Obedecerás a tu hermano I: Rito iniciático
Para que tu hermano se convierta en tu sádico dominante, siempre es necesaria una primera vez.
Mi hermano Abel me lleva doce años, tiene veintisiete. Este fin de semana son las fiestas del pueblo en el que vivo, y aunque mis padres están de vacaciones, me han dejado quedarme porque le he dado tanto la brasa que ha venido desde Madrid para cuidarme mientras ellos no están. Lo que mis padres no podrían imaginar es que iba a despertarme esta mañana haciendo gemir a mi mejor amiga acompasada con los golpes del cabecero contra la pared. Al principio creo que hasta me he sonrojado. Sabía que estaban “durmiendo” juntos, pero anoche estaba tan borracha que me quedé dormida al tocar la cama. Eso explica el dolor de cabeza que tengo. Intenté ignorarlos, tapándome la cabeza con la almohada, pero era todo un escándalo. Lo más turbador fue notar cierta humedad entre mis piernas, similar a la que siento cuando me pongo a horcajadas sobre mi novio y me rozo contra él mientras me da besos húmedos y me soba los pechos. Al final, me levanté de mi cama, me serví un vaso de Nesquik y fui al cuarto de baño.
Ahí es donde estoy, a remojo, tirada en la bañera y cubierta con agua tibia y espuma. Suena una canción de Lorde en mi móvil, que he dejado sobre la cisterna y no oigo nada a parte de eso. Al menos así puedo disfrutar de mi desayuno mientras Abel se desfoga con Lidia. Supongo que ya ha terminado cuando entra en el cuarto de baño en ropa interior. Lo primero que hace es apagar mi música, ganándose una queja airada. Entiendo por qué Lidia se ha acostado con él. Es mayor, está bueno, tiene pasta y es todo un triunfador. ¡Pero también es mi hermano! ¿No podía respetar eso? Lo que no sé es lo que se le ha pasado por la cabeza a Abel para acabar con mi mejor amiga. Visto que no va a devolverme la música, me cruzo de brazos enfurruñada mientras él limpia el vaho del espejo y empieza a echarse espuma de afeitar.
Vaya serenata me habéis dado esta mañana ¿eh?- me quejo con rintintín.
Díselo a Lidia, es ella la que grita como si la estuvieran matando, Jackie- siempre me habla así. Mandándome el mensaje de “eres una niñata”, con su voz segura y tenue. Ni siquiera me mira.
¿Quieres que le cuente a papá que te la has follado?- lo amenazo, terminándome el Nesquik.
No lo harás- dice después de soltar una breve carcajada. Por un momento, lo único que se escucha es la pasada de la cuchilla sobre su piel.
Sí lo haré- reitero mi amenaza y por fin consigo que me mire. Le dedico una falsa sonrisa y me acomodo en la bañera, echando la cabeza atrás y cerrando los ojos.
¿Para que no te vuelva a dejar andar con ella?- me pregunta, y levanto la cabeza de golpe para mirarlo consternada. No aguanto la sonrisa que tiene. Gruño.
No sé qué haces follándote a crías- sentencio.
¿Crías como tú?- parece divertido.
Sí- respondo sin pensar-. Luego me va a comer la cabeza a mi.
No- dice y golpea la maquinilla contra el lavabo, dos veces-. Como tú no. Porque tú no follas. O eso dice ella- le lanzo una mirada fulminante.
¿Y a ti qué te importa? Puedo follar cuando quiera- me jacto, revolviéndome incómoda en la bañera.
¿Con el idiota de tu novio?- se parte mientras se limpia la cara de los restos de espuma-. Ese no sería capaz de hacerte gemir ni una sola vez. Pregúntale a Lidia- sí, mi mejor amiga es la ex de mi novio. Pero esto es un pueblo pequeño, todos los chicos con los que pueda estar ya han estado con alguien que conozco. Además, Roberto no me presiona para que nos acostemos.
Seguro que es mejor que tú- le espeto, picada, y vuelvo a cruzarme de brazos. Abel me mira con una sonrisa socarrona y se acuclilla junto a la bañera, colocando los brazos sobre el borde-. ¿Qué?- le pregunto de mala manera, porque me pone nerviosa.
Cualquiera diría que estás celosa- se mofa y yo arrugo la nariz, molesta, y lo salpico un poco.
Él intenta hacerme una aguadilla, metiendo mi cabeza bajo el agua. Lo logra y yo trato de zafarme, pero las paredes de la bañera son resbaladizas y no consigo agarrarme a nada. Pataleo porque creo que me voy a quedar sin aire, el corazón me va a mil por hora. Chapoteo histérica, hasta que mi mano toca el cuello de mi hermano y lo rodeo con mi brazo, haciendo fuerza para emerger. Al final lo logro, quedándome pegada a él.
Eres imbécil- le digo cuando soy capaz de controlar la tos, antes de darme cuenta de que mis senos están aplastados contra su pecho desnudo. Que nuestras bocas están muy cerca, que tengo todo el vello de punta por cómo me tiene envuelta entre sus brazos. Y me gusta.
Ya lo sé- susurra.
Oh- es lo único que puedo decir cuando acorta la distancia entre nuestras bocas hasta hacerla nula. Sabe a tabaco, huele a espuma de afeitar y el tacto de sus labios es húmedo. Muy húmedo. Mis pezones erectos se clavan más y más contra su pecho en cada latido enloquecido de mi corazón. Una de las manos de Abel desciende por mi espalda hasta casi el final. Mi boca se abre para recibir la lengua de mi hermano y nos fundimos en un beso largo, aunque no sabría decir cuánto. Su lengua golpea la mía hasta que la dejo mansa, y él recorre mi boca hasta sus confines. Apenas puedo respirar, pero sigo petrificada entre sus brazos, sumisa a sus deseos, jadeante. Entonces uno de sus brazos deja de abrazarme para zambullirse bajo el agua, hasta mis muslos. Cuando me toca siento un pulso eléctrico que me estremece y gimo en su boca. El brazo que aún me rodea me da una sacudida de advertencia y su otra mano empieza a subir. Cojo su barbilla para separar mi boca de la suya-. Para, para por favor- le pido, mostrando mi poca voluntad de hacer más de lo que ya he hecho-. Esto está mal- la última palabra se alarga en un estertor de placer al coincidir cuando las yemas de sus dedos abren mis pliegues y acarician mi sexo.
Shhh, Jackie- me da un beso corto y sonríe. Justo a continuación aprieta mi clítoris entre sus dedos y siendo un escalofrío. “Es tu hermano, joder” pienso autoreprendiéndome mientras vuelvo a gemir, quejumbrosa.
Eres mi hermano- digo atropelladamente, casi sin resuello, y lo miro a los ojos-. N-no deberías...- tomo aire varias veces entre los labios- hacer esto- un murmullo alargado se me escapa cuando arrastra sus dedos a través de mi coño, surcándolo hacia la hendidura. Ningún chico me ha tocado así antes. Empiezo a temblar-. Para...- musito-. No lo hagas, Abel.
-¿Darte placer?- me susurra provocador y me introduce dos dedos. Mi espalda se tensa y cierro los ojos, echando la cabeza atrás. Mi pelo rubio y mojado se pega por las partes de mi cuerpo que no están bajo el agua. Mi hermano me besa el cuello, lo succiona un rato y, al soltarlo, escucho un ruido hueco. ¿Me ha hecho un chupetón?
- Está mal, Abel- gimoteo, y entonces empieza a mover sus dedos dentro y fuera de mi. Noto mucho calor en el bajo vientre y empiezo a removerme un poco, tratando de zafarme. Me llega un momento de lucidez- ¡Para!- logro gritar entre jadeos y cierro fuerte las piernas, atrapando su mano aún en mi interior mientras lo empujo para librarme de su abrazo- ¡Eres mi hermano! ¡Los hermanos no se acuestan juntos! ¡No se “dan placer”! ¡No así! ¡Para de una vez!- vuelvo a recostarme enfurruñada en la bañera, dejando que el agua me cubra y cruzando los brazos sobre mis pechos para taparlos de su vista. No puedo mirarle-. Ahora, voy a abrir las piernas. Dejarás de tocarme y nunca, nunca más, volveremos a hablar de esto- le ordeno. Él me mira impasible, lo noto.
Mis rodillas, que se ven sobre el agua se abren liberando su mano, pero no la mueve. Lo miro para instarle a sacarla, y lo encuentro de rodillas en el suelo del baño, con la respiración más alterada de lo normal y un brillo malicioso en los ojos. Su antebrazo está de nuevo apoyado en el borde de la bañera, cuyas aguas empiezan a calmarse tras la agitación anterior. Entonces mueve sus dedos acariciando mi interior. Aprieto los labios y ciño más el nudo de mis brazos al notar los pezones tan erectos que duelen. No puedo replicar, temo volver a gemir si lo hago.
¿De verdad quieres que pare?- me susurra, y las puntas de sus dedos acarician superficialmente mi brazo, al contrario de los dedos que tiene dentro de mi, que me tocan con seguridad-. ¿Quieres que esto lo haga el idiota de tu novio? Puedes olvidarte, Jacqueline- se inclina y besa mi hombro, yo me estremezco, pero no tanto como cuando saca sus dedos para volver a hundirlos hasta tan al fondo de mi sexo como es capaz. Lanzo un grito de placer, me arqueo y mis manos buscan asirse a los bordes de la bañera-. Déjame jugar contigo, y a cambio yo no le digo a papá que ayer le estabas haciendo una mamada a Kike en los baños públicos- lo miro con terror, pero Abel sonríe conciliador-. Lo disfrutarás. Además, eres mi hermanita. Tengo más derecho que nadie a enseñarte a follar- su voz me resulta hipnótica, estoy deseando gritarle ¡sí! pero me encojo por su amenaza-. Relájate y déjame hacer a mi. Te gustará, Jackie.
V-vale...- musito, anonadada, sin saber qué hacer más que dejarle hacer. Por un momento pienso que quizás se canse y me deje.
Su mano vuelve a bombearme con un ritmo que va aumentando. Al rato, mis brazos se relajan y caen a ambos lados de mi cuerpo. Cierro los ojos y trato de pensar que es otro chico, pero solo puedo imaginar el rostro de Abel. Comienzo a jadear cuando las penetraciones de sus dedos se vuelven salvajes, todo mi cuerpo se estremece y mi coño mojado palpita bajo el agua, ya casi fría. Pero yo estoy caliente, tanto que me siento sofocada. Coge una de mis manos y la lleva hacia su hinchada entrepierna. Me sorprendo y la aparto rápidamente. Él me mira severo, casi reprendiéndome. Entonces saca la mano de entre mis piernas y se me escapa un suspiro de queja. Acerca sus dedos a mis labios y yo saco la lengua para atrapar su sabor salobre. Termino chupándolos cuando él presiona para meterlos en mi boca. Adelante, atrás, como he hecho tantas veces con la polla de Kike para que no se acueste con otras mientras yo no me decido a perder la virginidad con él.
- ¿Ves lo mojada que estás?- me pregunta Abel. Asiento, el calor me nubla el juicio y hecho de menos el trabajo de su mano en mis entrañas. Saca los dedos de mi boca y se levanta para deshacerse de sus boxers. Su erección es enorme, y me encuentro mirándola casi con miedo, tragando saliva. Él se la agarra y la masajea un par de veces, provocando un sonido carnal- Pero aún no hemos terminado de jugar- se gira y coge un cepillo de dientes. Después, se acerca a la bañera de nuevo-. Siéntate en el borde, con las piernas bien abiertas- solo soy capaz de obedecer. Sentada al borde, con las piernas dentro del agua, él se mete también en la bañera y se sienta, mirando analítico mi sexo. Creo que me sonrojo-. Que coño más bonito tienes, hermanita- se mofa de mi al darse cuenta, dándome una palmada fuerte en un lateral de mi pierna, que queda marcada en rojo sobre mi piel, y acercando después su rostro a mi sexo para succionar con fuerza mi clítoris. Mis dedos aprietan la porcelana y grito al sentir mi coñito palpitar, expulsando una oleada de lubricación-. Que hinchado lo tienes, zorrita- murmura Abel, y no sé por qué, eso hace que sienta un cosquilleo en mi bajo vientre y mis pezones-. Ahora relájate- entonces, lleva el extremo del mango del cepillo de dientes a mi abertura y presiona para introducirlo dentro de mi. Yo lo miro, sin saber qué pretende, parece concentrado. Entonces, quita el tapón, se pone de rodillas y me besa violentamente. Me dejo hacer, quieta, muy quieta. Solo quiero que siga. Suspiro al sentir su glande rozando mi clítoris-. Buena chica- sonríe y coge la ducha para abrirla, graduando el agua.
Sin previo aviso, enchufa el chorro hacia mi coño y una oleada de placer me recorre. Está tibia, y los movimientos erráticos hacen que gima. La presión del agua estimula mi coñito hasta hacerlo palpitar, mientras mi hermano acaricia la cara interna de mi muslo con pasmosa lentitud. Noto presión en el interior, la goma del mango del cepillo de dientes que trata de aferrarse mientras la musculatura de mi vagina se contrae palpitante hasta hacerlo caer. Entonces, Abel mueve la mano para lanzarme directo a mi sexo un chorro de agua hirviendo. Grito y trato de cerrar las piernas, pero las suyas me lo impiden. Entonces, el agua para de golpe.
N-no quiero...- musito, pero él vuelve a ponerse de rodillas y me besa con una dulzura que me paraliza.
Jackie, no me hagas enfadar...- susurra besuqueando uno de mis pezones. Yo tiemblo, notando el alivio del aire después del agua demasiado caliente abrasando mi entrepierna, que a pesar de lo molesta que ha sido, solo parece haber servido para que me sienta más caliente-. Cuando te meta la polla quiero sentir cómo tu coñito la engulle, no cómo la echa. No te dejaré ir hasta que aprendas a controlarlo- me susurra antes de morderme un pecho-. Probaremos otra vez- recupera el cepillo y me lo vuelve a meter hasta el fondo-. Y si se vuelve a caer, lo meteré por el lado de las cerdas. ¿Vale, zorrita?- se pone en pie y me acaricia la cara, paternalista. Vuelve a abrir la ducha modulando el agua y me la tiende. Yo la cojo-. No pared de moverla, quiero verte gemir mientras me la comes.
Su polla, ahora a la altura de mi cabeza, roza mis labios y yo la tomo con una mano. Miro a Abel sofocada y enchufo hacia mi sexo el chorro de ducha, que vuelve a ser placentero. Cierro los ojos un instante antes de rodear el glande con mi lengua. Después, lamo el tronco, buscando siempre la mirada aprobatoria de mi hermano, que apoya una de sus manos en la pared. Me cuido de cubrir los dientes con los labios y me la meto en la boca varias veces, hasta extraerla con un sonido sordo. Mantengo mi coñito apretado, sosteniendo por la fuerza el cepillo de dientes. Un hilo de saliva va desde mi boca al glande. Pajeo con fuerza a Abel y gimo antes de volver a metérmela en la boca. Escucho al fin jadear a mi hermano, y me siento bien, realmente bien. Por fin hago algo que él no cuestiona, que no me dice que podría hacer mejor. Estoy tan eufórica que olvido el cepillo y este cae. Un jadeo de Abel se corta de forma brusca y lo miro, aún con su falo en la boca. Entonces se enfada, me coge del pelo y empieza a follarme la boca sin piedad, con tanta fuerza que la punta de su rabo toca mi campanilla.
Te dije que no me hicieras enfadar- me reprende y las lágrimas llenan mis ojos. Solo soy capaz de pensar “le he fallado”, aunque no tenga mucho sentido. El sonido de una arcada sale de mi garganta-. Aguanta, puta- me ordena-. Esto es culpa tuya, por no saber mantener ese coño virgen bien cerrado- me acusa y yo lloro, aguantando las ganas de vomitar y apretándole con mis labios. La ducha sigue abierta, caída en la bañera junto al cepillo. Abel se corre y noto su densa leche resbalar por mi garganta, llenarme la boca e impregnar su sabor en mi paladar. Un chorrito de semen se escurre por la comisura de mis labios cuando me saca la polla de la boca. Bajo la vista y me froto los ojos llorosos, después, voy a limpiarme el reguero de semen pero entonces me da una bofetada. Y mi coño palpita cuando lo miro, imponente-. No te lo limpies, así recordarás lo guarra que eres.
L-lo siento, Abel- murmuro y bajo la vista. Él se agacha, coge la ducha y vuelve a abrir el agua más caliente rociando todo mi cuerpo con ella. Grito y me revuelve tratando de cubrirme, porque cada gota cae como fuego líquido quemando mi piel- ¡Para! ¡Para, por favor!- gimoteo hasta que lo hace. Me abrazo el pecho, lloriqueando, y él vuelve a sentarse en la bañera vacía, entre mis piernas.
Si vas a ser mi zorrita, tienes mucho que aprender Jackie- me dice con dulzura, y entonces me atrae cogiéndome de la nuca para besarme. Entonces, me pierdo en lo que su lengua hace en mi boca, suspiro aliviada, y ni siquiera la piel un poco quemada me molesta ya. Se aparta y pasa su mano por mi coñito para luego colocarla ante mi boca-. Lame- ordena, y mi lengua recoge mi flujo abundante que la impregna. Trago-. ¿Lo ves? Te encanta que te trate como a una guarra- lo miro extrañada, su tono dulce no cuadra con lo duro de sus palabras-. Pórtate bien, aguántalo dentro hasta que se me vuelva a poner dura, y te joderé en la cama hasta que te corras. Sino, repetiremos hasta que sepas apretar el coño como es debido. No escatimaré en agua caliente. Abre las piernas.
Me trago un quejido al notar las duras cerdas del cepillo de dientes introducirse en mi coño y arañar dolorosamente mis entrañas. Pero mantengo la posición, dejo que Abel termine de introducirlo por completo dentro de mi. Suspiro cuando lo noto dentro, pero pronto vuelve a enfocarme con el chorro de la ducha, dirigiéndolo hacia mi clítoris palpitante y yo hago fuerza, mucha fuerza. Termino gimiendo para soltar lastre, revolviéndome sin poder cerrar las piernas y deseando más y más. El chorro de ducha no es suficiente, es una tortura, quiero su polla, quiero que me folle y me libere de todo este calor que va a hacerme arder en llamas si continúa. Mi hermano mueve el regulador del agua, el chorro se vuelve más cálido y potente. Doy un respingo y cierro los ojos, agarándome con fuerza al borde. Tengo las piernas trémulas, y cada vez que el cepillo se desliza un poco más hacia fuera, los arañazos me hacen gimotear quejumbrosa.
- Muy bien, zorrita. Ya queda menos- tengo los ojos cerrados, pero escucho a Abel pajearse. El agua vuelve a hacerse más fuerte y más caliente hasta cinco veces. Siento que me deshago por dentro y grito de placer y desesperación por el cosquilleo intenso que se traduce en escalofríos que hacen que me convulsione. Mi sexo anegado palpita incesante, pero sigo haciendo fuerza. Más fuerza, más fuerza. El cepillo se desliza y el arañazo es insoportable, vuelvo a llorar. Pero necesito ver el orgullo en los ojos de Abel otra vez, quiero su aprobación. No quiero que se enfade conmigo. Entonces, él se pone de rodillas y aprieta la alcachofa de la ducha contra mi sexo volviendo a hundir por completo el cepillo haciéndome gritar, moviendo el regulador hasta el máximo de calor. Mis lágrimas brotan una tras otra, desconsoladas por esa inagotable fuente de calor que ya no me duele. Mi hermano hunde la cara entre mis pechos para lamerlos, succionarlos y chuparlos. Gimo, sollozo, y ni siquiera sé lo que hago a parte de apresar el pelo de su nuca y atraerlo contra mi con fuerza-. Ya está, Jackie- me dice y apaga el grifo. Asalta mi boca besándome fuerte, rudo y húmedo. Cuando arranca el cepillo de mi coñito inflamado ahogo un grito en su boca. Entonces de aparta y sale de la bañera. Estoy temblando, aún sujeta al borde, inmóvil. ¿Me va a dejar así? No puede, los pulsos asolan mi cuerpo, tengo el coño encharcado, ni siquiera sé si me podré mover...-. Ven- ordena.
Como si no existiera otra opción que obedecerle, me pongo en pie y doy pasos quebradizos hasta ponerme a su lado. Me coge de la mano y me lleva hacia la habitación de mis padres. Hace una seña y me tumbo boca arriba, obediente. Se tumba sobre mi, acomodándose entre mis piernas y suspiro de pleno gozo aunque mi sexo está dolorido por el maltrato y el agua caliente. Me besa y me guiña un ojo, cómplica. Entonces se eleva un poco sobre mi.
- No quiero un solo ruido- asevera y yo asiento, dispuesta a obedecerle cueste lo que cueste. Se pone de rodillas sobre el colchón y se inclina un poco sobre mi, levantando mis piernas hasta que mis corvas quedan sobre sus hombros. Me muerdo el labio para contener un gemido al notar su polla dura contra mi sexo-. Shhh... Calladita hasta que dejes de ser vírgen- repite y yo lo miro tirando del aire por la nariz, agónica.
Cuando empieza a penetrarme, el dolor se intensifica como si fuese a partirme por la mitad. La presión con la que me la está clavando es lenta, pero imparable. Empiezo a revolverme, arqueo la espalda y cierro los ojos. Sujeto las sábanas y muerdo con más fuerza mi labio. Entonces, lo siento por completo dentro de mi y respiro atropelladamente. Busco sus ojos, su complacencia, y la encuentro. Le sonrío tímida, inexplicablemente tímida después de todo lo ocurrido. Él acerca su pulgar a mis labios, acariciando el inferior para liberarlo de la presión de mis dientes.
Ya no eres virgen, hermanita- susurra, y empieza a bombearme hasta hacerme sentir que desfallezco. Todo es una enorme vorágine de dolor, placer y satisfacción al escucharle gemir fuerte y alto, al notar el cabecero de la cama de mis padres martillear la pared al mismo tiempo que sus huevos golpean mi clítoris-. Sóbate las tetas- mis manos lo obedecen antes de que yo procese la orden. Nuevas manos inflamadas rozan mi piel y me corro, fuerte, gimoteante, partida por las contracciones que me destrozan y me dejan como una muñeca de trapo. Pero Abel continúa en busca de su propio placer y yo se lo permito. Con cada embestida, mis tetas suben hasta casi mi cuello, y eso tambien es molesto. Pero a través de mis ojos entreabiertos lo veo disfrutar, y eso me hace sentir extremadamente bien, al igual que su peso sobre mi cuerpo. Al final se corre, noto su semen aliviar la irritación de mis entrañas como un bálsamo infalible. Mis piernas se abren para caer por los laterales de su cuerpo y termino rodeando su cintura cuando, entre resuellos, se deja caer sobre mi. Mis pies aprietan su culo, aunque los muslos también me duelen ahora, pero necesito sentirlo lo más dentro posible de mi. Suspiro y acaricio el pelo de su nuca lentamente mientras se repone-. Lo has hecho bien- susurra, por fin.
Me gusta verte disfrutar en vez de mirándome con la cara de siempre- musito y lo beso en la sien. Él busca mis labios y me besa profundo. Esta vez, mi lengua sale a su encuentro y él no parece rechazarlo. Le doy una serie de besos cortos-. No salgas de mi, Abel, aún no- me hace sentir tan bien tenerlo sobre mi, sudado, tranquilo, rodeándome con sus brazos en gesto protector.
Tienes que venir a Madrid conmigo, Jackie- susurra acariciándome el hueso de la clavícula distraído.
Pero, no puedo porque...- freno en cuanto me chista para que me calle.
Vendrás, yo cuidaré de ti. No pintas nada en este sitio. Ahora eres mía, Jackie. Y vendrás.
¿Hablarás tú con mamá? Se va a poner como una histérica- contengo una suave risa. Ahora lo que nuestros padres puedan pensar me importa tan poco.
Da igual. No voy a dejarte aquí- me besa de nuevo, autoritario-. No hay nada más que discutir- entonces deja caer de nuevo su cabeza sobre mi hombro y al rato se duerme. Yo me siento arropada por su peso que me mantiene inmovilizada.
Cansada, me duermo yo también con una sonrisa. Porque no puedo dejar de pensar que soy suya. Soy de mi hermano.