Obras?
Una pequeña historia de lo que soy en casa...
Hora de la cena…
-Pues vamos a tener movimiento de obras en el edificio de al lado. Recuerdo a mi padre comentar.
Unas obras de casi media manzana, para lo que era nuestro barrio, se avecinaban justo en el edificio contiguo al nuestro.
-Pues va a estar todo lleno de polvo. Dijo mi madre enfadada.
-Por los menos dos años, si las cosas van bien. Reafirmó mi padre.
Yo solo pensaba en el ruido que podía ocasionar por las mañanas; me levanto de muy mal humor si me despiertan de mala manera. Soy una princesa y tengo que despertar como tal. Jijiji
Bueno, pasaron los meses y después del derrumbamiento del piso que ya existía, maquinas, ruido, polvo y un curso avanzado de cómo construir un edificio. Empezaron a llegar los obreros, obreros maduros sobretodo, mucho vaivén de gente, materiales, camiones. Yo muchas veces simplemente miraba tras la cortina para ver las tonterías que se llegaban a hacer. Una obra no es tan aburrida como puede parecer. Se escucha de todo, de discusiones de obreros con su mujer, a mentiras a los jefes o incluso DNI, número de tarjetas de crédito…de todo… era como una telenovela de hombres. Me entretenía mucho. Además, como estaba en casa muchas horas a solas, ya que ni estudiaba ni trabajaba. Pues esa obra era mi pasatiempo.
Pero lo mejor no había llegado. Todo empezó a medidos de junio cuando llegó un grupo de nuevos trabajadores, según mi padre, los instaladores de tubos, cables y demás. Por fin, tras casi dos años llegaban dos chicos jóvenes a la obra. Con ellos el calor, pero no mi calor interior, que también, sino el calor que apretaba por la llegada del verano. Los chicos llegaron ya sin camiseta desde el primer día. Uno de ellos era delgadito, con algún tatuaje y muy echado p’alante. Se metían con él los veteranos y era continuamente el centro de toda burla o broma. El otro era más calladito, más corpulento, sus brazos eran de los que me llaman la atención, morenos y tatuados. Un día, a media mañana mientras observaba tras la ventana las payasadas de algunos de ellos y, sí, también los cuerpos medio desnudos de los hombres, el delgado se puso a hacer cola para entrar en el baño. Al salir el que ocupaba éste le dijo que ese baño era solo para los altos cargos.
-Pero qué dices, si tú no eres un alto cargo, contestó él. Me quedé atenta a esa situación.
-Alto no, pero más que tú sí. A mear, al foso.
-Joder macho… dijo el joven alejándose del baño portátil que tenían instalado en la obra. Me sorprendí cuando vi que se dirigió hacía mi ventana. Me puse nerviosa, cerré la cortina y me escondí tras la pared. Pero mi inquietud, y las ganas de ver carne, me hicieron volver a asomarme. Me daba una vista perfecta, minuciosa y alentadora de su polla. Su pantalón por debajo de sus testículos, su torso desnudo, sumado a los pelos que su pubis lucía. Me entró un cosquilleo por la barriga que hizo que mordiera mi labio inferior inconscientemente. La meada no paraba; mis ojos estaban clavados en esa polla de buen tamaño. Descapullada. Mi mirada estaba muy centrada, pude ver cómo las ultimas gotas caían y sacudía ese maravilloso trozo de carne el cual mis pensamientos ya había grabado como hierro al rojo vivo en mi consciencia. Cuando me di cuenta, ya se alejaba colocando bien su pantalón y dejándome cachonda tras la ventana.
Efectivamente llevé mi mano a mi coñito aliviando todo esa tensión que mi cuerpo había creado. Mi humedad interna facilitaba a mis dedos que me fuera relajando. Mis ojos clavados en los húmedos labios vaginales imaginaban cómo ne follaba esa polla que acababa de grabar en mi mente. Pocos minutos después mordía el cojín del sofá liberando mi primer orgasmo con esa maravillosa polla.
Los días pasaban, yo ansiaba por poder ver otra vez esa polla o cualquier otra, pero el baño me quitaba mi ocasión de poder deleitarme con esos maravillosos trozos de carne embutida. Hasta que un día, un maquina tubo un error y chafó el techo de mi odiado lavabo portátil. La puerta quedó bloqueada y para mi suerte, desgracia para otros, tenía pollas como el expositor de una carnicería con sus longanizas. Yo no me di cuenta hasta la tarde, cuando llegaba de casa de mi abuela. Escuché unas voces más cerca de lo normal. Nunca se acercaban tanto a mi ventana. Así que me asomé y vi a
un hombre meando. Digo a un hombre, porque su polla casi no se veía con la barriga que tenía. Se me escapó una ligera sonrisa. Y cerré la cortina sin más. Pero mi obsesión de polla quería conocer hasta la última polla que meara en ese foso. Así que de nuevo me asomé y detallé esa mini polla en mi mente. Al volver a mi sitio, mi cabeza empezó a imaginar. Imaginar cosas con esa mini polla. El placer que podía dar yo a ese hombre, el placer que recibía ese hombre, el placer que el mismo se daba. Mi cabeza recreó varios escenarios que hicieron, cómo no, activar mi cuerpo. Mi cuerpo que en poco rato necesitaba un orgasmo para aliviarse.
Más días transcurrían; un lavabo nuevo había llegado y solo me quedaba el puro chafardeo y las pollas grabadas en mi mente. Uno de esos días, cachonda como una perra, tras estar escribiendo y guarreando con alguno de vosotros, decidí asomarme ligera de ropa tras la cortina. Solamente llevaba un tanga y una camiseta de tirantes. Ya era tarde, supongo que la hora de plegar, ya que corrían cervezas por las manos de los obreros. Mis manos estaban pringadas de flujo seco de llevar rato magreando mi coño. Desprendían su peculiar olor que me atrapaba más a seguir tocándome constantemente. Cuando de nuevo ese hombrecillo, delgado pero de buen ver, se acercó a mi ventana, como en esas películas que el chico va a ver a la chica. Pero en este caso el chico no sabía que era la chica quien lo deseaba. Bajo su pantalón, mis dedos se deslizaban por mis labios vaginales haciendo pequeñas entradas y salidas, dándome auténtico placer. Mientras observaba cada movimiento de ese hombre vi aparecer a su compañero, ese de los brazos morenos tatuados. Fue como un subidón alucinante, mi mente creó todo tipo de placeres para mis sentidos, mis dedos estaban incontrolables y mi placer era algo fuera de lo normal. Pero cuando los dos se pusieron a mear delante de mí, un aura recorrió mi cuerpo. Ver esas dos pollas entre las manos de sus dueños me hizo estallar en un orgasmo que recuerdo a la perfección. Lo recuerdo por la intensidad, y por el placer que me produjo, pero sobretodo porque me colgué de la cortina, que acabé descolgando llamando la atención de los obreros. A lo que respondieron con comentarios que no hacían más que ponerme cachonda:
-Ehh, que si quieres una te la dejamos para que juegues.
-Vente, vente…que tienes dos para ti sola. Gritaban entre risas.
Entre los comentarios yo yacía en el suelo de mi casa apoyada en la pared de la ventana. Esperando que tanto mi orgasmo como los comentarios de esos hombres pasaran. Al poco escuché cómo se alejaban y me asomé para asegurarme que no había nadie y poder levantarme.
Durante los siguientes días, el fuego por aquellas pollas se fue apagando, ya que la obra avanzaba y las paredes del edificio no me dejaban ver más allá. Al fin y al cabo no eran más que unas pollas indefensas en mi cabeza. Podía superarlo fácilmente con otras fantasías de mi cabeza loca. Que de eso, nunca estoy falta, jijijiji
🤭🤭🤭🤭