Obsesionado por mi rabo

Una excursión de fin de curso. Padre e hijo compartiendo habitación. Un rabo palpitante y una boca ardiente se convierten en una obsesión.

Tengo 40 años y estoy casado con una bonita mujer a quien todavía amo.

Tenemos dos hijos, un varón de 18 años, Álvaro y una niña de 9, a quien llamamos cariñósamente Dènia.

Somos una buena familia, por lo menos eso he creído yo hasta hace poco tiempo.

Lo que les voy a contar supone para mi un esfuerzo porque aún no he asumido totalmente lo ocurrido, y me cuesta mucho.

Siendo yo uno de los adultos que acompañaba a los chavales a su esperada y deseada excursión de final de curso , en la que ellos ya se creían adultos y tonteaban con las chavalas y ellas con los chavales, me tocó compartir cuarto con mi hijo, Álvaro.

Para no romper el tópico, estábamos por la zona de El Arenal, Mallorca, Islas Baleares, España, tras una travesía en ferry desde Valencia, en la que el bullicio adolescente y la algarabía fueron los auténticos protagonistas, y no el hecho de navegar por primera vez por aguas del Mediterráneo.

Una excedencia en mi trabajo para aquella ocasión no fue algo complicado de obtener. Proveníamos todos de una zona rural del interior de España

Cuando ya llevábamos tres o cuatro días por allá, yo me sentía ya muy nervioso y estresado, echando en falta mi rutina diaria: soy bombero profesional, y suelo hacer bastante ejercicio físico no tanto para mantenerme en forma, sino para poder realizar mi trabajo en las mejores condiciones físicas posibles.

En esos días ya no me ejercitaba y a lo sumo, bien temprano en la mañana, salía a correr por las zonas aledañas al hotel, o por la playa, sorteando turistas alemanes y británicos, siempre borrachos.

Luego, tras una ducha, venía la paliza del viaje en autocar, con todos los muchachos y muchachas, visitando sitios.

Claro que había otros adultos, profesores y otros padres, y yo procuraba relacionarme con ellos, disfrutando de aquellos momentos.

Pero me sentía exhausto por el trajín, por la marabunta adolescente, y extrañaba mucho a mi mujer.

En todos los sentidos.

Me hacía mucha falta ella, sus caricias y sus besos.

Anhelaba su cuerpo, sus bonitos pechos, y su cintura de avispa, aún a sus 37 años.

Y sus piernas y su… La llamé al instante, pensando ello, tendido en mi cama, desde el hotel.

Álvaro mi hijo, no se hallaba presente.

Cuando ella me respondió al teléfono le conté todo eso y ella tras decirme lo mucho que nos extrañaba a los dos, no perdió detalle en contarme lo que haríamos los dos juntos en nuestra cama nada más regresar casa.

Mientras me lo contaba, experimenté una erección enorme.

Tuve que desabrocharme los botones de los vaqueros que llevaba puestos.

Al terminar la conversación, mi sexo sobresalía entre el cierre abotonado de mis vaqueros azul celeste.

También me ardían los huevos y fui consciente que entre la organización de este viaje, y la preparación de los detalles en el último momento, mi mujer y yo llevábamos varios días sin sexo, que sumados a los que ya tenía desde que salimos de casa mi hijo y yo, daban como resultado una abstención nada deseable, siendo yo tan ardiente y pasional como siempre he sido.

Un pajote no me vendría mal.

Me calmaría las ganas, vaciaría mis pelotas y sobretodo me calmaría un poco los nervios.

Y decidí jalármela, como dicen en México, ahí mismo, tendido en la cama, con los pantalones desabrochados, aún a la altura de mi cintura, bien espatarrado.

La calentura no permitía nada más, ni quitarme los pantalones siquiera.

En esas estaba, sumergido en mi particular onanismo, con los ojos cerrados, cuando me doy cuenta de que algo ha cambiado.

Una mano, que no es la mía, está también acariciándome el rabo.

A veces esas manos se topan con las mías, pero eso no evita que abarquen mi sexo y se acoplen al ritmo de mi masturbación.

De pronto los ojos y alucinado compruebo que es mi hijo quien me está agarrando la polla, ayudándome en privada tarea masturbatoria.

¡Dios Mío! ¡Mi hijo ha entrado no sé cómo en la habitación! Bueno, si sé cómo: con su llave.

¡Pero ni me he percatado de ello, absorto, abandonado a mi propio placer! Mi primera y única reacción es poner fin a ese momento, y apoyando mis manos sobre la cama, doy un bote e intento ponerme en pie, pero el peso del cuerpo de Álvaro cae sobre mi, y asentando su brazo sobre mi estómago, se reclina sobre mi dura masculinidad y vuelve a agarrarla, para mejor asegurársela y procede a comerme la polla con lascivia y muchas ganas.

-¡P…p…pero hijo! –exclamo alucinado- ¿Qué me estás haciendo!

Cuando termino de pronunciar esas palabras siento que se está tragando mi rabo hasta la base de mis huevos.

Se me escapa un largo gemido y por alguna razón que nunca entenderé, siento que aquello me gusta, que me da un morbo tremendo, y que empiezo a disfrutar de la situación, como un loco.

Ya no ofrezco resistencia.

Mi hijo sigue con su trabajo oral, masturbándome, mientras me llena de aquel extraño placer paterno-filial.

Me relajo.

Mi pene, duro como el fierro, es ahora su juguete particular.

Lame su cabeza, la saborea y a veces su lengua se restriega ahí, a donde a los hombres nos gusta.

Grito de placer porque nadie, ni mi mujer a la que tanto amo, me ha dado tanto placer en una mamada.

Es alucinante.

Me dejo hacer, sumiso, aunque mis manos sujetan la cabeza de mi hijo y le guían en su tarea, para que no se distraiga de su cometido.

Las chupadas continúan y el tronco de polla parece temblar en su boca cuando se lo traga.

A mis 40 años es la primera vez que un hombre se traga mi polla, y ese hombre es mi propio hijo.

Sólo de pensarlo mi cuerpo se convulsiona.

Siento que me van a estallar los cojones.

-¡Oh hijo mío! –me oigo exclamar entre gemidos La morbosidad de aquella situación se apodera de mi, y de repente, y sin avisar me corro.

Un estallido de lefa brota de la punta de mi polla, aún en la boca de Alberto.

Me corro en su boca, gritando de placer.

En un momento, entornando los ojos, sintiendo como el delirio me inunda, veo cómo hijo expulsa mi semen, que se derrama por la comisura de sus labios y va resbalando por su cuello.

Algunas gotas caen sobre mis vaqueros.

A punto de finalizar mi orgasmo, me agarran nuevas convulsiones.

-¡Ostia puta, hijo mío! –susurro entre gemidos.

En ese punto mi hijo suelta mi sexo, aún duro, húmedo por su saliva y por los restos de mi leche y me dice:

-¡Me encanta tu polla, papá!

Desde ese día mi hijo está obsesionado con mi rabo y me busca para comérmelo cada vez que tiene ocasión.

Desde que hemos vuelto a casa ya ha sucedido varias veces y yo me dejo, porque me alucina el placer que esto me da.

Hay ocasiones en las que me encuentro con la extraña tarea de tener que cumplir con mi mujer, a quien no he dejado de amar, y con mi hijo… Yo siempre me creí un hombre heterosexual, pero esta nueva tendencia homo que me ha despertado mi hijo no me causa repulsa alguna.

Por cierto, que ahora Álvaro me pide que me deje follar por él y me lo estoy pensando, no sin remordimientos…

FIN.