Nunca más

Una mujer casada acude noche tras noche a un chat de Amos y Esclavos, donde conoce a alguien que la invita a presenciar un encuentro en su casa.

"Nunca más". Mientras preparaba los cafés del desayuno, medio somnolienta y triste, y se preparaba para enfrentarse al nuevo día, dos obsesivas palabras se cruzaban por su cerebro: "nunca más". "Estás muy callada", comentó su marido. "¿No dormiste bien?" Volviendo a la realidad del café, ella sonrió esquivando su mirada. Se dio cuenta, entonces, de que tenía que olvidar las escenas que venían torturándola desde que despertó.

Pero cómo hacerlo. Cómo olvidar que pocas horas antes ella, ¡ella!, había accedido a introducirse un bolígrafo por la vagina ante la pantalla del ordenador y pasó, del placer más auténtico, a la vergüenza de regresar a la cama sin hacer ruido para que su marido no despertase. Recordarse a sí misma de esa manera la hacía verse como una extraña, una desconocida más propia en una película porno que en el salón de su casa. "Nunca más".

No era la primera mañana marcada por el arrepentimiento. Ya sabía para entonces que, lo que a plena luz del día parece bochornoso, se convierte por la noche en un fantasma irresistible difícil de esquivar. Pero nunca había llegado tan lejos.

En las primeras sesiones de chat, hacía apenas tres semanas, se había limitado a jugar con tanto loco suelto en el universo cibernáutico. Locos ocultos tras la pantalla del ordenador que se presentaban con nombres ridículos (Sexman, Taladrador, Caín), y daban rienda suelta a lo peor de sí mismos lejos de riesgos reales. Al principio se sorprendió con lo que aquellos tipos sin cara eran capaces de pedirle o decir. Y jugaba con ellos, haciéndoles imaginar que cumplía sus órdenes sin rechistar. Prácticamente ajena a aquel chat llamado "Amos y esclavas" en el que cayó, una primera noche de insomnio, por simple curiosidad.

Lo cierto es que se conectó de nuevo una segunda noche y una tercera, y cambió su nombre por el de Alice sin saber por qué. En alguna de aquellas sesiones apareció Lanzarote, que parecía distinto a los demás, más pausado, menos grosero. Había algo en él que le gustó, quizás la oportunidad de ser más sincera.

"¿No has tenido experiencias reales, y no te excitas cuando estás aquí?, ¿qué buscas entonces?", le preguntó en aquella conversación. Ella no supo qué responder, así que hizo lo habitual: "¿y tú?, ¿qué buscas aquí?" -Utilizo el chat como contacto para conocer esclava/os. -Vaya, otro "AMO" con fantasías dominantes, jejejejeje. ¿Y ya encuentras víctimas? -Sí, de vez en cuando. -¿Y quedas con ellas? -Sí. -Difícil de creer. Además, ¿no eres capaz de practicar el sexo con una cierta igualdad?, quiero decir, ¿sin dar órdenes, por ejemplo, o sin ser el fuerte de esta película?, ¿eso te excita? -El hombre es el fuerte de esa película, la naturaleza lo quiso así. -Pero también buscas esclavos, me has dicho. -Sí, hombres que se sienten mejor en el papel de una mujer, en el débil. Pero yo siempre actúo de amo. -Interesante. Vamos, que no eres gay. -No. Ellos son gays. Y por eso están cómodos en el papel de sumisos. -Qué estupidez. Nadie se siente cómodo en el papel de sumiso. Ni siquiera las mujeres, bruto. -Es su papel, aunque ellas no lo reconozcan o se den la opción de probarlo.

Le pareció increíble que hubiera tipos por el mundo con semejante filosofía en estos tiempos. Pero la seguridad con que se expresaba la aturdió un poco. La noche siguiente volvió a levantarse de la cama sin hacer ruido y buscó a Lanzarote en el chat.

II)

Se mentía a sí misma, mañana tras mañana. Incluso aquella en que tras despedir a su marido volvió a repetirse "nunca más". Por la noche, y tras hacer el amor con él, esperó a que se quedara dormido y volvió a conectar su ordenador. Ya el sólo ruido de la máquina al comenzar a funcionar la excitaba, igual que el introducir su nombre falso y encontrar a Lanzarote buscando sus contactos.

-¿Eres rubia o morena?, ¿tienes los pechos grandes?

Escondida tras la pantalla prefirió no mentirle, aunque aumentó ciertas medidas y rebajó su peso. "Qué más da", pensaba al responder, dándose cuenta de que iba involucrándose en el juego de aquel a quien comenzó a llamar "amo" una noche cualquiera.

-Quiero que te desnudes y te toques los pechos con fuerza, imagina que soy yo quien lo hace.

Y ella, desnuda ante la pantalla, con las piernas abiertas tal y como le habían ordenado, tenía sensaciones más intensas cada vez.

-¿De verdad no te comprarás un consolador?, facilitaría las cosas. -No, no pienso hacer nada de eso. -Coge con la mano derecha un bolígrafo, el más grueso que tengas. Hazlo.

Escudada en su papel de esclava cibernáutica de noche, mujer decente de día, comenzó a hacer cosas que nunca hubiera pensado.

-Me gustaría que estuvieras aquí, te pegaría por no cumplir todas mis órdenes. -¿Lo harías de verdad? -No me quedaría más remedio. -¿Me harías daño? -Hasta cierto punto, solamente. Te gustaría.

Por las mañanas, un único pensamiento: "nunca más". Por las noches, vuelta a empezar aquella ceremonia. Ceremonia sin consecuencias hasta aquella noche en que el "diálogo" dio un giro:

-Quiero invitarte. Ya que no deseas experimentar con la realidad, me gustaría que me vieras actuar. Al fin y al cabo, vivimos en la misma ciudad. Tras un silencio, Lanzarote insistió: "¿Sigues ahí?" -No va a poder ser. -Sólo quiero que mires. Eres mi esclava. Más es lo que te pido por las noches, y lo haces.

III)

Después de darle vueltas a la cabeza durante todo el día siguiente a la oferta, llegó la noche y se acostó a dormir, aunque incapaz de conciliar el sueño. Abrazada a su marido, se preguntó si le había sido infiel con sus citas virtuales. Nunca lo había pensado así, pero lo cierto es que en cierta medida lo había sido. Llevaban sólo cinco años casados, cinco buenos años, y no le gustaba engañarse a sí misma: para ella el sexo y el amor habían estado siempre unidos. Aunque las últimas semanas hubiera vivido de otra manera. Fuera como fuera, era el momento de terminar con aquello definitivamente.

Dejó pasar dos semanas hasta que volvió a su chat nocturno sin saber, una vez más, por qué. Allí seguía "Amos y esclavas". Interiormente se sentía liberada, como si aquella pausa le hubiera devuelto su papel de ajena a aquellos locos. No pasaron muchos minutos hasta que recibió un mensaje:

-Vaya, has vuelto.

Tardó unos instantes en contestar.

-Sí, aquí estoy. -¿Y has pensado en mi oferta?

De repente se sintió tan desarmada como sorprendida al darse cuenta de que no sabía qué responder.

-"Ambos vivimos en la misma ciudad", continuó Lanzarote. "Te doy mi dirección y una hora para que vengas a mi casa, y tendrás que confiar en la promesa de que no te haré absolutamente nada. Sólo mirarás".

Para ella era como si no hubieran pasado esas dos semanas de "limpieza interior", y él le hablaba como si no hubieran existido. La mente de ella empezó a girar velozmente.

-¿Cómo sé que no me harás nada? No te conozco. -Puedes darle por seguridad mi dirección a una amiga, como hacen muchas. Si luego pasara algo, ella me denunciaría. Pero te lo repito: no soy un loco, no voy a hacerte nada. Te irás como has venido. Este viernes, a las cinco de la tarde, en la calle Castilla Nº 43. Ven.

A continuación, Lanzarote dejó el chat.

IV)

Había tenido tres días para pensárselo, pero llegó el viernes y no sabía qué hacer. A ratos la invadía la cordura y se juraba que ni loca iba a conocer al tipo ese del chat. En otros momentos, en cambio, sentía que no tenía nada que perder. Finalmente, fueron casi motivos externos los que la llevaron a decidirse. A eso de las tres de la tarde recibió una llamada de su marido diciendo que le habían adelantado un viaje previsto para tres semanas después. Así que se iba a quedar sola hasta el lunes. Coherente con un asalto de cordura, llamó a una amiga para ir a cenar con ella. Pero no consiguió localizarla. Se dio cuenta de que no tenía plan aquel viernes. Y una especie de alivio, el de haberse decidido al fin, la llevó a sentarse un rato desnuda frente al espejo.

35 años, morena con el pelo liso, constitución normal y, tal y como le había dicho a Lanzarote, los pechos grandes. Bastante atractiva, según había escuchado en alguna ocasión, pero discreta. No llamaba la atención, precisamente.

"No me lo pienso más, voy a cubrirme las espaldas y punto", dijo en voz alta. Cubrirse las espaldas significaba tener avisado a alguien, aunque obviamente sin dar detalles. En el contestador automático de su amiga dejó la dirección del lugar donde iba a estar. "Es por si no me localizaras. Llámame mañana". El mensaje despertaba bastante curiosidad, pero tampoco quiso pensar más en eso.

Se bañó, se vistió en su estilo, con un jean y una blusa, y llamó a un taxi para que la llevara a su cita. Llegó a las cinco en punto y la puerta del portal estaba abierta. Pensó si llamar o subir directamente, e hizo esto último. Cuando se vio ante la puerta del piso le entró el pánico y le temblaron las piernas. No pudo echarse atrás, porque en ese mismo momento se abrió la puerta.

Dentro, todo estaba en penumbra. Casi en la oscuridad. "No sé qué hago aquí", alcanzó a decir ella. "Estás aquí porque yo te lo he ordenado", respondió una voz masculina. "Yo soy Lanzarote". A continuación la tomó de la mano y ella entró en el piso. Tenía miedo. No conseguía verle bien el rostro a aquel hombre, pero era moreno y bastante más alto que ella. Se dieron dos besos.

-¿Quieres un whiskey? Yo me estoy tomando uno. -No, gracias. ¿Estás solo? -Sí, todavía. Pero ya vienen mis amigos. Puedes sentarte en el salón.

Ella se sorprendió de que él no encendiera ni una sola luz, pero cuando entró en el salón vio que sobre la mesa había una docena de velas encendidas. No conseguía relajarse ni un ápice. Él retiró uno de los sofás y lo llevó a una esquina de la estancia. "Este es tu lugar", le dijo. A continuación sonó el timbre.

Escuchó cómo él abría la puerta y se oían voces de hombre saludándose. Se arrepintió enormemente de estar allí.

V)

Por la luz de las velas en los rostros, vio que los dos hombres que venían eran jóvenes. Muy jóvenes. Posiblemente no tenían 23 años. Uno, especialmente, era medio rubio y apenas tenía barba. El otro era más cuadrado, de pelo castaño, e igual de joven. Observó que ambos miraban con devoción a Lanzarote.

Lanzarote, su amo cibernáutico, a quien no había visto hasta entonces pero con quien compartía más secretos, no era una belleza. Realmente, nunca lo había imaginado como tal. Era moreno, bastante fuerte a primera vista, y con los rasgos muy marcados. Su voz era suave y profunda. Eso le gustó. Para cuando se dio cuenta, los dos recién llegados terminaban de desnudarse mientras Lanzarote les miraba sentado en un sofá. "No os lo he dicho, pero hoy vamos a tener una observadora", les dijo señalándola. Ninguno hizo preguntas, y sólo el de pelo castaño la miró con cierta atención mientras se quitaba la ropa interior.

Todos quedaron callados. Los dos hombres jóvenes, desnudos y de pie, frente al organizador de aquella fiesta, a quien parecían conocer desde hace tiempo. Éste, cómodamente sentado, les miraba directamente a los ojos mientras bebía. Ellos, en cambio, tenían la vista baja. "Acércate", dijo por fin el Amo. Y el rubio dio dos pasos hasta el sofá. La tenue luz de las velas dibujaba su cuerpo desnudo y a ella le pareció hermoso. El silencio volvió a invadirlo todo. "Quiero que me des placer con tu boca".

Como un títere, el joven se arrodilló y comenzó a desabrochar la camisa de su amo. Mientras con la mano derecha acariciaba su pecho, ya al descubierto, con la izquierda empezó a abrirle el pantalón despacio, presionando con la palma de la mano cuando terminaba un botón. Lanzarote se recostó mejor, prácticamente tumbado en el sofá. "Muy bien", murmuró cuando el joven introdujo su mano y buscó dentro del calzoncillo su bulto.

Ella, a unos tres metros de la operación, se dio cuenta de que nunca había visto un espectáculo parecido y, en cambio, cada vez se sentía menos violenta. Se incorporó un poco para ver cómo el rubio comenzaba a introducirse el aparato de Lanzarote con afición en la boca, cómo comenzó a sacarlo y meterlo a la velocidad de los suspiros de su amo. Desde donde estaba eran los movimientos lo que mejor podía percibir, así como el estatismo del tercero observando la operación.

"Basta", gruñó Lanzarote. "Ahora, házselo a él".

El joven rubio fue de rodillas hasta donde estaba su compañero y desabrochó sus pantalones. Por la velocidad en que el otro sumiso comenzó a actuar en la boca del rubio quedó claro que la felación anterior le había excitado enormemente.

"¿Te gusta?", le preguntó Lanzarote. "Sí, amo, gracias", jadeó mientras empujaba sujetando la cabeza del rubio y moviéndola rítmicamente. "Ya está bien", ordenó el amo. "Ya es hora de que tú también hagas algo, ¿no?"

Ella, sentada en el sofá, se planteó si al rubio aquello podría llegar a excitarle. Pensándolo, se dio cuenta de que ella sí lo estaba. Hasta el momento, todo le había parecido más hermoso que sórdido.

"A cuatro patas", ordenó Lanzarote. "Tú también, pero detrás de él". El joven de pelo castaño se situó delante cumpliendo lo mandado, el rubio detrás. "Quiero probar esto", comentó el amo todavía vestido pero con su miembro a la vista, totalmente dueño de la situación. "¿Qué os parece?" A continuación les mostró algo que ella no alcanzó a ver. "Os he comprado unos preservativos distintos, os van a encantar". Enseñándoles lo adquirido, el castaño sugirió en voz baja: "eso va a doler". "¿Tienes algún problema?", preguntó en mal tono el organizador. "No, amo", fue toda la respuesta que obtuvo. Ella se incorporó de nuevo y vio cómo Lanzarote daba uno de los preservativos al rubio y le decía que se lo pusiera, lo que hacía al instante. A continuación acercó su miembro al orificio de su compañero y empezó a introducirlo con evidentes dificultades. La víctima gimió, pero no se retiró ni un milímetro. Ante la complicada entrada del otro, se llevó la mano derecha a la cara. "Vamos, empuja más", insistió Lanzarote.

Después de unos minutos eternos, los movimientos de la pareja indicaron que finalmente el joven de pelo castaño había sido penetrado. Ella no supo si aquello le seguía doliendo o si disfrutaba de la acción. Lanzarote se arrodilló entonces poniéndose otro de los preservativos e inició su entrada en el rubio, que no pudo evitar un gemido de dolor, mientras empujaba contra su compañero.

Mientras los tres hombres peleaban por llevar sus embestidas a un ritmo y, según le pareció a ella, el placer iba sustituyendo al dolor, la mujer prácticamente sin darse cuenta se había abierto los pantalones y se llevó una mano al húmedo sexo.

Ya no le importaba qué hacía allí, ni le hubiera producido pudor acercarse a aquel trío. Comenzó a masturbarse viendo a Lanzarote dominar a aquellos dos jóvenes y gozar de ellos.

VI)

Cuando regresó a casa se metió en la ducha para ver si su perplejidad desaparecía bajo el agua caliente. Sin embargo, en el sofá se sintió cada vez más desconcertada al meditar su actuación: no sólo no entendía por qué había ido a aquella casa, tampoco entendía qué le había gustado de aquellas escenas y, sobre todo, por qué repentinamente y en plena excitación se había levantado a toda velocidad y había desaparecido sin dirigirse en ningún momento a los hombres.

"Un ataque de pánico", pensó sin convicción, "quizás la conciencia de que estaba haciendo una locura", se dijo después. A los pocos minutos dos palabras reaparecieron en su mente: "nunca más, nunca más".

Sólo había estado una hora en aquel lugar, sin embargo ya oscureciendo y tumbada en la cama, las escenas vistas no se le iban de la cabeza. "Tal y como iba la fiesta", pensó, "quizás todavía sigan allí los tres".

Luego se quedó adormilada y, a eso de las 2 de la mañana despertó confusa. Una vez más, se sintió protegida por la noche. Pese a estar sola, sin hacer ruido se levantó y se dirigió al ordenador.

Fin Obra de "Reincidente"