Obsesión

Más allá del límite del bien y de la cordura.

¿Cuándo empezó todo? ¿Cuándo se te escapó todo de las manos? ¿Cuándo te perdiste?

Ya no sabes decirlo con claridad. Quizás fue la semana pasada, cuando finalmente descubriste su nombre. Ana Roch. No se te ocurre un nombre más bello para una mujer. Ana Roch. Podrías repetirlo eternamente. Ana Roch, Ana Roch, Ana Roch

Desde que lo descubriste saqueaste hasta el último rincón de Internet en busca de ella, hasta el dato más pequeño y trivial. Ana Roch, medidas 106-61-93. Ana Roch, actriz en sus comienzos, con un par de papeles secundarios a sus espaldas y un papel protagonista en una serie poco importante. Ana Roch, ganadora de varios concursos de belleza y modelo en varias ocasiones. Ana Roch, tu diva. Ana Roch tu Diosa. Ana Roch tu vecina.

O quizás nunca retuviste el control y lo perdiste ya aquella primera noche en que, por casualidad, te la cruzaste en el descansillo. Tú salías a cenar con tu novia, ella entraba con la compra. Casi ni te miró, y sólo saludó con educación, pero su altanería y belleza te llegaron a fondo. Se quemaron en tus retinas. Mientras bajabas en el ascensor, ella danzaba a tu alrededor, y tú te recreabas en esas curvas de vértigo, en esa sonrisa que no te dirigió, en esa mirada que casi ni te dirigió. En esa altanería sensual que ella despedía por hasta el último de sus poros.

Pero no, no pudo ser tan pronto. Quizás fue cuando instalaste la cámara en aquel ángulo de tu ventana, directamente frente a su salón. Ahí tuviste los mejores orgasmos de tu vida, eso no lo puedes negar. A solas con tu mano y las imágenes de ella paseando de un lado a otro del salón, comiendo tranquilamente en la mesa mientras veía la tele, o tirada en el sofá; o mejor aún, charlando con sus amigos en esos mismos sofás, o incluso besando a ese insulso tipo que la cortejaba. ¡Te ponías enfermo con sólo pensar en él! Pero sabías que debías ser paciente, que con tiempo él sería olvidado, y sólo quedarías tú, y esos labios carnosos y rojos acabarían cerrándose en torno a los tuyos.

Fue por aquel entonces cuando perdiste a Laura, tu novia desde hacía dos años. Decía que ya no le prestabas atención. Aunque, ahora que lo piensas, lo cierto es que no sabrías decir exactamente en qué día te dejó, o si incluso la dejaste tú mismo. Se estaba volviendo muy aburrida y poco interesante. Sólo Ana Roch retenía el interés. Sólo ella valía la pena. Sólo Ana Roch merecía tu tiempo, y podrías pasarte horas escuchándola hablar por los micrófonos direccionales que tenías en tu habitación, con su suave voz de gatita arrullándote como una nana de pasión.

Quizás te pasaste de la ralla cuando comenzaste a robar alguna de las prendas que ella ponía a secar en el tendal. Poca cosa, y siempre se las devolvías… usadas. ¡Era inevitable! Tener esas pequeñas braguitas con sus sujetadores a juego en las manos era algo que superaba tu resistencia. ¿Cómo no iban a hacerlo, si tenía de todas las formas, colores y tamaños? Desde unas tan pequeñas que eran casi invisibles, a otras mayores con encaje y sedas. ¡Pero todas tan sexys que merecían estar permanentemente en tu memoria! De hecho, probablemente fueses capaz de recordarlas todas por separado, la verdad.

Aunque, ahora que lo piensas, quizás fue más bien en la época en que comenzaste a decorar tu habitación con fotos de ella en todas las posiciones. Aproximaciones de su culo redondo, de sus pechos firmes, de la pequeña peca que tenía en su cadera, de sus muslos cuando estaba sentada… Todas tus paredes estaban cubiertas de ella, y es que no se te ocurre mejor decoración para esas paredes blancas. Así puedes tenerla siempre a la vista, incluso cuando ella está trabajando. Hablando de trabajo, eso es cierto, las hiciste cuando te expulsaron de tu trabajo de oficinista, así que debió ser después de que te dejase tu antigua novia. ¿No? Por cierto ¿cómo se llamaba? Lo cierto es que no tiene importancia.

En efecto, ahora ya da igual todo esto. Ahora estás en caída libre, en la cumbre de una montaña rusa, y ella está abajo de todo. Ana Roch. Todo darías simplemente por hablar con ella. Por uno de sus besos, aunque sea uno pequeñito como el de sus películas. O por que te sonría como sonríe al protagonista de su última película cuando están juntándose. Qué asco da él ¡pero ella…!

¡Tienes que hacer algo! Esa idea atraviesa tu mente como un rayo, una revelación, una guía. Una decisión. ¿Pero qué hacer? ¿Cómo ir más allá de tus masturbaciones diarias frente a la ventana, una, dos o incluso tres veces en un solo día. Todos los días. Ana Roch.

Has estado en esa situación durante un mes. La duda te paraliza y el semen sigue corriendo. Ana Roch. Pero debes ir más allá, avanzar.

Hace una semana intentaste hablar con ella en el descansillo, pero las palabras se bloquearon en tu boca y ella se marchó sin nada más que un "hola" educado. ¡Un triunfo, te había saludado! Pero no habías conseguido invitarla a salir como querías… como tenías que haber hecho. Y luego su nuevo musculitos había pasado a recogerla y se habían ido a cenar por ahí.

Esperaste despierto en tu ventana, atento a su piso, listo para ver cuándo volvían. ¡Ese cabrón no la merecía! Pero suspiraste aliviado cuando, después de medianoche, ella lo despedía en el portal sin más que un besito. Era raro que los subiese a su piso, y muy raro que se quedasen en él. Ella te esperaba. Ana Roch no lo sabía aún, pero se guardaba para ti. Sería para ti, eternamente, sólo tuya y de nadie más.

Pero ¿cómo? Siempre la misma pregunta, siempre la misma barrera.

Otro día esperaste a que ella fuese a la compra y, "por casualidad" te la encontraste cuando subía. Así que, caballerosamente, lograste articular unas pocas palabras y te ofreciste a ayudar a subirlas. Pero ella, una mujer independiente y preparada, te dijo con firmeza que podía ella sola. ¡Qué mujer! Incluso su rechazo educado te había creado una erección que tuviste que bajar con rapidez, viendo como ella se inclinaba para colocar las bolsas en el suelo del salón, y marcando ligeramente el tanga que llevaba.

Pero seguías igual, lejos de ella desde la cercanía. Vuestro destino roto.

Probaste de todo. Educación, caballerosidad, ofertas más directas, o más veladas. Nada funcionó. Ella te miraba con su altanería habitual y te dejaba en el rellano solo de nuevo.

Leíste acerca de la posibilidad de chantajearla, pero lo cierto era que no tenías nada con lo que chantajearla pese a tener una colección más que impresionante de fotos de ella. No había hecho nada indecente.

Y pensaste en forzarla con tu mayor fuerza, o usar cloroformo, pero eso no te valía. Ella tenía que verte, entregarse a ti, pura y entera. Tenía que ser tuya. Ana Roch. Sería tuya o no sería de nadie.

Pero seguiste probando, una cosa tras otra. Consultaste manuales, consultaste a tus amigos, consultaste internet. Nada funcionaba. Ella incluso se apartaba cuando te acercabas, mirándote con una extraña mezcla de sentimientos en sus ojos que no llegabas a descifrar. ¿Odio? ¿Asco? No, no podía ser. Debía ser excitación contenida. Ella no podía negarlo, poco a poco caía en tus redes, aunque ella no se diese cuenta. ¡Tenía que ser tuya, y ella lo sabía! ¡Tenía que saberlo! ¡Ana Roch tenía que notar ese enlace kármico, del Destino, entre vosotros dos, como tú lo habías sentido ya hacía tantos meses!

Sólo que ella se resistía a él, no se dejaba llevar por el amor que tenía que estar sintiendo a la fuerza. Pero caería, como toda muralla y torre ha caído. El río de vuestra pasión mutua era demasiado fuerte, lo sabías, y pronto pasearías como Señor por el hueco entre esos muslos firmes y calientes.

Pero entonces todo cambió, ayer, cuando sobreescuchabas su conversación con el portero. ¡Se marchaba! Algún vecino del edificio la estaba molestando, y había decidido poner tierra de por medio. ¿Quién sería ese malvado que deseaba separarte de tu Ana Roch? Tendrías que actuar con rapidez, o ella se marcharía demasiado lejos y vuestro camino juntos se habría roto. Esa misma noche tendría que ser. Aunque ella no quisiese. A veces, al Destino hay que ayudarlo un poco para que se encauce por los caminos correctos.

La esperaste acechando tras una esquina del pasillo que llevaba a vuestras puertas. Esperaste paciente, durante tres horas, repasando mentalmente todo tipo de imágenes vuestras. Vuestra boda, su sonrisa, cómo te tocaría, la puerta… el tiempo pasó volando en ese universo paralelo.

Pero de pronto, ¡ding!, la campana del ascensor indicó que se había detenido aquí. Te tensaste, listo para la acción, todo tu cuerpo alerta… y salió el señor que vivía en el piso de arriba, que se había equivocado. Con frustración trataste de serenarte, tranquilizarte, pero esa tensión se había clavado en tus huesos. Ni el mejor masaje sería capaz de relajarte ahora. ¡Era la gran noche con Ana Roch! ¿Cómo te ibas a relajar ante tal panorama? Así que te escondiste de nuevo, y acechaste, aunque la oscuridad de las imágenes que pasaban por tu propia mente te sorprendió.

Nunca se te había ocurrido usar cadenas. Látigos. Marcar su perfecta y nívea piel con señales tuyas, únicas y exclusivas, que marcasen tu propiedad sobre su fantástico cuerpo. Cegarla con paños. Incluso algunas cosas que permanecieron en tu subconsciente, demasiado oscuras como para que admitieses conscientemente haberlas pensado.

¿Por qué te hacía esperar? Era culpa de ella que pensases algo así, por no aparecer cuando debía, por tenerte en tensión. Nunca antes habías pensado en ella de ese modo, pero ahora, esperando en la oscuridad del pasillo, imaginando la tersura de su piel no podías menos que imaginar los gemidos mezcla de dolor y placer que ella emitiría. ¿Le gustaría? Pronto lo sabrías.

¡Ding! ¡Ya estaba, la puerta se abría de nuevo! Y esta vez era ella, lo notabas en sus pasos decididos pero suaves, en su forma de respirar, en su perfume a flores del bosque… era como su halo, y lo reconocerías en cualquier lugar aunque estuvieses tullido y tonto. Esperaste a que se apoyase en la puerta para introducir la llave y, cuando estaba a punto de abrir, te lanzaste sobre ella. Como un rayo. Como una pantera.

No tuvo tiempo de respirar, ni de responder. Entraste con ella en el pasillo de su piso, que tú más o menos conocías porque era el reflejo en el espejo del tuyo. Igual que ella era la otra mitad de tu alma. Tu mano fue a su boca mientras tratabas de aferrarla con tu otra mano.

Y de pronto, mezclado con el placer de la tibieza de su cuerpo, un destello de dolor trepó todo tu brazo izquierdo. ¡Te había mordido! Pero eso sólo te hizo sonreír, lo mismo que el codazo que te dio en el pecho. Ana Roch se soltó y corrió hacia el dormitorio, tratando de encerrarse en él y pedir ayuda. Pero para llegar a él tenía que cruzar el salón, ese salón que tan bien conocías, que tantas veces habías visto en la distancia y que ahora podías oler, tocar y oír, no sólo ver.

Cruzaste el salón como una centella, saltando por encima de la mesa y cayendo sobre su espalda. Ambos chocasteis contra el suelo con contundencia, pero el simple contacto con su cuerpo te desorientó más que el impacto. Tanto lo habías soñado, deseado, amado en la distancia ¡y ahora Ana Roch estaba debajo de ti! Ella te miró con odio, y te diste cuenta de una cosa vital. No gritaba.

Vuestras miradas se cruzaron en ese momento en que te dabas cuenta de ese detalle. El verde profundo de sus ojos, con ribetes dorados, te recriminaba con odio. Pero no podía montar un escándalo si no quería dañar su carrera, o cualquier cosa por el estilo. Tú no sabías por qué, pero no gritaba.

Por un momento, casi sentiste decepción de que no plantase batalla, pero el hecho de que no gritase no era lo mismo que el que se rindiese. Se sacudía, te miraba con odio, intentaba liberarse, pero en silencio. Notabas los movimientos de todos y cada uno de sus músculos bajo ti, menos su voz. Así que te inclinaste sobre ella, hasta llegar a sus oídos y susurraste:

-No te resistas, no tiene sentido, Ana- ¡se lo estabas diciendo de verdad, no era un ensayo!- . Esta noche eres mía, y desde ahora para siempre. Te amo. Te amo más que nadie en el mundo te amará jamás. Y tú me amas también, aunque no quieras admitirlo. Es el Destino.-

Ella te miró con odio de nuevo y se sacudió. Sus suaves brazos, delicados y trabajados, no tenían fuerza suficiente para expulsarte de encima de ella. Pesabas demasiado.

Tu boca, lentamente, como en una tortura, descendió hacia su cara ladeada y atrapó el redondo y pequeño pabellón de su oreja. ¡Ñam! ¡Qué delicioso sabor! Jamás habías imaginado que tuviese ese toque suavemente salado. Lo besaste, lo lamiste y mordiste, ¡era parte de tu Diosa, y era tuyo ahora! Ella, debajo de ti, gruñó su disgusto y se sacudió, pero sabía que tu peso seguía estando sobre ella. Y era demasiado.

Lentamente bajaste en dirección a sus párpados, que besaste con dulzura y cuidado, como si fuesen una porcelana frágil que se pudiese romper con sólo mirarla. Y el largo arco de su nariz fue mordido con delicadeza igual, saboreando sus perfectas imperfecciones y la mirada dura que ella te dedicaba. ¡Ana Roch sabía como los ángeles deben saber!

Con ansia, descendiste aún más con tu boca, buscando la suya, pero ella giró la cara y miró al suelo, dejándote sin probar sus labios. ¡Ya los tendrías después, ahora tenías todo su cuerpo por explorar! Le diste la vuelta a su cuerpo con brusquedad, poniéndola boca arriba, y la recorriste con la mirada como si nunca la hubieses visto antes. ¡Menudo manjar! Su top blanco ceñía sus pechos con fuerza, y los pantalones cortos realzaban más que ocultaban su monte de venus… todo para ti.

Ella, de nuevo, torció la cara y miró hacia otro lado, pero tú ya estabas ocupado besando y lamiendo los pechos por encima de la tela. La tela no estaba limpia del todo tras haber sido usada un día entero, pero incluso la suciedad era de ella y te supo a gloria. Eran unas tetas resistentes, quizás más de lo que habías imaginado para tener ese tamaño, aunque también es cierto que el sujetador colaboraba en ello. ¡Claro, había que probarlos de verdad!

Con fuerza, con violencia, con rudeza, agarraste la tela y tiraste para rasgarla. Pero era demasiado elástica, y aunque algunas costuras salieron dañadas, fuiste incapaz de romper esa suave barrera que te separaba de sus considerables pechos. Así que tuviste que aceptar quitárselo del modo tradicional, bajándoselos por debajo de sus pechos gracias a su escote "palabra de honor". Y aunque ella se resistió, la apropiada presión en los lugares adecuados consiguió enviar el mensaje: podía haber mucho dolor si no colaboraba, y marcas que no la ayudarían nada en su carrera, que tanto dependía de su increíble belleza.

Así que se dejó quitar el top, y tras él el sujetador si que pudiste rompérselo. No era tampoco que tuviese mucha tela, a fuer de ser sinceros. Pero había aprisionado los dos mayores tesoros del mundo, más valiosos que todo el oro de las joyas de la corona inglesa. ¡Y eran tuyos! Así que ávido, voraz, te lanzaste sobre esos pechos. Ana Roch no pudo reprimir algún tipo de suspiro. No un gemido, no era exactamente una señal de placer, pero ciertamente su resistencia había decaído. Entendía finalmente que por las buenas podía obtener mucho placer, y por la malas dolor.

Y tú cumpliste con tu parte de ese pacto implícito y no hablado, besando y lamiendo esas dos protuberancias que tanto habían impactado tu mente la primera vez que se habían cruzado en tu camino. Y, lentamente, se fueron endureciendo en tu boca, llenando de sangre esos pezones rosas brillantes. Entonces los mordiste con un poco de fuerza de más, para recordarle que eras tú quien tenía el control sobre su placer y su dolor. Que ella era tuya, tu esclava, para siempre.

Para a continuación descender lamiendo ese ombligo, ese terso estómago que tantas horas de gimnasio debía requerir al día, y llegar finalmente al pantalón. Con un tirón firme le indicas que levante el trasero, y con otro el pantalón ceñido comienza a replegarse por sus piernas eternas. Son tan largas, y tus ansias tantas, que no llegas a quitárselo entero, aburriéndote antes de llegar a los tobillos y dejándoselo allí. Como una soga que la impida salir corriendo. Las bragas siguen sus pasos, revelando un coño rasurado, y cuando alzas la mirada sorprendida tus ojos se encuentran con los de ella.

¿Qué reflejan esas dos gemas? ¿Ira? ¿Odio? ¿Pasión? ¿Amor? ¿Deseo? Debe ser deseo, no cabe otra opción esta noche. No esta noche, no. Esta noche no puede salir nada mal.

Tu boca se hunde en su entrepierna, caliente, y tu lengua entra en contacto con esa joya que tanto has deseado. Casi con reverencia, la recorres de arriba abajo, con delicadeza. Y después te desatas como un cohete, de un lado a otro, tocando donde debe ser tocado, lamiendo esos pliegues suavemente rosas. Ella se tensa, casi con odio, debajo tuya, sabiendo que no puede evitar que su cuerpo responda. Ana Roch es tuya y lo sabe. Y a medida que esa tensión va aumentando, tú te mueves con más destreza, excitando la zona alrededor de su clítoris oculto.

Y cuando todo ya está listo y ella arquea su espalda para correrse, te detienes y la miras a los ojos de nuevo. La mezcla de emociones que se refleja en ellos es el más dulce de los néctares. Odio, rabia, veneno, pero también necesidad, pasión y excitación. La mezcla que hace que tu libido se excite hasta el límite. Sus ojos te miran directamente desde por encima de las cumbres de sus pechos, como dos astros, indecisos, incapaces de rebelarse ni entregarse. Sus labios, firmemente cerrados, brillan por el sudor y la excitación, hinchados de sangre.

Y entonces, sabiéndote finalmente señor de su cuerpo, le das los suaves lametones que sabes que la llevarán más allá del límite. Y se corre, claro que se corre, con vergüenza e ira, pero eso no reduce el manantial de su sexo. Todo en tu boca, porque todo lo que sale de ella es digno de tu devoción. Ana Roch ¡tú serás su mejor amante! ¡Su último y definitivo amante!

Y entonces, suave y sinuoso como una serpiente, te alzas sobre su cuerpo, estirándote. Con prisa, aunque con inesperada habilidad, te deshaces de tu ropa y miras hacia abajo, a ella, con su top reunido en torno a su cintura y sus pantalones atándole los tobillos. Ella te mira con odio, pero no puede sostener tu mirada y gira la cara. ¡Se entrega! Desciendes suavemente a besarla, pero cuando ella suavemente entreabre sus labios es para escupirte en la cara. Es normal, su amor tiene que vencer a su ira, ella aún no entiende lo que quiere.

Así que la besas en la mejilla cuando ella te retira la cara, y en la oreja, y con la lengua recorres toda esa parte divina de piel, suave como la seda más perfecta. Mientras, tus manos separan a la fuerza sus piernas, como un gato que eleva un coche que necesita reparaciones, reparaciones de amor en este caso.

Acaricias ese pubis rasurado mientras guías tu pene hacia la entrada de su vagina con esfuerzo. Sólo ver tu pene acercarse a esa sagrada parte de su anatomía te lleva al borde del orgasmo y tienes que contenerte. ¿Contenerte? ¡Qué demonios!

Con fuerza, un chorro y después otro caen sobre ella, manchando su coño y la parte baja de su top. Verla así, marcada de blanco, es como una epopeya de tu amor, que compensa tantos meses de sufrimiento, de desvelos, de vigilancia y de seguirla por la calle. ¡Todo vale la pena a cambio de este momento perfecto en el tiempo!

Pero tu mástil no se baja sólo con eso, sino que iza la vela dispuesto a una segunda ronda. Al fin y al cabo, mucho has esperado este momento, como para terminar así. De modo que coges tu pene con la mano con fuerza y lo acercas con suavidad, con reverencia, al coño de Ana Roch. Todavía estaba perlado con tu semen, como en tus mejores sueños. ¡Mejor incluso! Jamás te habías realmente permitido imaginar la textura del roce de sus labios rosados contra tu glande enrojecido e hiper-sensible tras eyacular.

¡Fue como un latigazo! Tanta sensibilidad en un solo punto, y ese objeto tan deseado te lanzaron hacia atrás con un suspiro prolongado, como un eterno escalofrío. Ella te miró con los ojos bien abiertos, quizás esperanzada de que todo acabase allí, pero nada más lejos de la verdad. Volviste a inclinarte sobre ella y esta vez si que te internaste ligeramente en su interior.

Aunque no mucho, por mucho placer que sentiste con ese suave contacto, pues lo cierto es que ella tenía su coño completamente cerrado por la tensión. No parecía querer admitir aún la verdad de su deseo oculto por ti, que no había otra posibilidad según el Destino, el Karma y cualquier otra cosa que valga. Así que vuelta a trabajarla con los dedos, intentando abrirla con cuidado para no hacer daño a una gema tan delicada.

Nada. Tan tirantes como antes.

Con furia, elevas tu mirada ante sus ojos suplicantes. Dicen que una imagen vale más que mil palabras, pero estaba claro que iban a hacer falta palabras en este caso, por mucho que ella hubiese tenido imágenes de sobra.

-Ana, amor mío, si no te relajas un poco vas a sufrir un dolor que no mereces. Y yo no deseo hacerte ningún daño, alma mía.-

Quizás había sido demasiado meloso, demasiado empalagoso, pero pareció funcionar. Aunque, en realidad, parecía más bien que lo que la había convencido era la amenaza implícita en tus palabras, que el amor que ellas destilaban. ¡Qué poco te conocía! ¡Tú serías completamente incapaz de hacerle daño de ningún tipo! Ya tendrá tiempo para conocerte y amarte, Ana Roch y tú ya estáis unidos por toda la eternidad.

Así que vuelves a colocar tu pene en su entrada, sudorosa, y lentamente va entrando. Con esfuerzo, pues ella no es que se relaje mucho, pero ¡al fin es tuya, sin barreras ni dudas! Y entonces, a medio camino, ella se sacude, intentando separarse, incapaz de tolerar más tiempo tanta emoción. ¡Bendita criaturita, tu amor ya está entrando profundamente en ella como para liberarse ahora! Así que un último empujón y te detienes, finalmente, lo más profundo que jamás soñaste llegar con una mujer, ¡hasta su corazón! Lo sientes latir en todas las venas de su coño, como entregado por completo a tu flecha de Cupido, que lentamente comienza a coger ritmo en sus salidas y entradas.

Tus manos se apoyan a los lados de su cara, sosteniéndote como dos pilares, y tú disfrutas como nunca de su cuerpo. ¡Qué calor emana! ¡Qué placer más sumo, inalcanzable para los simples mortales sin un amor verdadero como el tuyo! El ritmo, suave al principio, va acelerándose cada vez más al mismo tiempo que tus gemidos y suaves bufidos de placer.

Bim, bam, bim, bam, el rítmico crujir del suelo bajo vosotros marca el ritmo de tus embates en el placer. Bim-bam, bim-bam, bim-bam. ¿Se podría jamás sentir un placer mayor? Te inclinas hacia ella, a darle un beso, pero ella de nuevo te aparta la cara, llorando de felicidad ante vuestro encuentro tan retrasado. Bimbambimbambimbam. ¡Bum!

Toda tu fuerza te abandona en un momento de suma perfección, de sumo placer, de unión con ella. ¡Ya sois uno para siempre! Su cuerpo se tensa bajo el tuyo al sentirse invadido de semen hasta las partes más recónditas de su útero, todo tu amor entregado a ella. Y finalmente caes derrengado sobre su Ana Roch, con una sonrisa de amor en tus labios mientras miras su silueta de belleza demencial.

Despertaste unas horas después, listo para la siguiente ronda, pero ella ya no estaba. No ha vuelto a su casa desde entonces, y ha pasado una semana. Recorres todos los lugares donde ella estaba, has llamado a todas sus amigas y las has vigilado, pero nada. Sin embargo, es cuestión de tiempo.

Estáis destinados a estar unidos. Esté donde esté, tarde o temprano volverá a ti. Lo notaste en sus ojos, en ese momento final de placer en que ella también se corrió. No se puede escapar a ti.

Sois uno. Ana Roch y tu, para siempre.

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