Nunca he sido un romántico

Nunca he estado dotado para el romanticismo. A cambio, soy un formidable comedor de coños. Las mujeres aprecian lo uno, pero no entienden lo otro y esa es la tragedia de mi vida

Nunca se me ha dado demasiado bien el romanticismo. Lo intento, pero no es lo mío. Me siento ridículo enviando flores o diciéndole gilipolleces a una tía sólo para poder llevármela a la cama. Lo único que quiero es un poco de meneo entre las sábanas, meterle la polla un poco, correrme y no me molesta si, mientras tanto, ella también pasa un buen rato. Pero para algunas tías esto parece que no es suficiente.

Hace poco quise echarme una novia. No voy a decir que una novia formal, porque eso de las novias formales no va conmigo. El caso es que era una tía agradable, estaba razonablemente buena y, por alguna razón, nos lo pasábamos muy bien juntos, incluso antes de follar. La conocí en un bar y conectamos en seguida. Tenía un culo excepcional bien redondeado, prieto. Una vez me dijo que hacía ejercicios con gomas. Yo pensé que también yo quería hacerle ejercicios con gomas pero no lo dije, porque basta una chorrada de estas con una tía a la que ni siquiera te has tirado y a la que, en el fondo, estás elogiando su culo excepcional para que te diga que eres un marrano y te cierre las puertas para siempre. Así que en vez de lo de las gomas le dije que, sí que se notaba, y se como si estuviese pisando un puto lago de hielo y tuviese miedo de que se fuese a romperse. Entonces ella me puso ojos húmedos, me miró con una sonrisa calentorra y me dijo que, quien sabe, que a lo mejor me enseñaba como se hacían los ejercicios. Tócate los cojones.

Pero sobre todo, tenía unas tetas celestiales. Unas tetas grandes, con una posición perfecta. Sólo había que verlas para intuir su consistencia, tersa, suave, magnífica. Al verlas uno se imaginaba hasta su sabor. Me las imaginaba de nata montada y me veía lamiendo la copa de sus pechos. Quedé con ella un par de noches. La llevé al cine y me esforcé todo lo que pude por ser un caballero y un tipo romántico. El gran defecto de Laura era que no era demasiado espabilada. A veces me costaba conectar con lo que decía y muchas veces ni siquiera tenía ni puta idea de lo que me estaba hablando. A veces me ponía una voz de complicidad, que no sabía a qué venía o hacía comentarios que no tenían demasiado sentido. Pero, en general, era buena tía, y estaba muy buena, y tenía esas tetas. Hasta que llegó la noche que descubrí que, además de ser una tía agradable, razonablemente buena, con tetas excepcionales y un culo redondeado, Lara (porque se llamaba Lara) también podía ser una folladora entusiasta. Aunque no era un talento innato. Laura era de las que le gustaba darle vueltas a las cosas. Al principio se hacía un poco la estrecha y eso. Y no quiero decir, la estrecha de follar. Quiero decir, la estrecha de cuando ya estás follando. Quiero decir, la estrecha de cuando ya estás en el asunto y de repente te viene con "Uh, eso mejor no" o "No, por ahí nunca" o "¿Para que crees que vas a usar una silla de montar?". Pero todo era cuestión de insistir. Y yo sabía cómo insistir, porque una cosa que todavía no he dicho de mí, para no presumir, es que, aunque Dios no me ha dotado de una habilidad especial a la hora de ser romántico, ha querido compensar esa carencia convirtiéndome en un fabuloso, qué digo fabuloso, en un legendario comedor de coños.

Esta particular habilidad la descubrí una noche, en mi primer año de universidad. Tenía dieciocho años y mis contactos sexuales habían sido hasta ese momento mucho más limitados de lo que yo hubiese querido, aunque es verdad que, si hubiesen sido todo lo frecuentes que yo hubiese querido no habría hecho otra cosa que follar ininterrumpidamente durante los cuatro años de adolescencia, y luego no habría hecho otra cosa que follar ininterrumpidamente, con breves pausas para alimentarme, en los cinco años de universidad. Como no tuve esa suerte, aunque es verdad que igual no es tanta suerte y también tiene sus cosas malas. Tuve que dedicar mi inmensa imaginación a trazar y mejorar un plan de lo que debería constituir el polvo perfecto.

El polvo perfecto, o, mejor, entre comillas y en mayúsculas: "EL POLVO PERFECTO" es el nombre de un proyecto en el que me había embarcado a los quince años: el diseño del polvo más absolutamente fabuloso que se pudiese echar. Me había pasado horas y horas en una ardua tarea de documentación. Pronto pude empezar con algunas pruebas empíricas. El polvo perfecto era la fórmula definitiva del sexo. Guardaba mis apuntes en una carpeta. El proyecto PolvoPerfecto, por supuesto, incluía una sesión maratoniana y en él estaban implicadas todas las artes amatorias conocidas por la especie humana, y un par de técnicas para las que me había inspirado en películas de alienígenas de serie b. También incluía una comida de coño. Pero en todas las ocasiones en las que había follado hasta ese momento, nunca se había dado la oportunidad. Siempre habían sido polvos rápidos, escondidos, a veces en coches. Por una razón u otra no me había podido comer un coño jamás. Así que, mientras el resto de partes de mi plan de realización del polvo perfecto seguían adelante, la comida de coño se mantenía estancada "no progress", y me empezaba a preocupar que eso terminase por ser un grave inconveniente a la hora de ejecutar mi obra maestra del follar.

Hasta que pasó. Se había hecho tarde en la universidad. Me había pasado no sé ni cuantas horas en la biblioteca. No le había sacado demasiado rendimiento, porque me había pasado la mayor parte del tiempo fumando cigarrillos y bebiendo café, pero sí que había sido lo bastante fructífero como para dejarme esa extraña euforia del trabajo bien hecho. Al salir, decidí colarme por la facultad, aunque sabía que estaba cerrada. Una de las características arquitectónicas de mi facultad es que las puertas de emergencia siempre estaban estropeadas y que las alarmas estaban hechas en el mismo sitio. Como era una facultad de letras tampoco había gran cosa que robar, así que nadie se había molestado en solucionar el problema. Atravesar la facultad me ahorraba apenas un par de minutos hasta el parking pero era algo tan habitual que me colé sin pensarlo.

Cuando ya estaba casi en la puerta vi una luz. Más por reflejo que por otra cosa me escondí. Vi salir a un operario, un tipo grueso, con una funda sucia, que se despedía en ese momento.

-A ver si mañana no da problemas.

-A ver.

-Si falla llámanos.

-Claro.

Aunque no podía verla, reconocí la voz de Laura.

Laura era la chica que hacía las fotocopias en la facultad. Con mis dieciocho años, Laura, que tenía veinticuatro, era lo que consideraba por entonces una tía mayor. No vieja, claro, tampoco era gilipollas. Era mayor que yo, mayor que mis colegas y eso, junto al hecho de que Laura estaba considerablemente buena, me había hecho fantasear alguna vez con la posibilidad de echarle uno o dos polvos.

Laura y yo habíamos coqueteado alguna vez. Nada serio. Una mirada sostenida al ir a por fotocopias. Un comentario sugerente... las gilipolleces habituales. Una vez me la encontré en un bar. Fue ella quien me vio y quien vino a saludarme. Hablamos un rato, nos reimos, nos tomamos una copa y yo ya estaba pensando que me la iba poder llevar a algún sitio, a algún callejón oscuro, a magrearle un poco las tetas, que eran pequeñas pero me estaban empezando a poner cachondo, porque las llevaba envueltas en una especie de jersey de lana fina que las envolvía perfectamente y las dibujaba con la precisión de un mapa de carreteras. Ella no dejaba de arrimarse. Me tocaba con el codo y cuando se reía, se inclinaba hacia mí. Vamos a ver, si no estaba buscando marcha, si no estaba buscando que la subiese a la barra allí mismo y se la metiese hasta el final entonces, pensé, soy gilipollas. Y resultó que era gilipollas, al menos en parte. No sé de donde salió un fulano, un tipo grande de unos treinta años, al que no le hacía ninguna gracia verme allí con Laura. Nada más llegar le pasó la mano por la cintura y le plantó un beso en los morros. Luego me miró como si aquello hubiese sido su forma de desafiarme, me miró como miras a alguien cuando acabas de insultar a su madre y estás buscando pelea. Pero el tipo no había insultado a mi madre, ni yo estaba buscando pelea, así que, en lugar de hacer el gilipollas, seguí hablando, no solo con Laura, sino con los dos, haciendo bromas y fingiendo que me parecía cojonudo que aquel tipo se fuese a ir con la tía a la que me había estado intentado camelar toda la noche. Él siguió con su política de "te voy a poner cara de estreñido toda la noche", que complementó haciendo el gilipollas durante toda la noche. Mala idea. Si quieres partirle la cara a alguien tienes tres opciones básicas:

A: puedes tener huevos y partirle la cara.

B: puedes no tener huevos y no partirle la cara, en cuyo caso no te comportas toda la noche como un imbécil que quiere partirle a alguien la cara y evitas así que la gente se pregunte, por qué si tienes tantas ganas de partirle la cara a alguien no lo haces y punto, ya que la respuesta inevitable a esta pregunta es: Porque no tiene huevos.

c: Puedes no tener huevos y no partirle la cara, pero evitas comportarte según el caso descrito en B.

Yo opté por la C, el grandullón por la B.

Aquella noche del bar no me tiré a Laura. No sé el grandullón, imagino que sí. En cualquier caso, desde ese día, nuestro coqueteos se habían intensificado. A veces hablábamos en los pasillos y hasta nos tomamos un café o dos. Me fijé en que el gilipollas del bar la venía a buscar de vez en cuando. Probablemente antes también se pasaba por allí, pero yo no me había dado cuenta. Siempre que lo veía ponía mucho interés en saludarle. Si salía de la universidad con Laura me esforzaba en encontrármelos y saludarlos amable y distraidamente. Él ponía cara de B y yo de C.

La noche que me colé en la universidad, sólo para llegar un poco más deprisa al aparcamiento, vi que Laura miraba, un poco desolada, el pequeño espacio donde se ocupaba de las fotocopias. Había papeles por todo el suelo, papeles manchados de tinta. Laura estaba apollada, casi sentada, sobre la mesa que solía utilizar para amontonar los paquetes de fotocopias. La mesa estaba despejada y los paquetes se apilaban en las estanterías. El técnico debía haber utilizado la mesa para extender algo y Laura la habría despejado. El suelo estaba tan lleno de papeles que parecía que hubiese estallado una de las fotocopias. Laura miraba los papeles con gesto entre compungido y dubitativo. Era evidente que barajaba si recoger entonces los papeles o mandarlos a la mierda y esperar al día siguiente. Ahí entré yo en escena.

Me sorprendió que Laura no se sorprendiese demasiado al verme. Evidentemente, no era el primer estudiante que utilizaba el atajo de la facultad para llegar antes al coche. Me señaló los papeles en el suelo con cara de resignación.

-¿Qué ha pasado? -pregunté.

-Una de las máquinas, parece que se ha vuelto loca. Empezó a lanzar papel, a chorrear tinta... -Laura empujó algunos papeles con el pie.

-¿Quieres que te ayude?

-Es igual.- respondió Laura. Ya es tarde. Lo dejo para mañana. ¿Y tú qué haces aquí?

-Voy a coger el coche. Por aquí llego antes.

Mientras hablábamos había ido entrando en la sala de las fotocopias. Ni siquiera lo hice a propósito. Simplemente, cuando quise darme cuenta, ya estaba dentro. Laura seguía apoyada en la mesa de ordenar fotocopias. La universidad era extraña, así, con las luces casi apagadas, sin gente. Era una de esas situaciones en las que, un espacio familiar resulta completamente extraño y todo parece un poco un sueño.

No sé cuándo se me pasó por la cabeza que aquel era un buen momento para comerme el primer coño de mi vida. Laura seguía allí, apoyada. Empecé a estudiar la situación. Llevaba un pantalón vaquero, bastante ajustado, pero que podría bajar con facilidad. Sabía que entre Laura y yo había cierta atracción y suponía que, si me movía rápido, podría llegar a una situación en la que ella, simplemente, aceptase la política de hechos consumados. No podía dudar. Me acerqué a Laura que hizo el amago de moverse. La retuve subiéndola a la mesa por el culo mientras la besaba. Me esforcé mucho porque el beso fuese lo más apasionado posible, uno de esos besos llenos de jadeos y lenguas. Luego empecé a magrearle las tetas. Eran pequeñas, pero había pensado mucho en ellas desde aquel día del bar. Descubrí que a Laura la ponía super cachonda que le magreasen las tetas con fuerza, masajeándolas con toda la palma. Luego descubrí que también la ponía supercachonda que le pellizcase los pezones que tirase de ellos un poco. En general, descubrí que Laura era una tía bastante cachonda y eso me animó más para seguir con la segunda parte de mi plan.

Aprovechando que Laura estaba sobre la mesa me puse de cuclillas empecé a abrirle el pantalón. Ella me preguntó que hacía exactamente. Entonces, le bajé el pantalón hasta los tobillos y después los levanté haciendo que Laura se tumbase sobre la mesa. Empujé sus piernas hacia atrás, flexionándolas sobre Laura y hundí la cara en su entrepiernas.

Mis primeros intentos fueron bastante humildes. Laura todavía tenía el tanga puesto, así que me limité a pasar la boca por sus bragas, arriba y abajo, abajo y arriba. Por suerte Laura se había mojado bastante con el magreo de tetas y con la situación, así que fue bastante bien. Le dí un par de lengüetazos por encima de la tela. Estaba empapado y tenía el coño tan caliente que podría calentarme el bocadillo, así que supe que, al fin, podría comerme chichi en condiciones.

Le quité el pantalón, que todavía tenía enredado en los tobillos. Luego le quité el tanga. Laura me miraba, super cachonda, tirada encima de la mesa. En ese momento me pareció que comerle el coño, sin más, podría ser visto como un acto poco caballeroso, así que decidí pasarme antes por su boca y darle un buen morreo, cosa que, en cualquier caso, me apetecía, aunque no tanto como bajar al sótano, que se había convertido en una auténtica obsesión para mí. A punto estuve de cagarla. Cuando nos empezamos a morrear Laura deslizó las manos por debajo de mi camiseta y empezó a quitármela mientras se restregaba con todo su cuerpo contra mí y me jadeaba que la follase. ¿Qué se habría creído la tía? No había tenido un coño tan a tiro de lengua y no iba a dejar pasar la ocasión. Pero las tías son así, esto también hay que tenerlo claro. Una vez que se han puesto cachondas y quieren una polla no hay quien se lo quite de la cabeza. Puede que no piensen tanto en sexo como los tíos, eso no lo sé, pero sí sé que si una tía quiere una polla la va a tener, así que, amigo, si tu parienta te pide marcha, o si tu novia está cachonda, más te vale encontrar la forma de cumplir porque a ella no se le van a quitar las ganas así como así.

En cualquier caso, yo me había hecho a la idea de cenar allí mismo y Laura se empeñaba en negarme mi sustento. Me había envuelto entre las piernas y restregaba su entrepierna contra mí. Se me ocurrió recurrir al teatro. La sujeté de las muñecas y se las puse encima de la cabeza. Luego le puse cara de "Vas a ver lo que te tengo preparado" aunque no tenía nada preparado. Sólo quería probar a ver qué tal estaba eso de comer coño porque lo cierto era que, quien sabe, quizás ni siquiera me gustase y tuviese que quitarlo del menú de mi polvo perfecto. En cualquier caso, tenía que conseguir que Laura pensase que merecía la pena esperar un poco, así que le puse cara de salido resabiado, de que sabía lo que hacía y que sabía que a ella le iba a gustar. Luego empecé a besarla en el cuello. Seguí bajando por sus tetas. Me dejé arañar la cara por sus pezones, que estaban tan tiesos que si le hubiese dado la vuelta en ese momento quizás se hubiese quedado allí clavada para siempre. En lugar de eso, seguí bajando. Le deslicé la lengua en círculos alrededor de su ombligo. Ahí ella se estremeció y me puso las manos en la cabeza. Yo quise volver a hacerme el romántico y me detuve un poco más en su ombligo, aunque de lo que me moría de ganas era de llegar con mi tren a villa chumino de una jodida vez. Para asegurarme de que la población seguía tan cachonda como la última vez que estuve en la ciudad empecé a rozarle el clítoris con el dedo índice. Laura se puso más cachonda todavía, así que me pareció mal no darme otra vuelta por el ombligo. A Laura aquello le pareció de perlas. Me entusiasmé, le metí el dedo dentro y Laura se puso a gemir, a retorcerse... fue un momento de tentación. Me moría por sacarla y follármela, pero tenía una misión que cumplir. Heroicamente me arrastré hasta los labios de su vagina. Los besé delicadamente para que Laura viese lo sensible y romántico que podía llegar a ser. Luego saqué la lengua. Repasé lentamente los bordes de su sexo. Laura seguía muy excitada, pero era evidente que aquello no le arrancaba los mismos jadeos cachondos que mi dedo. Se limitía a gemir, como una gata mientras se acariciaba a sí misma los pechos. Entonces pasó.

Saqué la lengua y empecé a hundirla dentro de Laura. Tengo una lengua muy larga y eso seguro que ayuda a que sea el fabuloso comedor de coños que he llegado a ser, pero no es solo una cuestión de tamaño. Es una cuestión de tiempos, de movimientos, de agilidad... es talento.

El caso es que, al sentir mi lengua deslizarse dentro de ella, Laura dejó de masajearse de repente.

-Joder -dijo, y no era una expresión de placer, ni de queja. Era más bien de sorpresa. Incluso noté cómo levantaba la cabeza para ver qué estaba pasando exactamente allí abajo. Metí un poco más la lengua al tiempo que la retorcía.

-Jodeeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr -Ahora sí. El grito había sido de placer absoluto. Las manos de Laura saltaron sobre mi cabeza atrayéndome hacia ella. Aquello, claro, era una buena señal. Hice girar mi lengua dentro de Laura, la plegué, empecé a retorcerla y ahí se desató el espectáculo. Laura no dejaba de gritar. Yo empecé a asustarme porque, al fin y al cabo, estábamos en la universidad y no era imposible que algún otro estudiante utilizase el mismo atajo para ir al aparcamiento que yo había usado. Pero la función era demasiado buena como para dejarla. Laura me agarraba cada vez más fuerte. Levanté los ojos y pude verla, mirándome entre la incredulidad y la súplica. Su entrepierna no dejaba de humedecerse más y más. Laura se encogía y luego se tensaba dejando su espalda como un arco. Por un instante su cuerpo estuvo apoyado únicamente en sus codos y su culo. Luego empezó a agitarse.

-Ahhh, mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm, siiiiiiii.

No dejaba de gritar y la agitación empezó a convertirse en sacudidas. Apenas podía mantenerla sujeta por las piernas pero no quería dejar aquello. Pensé que, si dejaba a Laura sin contacto con la mesa, sus sacudidas serían menos poderosas, así que me eché las piernas sobre los hombros y me puse de pie. Ahora Laura estaba apoyada solo sobre sus homóplatos. Aunque se retorcía incluso más que antes (al parecer la posición le gustaba) al carecer de punto de apoyo los movimientos de su cadera quedaban bastante amortiguados. A mí, por mi parte, me estaba gustando aquello de comer coños bastante más de lo que creía.

-Diosssss, siiiiiiiii, ahhhh

Laura no dejaba de correrse y, aunque no soy un tipo romántico, en ese momento sabía que Laura se lo estaba pasando realmente bien, y que si en ese momento la hubiesen dejado votar al mejor follador del año me habría escogido a mí sin dudarlo y, claro, eso siempre resulta agradable.

Para terminar la fiesta, y puestos a experimentar, añadí un dedo en el culo de Laura, que aceptó sin rechistar. Para ser sinceros, creo que estaba tan ocupada corriéndose que ni se enteró. No sé exactamente cuánto tiempo estuve comiéndole el coño a Laura en aquella posición. Hubo un momento en el que, ni siquiera en esa posición, podía controlarla, porque empezó a darme patadas sin darse cuenta con los talones. Decidí dejar la sesión ahí. Dejé a Laura sobre la mesa. Ella empezó a girarse sobre ella. Noté que el frío de la mesa le gustaba. Como se había dado del todo la vuelta pensé que, ya que estaba, podía probar aún un nuevo capítulo de mi plan de polvo perfecto. Laura estaba con todo su culito dispuesto. Por desgracia, cuando ya me había bajado los pantalones, mi mirada tropezó con la del segurata.

En una película porno, se habría unido a la fiesta. Lo que pasó fue que nos expulsaron. En fin, a mí me expulsaron y a Laura la echaron. Tampoco fue un drama para mí. Sólo tuve que cambiarme de ciudad.

Lo que hice después no tiene demasiada importancia. Me mudé de ciudad, luego me volví a mudar. Volví a la primera y terminé en una tercera, al menos por algún tiempo. Luego volví a casa, es decir, a mi ciudad natal. Siempre hay que volver al lugar del crimen.

Dejé algunos amigos cuando me fui de allí, cuando volví a la ciudad la mayoría todavía estaban pero nunca fueron lo bastantes ni lo bastante buenos. Con los años yo me aburrí de ellos y ellos de mi. Hice amigos nuevos y amigas nuevas y así empecé a conocer nuevos bares, a olvidarme de los antiguos y a vivir en una ciudad que era la mía sin serlo del todo. Me inventé una ciudad nueva. En algún momento me olvidé de mi idea del polvo perfecto, pero eché buenos y apreciables polvos y seguí puliendo mi técnica como excelente comedor de coños. Uno folla mucho más a gusto cuando sabe que tiene una bala en la recámara. Por muy borracho que esté, por mucho que esté cansado, por mucho que me haya follado a una tía antes y mi pareja me exija su polvo de rigor, siempre he podido recurrir a mi habilidad para sacar los compromisos adelante.

Por eso, cuando Lara se puso quisquillosa, sabía lo que tenía que hacer. Es un plan muy ensayado. Cuando las tías me dicen que no soy romántico y no sé qué mierdas por el estilo, puedo decir que me da igual, porque lo que las tías quieren a la hora de la verdad, no es romanticismo. Quieren correrse, cuanto más mejor y cuanto mejor más te van a dar a ti. Lara se estaba haciendo la quisquillosa. Seguramente, al ser el primer polvo, todo lo que fuese pasar del polvo clásico le parecía ir demasiado lejos. Así que tuve que convencerla como mejor sé. Me puse mi servilleta imaginaria, coloqué a Lara boca arriba y empecé a bajar por su cuerpo. Me detuve un buen rato en aquellas tetas maravillosas. ¡Dios! ¡Cómo me estaban poniendo! Seguí bajando por su cuerpo, acariciándola poco a poco. Mientras me tomaba mi tiempo en morderle otra vez los pezones, subí la mano por su muslo y empecé a masajearle el clítoris. Primero hice unos círculos con el pulgar. Luego usé un poco la palma de la mano. Al final le metí tres dedos que cupieron con facilidad. Estaba preparada.

Pensé que Lara me pararía en algún momento del descenso, pero, la verdad, parecía especialmente encantada. Se había negado en redondo a casi todas mis propuestas y, bueno, es verdad que alguna no era lo más apropiado para decírsela a una señorita. Demonios, alguna no era ni como para decírsela a un caballo. Pero cuando empecé a bajar por sus tetas ella se dejó hacer e incluso me había empezado a acariciar el pelo apasionadamente. Cuando volví a sus pezones, no puedo decir que estuviese decepcionada, pero estaba claro que no era lo que ella quería. Los tres dedos en el coño la animaron un poco, pero cuando volví a ponerme la escafandra quedó claro que eso era lo que en realidad estaba buscando. Perfecto. Una amante de los cunnilingus con el mejor comedor de rajas que ha existido.

Me coloqué de rodillas entre sus piernas. Eché un último vistazo a aquellas pechugas fenomenales. "Adios pequeñas" les dije mentalmente. Volveremos a vernos pronto. Luego, para que Lara viese que soy un tipo con educación, empecé a comerle la rodilla para ir bajando. A medida que me acercaba Lara empezó a ponerse más y más cachonda. Nunca había visto a una tía ponerse tan caliente por la perspectiva de una comida de coño. Lara se mordía las manos, se acariciaba como si le quemase la piel y, joder, sólo estaba entrando en el muslo.

Cuando llegué a los labios de su vagina los empecé a acariciar con el dedo. Me gusta el pequeño ritual de la espera. Pasé el dedo arriba y abajo por el interior de sus labios y Lara empezó a retorcerse.

-Vamossss mmmmmmmmmmm venga, fóllame -Lara hablaba a medio camino entre el jadeo y el susurro. En cualquier caso, lo decía de una forma que habría puesto cachondo a un muerto. Noté cómo la polla se me ponía dura de golpe. Incluso pensé en pasar de la comida y follármela ya, pero tenía la impresión de que Lara tenía puestas muchas ilusiones en aquello.

Coloqué la lengua en el borde de su coño. Repasé el borde de los labios como había hecho con el dedo. Lara casi sale disparada, como si hubiese arrancado un dispositivo a presión que tuviese ahí instalado.

-AAAAAHHHHH

Me quedé encantado. Iba a ser una merienda de leyenda. Empecé a empujar, poco a poco, la lengua dentro de ella, muy lenta. Ese es el secreto de una buena comida. Dejar que ella sienta cada milímetro entrando en ella. Dejar que se te vaya disolviendo en la lengua mientras vas entrando. Esta es la parte fácil, la puede hacer cualquier cazurro. La parte del talento viene después. Una vez que estás dentro tienes que ir comprobando poco a poco no ya cada milímetro, sino cada micra de su interior. Y pasando la lengua poco a poco, buscando un lugar exacto que es el que la va a hacer volverse loca. Ese lugar suele se diminuto. A veces hay que tener paciencia. Si no lo encuentras, ella no lo va a pasar mal con la exploración desde luego, aunque por si acaso, conviene compatibilizar la búsqueda masajeándole el clítoris y acariciándola con la mano. Es un curro. Desde luego, si lo encuentras, has triunfado pero, como digo, no es ni mucho menos sencillo. Así que me disponía a explorar con mi húmedo ciego, muy pormenorizadamente, la caverna de Lara cuando, a la mitad de la penetración, Lara empezó a correrse como una loca.

-Ahhh, siii, sigueeeeeeee

La tía estaba llena de jodidos puntos de esos. Tocase donde tocase, parecía que la tía se corría. Pensé en dejarla que se corriese a gusto, pero ella me sujetó con las manos y las piernas.

-Diosss, siiii, sigue, sigue, aaaaahhhhhaha siii, no pares, por fav aaahhammmmmmmmmmmmmmmmmm cómemelo, por... ammmmmaa no... ahhggghhhhh mmmmm si, si si, siiiiiiiiiiiiiiii

etc , etc.

Joder, casi me costaba repirar. La tía no dejaba de aplastarme contra su coño. Empecé a comérselo a lo bruto. Chupetones y lametones sin más. Una vergüenza para un virtuoso como yo pero podría frotarla con un desatascador y no dejaría de correrse.

SSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIAAAAAAAAAAMMMMMMMMMMMMMMM

Igualito que follarse una sirena. Me consolaba pensando que después se iba a quedar tan a gusto que me iba a dejar hacerle cualquier cosa. Pensé en relamerme al imaginar sus tetas otra vez, pero eso sólo prolongaría la cuestión.

Quince minutos después estaba ahí, en la cama, enrollándome con Lara. Le estaba dando tiempo antes de lanzarme a por las tetas. En el fondo no me gusta que las tías digan que no soy romántico, así que, de vez en cuando, tengo estos detalles con ellas. Ella estaba más relajada que una bolsa de agua caliente. Incluso empecé a meterle un dedo en el culo, y, aunque lo rechazó, lo hizo casi como invitándome a hacerlo después. Esto está hecho, pensé para mí.

-Lo de antes casi me vuelve loca.

-Gracias -le respondí. Renuncié a autodeclararme el mejor comedor de coños del mundo porque a las tías no les gusta que se lo diga.

-Has mejorado mucho.

-¿Mejorado?

-Desde la última vez

-¿Qué última vez?

Ahí fue cuando Lara se pilló el mosqueo, o eso me pareció.

-¿Cómo que qué última vez?

-Sí, tú y yo nunca hemos...

-¡En la sala de fotocopias!

La miré detenidamente. Es cierto que había un parecido, pero... no, no podía ser.

-¿Laura?

-¿Qué Laura ni que coño? ¡Lara!

-¿Y siempre ha sido Lara?

-¡¡¡¡Sí!!!!

-¿Pero qué te ha pasado en las tetas?

Y se fue, sin más. No quiso escucharme cuando le dije que no se me daba bien distinguir las tetas operadas. Igual que lo bordo comiendo coños, no me importa reconocer esto, pero a Lara le dio igual. Por lo que me insinuó, me había comentado en alguna ocasión, después de nuestro reencuentro, que aquella comida de coño le había marcado la vida, sexualmente. Le dije que sentía no haber escuchado aquello, porque me habría gustado saberlo, y era verdad, estas cosas nos gustan a los tíos. Lara se cabreó aún más y ya no la volví a ver más. Y es una pena, porque me gustaba de verdad y tenía aquellas tetas de fábula. Es lo que tienen las tías. Se follan comedores de coños y quieren levantarse con románticos.