Obsesión
Eva que así se llama, está sentada tras su pequeño escritorio, mirando fijamente su ordenador, concentrada como cada día en su trabajo. Mil veces me he preguntado que tiene Eva, para ejercer en mi esa obsesión, y ni siquiera se contestar a esa pregunta, solo sé que no puedo evitar observarla
Acababa de volver de una reunión, y ansiaba aislarme en mi despacho, pasada ya la franja de la mitad de los cincuenta, y cada día me volvía menos sociable, odiaba esas tediosas reuniones, en las que todos, parecían más pendientes de quien meaba más lejos, que del propio tema que nos reunía cada semana, por cuestiones laborales.
A pesar de cerrar la puerta, tras de mi al entrar en mi despacho para aislarme, corrí un poco la cortina de listas, como ya era costumbre desde hacía meses, me gustara o no admitirlo, coincidiendo con el día en el que empezó a trabajar ella.
Me senté tras mi mesa de despacho, y encendí el ordenador, camuflándome detrás, para echar el primer vistazo del día, a la que se había convertido en mi obsesión.
Eva que así se llama, está sentada tras su pequeño escritorio, mirando fijamente su ordenador, concentrada como cada día en su trabajo. Mil veces me he preguntado que tiene Eva, para ejercer en mi esa obsesión, y ni siquiera se contestar a esa pregunta, solo sé que no puedo evitar observarla, mientras trabaja absorta, mientras sonríe cuando charla con alguna de sus compañeras, mientras va de un sitio a otro de la oficina, sin saber que está siendo observada, por el lobo desde su guarida.
Llevo años separado, y he tenido algún lio de faldas, que ha durado un poco más de un revolcón, pero sin considerarse una relación, porque simplemente me gusta demasiado la soledad, la tranquilidad cuando llego a mi casa vacía, y disfruto de la paz del guerrero; después de vivir treinta años, intentando ser quien no eres, fingiendo ser feliz, cuando no lo eres, y lo que es peor, intentando hacer feliz a alguien que tampoco lo es contigo, simplemente porque ambos tomasteis una decisión equivocada. Y un día cuando fue ella la que puso fin a esa mascarada, decidí no volver a equivocarme, decidí en su momento que la mejor manera de no hacerlo, es no intentarlo de nuevo.
—Señor Martínez, ya está aquí su cita –me dijo mi secretaria, por el intercomunicador
—Dígale que pase –le dije, interrumpiendo mis pensamientos.
Una hora después, le di la mano en la puerta despidiendo a la visita; y no pude evitar buscarla entre las mesas aledañas, y allí estaba, de pie, medio apoyada en su mesa, charlando con una compañera. Esa mañana llevaba su rubia melena, medio recogida, porque sus rizos se escapaban por todos lados, enmarcando su cara en forma de corazón, en la que dominaban sus enormes ojos color marrón claro, esos ojos que parecían tristones, hasta que se reía, y entonces su boca casi demasiado grande, de labios gruesos, alegraban esos ojos expresivos, iluminándolos al máximos, y cambiando totalmente su triste expresión. Y aprovechando que mi secretaria, debía estar por ahí haciendo algo, y ella demasiado ocupada en su charla, seguí recreándome, y me fije en sus más que generosas curvas, relamiéndome hasta obligarme, a retirarme a mi despacho antes de que nadie se diera cuenta.
No esperaba nada más de esa situación, en ningún momento me plantee siquiera, cruzar dos palabras con esa mujer fuera del contexto laboral, que de vez en cuando nos mantenía en contacto, hasta que un día sucedió algo.
En una de las cenas que organizan casi todos los meses la junta directiva, y a la que asisto más por obligación que por ganas, se comentó entre un par de los comensales que fulanito de tal no estaba, porque por fin se iba a llevar al huerto a la rubia de contabilidad. Enseguida pensé en Eva, sabiendo que hablaban de ella, puse especial interés en la conversación, por lo que me enteré que el susodicho, después de un mes de invitaciones primero a cafés, luego a comidas, y finalmente a alguna cena; esa noche por fin pensaba llevársela al catre. Ya que se rumoreaba, que era de las que no se podía uno follar en la primera cita, asevero uno de los que contaba la historia; puesto que no era ni el primero ni el tercero en intentarlo, aunque los dos suponían, que con este caería, y dejaron claro que era más por su estatus, que por gusto personal de ella. Pero para sorpresa de todos, en los postres apareció el tipo, y me enteré que ella le había dado calabazas, por lo que cabreado había fingido no apetecerle sacarla por ahí, y había preferido terminar la noche con los colegas, aunque parecía no importarle se le notaba resabiado, e intuí que tendría consecuencias indirectas.
Y por más asqueroso que suene así fue, Eva empezó a caer en desgracia en la empresa, y pasó poco a poco a ser vetada, incluso por alguna de sus compañera. Por la oficina corrían bulos de todo tipo sobre ella, e incluso empezaron a quejarse de su trabajo, hasta que la cosa llegó al director y en una de las reuniones el tipejo planteó directamente su despido.
—Por tu cara Martínez, no pareces estar de acuerdo –dijo el director, mirándome directamente
Fernando y yo éramos colegas desde el instituto, y siempre me buscaba antes de tomar cualquier decisión importante, y aunque mi puesto, podría considerarse uno más, entre los altos puestos, me sabía más que respectado por esa amistad y respecto, que siempre nos habíamos profesado.
—No lo veo justo, y creo sinceramente que hay un complot contra esa mujer, que no creo que sea, ni el sitio ni el momento de discutir, pero creo que hasta podrías exponerte a una posible demanda, si la despidieras. –siempre le había tratado de tú, porque así me lo había solicitado.
Entonces no hay más que hablar, se queda. No estamos para demandas, Muñoz –dijo mirando al otro, que me fulminó con la mirada.
Al igual que los chismes, lo sucedido en la reunión “se filtró”, y corrió como la pólvora por la oficina, y clara evidencia de ello, fue que al día siguiente, a primera hora tras ser anunciada por mi secretaria, Eva se presentó en mi despacho.
—Buenos días, señor Martínez, sé que apenas nos conocemos, pero quiero darle las gracias, por lo que hizo ayer en la reunión.
—No me gustan las injusticias, y rechazar a un patán, no debería costarle el puesto a nadie. –le dije cortante, sin intentar entablar una conversación.
—No sé cómo agradecerle, que interfiriera por mi cuando ni siquiera me conoce
Y era cierto, no la conocía de nada y ni siquiera tenía claro quererla conocer, ni querer nada de ella, porque en el fondo sentía que nada teníamos en común, salvo esa casi enfermiza obsesión mía por observarla sin más, y sin saber porque.
—No tiene nada que agradecerme, Eva –sentencié, abriendo una carpeta y dando así la conversación por acabada.
Sin levantar la mirada, pude notar como tras un susurro de despedida se disponía a marcharse, pero ya casi en la puerta se giró, y me dijo:
—Soy curiosa por naturaleza, y no entiendo como alguien como usted, a quien parece hasta molestarle mi presencia, en mitad de una reunión se erige como mi salvador, aun sabiendo que se ganara un poderoso enemigo en la empresa...¿que esperaba sacar a cambio?
En ese instante, me di cuenta que para volver a la normalidad de antes, a mi ostracismo ante ella, para poder seguir con mi obsesión, sin encontrarme con su sonrisa agradecida por los rincones de la empresa, debía cortar su agradecimiento por lo sano.
—Eva pues es fácil, esperaba que agradecida, accedieras a ser mi esclava sexual, que te parece la idea, ¿aceptas? –le solté en plan burro, antes de bajar de nuevo la mirada a la carpeta, y esperé que saliera de mi despacho dando un portazo.
Pero para mi sorpresa, no hubo tal portazo, y tras un par de minutos sin oírse nada en absoluto, levanté la mirada, y me encontré con la suya, seguía de pie, apoyada en la puerta aun cerrada tras ella. Y casi me caigo del sillón cuando la oí decir:
—Acepto
— ¿Porque? –pregunté haciendo un descomunal esfuerzo, para no tartamudear
—No lo sé, quizás porque es la primera vez, que alguien me dice de verdad lo que quiere de mí sin tapujos, sin invitarme a un café, sin engaños ni mentiras...
Mientras digería sus palabras, se acercó a mi mesa, y colocándose a mi lado por primera vez, desde que la conocía, tecleó en mi teclado unos dígitos, abajo tres más, y sin mirarme me dijo:
—El de arriba es mi móvil, el de abajo la extensión directa de mi mesa. Cuando tenga claro donde, cuando y como hágamelo saber, señor Martínez
Y por primera vez en muchísimo tiempo, alguien me dejo sin palabras, con la boca abierta y con una erección de mil demonios, mientras se iba de mi despacho contoneándose.
Apenas podía concentrarme en nada, que no fueran sus palabras, su respuesta a mi loca y descabellada propuesta, y en mi cabeza retumbaba una y otra vez. Y de repente la idea de disfrutar de su cuerpo completamente, me resultaba tan loca como tentadora, finalmente la locura se interpuso a la razón cuando a primera hora de la tarde, a través de mi secretaria la mande llamar, sin saber aún muy bien como atacar.
—Buenas tardes señor Martínez... ¿que desea? –preguntó, echando el cierre disimuladamente a la puerta y de nuevo me lo ponía tan fácil...
—De momento, solo tus bragas –era un poco mi manera de asustarla, esperando que saliera corriendo ante mi agresiva propuesta sin miramientos
Pero una vez más volvió a sorprenderme, metiendo sus manos bajo la liviana falda de primavera que llevaba.
—No Eva, sube la falda, quiero ver tu coño mientras lo desnudas –exigí en tono neutro
Y de nuevo sorprendido, vi como esa mujer a la que había observado como un depredador en la sombra, se subía la faldita, y tras asegurarla casi en su cintura, agarraba el elástico de sus braguitas color turquesa, y las deslizaba por sus prietos muslos hasta sacarlas, y dármelas frente a mi mesa, sin acercarse demasiado.
—gracias, de momento es todo.
Apenas podía respirar con normalidad, la polla me dolía apretada dentro del pantalón, y sin preocuparme, ni de asegurar la puerta cuando salió, liberé a la bestia, en la que esa mujer había convertido mi rabo, y oliendo sus bragas la liberé, notando el calor y la rigidez, mientras empezaba a masturbarme furiosamente.
Descubrí la tela ligeramente húmeda en la entrepierna, lo que me puso aún más cachondo, e hizo que mi mano prácticamente torturara mi polla a reventar, que terminó cubierta de esas braguitas, unos minutos después mientras las rociaba de espeso, y caliente semen.
A pesar de mi gloriosa corrida, me pasé cachondo el reto de la tarde, sin dejar de mirar de reojo esas braguitas, en el primer cajón de mi escritorio.
A las seis y media se fue mi secretaria, como siempre tras despedirse, y diez minutos después apareció, Eva.
—Me voy a las siete, ¿va a devolverme las bragas?
Pensaba quedármelas, pero en ese momento pensé en otra maldad. Las saque y estirando la mano se las di, notando ella enseguida la humedad.
—No creo que puedas usarlas hoy, lo siento no he podido evitar mancharlas –le dije intentando parecer indiferente, mirándola solo de reojo
—No pasa nada, puedo usarlas así perfectamente –y mi polla volvió a ponerse dura al ver como se ponía esas braguitas llenitas de mi semen, colocándoselas bien pegaditas a su sexo.
—Hasta mañana, Eva –dije intentando no tartamudear de nuevo.
Parecía que con esa mujer, iba a tener que acostumbrarme a ir de calentón en calentón.
Al día siguiente, cuando llegué no estaba en su mesa, ni tampoco mi secretaria, la cual debía haber ido a por mí café como cada mañana, que parecía que me olía en el ascensor.
Me senté tras mi mesa, y nada más abrir el primer cajón, recordando lo sucedido el día anterior me dio un pasmo, al ver dentro una tela, que sin sacar supe lo que eran, sin necesidad de abrir la nota concisa, que acompañaba a las braguitas.
“Son las que he llevado puestas toda la noche, siento si están un poco sucias, pero no he podido evitar pasarme gran parte de la noche, pensando en lo que haría usted con ellas, y como dice el refrán: de aquellos polvos, vienes estos...”
—Buenos días señor Martínez, le traigo el café y el correo. –dijo mi secretaria desde la puerta mientras yo acariciaba aun las bragas dejándolas en el cajón como si quemaran.
—Puede hacerme el favor de avisar de nuevo a Eva, siguen sin cuadrarme sus cifras –le dije pareciendo malhumorado.
Diez minutos después, mientras acababa el café, tras tocar con los nudillos y hacerla pasar entro Eva de nuevo en mi despacho.
— ¿Pasa algo con las cuentas, señor Martínez?
—no Eva, supongo que las cuentas estarán bien, pero me ha puesto muy cachondo tu regalito (le dije abriendo el cajón) y me apetecía que me la menearas tú sobre esas braguitas, y consideré que era mejor la excusas de los números, para hacerte venir al despacho, ¿no crees?
—Estoy de acuerdo –dijo, acercándose tras dejar el papeleo en mi mesa.
— ¿Supongo que habrás cerrado la puerta, no?
—Claro
Y sin más, se arrodilló a mi lado, giró el sillón y colocándose entre mis piernas, empezó a desabrocharme el pantalón con cuidado, metió su mano y sacó mi polla, que ya estaba de buen ver.
—Vaya –dijo mirándola con una cara de golfa que casi me hace correr.
—No le tengas piedad –le dije al verla masturbándome de rodillas ante mí, ya con eso estaba al límite de mi aguante.
Y no se la tuvo, con una de sus manitas sacó mis pelotas y mientras las amasaba acelero el vaivén de su mano, cada vez más deprisa, alternando casi con golpeteos al bajar la mano, cosa que me volvía loco, por lo que no tarde en llenar ambas manos de espeso semen.
—Gracias, Eva –fue lo único mediamente cariñoso que le dije, mientras empapada de lefa, pasaba al baño lavarse las manos.
Mientras se iba, entré yo al baño, para no caer en la debilidad de despedirla, con algún mimo después del placer, y al salir ya no estaba.
Esa primera semana, “pedí” a Eva, que me masturbara a diario en mi oficina, en los baños de la empresa, y hasta una mañana en el mismo aparcamiento cuando llegó. La situación se repitió a diario, ella sacaba mi falo ya duro solo de pensar lo que iba a suceder, y me la meneaba con ganas hasta sacarme hasta la última gotita de leche, sin que le permitiera ningún tipo de acercamiento más, ni físico ni emocional, cosa que ella acepto sin rechistar, y yo descubrí a medida que pasaban los días, que esa situación me tenía más cachondo de lo que había estado en mi vida, ni siquiera cuando era un chaval.
Esa mañana era martes, el lunes no había estado en la oficina, y mis huevos estaban a rebosar desde que me masturbara el viernes. No la hice llamar hasta primera hora de la tarde, cuando ya no debía esperárselo, y apareció al momento, cerrando como siempre la puerta tras ella. Sus visitas a mi despacho, no causaban extrañez, ya que me las había ingeniado con mi amigo, comprometiéndome a revisar su trabajo a diario, para que no volvieran a suceder errores, desde la famosa reunión, en la que querían despedirla.
—Buenas tardes, Eva –le dije mientras ella, ya volteaba la mesa para arrodillarse ante mis piernas.
—Buenas tardes, señor Martínez –a pesar de llevar una semana masturbándome, no me había tuteado una sola vez, y eso me ponía aún más.
— ¿Me harías el favor de quitarte la blusa, y el sujetador? me encantaría, ver tus tetas –le dije, educadamente como si hablara de un informe cualquiera.
Ella no me miraba, incluso pensé que no me había oído, pero entonces, vi que empezaba a desabrocharse la blusa, y a continuación se quitaba el sujetador, dejando ante mí la visión, de las mejores tetas que hubiera visto en mi puta vida. No por perfectas que no lo eran, sino porque eran las tetas de Eva. Gordas, redondas, de pezones gordos y oscuritos, ligeramente caídas por el peso...vamos de esas tetas que te mueres por estrujar en cuanto las miras babeando.
Mientras yo me deleitaba con esas tetas, su dueña ya empezaba a menear mi polla a buen ritmo, como sabía que me gustaba desde el inicio, y supe donde quería correrme...quería ver esas tetas goteando semen...mi semen.
—Ya sabes lo que quiero ¿no?
Y con una sonrisa de puta en la cara, que me encendió, casi tanto como sus peras, siguió subiendo el ritmo, y empezó rozar mi bálano por esos pezones; joder, podía notar en la punta de mi polla, la dureza de esos garbancitos, ver como las primeras gotitas los dejaban brillantes...
—Más Eva, llénate las tetas de lefa
Y una vez más me dio lo que le pedía. El primer chorro fue en mitad de ambas, el segundo a la derecha, apunto un tercero a la izquierda y luego agarrándomela con ambas, se dedicó a frotármela con las dos.
Joder estaba en el puto paraíso, y esto solo acaba de empezar...