Obedezco, así soy feliz (2)
Soy tuya, por ese motivo puedes hacer lo que desees conmigo, incluso compartirme.
Obedezco, así soy feliz (II)
Mi sumisión ha avanzado mucho, piensas que ya estoy lista para ser entregada a otros Amos y Amas, y me has asegurado que lo harás. Lo he aceptado, lo único que espero es no dejar en mal lugar a mi Amo, espero que puedas sentirte orgulloso de tu esclava.
Ayer me dijiste que hoy sería un día especial para nosotros, sobre todo para mí. Que algo importante ocurriría y se convertiría en un bonito e imborrable recuerdo para el resto de mi vida. No hago preguntas, me limito a cumplir con tus demandas con precisión.
Esta mañana me he levantado temprano, he querido preparar mi cuerpo con calma, con la calma que se que sólo es una ilusión, que tras ella se desatará una tormenta. Yo estaré en el centro de la tormenta por ti, tu manejarás la tormenta para mi. He lustrado mi piel hasta eliminar todo rastro de vello, siempre te ha gustado la suavidad de mi piel. Me he vestido como me has pedido: medias a medio muslo sujetas a un corsé que sustenta mis pechos sin taparlos, botas con un tacón que realza mis piernas (si, a mis 48 años sigo teniendo unas bonitas piernas) y el traje de chaqueta que tanto te gusta, ése cuya falda solo llega a medio muslo y no llega a tapar la blonda de las medias. Todo negro. Mi piel parece mas blanca vestida de esta forma. La única nota de color está en mis labios, rojos, de un rojo brillante e intenso pero que resulta pálido comparado con mi pasión por ti.
El taxi ha llegado. Me subo atrás y doy la dirección. Conduce una mujer de unos 40 años. Tiene un perfil bonito y una voz dulce, aunque sólo puedo ver con claridad su ojos a través del retrovisor. Me sitúo en el centro del asiento trasero y separo las piernas. Es lo que me has ordenado. Nos internamos en la vorágine del tráfico de la ciudad. En cada parada veo que la mujer me mira por el espejo, al principio, como alguien acostumbrado a todo. Pero sus miradas van cambiando. Primero su mirada estudia mis ojos, pero poco a poco su mirada se pierde en las interioridades de mi piel que expongo ante ella. Puedo ver deseo en su mirada. Salimos de la ciudad con dirección a la urbanización en la que tienes tus dominios. El tráfico empieza a escasear. Al fin llegamos a la puerta de tu finca. Pago y con la vuelta me da una nota. Lleva su número de teléfono anotado. Me sonríe con timidez. Me incorporo un poco, pongo mi mano en su mejilla y la beso. Algo de mi carmín ha quedado sobre sus labios. Le devuelvo la sonrisa, guardo la nota, se que te gustará este detalle, y me bajo ante el portón de la finca. Al fin voy a conocer los territorios sobre los que ejerces poder absoluto. Yo siempre me he considerado también parte de esos territorios. Me adentro en la finca. El chalet está al fondo guarecido por una fila de árboles. Llamo a la puerta. Estoy nerviosa. Se que va a ser una gran prueba y no debo de defraudarte. Mi corazón late acelerado. Al fin abres.
Hola Carmen, estás preciosa - me dices con una sonrisa.
Tu sonrisa me embauca, mis nervios desaparecen, ya sólo soy tu instrumento. Me colocas un collar de cuero con una chapa que lleva mi nombre escrito. Ahora todos saben de quien soy.
Me introduces en la casa. Llegamos a un amplio salón con una chimenea al fondo. En el centro hay una gran mesa de madera y a su alrededor varios sofás y sillones ocupados no veo bien por quien debido a al cambio de luz. Me sitúas en el centro.
Ha llegado nuestra invitada de honor - dices
Oigo un murmullo de aprobación. Mis ojos se van acostumbrando y por fin distingo a tus invitados. Son Claudia e Inés, tus empleadas y mis compañeras de oficina. Claudia e Inés tienen unos 30 años. Sus cuerpos son espectaculares, pero eso ya lo sabes, tu las contrataste por ese motivo. Claudia es morena, lleva el pelo corto como un chico y tiene unos bonitos ojos negros. Inés es pelirroja, lleva el pelo recogido en un moño y sus ojos violeta cautivan a quien los mire. Ambas visten trajes muy similares al mío aunque a sus cuerpos, las cortas minifaldas, no hay duda, les quedan mucho mejor.
Prepáranos unos cafés - ordenas.
Me dispongo a obedecer y puedo por fin mirar a los ojos a los presentes. Tienen una mirada dura y a la vez curiosa posada en mi. Tras su dureza y curiosidad también se ve el deseo. Tu sonríes.
Vuelvo con el café y me dispongo a servirlo. La mesa es muy baja. No te gusta que doble las rodillas así que inclino mi cuerpo. En esta posición la falda no llega a tapar nada y mi cuerpo queda expuesto en primer plano a Claudia e Inés. Claudia posa una mano en la parte interior de mi muslo, sobre la media y me acaricia la pierna. Inés hace lo propio con la otra. Siento fuego en sus manos, un fuego que me traspasa, que hace que mis manos tiemblen. Te miro buscando una orden, una recomendación, pero tus ojos sonríen, nada mas. Me incorporo, separo las piernas y quedo quieta, esperando una orden. Las manos de Inés y Claudia suben y bajan por mis piernas, las acarician, estudian cada centímetro con las yemas de sus dedos. Nunca había sido acariciada por otra mujer. Mil ideas cruzan por mi mente. Claudia retira el collar que tu me has colocado y los sustituye por otro. Éste no lleva ninguna placa, sólo una anilla de sujeción. Inés toma mis manos y las ata a mi espalda. Me siento atrapada, asustada, indefensa... Se crea en mí un sentimiento de ansiedad, angustia,... morbo..., estoy a merced de alguien que no eres tu. Tengo un poco de miedo porque no sé lo que quieres hacerme. Haces un gesto indicando una puerta. Claudia pone una correa en mi collar y tira de mí.
La puerta se abre y soy conducida a una habitación amplia. Hay varios artefactos colocados en las paredes, un sofá, una mesa redonda giratoria como de un metro de diámetro con correas fijas en la superficie, una mesita con todo tipo de consoladores y látigos. Del techo cuelgan argollas para sujetar. El ambiente de la habitación me embriaga, me pregunto cuantas antes que yo se han entregado a ti en este lugar. Claudia me desata las manos y desabrocha la americana que aún llevo puesta. Acaricia mis pechos. Su mano es suave y caliente. Mis pezones reaccionan. Claudia detiene sus caricias al observarlo y me mira con dureza. Me quita la chaqueta y ata mis manos a dos argollas que penden del techo. Ahora es Inés quien se acerca y suelta mi falda. Sujeta mis tobillos a don enganches del suelo con las piernas muy separadas. Tengo miedo. Tu te sientas en el sofá dispuesto a supervisarlo todo. Tu presencia me da valor, mis temores desaparecen, sólo pienso en estar a la altura que te mereces. Inés va hacia la mesa y toma un látigo fino, como de goma. Parece una fusta larga. Me estremezco. Inés hace silbar en el aire la fusta y sonríe. En ese momento soy plenamente consciente de que el dolor me hará fuerte, de que el dolor me hará mas tuya. Te miro. Estoy totalmente turbada, excitada, asfixiada por la pasión más oscura, como si yo fuera la protagonista activa y no pasiva. Me siento tan indefensa, tan... poseída, tan convencida de que mi voluntad no cuenta. Aunque eso no es enteramente verdad, quiero con todas mis fuerzas estar así, contigo decidiendo que hacer conmigo, siendo mi dueño, el propietario de mi cuerpo. Se que deseas ésto, que la situación te proporciona placer y yo quiero proporcionarte ese placer.
Inés se planta ante mí, alta, hermosa, firme y decidida, con la fusta en su mano.
Carmen. Eres nuestra. Nos perteneces. ¿Lo sabes verdad?
Sí Señora, soy suya.
Lo eres porque quieres. Nadie te obliga. ¿No es cierto?
Lo soy porque mi Señor así lo quiere. Yo no tengo voluntad, sólo soy su herramienta de placer. Él lo desea y yo lo acepto.
Bien Carmen. Entonces sabes que podemos hacer contigo lo que queramos, cualquier cosa que se nos ocurra. ¿Cierto?
Cierto Señora. Sólo quiero complacerlas, cumplir sus deseos y que mi Señor se sienta orgulloso de mi.
Claudia se acerca sonriente, me toma de la barbilla y besa mis labios, su lengua va en busca de la mía. La humedad de su boca me hipnotiza. Oigo un silbido y un potente fustazo azota mis nalgas. El dolor y la sorpresa me hacen gritar.
Cállate puta, no te hemos dado permiso para quejarte.
Lo siento Señoras, ruego su perdón.
Por toda respuesta Inés se ensaña conmigo inmisericorde. Lo que sigue se hace bajo tu atenta mirada: Inés descarga su fusta sobre mi vientre, mis muslos, mis nalgas. No sé cuantos van... diez, veinte... Mis músculos están tensos y duros como piedras. Inés me castiga de forma implacable. Ante mi Claudia esconde sus manos en su sexo, hurgando en sus pliegues... Se ha sentado a tu lado y te ofrece sus dedos. Tu los paladeas, veo tu lengua jugar buscando los restos de la humedad de sus sexo.
El castigo cesa. Claudia se acerca y me introduce los dedos en la boca. Saben a su sexo y a tu saliva. Es la primera vez que pruebo el sabor del sexo de una mujer que no soy yo. Me deleito con el sabor. Os gusta mi expresión, lo adivino por vuestras sonrisas. Pasa sus dedos húmedos por mis pechos, los acaricia, los acerca a su boca y su lengua juega con mis pezones. Se han puesto duros y hermosos como agradecimiento a sus cuidados. Inés también los prueba, le gusta como están. Con un rápido movimiento engancha en ellos sendas pinzas. Me duele y no puedo evitar un gemido.
Une una cadena a las pinzas y la engancha a uno de los colgadores y la tensa. Observó en silencio el claro mensaje, para mantener mis pezones intactos tendré que estar quieta, muy quieta. Sonreís. Inés me desata las manos. Mis pezones aseguran mi inmovilidad. Los tres me observáis, parece que os gusta lo que veis. Se acercan a ti y os abrazáis y os besáis. Los besos están llenos de lujuria y humedad, esa humedad que yo he probado en otras ocasiones y que significa una fuente de vida para mi. Me observáis mientras os desnudáis unos a otros. Vuestros cuerpos son perfectos, evoco mi cuerpo en el espejo y un sentimiento de vergüenza se apodera de mi. Sin embargo se que mi cuerpo te proporciona un placer que ningún otro cuerpo es capaz de dar, esto hace que me sienta de nuevo orgullosa de ser tuya.
Os acariciáis, vuestras caricias transmiten sensualidad, pasión. Vuestras lenguas se unen en un torbellino de lujuria. Tus manos recorren sus pechos, sus vientres, sus cuellos, tu lengua explora cada centímetro de sus cuerpos dejando tras de si un brillante rastro de humedad. Mi piel se eriza como si fuera ella la receptora de tus atenciones. No puedo remediarlo. Mis dedos buscan mi cueva. He rendirme a la sensualidad que vuestros cuerpos despliegan para mi. Vuestros cuerpos se han fundido en uno solo que llena el espacio de jadeos. Bocas, manos, lenguas recorren cada pliegue de la piel, todos los sentidos están alerta y juegan. La vista de los cuerpos, el tacto de las pieles, el gusto de los sexos, el olor de mujer y de hombre invade la estancia, los gemidos indican el buen hacer. Su única misión es elevar mi excitación. No puedo apartar la vista. Los cuatro constituimos un cuerpo destinado al placer.
Claudia se levanta y se acerca. Toma mi mano y se la mete en la boca saboreando mis jugos. Siento su lengua jugando con mis dedos, buscando cualquier resto de mi sabor. Se acerca a la mesa y toma un consolador que lleva una ventosa al final. Lo fija en el suelo entre mis piernas. Suelta las cadenas que sujetan mis pezones al techo.
Ponte en cuclillas y métete la cabeza del consolador.
Lo hago, sólo he metido la cabeza. Deseo dejarme caer, sentir toda la herramienta dentro de mi. Ha vuelto a sujetar la cadena al techo y la ha tensado. Mis pezones están tirantes, el dolor me invade.
Inés se ha arrodillado entre tus piernas. Ha tomado posesión de ti, pero tu mirada no se aparta de mi. Es ella quien ha dado cobijo en su boca a tu polla pero soy yo la que saborea tu piel y tu lo sabes. Tu arma dura, grande, poderosa, se desliza entre sus labios pero yo siento que son los míos, que es mi lengua la que recorre su tronco, soy yo la que siente tu poder. Retiras su cabeza. Inés se gira y me mira con superioridad, ella que cree que te ha saboreado, pero tu y yo sabemos que no ha sido así. Claudia se sitúa a horcajadas sobre ti y abre su sexo. Tu diriges tu polla hacia la entrada. Un gemido se escapa de su garganta cuando comienzas a penetrarla. Me miráis y se lo que queréis que haga. Yo también tengo una herramienta a la entrada de mi sexo. Deseo agacharme mas para poder llenar mis entrañas pero mis pezones hacen de tope. El placer y el dolor van firmemente unidos en esta ocasión.
Métetelo entero, zorra me dice Inés mientras sus manos juegan con los pechos de Claudia.
Empiezo a bajar. Cada milímetro de placer significa una punzada dolorosa, un milímetro que me martiriza, que me estira, que me rompe. Dejo de sufrir, rechazo el dolor, cada milímetro es un milímetro de placer que se abre camino en mi. Cierro los ojos, muerdo mis labios, una lágrima se desliza por mi mejilla. He llegado al final. Mis pezones están al límite pero me siento llena. Mi mano buscó mi vulva a riesgo de perder el equilibrio. Me miráis con una mezcla de ternura y lascivia. Está claro que disfrutáis. El juguete que me penetra se convierte en un muelle sobre el que comienzo a botar. El dolor y el placer se suceden sin límite de continuidad. Intento seguir el ritmo de Claudia sobre tu polla, de esta forma te siento mas cerca de mi. Mis dedos ayudan a elevar mis sensaciones por encima de lo que nunca hubiera soñado. Me abandono. Cierro los ojos. Estoy sola en el mundo y el placer es el único objetivo. Una fuerte corriente recorre mi cuerpo. Estoy llegando al final, el camino se termina, la puerta del placer se abre ante mi. Mis sentido están fijos en mis centros de placer, no hay nada mas, siento como se prepara la primera descarga que me llevará al orgasmo, ya está, ahí viene.
No te corras puta
Una bofetada me hace volver al mundo real, la puerta se ha cerrado. Abro los ojos y veo a Inés ante mi. Sus ojos están furiosos.
Tu estás aquí para nuestro placer, no para el tuyo. Si alguien ha de correrse seremos nosotros. Tu lo harás si consideramos que lo mereces. ¿Está claro?
Bajo la cabeza y asiento. Inés suelta las pinzas de mis pezones. Inmediatamente pone un nuevo collar en mi cuello sujeto por una corta correa. Conozco este tipo de collar, me ahogará cuando su dueña lo desee y tire de él.
Arrodíllate como la perra que eres.
Lo hago, me pongo a cuatro patas. Mis manos son atadas a mi espalda. Inés tira un poco de la correa hacia arriba y el aire comienza a faltarme.
Esto es lo que ocurrirá como Claudia no apruebe tu forma de hacer.
Claudia se sienta ante mi. Lleva puestos sus zapatos. Dirijo mis ojos, mi boca, mi mente hacia su cuerpo. Es una sensación totalmente extraña y desconocida para mi. Nunca he probado el cuerpo de una mujer. Mi lengua recorre su geografía, desde el tacón hasta su vientre dejando un húmedo itinerario sobre su piel. Mi lengua recorre su cuerpo, erizando cada poro de su piel, hasta llegar al centro de su placer que palpita y espera húmedo, fragante. Sus dedos lo recorren de arriba abajo, explorándolo, mientras mis labios buscan su ración de néctar. Miro hacia arriba y veo que Inés se ha colocado un arnés. Tu has tomado posesión de los senos de Claudia. Veo como la punta de tu lengua abraza sus pezones. No puedo evitarlo, estoy muy excitada, ebria de deseo, de un deseo tenebroso, oscuro, pecaminoso... fascinante. Quiero entregarme a vosotros, daros lo que queráis. ¿Hasta que punto? No lo sé. Vosotros decidís por mí. Inés coloca el consolador de su arnés a la entrada de mi vagina. Su contacto me electriza. Me penetra sin miramientos. El consolador es grueso y me llena. En mi cueva no queda un rincón que no sienta su contacto. Claudia me toma del pelo y presiona mi boca contra su cueva de placer. Inés tira de la correa. El aire me falta, eso hace que abra la boca con mas ansiedad, mi lengua busca los jugos que Claudia me ofrece como si ellos me dieran también el aire para respirar. La excitación, la ansiedad, el deseo, la opresión en mi pecho por la falta de aire, todo se nubla y voy a desmayarme. Pero no, la correa se afloja y puedo respirar de nuevo mientras mi vagina se encharca literalmente. Claudia me acaricia los cabellos con dulzura:
Me gusta que estés tensa y asustada.
Mis labios no se detienen, siguen con su labor. Inés comienza a follarme con fuerza mientras tensa un poco el collar. Respiro con dificultad pero no cejo, mi lengua es imparable. Siento como las piernas de Claudia empiezan a temblar, está a punto. Me aplico con mayor entusiasmo. Un espasmo comienza a recorrer el cuerpo de Claudia mientras una voz que parece venida de unas profundidades desconocidas gime y arroja un grito que invade la estancia. A ese primer espasmo siguen otros y mi cabeza queda aprisionada entre sus muslos mientras el orgasmo parece no tener fin. Inés deja la correa. Me desata las manos y me deja tirada. Se acerca a ti, se sienta sobre tu polla y comienza una cabalgada feroz. Su cuerpo sube y baja con violencia, el ritmo es frenético, sólo se escucha el choque de vuestros cuerpos en cada embestida. Mis manos se apoderan de mi clítoris. Veo el placer en tu cara, la estás poseyendo con furia. Tu polla se abre camino con todo el poder, veo los labios vaginales muy abiertos, como si tuvieran dificultades para poder abrazar tu herramienta con plenitud. Conozco esa experiencia. El recuerdo me humedece aún mas. Un nuevo grito invade la habitación e Inés se desploma a tu lado como si una corriente eléctrica la estuviera atravesando. Sus ojos están cerrados como queriendo guardar cada instante en su mente. Sus espasmos se van amortiguando pero su cara muestra que aún se encuentra en otro lugar.
Te pones en pie y te acercas a mi. Me abalanzo sobre tu polla pero un tirón de la correa, que ahora sujeta Claudia, me impide lograr el objetivo. Tiro como un perro en busca de alimento aunque se que no llegaré a él. Tu te masturbas a escasos centímetros de mi boca. Tiro y tiro desesperada y solo cedo cuando la falta de aire me obliga, pero una vez tras otra vuelvo a intentarlo. Estoy poseída, rabiosa. Quiero un premio que mantienes cerca de mi pero al que no llego. Mi lucha te divierte. Conozco tu cuerpo y se que estás a punto de soltar tu chorro de vida. Me dispongo a recibirlo. Tus jadeos lo invaden todo. Ya viene. En ese momento Inés se arrodilla a mi lado y tu diriges tu polla hacia ella. Explotas. Un rugido de triunfo sale de tu garganta. Uno, dos, tres, cuatro latigazos de tu leche se depositan en su cara, en sus labios, en su lengua. Claudia se arrodilla a su lado y comparte tus jugos. Sus lenguas recogen hasta la última gota de tu maná. Os juntáis los tres y os besáis.
Yo permanezco tirada en el suelo, mirando.
La línea que separa el placer del dolor es muy fina. Tan tenue... tan difusa... a veces parece inexistente. Acabas no sabiendo dónde empieza uno y donde termina el otro. Soy sumisa, tu esclava. Por propia voluntad y libremente he pasado a ser de tu propiedad para que me sometas, me he entregado a ti de forma total y absoluta y obtengo el placer a través de ese sometimiento.
Hoy me has puesto a prueba y me has entregado a otras. Me han menospreciado, insultado, vejado y tu ni tan siquiera me has tocado. No he sentido tu piel, no he sentido tu calor.
Hoy he sido mas tuya que nunca.
Manu y Carmen