Obsesiones: El Fantasma de la Opera

El mundo le creía un monstruo y en eso acabó convirtiendose, transformando su amor en una obsesión enfermiza y convirtiéndole en una leyenda de terror...

Oscuridad.

Eso era su mundo. Casi todos los recuerdos de su vida, al venírsele a la mente, lo hacían en tonos grises.

Tristeza, horror, desprecio, amargura...

Una mascara, rejas, alcantarillas...

Gris. Oscuridad.

¿ Un ser así es capaz de amar ? Él mismo se hacía esa pregunta mientras la miraba.

Aquel espejo era un invento maravilloso. Gracias a él, había podido espiar a todas aquellas jóvenes con aspiraciones de divas que habían pasado temporada tras temporada por aquel camerino.

Él no conocía el calor de la carne de una mujer. Ni siquiera guardaba el recuerdo de los brazos de su madre, pues había sido abandonado al nacer, y mucho menos los de una amante.

Su rostro, aquel maldito rostro...

Un monstruo, un ser deforme, una atracción de circo...y ahora una leyenda...El fantasma de la opera le llamaban.

No era un fantasma, era un ser de carne y hueso, con sentidos y con sentimientos. Con deseos humanos como los de cualquiera...

Y aquel espejo, le había servido para poseer, sin que ellas lo supieran a las más bellas y virtuosas mujeres.

Las había poseído mientras se maquillaban, mientras, se desnudaban, mientras se bañaban...

Nunca las había tocado, pero todas habían sido suyas y le habían ayudado a desahogar sus frustrados deseos. ¿ Desahogado? A veces pensaba que más bien los habían fomentado. En más de una ocasión, había dejado su placer a medias y había echado a correr por el pasadizo a su escondrijo en los sótanos, para evitar atravesar el cristal y hacer daño a alguna de aquellas jóvenes.

De todas formas, en ninguna de aquellas ocasiones, había sentido algo parecido a la sensación que le llenaba ahora, al mirar a la joven que se sentaba en la silla del tocador.

¿ Un ser así es capaz de amar? Se volvió a preguntar...

¿ Es esto lo que llaman amor ?

No podía apartar sus ojos de ella. Su mirada caminaba por el sendero de los rubios rizos de ella, hasta desembocar en sus azules e inocentes ojos.

Apenas era una niña. Pero era hermosa como ninguna.

Y si abrumado se sentía al ver la blanca piel de sus pechos asomando sobre el corsé, más abrumado se sentía aún cuando desde su palco ( el palco reservado al fantasma ), la escuchaba cantar en la opera de cada noche.

Un ángel encarnado, eso debía ser.

En ese su mundo de oscuridad, ella era su única luz.

Ella le hacía soñar, ella había renovado sus ganas de vivir aquella tenebrosa vida, ella le hacía olvidar que él era una abominación sin posibilidad ninguna de aspirar a su amor, pues sólo con mirar a sus ojos a través del espejo, todo le parecía posible.

Cuando la oía cantar a capella en la soledad del camerino, él imaginaba que ella era capaz de amarle pasando por alto la mascara que cubría su horrible deformidad.

Pero como en toda historia de amor imposible, llegó la desgracia...

Flores. La asistenta había traído un hermoso y enorme ramo de flores y lo había colocado sobre la mesilla en el centro de la estancia.

Tras una noche de actuación, era normal que el camerino de la estrella rebosara de flores.

Pero era media tarde. Aún faltaban tres horas para que comenzara el espectáculo.

Concibió aquel hermoso ramo como un mal presagio...

Ella llegó una hora más tarde. Durante ese tiempo, el permaneció esperando tras el espejo sin moverse.

La vio entrar, hermosa y risueña como siempre. La vio dirigirse rápidamente a la mesita en la que estaba el jarrón con el ramo. La vio buscar entre las flores, hasta que sacó un pequeño sobre. La vio abrir el sobre, sacar una tarjeta y leer su contenido. La vio estremecerse. La vio llevarse la tarjeta al pecho. La vio reír feliz. La vio dar vueltas sobre si misma mientras continuaba la risa.

Él sintió como una lágrima resbalaba por debajo de la máscara que ocultaba su propio horror.

El corazón se le encogió en el pecho... Y el mundo volvió a ser gris y oscuro...

¿Un amante? ¿ Un pretendiente ? No importaba. Fuese quien fuese, aquel que había enviado el ramo, llenaba el corazón de la joven...y destrozaba el suyo.

La congoja y la tristeza dieron paso a la rabia y a la ira.

Todo lo bueno que había en él había sido ella. Y ahora desaparecía. Si alguna vez su corazón había sido tierno, había sido ella. Y sin ella se había vuelto de piedra.

Y si en algún momento había existido un atisbo de cordura en su mente, en ese momento despareció.

Un monstruo, un horrible monstruo, eso era lo que era. ¿Cómo se había atrevido a pensar que ella podría amarle aunque sólo fuese en su mundo de sueños ?

Se envolvió en su raìda capa y se dio la vuelta encaminándose por el pasadizo, mientras seguía oyendo la risa de ella.

Ríe ahora que puedes... Pensaba el mientras el sonido de la risa se perdía en la lejanía... Dentro de muy poco no podrás reír. Serás mía, lo quieras o no. Y te aseguro que nunca más volverás a ser de nadie.

El palco cinco, conocido como el palco reservado al fantasma, estaba vacío, como siempre. O eso pensaban los que hacia allí miraban.

Sin embargo él podía ver a todo el mundo y controlar lo que ocurría en cada punto de aquel vasto y fascinante lugar. Todo decorado en dorado y rojo, era un vivo ejemplo de opulencia y lujo.

Su palco era el único lugar oscuro de aquel inmenso sitio. Allí estaba seguro.

Ella salió a escena ataviada con un sencillo vestido blanco que resaltaba sus encantos. Su potente y armoniosa voz lleno cada rincón del teatro de la opera.

Disfrutad de su voz...Pensaba él, mientras una diabólica sonrisa se dibujaba en sus labios. Esta es la última noche en que la oiréis cantar. Después será mía, para siempre. Y tú romántico galán que intentaste seducir con flores a mi dama...¡Si, tú! Ni tú ni esas flores malditas podrán protegerla...

El telón se cerró. Ella y todos sus compañeros de escena salieron a saludar varías veces mientras el público se levantaba para aplaudirles. Había sido una actuación digna de las más grandes estrellas de la opera.

Pero él no se quedó para ver aquel espectáculo de alabanzas...

Por primera vez, desde que hace años entrase a los sótanos del edificio de la opera a través de las alcantarillas, no volvió a su refugio por medio de pasadizos secretos, sino que se encaminó por los pasillos principales al camerino de la joven.

Entró en él, y pudo aspirar el perfumen de la joven que inundaba toda la estancia. No se detuvo a contemplar los elementos que decoraban la habitación; los conocía de memoria...

Se dirigió a su objetivo...algo que sabía que siempre estaba allí después de una actuación... Champangne.

En una cubitera, sobre el tocador, se enfriaba una botella, y al lado se había una copa de fino cristal.

De su bolsillo sacó un pequeño recipiente y tras destaparlo, cogió la copa. Volcó una pequeña cantidad de la sustancia que guardaba en el recipiente y embadurnó con él el interior de la copa...

Laudano...Aquella cantidad no la mataría, pero la dejaría inconsciente...y lista para él...

Era más de media noche.

El la miraba a través del espejo.

Ella reposaba en la cama, dormida en un profundo sueño que a todas luces no era natural.

Ya no debía quedar nadie más en el edificio. Ese era su momento...por fin, ella le iba a pertenecer.

El empuñaba un candelabro de bronce, el cual le sirvió para hacer añicos el cristal que les separaba.

A pesar del estruendo ella no se despertó. Estaba completamente drogada.

Él atravesó el marco del espejo encaramándose por encima del tocador y saltando después al suelo. Con paso decidido se dirigió a la cama con dosel sobre la que ella se encontraba.

Su rostro era dulce y estaba muy pálido. Los cabellos yacían desparramados sin ningún orden sobre la almohada y su pecho derecho amenazaba peligrosamente con escapar del escote del vestido blanco que aún llevaba.

Sus botas, las medías y las enaguas, estaban tirados en un montón sobre el suelo.

El la miró durante unos momentos, antes de alargar la mano y acariciar su cara. Ella no se movió, lo cual hizo que la mano se hiciese más valiente y bajara por el cuello hacia aquel descarado e incitante pecho casi desnudo.

La piel era muy suave, y el sólo contacto con las yemas de las dedos hizo que él tuviese una erección.

Llevaba tanto tiempo esperando aquello...

Se sentó sobre la cama, al lado de ella y la dio la vuelta para poder tenerla de espalda y poder desatar todos los lazos que sostenían el vestido sobre el cuerpo de la joven.

Los nudos estaban hechos con toda la maestría de la asistenta y no pudo desatarlos, así que busco unas pequeñas tijerillas de uñas que sabía que estaban guardadas en el cajón del tocador y con ellas, armándose de paciencia, rasgo la tela del vestido hasta dejarla sólo con el corsé.

Aquella visión le quitó el aliento, al tiempo sentía que la parte más sensible de su cuerpo reaccionaba de forma violenta.

Procedió a intentar cortar el fuerte armazón que componía el cosé, pero aquellas tijeritas que podían cortar seda, no eran capaces de atravesar el tejido del que este estaba fabricado.

Resignado tiró las tijeras al suelo. De todas formas, aquella prenda no ocultaba los encantos de la dama y no le impedía jugar con su cuerpo.

Un dedo fue hasta el pezón derecho de ella. Lo presionó como si fuese un botón. Aquella carne de mujer representaba para el un desconocido misterio.

Lo apretó, lo pellizcó y tiró de él, después hizo lo mismo con el otro. Tras esto, fue la lengua la que siguió la exploración, recorriendo los pezones y los pechos, primero lentamente, pero con más fuerte según iban pasando los segundos, hasta acabar devorándolos con voracidad, amasándolos y apretándolos, hasta que la antes pálida piel pasó a ser de un tono sonrosado.

Cuando paró, pasó unos segundos contemplando aquellos bellos senos, que ahora le pertenecían.

La curiosidad por el cuerpo de la joven se hizo ávido, así que le separó las piernas, quería ver que había entre ellas, pues si bien había visto las nalgas y los pechos de las mujeres que se habían desnudado en aquel camerino, jamás había podido saber que había entre sus piernas.

Vio aquella rajita cubierta de fino y rizado vello rubio. La rozó con los dedos y notó que al presionar, sus dedos se hundían. Aquello le intrigó.

Se situó entre las piernas de ella y la dobló las rodillas. Así la visión era espléndida. Pudo contemplar a placer como se formaban los labios de la vulva, como despuntaba tímidamente el clítoris, y pudo ver con claridad los agujeros más íntimos de la joven.

Actuó por instinto. Su dedo índice parecía tener vida propia mientras comenzaba a acariciar los labios internos y externos, para después rozar aquel tímido botoncito y acabar hundiéndose en el interior de la vagina en aquel hueco que parecía ensancharse poco a poco y cuyo interior era caliente y húmedo.

No fue consciente de su propia excitación, hasta que sin saber muy bien como se encontraba con aquel dedo introducido en un lugar aún más íntimo de ella. Un agujero por el que le había costado más pasar.

Si, fue en aquel momento cuando se dio cuenta de que su miembro iba a reventar dentro del pantalón, así como también se dio cuenta de que deseaba introducirlo en aquellos sitios donde antes había estado su dedo.

Se puso de rodillas y desabrocho el pantalón. Su verga salió casi disparada, dura como nunca lo había estado.

Ni siquiera se lo pensó antes de transgredir la virtud de la chica. Encontró resistencia, pero la venció a base de una fuerte embestida... Estaba dentro y la sensación de humedad y calor era más intensa que cuando había metido un solo dedo.

Comenzó a moverse lentamente, saboreando cada penetración y mirando directamente a la cara de la inconsciente chica.

¡ Mía ! ¡ Mía ! ¡ Mía ! ¡ Mía !...¡ Por fin eres mía !... Esto era lo único que pasaba por su mente mientras sus embestidas se hacían más y más feroces y sus manos se aferraban a los pechos de ella apretándolos sin cuidado.

La sensación era indescriptible. Nunca en los años en que había sido victima del placer solitario había sentido algo así.

Pero quería más. La quería a ella por completo y deseaba poseerla por su más íntimo y deshonroso recoveco.

Salió de ella y la dio la vuelta casi con violencia. Cogió el almohadón y lo puso bajo el vientre para que las nalgas estuvieses bien izadas. Tras lo cual las acarició con el dorso de la mano, suavemente, mientras las contemplaba con mirada lujuriosa.

Se dio cuenta de que su verga estaba ligeramente manchada de sangre, pero no le importó.

Unos segundos después, las manos separaban las nalgas de la joven dejando a la vista el sonrosado ano. Se veía estrecho, pero aún así, él dirigió el miembro hacía aquella entrada y empujó.

Esta vez, la resistencia que encontró fue mucho mayor y no pudo penetrarla... Lo volvió a intentar una y otra vez y no hubo forma.

Furioso, desistió...

Pero en esa misma posición, atacó de nuevo el agujero que ya había sido utilizado. Pero esta vez lo embistió con furia, con desesperación, con rabia. Quería vengarse de no haber sido derrotado en la anterior invasión.

El calor que inundaba su cuerpo era cada vez mayor, mezcla de la excitación y del esfuerzo. Sentía que el sudor comenzaba a cubrir su piel, y el hecho de que llevase puestos el traje y la larga capa no ayudaban, pero no iba a perder tiempo ahora que se notaba próximo a uno de los más grandes éxtasis que había sentido nunca.

El orgasmo le llegó en grandes oleadas imposibles de contener, vaciando su cuerpo y llenando el de la joven inerte.

Cayó sobre ella, agotado, relajado y sin el menor sentimiento de culpabilidad... A fin de cuentas sólo había actuado como el monstruo que el mundo pensaba que era...

Cuando la policía entró allí acompañando al director de obra que les había avisado, no fueron capaces de descubrir mucho.

Encontraron las sabanas de la cama alborotadas y manchadas de algunas gotas de sangre, encontraron la ropa de la joven hecha harapos, encontraron la copa de la que ella bebió y la botella de champangne a medias, encontraron las tijeritas tiradas en el suelo...y por supuesto vieron el espejo roto y encontraron el pasadizo....

Pero nada de eso les sirvió de mucho...

Algunos se internaron en el oscuro pasillo y o bien no volvieron o bien se echaron atrás al llegar a los laberintos que componían los desconocidos sótanos del edificio de la opera.

La entrada del espejo fue tapiada a las pocas semanas y el camerino clausurado para siempre.

Nunca encontraron el cuerpo de la muchacha ni viva ni muerta y el refugio del fantasma jamás fue descubierto.

Aún así, el palco número cinco siguió estando reservado para él hasta el final de los días del edificio de la opera, y su leyenda perduró por siempre...

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