Nunca se sabe con qué se encuentra uno en la calle
Sin esperarlo, me encuentro camino a casa con un desconocido de mi edad que necesita mi ayuda y me lo agradece muy bien.
Ese día regresaba de haber hecho mi deporte favorito, la natación. Había salido del club como a las 4:30 de la tarde tras un par de horas de intenso trabajo físico. Como siempre hacía, tomé una ruta especial para no encontrar mucho tráfico. Esto implicaba pasar por una zona un poco peligrosa, pero no me importaba con tal de evitar la congestión. Iba tranquilo cuando de pronto llamó mi atención un Audi plomo estacionado al borde de la vereda. Tenía el capot abierto, en clara señal de que algo andaba mal. Bajé la velocidad para ver mejor la escena y me sorprendí al ver a un muchacho como de mi edad, es decir, de unos 24 o 25 años. No era muy alto, tenía el pelo rizado, de color castaño muy claro, casi rubio. Decidí parar a ayudarlo, pues sin duda estaba en una situación complicada. Me estacioné a unos metros de él.
-Hola –le dije–, ¿qué
te ha pasado?
–Hola –me respondió algo sorprendido–. No sé, de pronto me di cuenta que empezó a subir la temperatura. Ahora que he visto parece que se está fugando refrigerante por el radiador, pero no sé de dónde.
–¿Y has llamado una grúa o algo? –le pregunté.
–No, todavía –me dijo mirándome fijamente. Pude notar que estaba sudoroso y con la ropa un poco manchada de grasa–. He estado viendo si podía hacer algo.
–Yo tengo un galón de refrigerante en mi carro –le comenté–, si quieres le echamos lo que haga falta y al menos con eso podrás avanzar hasta tu casa o un taller.
–Un taller no creo –me dijo–, ya son casi las cinco y es sábado.
–Cierto –le respondí–. Bueno, entonces a tu casa al menos.
Echamos todo lo que hacía falta para llenar el radiador, que no fue poco. Mientras tanto empezamos a conversar, nos presentamos. Él se llamaba Diego. Me comentó de sus estudios, yo de los míos. La conversación fue fluida, nos simpatizamos rápidamente. Cuando terminamos de llenar el radiador, me agradeció, me preguntó si me debía algo. Por supuesto le dije que no, que de ningún modo aceptaría dinero. “Entonces sí un whisky”, me dijo.
–En mi casa ahora no hay nadie –me contó–, mis padres están de viaje por unos días y mi hermanatambién. Si quieres me sigues y vamos, total, es sábado por la tarde. ¿Puedes?
–Bueno… sí, creo que sí –le contesté un poco sorprendido–. Te sigo entonces. Así, de pasada, si vuelves a tener problemas podemos volver a echar refrigerante.
Llegamos sin problemas a su casa. Felizmente no recalentó mucho su auto. Vivía en una zona exclusiva de la ciudad, en un chalet muy acogedor. Me invitó a pasar a la sala, donde estuvimos conversando unos minutos.
–Acompáñame a mi dormitorio –me pidió de pronto–, estoy que no aguanto tan sucio. No quiero que te quedes solo acá.
Me invitó a sentarme en pequeño sofá que tenía en un rincón. “Disculpa por el desorden”, me dijo un poco avergonzado. “No te preocupes, yo soy igual”, le respondí. Luego de mi frase, se quitó el polo. Se notaba que hacía deporte, pues tenía los músculos marcados y con apenas una mata de vello. Traté de no mirar mucho. Enseguida se quitó las zapatillas, las medias y los jeans; se quedó en bóxers. Inevitablemente me fijé en el bulto que tenía allí, un poco ladeado para el lado izquierdo. No tuve que imaginar mucho más, pues sin mayor reparo se los bajó, dejando al aire un
miembro de tamaño normal, un poco grueso, con un prepucio que cubría la punta. Su testículos eran bastante grandes, cubiertos por un grueso vello negro. Así desnudo como estaba se acercó hasta una mesa de noche, abrió un cajón y sacó una revista que tenía una modelo desnuda en la portada. “Para que te entretengas mientras me baño”, me dijo y me guiñó un ojo. Entró al baño y cerró la puerta. Yo no salía de mi asombro todavía, apenas si miré la revista. En mi mente se repetía una y otra vez la circunstancia que acababa de vivir. Sin darme cuenta, bajo mis pantalones de deporte se escondía una tremenda erección.
Al poco rato la ducha dejó de sonar y lo vi salir con una toalla en la mano, terminándose de secar. Traté de disimular mi erección cruzando las piernas y abriendo en cualquier parte la revista. Pero mi intentó fue bastante evidente y por lo tanto fallido.
–No te preocupes, jaja –me dijo–, si esa revista es fuerte. A ver a cuál estás viendo.
Se puso al lado del sofá.
–Qué buena, ¿no? –comentó–. A mí también ya me la puso dura.
Cuando dijo eso, inmediatamente volteé y tuve ante mí su palpitante pene, de unos 17 cm., que apuntaba hacia el cielo. El prepucio se había retraído un poco y dejaba ver el rosado glande aún húmedo por la ducha. Sin pensarlo, como presa de una fuerza magnética, me lo metí en la boca y empecé a chuparlo. Era la primera vez que hacía algo así. Sentí su mano sobre mi cabeza, revoloteando suavemente mi pelo, y un murmullo que decía “está bien, está bien”. Luego empezó a gemir suavemente, después un poco más fuerte, por lo que aceleré el ritmo. “¡Me corroo, me corrró!”, dijo. Chupé más fuerte hasta que sentí sus contracciones fuertes y el chorro de un líquido espeso y salado que inundó mi boca. Sacó su miembro de mi boca, chorreaba de la punta una mezcla de su semen y mi saliva. Nos quedamos mirando sin decir nada unos momentos.
–Yo… yo… –le dije mientras me limpiaba los labios–. Yo nunca… no soy gay, no creo serlo, pero…
–No, yo tampoco –me dijo mientras se limpiaba el pene con una mano–. Pero no importa, ha sido riquísimo. Me toca recompensarte, hoy has hecho demasiado por mí.
Sin decir más se agachó y me bajó los pantalones deportivos y mis calzoncillos. Mi pene, algo más chico que el suyo, saltó como un resorte. Se lo engulló casi entero y empezó a chuparlo con pasión. Empecé a gemir y no tardé mucho en decirle que me corría. Igual que yo, empezó a chupar con más fuerza hasta que me corrí en su boca. Se sacó mi miembro y sin decirme nada me dio un beso en la boca.
–Gracias –me dijo–. Ha sido magnífico. Lo necesitaba mucho, no sabes cuánto.
–Yo también –le respondí–. Uno nunca sabe lo que va a encontrar en la calle.