Observada en el baño

Una joven mujer descubre que un vecino adolescente la espía en el baño y decide complacerlo.

OBSERVADA EN EL BAÑO

Hurgando en el baúl de los recuerdos, me encontré con esta historia que aunque no la viví personalmente, en su debido momento fue una pequeña fuente inspiradora de placer.

Hace bastantes años tuve un importante puesto en una empresa y, por tal motivo, una oficina con varias secretarias. Una de ellas, después de un paciente trabajo se convirtió en mi amiga íntima y, por un largo tiempo, mantuvimos una deliciosa relación sexual con muchísimos encuentros a veces en su casa, a veces en la mía y a veces en moteles.

Mi amiga era una mujer separada, morena clara, pelo muy negro y largo, tetitas pequeñas, cintura de avispa, culito respingón y de unos 32 años de edad por esa fecha.

Muy educadita, toda una dama en el trato diario y una fiera muy competente en la cama.

Nuestra intimidad nos llevó a relatarnos mutuamente algunas experiencias sexuales anteriores como una forma de aumentar el placer. Me contó varias cosas y, una de ellas, es la que voy a referir a continuación.

Para simplificar la lectura haré la narración en primera persona, tratando de reproducir lo más fielmente posible sus palabras entrecortadas mientras culiábamos ferozmente en un sillón de cuero que tenía en la sala de su casa.

Tu sabes que me casé muy joven. Solo tenía 18 años cuando me uní a Ramiro. Era un hombre trabajador y muy activo sexualmente, ¡Ah, Aun me mojo al recordar las cogidas que me daba! Lamentablemente era muy celoso (Y es fue la causa de nuestra separación pues algunas veces llegó hasta la violencia)

El caso es que vivíamos en una casa modesta adosada a otra modesta casa. El baño de la nuestra era una habitación de regular tamaño que, justamente, quedaba pegada a la casa de nuestra vecina, una señora de edad que vivía sola con un nieto adolescente.

Cierta vez me pareció escuchar algunos ruidos raros y tuve la impresión de que alguien me observaba mientras me bañaba. Un poco más tarde revisé cuidadosamente esa pared y pude hallar en ella un pequeño orificio. Sentí una profunda molestia al sospechar, casi con certeza, que mi privacidad había sido vulnerada y que mi vecinito disfrutaba de mi cuerpo desnudo.

Para asegurarme, un día en que mi vecina estaba sola , la visité y comprobé que ciertamente, el cuarto donde dormía el muchacho quedaba pegado a mi baño y que, bajo el bendito agujero, se observaban, en la pared y en el suelo, algunas manchas brillantes y blanquecinas que no podían ser otra cosa que semen seco.

No hallé que hacer. Pensé en decirle a mi marido pero, conociendo su violento carácter, cambié de opinión pues temí que golpeara al chico y nos viéramos todos envueltos en un escándalo y problema mayor de imprevisibles consecuencias. Tampoco me pareció adecuado acusarlo con su abuelita.

Y así, mientras cavilaba, me fui dando cuenta de que el problema no era tan grave y que, más aun, me producía un pequeño morbo imaginarme al chico, a un metro de distancia y pajeándose furiosamente en mi honor.

Entonces, un día resolví que, si él quería ver, pues vería. Tomé la precaución de bañarme cuando él estuviese en su casa y le monte un pequeño show.

Con mucha calma me fui quitando la ropa, dándole la espalda y quedando por algunos momentos solo en sostén y pantaletas. Después de caminar haciendo como que buscaba algo, me quité el sostén y le di unos masajes a mis pechos. Por fin, con mucha calma e fui bajando las pantaletas para que apreciara en plenitud mi velluda cuca, que para esos momentos ya se hallaba totalmente mojada.

Finalmente, abrí la ducha y me di un largo, largo, larguísimo baño, jabonándome por todo el cuerpo, especialmente la entrepierna la cual sobaba con firme suavidad mientras abría y cerraba las piernas.

Me producía un morbo enorme imaginármelo al otro lado de la pared con sus ojos brillantes, su boca abierta , respirando agitadamente y dándose un tremendo masaje en su falo enhiesto.

No pude resistir más y un maravilloso orgasmo recorrió mi cuerpo.

Finalmente se me "cayó" el jabón y tuve que agacharme a recogerlo, lo cual me permitió abrir las piernas y apuntar el culo hacia el mirón para qué gozara del exquisito paisaje de mis dos hoyitos.

Lentamente me sequé y me vestí. Estaba cansada pero tenía la más absoluta convicción de que había hecho una buena obra y que el mironcito había acabado quizá más de una vez.

Esta representación la repetí varias veces más, hasta que me fue pareciendo insuficiente y comencé a sentir la necesidad de ver al chico en vivo y en directo.

Imaginaba cuanto me excitaría si pudiera verlo, desnudo frente a mí sobando su pene hasta hacer saltar un chorro de semen que yo recibiría sobre mi cuerpo, temblando de placer.

Entonces, empecé a maquinar un plan para concretar mi idea y, de ser posible, convertir al muchachito en un hombre.

Como dije al comienzo, esta historia, me la confió mi amiga, con voz entrecortada, ahogada en suspiros mientras estaba sentada encima de mí, agitándose loca de placer, con mi verga metida hasta los cocos mientras mi boca mordía su cuello y mis manos acariciaban y apretaban sus tetas exquisitas.