Nunca llegué a pensarlo

Aquella tarde de sábado, luviosa y fría, fue la tarde en que descubrí que más allá de mi marido existían posibilidades de sexo indescriptible.

Era un 16 de mayo, en la oficina nos quedamos Rafael, Jairo, Roberto y yo. Fui al cuarto del archivo, sólo quería revisar que todo el trabajo se hubiera cumplido. Ese día, llevaba una falda corta, medias de liguero y unos panties que me habían mordido todo el día la cuca. Me subí en la escalera para empujar una caja que sobresalía, cuando sentí que alguien tras de mí comenzaba a acariciarme la cola, pensé en rebelarme por fidelidad a mi marido, pero la caricia era demasiado buena para rechazarla. Baje de la escalera y con ese movimiento subió mi falda, unas manos gruesas me bajaron hasta los tobillos el panty, una verga gorda y grande buscaba mi culo y una voz ronca me decía atrás: ¡¡Siempre he querido romper este culo!!

Oí a Roberto decir que también me tenía ganas, me voltee a mirar que era lo que me esperaba y sentí pesar por el chito de mi marido, aquellas si era vergas; una vez se lo medí, después de leer una revista, apenas alcanzaba los 15cm y ahora tenía tres vergas, la más chiquita, la de Rafa, era más gorda que dos veces la de mi marido. Las mire las tres, la de Jairo ocupaba tres veces mi mano, la de Robert igual pero morcillona, la de Rafa apenas dos manos, blanca y con una cabecita rosadita.

Robert comenzó a pujar en mi trasero, sentí esa cabeza gorda romper todas mis defensas, me abrí de piernas para facilitar el asalto, unas lágrimas de dolor resbalaron por mi mejilla, pero al tanto quería más, le pedía que me atacara con fuerza, Roberto me sentó sobre su portentoso aparato, mientras Jairo me inundaba la vagina con un no menos poderoso arsenal, sólo un piélago de piel impedía el contacto de los penes, tenía dos instrumentos poderosos penetrando, banerrando mis entrañas, llenándome de gusto y de alegría. Vi entonces la pequeña pichita de Rafa y lo invité a metérmela en la boca, me dijo que también había soñado con comerse mi culito, que entre todos había una apuesta. Medí ese pipí apenas un poco más grande que mi palma. Mientras el gran trozo me perforaba, dirigí el pequeño aparato a mi cuca, eran dos carnes las que me perforaban y el pequeño pipí rozaba mi clítoris provocándome un gran orgasmo.

Mi marido llegó a recogerme y fue cuando me di cuenta que iba sin bragas, mi culito bramaba expulsando semen que se corría por mis piernas, le pedí un alka-seltzer diciéndole que estaba llena, paramos en un comedero y decidí entrar al baño, tenía todos los huecos agrandados y resumiendo semen por todos lados, mis traviesos dedos me hicieron una paja. Salí del baño t le dije a mi marido cuanto lo quiero.