Obsesión 2

Ines se somete a su primer encargo

Inés, sentada junto a Luzbel en el pub irlandés, mostraba a todo quisque que pasara frente a ella, no solo sus bonitas piernas, sino también (en contra de su costumbre) las negras bragas , a causa de una falda demasiado corta. Luzbel por el contrario, portaba un elegante vestido negro de Kookai que le llegaba hasta los tobillos. En cambio, cuando de daba la vuelta, el personal se quedaba de piedra con un escote en la espalda que le llegaba al mismísimo cokcis. Las miradas desde la barra de los machitos yupies les resbalaban. Uno de ellos, más atrevido, se acercó a ellas.

  • hola nenas, ¿Buscáis compañía?

Una mirada de Luzbel bastó para que volviera avergonzado a la barra. Ante el estupor de sus acompañantes pagó la consumición, y sin proferir palabra alguna salió del local. Dos horas más tarde, y ante la insistencia de su novia que le preguntaba una y otra vez qué le había ocurrido, dado el estado depresivo en que se encontraba, contestó con voz apenas audible:

  • he visto al diablo.

  • Inés ¿A quien odias?

Juntó los pulgares, agachó su cabeza, y comenzó a hablar:

  • a mi padre. Está muerto pero sigo odiándolo.

Hizo una pausa.

  • era un hombre muy religioso. Todos los días asistíamos a misa mi padre, mi madre, Andrea mi hermana mayor y yo, y a las seis de la tarde en punto rezábamos el Rosario en familia. Todo iba bien, hasta que un día se fue. Nos dejó para irse con una mujer veinte años más joven. Yo tenia 11 años. De repente todo mi mundo se fue abajo. Yo lo adoraba. No podía soportar la idea que nos había dejado. Deseé su muerte con todas mis fuerzas. Al año murió de cáncer de pulmón. Me alegré. Poco después mi madre se empeñó en llevar a mi hermana a la universidad con coche, a pesar que nunca conducía cuando éramos una familia. Tuvieron un accidente y murieron las dos. Odié más a mí padre aunque estaba ya muerto. Aun lo odio.

  • ¿Qué edad tenias cuando te quedaste sola en el mundo?

  • 13 años. (pausa) También odio a mi jefe.

  • te escucho.

  • yo vivía con mi tía Julia, la hermana soltera de mi padre. No tenía a nadie más en el mundo. Mi tía detestaba a mi madre y me acogió más por obligación que por cariño. Yo quería estudiar arquitectura pero los años finales del instituto fueron muy duros y no saqué las notas necesarias para tener una beca. Mi tía decía que no tenía dinero para pagarme los estudios, así que hice un modulo de diseño gráfico en FP. Cuando terminé me presenté a unas pruebas en la productora Sap & Sap. Éramos 27 aspirantes para una sola plaza en el departamento creativo. Uno de ellos era hijo de un diputado del PSOE, que además formaba parte de la comisión de RTVE. La empresa optaba a un concurso en esa cadena, así que la plaza fue para él. A mi me contrataron también, como consolación por mi gran trabajo, aunque en un puesto muy inferior. Desde el primer día empezó a acosarme en el trabajo de todas las formas imaginables. Lo denuncié pero todo fue en vano. A pesar de ser un completo inútil fue ascendiendo peldaños en la empresa. Al menos dejó de asediarme pero siento por él odio eterno.

  • ¿Te gustaría verlo morir?

  • hace unas semanas te diría que no pero ahora no estoy tan segura.

  • no hará falta que lo hagas. Empezaremos por él...

Esa mañana de viernes Piero le dedicó el quinto piropo del día:

- mama mía Inés. Espectacular...

  • ¿Te gusto Pierino?

  • me has gustado siempre ragazza, pero hoy...

Al contrario de lo que era habitual, Inés había aparecido maquillada, vestida con una falda bajera bastante corta y una camisa clara transparente, con mas botones desabrochados de lo que podía considerarse imprudente, y que mostraba a las claras su exiguo sujetador color carne y apenas ocultaba un piercing en su ombligo. Zapatos de tacón alto realzaban su trasero. La raja posterior de la falda no llegaba a desvelar que no llevaba bragas, pero poco le faltaba. No dejaba a nadie indiferente.

Era la primera en entrar en la oficina, así que el impacto entre el personal no fue inicialmente excesivo, pero al levantarse para dirigirse al despacho de su odiado jefe se levantaron murmullos a su paso. Contrariamente a lo que hacía normalmente le dedicó a este una seductora sonrisa, que el cretino supo corresponder con una afabilidad que había perdido tiempo ha con esa puta despreciable.

  • Inés,  te veo espléndida.

  • gracias Tony.

  • a las doce tienes que acompañarme a la reunión ejecutiva. Trae los últimos diseños de vestuario. Los tienes preparados, ¿No?

  • desde luego.

  • buena chica, eficiente y guapa.

Inés le dio las gracias pero todavía aumentó el odio hacia ese cabrón.

  • ¿Quieres tomar un café?

Solo un burro ignorante podía llamar café a ese líquido infecto, pero el plan era el plan.

  • sí, gracias Tony, me apetece un montón.

Estuvieron departiendo como si fueran amigos. Inés se tragaba el asco y se mostraba todo lo amable y encantadora de que podía ser capaz en esas circunstancias. Cuando llegó la hora de la reunión subieron al piso de arriba donde estaba plana mayor de la empresa.  Atraía las miradas de todos, hombres por supuesto. - ¿Quien es esa chica tan mona y tan puesta?- preguntó el más mayor de los Sap  a Gabrielle DelDongo?

  • trabaja en creativo, y es muy competente.

Así que cuando Inés soltó su speach y mostró su trabajo, todo el staff directivo estaba en el bote. Hijos de puta, pensó ella. Toda la vida currando y cumpliendo al máximo, y ni puto caso. Vas y les enseñas escote, y babean. Qué injusta es la vida.

Salió de allí casi en hombros. El Sr. Sap le comunicó oficialmente que sería propuesta para un aumento de categoría, y DelDongo estaba entusiasmado.

Afortunadamente, toda la tropa tenía comida de negocios con Paolo Bassile y medio Telecinco, y su jefe había quedado con "alguien" sin especificar, así que podía ir a comer sola. Cuando iba a despedirse se le encendió una luz.

  • Tony, ¿puedo salir una hora antes? Tengo que recoger un tablet de la oficina en Cavanilles y volverlo a traer. No quiero llevármelo a casa. ¿Te importa?

  • ¿Cavanilles? Ahí está el colegio alemán no?

Inés lo sabía muy bien, tanto como que su padre la recogía a su hija todos los días y la traía a la oficina.

  • sí, justo enfrente.

  • ¿puedes hacerme un favor?

  • si está en mi mano, claro.

  • mi hija Patricia sale a las 4 y media. ¿Puedes recogerla y traerla para acá? ¿Vas en taxi?

  • sí, por supuesto; no me cuesta nada hacerlo, pero dame un justificante. ¿Estarás aquí?

  • no lo sé. ¿Te importa quedarte con ella hasta que yo llegue? Te estaría muy agradecido.

Estaba claro como el agua. El hijo de puta se iba a follar con alguien y ella le proporcionaría más tiempo. A las dos menos diez, Tony y Sylvia, la gilipollas de su secretaria, salieron de la oficina con gesto más que sospechoso. Valiosa información, pensó Inés.

A las 4 y veinticinco, Inés entregó el justificante, y recogió a Patricia. Tendría 15 años a lo sumo. Era pecosa y de cara agraciada. Rubia con ojos azules. Alta, delgadita y todavía sin acabar de hacer, pero piernas, culo y tetas prometían. Era ese tipo de chica que en dos años podía estar como un queso, o bien quedarse en una mediocridad. Tomaron un taxi con mampara.

  • ¿Como te llamas?

  • me llamo Inés.

  • ¿Trabajas con mi padre?

  • sí.

Bastaron unos segundos para que Inés se diera cuenta de las inclinaciones lésbicas de Patricia. Su forma de mirarla, la observación constante y mal disimulada de sus piernas y escote, la delataban. Eso era algo que modificaba sus planes, pero quedaba fuera de su alcance cambiar esa tendencia.

  • ¿Estas casada?

  • nooooo.

  • ¿Tienes novio?

  • no, ¿Y tú?

  • que va. Oye, ¿eres lesbiana entonces?

  • ¿porqué tendría que serlo?

  • no sé. Una chica tan guapa como tú... Es raro, ¿No?

  • me gusta vivir sin ataduras. Algún día quizás lo comprendas.

  • Inés, ¿Puedo preguntarte una cosa?

  • lo vienes haciendo desde que nos hemos visto. Claro.

  • ¿Te gusta que te miren?

Inés lo esperaba. Patricia estaba interesada en ella.

  • lo digo por como vistes.

  • es complicado contestar Patricia, pero puede decirse que sí. A todas las mujeres nos gusta sentirnos atractivas.

  • sí, ya... Es que eres muy guapa ¿Sabes? Y vas vestida muy guay.

  • gracias, tú también eres muy guapa.

  • ¿Tú crees?

  • claro que sí. Tienes unos ojos muy bonitos, un pelo precioso, las facciones muy agradables. Y tus pecas te dan un gran atractivo. Tus manos son perfectas. ¿Que más puedo decirte?

  • si, claro... Pero lo otro.

  • te refieres a tetas y culo?

Patricia se rió.

  • me encanta como me has hablado. Me tratas como a una mujer, no como mi madre que cree que soy una niña. Sí, me refería a eso.

  • el uniforme del cole no favorece precisamente, pero creo que no estas mal.

  • no sé, pero gracias. Me encanta tu ropa.

  • bueno, la falda ya no se lleva mucho pero me gusta enseñar la tripita.

  • y me gusta tu piercing. ¿Tienes algún tatuaje?

  • no, eso no.

  • qué lástima. Me molan los tatuajes. Lo he pedido para mi cumple pero mis padres no quieren ni hablar del asunto.

El taxi paró frente al mismo portal.

  • ya hemos llegado.

Inés pagó, y las dos subieron a la oficina. Llegaron a las cinco menos cinco. La gente ya estaba recogiendo. Ni rastro de Tony o de su secretaria. Realmente Inés y Patricia habían conectado pero era poco el tiempo disponible y tenía que actuar rápido si quería conseguir algo. Y ocurrió: llamaron por teléfono, era  Tony. Se demoraría hasta las seis como poco. El muy hijo de puta le pidió que se quedara con ella. Cuando colgó Inés entró en su despacho donde había dejado a Patricia.

  • hola.

Patricia estaba sentada en el sofá del despacho de su padre. La cara se le iluminó.

  • hola Inés. ¿Vienes a estar conmigo?

  • sí. Tu padre tardará un rato en volver. Me quedo contigo hasta que vuelva.

  • qué bien. ¿Hay alguien en la oficina?

  • solo los de seguridad, y están abajo, ¿por?

  • porque quiero estar a solas contigo

  • pues estamos solas.

  • es que... quería pedirte una cosa.

Inés sabía perfectamente que la cosa iba a subir de tono. El extraño brillo en los ojos de patricia lo decían todo.

  • a ver, pide.

  • puedo...  ¿puedes dejarme tu ropa para ver como me queda?

  • Patricia, yo gasto una 38/40 y tu como mucho el 34.

  • ya lo sé pero con clips puede hacerse un apaño. Mi amiga Lydia y yo lo hacemos con la ropa de su hermana mayor. Además,  tú y yo somos iguales de altas. Porfa, déjamela.

  • hay otra cosa: no llevo bragas.

  • no?

  • no me gusta llevar ropa interior. Solo las uso cuando tengo la regla.

  • me parece genial. Es muy excitante. Bueno, si te da corte.

  • lo digo por ti Patricia.

  • por mí? Huy, ni caso.

Inés se desabrochó los pocos hojales de su camisa que quedaban cerrados, soltó el pequeño corchete de la falda y se quedó solo con el sostén. Patricia no perdía detalle de los encantos de Inés.

  • oye, ¿no te depilas?

  • solo las piernas. Me gusta lo natural.

  • te sienta genial. Me gusta.

  • toma, prueba.

Muy contenta Patricia se quitó el uniforme. No solo eso, también se dependió de sus braguitas.

  • ¿También te las quitas?

  • claro. Para hacer como tú.

La muchacha se puso las ropas de Inés. La camisa no tanto, pero la falda le venía muy ancha de cintura. Fue a la mesa de su padre y tomó unos clips. Con ellos se acomodó el talle y la cosa quedó razonablemente bien. Empezó a pavonearse y a hacer posturitas como si fuera una modelo. Se agarraba la falda y la movía enseñando su rubio pubis. El olfato de Inés captó inmediatamente que su vagina empezaba a licuarse. El atrevimiento de la niña fue en aumento:

  • ¿me dejas tu sujetador? El mío es tan feo.

  • te vendrá muy grande. Yo uso la 90/95 y tu la 85 y gracias.

  • ya sé que tengo las tetas pequeñas pero me haría tanta ilusión.

Inés se lo quitó. Estaba completamente desnuda pero era capaz de oír el ascensor, e incluso la puerta de abajo. Se lo dio a Patricia. Esta se quitó el suyo, blanco de colegiala, mostrando sus adolescentes pechos. Se puso el suje. Era un tipo wonderbra que a pesar de que le venia grande le vino muy bien para realzar sus tetas. Le dio su iPhone.

  • ¿te importa grabarme mientras bailo? Me hace mucha ilu recordar este día.

Y continuó su devaneo de pasarela mientras Inés la grababa, incluyendo los procaces movimientos que mostraban todo, absolutamente todo. Finalmente se cansó y se sentó al lado de Inés.

  • uff. ¿Lo has grabado todo?

  • más de lo que debiera.

  • no , así está súper. Cuando la vean mis amigas alucinarán.

  • ¿la vas a colgar en internet?

  • desde luego. La editaré para no enseñar la chichi, claro. Dame tu móvil. Te hago una perdida para que tengas mi numero, o mejor, te mando un mensaje con mi MSN. Así te la mando, pero a ti entera ¿Te va?

  • claro que me va Patricia.

  • oye Inés, ¿Puedo contarte un secreto?

Nuevo aviso de que subiría el tono de nuevo. Faltaba muy poco para llegar al momento decisivo.

  • claro que puedes.

Patricia se puso seria.

  • me parece que soy lesbiana.

Patricia, eres muy joven. A tu edad no se tienen muy definidas las tendencias sexuales. ¿Has tenido relaciones?

  • con chicos no. No me gustan ni me atraen. Con chicas un poco. Y me gustan.

  • ¿has tenido relaciones sexuales con amigas?

  • con amigas no. Con Berta, la profesora de educación física, algo.

  • ¿Qué es "algo"?

  • a mi me ha gustado desde el curso pasado. Es como nórdica: alta, rubia, mas que yo, pechos muy grandes. Ella también me parecía que me miraba mucho a mi. Un día estábamos solas en el vestuario y se metió en la ducha conmigo. Me tocó ahí y por todo por todo. Me dio mucho gusto. Fue muy poco tiempo.

  • ¿Solo una vez has estado cono ella?

  • si, solo una. Fue el mes pasado.

  • ¿Estas enamorada de ella?

  • no, que va.

  • ¿solo te gusta para el sexo?

  • si, pero me gustan otras también.

  • lo supongo.

  • tú, me gustas mucho. Bueno creo que la que más.

Inés supo que este era el momento. Patricia ya estaba encelada total. Olor, tono de la piel, ojos brillantes, un sonido de su ritmo respiratorio inaudible para los humanos. Solo faltaba entrar a matar, seducirla sin contemplaciones para hacerla su juguete, y volver al plan previsto. Pero cometió un error.

  • Patricia, ¿Qué edad tienes?

Dudó al contestar.

  • catorce.

Inés persistió en el error.

  • dime la verdad.

Patricia escondió la cara.

  • acabo... Acabo de cumplir trece.

Trece años... A Inés le vinieron encima sus recuerdos de esa edad: la marcha de su padre primero, su odio, la pérdida de toda su familia, la fe hecha añicos; los turbulentos tiempos en el instituto, sus peleas, las barbaridades que casi le cuestan el reformatorio, las palizas de su tía, su primer novio que la embelesó de tal forma que se convirtió prácticamente en su esclava, y terminó con su violento desvirgamiento... Desistió.

  • Patricia, vístete. Tu padre puede llegar de un momento a otro.

La niña estaba perpleja.

  • pero Inés, es todavía pronto y me encuentro tan bien así, contigo.

  • lo sé. Yo también estoy muy a gusto pero tenemos que dejarlo. Es lo mejor.

  • al menos... ¿Puedo pedirte un ultimo favor?

  • sí, te lo daré.

  • nunca me han besado en la boca.

Inés suspiró. Se lo estaba poniendo tan fácil. Patricia estaba sentada a su lado izquierdo. Se levantó y pasó sus rodillas por encima de sus muslos sentándose sobre ellos. Pudo sus brazos sobre sus hombros y se pegaron ambos cuerpos. Y la besó, tan profundamente como pudo. Patricia gimió. Inés estuvo a punto de seguir, pero se apartó, dejando a Patricia enferma de excitación. Se incorporó.

  • y ahora vístete, por favor.

Intercambiaron las ropas en silencio. Patricia casi lloraba.

  • esperaremos a tu padre. Voy a mi mesa a adelantar trabajo para mañana.

  • Inés...

  • dime.

  • ¿Volveremos a vernos?

  • sí Patricia, te lo prometo.

  • ¿Pronto?

  • no lo sé, pero será lo antes posible.

Y salió del despacho. Se sentó en su mesa. Intentó distraerse revisando uno diseños que ya tenía preparados pero no lo consiguió. Sus recuerdos se alternaban con su fracaso. Dudó y volvió a dudar. Finalmente llamó a Tony. Le dijo que tardaría diez minutos. Fueron casi veinte.

  • ¿y la dejaste escapar así?

  • sí Luzbel.

Como siempre que tenían cita, habían quedado en el pub, y como siempre según lo acordado, ambas tenían que ir vestidas adecuadamente. Inés había comprado meses antes en Privalia un vestido muy corto a rayas horizontales con un gran hueco en su espalda. Esta vez no llevaba ropa interior. Luzbel, por el contrario, repetía traje casi hasta los tobillos pero muy escotado al frente y a los lados. Sus pechos no tenían secreto alguno que ocultar.

  • no voy a preguntarte porqué lo hiciste. Es cosa tuya y no mía, pero teníamos un plan, un plan que has desbaratado, y eso sí que es cosa mía. He apostado muy fuerte por ti. Eres mi elegida. Si fracasas el fracaso es mío, y me juego mucho en esto. Quien me envía desconoce el significado de la palabra perdón. Vete a casa. Ah, y avisa en tu trabajo que faltaras unos días.

  • pero Luzbel, no puedo hacer eso. ¿Como lo justifico?

  • eso es cosa tuya. Paga tú.

Se levantó y se fue. Ningún hombre de la barra se atrevió siquiera a mirarla.

Inés volvió a casa lamentándose por haberse dejado llevar por sus escrúpulos. Compararse con Patricia era, no solo absurdo, si no también injusto. Ella era sin duda una niña caprichosa, acostumbrada a tenerlo todo. Llevaba una vida regalada y tenia un futuro nada incierto. Se arrepintió amargamente. Cuando puso la llave en la cerradura solo pensaba en darse una ducha y tirarse en su cama con su consolador chino hasta reventar de placer. Cuando abrió la puerta lo que vio la tiró de espaldas: era Patricia, y estaba completamente desnuda.

  • ¿Qué haces aquí?

  • pasa y cierra la puerta.

Inés obedeció. Se encaró con la joven, pero antes de pronunciar palabra ésta le dijo:

  • me manda Luzbel. Desnúdate, del todo.

  • ¿Aquí, en el vestíbulo?

  • sí.

Un tembleque sacudió el cuerpo de Inés, y las piernas comenzaron a flojear. Nada bueno le esperaba. No iba a dejarse hacer fácilmente.

  • no te demores. Sé lo que estás pensando, pero será mejor que no te resistas.

Inés dudó, pero finalmente se desnudó, incluyendo pendientes, colgante, reloj y pulseras. Lo dejó todo en el pequeño sinfonier.

  • ¿Y ahora?

  • llama a tu jefe si no lo has hecho.

  • pero es imposible, no puede ser.

  • es tu problema. Si no llamas será peor. Decídete, o empezamos.

-está bien.

Inés telefoneó desde su móvil a Tony. No estaba disponible, así que le mandó un SMS diciéndole que faltaría unos días. Ya se consideraba despedida. Cuando colgó empezó a tomar conciencia de lo que le esperaba. Terminó de caer en la certeza cuando siguió a la falsa Patricia hasta el salón. Casi se cae por la debilidad de sus piernas al verla: una gran cruz de madera en el medio de la estancia. No podía imaginar como había llegado allí, ni como se sostenía, pero ahí estaba, imponente, aterradora.

  • es... para mí?

A los pies de la cruz y a una altura de medio metro aproximadamente, se situaba un taburete amplio salido de dios sabe donde.

  • sube.

  • pero... ¿Me vas a ... A crucificar?

  • sube..

  • pero...

La aparentemente frágil figura, la agarró de una muñeca y la levantó como una pluma sobre la tabla. Casi le descoyunta el brazo. Inés gemía.

  • no, por favor... No.

como única respuesta la cogió de la cintura y la dispuso de espaldas al barrote vertical. Subió sobre la tarima de un salto.

  • extiende los brazos.

Desde que murieron su madre y su hermana, Inés no había derramado una sola lagrima. Después de ese día había recibido múltiples humillaciones, injusticias, desprecios, palizas. Como aquella primera vez que, de vuelta a casa después de clase, la sorprendieron tres compañeras de curso. A rastras, la llevaron a un callejón, donde le arrancaron literalmente las ropas y la golpearon y patearon, dejándola en el suelo semidesnuda y magullada. Y todo porque había hablado mas de la cuenta con  el novio de una de ellas. Ni entonces, ni en las siguientes repeticiones de esta singular venganza, Inés había llorado. Como tampoco lo hizo cuando cuatro años más tarde cuando fue detenida en una manifestación y tres policías municipales la metieron en un calabozo incomunicado, le quitaron la camisa y el sujetador y le dieron con las porras en los pechos. No lloró cuando tras acusar a los policías, la jueza la declaró culpable por resistencia a la autoridad, estando a punto de ingresar por segunda vez en un correccional.

Y en cambio, allí, mientras la falsa Patricia anudaba sus muñecas a los brazos de la cruz, Inés lloraba.

La enviada de Luzbel, completada la tarea bajó de la tarima.

  • no voy a atarte las piernas. Si pataleas será mucho peor. Si te agarras con los muslos a la madera usaré esto- dijo mostrándole una larga lanceta  muy puntiaguda. Y sin más trámite apartó la banqueta. Inés cayó de golpe.

Pasaron unos segundos, solo unos segundos y aquello se le hizo insoportable. Movió las piernas pero todavía sufría más. Se estaba quedando sin aire. Los huesos le crujían. Los músculos de cintura para arriba se estiraban de forma inverosímil en su imaginación. Tenía que agarrarse a la madera y sostenerse o moriría sin remedio. A pesar de la advertencia presionó con sus muslos impulsándose hacia arriba, buscando un mínimo apoyo. Un dolor profundo, más intenso todavía, brotó de su vientre. La enviada le había clavado la lanceta. Gritó, gritó hasta quedarse ronca. Tenia que tomar aire como fuera, e insistió con apoyarse de nuevo en la barra, buscando un instante de aliento. Un nuevo punzazo, y otro, y otro. No podía verlo pero sangraba abundantemente. Tampoco podía notarlo a pesar de su hipersensibilidad en su sentido del tacto, porque sudaba a mares. Su cuerpo transpiraba por todos sus poros. El sonido del sudor y la sangre goteando en el suelo retumbaba en su cerebro. Un nuevo y desesperado intento por no asfixiarse y una nueva lanzada. Sin piedad, la falsa Patricia hendía la parte baja de la barriga de Inés con tanta furia e insistencia que el músculo cedió, y parte del intestino asomó por la herida. Se ahogaba sin remedio lo que la obligaba a buscar apoyo como fuera, y la lanza le abría el abdomen a cuchilladas, hasta que las tripas se desprendieron colgando de forma grotesca y macabra. Entonces terminó todo, y una oscuridad obscena la desmoronó. Estaba muerta.

FIN DE LA SEGUNDA PARTE