Obediencia debida

Trio MHM de alto voltaje. Melina confiesa a su mejor amiga y comparte con ella a su dueño, su Ángel. Susana amiga, está va por ti. Relato a cuatro manos, escrito con Hierobula.

Obediencia debida

  1. Mi amiga Melina.

"Gracias a ti lo conocí", me dices, y al hacerlo entornas los párpados y llevas la bebida a los labios cuidadosamente pintados de rojo sangre, lo mismo que las uñas laqueadas, muy largas. Te desconozco, mi querida Melina: tu maquillaje, antes tan discreto, es ahora mucho más dramático. Tu gusto se decantaba antes por las medias pálidas y los trajes sastre en colores pastel con dos vueltas de perlas al cuello y accesorios a juego, todo muy en plan de gran dama exquisita. Hoy sin embargo tu atuendo se me antoja un tanto excesivo.

Deslizo la mirada por tu cuerpo y no puedo menos que asombrarme. La rica seda de intenso color Borgoña contrasta con tu piel morena. El traje de cóctel de corte atrevido, sujeto al cuello por una lazada, hace que todas las cabezas se vuelvan hacia ti. La fina tela se pega a tu piel como un guante, acentuando tus generosas curvas. La cintura breve luce aún más espigada (¿irás a confesarme lo que ya sospecho, que un apretado corsé levanta tus tetas hacia el amplio escote?), las bien torneadas piernas se equilibran sobre un par de largos tacos de aguja y tus nalgas dibujan sus esferas mellizas bajo la etérea caricia de la prenda sin que se marque braga alguna. En el anular de tu mano izquierda brilla un aro de metal blanco. Parece un anillo de matrimonio pero sé bien que no eres casada

Estás en el filo y juegas balanceándote sin caer en la vulgaridad, pero definitivamente fuera de lo que podría considerarse de discreto gusto. Te ves como una puta fina y concluyo que esa es tu intención. Pero, ¿por qué? Alzo la vista hasta tus ojos y me hurtas la mirada. Eres una mujer muy hermosa, a nadie le cabe la menor duda. Tus cabellos oscuros, tu piel de porcelana y tus ojos glaucos resultan irresistibles. Pero hoy, con este atuendo, estás arrebatadora. Me has dado cita en un bar y charlamos en una mesa ante dos copas.

Hace algún tiempo te presenté a uno de mis clientes, hombre atractivo donde los haya. Pensé que sería una buena cura para la depresión luego de un divorcio especialmente tormentoso. No puedo evitar pensar en tu ex marido: un perfecto pendejo. Dejarte a ti, al monumento de mujer que eres por una chica todavía en pañales... Hay que ser bestia… pero no es en él en quien pienso luego sino en el hombre que te presenté: Ángel. Lo evoco y no puedo dejar de sonreír para mis adentros. Es alto, de perfecta figura, que conserva en forma a pesar de los cuarenta largos de su edad. Tiene los ojos grises y la piel atezada. La gente se hace historias sobre sus apetitos desbordados. Muero por preguntarte si son ciertas, pero callo. Al parecer te ha hecho un gran impacto. Bebemos en el silencio de esta larga pausa. Las miradas de los hombres desde la barra no nos pierden detalle.

He venido en plan gótico: largas telas negras, muy tenues, se pegan a mi cuerpo, sandalias abiertas, muy altas, el maquillaje de ojos y boca intenso en contraste con mi piel clara. Mis ojos son azules y por contraste soy pelirroja natural. Nos miran y yo sonrío, pero tú pareces cohibida. Te observo con curiosidad. "Me ha ordenado convencerte de que me acompañes", dices por fin con un hilo de voz. "¿Adónde?", pregunto sorprendida. "Sin preguntas. Sólo hazlo", dices por toda respuesta. En ese momento levantas los ojos, que has mantenido bajos, y noto la mirada suplicante. Jamás te he visto así y comprendo que algo muy grave pasa. Te pones de pie y caminas.

Sin decir más, dejo un billete sobre la mesa y te sigo. Hay un coche esperándonos en el callejón. Subimos al asiento trasero. El vehículo arranca. Sacas una venda negra de tu bolso y la colocas sobre mis ojos. Te dejo hacer. El coche da muchas vueltas y por último se dirige a las afueras. Luego de un rato que se me antoja eterno se detiene. Manos extrañas me ayudan a bajar, a caminar sobre la gravilla del jardín, y me introducen en una casa muy grande. Noto el eco de mis pasos sobre el mármol. Atravesamos varias habitaciones y llegar a un recinto cerrado. Me quitas la venda y tardo un poco en acostumbrarme a la luz tenue. Parpadeo varias veces y distingo a Ángel sentado en un sillón. Viste todo de negro. Contengo la respiración: Sí que es atractivo. La electricidad reina en el ambiente y no me deja dudas: eres su amante.

En ese momento te arrodillas delante de él, en actitud de completa sumisión. Me estremezco. Eres una mujer soberbia y verte en aquella actitud me resulta sorprendente. "He cumplido tus órdenes, amo", dices. Y Ángel te premia con una palmadita sobre tu cabeza inclinada. "Haz lo que te he enseñado", dice, sin mirarme, y tú, Melina, te inclinas profundamente y lo descalzas. Luego lo despojas de la corbata y de la camisa. Su torso velludo es musculoso y ancho. Te deja hacer sin dejar de mirarme, como diciéndome: "¿Ves cómo me obedece?", y yo te observo a ti, sorprendida de tu docilidad, y a él, que de tal modo se ha apoderado de tu voluntad.

De pie ante él tiras de la lazada y el vestido se desliza hasta el piso. No estaba equivocada: debajo no llevas otra cosa que el corsé de seda oscura que deja libres tus tetas. La cintura se abrevia y tus nalgas destacan, por contraste, anchas y generosas. Largas tiras elásticas sujetan las medias. Él te observa y tú no intentas ocultarle nada de tu arrebatadora belleza. Él abre las piernas y tú te arrodillas. Tal se diría que adivinas sus deseos. Bajas el cierre y extraes la tranca. Con una mirada Ángel me dice, mudo: "Acércate y mira". Te envidio. Los envidio. Mi entrepierna, incontenible, gotea su excitación por mis muslos.

  1. Ella se humilla, yo observo.

Me aproximo, temblando, y veo cómo te metes la gruesa verga en la boca. Tus labios de perfecto dibujo la abarcan, la sorben, la acarician, bajan por el tronco y suben hasta la cima del glande. Te relames como una niña golosa comiendo un helado. Tus ojos están fijos en los de Ángel. En este momento ninguno me mira. Sólo existen el uno para el otro. Estás arrodillada entre sus piernas y sólo vistes el corsé de seda, las medias y los altos tacos de aguja, todo negro. "Así, putita, mama como te he enseñado… Hmm… ahora baja y chúpame los huevos", dice Ángel, mientras tú obedeces como la perra en la que te has convertido. Lo estás felando como una profesional y a mí me maravilla que todo haya comenzado del modo más inocente, cuando yo los presenté, hace algún tiempo. ¿Cómo han llegado las cosas a esto?

Es evidente que te tiene completamente dominada y que tú aceptas el dominio y obedeces como una verdadera sumisa. Tu lengua lasciva recorre su tronco y me estremezco. Llevo observando algunos minutos y han bastado para calentarme de veras. Ángel separa sus ojos de los tuyos y me observa. Una sonrisa perversa curva su boca. Sí, te envidio, Melina, y quisiera estar en tu lugar, pero también en el tuyo, Ángel, recibiendo las caricias de esa boca lujuriosa a más no poder.

"Muéstrame tus tetas", me ordena Ángel, y me maravilla que sepa que voy a obedecerle. Sin decir palabra desabrocho el corpiño de mi largo vestido gótico y le muestro mis tesoros. Sé que son pesados, cremosos y que se muere por posar en ellos su lengua lasciva. Mi piel luce aún más pálida (pelirroja, al fin) contra el suave terciopelo oscuro del corsé que levanta mis senos sin esconderlos. Tengo los pezones erectos y al notarlo, Ángel sonríe con perversidad. "Acércate", piden sus ojos sin decir palabra, y yo obedezco.

Tú levantas la vista sin dejar de mamarlo, querida Melina, y notas cómo tu amo abarca mi pezón entre sus labios. Su lengua lo atormenta con círculos húmedos y él se pone cada vez más duro. Mi entrepierna gotea, y supongo que la excitación le endurece aún más la polla, enhiesta por completo. "Desnúdate", ordena entonces él, y yo me quito aquellas telas largas, oscuras, que ocultan mi cuerpo. Debajo visto casi lo mismo que tú, Melina: corsé, medias y altos tacos de aguja. No uso tanga. Cuando mi desnudez queda a la vista, me suelto el cabello largo, que llevaba sujeto en una trenza, y la cascada de rizos rojos cae sobre mis hombros blancos. Veo cómo las pupilas de Ángel se dilatan con placer y tú también lo notas, Melina, aunque no dejas de felarlo. En verdad, su control es admirable.

Sus ojos se clavan en mí. "¿Quieres compartir la suerte de Melina?", pregunta Ángel. Yo parpadeo varias veces. Me lo pregunto a mí misma: ¿Quiero? Observo aquellos dos cuerpos hermosos, perfectos, subyugados por la pasión, y la verdad, la oferta me resulta muy tentadora. "¿Adónde vas a llevarme?", le pregunto a tu amo sin palabras, pero de sobra sé la respuesta. Asiento, y en señal se sumisión, me arrodillo y mi frente toca el piso.

"Levántate y aproxímate", me ordena Ángel. Obedezco y me da a entender que me ocupe de tu entrepierna. Estás en cuatro patas y tu grupa levantada en pompa, mientras sigues felando a tu amo. Me acerco. Los jugos se escapan de tu estrecho canal y mojan las medias. Me arrodillo y hundo la cara en tu raja. Mi lengua penetra tu coño, móvil y húmeda. Percibo el áspero sabor de tu excitación y te siento agitarte y temblar cuando mi lengua explora el canal hacia el clítoris. Te gusta. "Así, putitas… lo hacéis muy bien", afirma Ángel. Me gusta que me incluya en la frase y, por supuesto, en estos escarceos.

Lamo tu raja de norte a sur y vuelvo al punto de partida varias veces, pero tu amo ya no puede más, y sospecho que tú tampoco. Nos hace levantar y aproximarnos. Yo tiemblo ante lo que va a venir.

  1. La recompensa

Amiga te he traído conmigo, te preguntarás aun cuál es la razón. Mientras mi amo se sienta en el sillón, me mira, me acerco dispuesta a montarme a horcadas sobre él, le gusta que esté yo arriba para ver el balanceo de mis senos y jugar con mis pezones, comienzo a subir mi pierna, me da una nalgada: voltéate, me dice. Obediente me doy vuelta, se lo que quiere, me inclino y te miro. Veo tu cara mojada en mis jugos, me enardece la visión, es la primera vez que me come una chica. Estoy muy excitada.

Con mis manos separo mis nalgas, dejando a su vista mi fruncido agujero. Siento los dedos de Ángel jugar con mi ano, oscuridad, beso negro delicioso, de su lengua recorriendo las arrugas que pronto se alisarán acogiendo su polla. Me estremezco al pensarlo. Tus ojos clavados en mi, cómplice y testigo. Me pregunto qué pasará por tu mente, qué preguntas te harás, cuan perversos imaginas nuestros juegos. Morbo se que te dan, lo he notado, tus mejillas rojas casi no guardan distancia de tu pelo derramado en cascada de rizos sobre tus senos.

Cierro los ojos para sentir esa lengua deliciosa, amenazando mi ano, ensalivando la entrada, anunciándola en cada lamida. Ángel me toma por las caderas, me atrae hacia él, se que ya es tiempo, busco con mi mano su polla, la enfilo hacia mi ano, siento su verga palpitar, durísima. La coloco en posición y me clavo yo misma, una palmada fuerte estalla en mi nalga, - lo quiero despacio, dice. Con la voz profunda y viril que me estremece, a la que no le niego nada. Lentamente entonces, mi ano abre paso a su miembro, se traga todo el glande, rojo e hinchado, perdido ya dentro de mí. Luego voy centímetro a centímetro sin prisas, cediendo como la mantequilla al cuchillo, que amenaza con partirme en dos. Casi siento la empuñadura, cuando sus manos se afincan en mis caderas, marcándome el ritmo, una y otra vez, voy y vengo, subo y bajo, hago círculos, meneando su la polla en mi ano.

Tú nos miras, él te dice "no pierdas ni una gota putita" y empieza a acometer con más ritmo, gotas de sudor visten mi espalda, él las recoge con su lengua, me aprieta desde atrás las tetas, está por correrse, te miro, te invito a beber su leche que comenzará a escurrir. Continúo mis movimientos, él comienza a temblar, me concentro en su placer y tú te acercas a gatas, comienzas a lamer mi coño y me brindas el placer de atormentar mi clítoris hasta lograr que me corra, cuando siento sus chorros de leche llenar mis entrañas, ahhh respiro fatigada y satisfecha, en medio de temblores, que aun tensan mi cuerpo te sonrío, estas entre mis piernas, lames mis orificios, chupas su lefa. Todos seguimos calientes, el apoderado de mis pechos, yo perdida en tu mirada, en tus ojos que despiertan al vicio, aceptas ser mi puta, te he preguntado y te has ganado el derecho de serlo entre mis piernas. Ahora te diré de tu prueba.

Aceptas sin entender, tal como yo quería. No deseo dejarte insatisfecha querida putita mía. Me separo de Ángel, que nos mira vicioso y desmadejado, sentado en su sillón. Te atraigo hacia mi y te beso, divertida te sonrío te tomo por la cintura, bailamos rozando nuestros cuerpos, me olvido de quien eres, me entrego a tus caricias, a tu boca, a tus labios carnosos a tu lengua que recorre mi boca. Chupo tus labios, bajo por tu cuello, quiero llegar a tus pechos;

morderlos, apretarlos bien, casi hasta que no lo resistas, apoderarme de ellos. Así procedo, los amaso, siento su peso, los llevo a mi boca, cierro mis labios entorno a ellos y con mis dientes, sostengo suavemente tu pezón, para atormentarlo con mi lengua, justo como a mi me gusta. Mientras lo hago te miro, ves mi sonrisa traviesa. Ángel se nos une, te lleva a la mesa y te empuja para lamer tu coño chorreante, mientras yo sigo comiendo tus pechos. Te digo cierra los ojos, una orden muy sutil. Los cierra y Ángel y yo nos dedicamos a lamerte, a poseer cada poro de tu piel, lamer cada uno de tus pliegues, para llevarte al borde, hacerte que lo ansíes, sólo entonces

Sólo entonces tendrás tu orgasmo. Dejo a Ángel encargarse de ti, voy por algo a mi bolso, lo traigo, al mirarlos me arde la entrepierna, la tuya se la come mi Ángel. Y por tu cara, deduzco que lo estas disfrutando. Toco la espalda de Ángel, lo relevo en tu entrepierna, primero con mi mano, mis dedos y luego con un vibrador. Que hundo en tu sexo, húmedo y aromático. Ángel se deleita en tus tetas, mientras yo me adueño de tu sexo, entro y salgo, juego con tu almendra, la masajeo, la aprieto, escucho tus gemidos, que se van haciendo suplicas, ruegos. Una sola y repetida, "quiero correrme". Pídelo putita, -te digo. -Mi señora, ¿me permites correrme?-. Córrete,- te ordeno- y acelero la carga con la polla que llevo en la mano, masajeo tu clítoris abultado y veo cómo arqueas tu espalda, cómo te corres como loca, cómo gimes y me siento satisfecha, exultante. Me acerco a Ángel, lo beso. Él me pregunta ¿te ha gustado? Sabiendo por adelantado la respuesta, yo sólo le sonrío y a ti, te acaricio el cabello, lo retiro de tu cara adornada de rocío y te beso. Mi puta, mi amiga.