Obsesión

¿Porqué esa clase de cosas que podían ocurrirle a cualquiera, SIEMPRE me ocurrían a mí...?

El niño correteaba por el prado alegremente, iba vestido con una camiseta blanca de manga corta y unos pantalones a cuadros de pijama, y llevaba bajo el brazo un osito panda de peluche decididamente cabezón. En el prado había virutas de madera, y cada vez que el niño pisaba cerca de una, ésta saltaba por el aire y se convertía en una mariposa de madera, que revoloteaba como una marioneta, y el pequeño la perseguía, saltando y sorteando arroyuelos de agua que tintineaban. El hombre le miraba, sonriéndole bondadosamente y el pequeño se dirigió a él. Iba vestido igual que él, pero sus ropas eran más grandes. El niño llegó hasta su lado y el hombre, sentado en la hierba, acentuó su sonrisa y le acarició el pelo castaño claro.

-Cuando crezcas, se hará más oscuro. – dijo el hombre.

-¿Quién eres tú? – Preguntó el niño.

-Soy tú. Dentro de algún tiempo.

-¿Tú eres yo de mayor….? – el hombre asintió, y el niño le miró con extrañeza, no del todo convencido - soy… enorme.

Un agudo rugido de felino rasgó el aire, y el niño se volvió dando un respingo. Una tigresa blanca de ojos azules aparecía por el horizonte, acercándose con ágiles saltos. Era un animal ruso, de Siberia, el niño no sabía por qué estaba tan seguro de aquello, pero lo sabía a ciencia cierta. En mitad de un salto, el animal cambió, y se transformó en una mujer de grandes ojos, cabello claro y que vestía de blanco.

-¿Quién es? ¿Es Mamá? – el hombre rió.

-No, no es Mamá... Es Irina.

-Me gusta. ¿Me sostienes esto? – El niño le dio el osito cabezón al hombre, y echó a correr hacia Irina, que le tendía los brazos. A cada paso que daba, el niño creía un poco más, se hacía adolescente, su cuerpo crecía, aunque no demasiado, pero se reforzaba visiblemente, haciéndose ancho de espaldas y de brazos fuertes… y podía notar cómo también paso a paso, crecía entre sus piernas una dulce sensación de excitación. Irina vestía un largo vestido escotado, parecía que llevase un camisón, pero le recordaba mucho a su vestido de bodas. Para cuando llegó junto a ella y lo estrechó entre sus brazos, Oli era completamente adulto y tenía una feroz erección. Detrás de ellos, un glaciar se hacía pedazos y se fundía, y el agua bañaba todo el paisaje en ríos caudalosos.

-Mi Oli, mi niño… ¿recuerdas nuestra primera vez? – Oli asintió, besando suavemente la boca de Irina, que hablaba sin mover los labios – Viniste a mí como un niño… siempre te recordaré así, inocente y tierno, tan dulce… mi niño… -Cuando quiso darse cuenta, Oli no tocaba el suelo, Irina lo tenía en brazos con ternura, y volvía a ser un niño, y lo que sentía entre las piernas, ya no era una excitación agradable, sino una especie de escozor inquietante. Aquello no entraba en sus planes ideales…

-Pero yo… Irina, yo no quiero ser un niño. – Protestó con voz aguda, agarrándose el miembro, que le escocía, mientras los ríos aumentaban de caudal y los cercaban. El ruido del agua empezaba a hacerse insoportable.

-No puedes evitarlo, cielo… Pero yo te quiero igual. – Irina le besó tiernamente la cara y le apretó contra ella, agarrándole de la cintura, presionándole el vientre. Oli sintió alivio mezclado con culpabilidad, algo iba mal, algo iba muy mal… qué calor sentía de pronto… Estaban metidos hasta el cuello en agua, agua caliente, muy caliente…

Respingué en la cama. Estaba abrazando a Irina por la espalda y ella me agarraba el brazo, había tenido un sueño muy intenso y el recuerdo me horrorizó. "No, por favor, por favor, por favor, que no sea lo que me estoy imaginando…". No quería ni moverme, pero todavía medio aturdido por el sueño, empecé a retirar el edredón lentamente, mientras mi estado de nerviosismo subía a cada centímetro que bajaba por la ropa de cama, hasta que descubrí que lo temía era verdad… una delatora mancha húmeda me calaba desde la entrepierna a las rodillas y parte del vientre. Había mojado la cama.

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAH! – No pude contenerme.


-Oli, los accidentes ocurren. No es para ponerse así, debiste beber mucha agua antes de acostarte y el sueño era demasiado profundo y no despertaste, eso es todo. - Irina me disculpaba, ni siquiera cuando la desperté con mi grito de horror y descubrió que ella también estaba empapada por mi culpa, se había enfadado. Ni se había reído de mí. Había dicho que no tenía importancia, que era algo que a cualquiera podía ocurrirle. No había duda de ello, pero, ¿por qué esa clase de cosas que "podían ocurrirle a cualquiera", SIEMPRE me ocurrían a mí…? Estábamos quitando las sábanas mojadas cuando Irina me miró con ternura – Cielo, ve a ducharte, yo acabo con esto, y luego iré yo. Y no pienses más en ello.

Estuve a punto de negarme hasta que termináramos de hacer la cama, pero estaba tan avergonzado que pensé que sería efectivamente lo mejor, borrar "las huellas del crimen" sin duda me ayudaría algo. Qué mal me sentía. Cogí calzoncillos y un pijama limpios y me fui al cuarto de baño sin atreverme a levantar la cabeza. Al mirarme en el espejo del baño, vi que la piel que se asomaba por mi recién estrenada barba, estaba colorada como un tomate. No era de extrañar. ¿Cuándo había sido la última vez que me había… que me había orinado encima? Puede que la última, la última, tuviera cinco años. Sí, eso era, esa fue la última vez. Mis padres me habían acostado un poco más temprano que de costumbre porque querían ver una película de terror que ponían en la televisión, y querían asegurarse de que estaba dormido para cuando empezara, pero yo sabía de esa película y me entró curiosidad, y no se me ocurrió otra que ir al salón a hurtadillas para intentar atisbar.

En realidad la película era una chapuza, una de esas viejas películas de Drácula que vistas hoy día dan más risa que miedo, pero a la edad de cinco años, yo estuve a punto de chillar de pánico tirado en el suelo, oculto en la oscuridad, pegado a la pared del pasillo de nuestra vieja casa, al ver aquél vampiro de diabólicos ojos rojos y colmillos larguísimos empapados en sangre. Apenas vería un cuarto de hora de película cuando me volví a mi cama, muerto de miedo, y viendo vampiros por todas partes. A mitad de la noche, con todo a oscuras y en silencio sepulcral, me entraron ganas de ir al baño y no fui capaz, me daba demasiado miedo que al salir de la cama viniese a por mí Drácula, así que resistí todo lo que pude, rogando porque amaneciera, porque se levantaran mi padre, mi madre, o hasta mi hermana mayor, pero llegó un momento que ya no fui capaz de aguantar más y me lo hice encima. Al día siguiente mi madre me dijo que no tenía importancia y que así aprendería a quedarme en la cama cuando me mandaban a la cama. Resultó que me habían descubierto, pero pensaron que era mejor medicina dejarme ver aquello y que yo mismo claudicara a que ellos me llevaran de nuevo a la cama para que me escapara otra vez o lo volviese a intentar otro día… desde luego, dio resultado.

Pero esta vez, no había visto nada terrorífico, y actualmente ya no me da miedo el cine. O me lo da, pero no tanto como para impedirme salir de la cama a mitad de la noche si tengo una necesidad perentoria. Mientras me quitaba el pijama empapado y lo hacía una pelota para cubrir con las zonas secas las mojadas y poderlo dejar en el suelo sin manchar la cerámica, recordé qué había pasado la noche anterior que hubiera podido motivar algo así… La noche anterior, o hace sólo unas horas mejor dicho, porque ahora mismo eran las dos y media de la madrugada, Irina y yo habíamos cenado bien, una cenita ligera. Antes de eso, habíamos tenido un… momento íntimo. La verdad que mientras íbamos a casa en mi pequeño Smart azul, mi mujer me había acariciado la rodilla y me había dicho que no tenía ganas de salir por ahí, que prefería que nos quedásemos en casa… Yo había sonreído, y al dejar el coche en el garaje, Irina se soltó el cinturón y se abalanzó sobre mí. Todo aquél que haya estado dentro de un Smart, sabe que hacer el amor dentro de él, es prácticamente imposible, no hay sitio para nada. Intenté que ella desistiera, ya estábamos en casa, sólo teníamos que subir un piso… no hubo forma, se sentó sobre mí, se desabrochó la blusa y cuando quise darme cuenta…

No puedo oponer resistencia a Irina. No soy capaz. Así que a pesar de casi nos dábamos con la cabeza en el techo del coche, a pesar de que ella tenía que estar clavándose el volante en la espalda, a pesar de que yo apenas podía moverme y tenía las piernas dormidas, empujé lo mejor que pude mientras ella se movía sobre mí y gemi ahogadamente cuando me descargué dentro de ella. Irina me besó gimiendo con dulzura, frotándome la barba. Yo sabía que ella no había terminado y quise continuar, pero me sonrió y susurró "en casa". No sabía por qué me hacía acabar a mí y ella se hacía esperar, pero se quitó, con cierta dificultad y subimos a casa. Y yo, a pesar de que acababa de tener un orgasmo, no podía dejar de pensar que mi Irina iba sin bragas…

Apenas abrimos la puerta, nos lanzamos a besarnos. Había sido bastante apasionado, recordé mientras hacía correr el agua, caliente, pero esta vez sin connotaciones humillantes… Recordaba que la había aupado en brazos por la cintura y casi no había tenido oportunidad de llegar, no ya a la cama, sino casi ni al sofá, pero lo logré, y no fue fácil, porque Irina me había desabrochado los pantalones, se me iban cayendo y tuve que hacer los últimos tres metros dando saltitos. El sofá protestó sonoramente cuando nos dejamos caer sobre él. Irina me acarició la cara, mirándome como si no pudiera creer que fuese yo… Cuando me la dejé crecer, esperaba que le gustase mi barba, pero no pensé que fuese a enloquecerla de tal modo.

Había aprovechado la semana anterior, que había ido a ver su madre durante cuatro días, mientras duraba la Semana Blanca en el Instituto, pero como en la Universidad no se da que se supriman las clases porque se marche medio mundo a hacer esquí, yo tenía que quedarme. Se marchó del domingo al jueves por la noche, para estar conmigo el fin de semana, yo el día de su marcha no me afeité ya, y como mi barba es muy oscura y cerrada, para cuando regresó yo parecía un náufrago que hubiera estado dos meses alejado de la civilización. Lo mío, no es una pelusilla sexy al estilo del doctor House o de Indiana Jones, lo mío era un tapizado marrón oscuro que me cubría la piel por completo. La había cuidado bien, eso sí, las barbas son sucias y si uno se la deja, tiene que procurar que esté aseada. La había recortado bien del cuello y las mejillas para que no quedase demasiado alta ni me diese aspecto descuidado, había perfilado con cuidado el bigote, la enjabonaba bien todos los días al ducharme y el acondicionador del pelo lo usaba también en ella, para no pinchar como un cacto. La cosa, era tener un aspecto algo menos inocente al que está acostumbrada mi Irina, pero no destrozarle la cara cuando quisiese darme un beso.

Cuando aquélla noche de jueves, Irina regresó, yo estaba un poco nervioso, ¿y si no le gustaba que llevase barba? Bueno, me la afeitaba y en paz, claro, pero… me haría ilusión que le gustase. Llamó a la puerta, la abrí y mi mujer puso cara de sorpresa, y una sonrisa se abrió en su rostro. Mi corazón palpitó con rapidez, parecía que le gustaba…

-¿Y esa barba…? – preguntó, sonriente.

-Por cambiar… ¿Te gusta?

-¡Me encanta cómo te queda! – No pude sentirme más feliz. Pero lo cierto es que desde entonces, íbamos a ritmo de tres… "encuentros" diarios. Esa misma noche, apenas pude ayudarla a entrar su maleta en casa cuando ya estaba abrazada a mí, metiendo los brazos por dentro de mi camiseta. Quise llegar a la alcoba, darnos tiempo, pero no hubo modo… Ronroneando y sin dejar de besarme, me subió la camiseta y se agachó para besar mi pecho, mi vientre, agarró la cinturilla de mi pantalón y tiró de él, tanto para bajarlo, como para que me agachase yo también, y allí mismo, en la alfombra del salón, me hizo el amor, susurrando quedamente en mis oídos "te he echado mucho de menos, Oli… muchísimo".

Pensaba en aquello mientras me enjuagaba el pelo, y reconocía que me gustaba recordarlo, me hacía sentir muy bien el pensar que Irina me deseaba tanto, por más cansado que estuviese a cambio… estiré la mano para coger la botella del gel, y descubrí que la había dejado fuera. Estuve a punto de maldecir, pero oí que mi mujer entraba en el baño, así que se lo pedí.

-Irina, perdona, ¿me pasas el jabón? – no había ni terminado de hablar cuando sentí su presencia a mi espalda y su voz un tono más bajo de lo normal al contestarme:

  • ¿Por dónde…?

Una sirena de bomberos resonó en mi cabeza, pero ya era tarde. Irina estaba a mi espalda, y ni siquiera se había quitado el camisón, sus manos acariciaban mi cuerpo, me volví y vi que el agua le perfilaba los pechos y los pezones erectos, los mechones de cabello húmedo se le pegaban a la cara y al cuello y me miraba con esa mirada brillante que tiene cuando me desea. Por un lado, quizá me diese un poco de miedo, pero tenía un aspecto tan lujurioso, así sin desvestir siquiera, que mi cuerpo empezó a reaccionar por su cuenta, ignorando que me dolían hasta las corvas por todas las erecciones que había tenido. Mi Irina parecía a punto de soltar una carcajada de bruja villana con esa cara de picardía que tenía, pero yo tenía unos nervios tan dulces girándome en el estómago, que no atiné ni a cubrirme con las manos, sólo acertaba a intentar mantener la mirada fija en sus ojos, porque los míos se desviaban a sus pechos sin que pudiera evitarlo. Ella me tomó de las manos, llevó una a sus pechos, y el tacto de la brillante tela húmeda me electrizó, recorriendo mi espina dorsal en un calambre de placer y ganas, y mis dedos se crisparon sobre su pecho, apretándolo sin poder contenerme… mi otra mano la llevó a su boca y se metió dos dedos en sus labios, chupándolos lujuriosamente, y un gemido me vació el pecho de aire.

-Ay, Dios mío… - solté, mientras notaba que lo de mi pene no era ya una simple reacción, sino que gritaba por atención, hiperactivo ante los poderosos estímulos. Irina me sonreía, mirándome a los ojos mientras lamía y chupaba mis dedos temblorosos, y yo no dejaba de preguntarme confusamente qué le había pasado a mi esposa… siempre era muy apasionada, siempre tenía ganas, pero este desboque era nuevo para mí. No obstante, mientras yo intentaba pensar, mi cuerpo sólo quería actuar, y la mano que tenía en sus pechos se movió sola hasta sus nalgas y la apreté contra mí. Irina dejó escapar un gemido y me mordió ligeramente, sus mordiscos hacían cosquillas, como un gato que te muerde jugando, y mi piel se erizó de gusto, mientras sonreía, nervioso y excitado, apretándola, y mis dedos, como con disimulo, empezaban a reptar por la tela, arremangándola, para llegar a la piel.

  • Oooh… ¡Oli, fóllame! – jadeó desmayadamente mi Irina, abrazándome para lamer mi cuello y mi nuca, mi maldito punto débil que ella tan bien sabía utilizar, y me pareció que me salía humo de la cabeza, había usado una palabra que para mí, era increíblemente fuerte, una grosería, pero dicha de sus labios y en aquélla situación, me parecía hermosísima, y lo que es peor: terriblemente excitante. Ahora con las dos manos libres, le arremangué el camisón ya sin disimulos y embestí, penetrándola a la primera; estaba claro que mi pene, era mucho más listo que yo. -¡Aaaaaaaaaaah, sí, sí! – gritó ella con fuerza, y tiró de mi cabeza para que la enterrara en sus pechos cálidos, me soltó la nuca por un momento, y dio más potencia al agua caliente, sentí que me quemaba la piel, pero me encantó, y empecé a bombear como si mi vida dependiera de ello.

-Me… me vas a matar, Irina… me vas a volver loco… - jadeé con esfuerzo, mientras mis caderas se movían como si tuviera un motor en ellas y la abrazaba con fuerza y ella no dejaba de dar mordiscos en mi cuello y mis hombros… cada presión de sus dientes sobre mi carne me electrizaba y hacía que mis rodillas temblasen, ¿cómo podía ser tan bueno? La lengua de Irina lamía mi cuello, buscando el inicio de mi barba, y empezó a lamer la piel peluda de mis mejillas, jadeando, con los ojos entornados de placer.

-Me encanta tu barbaaaa… - gimió, crispando sus manos en mis hombros, estremeciéndose a cada empujón, no le faltaba mucho para llegar – Adoro como te queda… mmmh… pareces tan… rebelde, tan... ¡Ah, estás guapísimo con ella! – se lanzó a lamerme la cara como si fuese superior a todas sus fuerzas, buscándome la boca y nos fundimos en un furioso beso de tornillo, nuestras lenguas parecieron luchar e Irina me abrazó con una pierna, acariciándome las corvas con el talón, haciéndome sentir escalofríos de gusto… "Así que es eso" pensé confusamente "Sí que es por la barba, no le parezco inocentón ni niño, con ella le parezco un rebelde… Me gusta". Pensando en aquello, vencí mi vergüenza y la apreté con más fuerza de las nalgas y subí una mano para apretar sus pechos, sus pezones erectos que parecían querer romper la tela del camisón, tiré de él para sacarle los pechos por el escote, pensando torpemente que mi Irina, así empapada y seductora, me recordaba mucho a una sirena. Ella gimió, sonriente, le encanta cuando me suelto, aunque sólo sea un poquito… un furioso latigazo de placer me laceró desde las corvas a la nuca, no podía más…

Irina se dio cuenta y me mordió en el cuello, apresando mi piel entre sus labios, y un grito de placer se me escapó. Mi primer impulso fue taparme la boca, me da corte gritar tan fuerte, pero en lugar de eso apreté mis manos en su piel, estrechándola contra mi pecho, fundidos y empujé más fuerte, sintiendo cómo los gemidos de mi Irina subían de tono y sus hombros se encogían, sus caderas se mecían sobre mí, buscando más placer, y entonces abrió los ojos para mirarme, una mirada sorprendida y desvalida, mientras sus mejillas se encendían de gusto, gemía sonriendo como si se le escapara el alma, luchando por mantener los ojos abiertos, y no pude resistir más, era demasiado hermoso, y mi placer alcanzó su límite, me puse de puntillas sin darme cuenta, todo mi cuerpo tenso como una goma, mis nalgas dando calambres para expulsar la descarga que salió disparada al vientre de mi Irina, mi preciosa Irina, en medio de jadeos esforzados… mi cuerpo temblaba cuando nos estrechamos el uno al otro y nos besamos bajo el chorro de la ducha.

-¿Sabes, Oli, que….? Tu cochecito, el Smart, es muy pequeño, pero el mío, el Atos, es un poquitín mayor… y nunca te he hecho el amor en un coche, porque lo de antes, no se puede llamar así, apenas podías moverte… ¿Qué tal si nos vestimos, y vamos a dar una vuelta en mi coche, buscamos un rinconcito tranquilo y…?

-¿¡Pero qué te ha dado?! – sonreí, sin poder contenerme. Aún estábamos bajo la ducha, dentro de ella, acabábamos de terminar, e Irina ya estaba pidiendo más. Estaba cansado, pero feliz, y lo cierto es que no puedo mentir: quería seguir, lo quería de veras, la idea de hacerlo en un coche, aunque el Hyundai Atos no fuese mucho mayor, era realmente tentadora, era algo que había visto en películas y que me resultaba muy travieso y divertido… Pero lo cierto es que Irina estaba sin freno, y ella también se rió, acariciando mi barba una vez más.

-No lo sé… - admitió, tierna – siempre me han gustado los hombres con barba, pero tú… estás irresistible con ella, tengo ganas de comerte vivo, y no se me pasan, te haga lo que te haga no se me van las ganas… por Dios, Oli, mañana aféitate, o no respondo de lo que pueda pasar… pero ahora, vamos a probar mi coche, ¿quieres?

¿Qué podía decir…? Bueno, ojalá hubiese dicho que no, lo admito, debí haber sido juicioso y haber dicho que no y afeitarme la barba en ese instante… pero, en confianza, ¿qué hubieras dicho tú?

(Continuará)