Objeto de deseo

La fantasía de un yerno con su suegra se hace realidad, pero con un final inesperado.

Autor: Salvador

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Objeto de deseo

Antonio aumentó las embestidas, imaginando que la mujer a la que poseía no era su esposa sino esa otra que se había fijado en su mente a fuego y cuya imagen no podía apartar de sus sueños sexuales. Y mientras más pensaba en ella, imaginando sus senos cuando besaba los de su esposa, era su cuerpo el que se movía bajo él, hasta llegar a alejarse tanto de la realidad que ahora estaba cogiendo con ella y era ella la que le respondía con frenesí ante cada nueva embestida. No era su esposa la que se movía bajo su cuerpo ni la que recibía su miembro que pugnaba por meterse hasta lo más hondo de ese túnel de amor tan deseado. No. No era su esposa. Era la madre de su esposa. Su suegra.

Si, esa mujer que aunque en su trato era cordial, en ningún momento dejo entrever nada que pudiera hacerle imaginar las cosas que el imaginaba hacer con ella. Era su distancia, sus modales educados pero fríos, sus miradas exentas de intenciones, su cuerpo que el imaginaba bajo las tenidas formales que solía usar, todo ello contribuyó a que la fantasía se anidara en la mente de Antonio y empezó a ver a su suegra como un objeto de deseo que en su interior no se conformaba con que no podría llevar a cabo jamás. Es que su suegra es una mujer religiosa en extremo, casi tocando el fanatismo, lo que cortaba desde un principio cualquier esperanza de tener algún acercamiento de parte de su yerno, pero esa imposibilidad era precisamente el mayor acicate que tenía para no abandonar la idea fija de poder acostarse con la madre de su esposa.

Antonio ya no razonaba y solamente vivía para alimentar esa idea fija, al punto de que poco a poco fue perdiendo los lazos que le ataban a la realidad.

Cuando poseía a su mujer lo hacía ruidosamente, esperando que su suegra, en la pieza del lado, se percatara de ello y se interesara en el, sin detenerse a pensar que el sexo para ella había dejado de ser un tema de interés desde que encontró en la religión la felicidad que nunca antes había tenido. Esa felicidad lo suplía todo para ella y nada podría hacerle cambiar en ese sentido, por lo que Antonio no tenía ninguna posibilidad de hacer realidad sus disparatados sueños. Pero eso a el no le interesaba porque, al igual que a su suegra, el vivía otra realidad, aunque para el esa realidad era la madre de su esposa y el deseo de tenerla.

La esposa de Antonio se dio cuenta del cambio que éste experimentó, que se expresaba en largas ausencias mentales cuando estaban juntos, el afán de convivir más con su suegra que lo que hacía antes, su indiferencia en la cama y la costumbre que había adquirido de no salir de casa los fines de semana. Cuando le planteó que sus cambios podrían afectar a su matrimonio, Antonio decidió entonces que su esposa sería su suegra, a la que le haría el amor como en los mejores tiempos de casado. Y de esta manera su esposa dio por superada la situación, pues si el la atendía bien en la cama quería decir que todo andaba bien.

La comunicación entre los esposos mejoró y la vida sexual volvió a su normalidad, sin que ella sospechara que en la mente de Antonio había sido reemplazada por su madre, a la que poseía con frenesí cada noche. Pero los resultados eran satisfactorios para ella y estaba segura de que eran sus encantos los que aún avivaban la llama del deseo en su esposo.

Teresa, su suegra, ajena a los deseos de Antonio, hacía su vida normalmente, asistiendo a la iglesia normalmente y llenando su vida con todo lo que se relacionara con su fe.

La vida siguió su curso normal, en apariencia, hasta ese sábado en la noche.

Antonio meditaba en la soledad del living, esperando que pasaran las horas. Su esposa se había ausentado por dos días y había partido con su madre fuera de la ciudad. Los pensamientos lo llevaron a su suegra, a la que imaginaba feliz disfrutando junto a su hija de los aires campestres. La imaginaba pensando en él, deseando volver para estar juntos y decirse todas las cosas que hasta ahora habían callado. La imaginaba deseándolo con la misma fuerza con que el la deseaba.

La puerta se abrió lentamente y en el umbral se dibujó la figura de Teresa. Asombrado, Antonio preguntó si había sucedido algo, a lo que ella respondió que nada, que solamente se había acordado de un compromiso que tenía para el día siguiente y por ello había decidido volver a casa.

Feliz con la presencia de su suegra, Antonio le ofreció un trago, el que ella aceptó, lo que asombró a su yerno pues sabía de su abstinencia y rechazo del alcohol. Pero no preguntó nada y se limitó a servir dos copas, y ambos se sentaron en el living a conversar, como casi nunca antes lo habían hecho.

Teresa subió una pierna sobre la otra para estar más cómoda, lo que dejó entrever parte de sus muslos, cubiertos por unas medias caladas que hacían resaltar el blanco de la piel de sus piernas. Este era otro cambio en su suegra que a el lo tenía feliz.

La conversación pronto derivó al tema matrimonial y Teresa le preguntó si era feliz en el matrimonio. Antonio comprendió que de su respuesta podría depender el desenlace de este encuentro que estaba seguro no volvería a vivir.

No todo lo feliz que yo quisiera, pero la llevamos.

¿Mi hija no te satisface en la cama?

Diría que le pone mucho empeño, pero. . .

¿Pero qué?

El problema soy yo

Antonio ya se había percatado que las preguntas de su suegra tenían intención y que esa intención era obvia, por lo que decidió jugarse más a fondo.

¿Tu? Me parece extraño pues por lo que he escuchado eres bien activo.

¿Nos ha escuchado cuando hacemos el amor?

No pude evitarlo, ya que estamos tan cerca.

Ese es precisamente el problema conmigo

No entiendo. ¿Deseas que me aleje de ustedes?

No, al contrario.

No comprendo.

El problema es que la deseo a usted

Nooooo

Si, la deseo con locura

Teresa bajó su pierna, mostrando de paso buena parte de sus muslos, y las dejó semiabiertas, de manera que Antonio tenía una visión clara de los muslos de esa mujer a la que deseaba tanto. Ella pareció darse cuenta de ello, pero no hizo ningún ademán para juntar las rodillas. Al contrario, lentamente las apartó de manera que sus piernas le dejaron ver a su yerno toda la hermosura de sus muslos, hasta llegar al calzón que se insinuaba al final.

Me cuesta creerte que puedas desear a una vieja como yo

¿Vieja? Ojalá las viejas fueran como usted.

Gracias, pero de todas maneras soy muy mayor para ti.

Para Antonio no pasó desapercibido el cambio de trato, en tanto las piernas le dejaban ver completamente lo que había bajo la falda de su suegra, que parecía estar muy a gusto con la conversación.

No sé, ni me interesa si es mayor que yo. Lo que sé es que la deseo

No te creo

¿Y cómo podría demostrárselo?

Bueno, eso es fácil. Si me deseas tanto debieras estar excitado

Y lo estoy ahora mismo

Entonces, muéstrame que estas excitado

¿Qué me lo saque?

Si, pues, que te lo saques para ver lo excitado que estás.

Antonio se levantó y bajó sus pantalones dejando a la vista de su suegra su herramienta, que lucía rebosante de vitalidad, robusta y enhiesta, llena de vida por las venas que la surcaban como una malla. Ella miraba asombrada aquello que tanto tiempo había dejado de ver y lentamente se fue acercando a su yerno, tomando su verga con delicadeza y llevándola a su boca que se abrió deseosa de recibir a ese visitante que tanto ansiaba alojarse en ella.

Teresa se aferró a las nalgas de su yerno y su cabeza se movía acompasadamente, atrás y adelante, mientras la herramienta de Antonio entraba y salía de sus labios, hasta que finalmente un chorro de semen golpeó la garganta de la mujer que intentó tragar todo lo posible del líquido seminal.

¿Te gustó, Antonio?

Teresa, eres increíble

Aún hay más cosas que podemos disfrutar entre los dos, muchacho

Eso espero, muñeca

¿Qué deseas ahora que te haga?

No, soy yo el que quiere devolverte el favor, para que quedemos a mano

La sentó en el sofá, le sacó el calzón y abrió sus piernas de manera que Teresa quedó con su conchita totalmente expuesta para que su yerno le hiciera los honores. Antonio se acercó y hundió su cabeza entre los muslos de esa mujer tan deseada y empezó a lamer sus labios vaginales, metiendo la lengua en el túnel de amor de su suegra, logrando que esta se descontrolara tanto que levantó las piernas por sobre los hombros de su yernos y tomándole de la cabeza le empujó hacia si, como intentando meterlo en su rajita sedienta de sexo. Fue tanta su excitación que acabó en un torrente de líquido que cayó por sus piernas hasta formar un charco en el suelo.

¿Qué tal, Teresa?

Estuvo increíble, cariño, pero deseo que me poseas

Yo también, vidita

Vayamos a mi pieza y hazme lo mismo que le haces a mi hija

Subieron abrazados y quitándose la ropa. Cuando llegaron al dormitorio de Teresa ambos estaban casi desnudos. Ella se tiró sobre la cama, abrió sus piernas e invitó a su yerno a que se subiera sobre ella, lo que este hizo encantado, con su herramienta en ristre, como una lanza dispuesta a rajar, romper, desarrajar.

El se tomó de las nalgas de Teresa mientras empujaba su trozo de carne en el interior de ese cuerpo que tanto deseara, en tanto ella levantaba las piernas y en medio de gritos daba rienda suelta a sus deseos tanto tiempo insatisfechos.

Así, si, así, mijito

Toma, toma, toma

Rico, mijito, rico

¿Te gusta, amor?

Si, mijito, es ricoo

Ay, mijita, que lindo como jodes

Tu, mijito, tu eres el rico

Y les llegó el orgasmo al unísono, quedando extenuados y abrazados, desnudos sobre la cama de Teresa. La felicidad se reflejaba en sus rostros.

Nunca un hombre me había hecho gozar como tu

Y nunca había deseado a una mujer como a ti

Asi parece, pues noto que tu verga sigue dispuesta a continuar trabajando

No me cansaría de follarte, cariño

Me encanta follar contigo, amor

¿Sientes como te entra?

Uyyyyyyy, siiiiiiii amor

Eres tan rica, mijita linda

Y tu, mijito, culeas tan rico

¿Te gusta como te culeo, mijita?

Ayyyy, siiiiiii mijito. Me haces sentir como una puta

Eres mi putita linda

Si, tu puta, tu perra caliente

Si, mi perra caliente

Sigue, sigue, mijito, culea a tu perra caliente

Si, mi puta, deja que te culee

Si, follame mijito, asíiiii

Toma, toma, aghhhhhhhhhhhh

Ayyyyyyyyyy, siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

Teresa se había puesto en cuatro pies, invitándolo a que la penetrara por atrás y Antonio vió así cumplidos unos deseos que ni siquiera había imaginado, agarrado de los senos de su suegra y metiendo y sacando su verga del culo tan deseado de esa mujer que había resultado ser insaciable para el sexo.

Asi, así, mijito

Eres tan rica, mijita

Sigue, enculame

Si, amor, siente mi pico en tu culo

Si, lo siento entrar y salir, mijito

Toma, perra, toma

Aghhhhhhhhhh

Aghhhhhhhhhh

Esa noche sus cuerpos se fundieron como si no quisieran poner término a tan exquisita jornada, probando las mieles del amor en todas sus formas, hasta que el cansancio les sorprendió y quedaron dormidos unidos en un abrazo apretado que simbolizaba la entrega que ambos habían tenido.

Cuando despertó al día siguiente, pasado el mediodía, Antonio no encontró a Teresa a su lado. Pensó que tal vez habría salido por un rato, pero no volvió en el resto del día, lo que le dejó sumamente preocupado. Pero su preocupación se tornó en alarma cuando en la noche volvió su esposa y con ella venía Teresa, la Teresa de siempre, distante, formal. Y esa alarma se trocó en asombro cuando ambas mujeres le contaron lo bien que lo habían pasado esos dos días, en que no se separaron en ningún momento.

Las mujeres no podían comprender por qué Antonio tenía esa expresión de enajenación ante lo que ellas le relataban. Y menos comprendieron cuando Antonio cayó desmayado, cubierto en sudor.