deprisa, dentro y fuera mientras ella seguía gimiendo y casi chillando, prolongando el placer hasta que casi le dolía. Se retiró un poco y empujó la cabeza de él para que dejara de chupar.

Él se retiró dejó un beso suave en sus abultado labios mayores y se puso de pie. Ella se había acurrucado un poco y le vio entre las brumas del recuperar el aliento. Estaba gordo, y tampoco tenía un miembro enorme, pero estaba saludando en posición de “presenten” y ella se incorporó para responder al saludo.

Lo tomó en su mano y apreció que era recto, hasta el abultado glande, y que no tenía demasiadas venas sobresaliendo y sobre todo le extrañó la dureza, como una auténtica piedra. Sin pensar se lo metió en la boca. Sabía un poco salado, pero era agradable. Movió la lengua alrededor del glande mientras movía la cabeza adelante y atrás. Le escuchó suspirar pero ya no le importaba un pimiento nada más que seguir en ese estado de excitación al que había llegado. Él paró su cabeza: | Metió los dedos más dentro mientras que los movía de un lado a otro, y casi se le disloca la muñeca y le clava los dientes cuando explotó tras arquearse en un orgasmo tremendo, dejando correr flujo que le empapó las manos. Movió los dedos más deprisa y paladeó los jugos del placer, besando, chupando y moviendo los dedos de forma frenética, hasta que sintió que la presión de los muslos se aflojaba y que ella empujaba su cabeza primero y luego sus manos, y se movía un poco hacia a tras respirando agitadamente.

Le dio un beso y se puso en pie. Se dio cuenta de lo ridículo que resultaba, con el pene tieso como un palo y las carnes colgonas. Así se arrepintió de haber entrado así en el campo de visión de ella, pero la vio sonreír, y se tranquilizó un poco, y cuando la vio sentase en el borde de la cama y cogerlo en su mano sintió un calambrazo en toda la espina dorsal.

Notó como lo acariciaba despacio, y dio gracias porque si hubiera movido la mano rápido habría eyaculado sin remedio. Trató de pensar en otra cosa como mandan los cánones del eyaculador pero era incapaz. Vio cómo se metía el pene en la boca y sintió su lengua recorriendo el glande en una tormenta de sensaciones. Empezó a gemir y mientras veía su cabeza moviéndose rítmicamente cogió de encima de la mesilla el preservativo. Paró su cabeza y le dijo: |

  • Espera, que estoy que reviento y quiero follarte. Si sigues me voy a correr.

| ELLA | ÉL | | Ella lamentó no poder seguir con el entretenimiento, pero le apetecía tenerle dentro. Le ayudó con el envoltorio del condón cuando se dio cuenta que sus dedos resbalaban porque estaban empapados de sus jugos vaginales. Se metió el preservativo en la boca como había visto en alguna película porno y lo desenrolló sobre el pene bajando la cabeza suavemente.

Se sonrió Interiormente satisfecha, se tumbó y se abrió de piernas y él la penetró, primero con suavidad, luego cada vez con más ritmo. Era muy agradable tenerle encima y la sensación de aquella barra de acero en su vagina le estaba resultando placentera. Empezó a moverse debajo de él, y el frenó un poco sus acometidas. Sin parar de moverse le dijo: | Intentó abrir el sobre del preservativo, pero se le escurría por los dedos aún empapados con su flujo. Ella volvió a sonreír, cogió el envoltorio y lo rasgó con la uñas, poniéndole el preservativo con la boca con una maestría que le asombró. Aunque le había dado reparo usar un lenguaje tan directo, se dio cuenta de que ella no era una remilgada y se alegró de haber seguido su senda.

La vio tumbarse y abrir sus piernas y se subió encima con suavidad, dirigió su ariete contra la puerta ya abierta y se movió lentamente, aumentando el ritmo a medida que crecía su excitación. De repente ella empezó a moverse debajo y él estuvo a punto de correrse. Se paró en seco, pero ella seguía debajo moviéndose como una lagartija. Oyó cómo le decía: |

  • No pares.

  • Es que me pones muy verraco y no sé lo que voy a aguantar.

  • Pues no aguantes coño, déjate ir.

| ELLA | ÉL | | Se escuchó a sí misma un poco soez, pero le apetecía. Ciertamente quería que él dejara de pensar y se limitara a sentir como la había hecho sentir a ella. Él aumentó la velocidad empujando y ella se siguió moviendo hasta que le oyó algo similar a un bufido o un gruñido y le miró la cara. Vio la intensidad de su placer y ella tuvo otro orgasmo.

Él intentó girarse para quitarse de encima, pero ella le abrazó: | No se aguantó. Embistió con fuerza y más rápido mientras ella se movía debajo y explotó con un gruñido sordo, mientras veía cómo ella ponía los ojos en blanco y volvía a arquearse en lo que parecía otro orgasmo mientras también gemía y la notaba retorcerse debajo de él. Se dejó caer con cuidado, y poco a poco recuperó el resuello, empapándose de su aroma.

Notó que su peso la estaba ahogando y trató de quitarse de encima, pero ella le abrazó fuerte y le dijo: |

  • No, no, espera un poco.

| ELLA | ÉL | | Era agradable tenerle encima, pegado a ella, aun con cierta sensación de ahogo que él intentaba minimizar apoyando los antebrazos en la cama, pero ella le abrazaba con tanta fuerza que apenas si podía quitar unos pocos quilos. Sentía su aliento de tabaco y ron, su respiración agitada tranquilizándose poco a poco, su pene encogiéndose dentro de ella. Él besaba suavemente sus orejas, sus ojos, de paraba en los labios, degustándolos. Ella estuvo a punto de mordérselos porque le hacía cosquillas, pero en vez de eso apretó más fuerte los labios contra los de él, abrió la boca y exploró con su lengua primero los labios y luego el interior de su boca, en una esgrima de lengua que les hizo reír a los dos. Él dejó caer la cabeza sobre su hombro y ella le acarició la nuca y la espalda. Quiso prolongar aquella situación pero no era posible. Él levantó la cabeza y la miró a los ojos. Ella creyó distinguir un fondo de pesadumbre en su mirada. | Se relajó un poco. La sentía debajo respirar afanosamente y apoyó los antebrazos en la cama para liberar un poco su peso, pero ella le apretaba como queriendo desaparecer debajo de él. Empezó a besarla suavemente en los párpados, en la nariz, en la frente, en las orejas, en el cuello. Rozó suavemente sus labios con los de ella y a la tercera vez que lo hizo ella atrapó sus labios y empezaron un beso de esos que van ganando terreno a medida que se prolongan. Sintió que era ella la que aventuraba su lengua en la boca y la dejó hacer hasta que él quiso devolverle el beso y se enzarzaron en una esgrima lingual que acabó en risas. Sin dejar de apoyarse en los antebrazos, se dejó caer sobre ella y aspiró profundamente su olor, enterrando su nariz entre su pelo mientras sentía la mano de ella acariciarle la nuca y la espalda. De pronto se acordó del preservativo y sintió miedo de que se saliera, así que levantó la cabeza a la miró. A ella parecía no preocuparle y él sintió una punzada de nostalgia. |

  • Lo siento, tengo que irme. Me gustaría …

| ELLA | ÉL | | Ella puso el índice sobre sus labios. | No pudo acabar. Ni siquiera sabía qué iba a decir. |

  • Sin compromisos. Ocasional. Es lo que dijimos, ¿no?

| ELLA | ÉL | | Esbozó una amarga sonrisa y soltó el abrazo. Él se levantó, la besó y entró al baño.

Ella cruzó los brazos bajo su cabeza. No quería permitirse soñar, pero no podía evitarlo. ¿Qué mujer no estaría a gusto con este hombre? De pronto se dio cuenta de que no era justa. La convivencia machaca. Ella lo sabía. Y a veces los egoísmos personales eran demasiado fuertes. Y casi siempre se acaba uno distanciando de la pareja. Quiso pensar en algo desagradable, en las necesidades fisiológicas más básicas, pero no podía. Apenas lo hacía le entraban unas enormes ganas de reír. Se dio cuenta de que aún tenía puestas las medias. Y se acordó de que él las había mirado tan apreciativamente como su tanga de encaje. Él en cambio tenía poca fantasía “interior”. Unos calzoncillos de Carrefour y unos calcetines negros ejecutivo. Pero le gustaba que fuera un poco fetichista. Cuando empezaba a pensar que tardaba demasiado, salió del baño, ya seco. En silencio se dirigió a la ropa, caída en un montón, y se vistió rápidamente. Se volvió. | La vio sonreír con amargura. Hasta así su sonrisa era hermosa. La besó, se levantó y entró en el baño.

Mientras caía el agua de la ducha se dijo que no era justo que fuera una mujer de un polvo una noche. Era amable, agradable, bonita. No se imaginaba por qué no había encontrado una pareja. Y en ese momento cayó todo el peso de la culpa sobre él. Se vio en una habitación de hotel, en la cama con una desconocida. Le había gustado. Pero se preguntó si a él le gustaría que su mujer fuera el polvo de una noche de otro tipo. Se dijo a sí mismo que no era lo mismo. Ella siempre encontraba excusas para no tener sexo y él lo necesitaba. Era inevitable que ocurriera. Pero se restregaba como tratando de borrar de su piel el olor de la culpa, de su boca el sabor del engaño. Tenía la piel enrojecida, así que cerró el agua y empezó a secarse. Se preguntaba qué decir en estos casos. No quería dar ninguna esperanza pero le gustaba esa mujer. Salió del baño y se dirigió al montón de su ropa. No dijo nada. No sabía qué decir. Cuando estuvo vestido se volvió hacia ella. La vio tumbada en la cama con un deje triste en los ojos. Le dijo: |

  • ¿Te espero?

  • No, no, déjalo. Igual aprovecho la habitación para no irme a casa …

| ELLA | ÉL | | Estuvo a punto de decir “sola”, pero se contuvo. | Notó que había mordido la frase. Se acercó y se sentó en el borde de la cama. |

  • Quizá alguna vez …

  • Sí. Quizá.

  • No sé qué decir.

  • Adiós, ¿no?

  • ¿Volverás al Palacio del Baile?

  • ¡Quién sabe!

| ELLA | ÉL | | Le miró a los ojos y sintió una enorme congoja. Ella no era así. Se había sentido arrastrada por las circunstancias, pero ella no se acostaba con un desconocido a las primeras de cambio. Ya no. Hacía mucho tiempo que no. Pero se vio devolviéndole el beso. | Mientras la miraba y pensaba en qué pensaría ella, qué opinaría de él. ¿Le vería como un golfo, como un canalla? Se lo merecía. Acarició por última vez su cuerpo resistiéndose a irse. Y volvió a gozar de su sonrisa. La besó suavemente y ella correspondió al beso con igual suavidad. |

  • Límpiate los labios. Llevas carmín.

  • Gracias.

| ELLA | ÉL | | Le vio entrar en el baño y le oyó coger un pañuelo de papel y se lo imaginó mirándose al espejo y limpiando los rastros de un beso que ponía punto y final a la noche y quizá a una relación. Sintió una punzada de celos, no por la esposa, en la que no pensó ni un momento, sino en cuántas otras “ocasionales” habría habido en su vida y cuantas habría en el futuro. Él le había dicho que ella era la primera pero …

Le vio salir del baño, acercarse a la puerta, coger el abrigo y tirarle un beso desde el marco abierto, antes de cerrar. Ella no supo por qué, pero dos grandes lágrimas ahumadas por el rimmel se escurrieron hacia la almohada, como si el ruido del pestillo de la habitación del hotel fuera una guillotina de sueños. | Entró en el baño y cogió un par de pañuelos. Se restregó casi con rabia, como queriendo quitarse y a la vez quedarse con el beso. Se miró al espejo y se maldijo en silencio. Se guardó unos pañuelos en el bolsillo. Tomó aire y salió del baño. Se dirigió a la puerta sin mirarla, la abrió y allí se volvió. La vio como una muñeca abandonada. Y se sintió aún peor. Trató de sonreír y le tiró un beso. Ella sonrió y él salió y cerró la puerta.

En el coche apoyó la cabeza en el volante y lloró. Lloró por ella pero también por él, por su propia cobardía, por no haber acabado con su matrimonio si ya no le llenaba antes de acabar en una habitación de hotel con una desconocida. Y lloró por haber llorado. Finalmente se secó los ojos con un pañuelo de papel y arrancó el coche. |