Obsesiones: Dorian Gray

El hombre que buscaba la vida eterna para conseguir el amor y acabó destruyendo a la mujer que quería.

Mi joven obsesión

Se abre la puerta y alguien entra. Es ella...

A pesar de los metros que nos separan la intensidad de su presencia parece tocarme.

A pesar de toda la gente que hay en el salón, sólo la veo a ella.

Sus rubios y brillantes rizos me deslumbran. La palidez de su piel que debería hacer que se confundiera con un fantasma la hace aún más hermosa, más angelical...

Pero me está prohibida aún. Sólo tiene diez años. Es una niña. Aun en su madurez, aún en sus locuaces contestaciones, aún en las ligeras curvas que se están formando en su cuerpo, aún en su pícara mirada.... Sólo es una niña...

Yo ya tengo treinta y cinco años, cuando ella llegue a la edad núbil ya seré un viejo. Podría esperar... Soy rico, tengo buena posición. Sus padres son amigos míos de toda la vida y hacemos buenos negocios. Estarán encantados de dármela en matrimonio...

Pero no la quiero así, no la quiero en mi vejez. Quiero tenerla y poseerla siendo aún un hombre joven, atractivo y deseable. Quiero que cada vez que me mire, sus ojos ardan de deseo. Que cada vez que la toque, su cuerpo se estremezca. Que cada vez que la posea, se entregue a mí ansiosa.

Se que no es posible y debo conformarme con lo que puedo conseguir. Así que, esta noche hablaré con su padre y le pediré su mano. No puedo permitirme perderla por culpa de mis estúpidas cavilaciones sobre milagros imposibles. Será mi prometida y un día mi esposa, aunque no llegue a desearme nunca como lo haría con un amante de su edad

Por desgracia no se puede detener el tiempo...

Pesadillas

Maldigo cada una de mis noches. ¿Qué malévolo diablo se está metiendo en mi cabeza cada vez que intento cerrar los ojos? ¿Qué es lo que me pasa? ¿Acaso he cometido algún pecado al pedir a esa niña en matrimonio? ¿Por qué tengo que soñar constantemente con la muerte?

Ya se que moriré mucho antes que ella. No entiendo esas pesadillas. Siempre he sabido que la vida no es eterna y jamás me ha preocupado. ¿Por qué ahora sueño con ello?

¿De repente la muerte ha empezado a darme miedo? ¿Pero por qué? Yo siempre me he burlado de todo en esta vida. ¿Qué tiene esto de especial? ¿Es por ella verdad? ¿Tengo miedo a morir antes de poseerla?

Cuan horrible es la primera vez que uno es consciente de que no quiere morir. Mi cabeza da vueltas sin parar pues no puedo dejar de pensar en mi destino final y en mi chiquilla preciosa a la que no veré nunca envejecer...

El boceto

Acaba de marcharse Básil. Ha esbozado en una hoja de papel lo que ha mi me parece un triste boceto de lo que tiene que ser mi cara en un lienzo. Es un hombre de talento, así que tengo confianza en que de esos trazos mal dados que ha dado entre sorbo y sorbo de café se conviertan en una obra realista.

Las paredes de mi casa están llenas de cuadros de antepasados que me miran con sus ojos inmortales. Se que es una idea estúpida, pero es la única forma que se me ocurre de vivir un poco que lo que el tiempo decida darme. No soy escritor, ni arquitecto, ni puedo crear una gran obra perdurable para que las generaciones futuras sepan de mí. Así que tengo he decidido dejar esa hazaña en las manos de mi buen amigo Básil.

Mi presencia permanecerá en esta casa junto a ella, mi amor, hasta el día en que le llegue el turno de unirse conmigo en la otra vida.

Y aún así, sigo pensando que eso no es suficiente.

Siempre me he considerado un hombre culto, tanto de ciencias como de letras. Pero ahora mismo desearía ser una de esas personas que basan su existencia en la ignorancia de las supersticiones. Así vendería mi alma al diablo a cambio de una vida más larga en la tierra, a cambio de detener mi proceso de decrepitud hasta el día de mi muerte, a cambio de pasar mi vida junto a mi niña siendo un hombre atractivo y vigoroso.

¿Me estoy volviendo loco? No puedo creer que un hombre lúcido e inteligente como yo, sueñe con pactos con el diablo. Y sin embargo...

La mano de Básil es la mano del demonio

Las palabras de Básil me atormentan aún más que los dolores padecidos. ¿Qué diablos está pasando? Cada pincelada sobre ese lienzo la he sentido como una fría cuchillada, peor no sobre mi cuerpo, sino sobre mi alma. Es difícil describir la sensación, lo más cerca que puedo estar de esa descripción es diciendo que mi cerebro y mi corazón parecían congelarse. ¿Mi pulso va más lento que antes? Eso parece. ¿Pero que me pasa?

Básil, Básil, Básil... Tú también lo has sentido. ¿Sino por qué has dicho eso?

Estoy mirando el cuadro a medio pintar y desde luego parece que tal y como pensaba, el resultado final será mucho más bello que aquel insulso boceto. Pero siendo así... ¿Por qué no me gusta? ¿Por qué siento el impulso casi irresistible de apartar la mirada? Ese cuadro hace que se me encoja el estómago.

Mi buen amigo volverá mañana. Creé que pronto lo tendrá acabado. Pero ¿Por qué de repente siento que acabar ese cuadro no es buena idea? Ahora sí que me siento como uno de esos a los que yo llamaba ignorantes hace unos días. Tengo la impresión de que ese lienzo despide aroma a maldad y no a óleo. ¿Por qué siento angustia y dolor cuando los colores toman forma sobre la tela? ¿Qué es lo que está sintiendo Básil al pintarlo para decirme lo que me ha dicho?

Dorian, amigo... Tengo la horrible sensación de que el demonio está usando mi mano para pintar este cuadro.

Inmortalidad

No puedo mirarlo. Lo mantengo colgado en la pared del salón de recepciones, junto con todos los demás, pero lo he mandado tapar con una tela. Cada vez que he intentado echarle una ojeada, un terrible dolor se ha apoderado de mí haciendo que me desvanezca.

¿Qué es lo que hemos hecho? ¿Acaso mi deseo de no morir y de no envejecer ha sido tan poderoso que alguien lo ha oído y ha decidido convertir mi deseo en realidad?

Hace más de cinco años que el retrato está terminado y desde entonces no he sufrido enfermedad ni dolencia alguna. Mis heridas sanan en pocos segundos y sin derramar una gota de sangre. Por más que cuanto las arrugas de mi cara y de mis manos ninguna más se ha sumado a las que existían.

Básil sí que puede mirar el cuadro sin problemas y lo que me ha dicho es aterrador. El retrato cambia con el paso del tiempo y en él se puede ver a un Dorian Gray con casi 41 años.

¿En que me he convertido? ¿Y como lo he hecho? No puedo decir que me disguste lo que ha ocurrido, pero me carcome la duda del cómo y el por qué, sobre todo que en mis deseos de eterna juventud a quien invocaba no era a Dios, sino al demonio y si algo he aprendido en mi vida es que todo favor se paga. ¿Cuál va a ser el precio de mi fortuna?

He descubierto, que eso me da aún más miedo que la propia muerte a la que tanto temía antes...

Una niña convertida en mujer

Su belleza es comparable a la de los ángeles, máxime aún ataviada con ese vestido blanco que indica su pureza. Aquella niña por la que yo suspiraba y por la que me convertí en lo que soy, por fin, después 7 años es mía a los ojos Dios y del pueblo.

Todo es como yo siempre he querido. No se ha casado conmigo por obediencia a sus padres ni por sus obligaciones de Dama. Lo ha hecho enamorada de mi, anhelando ser mi esposa y mi amante.

Aún es muy joven, pero no me ve como a un viejo. Lo que no sabe es que nunca llegará a verme así. Jamás me verá deteriorarme ni morir.

A veces no puedo evitar pensar que yo sí que la veré a ella padecer este proceso y no puedo evitar que se me encoja el corazón al pensarlo. Siempre pensé que mi deseo de no morir había sido por ella, peor ahora veo que no, que aunque yo la amaba y deseaba que me amase, mi deseo fue egoísta. Debía haberla incluido también a ella en mis pensamientos.

Pero éste no es día para pensamientos macabros ni tristes. Ella es mía en matrimonio, en cuerpo y en corazón. Ese cuerpo que tantas pasiones me desata y ese corazón protegido por dos hermosos pechos que ardo en ganas de besar y acariciar.

La señora de la casa

Es la primera vez que ella entra en mi casa como dueña y señora y a pesar de mis ansias de llegar al dormitorio es inevitable que ella quiera pararse a examinar cada detalle. Mi insistencia en que tendrá muchos años para hacerlo es inútil y después ver como sus ojos brillan de ilusión ante cada descubrimiento, me siento incapaz de seguir metiéndole prisa. Da saltitos ante cada objeto que le emociona y hace graciosos mohines ante lo k le disgusta. No me queda más remedio que sonreír con indulgencia y es que a fin de cuentas, aún es una niña.

De pronto me doy cuenta de que esa curiosidad infantil va a acabar con nuestro matrimonio antes de haberlo empezado...

Estamos en el salón de recepciones, su vista se pasea por todos los cuadros de las paredes, pero por supuesto el que le llama la atención es aquel que está cubierto. Avanza con paso decidido y rápido hacia él y yo me quedo tan helado de miedo ante el pensamiento de que ella va a ver el retrato que no soy capaz de reaccionar durante unos segundos.

Cuando mis piernas por fin quieren moverse y salto hacia ella para evitar que retire la tela, ya es tarde. Su mano a alcanzado su objetivo y yo me encuentro mirándome a mi mismo a los ojos.

Me sobreviene el dolor, ese terrible dolor que hace que caiga al suelo, pero a pesar de ello consigo mantener las conciencia. A mi grito de angustia se une el de terror de ella, no se lo que está viendo, pero es evidente que le causa miedo.

El dolor cesa, pero los gritos de ella no y terminan por acudir varios criados. Noto murmullos, el ruido de la confusión. Una voz femenina que trata de calmar a mi esposa, la voz de mi leal mayordomo que me pregunta si me encuentro bien y qué me ha pasado mientras intenta levantarme del suelo. Oigo también gente murmurando sobre "el retrato del señor", sobre "el rostro del señor" y sobre "el cabello ligeramente canoso del señor".

Empiezo a comprender lo que ha ocurrido. He mirado el cuadro directamente y he roto el conjuro. Mi edad me ha sido devuelta ante los ojos de mi esposa.

Del amor al odio.

Mi respiración es el único ruido de la noche. El llanto de mi esposa y los murmullos de los criados se han acallado hace rato. Mi leal mayordomo se ha encargado de restablecer el orden y comprar el silencio de todos. Según me ha dicho, también ha descolgado el retrato y lo ha guardado en lugar seguro bajo llave en el desván para que esto no vuelva a ocurrir. Aún no se si la magia sigue en el cuadro o ha sido totalmente destruida.

¡Esa maldita mujer! Por su culpa he recuperado de golpe los años que había conseguido encerrar en ese lienzo. Por su condenada curiosidad mi cabello ahora es cano, mi rostro está surcado por muchas más arrugas que antes, el resto de mi piel ya no es tan lustrosa como antes.

En unas horas he comprendido perfectamente lo que quiere decir que del amor al odio sólo hay un paso. Y también he comprendido que amo mucho más mi vida y mi juventud que a cualquier mujer del mundo.

Sólo de pensar que al principio de la noche yo creía que a su lado sería el hombre más feliz de la tierra, se me encoge el corazón. ¿Corazón? ¿Tengo yo corazón? La risa que sale de mi boca hace que no me reconozca a mi mismo pues es dura y fría. Pero no me importa. Ahora mismo lo único que me importa es que mi pacto con Dios o con el diablo, o con quien sea se ha ido al trate por culpa de la curiosidad de una estúpida chiquilla. Me entran ganas de coger su hermoso cuello de cisne con mis manos y apretarlo hasta sacar de su cuerpo el último aliento. Quiero venganza por lo que me ha hecho y si alguna vez he sentido amor por ella, ahora mismo no lo recuerdo.

Noche de bodas.

No se cómo he llegado hasta aquí, pero estoy frente a la puerta de su dormitorio. Intento abrirla, pero ella ha debido de echar el cerrojo. Esto me enfurece. Sacudo el pomo, golpeo la puerta y oigo dentro un gemido de angustia.

¡Maldita sea! ¡Es mi esposa! ¡Es mi casa! ¡Es mi cuadro! ¡Era mi juventud!

Le grito instándole a abrirme la puerta, a lo cual ella responde entre sollozos que me vaya de allí.

Jamás pensé que mi ira llegase al punto de intentar derribar la puerta, pero ahí me encuentro haciéndolo. Al primer golpe un horrible pinchazo de dolor surca mi hombro, lo cual me enfurece aún más. Al segundo golpe, el cerrojo cede y la puerta se abre. Entro en la estancia y lo que me encuentro me hace parar en seco.

Siento algo frío surcando mi mejilla de arriba abajo y un par de segundos más tarde empiezo a notar algo caliente que se desliza por ella. Me llevo la mano a la cara y al mirarla me la encuentro llena de sangre.

Miro a mi esposa. Está despeinada, el vestido está hecho jirones, su cara está pálida y desencajada y la luz que brilla en sus ojos no es ya de amor sino una mezcla de miedo, odio y asco. En la mano lleva un cuchillo (¿De donde lo ha sacado? ) cuyo filo está manchado de sangre, mi sangre. Se ha atrevido a herirme.

Me mira desafiando mientras grita que me marche o me matará. Ante esto, me doy la vuelta a pesar de mi odio y mi ira, sigo teniendo la mente lo suficientemente fría como para pelear con una mujer medio loca y armada. Pero de repente, noto un conocido hormigueo en la cara, en la zona que tengo herida. Sonrío levemente. Sé lo que significa ese cosquilleo. La herida se está curando sola. Llevo mi mano a mi mejilla y allí donde estaba el corte sólo hay sangre y piel lisa.

La mente fría de hace un momento desaparece. La ira de antes de se mezcla con la euforia de saber que la magia del cuadro no ha desaparecido. Este sentimiento me hace peligroso, pero no me importa.

Me vuelvo a girar y camino directo hacia esa mujer a la que ya no considero más que una molestia.

Yo soy inmortal y tú no.

Eso es lo que se pasa por la cabeza mientras la veo retroceder blandiendo estúpidamente el cuchillo.

Agarro su muñeca con fuerza y no soy consciente de que la he golpeado en la cara con el revés de la mano hasta que la veo caer pesadamente al suelo.

Me mira asustada, pero no grita. La miro con odio pero no se que hacer. ¿Matarla? ¿Hacerla mía aunque sea a la fuerza? ¿Dejarla ir y que desaparezca de mi vida?

Ella misma, sin pedírselo me da la respuesta y se condena.

Haz lo que quieras conmigo, pero no me mates por favor...

Su voz es apenas audible, sale tímidamente por esa boquita que aún ahora veo deseable a pesar de que un hilillo de sangre sale de ella y de que se está comenzando a amoratar.

Me abalanzo sobre ella. No se donde está el cuchillo, pero ya no me da miedo, puesto que sé que toda herida que me haga curará de inmediato. Agarro a mi llorosa esposa por los pelos obligándola a levantarse. Su aterrorizada mirada se clava en mis ojos y por un momento me siento a punto de ceder ante ella y perdonarla. Aún podemos arreglar lo nuestro, me digo a mí mismo. Pero miro mi mano con su piel ligeramente más envejecida que hace unas horas y la sed de venganza vuelve a mí.

La empujo contra la cama, con tal fuerza que rebota ligeramente contra el colchón. Tras Esto mi mano se engancha en la tela de su escote y de un fuerte tirón se desgarra una buena parte del vestido. Ella gime y tiembla, pero ignoro sus quejas. Me ayudo con la otra mano para seguir convirtiendo en jirones el que ha sido su hermoso vestido de novia. Las enaguas no puedo romperlas, pero se las saco de un tirón junto con los calzones. Sólo queda el corsé, esa prenda que siempre he odiado en las mujeres. Acabo pensando que no importa. Para lo que yo quiero me basta tenerla como está.

Agarro sus pechos con ambas manos y los estrujo. No es deseo ni amor lo que siento, sino un profundo odio. ¿Cómo se ha atrevido esta maldita puta a quitarme mi juventud? Aprieto aún más y ella grita. Recuerdo entonces la puerta destrozada. Si alguien oye sus gritos acudirá a ver que pasa, así que le susurro al oído que no grite o la estrangularé.

Dejo sus pechos en paz y coloco las manos en sus rodillas, empujando para separarlas. Ella abre las piernas dócilmente. Me incorporo y comienzo a quitarme el pantalón con rabia y ansia, mientras observo su sexo expuesto y dispuesto para mi intrusión.

Vuelvo a inclinarme sobre ella y me meto entre sus piernas. Pienso que todo debía haber sido diferente. Yo tendría que haberla preparado para que su primera vez fuese dulce y placentera. Pero en vez de eso la penetro y me olvido de ese pensamiento. Hay resistencia. Ella gime, se contorsiona y por su cara resbalan lágrimas de dolor, pero no me importa. Empujo con más fuerza y la resistencia se rompe. Ella no puede evitar un grito de dolor y yo no puedo evitar pensar que es lo que se merece por haber estropeado mis sueños de amor y juventud.

La ira que nubla mi mente hace que mis embestidas sean feroces y que no importe el saber que ella sufre. No me importa nada, ni siquiera me importa acabar rápido lo que estoy haciendo. De pronto lo único que me importa es el orgasmo lleno de furia que tengo dentro de ella.

A pesar de mi agitada respiración, me separo inmediatamente de ella y me levanto. La miro y no veo sobre la cama nada que me recuerde a la niña que amé. Sólo veo una odiosa arpía hecha una piltrafa con la que no quiero compartir los muchos años de vida que pienso vivir y que no voy a permitir que nadie vuelva a poner en peligro.

La repudio. Le digo que se marche de mi casa, que no era virgen y que es indigna de mí. Es mentira y lo se, pero tampoco me importa. Una mujer desvirgada es algo deshonroso para un hombre y además s no corro ningún peligro. nadie creerá su historia y todos pensarán que mi cambio de aspecto se debe al profundo disgusto. ¡Sí! ¡Es perfecto! No hay remordimiento que valga. Sí...la repudio.

No todo se paga en esta vida

A veces me pregunto a mí mismo si me arrepiento por lo que hice, pero debo reconocer que jamás he dormido mal una sola noche por lo que pasó con aquella mujer. No se nada de ella desde que se marchó de mi casa a la mañana siguiente. No he escuchado a los que intentaron hablarme sobre su destino y nunca he tenido tentación de preguntar nada.

Lo que le hice fue indigno del caballero que me considero, lo se. Pero aún así el remordimiento no llega. No tengo miedo a pagar por lo que hice, ni en esta vida ni en la otra. En ésta, todo el mundo estuvo de parte del pobre y deshonrado Dorian Gray y en cuanto a la siguiente... Mi alma pertenece hace muchos años a alguien, y me supongo que ese alguien es el diablo. Que me espere si quiere para castigar mis pecados sobre ese alma que tan segura tiene, pero yo tardaré siglos, tal vez milenios en ir a visitarle. Quien sabe, tal vez por mucho que dure la eternidad, jamás llegue a pagar el precio de lo que se me dio.

En cuanto al amor en estos años...¿Amor? ¿Qué es eso?

Me miro al espejo. Hay cosas que valen más que el amor.