Obsesión

¿Cómo conseguir que el marido de mi madre se meta en mi cama?

¿Cómo conseguir que se meta en mi cama?

Esa era la pregunta que me quitaba el sueño. Que me obsesionaba. Y que me excitaba hasta límites que rozaban la locura.

Hablo del segundo marido de mi madre. Ella se divorció hace algunos años y he oído desde entonces comentarios de todo tipo, las malas lenguas hablando de la poca satisfacción sexual que mi padre la daba, o lo que es lo mismo, que mi madre era poco más o menos que una ninfómana. No creo que sea verdad. Simplemente tuvieron sus diferencias irreconciliables, como se suele decir.

Y con el tiempo se casó de nuevo. Me gustó desde el primer día en que me presentó a Miguel, venía a casa a recoger a mi madre para irse a cenar, o al teatro, o a hacer cosas más íntimas y excitantes, y siempre era muy simpático y amable conmigo. Claro, tenía que ganarse a la hija adolescente de su nueva novia. No creo que él se fijara especialmente en mí, y no porque no sea atractiva, que lo soy, y mucho, no soy demasiado alta, pero soy guapa de cara, y tengo unos preciosos ojos negros, tanto como mi pelo, y mi figura es atrayente, piernas largas y muslos llenitos, al igual que mi culo, hago ejercicio y me cuido, pero nunca me ha interesado parecer una modelo, y no me privo de comer lo que me apetezca, y mis tetas, sin ser demasiado grandes, son muy redondeadas, como dos pequeños globos coronados por pezones como bolitas, muy sensibles, se me ponen duros con mucha facilidad, y eso a veces es un poco embarazoso, aunque ya me he acostumbrado a que me los miren cuando se me marcan bajo la ropa, y bueno, decía que Miguel claro que me había visto, y seguramente había admirado mi cuerpo, pero sus pensamientos no pasaban de considerarme la guapa hija de su novia.

Pero él a mí sí me atrajo. Y mucho. Primero, porque era muy guapo y macizo: rondaría los cuarenta y tantos años, pero se conservaba muy bien, hacía mucho ejercicio, conservaba todo su pelo castaño, era bastante moreno de piel, y no tenía la típica tripa que suelen tener todos los hombres maduros; mide cerca del metro ochenta, y cuando lleva traje reconozco que está para comérselo. Sí, es muy atractivo, pero quizá lo que más me atraía era saber que se follaba a mi madre. Eso me daba muchísimo morbo. Eran muy discretos con sus encuentros íntimos, casi nunca lo hacían en mi casa, pero alguna vez los oí, y no pude menos que espiarlos. Sólo una vez cometieron el error de no oírme entrar en casa, y de no cerrar la puerta del dormitorio de mi madre. Cuando oí los murmullos, me acerqué en silencio y les observé escondida en las sombras. Era la primera vez que veía follar a mi madre, y no era lo que podía haber imaginado. Supongo que a todos nos cuesta imaginar a nuestros padres follando, pero cuando vi a mi madre a cuatro patas sobre la cama, gimiendo y diciendo obscenidades, y a Miguel dándola por el culo, y la cama vibrando, y olí el sexo que emanaba de esa habitación, me mojé. Me toqué viendo cómo Miguel le llenaba el culo de leche, y cómo después mi madre le lamía la polla con placer y ansia. Me fui corriendo para que no me descubrieran, y esa noche me masturbé en mi cama, pensando en lo que había visto, en Miguel, en su cuerpo musculoso y sudado, y en su polla, que no era exagerada, pero tenía unas buenas dimensiones, e incluso pensé en mi madre, y no me da vergüenza reconocer que ella también me excitó.

Meses después de empezar su relación Miguel se vino a vivir a nuestra casa. Mi madre me lo consultó, me pidió mi opinión, y yo accedí encantada, porque mi madre era feliz, porque Miguel me caía muy bien… y porque le deseaba.

Y se vino a vivir con nosotras. Y tras algún tiempo, empecé a desearle de verdad, había decidido follármelo, me daba tanto morbo la idea de follar con él a espaldas de mi madre, que me masturbaba frenética imaginándolo. Y la cuestión se convirtió en mi obsesión: ¿cómo conseguir que se meta en mi cama? Lo primero era provocarlo, pero por supuesto tenía que tener mucho cuidado de que mi madre no se diera cuenta de lo que tramaba, y de que Miguel no se asustara y le dijera algo a mi madre, pues la vergüenza habría sido espantosa. Tenía que probar su reacción y lo hice.

Empecé mi estrategia de provocación de forma sutil, al principio siempre que mi madre no estaba presente. Pero eso era fácil, no tenía más que vestir lo más provocativa que pudiera, sin pasarme, y ya estaba. En mi casa siempre nos habíamos comportado mi madre y yo de manera muy extrovertida y liberal, así que no tenía nada de extraño que vistiera muy ligera de ropa: con toallas muy cortas alrededor de mi cuerpo al salir de la ducha, camisetas ceñidas, descalza casi siempre, pantaloncitos cortos o falditas. Me convertí en una especialista en sugerir y mostrar el máximo posible sin que mi madre se enterara ni me advirtiera por mi forma de vestir. Pero Miguel sí lo notó.

Al principio se le escapó alguna mirada, en la que creí reconocer algo como escándalo, pero no dijo nada, y las miradas continuaron. Esa fue la reacción que buscaba, y empezó el juego de la provocación en serio. Empecé a provocarle de forma muy inocente, pero sin darle tregua, y poco a poco vi en su mirada y sus gestos el deseo que empezaba a consumirle, y la tortura que sufría. Seguro que se maldecía por mirarme de esa manera, y por tener los pensamientos que seguro que tenía hacia mí, y todo eso me ponía a cien, estaba disfrutando más que en toda mi vida. Me había convertido en una Lolita para Miguel, y su sufrimiento alimentaba mi deseo.

Me sentaba en el sofá junto a él, o en frente, y veía la tele o leía una revista, mostrándole mis piernas, los muslos, mi escote. Sin mirarle nunca, comportándome de la forma más inocente posible, pero notando sus ojos clavados en mi cuerpo, el sudor frío cayéndole por la frente. Y yo sonreía. Aprovechaba cualquier oportunidad para agacharme y mostrarle "por accidente" mi escote o mi culo. Los días pasaban y notaba cada vez más nervioso a Miguel, sobre todo cuando estábamos solos, mi estrategia empezaba a surtir efecto, y cada vez le era más difícil controlarse y dominarse para no mirarme con descaro. Mi madre sé que no notaba nada raro, y si vio algún cambio en la actitud de Miguel, debió achacarlo a temas laborales.

Y algún tiempo después se casaron. Durante los preparativos, la ceremonia y la posterior luna de miel, la cosa se calmó bastante, pero cuando volvieron, ya como marido de mi madre, decidí volver al ataque, mas en serio que nunca.

Volví a vestirme muy provocativa para captar de nuevo su atención, cosa que logré fácilmente, pero decidí ser más agresiva: empecé a mirarle, y a buscar su mirada cuando sabía que sus ojos estaban sobre mi cuerpo; dejaba abierta la puerta de mi habitación cuando me cambiaba, o la del baño, con la esperanza de que entrara y me sorprendiera duchándome o haciendo mis necesidades. Sabía que me miraba a todas horas, que empezaba a espiarme, sentía sus ojos sobre mí. Y un día decidí hacerlo a la inversa: estaba sola en casa, y le oí que llegaba de trabajar y que entraba en su habitación para cambiarse; salí de mi cuarto y esperé ante su puerta a que estuviera cambiándose, y entonces entré. Estaba desnudo. Había entrado en el momento justo. Se quedó mirándome completamente sorprendido, sin poder reaccionar, ni siquiera se tapaba. Yo llevaba una camiseta de tirantes muy ajustada, sin sujetador, y unas braguitas…….nada más. Me disculpé y dije que había entrado a buscar algo en los cajones de mi madre, sonriéndole pícaramente. Consiguió reaccionar y se tapó con una camiseta, pero no pudo evitar mirarme el cuerpo con mucho disimulo. Yo seguí sonriendo y abrí un cajón de mi madre como excusa para estar allí más tiempo; me entretuve, sintiendo su mirada en mi culo, en mis tetas….. En un momento giré la cabeza y le sonreí inocente, pillándole mirándome las piernas y el culo; apartó la mirada rápidamente, avergonzado, pero el bulto que se insinuaba bajo la camiseta con la que se tapaba la entrepierna era más que evidente, y se lo miré con todo el descaro del mundo, mirándole después a los ojos. Sostuve su mirada unos segundos, cogí algo del cajón de mi madre y salí, dejando a Miguel con una de las erecciones más salvajes que seguramente habría tenido en su vida.

A partir de ese día, nuestra relación fue un poco más diferente. Ya no había tantos disimulos, ni tanto secretismo. Miguel me deseaba, ya lo había conseguido, ahora sólo quería calentarle más todavía, hasta que me suplicara follar con él. Me puse a jugar con él de forma más cruel: cualquier excusa era buena para rozarme con él, para tocarle, para besarle "inocentemente", en las comidas le acariciaba por debajo de la mesa con mis pies. El pobre sufría una tortura increíble.

Una noche volvía de tomar unas copas con mis amigas, y me lo encontré en el sofá del salón, en pijama, tomando una copa y viendo la tele casi sin sonido. Yo había salido muy sexi, con una minifalda, una camiseta de tirantes ceñida, sin sujetador, y unas sandalias de tacón. Era muy tarde, y me sorprendió encontrar a alguien levantado. Miguel me dijo que mi madre estaba durmiendo y que él se había desvelado y había decidido levantarse. Me invitó a sentarme a su lado y me ofreció una copa de lo que bebía, un whisky bastante caro y fuerte. Mientras bebía un vasito él me miraba el cuerpo, con descaro, con deseo. Había bebido más de una copa y se notaba en su mirada y su forma de hablar. Saqué un paquete de tabaco del bolso y él me preguntó si no era un poco joven para fumar. Le pedí que no se lo dijera a mi madre, y él me cogió un cigarrillo y se lo encendió. Fumamos durante unos minutos en silencio, yo había cruzado las piernas y la mini se había subido tanto que apenas me tapaba los muslos, y Miguel me miraba sin hablar, recreándose en mis pezones duros y marcados bajo la camiseta.

-¿No crees que vas demasiado provocativa?

Me lo dijo sin apartar la mirada de mis pezones.

-¿Es que acaso te provocó?

Le respondí con mi mejor tono meloso y pícaro. Su mano se posó sobre mi muslo y me miró a los ojos, esperando una reacción, negativa o positiva. Al no decir nada, se arrimó a mí y me besó los labios. Presionó la boca, y la abrí para dejar pasar su lengua, mientras su mano acariciaba mi muslo y se desplazaba lentamente por debajo de la minifalda. Me besó el cuello y me susurró que le volvía loco. Entonces me separé y apagué el cigarrillo que todavía sostenía en la mano, diciéndole que me iba a dormir. Decidí jugar un poco más con él al gato y al ratón. Me levanté para irme y me agarró con fuerza de un brazo. Nos quedamos unos segundos así, hasta que me soltó. En mi piel quedaron las marcas de sus dedos, y me fui a mi habitación.

Cerré la puerta y sólo me había descalzado y quitado la camiseta cuando entró Miguel. Cerró la puerta tras de sí, y se acercó a mí sin hablar. Le sonreí pícara y me cogió los pechos entre sus manos, intentando abarcarlos con ellas, se inclinó y me chupó los pezones, los mordió, poniéndomelos durísimos. Me bajó de un tirón la minifalda, que cayó a mis tobillos, dejando al aire mis braguitas negras. Metió una mano dentro, sin dejar de chupar y succionar mis pezones, y empezó a masturbarme. Eso arrancó mis primeros gemidos.

Como pude le desabroché la camisa del pijama, mientras notaba su polla crecer y endurecerse dentro de sus pantalones. Me soltó el cuerpo, y se dejó hacer por mí; le quité la camisa y le besé el pecho, y fui bajando, al mismo tiempo que me agachaba, hasta quedar de rodillas ante él. Le bajé el pantalón y acaricié su polla por encima del slip, se lo lamí, hasta se lo mordí. Él cerró los ojos, apoyó las manos en mi cabeza y empezó a suspirar de placer. Le bajé el slip y se la lamí, recorriéndola por completo con mi lengua; chupé sus huevos; le metí un dedo en el culo; y me la metí en la boca, hasta que se corrió entre espasmos y jadeos, llenándome la boca y hasta la garganta con su tibia leche.

Me incorporé y me quité las bragas, y me tumbé en la cama, y sonriendo con la boca goteando semen, le hice señas para que me siguiera. Se situó entre mis piernas y me lamió el coño, hundiendo la lengua hasta el máximo de sus posibilidades, llegando incluso a morderme ligeramente el clítoris. Pegué un pequeño grito de placer, y por un momento pensamos en mi madre, y lo que ocurriría si nos oía y nos descubría, pero ya no podíamos parar, agarré su cabeza y la hundí en mi coño. Cuando me corrí sorbió todos mis jugos, pero no paró, siguió lamiendo, excitándose más y más con mis gemidos, hasta que su polla estuvo de nuevo preparada y bien dura, me cogió las piernas con las manos, las colocó sobre sus hombros, y de un solo golpe me la clavó en el coño.

Apoyó las manos en la cama y empujó de una manera salvaje, creí que me rompería en dos. Se le escapó un "zorra", y al ver mi sonrisa entre jadeos, siguió insultándome mientras me follaba. Tuve mi segundo orgasmo mucho antes que él. La cama se movía y crujía tanto que era un milagro, que mi madre no hubiera entrado ya alarmada por los ruidos y los jadeos y gemidos. Yo le pedía más, que no parara, que me destrozara, estaba histérica, pero tuve un momento de cordura y le pedí por favor que no se corriera dentro de mí. Su respuesta fue reírse, llamarme puta y empujar más fuerte todavía, hasta correrse dentro de mi coño.

Poco a poco se fue relajando, y sus acometidas cada vez más suaves, hasta que se paró, jadeando enloquecido y sudando a mares. Cayó rendido sobre mí, aún con fuerzas para lamerme la cara como si fuera un perro. Cuando la respiración se le estabilizó, salió de dentro de mí, se levantó y se puso de nuevo el pijama. Yo le miraba acariciándome el coño irritado, me miró y vio la lujuria en mis ojos, sonrió con deseo y salió de mi habitación.

Aún me acaricié bastante rato antes de quedarme dormida. A la mañana siguiente, que era domingo, me levanté y encontré a mi madre y a Miguel desayunando en la cocina, charlando animadamente. Mi madre no sospechaba nada de lo que había pasado la noche anterior. Miguel, en cambio, cuando mi madre no miraba, me lanzaba miradas llenas de intención y deseo, y en un momento en que mi madre salió de la cocina, se acercó a mí y me besó en la boca, agarrándome con fuerza de una nalga.

-¡Eres mía, puta!

En realidad, era él el que era mío, siempre lo había sido, y seguiría jugando con él hasta que me aburriera.