Nunca he sido una zorra (Cap. 5)
Dos años después, Aina cierra el círculo de su desdichada vida llena de infidelidades.
En el capítulo 5…
“Y es cierto eso de que la venganza es un plato que se sirve frío, y todavía me queda por finiquitar la última de las vendettas, porque como te vengo diciendo, Ríchar, yo nunca he sido una zorra, pero hay momentos en los que sí puedo ser una auténtica hija de puta.
Y más ahora que al estar postrado en la cama a mi merced, me voy a convertir en tu particular Annie Wilkes, la enfermera de Misery, fíjate.”
Capítulo 5
Ríchar estuvo a mi cuidado dos años más.
Murió tranquilo el Día del Padre. Se fue feliz, diciéndome un dulce “te quiero”.
De los 18 años que he estado casada con Ricardo Lafuente de Zúñiga y Barredo, yo nunca había sido tan feliz como los últimos años que estuve con él aun estando postrado en una cama sin poder moverse.
Yo le entregué todo el amor que tenía sin estrenar, en exclusiva para él, se lo di completamente en cuerpo y alma y él me respondió de igual forma.
–PER _DO _ NA_ME –me dijo una mañana, con su dificultad característica del habla que se le había quedado tras el accidente. No me lo esperaba, fíjate.
Lo abracé con cariño y volvimos a hacer el amor por segunda vez ese día.
Yo nunca fui una zorra con él, a pesar de las veces que me lo dijo. Tampoco fui una hija de puta, no me salía serlo ante una persona indefensa y a la que por mucho que me lo propusiera, era incapaz de odiar.
Lo intenté, no digo que no, quería que él supiera lo que se sentía cuando alguien te humillaba vilmente.
Tras la larga charla que tuvimos, bueno que tuve yo con él, porque el pobre mío hablo bien poco, ideé mi última maldad. Varios días después, a media mañana, me desnudé íntegramente y me metí en la cama… sobre él.
Le contaba que acababa de estar con Noé, el hijo de Amalia nuestra antigua asistenta y que me había follado en el salón principal de la casa, apoyada a cuatro patas sobre el sofá. Él me miró con repugnancia; yo disfruté de esa mirada.
Le dije que le iba a hacer como hacía él cada vez que se follaba a algunas de sus amantes y yo estaba presente; Las veces que él me ofrecía su polla brillante todavía impregnada de los fluidos que soltaba el coño de la mujer de turno, revuelto con su propio esperma, para que yo se la chupara; yo le iba a pagar con la misma moneda, entregándole mi coño relleno del esperma de Noé, un chico joven y vigoroso, que aunque no tenía la hermosa polla de mi marido, al menos alcanzaba vitalidad y dureza para darle placer a una mujer, así mismo se lo dije a Ríchar.
Me puse a horcajadas sobre la cabeza de mi Ríchar, y le ofrecí mi sexo empapado de fluidos. Temí que intentara morderme y evitaba tocar su boca con mis labios vaginales, pero él buscaba el líquido que caía entre la pelambrera rojiza de mi chocho. Me atreví a posar mi vulva sobre su boca y sentí su lengua perdiéndose por todos los recovecos de mi lustroso coño. Yo me adapté y busqué que su lengua jugara con el clítoris, ya que él prefería meterla hasta donde alcanzaba en mi interior.
–¿Qué, que te gusta comerte este bollito relleno con la leche de otro hombre? –le dije excitada.
Ríchar no me contestó, aunque un dulce gemido salió de su boca mientras seguía devorándome entera. Me estaba haciendo disfrutar por primera vez en nuestro matrimonio y yo estaba en éxtasis. Quise acariciar su cuerpo inerte y me di cuenta de que bajo el pantalón del pijama destacaba una notable prominencia. Acerqué mi mano para tocar aquel bulto y me alegró que fuera su hermosa polla que volvía a resurgir como un ave fénix. Al parecer su lesión medular no se había dañado tanto como se temían los médicos, y podía tener erecciones, algo que todos habíamos dado por imposible al no tener ningún tipo de reacción a los estímulos en todo el tiempo trascurrido desde el siniestro.
Me bajé de la cama y lo fui desnudando poco a poco. Por fin tenía el cuerpo de mi marido, y con su consentimiento, para mí sola.
–¡Mírala, cómo se ha puesto tu verga de dura! Se ve que le gustan lo que te he contado del semen de otro –dije mientras me la metía en la boca por primera vez, sí, era la primera vez en mi vida que hacía una mamada.
No sé si lo hice muy bien, pero mi Ríchar se derramó plácidamente en mis labios. Su eyaculación había perdido el ímpetu y la fuerza que tenía antes del accidente, no obstante, era lo bastante para mantener relaciones sexuales satisfactorias.
Exceptuando en la violación, yo nunca había tenido un orgasmo follando, por lo que para mí, con era eso era suficiente, para nosotros hacer el amor era una variante de la masturbación, que era la única forma de llegar al orgasmo que conocía hasta ahora.
No sé si él llegó a sospechar alguna vez que lo de Noé era una mentira más de las que le contaba para soliviantarlo, nunca tuve una aventura con el chaval, ni siquiera me lo planteé, ni tuve tampoco oportunidad de intentarlo, porque tanto él como Amelia desaparecieron de nuestras vidas tras lo sucedido con Fanny. Tampoco el chiquillo tuvo nada que ver con el accidente de tráfico de mi marido. Se lo dije para que dejara de autoinculparse, y funcionó, porque volvió a tener ganas de vivir.
No, Noé no tocó ni las pastillas ni el líquido de freno, tampoco fue allí aquel fin de semana, y lo que pasó en la casa era una narración que hice de sus desempeños en las habituales bacanales, que yo conocía tan bien.
Hablarle de mi relación con Noé, le ponía mucho. Ríchar no sabía que todo me lo inventaba, pero surtía efecto, pues le daba morbo imaginar que yo estaba siendo penetrada mientras él estaba en la habitación de arriba sin poder moverse. Me inventaba los encuentros amorosos con el muchacho y luego me subía a la cama de Ríchar y dejaba que se comiera mis fluidos, que habitualmente estaban aderezados con geles lubricantes variados. Llegué a tener tal práctica que mezclaba sabores como fresa con chocolate blanco para que pensara que lo que se comía era la corrida de mi amante.
Ríchar lo disfrutaba y dentro de sus posibilidades, se ponía como una moto, entonces yo le hacía una estupenda mamada y él se corría a la par que yo me corría con su boca. Otras veces le ayudaba a penetrarme y aunque la dureza de su pene no era lo suficiente para que me entrara entero, sí me satisfacía sentirlo dentro de mí.
Me hubiera gustado quedarme embarazada, pero ya ni los espermatozoides de Ríchar eran los de antes y apenas tenían movilidad. No hizo falta comprobarlo en el laboratorio, en un simple microscopio se veía.
El juego del amante secreto nos llegó a unir como nunca. Cuando me harté de Noé, le hice creer que me había enrollado con uno de los médicos que lo atendieron al principio, y que al gustarle muchos las pelirrojas, se quedó prendado de mí. Para dar veracidad al asunto, volví a cambiar los sabores y las texturas de los geles, para que no creyera que seguía follando con el mismo.
Fue una época en la que prácticamente hacíamos el amor a diario, aunque yo notaba que a pesar de mis intentos, de todo el amor incondicional que le entregaba, él no era suficientemente feliz. Sí, estaba muy bien conmigo, yo le hacía reír y él también a veces me gastaba bromas, pero siempre había un deje de tristeza en sus ojos.
Él nunca se quejó de lo que le hacía, sus baños diarios lo aceptaba con alegría, aunque siempre se ponía tenso en el momento que necesitaba hacer de vientre. Yo estaba siempre pendiente de él, procuraba dejarlo solo el menor tiempo posible, aunque tenía contratada una auxiliar de enfermería para que me ayudara con sus cuidados.
Sabía que su orgasmo ya no eran tan intensos, y que nunca volvería a sentirlos igual, no obstante, le satisfacía lo suficiente como para necesitarlo a diario, lo que me hizo plantearme si no sería otra, la razón para su tristeza.
El invierno siempre le agudizaba el desánimo, que ni con las mejor de mis mamadas era capaz de hacerlo desaparecer. En febrero me llamaron del hospital, preocupados por lo que estaba pasando en china, la aparición de un nuevo virus al parecer muy contagioso, les inquietaba, y más con los recortes en material y en personal que había hecho tanto la administración estatal como la autonómica.
Yo les dije que podían contar conmigo para incorporarme cuando hiciera falta, pues tenía quien cuidara de mi marido en mi ausencia, lo único que les pedí es no hacer guardias nocturnas para no dejar solo a mi marido.
Me incorporé en marzo a mi anterior puesto en la UCI. Empezaron a faltar mascarillas y trajes EPI. Las mascarillas las reutilizábamos hasta siete u ocho veces, los trajes EPI nos lo procurábamos con bolsas de basuras.
El día 11 una compañera llegó con fiebre, le hicieron la prueba PCR y dio positivo en coronavirus. El protocolo nos obligó a quienes trabajábamos en la planta hacernos la prueba; 1 médico, 1 enfermero y 3 enfermeras dimos positivo en Covid19 y nos mandaron a hacer cuarentena a nuestras casas.
Entré a casa con toda la precaución posible, Rocío, la auxiliar de enfermería que se quedaba cuidando a Richar mientras que yo trabajaba, se extrañó que apareciera antes de lo que esperaban. Desde la distancia le comenté lo del positivo y que haría falta buscar a otras compañeras o compañeros para los cuidados de mi marido, pues yo no lo podía atender. Con lo eficiente que es, había solventado el problema al momento, un chico y una chica se incorporarían al día siguiente.
Rocío no pensaba quedarse ese día al cuidado de Ríchar, y me dijo que tendría que salir a hacer unas gestiones, que tardaría un par de horas, ya que después se quedaría toda la noche, hasta que llegara su compañero por la mañana.
Justo tras la partida de Rocío, Ríchar me avisó que necesitaba mi ayuda. Tras la puerta le expliqué la situación y el motivo por el que no podía entrar, quería evitar su contagio.
–BE_SA_ME –me pareció escuchar que me decía.
Abrí la puerta con mis manos desinfectadas y mi mascarilla puesta, solo para constatar lo que en verdad me había dicho, repitiéndole que no quería entrar, que me daba miedo contagiarlo. Él me sonrió con una mirada cargada de cariño.
–BE_SA_ME –repitió seguro.
Yo no podía besarlo; aunque fuera lo que más me apetecía del mundo ¿Cómo iba yo a vivir con esa carga si lo contagiaba? ¿Cómo lo iba a soportar si le pasaba algo? Ahora estábamos bien, y tampoco sabía cómo me podía afectar a mí el virus. Era una locura lo que me pedía mi marido estando prácticamente sin defensas tras la extirpación del bazo. Deseaba besarlo, claro que sí, pero yo no podía, lo quería demasiado y mi educación ultracatólica me lo impedía; el aborto era el peor de los crímenes y un pecado mortal y la eutanasia era un asesinato terrible, nos enseñaban las monjas en aquel instituto tan privado y tan selecto, exclusivo para niños y niñas bien ¡NO, no lo iba a besar! Aquello iba contras mis principios. Quería curarme pronto y disfrutar tranquila al lado de mi marido, cuidándolo y entregando mi amor absoluto y definitivo.
–BE_SA_ME A_MOR MI_O –repitió por tercera vez con lágrimas fluyendo de sus preciosos ojos azules. No lo soporté y me dirigí rauda hacia él, hacía quien siempre fue el amor de mi vida y le di el más pasional de mis besos.
Nuestras lenguas se buscaron, se fueron conociendo y se gustaban, supieron saborearse apasionadamente. Era el primer beso que me daba mi marido en 18 años de matrimonio, nunca tuvo intención ni deseo de besarme, nunca antes me lo había pedido, tampoco antes me había llamado “amor mío” y yo me derretí por dentro al escucharlo.
Me quité la ropa del tirón mientras lo desnudaba, e hicimos el amor con deseo, nos corrimos juntos alcanzando el éxtasis de nuestra completa entrega mutua. A continuación lo aseé, limpiándole los restos de nuestras corridas y lo dejé descansar satisfecho.
Cuando regresó Rocío, no sospechó lo que habíamos hecho, yo procuraba no salir de mi habitación para no tener contactos con sus cuidadores. Rocío se encargaba de traerme comida y yo aprovechaba para preguntarle por mi Ríchar, manteniendo el protocolo en medidas de seguridad,
–Está muy bien y dice que te quiere –me contestaba la chica.
Mis lágrimas brotaron de la fuente de mis ojos y me pasé todo el día llorando de amor. Rocío se emocionó al verme llorar y también lloró conmigo.
El día 14 contraté en un aclínica privada pruebas de PCR para todos los que estábamos en la casa, no quería que por mi culpa los auxiliares que me ayudaban se contagiaran. Tanto yo como los tres cuidadores dimos un resultado negativo, a Ríchar en cambio, le salió positivo en COVID19.
Rocío era la más afectada, incluso más que yo, lloró mucho, llevaba casi 3 años trabajando para nosotros. Yo les pedí tanto a Rocío, como a su compañero y a su compañera, de los que no llegué a aprender sus nombres, que lo mejor era que se fueran, que nos dejaran pasar la cuarentena solos, que ya me encargaba yo de cuidar de mi marido, ya que lo había pasado, totalmente asintomática, y al parecer era muy probable que no me volviera a contagiar. Rocío se marchó triste, haciéndome prometer que la llamaría si necesitaba su ayuda.
Ríchar se hallaba bien, no tenía fiebre, ni tos, ni ningún otro síntoma que pudiera ser preocupante. Al mirarlo supe que estaba deseoso de volver a hacer el amor conmigo. Me desvestí con rapidez y comencé a acariciar su cuerpo mientras le quitaba toda la ropa. Mi piel quiso sentir su cuerpo por todos los poros. Con mis tetas pude palpar su erección y me animé a hacerte una cubana, ya sabía yo que le gustaban muchos mis tetas y sobre todo porque apuntaban a cada lado. Se corrió entre ellas repartiendo su esperma entre el este y el oeste. Me pidió también disfrutar del sabor de mi coño y me hizo llegar al orgasmo en pocos minutos.
Con el hablar pausado que se le había quedado tras el accidente, me dijo que era una pena que no hubieran venido antes mi amante médico o el mismo Noé, el mecánico, y que me hubieran embadurnado de leche mi delicioso chochito mientras me follaban con ahínco sobre el sofá, pues le hubiera gustado degustar el delicioso sabor que se le quedaba a mi higo.
Sí, higo, así me lo dijo y yo me reí, y él reía conmigo.
–Lo mismo mañana viene alguno –le dije.
–QUE_ SE_A EL_ QUE_ SA_BE A_ CHO_CO_LA_TE –respondió guiñándome un ojo.
Hasta el mismo día 17 estuvimos enajenados con el sexo, ese día lo noté apático y sin ganas, al tocarlo me di cuenta de que estaba ardiendo. Al instante, comenzó a toser.
En el momento justo que empezó a respirar con dificultad llamé a uno de mis compañeros en el hospital para contarle lo que le pasaba a Ríchar, pidiéndole que viniera a ayudarle. Sin embargo su respuesta me dejó helada.
–Aina, no hay camas suficientes, nadie va a dar autorización para traerlo al hospital. Tal vez sea hora de dejarlo marchar ¿de qué sirve prolongarle más esa tortura?
Lo quería demasiado, ahora sí que éramos felices juntos. Sin embargo miré a los hermosos ojos azules de mi marido y vi que él no era feliz, que sí, que se encontraba a gusto conmigo, aunque distaba mucho a que fuera feliz.
–No, llevas razón –dije al teléfono–, solo me gustaría sedarlo para que no sufra. Él me lo está pidiendo.
Una ambulancia trajo todo lo necesario para la sedación. Y yo misma fui quien se la administré intravenosa.
–TE_ QUI_E_RO –me dijo sonriendo y se fue durmiendo apaciblemente.
Dos días después expiró.
–Adiós mi vida –dije despidiéndome de él, mientras besaba su lindo rostro llorando a mares, –nos volveremos a encontrar aunque tenga que ir a buscarte al mismo infierno.