Objetivo fallido

Una noche de lluvia. Una noche de pasión. Una noche que no olvidarán jamás...

Entramos en un piso pequeño, sin recibidor, con tan solo un saloncito, una cocina arrinconada y una habitación justo al final de un estrechopasillo. Fuera llovía de una forna vaga e intermitente pero nos sirvió a ambos como pretexto perfecto para encontrarnos solos bajo un mismo techo. Su techo. El único que podíamos alcanzar a esas horas de la madrugada. Nos quitamos los abrigos, nos sentamos en el sofá desecho y permanecimos en silencio, con nuestros cuerpos casi pegados pero lejos el uno del otro, como si ninguno de los dos nos atrevieramos a dar el siguiente paso. Fue ella, inevitablemente, la que inicio el acercamiento y mordiéndose el labio inferior me dio un dulce beso en la comisura de los labios. Olía a una deliciosa mezcla de lluvía, perfume caro y un ácido toque a sudor que lejos de asquearme, hizo que me calentara aún un poco más. Sus labios se entreabrían levemente para exhalar su aliento sobre mi piel y a continuación se posaban de nuevo con una ligera humedad. Humedad que fue en aumento a medida que abría cada vez más los labios y dejaba su lengua en mis mejillas, en mi barbilla, en todo el largo de mi cuello. Porque aunque yo hiciera una amago hacia los suyos, no permitió que nuestros labios ni tan siquiera se rozaran. Y eso, me excito aún un poco más. De un impulso me quite el jersey y la camiseta a un tiempo. Con el torso desnudo, ella comenzó a explorarme con su lengua por todo mi pecho, formando un estela de saliva en zigzag que descendía lentamente hacía mi ombligo... Allí se detuvo.

Se incorporó y sin dejar de clavetear su mirada en todo mi cuerpo, me llevó a su habitación cogiéndome de la mano como si fuera un niño pequeño. Una vez allí me hizo sentar en el borde de la cama con un ligero empujón y se arrodilló entre mis piernas. Enseguida comenzó a acariciar el bulto que ya mostraba sin disimulo. Y de un rápido movimiento desabrochó el botón, bajó la cremallera y me la sacó sin contemplaciones. Volvió a morderse el labio inferior, a suspirar mientras su mano derecha me masturbaba con lentitud y susurraba sobre mi polla lo grande y hermosa que era, sintiendo su cálido aliento sobre el capullo. Entonces noté la humedad de su lengua. Era un pequeño lametón, como tratando de averiguar el sabor de la carne. Pronto el lametón se convirtió en la delicia de su boca, en el exquisito placer de sentir como mi polla era engullida lentamente por aquellos carnosos labios. Y ella lo sabía. Disfrutaba teniendo el control de mi orgasmo, de acelerar o ralentizar la mamada a su antojo... Pero enseguida noté que lo único que deseaba era expulsara mi leche lo antes posible y así asegurarse de que no lo haría antes de tiempo. Así, aceleró el ritmo, centrándose en mi capullo, jugando con su lengua en las inmediaciones de mi uretra; metiéndola suave para saborear el líquido preseminal presionando con fuerza mi capullo para abrirlo... Lo hacía bien. Lo hacía muy bien. No recordaba cuando fue la última vez que había sentido ese placer. Quizá con nadie. Quizá fuera ella. Quizá. Y no pude evitar el orgasmo. Fue intenso y la corrida abundante. Al menos sí emití un "me corro" con voz ronca que fue suficiente para que se retirara a tiempo para observar como el semen brotaba como un surtidor y cubría su mano con la sustancia lechosa, saboreándola de entre sus dedos...

En ese momento me relajé. Ahora debía dedicarme a ella. A saborear hasta el último rincón de su cuerpo. Se mostraba ante mí desnuda y receptiva sobre las sábanas desechas. Tenía cada pecho del tamaño justo para metértelo casi por completo en la boca. Con unos pezones ligeros rodeados con una perfecta y gran aureola oscura. Fue a por lo primero que me lancé. A devorar cada una de ellas como si estuvieran echas de chocolate. Primero una. Después otra. Bordeando con la punta de mi lengua cada pezón para después engullirlas en mi boca, dejándolas resbaladizas y brillantes de saliva. Ella mientras gemía suave y dulcemente. Y ese dulce sonido volvió excitarme como nunca recordara antes. Ansioso, dibujé con mi lengua el perfil de su vientre hasta caer en el interior de su ombligo. Pero más abajo me esperaban las delicias de su sexo. Estaba pulcramente depilado y sus labios mayores sobresalían levemente, como invitando a ser besados, acariciados, mordidos... Exhalé hacia ellos mi aliento cálido como ella había echo antes conmigo. Hacía que me acercaba con mi lengua para retirarla en el último momento. Ahora era yo el que tenía el control. Gimió un poco más fuerte, se retorció hacia los lados, suspiró. Besé con suavidad la cara interna de sus muslos. Besé con aun más suavidad el nacimiento de su sexo. Una vez. Dos. Tres veces. Sentía como mis labios se iban humedeciéndose cada vez más con sus fluidos. Entonces abrí mi boca y paladeé su coño, abierto como una flor. Era un sabor dulce, extasiante. Jamás había probado manjar tan exquisito. Pero el movimiento de su pelvis me hizo recordar que ella quería algo más. Bastó con acomodar mi dedo corazón sobre el monte de venus para hacerlo saltar. Lo observé maravillado unos segundos antes de lanzarme alrededor de él, al borde de él, hasta que mi lengua tocara su clítoris con la mayor suavidad de la que era capaz. Con dos de mis dedos dentro de ella lo aprisioné con mi boca y comencé a masturbarla con mi boca y mis dedos al ritmo que ella me marcaba. No fue mucho tiempo el que tardó en correrse. Lo hizo tan abundantemente que mi cara se embadurnó por completo de sus fluidos, los cuales bebía como si fueran el mejor de los vinos. No retiré mi boca de ella, de su clítoris hinchado, hasta que se relajó por completo.

En silencio, permanecimos tumbados bocarriba sobre la cama, disfrutando cada uno para sí lo que acababa de ocurrir. Entonces ella me agarró la mano y la apretó con firmeza. Yo la miré; la sonreí; la devolví el apretón de la mano. Nos miramos a los ojos. Eran preciosos. Por primera vez en toda la noche pude distinguir bien su color. Eran de caramelo de café. Acogedores e inteligentes. En ese momento se acercó a mí y me besó en los labios. Le ofrecí mi boca abierta y sin pensarlo la atravesó con su lengua para buscar la mía. Nos devoramos mutuamente hasta casi hacernos daño, saboreando una mezcla de los restos de la corrida del otro, saliva y sudor. Era delicioso. Mi polla hacía rato que ya estaba grande y dura. Muy dura. Casi que me dolía. Ella la notó al rozarla con uno de sus muslos y se separó de mí para colocarse de rodillas con una pierna a cada lado de mi cuerpo. La vi coger con delicadeza mi polla y guiarla hacia su coño sediento. La vi introducirla despacio hacia su interior mientras gemía con los ojos cerrados. La vi quedarse quieta cuando la introdujo por completo. Comenzó a moverse con lentitud, de atrás hacia adelante. No pude reprimir emitir un gemido sordo de placer al sentir como se movía sobre mí. Mis manos se deslizaron sobre sus muslos, dejándolas sobre sus caderas para poder notar aun más el movimiento. Ahora se movía en círculos y mi manos dejaron sus caderas para posarse sobre sus pechos. Las atrapó con las suyas y comenzamos a gemir con fuerza, dejándonos llevar por nuestros cuerpos y nuestros sentidos. La atraje hacia mí y la volví a besar. Nos dimos la vuelta y puse sus piernas sobre mis hombros para que mi polla entrara aun más en ella. Y la follé con dureza, con la fuerza y la rapidez de la que era capaz. Jadeábamos como animales bañados en sudor. Descansé unos momentos sin dejar de besar sus párpados y sus mejillas, susurrándola lo increíble de su cuerpo, de su piel; susurrándola que podía hacer cualquier cosa que me pidiera, que sería suyo para siempre; susurrándola que la quería. Volvía a follarla con fuerza, con cada vez más fuerza, cada vez más deprisa. Ella se corrió entre gritos, echando su cabeza hacia atrás, con los ojos fuertemente cerrados. Yo me corrí poco después, con sus gritos aun en mi cabeza, llenándola de espesa leche.

Varios años después todavía recuerdo aquella noche. Jamás volví a sentir lo que sentimos juntos ese día de lluvia. Pero era demasiado complicado. Sobre todo cuando tu verdadero amor es un objetivo de la mafia y tú el encargado de cumplirlo.