Obsesionado

Lo toqué. Si alguien aparecía podía argumentar que estaba arreglando la ropa de la cama, pero enseguida me olvidé de todas esas consideraciones.

Obsesionado

por Clarke.

Lo toqué. Si alguien aparecía podía argumentar que estaba arreglando la ropa de la cama, pero enseguida me olvidé de todas esas consideraciones.

M ás que nada, lo que me gusta es succionar el miembro de un hombre. Eso es para mí más satisfactorio que sentirme penetrado o internarme en cualquier oscura cueva. Es como si en mi garganta hubiera un inverosímil clítoris -¡vaya mutación genética!- que se aliviara sólo al sentir la leche caliente deslizándose hacia mi interior.

Creo sin embargo que fantaseo con el tema más de lo que lo llevo a la práctica. Cuando observo a los hombres en sus shorts de baño en la playa, imagino que mi lengua recorre su escroto y mide las proporciones de sus penes, degustando ávida sus sabores, mientras mis labios como dedos regulan la caricia. Imagino que caigo de rodillas y hundo la cabeza entre sus piernas. O a veces pienso en bajar el cierre del pantalón de algún chico en el cine, de un extraño, y succionarlo. Hasta imagino escenas sexuales con parientes que nada parecen sospechar cuando para las fiestas nos reunimos toda la familia. Puedo acabar muy rápido pajeándome cuando imagino que tengo una verga dura llenando mi boca.

La mayoría de las veces, logro mantener controlada esta obsesión. Pero recientemente se me escapó. Sucedió mientras trabajaba en el hospital como ayudante temporario, y más que nada voluntarioso, de enfermería.

Pasó con un deportista que apareció con un tobillo roto. Mejor dicho, no se podía saber si lo tenía roto o no, porque la sala de radiología estaba cerrada hasta la mañana siguiente. De manera que le dieron un sedante para que durmiera y un calmante para aplacarle el dolor. La combinación lo volteó en serio.

Él debe haber estado durmiendo cuando yo realicé mi inspección rutinaria. Se había sacado de encima la sábana y estaba con la ropa que el hospital da a sus pacientes. Pude ver su erección, que esa prenda no podía ocultar. Y en el rostro, una cierta sonrisa.

No me conformé sólo con mirar. Su erección era total, con un miembro largo y grueso, que apuntaba hacia el techo. La sonrisa de su rostro se había agrandado.

El corazón me latía con bombeos profundos. Me acerqué a la cama y miré de más cerca esa pija, estaba cada vez más grande. Pasé la mano por mi pecho y noté mis pezones endurecidos. Mi verga se apretaba dentro del eslip, pugnando por liberarse. Lo toqué. Si alguien aparecía podía argumentar que estaba arreglando la ropa de la cama, pero enseguida me olvidé de todas esas consideraciones. Mi corazón comenzó a acelerar salvajemente. Le besé el pene y éste pegó una especie de salto en mi mano.

Coloqué la otra mano en mi entrepierna ardiente. Bajé la cremallera y extraje mi verga tiesa y húmeda, comencé a acariciarla suavemente. Deslicé dos dedos mojados hasta mi ano y lo sentí palpitante. Volví a besarle el sexo.

En un solo impulso de pasión le lamí el miembro desde el glande hasta los testículos. Me los metí en la boca uno a uno y los succioné. Estaba sin aliento y me latía la pija morada por la excitación. El paciente gemía de placer, pero no se despertó.

Cobijé toda esa deliciosa fruta en mi boca. La succioné, la lamí y la sentí latir contra mi lengua. Dilaté bien los músculos de la garganta y empujé los labios hasta su entrepierna para sentir todo el largo de ese sexo deslizándose en mi interior. Lo succioné con fuerza. Mientras tanto apretaba con fuerza mi verga, evitando mi derrame. El pene entraba y salía de mi boca como si estuviera practicando un coito.

Él llegó. Un borbotón de semen delicioso me bañó la garganta y se escurrió hasta el fondo. Gemía de placer en su sueño mientras sus eyaculaciones parecían no tener fin.

Mientras él terminaba, mi orgasmo llegaba. Apreté con fuerza la punta de mi pija y sentí cómo la piel del prepucio se me hinchaba obligada a contener un abundante derrame de leche.

Las sienes me latían y sentía las mejillas ardientes de calor; me metí en el baño a limpiarme y me demoré un momento refrescándome en el lavabo. Salí de la habitación con la traviesa sensación de haber cometido un pequeño delito, y proseguí mi recorrida. La sonrisa dibujada en la cara del deportista se había mudado a mi rostro. Y apenas se me había quitado un poco cuando le alcancé por la mañana el desayuno.