Observando desde el andén
Una chica espía a las parejas que se reencuentran en el andén del tren y acaba obsesionándose con los paquetes de los chicos. Hasta que un día consigue hacérselo con uno de ellos...
Hola, me llamo Mercedes y esta es la historia del mejor polvo de mi vida.
Todo comenzó muchos meses atrás. Yo salía con un chico del que estaba muy enamorada, todo iba bien hasta que tuvo que irse fuera de nuestra ciudad para hacer el servicio militar. Cada vez que volvía de permiso, yo lo recibía con mis besos en el andén de la estación de trenes. Sin embargo, nuestra historia no duró mucho. A los siete u ocho meses me enteré que me estaba poniendo los cuernos en la ciudad en la que estaba desplazado, que se iba de putas con otros chicos y que le encantaba ligar con cualquiera en las discotecas.
Me dolió mucho. Durante varias semanas me sentí muy deprimida e incluso iba a la estación de trenes y me quedaba allí toda la tarde, viendo llegar los trenes y recordando mis buenos tiempos con él. Pero con el tiempo me fui olvidando de él. Seguí yendo a la estación, se convirtió en todo un ritual al que volvía cada vez que tenía la tarde libre. Me quedaba allí un par de horas al menos, viendo llegar los trenes, y a otras chicas esperando a sus novios (o novios esperando a sus chicas). Todos seguían más o menos la misma rutina al verse. Se buscaban, se sonreían, se abrazaban y en seguida se besaban una y otra vez, como si hiciese años que no se tocasen, como si fuese la primera y última vez que fuesen a estar juntos.
Pero lo que más me gustaba llegaba después, al ver como se iban de la mano, y pasaban junto a donde yo estaba. Yo no apartaba los ojos de los paquetes de los chicos, siempre a punto de reventar, marcando bien el nabo en el vaquero o la pana. Algunos trataban de disimular la erección, pero la mayoría sólo se acordaba de la persona que tenía al lado y a mí me excitaba mucho verlos andar, deseando llegar a casa y prolongar el pequeño anticipo de sexo que habían tenido hace unos segundos. A veces tenía suerte y había hasta dos o tres parejas que se magreaban un poco antes de salir de la estación (la mayoría eran muy formales y la larga espera sólo se veía recompensada con un pequeño piquito que no ponía a los chicos morcillones ni a mí me daba la posibilidad de excitarme). En esos casos yo empapaba las bragas viendo pasar aquellos trancas duras ansiosas por abrirse un hueco por la cremallera.
Luego llegaba a casa, me desvestía por completo en el recibidor de mi piso, caminaba hasta mi habitación totalmente desnuda, aspirando el olor de mi propio sexo, que estaba completamente encharcado por el recuerdo de lo vivido en la estación. En la habitación me masturbaba con fuerza, con muchas ganas de correrme pero sin darme prisa. A veces me sentaba en una silla y me tocaba los pechos y pellizaba los pezones mientras me metía dos y tres dedos en el coño. Cerraba los ojos y me imaginaba a mí misma follando como posesa con alguno de aquellos chicos que ahora mismo estarían follando también como posesos con sus novias.
Me acordaba de sus paquetes, me imaginaba de rodillas, abriendo la cremallera con la boca, liberando al fin aquella tranca dura, joven e hinchada que tanto tiempo llevaba deseosa de encontrarse con mi boca húmeda y caliente. Me imaginaba a mí misma chupando el glande con muchas ganas, pasando la parte de abajo de mi lengua por encima de su capullo morado y metiéndome luego toda la polla hasta el final de mi garganta, subiendo una y otra vez mis labios alrededor del falo, acompañando el movimiento con mi mano, arañando el vello púbico con mis uñas largas y maquilladas, agarrando su culo y empujándolo contra mi boca o acariciando los huevos con la palma de la mano. Luego me imaginaba que el chico me la metía de un único empujón, con fuerza, con ganas, con rabia. Me la metía fuerte y me la sacaba en seguida para volver a meterla hasta la base con otro potente empujón.
Mientras me masturbaba, no dejaba de imaginar todo esto y me ponía cada vez más y más cachonda, mis flujos llegaban a mojar la silla. Seguía imaginando su polla dentro de mí. Me imaginaba a mí misma muy abierta, recibiéndole con los ojos cerrados y la boca abierta en un gemido. No dejaba de pensar en las pollas que había visto aquella tarde veladas tras los pantalones. Me obsesionaban esos pedazos de carne. Necesitaba una polla, necesitaba convertir mi fetiche en realidad y tirarme a uno de esos chicos.
Una tarde lo conseguí. Volví a la estación. Volví a sentarme junto al andén, viendo llegar trenes. Observando a los chicos que esperaban. Contando las chicas que aguardaban. Un chico estaba sentado dos bancos más allá. Se le notaba que esperaba a su novia, iba muy arreglado para la ocasión, bien afeitado, engominado, vestido informal pero arreglado. Era guapo, alto, moreno, con buen tipo, no tanto como para asegurar que venía directamente del gimnasio, pero se veía que era alguien que hacía deporte.
Por fin se acercó el tren y el chico se levantó, estuvo tanteando con la mirada todas las caras que se bajaban del tren, pero su chica no apareció. Yo, de tanto mirarlo, no me di cuenta de que se me había escapado alguna pareja. Cuando el tren se vació y el andén se volvía a quedar desierto, sacó su teléfono móvil y tuvo una breve conversación. Su novia no vendría. Se enfadó y colgó el móvil apretando el botón con toda la fuerza y la rabia que pudo. Cuando ya casi había abandonado el andén, yo, ya de pie junto a él, le dije:
-"Parece que a ambos nos han dejado esperando por alguien que no se ha dignado a aparecer".
Al principio le debió resultar raro que le hablase, o que supiese perfectamente lo que le había pasado, pero muy educadamente, con una sonrisa encantadoramente blanca me contestó:
-"¿Sí?, ¿A ti también te han dado plantón?".
Le mentí, le hablé de un falso novio que debía haber llegado en el tren anterior. Fácilmente, entablamos una conversación bastante amena, charlamos sobre las parejas:
-"¿Por qué los tíos haceis siempre tal cosa?"
-"¿Por qué las tías sois siempre de tal forma?".
Acabamos en la cafetería de la estación, uno frente al otro sentados en la barra, yo coqueteaba claramente y él correspondía a mis sonrisas con la suya y con una mirada que prometía lujuria. En un momento dado bajé la vista y me fijé en su paquete, tenía un bulto enorme en su pantalón, estaba erecto, sabía hacia donde iba la conversación y se había empalmado imaginándome suya.
En un abrir y cerrar de ojos llamé al camarero, pagué la cuenta, lo cogí de la mano y me lo llevé al lavabo de señoras. No tuve que decirle nada, en cuanto se cerró la puerta detrás nuestra, se abalanzó sobre mi boca y me besó con fuerza, con pasión, como hubiese besado a su novia si hubiera aparecido en aquel tren. Yo lancé mi mano a su paquete. Lo sobé con la palma de la mano, midiendo su miembro atrapado bajo el pantalón. Por fin tenía una de aquellas pollas con las que tanto había soñado. Era enorme, estaba durísima, llegaba incluso a sentir el calor que desprendía bajo el pantalón. Con mi otra mano acariciaba su nuca, metía mis dedos entre su pelo y lo atraía hacia mí para no dejar de besarlo.
Mi lengua y la suya chocaban y se acariciaban con el sabor del café entre ellas, mordí su labio, apreté aún más mi mano en su polla. Bajé mis labios a su cuello y volví a morder. Mis dos manos ya estaban liberando su polla de aquella prisión de tela. Separé mi boca de su cuello y fijé mis ojos en el regalo que le iba a dar a mi cuerpo en breves instantes. Tenía ante mí la polla más grande que había visto nunca. Era estupenda. Roja, fuerte, enorme. Bajé mi boca directamente a su capullo y empecé a comérsela. Primero le besé tiernamente el capullo y rebañé de mis labios un poco de su líquido preseminal.
Dulce y salado a la vez. Me encantaba, estaba a mil. Me metí su polla en la boca y no me cabía. La chupé por ambos lados, primero pasándole la lengua, como una gata, luego con los labios, como en un beso. Volví a intentar tragarmela entera, comencé mi sube y baja ayudándome de la mano. Él se apoyó en el lavabo con las manos hacia atrás. Le bajé más los pantalones y me puse a besarle los huevos mientras se la meneaba, volví a comerme su polla. Una y otra vez bajaba y subía mi cabeza por todo su falo mientras yo casi me corría de gusto de tener aquello entre mis labios. Él gemía y movía su culo lentamente, sincronizando sus movimientos con los míos. Yo no dejaba de chupar, me sentía muy puta, mis pezones estaban más duros que nunca. Él se fue desnudando, se quitó la camisa y apartó los pantalones de sus tobillos, me levantó del suelo y me comenzó a desnudar mientras besaba todo mi cuerpo. Abrió mi camisa y comenzó a besar mis pechos alrededor del sujetador. Con un único movimiento se deshizo del enganche de mi sujetador y liberó mis tetas de su prisión. Comenzó a chupar y morder mis pezones con ganas. Ese era uno de mis puntos débiles y en seguida me puse a gemir, me encantaba. Mientras tanto yo no dejaba de tocar su polla, aquella verga me había dejado hipnotizada, no pensaba soltarla nunca.
Mi falda cayó al suelo, luego mis braguitas y por fin me apoyó en el lavabo y me introdujo lentamente su pollón desde atrás. Yo estaba deseando sentirla dentro, pero el muy cabrón se hizo esperar, sabía que me tenía excitadísima y que ir tan despacio me volvería loca. Mi culo buscaba su verga y él la retiraba cada vez que yo me echaba hacia atrás. Por fin, cuando yo casi no podía más, me la metió de un sólo golpe, con todas sus fuerzas.
Fue demasiado para mí, tuve un orgasmo al instante, dejé caer mi cara sobre el mármol frío del lavabo y pellizqué mis pezones con vehemencia mientras mi vagina se retorcía de placer. Pero no acabó ahí, comenzó a follarme de verdad, su polla se abría paso una y otra vez entre los labios de mi coño y mi orgasmo se prolongó con nuevas oleadas de placer, se multiplicó por mil, se hizo tan intenso que pensé que no podría seguir follando. ¡Y la acababa de meter! Me sentí mareada, creí que me desmayaba, pero su polla no paraba, entraba y salía con fuerza, era enorme, cada milímetro de mi coño la sentía, por todos lados, me estaba volviendo loca, no podía sentir tanto placer. Agité mi cabeza de un lado a otro, mordí mi labio hasta casi hacerme sangre.
Logré recuperarme, empecé a acompasar mis movimientos con los suyos, empujaba con mis caderas hacia él para que me entrase hasta el fondo. Mi culo golpeaba sus muslos, los dos gemíamos como animales, yo le pedía más, apretaba mis tetas y mordías mis labios mientras él me sujetaba por las caderas y su polla me golpeaba hasta el fondo con toda la fuerza que podía. Agarré su culo y lo empujé varias veces hacia mí. Él aprovechó para juntar su pecho con mi espalda y agarrar mis tetas con fuerza. Sentí su aliento en mi nuca y en seguida me mordió el cuello y los hombros, yo le suplicaba que me diese más fuerte, que no parase nunca, que quería sentir su polla hasta el fondo, más, más, más fuerte, sigue cabrón! Follábamos como auténticas bestias. Su verga parecía no tener descanso, seguía entrando y saliendo aún más fuerte que al principio, sin darme ni un segundo de respiro. Puso una de sus manos sobre mi clítoris, me lo acarició con fuerza, con velocidad, aquello estaba siendo demasiado, no me quedaba nada para volver a correrme.
Grité, le grité que no parase, por lo que más quieras, no te pares ahora, sigue, sigue más fuerte, me estoy corriendo, cabrón que polla tienes, como me está gustando, me encanta, sigue, no te pares, no te pares, no te pares. Con un último gemido volví a correrme. El mejor orgasmo de mi vida. Se me nubló la vista, me quedé sin respiración, las piernas me temblaban. Sentía tanto placer que no era capaz de controlar mi cuerpo.
Él se quedó quieto, tenía su polla metida hasta el fondo y la notaba palpitar dentro de mí. Se abrazó a mi cuerpo con fuerza, como queriendo sentir mi orgasmo, eso hizo que fuese aún más placentero, pude dejar mi cuerpo caer porque sus fuertes brazos me sujetaban. Cuando recuperé la respiración ya estábamos otra vez follando. Él estaba tumbado en el suelo y yo de rodillas sobre su polla. Ahora me tocaba a mí hacerlo llegar al mejor orgasmo de su vida. Mis tetas saltaban sobre mi pecho al ritmo de mis movimientos. Estaba muy cachonda, sudada, con el pelo revuelto, no dejaba de subir y bajar sobre su falo mientras le acariciaba el pecho con las uñas y le besaba con mucha fuerza en la boca. A estas alturas mi coño estaba ya dolorido, pero precisamente por eso me gustaba aún más el contacto de su polla, sentía un pequeño escozor que en seguida se volvía placer, una y otra vez, cada vez que me la metía. Su lengua buscaba la mía y mojábamos nuetras bocas y la barbilla. Le apreté los pezones, él tocaba mi culo con la palma de sus manos y me ayuda en mis movimientos.
Gemía y entre dientes me decía lo mucho que le gustaba mi culo mientras me lo apretaba y me daba palmadas. Aquellos cachetes en mis nalgas me estaban poniendo de nuevo como una perra en celo. Empecé a pellizcarme los pezones con vehemencia, aceleré el ritmo. Me dolían las rodillas cada vez que chocaban contra el suelo, pero una vez más, las pequeñas dosis de dolor me parecían sublimes, estaba sintiendo gusto en cada trozo de mi cuerpo, no quedaba un único poro de mi piel que no recibiese placer o que no estuviese ya marcado con un arañazo o golpe de aquel polvo tan brutal, tan salvaje, tan bestial. Él echó su cabeza hacia atrás y comenzó a mover sus caderas hacia arriba y hacia abajo, con toda la velocidad a la que podía llegar en aquella postura.
Cada vez que yo dejaba caer mi cuerpo, él subía sus caderas y mi coño y su polla se golpeaban con fuerza. Yo hacía tiempo que no dejaba de gritar, de decirle lo cachonda que me tenía, que me había corrido dos veces, que me golpease el culo, que me follase como a una perra, que me mordiese las tetas. Su polla entraba y salía de mi coño a toda velocidad, yo ya no podía ni moverme, él subía y bajaba su culo y sus huevos golpeaban en el mío. Por fin me gritó que no aguantaba más, que se iba a correr. Pero antes, justo cuando dijo que lo iba a echar todo, me quité de encima suyo y busqué su polla con mi boca. Me tumbé sobre él en posición de 69 y comencé a chupársela muy rápido, subiendo y bajando mi cabeza con toda la velocidad que podía. Los dos estábamos tan a punto que nos chupábamos, lamíamos y succionábamos a toda prisa, buscando con fiereza el orgasmo del otro. Mientras yo se la comía como una auténtica posesa, él me metá tres dedos en el coño y chupaba con fuerza mi clítoris. Yo también estaba a punto. Ambos estábamos al borde del orgasmo. Ahora sí que sentía grande su polla, estaba a punto de correrse y le había crecido aún más.
Estaba hinchadísima. El primer chorro de semen me golpeó en la barbilla, el segundo y los siguientes ya entraron en mi boca. La excitación de su corrida me hizo empujar aún más mi culo contra su boca, me corrí por tercera vez empujando con mi coño su cabeza contra el suelo. A pesar de la intensidad de mi propio orgasmo, no dejé de mamarle la polla. Pegué mis labios a su capullo y seguí mis movimientos con la mano, tirando todo su semen adentro de mi boca. Me tragué toda su carga y le besé el pene hasta que fue perdiendo fuerza y su respiración se vovió más pausada.
Nos incorporamos lentamente. Estábamos llenos de sudor y semen y respirábamos como animales que hubiesen estado corriendo durante días por la selva. Lentamente, me abrazó, acercó su boca a mi oido y me susurró que había sido el mejor polvo de toda su vida. Nos morreamos un poco y nos vestimos antes de que alguien pudiese entrar y descubrirnos. De nuevo fuera del lavabo, intercambiamos nuestros teléfonos. Prometió volver a llamarme y al despedirnos yo le premié con un beso muy suave en su labio inferior, mientras colaba mi mano entre nuestros cuerpos, y sin que nadie me viese, volvía a apretarle su polla erguida sobre el pantalón.