Nunca es tarde
Historia de dos heterosexuales que se ven obligados a compartir piso
Marcos y Julio tenían en común lo injustamente que les había tratado la vida. En etapas distintas, pues uno tenía treinta y cinco y el otro una década más, pero en un periodo en el que la crisis hacía estragos en muchas familias españolas. Marcos llevaba saliendo con su novia una eternidad y alentados por la buena situación económica tanto particular como general y esa equívoca idea de que hay que comprar propiedades para tener algo que dejar en herencia, decidieron meterse en un piso. Pero ya que lo hacían, había de ser uno en condiciones: un ático dúplex en un ensanche con aspiraciones de una ciudad que veía cómo los fértiles campos se convertían en zonas residenciales que disfrazaban un falso progreso. La astronómica hipoteca fue retrasando la inevitable boda que, casi sin hablarlo, suponía el siguiente paso en esa sociedad de costumbres. Sin embargo, también era tradición el divorcio, aunque ellos no llegaron a ese trámite, separándose por un conjunto de circunstancias que no vienen al caso antes de celebrar cualquier evento. Lo único que les unía era la indecente letra a pagar todos los meses.
No hubo problema al principio, y aprovechando que aún vivían cada uno con sus padres, alquilarlo se antojaba una buena opción. Lo consiguieron, pero un par de ERES les dejó sin trabajo y casi sin esperanzas. Lo que les pagaban sus inquilinos apenas daban para cubrir los gastos que el banco les exigía todos los meses. Venderlo era imposible, así que hasta que la cosa remontase debían arreglárselas. Para su ex novia fue más fácil porque conoció a otro hombre que, sin ser rico, se adelantó a la burbuja y su hipoteca resultaba menos inmoral que la suya. En ese sentido, Marcos pensaba que las mujeres lo tenían menos complicado, porque a ver dónde encontraba él a una tía que lo mantuviera. Tener treinta y cinco y seguir viviendo con tus padres no es la mejor carta de presentación, y a veces es demasiado tarde cuando logras que alguien crea tu historia, por otro lado bastante común. La aparición de un trabajo supuso un poco de luz en una vida que se había oscurecido en todos los aspectos. Que fuera en otra provincia era lo de menos; ya habría tiempo de echar cuentas. “Lo importante es que metas la cabeza”, le decían.
La historia de Julio era algo distinta. Él nunca perdió su trabajo, pero llegó a casarse y tener dos hijos así como un precioso chalé en el extrarradio. Todo se lo quedó su esposa cuando se divorciaron porque ella no era feliz, importándole poco privar a su marido de la vida cómoda que había llevado casi por méritos propios, ya que ella no tenía oficio, pero sí beneficio. Una equitativa jueza permitió que se quedara con la casa y los niños, además de una pensión que le permitía llevar su ritmo de vida infeliz. Era deprimente ver cómo su cuenta bancaria crecía considerablemente el día uno de cada mes y cómo apenas unas horas después se tenía que preguntar de qué manera iba a llegar hasta la siguiente nómina. Aprovechándose que su empresa le pagaba el combustible, optó por un alquiler en la provincia colindante aunque ello supusiera tener que levantarse a las cinco de la mañana o tener que tragarse los atascos de vuelta. Con todo, puesto que sólo iba a pasar en su casa el tiempo de cenar y dormir, creyó que aún se ahorraría más si compartía piso. Cuando comenzó a buscar le pareció difícil, porque en esa zona no es muy habitual encontrar alquiler de habitaciones por no haber universidades o áreas industriales. Vio un par de ellos cuyos dueños le parecieron demasiado deprimentes por la edad, rechazándolos porque, si bien su ánimo no había decaído a pesar de todo, ese ambiente acabaría por hundirle. Colgó entonces un anuncio en una web: “Hombre trabajador busca compartir piso económico por esta zona”.
En su búsqueda, Marcos leyó el anuncio atrayéndole la idea de pagar todavía menos, pese a que los precios eran una tercera parte de lo que él cobraba a sus inquilinos. Decidió entonces llamar a Julio:
-Hola, te llamaba por el anuncio que he visto de que buscas piso.
-Ah, sí. ¿Estás interesado?
-Sí, aunque no especificas el pueblo.
-Bueno, me da un poco igual porque trabajo en Madrid, pero que sea en esa zona.
-Vale, yo es que trabajo en tal, así que allí me vendría bien.
-Perfecto, pues buscamos por ahí si quieres.
-Estupendo, lo único que prefiero ahorrarme la comisión de la inmobiliaria.
-Y yo, y yo. Si te parece busco por internet y a ver si puedo concertar alguna visita para el fin de semana.
-Perfecto. En eso quedamos.
Julio ordenó la búsqueda con el criterio de precio ascendente. Si sólo iba a dormir no necesitaba lujos. Además, los fines de semana que le tocaba con los niños se los llevaba a la finca de sus padres, un entorno mucho más apropiado que un diminuto piso que mostrase su decadencia. No era de los más baratos, pero le atrajo uno que contaba con dos baños, evitando así tener que compartir un espacio tan íntimo con un desconocido. Consiguió que se lo pudieran enseñar el sábado, mientras que a Marcos un compañero le había dado un número de no sé quién, por lo que al final concertaron cuatro visitas.
-Hola, ¿eres Julio?
-¿Qué tal? -le extendió la mano.
-Bien. Este es uno, ¿no? -señaló al portal.
-Así es -miró el reloj-, el dueño no debe tardar en venir.
-Muy bien.
-Los he buscado con dos baños, que a lo mejor son un poco más caros, pero imagino que tú también lo preferirás así.
-Bien pensado. La verdad es que sí.
El propietario apareció puntual.
-En el anuncio salía con muebles -apreció Julio.
-Ya, bueno, me los he tenido que llevar.
Julio miró a Marcos buscando su opinión sin decirle nada. Éste agitó la cabeza como diciendo que pasaría de él.
-Yo es que no tengo muebles -comentó Julio cuando se despidieron del “mentiroso”.
-Ni yo. Bueno, a ver el resto. Yo he quedado en la calle tal en media hora.
El segundo sí estaba amueblado, pero Marcos no preguntó lo de los dos baños y se encontraron sólo con uno. El tercero sí los tenía, pero la decoración y los muebles parecían sacados de la serie “Cuéntame”, algo que a priori a Julio no le resultaba un impedimento, pero es que el precio tampoco era una ganga.
-Lo que hemos visto hasta ahora no me convence.
-A mí tampoco. ¿Nos queda alguno? -preguntó Marcos.
-Sí, pero es dentro de una hora. ¿Te apetece una cerveza?
Hicieron tiempo en un bar donde se contaron las razones que les llevaban a buscar piso. Julio se compadeció de Marcos y éste se conmovió por la historia del divorciado. El cuarto les gustó, atraídos además por el hecho de que fuera dúplex, con un dormitorio arriba y otro abajo, lo que les otorgaba mayor intimidad. Se miraron con cara de aprobación, pero cuando trataron el tema de la fianza, el que se lo enseñó les nombró una comisión.
-En el anuncio decía que era particular.
-Debe ser un error.
“Ya, ya”, pensaron. Un anzuelo más que utilizan los comerciales.
-Pues lo tenemos que meditar.
-No tardéis en decidiros, que hay más gente interesada porque la verdad es que el piso está muy bien -el “arrendador” se sirvió de otra triquiñuela.
-¿Qué hacemos? -preguntó un desanimado Marcos, pues no les quedaban más por ver.
-Hombre, éste me ha gustado, pero si nos podemos ahorrar la comisión mejor, ¿no?
-Claro.
-Se me ocurre que nos demos un paseo para buscar carteles. ¿Tienes prisa? Si no me quedo yo.
-Qué va. Además prefiero que lo encontremos cuanto antes, que estoy todos los días yendo y viniendo hasta Madrid también. No sé cómo tú quieres hacer eso.
-Bueno, mientras estoy en la carretera no me da por pensar en nada. Me pongo la COPE y a escuchar desgracias ajenas. Y todo lo que me pueda ahorrar para mis hijos, mejor. Y como el coche es de empresa y la gasolina me la pagan...
-Ah, bueno, entonces te entiendo. Si tuviera un buen coche como tú quizá lo haría también porque siempre me ha gustado conducir. Tenía un BMW, pero lo tuve que vender.
-Y yo un Cayenne, pero se lo quedó mi ex mujer.
-Mira, ahí hay uno. Apunta.
-Le llamaba por el anuncio…
Parecía que encajaba en lo que buscaban, pero la propietaria no podía enseñárselo hasta última hora de la tarde. Se fueron a comer juntos y siguieron buscando. En ese tiempo dejaron claras las bases para tener una buena convivencia, más Julio que Marcos, al que parecía que todo le iba bien.
-Te puedes traer ligues a casa si quieres; no me molesta. Eres joven y tendrás tus cosas. Pero comprenderás que durante las noches necesito descansar. Además, tendrás la casa para ti casi todos los fines de semana, pues me toquen los niños o no me suelo ir a la finca de mis padres. Sólo te pido eso: tranquilidad mientras yo esté. Y ahora entiendo que tú también pongas condiciones, que no por ser mayor que tú hay que hacer lo que yo diga.
-No, si te entiendo -apuntó Marcos-. Ahora de momento no se me ocurre nada. Bueno, el orden y eso -parecía que lo dijo por decir algo, pues no se veía muy convincente.
-No te preocupes por eso. En la cocina no ensuciaré mucho y limpiar el polvo y esas cosas no tiene misterio.
Marcos se sorprendió, porque en realidad era él quien no había limpiado en su vida, pues su madre seguía haciéndolo todo. Pensó en pedir un curso exprés de cómo poner una lavadora, el horno…Pudieron ver dos más esa tarde antes del de la cita, ilusionándose por uno de ellos al que no encontraron muchos defectos. Por fin visitaron el último y entre esos dos decidirían.
-¿Qué te parecen?
-La verdad es que me gustan los dos.
-Hablemos de pros y contras. El dúplex me gusta por el hecho de tener un dormitorio arriba y otro abajo, pero el aseo no tiene ni ducha. Sin embargo, a mí el garaje me viene bien si a ti no te importa.
-No, no. Mi coche es viejo, así que puede dormir en la calle. El otro tiene un dormitorio muy, muy pequeño. Has visto que la cama apenas deja espacio, pero está mejor situado y además parece más tranquilo. Porque a mí que tenga piscina y esas cosas me da un poco igual.
-Y a mí. No sé, chaval. Igual deberíamos darle una vuelta, o seguir mirando. Estoy un poco bloqueado ahora mismo si te digo la verdad. ¿Qué piensas?
-Creo que me tira más el segundo. El rollo de la intimidad del dúplex si al final tenemos que compartir baño…
-Tienes razón. Pues nada, nos quedamos con este último. Por el dormitorio pequeño no te preocupes, me lo quedo yo y ya está.
A los tres o cuatro días Marcos y Julio ya vivían juntos. Su convivencia era agradable, quizá porque se veían poco. Julio llegaba sobre las nueve, se daba una ducha, se preparaba un sándwich y se sentaba a ver la tele un rato. A veces Marcos le acompañaba, cenando lo mismo que él porque no sabía cocinar. Durante los anuncios de lo que estuvieran viendo aprovechaban para contarse acerca del día, del trabajo y demás. Julio no resultó ser tan comunicativo como parecía, quizá porque en su trabajo se relacionaba con muchísima gente. Sin embargo, en el suyo Marcos estaba más aislado, prácticamente sin despegarse del ordenador, por lo que todo contacto le sabía a poco y se mostraba más charlatán. Si no llega a ser por él no hubieran intimado más haciendo que Julio se fuese soltando. Cambiaron sus comidas frías por platos que Julio preparaba, a pesar de llegar tan tarde. Siempre se le dio bien cocinar, y echaba de menos el poder hacerlo. Cuando se llevaba a sus hijos a la finca de los padres, era él quien les preparaba la cena, ya que al medio día su madre cocinaba para todos. Y aunque eran platos de capricho que no solían comer porque su ex mujer no se lo permitía, siempre le gustaba darle su toque de gracia.
Lo mismo hacía con Marcos, quien se encargaba de hacer la compra bajo las instrucciones de la lista de su compañero. Incluso a veces el más mayor le enseñaba recetas no muy complicadas, y Marcos las ponía en práctica al medio día o los fines de semana que se quedaba en ese pueblo. Con un alquiler tan bajo, Julio consiguió sacar algo de dinero para él, lo que aprovechó para renovar un poco su vestuario. Compró varios trajes y camisas, pero se dio cuenta que en el diminuto armario de su dormitorio no cabían. Le preguntó a Marcos si a él le quedaba espacio en el suyo, y como éste -más informal en su indumentaria- no requería de tantas perchas, le dejó guardarlos en su habitación. Una de las veces que fue a coger algo, tuvo que mover los trajes, y del pantalón de uno se cayó una tarjeta: “Pétalos. Masaje sensual” ponía en ella. Le pareció raro porque en esa época nadie usaba ya tarjetas de visita, y si te las daban, guardabas el número en el teléfono y ya está. Y más si era una tarjeta tan indiscreta como esa. Marcos pensó en volver a meterla en el bolsillo, pero no estaba seguro de cuál de los pantalones se había caído, así que optó por ser sincero y dársela a Julio cuando llegara.
-He movido tu ropa y se ha caído esto -Marcos le enseñó el trozo de papel.
-Ah, gracias -Julio enrojeció un poco.
Se la guardó sin decir nada más. No obstante, a Marcos le picó la curiosidad de saber más sobre eso de “masajes sensuales” y en la cena no pudo evitar preguntarle.
-Julio, ¿te puedo hacer una pregunta?
-Sé cuál va a ser, pero adelante, hazla.
-¿Qué es eso de los masajes sensuales?
-¿Has escuchado lo de “masaje con final feliz”?
-Sí, lo vi el otro día en “La que se avecina”. “La Cuqui” le hacía una gayola al viejo.
-Pues eso es -quiso zanjar.
-¿Te incomoda hablar de esto?
-Pues hombre, no es algo de lo que enorgullezca, pero es mejor que irse de putas. Y además te dan masajes de verdad.
-¿Cuánto tiempo llevas?
-Un año más o menos.
-¿Y por qué llevas aún la tarjeta?
-Porque el sitio donde me los dan ahora va a cerrar y me han recomendado ese.
-Pétalos -Marcos repitió el nombre como meditando sobre él-. ¿Y cuánto cobran?
-No mucho, digamos que es el único capricho que tengo. Bueno, en realidad es más una necesidad.
-Ya, recuerdo que me dijiste que no habías tenido muchas relaciones desde que te separaste.
-Ya no sólo por eso. Te repito que también dan masajes “normales”. No siempre me apetece que me masturben.
-Ok, ok. No te pregunto más.
-A ver, tío, que no me molesta, pero entiende que me da cierto pudor. A veces me resulta hasta patético.
-¡Anda ya! Si yo pudiera pagarlo quizá también probaría.
-Bueno, a ti no se te ve tan estresado.
-Pero sabes que lo he pasado mal -Marcos entristeció.
-Venga, no te pongas así. Te lo digo por aliviar tensiones musculares, no de otro tipo… Para esas no tendrás problemas, que tú eres más joven, más atractivo, y no tienes las cargas que tengo yo. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
-En septiembre.
-Vale, pues para entonces te regalo una cita.
-Bueno, tú prueba el “Pétalos” ese primero y ya me cuentas, ja, ja.
-No te voy a contar nada, cabrito -Julio también se rió.
Marcos ató cabos llegando a la conclusión de que Julio tenía su particular sesión los viernes por la tarde, pues aunque llegaba también muy tarde a casa, sabía que el trabajo lo acababa a las tres. Uno de esos viernes le preguntó:
-¿Qué tal el masaje?
-Calla, no me hables -Julio se ruborizó.
-¿Qué ha pasado?
-¡Que era un tío!
-Ja, ja. ¡Venga ya! -Marcos se burló.
-No me hace gracia.
-Perdona, pero reconoce que sí la tiene.
-Ninguna. Pero vamos, que no me ha hecho nada ahí abajo.
-¿No?
-En realidad no es la primera vez que me da un masaje un tío.
-¡Pero…!
-Déjame acabar. Cuando llamas para pedir cita dices el tipo de masaje que quieres. Y si es con final feliz, te asignan a una mujer. Pero si no, pues al primero que tengan disponible. Tú estás boca abajo y no pasa nada, como un fisio normal.
-¿Por qué estás cabreado con el de hoy entonces?
-Porque iba a ser uno normal. Y el pavo me ha pedido darme la vuelta, lo que me ha parecido algo extraño, pero como estaba en la zona de mi cabeza creí que era para seguir con los hombros por la parte de adelante.
-¿Y?
-Efectivamente, ha empezado con los hombros, pero al poco ha ido bajando por el pecho un par de veces hasta que…
-¿Te la ha cogido?
-No le ha dado casi tiempo.
-Buah, tío, qué mariconazo.
-Tampoco es eso, el chaval hace sólo hace su trabajo. Debe haber sido un error.
-Joder, pero para dedicarse a eso tienes que ser marica.
-O no. Hay gente muy desesperada con esto de la crisis que hace cualquier cosa. Tú deberías saberlo que de un lujoso dúplex te has venido a este pueblucho.
-Ya, coño. Pero nunca haría cosas como esa.
-Eso es que no te has visto muy apurado. Y si no, mira “La Cuqui”, que sólo lo hace por pasta. O a ver si te crees que le hace gracia hacérselo a un viejo.
-Pero es la tele.
-¿Y te crees que mis masajistas no tendrán que hacérselo a tíos feos o viejos?
-¡Pero son mujeres!
-Ya, pero eso tocar un pene nada más. Seguro que muchos la tienen más limpia que otras partes del cuerpo.
-Bueno, bueno. Mucho dices, pero te ha faltado tiempo para apartar al tío.
-Yo hablo de hacerlo, no de que te lo hagan.
-¡Amigo! Pero si es lo mismo -Marcos entonó sarcástico-. No deja de ser una mano.
-Pero sabes que es la de un hombre. Y además, tú eres el cliente, no cobras por dejar que te la toque un maromo.
-¿Y si te pagaran sí?
-Pues si me hiciera mucha falta, por mis hijos…
-Claro, claro.
-En cualquier caso espero no tener que verme en esa situación. Y tú tampoco.
Julio se levantó y recogió la mesa.
-Voy a la ducha -anunció.
A Marcos le tocaba fregar. Terminó de recoger todo y se fue para el salón. Le extrañó que julio siguiese en el baño y un singular pensamiento le vino a la mente. Dedujo que se había quedado con el calentón por la frustrada paja y que estaría “desahogándose” él solo. De hecho, él mismo se había encendido un poco tras su conversación. Marcos se las solía hacer alguna tarde mucho antes de que Julio llegara, o los fines de semana que se quedaba solo, pero pensó en que su compañero no tenía esas oportunidades, pues apenas estaba en el piso sin la compañía de Marcos. “Por eso los masajes”, concluyó, si bien la frecuencia se le antojaba demasiada para que aguantase tantos días sin descargar. En el fondo, aunque mayor que él, Julio no era ningún viejo, y a su edad aún tendría sus necesidades. Marcos quería convencerse de ello, porque de no ser así, no le quedaban tantos años de actividad, y además, en esa época nos los aprovechaba demasiado por el casi aislamiento al que había sucumbido. En ese instante se dijo a sí mismo que debía salir más. Julio interrumpió sus reflexiones y se sentó n el otro sofá. Marcos no pudo evitar sonreír para sí con cierta maldad acompañada de un atisbo de lujuria.
Esos meses de trabajo le habían sentado bien a Marcos. No sólo a su cuenta corriente, sino a su aspecto físico y, por ende, a su actitud. Tanto tiempo desempleado mermaron su carácter y su cuerpo, pues no tenía ganas ni de comer, lo que le llevó a una delgadez extrema que afeó bastante su cara. Un horrible chándal que apenas se quitaba para dormir tampoco ayudaba a su imagen. Este último contrato le animó mucho, así como cambiar de aires, que incluía vivir con un desconocido que al menos le caía bien y con cuya compañía disfrutaba a la par que le animaba. Recordó sus años mozos cuando su ex novia se ponía celosa porque otras tías le entraban, aunque él casi siempre se mantuvo fiel. Ahora, las ganas de afrontar el día le animaban a arreglarse, aunque fuera de manera informal, por lo que ese pensamiento que tuvo en el sofá mientras Julio se pajeaba (o eso creía él) de que debía salir más y relacionarse, o simplemente ligar y acabar follando, encajaban en esa nueva etapa.
Quiso salir de fiesta con compañeros del curro sin mucho éxito, pues el más cercano a su edad solía ir con la novia, lo que no le resultaba un plan interesante. Sí que le permitió conocer un par de sitios del pueblo (en realidad no había muchos más) y a veces salía un sábado a tomarse algo; tampoco triunfaba. En Madrid lo tendría más fácil, pero las veces que le surgió follarse a alguna tía no tenía donde llevarla, pues se alojaba con sus padres. Con una quedó en un par de ocasiones sin que ocurriera nada, pero tras ese acercamiento quizá sí que podía proponer llevarle a su piso perdido de la mano de Dios. A la chica no pareció disgustarle la idea, y un sábado por la tarde se la llevó, esperanzado en que por fin echaría un polvo. Pero al abrir la puerta escuchó la televisión. Julio estaba en calzoncillos tirado en el sofá. Se alteró al escuchar el ruido, consciente de que solo podía ser su compañero, pero avergonzado por su atuendo.
-Creí que estabas en la finca.
-Y yo creí que te dije que mis padres se iban a Benidorm.
-Ya, pero no deduje que eso implicaba que te quedaras.
-Bueno, yo soy Vanesa -la chica se acercó a darle dos besos a Julio-. Encantada.
-Igualmente, perdona que te reciba así, pero es que no os esperaba. Me ducho y me voy.
Marcos se alegró de que no tuviera que pedírselo, pero al mismo tiempo le dio pena que Julio, con lo bien que se había portado siempre, y para un fin de semana que se quedaba descansado, tuviera que marcharse.
-Espérame un momento -le dijo a la chica-. Pilla algo de beber.
Marcos se fue hasta el baño donde estaba su compañero. Tocó con los nudillos y abrió la puerta sin esperar que el otro contestara. Le pilló ya desnudo a punto de meterse en la ducha. No pudo evitar fijarse en su cuerpo: un corpulento torso depilado y de carnes prietas, nada definido, pero sin atisbo de grasa quizá fruto de los años que jugó al pádel. El deporte hizo más mella en sus piernas, más fornidas en comparación y sin depilar, mostrando un varonil vello que contrastaba con lo raro que se le hacía ver un pubis tan poco poblado. Creyó entonces que se debía a los masajes. Su verga flácida destacaba más por el grosor, y la punta de un sonrosado capullo contrastaba con los huevos sobre los que se apoyaba.
-Perdona -Marcos tardó demasiado en reaccionar y le costó apartar la vista-. Que… que no hace falta que te vayas -miró hacia otro lado, pero el espejo de nuevo le devolvía a la figura de Julio.
-No me importa -dijo él.
-Aunque me dé rabia porque me ha costado traerme una tía, no me parece justo. Así que espera un momento y nos iremos.
-No seas tonto, chico. Lo único es que no me apetece conducir hasta la finca, pero me voy a cenar por ahí, me tomo una copa y cuando vuelva me meto en mi dormitorio y ya está. ¡Por un día no pasa nada!
-Joder, me da mucho palo, de verdad.
-Anda ya. La chica es guapa, y además parece simpática. No te preocupes.
Marcos salió medio convencido del cuarto de baño. A los pocos minutos Julio se despidió. Nada más cerrar la puerta se abalanzó a besarla al tiempo que empezó a sobarle las tetas. Pero ésta le apartó advirtiéndole que no corriera tanto, pero el chaval, notando ya cómo se le había endurecido su verga, insistió provocando que ella le abofeteara.
-¿De qué vas? -Marcos gritó.
-No, ¿de qué vas tú? Te he dicho que parases.
-¿Para qué has venido entonces?
-Pensé que cenaríamos y que nos iríamos conociendo. Además, me va a bajar la regla.
-¡Joder! Pues me lo podías haber dicho antes y no hubiera conducido hasta aquí para cenar contigo y tener que echar a mi amigo de casa.
-Ese es tu problema.
-Y el tuyo que eres una calienta…
-Ojito con lo que vas a decir -amenazó ella.
-Me refiero a que podríamos haber cenado por Madrid. ¿Para qué vais las tías a casa de los tíos, a que os cocinen?
-Esto es el colmo. Supongo que en este pueblo de mierda no habrá tren.
-Llamas a un taxi.
-¡Me van a cobrar una pasta!
-No, si encima querrás que te lleve. ¡Doscientos kilómetros para nada! Vámonos, pero ni me hables.
Tuvo que ser una situación incómoda para ambos ir viajando en el mismo coche tras lo ocurrido. Marcos no se arrepintió de haberlo intentado, aunque sí creyó que había perdido la práctica, pero aun así no se merecía un guantazo, pues no llegó a forzarla. Al ver el letrero de un pueblo en la carretera recordó que a él llegaba el tren de cercanías, así que tomó la salida y la dejó en la estación. Vanesa se despidió dando un portazo y él se volvió frustrado a su pueblo. Se puso una copa y encendió la televisión. Al rato notó cómo Julio abría la puerta sin hacer mucho ruido.
-¡Entra! -le gritó desde el salón.
-¿Y Vanesa?
-Se ha ido.
-¿Qué ha pasado?
-Que es una estrecha. ¡Que le iba a venir la regla me dice! ¿No lo podía haber comentado en Madrid? ¿Se pensaba que la traía a mi casa para hacerle la cena? ¡Joder! Eso en mi época se llamaba ser una calientapollas.
-Bueno, bueno, cálmate. Las tías de ahora son así.
-¡Y las de antes! Anda que no me costaba echarle un polvo a mi ex. ¿Y mamadas? Buah, creo que me hizo dos o tres en la pila de años que estuvimos juntos.
-Ya son más que las que me han hecho a mí.
-No me lo creo. ¿Nunca?
-Bueno, mi mujer una vez aún cuando éramos novios. Y una puta.
-Lo tuyo es de traca, macho. No sé cómo aguantas.
-Uno se acostumbra a todo -dijo Julio con resignación.
-Te compadezco, tío. Toda la vida trabajando para que llegue una golfa (bueno, lo de golfa es un decir) y se lo quede todo. Menos mal que no me casé.
-Prefiero no pensarlo, la verdad.
-Deberías rehacer tu vida, en serio. Eres un tío currante, agradable, buen padre, te conservas bien…
-Joder, que sólo tengo cuarenta y seis, no me deprimas.
-Pues eso, que aún estás a tiempo.
-¿Y para qué? ¿Para que otra se quede con lo poco que pueda ir ganando? Que las den por culo. Tenía que haberme hecho gay como mi primo. Ahí le tienes, con los mismos años que yo, vive en un ático que te mueres, conduce un biplaza y cada dos por tres está de viaje. Además tiene un entrenador personal que le mantiene en forma, así que se tira a casi todo lo que se le ponga por delante.
-Tú tampoco te conservas mal -apreció Marcos rememorando su cuerpo desnudo en el baño.
-No es comparable. Yo no he pisado un gimnasio en mi vida.
-Yo sí, cuando tenía pasta y podía hacer lo que quisiera -Marcos se levantó la camiseta y se dio unas palmadas en el abdomen, que aún guardaba algo de dureza por esos años que comentaba.
-Pues tú sí que estás a tiempo, que eres joven. Vuelve al gimnasio, búscate a una tía que al menos te quiera por tu físico y no le dé reparo acostarse contigo. Eso sí, si os casáis, bienes gananciales.
-Eso lo tengo clarísimo después de haberte conocido. Pero mira, ya ves cómo están las tías.
-Anda ya. Esa será una excepción.
-¿Tú crees? No sé yo, eh. Que no sé cuánto tiempo llevo sin meterla en caliente…
-Bueno, siempre puedes volverte gay como mi primo… Voy a ponerme el pijama.
Julio dejó a Marcos pensativo. ¿Gay? ¿Él? ¿A sus años? Si acaso bisexual, que también estaba de moda, pero no se veía él chupando vergas ni dejando que le petaran el culo. “Bueno, quizá una mamada, que no será muy diferente”, pensaba. “O follarme un culo. Mm, eso debe estar bien”. Notó el bulto bajo su pantalón al pensar en esas situaciones, e irremediablemente le vino a la cabeza el cuerpo desnudo de Julio, pero sobre todo su grueso cipote. Cuando volvió al salón aplacó esos pensamientos. No hablaron mucho más de mujeres o primos gay, pues el agitado panorama político que veían en la tele casi que les encrespaba aún más. Era el primer fin de semana que pasaban juntos, así que el domingo salieron a dar un paseo por el campo, tomaron unas cervezas y pasaron la tarde viendo algún deporte por la tele. La semana fue normal hasta el viernes noche, cuando Marcos notó a Julio algo alterado.
-¿Te encuentras bien?
-Sí, sí.
-Sabes que me puedes contar lo que sea, ¿vale?
-Vale, gracias.
Continuaron viendo la tele, pero Julio necesitaba confesar:
-En realidad… me ha pasado algo hoy.
-¿Te han despedido? -Marcos se alarmó conociendo la situación del país.
-¡No! Toquemos madera. Ha sido en el masaje…
-¿Gatillazo?
-Mm, casi.
-Joder, dímelo.
-Me ha masturbado el tío del otro día.
-¡Venga ya! -esta vez Marcos no se burló, sino que mostró verdadero interés-. ¿Por? ¿Lo has pedido?
-Qué va, hombre.
-Ah, como dijiste lo de tu primo el otro día.
-Ya, coño, pero eso era broma. ¿Cómo me voy a hacer homosexual a mi edad y con dos hijos?
-Nunca se sabe.
-¿Te lo cuento o no?
-Adelante.
-Esta mañana llamé pidiendo uno sensual, pero a la hora que yo iba no había mujeres disponibles.
-¿Y?
-La del teléfono me ha dicho que Cristian me lo podía dar.
-¿Cristian? Con ese nombre…
-¡Qué más dará el nombre! El caso es que he dicho que no, que entonces uno normal.
-Pero…
-Pero mientras me rozaba me he empalmado.
-¿Por él?
-No, joder. Qué pesado estas. Tienes ganas de que me vuelva gay, ¿eh?
-¿Entonces?
-Que a veces me empalmo, haya contratado el final feliz o no. A ver, estás desnudo tumbado mientras dos manos te soban… Y uno no es de piedra.
-Ya te decía yo que no era normal que aguantaras tanto. ¿Y qué pasó?
-Que le pregunté a Cristian si podía cambiar de opinión en cuanto al tipo de masaje.
-Y te dijo que sí.
-Me advirtió del incremento de precio y me dijo que sí.
-Qué pesetero.
-El caso es que justo después, mientras paraba para cambiar de aceite o yo qué sé, se me ha bajado el asunto -Julio se miró el paquete.
-Vaya.
-Casi que lo agradecí, porque prefería que no me viese empalmado al girarme. Pero es que después de toquetearme… pues me ha costado que se me levantara otra vez.
-Pues no lo entiendo.
-Ni yo. Tenía los ojos cerrados como siempre. Pero yo qué sé, era consciente de que me estaba tocando un hombre.
-¿Tan mal lo hacía?
-¡Al contrario! Me atrevería a decir que incluso mejor que las mujeres.
-Claro, los tíos sabemos lo que nos gusta, y conocemos mejor que nadie nuestras…
-Debe de ser eso. El caso es que se lo agradecí, pero le pedí que parara y le advertí que le pagaría el importe igualmente.
-¿No dijo nada?
-Sí, que no me preocupara, que la primera vez suele ser difícil. Le dije que si le podía hacer una pregunta y él me contestó directamente que sí, que es gay.
-¡Te lo dije!
-El caso es que no sé si me arrepiento de no haberlo intentado. Al final me he quedado con las ganas y los huevos llenos.
-Pues ya sabes -Marcos le animó señalando la puerta del pasillo.
-Debería, pero estando tú aquí…
-Joder con el pudoroso. Subo el volumen de la tele.
-Qué va. No me concentraría sabiendo que sabes lo que estoy haciendo.
-Va a ser mejor que te quedes con las ganas -Marcos iba a señalar ahora el paquete de Julio cuando percibió que había aumentado-. Mírate, ¡pero si te has empalmado!
Julio se reposicionó ruborizado tratando de ocultar su erección.
-No pasa nada tío. Después de haber hablado de pajas es normal que te excites. Mira, yo creo que también -se sobó un poco su miembro que sí parecía haber tomado forma-. Creo que me la voy a machacar, que a mí no me da vergüenza.
-Aquí no, ¿no? -Julio casi se asustó ante el descaro de su compañero.
-Pues mira, tampoco me importaría.
-Marcos, haz el favor.
-No me seas santurrón. Si quieres me traigo el portátil y pongo alguna peli porno aquí en la tele.
-Pero qué dices, hombre. No me voy a masturbar delante de ti.
-Puede servirte de terapia.
-¿Y eso por qué?
-Porque te desinhibes y la próxima vez no se te bajará delante de Cristian el masajista.
-Sí, claro. Ni que fuera tan fácil.
-Hombre, yo por lo buena gente que eres y lo bien que te has portado conmigo, si quieres te la pajeo.
-Marcos, ¿has tomado drogas?
-Qué serio te pones, jaja.
-Es que no me está gustando un pelo tanto...
-¿Mariconeo?
-No, no iba a decir eso. No me digas que tú…
-¿Si soy marica? Pues no. Pero he estado dándole vueltas a lo que me dijiste de tu primo, de volver al gimnasio, de sentirme… no sé, más sexual.
-Pero con tías, no con tu viejo compañero de piso.
-Ya estamos con la edad. Ah, vale, que va a ser por eso que no se te levanta -Marcos le provocó dándole donde más le duele a un tío: poner en duda su hombría.
-No voy a caer en tu provocación, Marquitos. Que cuando tú vas, yo he vuelto.
-No te pongas paternalista. ¿Lo hacemos o me voy a mi cuarto a ver el porno yo solo?
Julio dudó un segundo.
-Pero no esperes que te toque yo a ti -aceptó por fin.
Marcos no le respondió y se sentó junto a él. Ante la falta de iniciativa del otro, tuvo que apartarle él mismo el pantalón del pijama, porque Julio ni se inmutaba. Menos mal que no llevaba ropa interior así que al fin Marcos podía tocar una polla que no fuese la suya. Nada más rozarla se dio cuenta de que necesitaba lubricación, por lo que se pasó la lengua por la palma de su mano y volvió a las andadas. Tocar otra verga no le causó mucha impresión, temeroso de que después de convencer al otro se diese cuenta de que le daba asco o algo así. Pero no, no sintió ningún tipo de aversión, ni siquiera cuando notó las gotas de precum que Julio acababa de soltar. Las extendió por el prominente capullo, ahora de un rosado más vivo del que recordaba. Le apartaba la piel deslizándola hasta que no daba más de sí, y manteniéndola de esa manera, acercaba otro dedo de la misma mano para hacer círculos por el glande. Una vez se fue acostumbrando a ella, la masajeaba de la misma manera que si se lo estuviera haciendo él mismo: con movimientos suaves y giratorios que cubrían todo el grosor de la verga de Julio. Eso es lo único que se le antojaba distinto, pues su mano le daba de sobra para agarrarse bien su verga, pero la anchura de la otra impedía poder abarcarla en su totalidad.
Por su parte, Julio no parecía acabar de sucumbir al placer que le estaban otorgando. Cerró los ojos desde el instante que notó los dedos de su amigo. Proyectó en su mente a la venezolana que tanto le gustaba del gabinete de masajes tratando de eludir cualquier tipo de sollozo que descubriera que, en el fondo, y como es normal, esa paja le estaba complaciendo. Sintió un escalofrío al notar que el dedo dibujaba círculos con su propio líquido en el capullo, y la suavidad con la que Marcos deslizaba la palma de su mano por el tronco. Lo hacía con tal finura que le evocaban de nuevo a la sala de música relajante y las manos expertas de sus empleadas. Pero Marcos no precisaba de aceites, intuía que cuando paraba era para recoger su saliva, lo que le causó al principio cierta repulsión, pero conforme los movimientos se intensificaban, Julio iba relajándose. Sin darse cuenta, había abierto los ojos y observaba a Marcos, quien seguía totalmente centrado en lo que hacía.
Pero éste no se olvidó de sí mismo, concluyendo que esa masturbación ajena le excitó como para necesitar trabajarse su verga. Le quitó el pantalón a Julio e hizo lo propio con el suyo, quedándose de rodillas en el suelo frente a él. Así, dedicó su mano derecha al otro, mientras que la menos experimentada zurda le servía para descubrir movimientos en su propio cipote que nunca antes había probado. Y es que la postura tradicional le resultaba casi imposible con la izquierda, por lo que probó a posicionar su mano del revés, con el pulgar rozándole los huevos que le ayudaba a estrujarla con fuerza mientras subía. Con la de Julio hacía lo que se hubiera hecho él en circunstancias normales, apretándola con más fuerza una vez pasados los preámbulos manteniendo ya un ritmo constante y vivo que no cambiaría hasta que sintiera que iba a correrse. Con ese doble estímulo fue el propio Marcos quien descargó primero su leche. Lo hizo derramando los chorros en el suelo que más tarde se encargaría de limpiar. Tras un par de espasmos y un sonoro gemido, se centró de nuevo en la de Julio.
Éste miró fijamente a Marcos en su momento álgido, deseando que aunque se hubiese corrido no parase de estrujarle la suya, ya que le costaría hacerlo él solo delante de él a pesar de todo. Lejos de dejarle a medias, Marcos le rodeó el cipote ahora con las dos manos. Al principio una la paró en la base, lo que le ayudaba a ordeñarle con mayor facilidad. Otras veces ambas manos bajaban y subían por el tronco o incluso empleaba únicamente las palmas ya fuera las dos al compás o intercalando una que subía con la otra que bajaba. Demasiadas cosas nuevas como para que de verdad fuese la primera vez que su compañero tocaba una polla ajena. En cualquier caso, la acabó disfrutando incluso más que las de los masajes por la variedad de movimientos que Marcos era capaz de hacer. Le avisó de que iba a eyacular y Marcos siguió hasta que ambos pudieron ver varios chorros brotar con furia hasta depositarse en el vientre y el pecho de Julio al tiempo que éste gemía y se contraía por las sacudidas que acompañaban a una corrida que necesitaba casi más que el respirar.
-Gracias -consiguió decir.
-No hay de qué -Marcos se levantó primero a lavarse y buscar papel para el suelo.
Al volver Julio ya no estaba. Escuchó el grifo de la ducha y tras recoger su ropa para vestirse, se sentó en el salón a esperarle. Sin embargo, desde el pasillo Julio le dio las buenas noches y cerró tras de sí la puerta de su dormitorio. Marcos era consciente de que ya no le vería hasta el domingo por la noche, pues ese fin de semana le tocaba estar con los niños. Los dos cedieron al sueño pensando en lo mismo: la paja. Julio con la rara sensación de que le gustó por el placer en sí, no porque fuera un hombre quien la hiciese. Y Marcos, con la aún más extraña sensación de que no le disgustó tocar otra verga y con la apetencia de querer experimentar más. Al menos que le hicieran a él lo mismo, pero todo indicaba que Julio no iba a estar por la labor.
El domingo Julio entró y saludó algo triste, aunque Marcos ya se había dado cuenta de que siempre que dejaba a sus hijos volvía un poco decaído. Como tantas veces, había preparado la cena, y ambos se sentaron a comer.
-¿Debemos hablar? -empezó el más joven.
-No soy gay -dijo Julio.
-Ni yo.
-Pues hagamos que no ocurrió nada y ya está.
-¿Crees que esa es la solución?
-¿Cuál si no?
-No hicimos nada malo, Julio. Tú disfrutaste, yo también…
-¿Qué quieres decir, que repitamos?
-¿Por qué no? ¿Me vas a decir que es igual que una triste paja en el baño?
-Yo sigo con mis masajes. De verdad, no me hace falta más.
-Y te repito, ¿te pareció igual?
-¿Qué quieres que te diga, que me gustó más tu paja? Pues sí, lo hiciste muy bien, estaba cachondo, me calenté y tuve un buen orgasmo. Pero de ahí a convertirlo en un hábito.
-¿Y el dinero que te vas a ahorrar en masajes? -Marcos cambió el tono con intención de restar seriedad.
-¿Y qué ganas? Porque no le veo mucho fuste a que me masturbes a la vez que lo haces tú. ¿De verdad que no eres gay?
-Qué más da. Lo importante es que me gustó hacértela. No mentiré si no he pensado estos dos días en que tú me la hagas a mí.
-¡Ni lo sueñes! -interrumpió Julio.
-Ya, ya. Acuérdate de lo me dijiste cuando Cristian te tocó por primera: “es sólo un pene”. Pero bueno, no te voy a insistir mucho…
-Ni mucho ni poco.
-Déjame acabar, coño. Ya no es por la paja en sí, sino porque es un contacto mutuo, recíproco. Sentir placer en tu cuerpo a la vez que proporcionas placer a alguien más. No sé si me entiendes.
-La verdad es que no.
-Aparte de tus hijos, dime cuándo fue la última vez que alguien te abrazó.
-Pero qué estás diciendo, Marcos. Se te va la pinza, de verdad.
-Qué cerradito eres, ¿eh? Llevas solo mucho tiempo, currando un montón, dedicándote a los niños. Es hora de que pienses en ti, en recibir algo de cariño. Y si lo das verás que es mucho más placentero.
-O sea que me quieres decir que masturbándonos juntos nos estamos dando cariño, ¿no? Y casi en la misma frase en la que afirmas que no eres gay.
-¡Y qué tiene que ver! Probemos, hazme el favor. No tiene que ser hoy, ni mañana. Cuando tú quieras. No va a haber besos, ni caricias, ni nada por el estilo. Tú me la machacas y yo a ti. Y si no te gusta, pues no te insistiré más.
Julio se calló hasta acabar la cena. Fue a darse una ducha y al volver Marcos seguía fregando así que le acompañó en la cocina.
-Está bien. Probemos. Pero me gustaría que te lavases antes si no te importa. Estaré en el salón.
Marcos obedeció y tras la ducha volvió al salón con su portátil en la mano. Al momento aparecieron en la tele imágenes de una peli porno que a su juicio harían el trance más llevadero, sobre todo para su amigo. Con todo preparado, se quitó el pantalón y se sentó al lado de Julio, quién hizo lo mismo por iniciativa propia. Marcos comenzó a tocar la polla del otro, y al ver que no era correspondido, y pese a no querer presionarle, paró, y despacio le cogió la mano y la llevó a su verga ya empalmada. Casi como si hubiera sufrido un calambre, Julio se apartó nada más rozarla. Marcos esperó un segundo, y al poco sintió de nuevo la firme mano. Le dejó hacer a su ritmo y recuperó el grueso cipote que ya había soltado un par de gotas. No le costó estrujarla; todo lo contrario que a Julio, que entre los nervios, la inexperiencia y la sequedad de su mano, estaba provocando inconscientemente algo de dolor. Para bien o para mal, desistió en su empeño y comunicó que no quería seguir. Tal como habían quedado, Marcos lo aceptaría sin tratar de insistirle, pero guardaría un plan B del que tampoco estaba seguro.
Con todo, Julio le dejó acabar, y aunque su corrida fue menos enérgica que la anterior, agradeció igualmente el placer que su compañero le había otorgado.
-Siento no haber podido seguir. No me agrada tocar, espero que lo entiendas y cumplas lo que acordamos.
Marcos no se daría por vencido:
-Podemos seguir haciéndotelo yo solo. La verdad es que me llegaste a hacer un poco de daño.
-No lo vería justo.
-No empecemos. El viernes no pidas cita, te vienes directamente.
Esos días fueron raros cuando llegaba el momento de sentarse en el sofá a ver la tele justo antes de dormir. A ambos se les pasó por la cabeza la imagen de sus cuerpos desnudos sin evitar sentir una pequeña vibración. Ésta llevaba a Marcos a masturbarse en su habitación casi cada noche deseando que llegara el día. Por su parte, Julio interpretó que esa huida de su compañero se debía a tratar de evitar la tensión, por lo que aprovechó una de las veces para trabajarse discretamente su verga al recordar las dos pajas que su amigo le hizo en el mismo lugar en el que se encontraba. Tras desahogarse pensó en excusarse para la cita del viernes, pero a las pocas horas se calentaba pensando en ella de nuevo. Lo mismo le ocurrió el viernes mientras se duchaba, notando una repentina excitación mientras se frotaba el paquete con la esponja. Como Marcos no había llegado aún, y ante la duda de que finalmente se echara para atrás, Julio comenzó a juguetear con la alcachofa de la ducha, cuyo chorro cosquilleaba sus huevos y su glande activándole la verga, viendo a cada paso cómo iba aumentando de tamaño. Sin necesidad de tocarse acabó corriéndose contra los azulejos, convirtiéndose aquella en una eyaculación casi olvidada, pues Julio había pasado años sin darse placer a sí mismo más allá de los masajes.
Relajado por un lado, pero expectante ante la llegada de Marcos, se sentó en el sofá fingiendo normalidad. El otro llegó y se sentó preguntándole qué tal el día. Para no alargar la tensión mucho más, sacó el portátil de su mochila y lo enchufó a la tele. El porno avisó de que el momento había llegado. Marcos se desnudó y se quedó de rodillas frente a Julio. Le quitó el pantalón y comenzó a estrujársela. Echó de menos las gotas de precum de las otras veces, desconocedor de que pocos minutos antes su amigo había descargado un buen chorro de leche. Previsor como era, Marcos sacó de la misma mochila un bote de lubricante que había comprado. Julio no se extrañó demasiado, agradeciendo el aromático líquido que ayudaba que la mano del otro se deslizara más fácilmente. Ver esa polla hinchada y brillante precipitó el plan B que Marcos había ideado: sin parar de masajearla acercó su boca al abombado capullo y lo rozó con los labios.
Julio dio un respingo al notar algo distinto. Abrió los ojos y se encontró a Marcos con la boca pegada a su cipote medio sonriente. Ya le parecía raro que se conformara sólo con masturbarle, y que algo se traía entre manos. En sus ojos una mirada de aprobación para poder seguir, y aunque Julio dudó y su primer impulso fue apartarle, el hecho de pensar en que el otro se liara a hablar para tratar de persuadirle le llevó a cerrar los ojos y acomodarse. Poco después notó la lengua acariciándole suavemente la totalidad de su glande evocándole el cosquilleo del agua de la ducha, pero distinguiendo los matices que resultaban más placenteros. Lo que ya había olvidado eran las mamadas, así que en un principio no infirió si Marcos lo estaba haciendo bien o mal, aunque le costaba creer que fuese su primera vez, por mucho que le hubiera repetido que no era gay.
Ese primer tanteo de probar una polla no le disgustó. Marcos se imaginaba un sabor distinto, si bien la ducha y el lubricante camuflaban cualquier matiz. Por tanto, únicamente el ardor de esa zona le resultaba novedoso, así como tener un enorme trozo de carne dentro de su boca cuando se la tragó. Porque aunque siguió unos segundos explorando con la lengua tanto en el capullo como en el tronco, creyó que lo realmente significativo era engullirla. Su grosor se interponía entre la comisura de los labios y su garganta, pero descubrió que esforzándose un poco era capaz de introducirla casi entera. Así, rozaba con la barbilla los huevos de Julio mientras notaba que le faltaba el aire. Probó de dejársela dentro un par de veces provocando que el otro gimiera sin poder evitar ese inmenso placer. Tras ello, la succionaba ya con cierto ritmo, sin apenas detenerse en una parte en concreto, avivando la absorción cuando se empezó a pajear él mismo creyendo que no podía estar más excitado.
Esta vez Julio se corrió primero. Avisó a su amigo y éste se apartó. Se agarró su propia verga y apuntó hacia su vientre para descargar allí. Mientras veía cómo la leche brotaba, se fijaba de reojo en Marcos, aún enganchado a su polla, sacudiéndosela con viveza sin apartar la vista de su cipote, que fue decayendo en contraposición a los sollozos que avisaban que Marcos acabaría ya. Tras hacerlo, besó fugazmente el todavía brillante miembro de julio, apreciando ahora sí un ligero olor a semen impregnado en sus labios. Curioso, sacó la lengua tratando de saborear algún resto que hubiera podido pegársele. Era intenso, pero con esa mínima cantidad no podría sacar más matices. Ideó entonces que para la próxima trataría de probar más, se olvidaría de lubricantes y evitaría que Julio se duchase.
-¿Te ha gustado? -le preguntó mientras se levantaba del suelo.
A Julio esa mamada pareció desinhibirle por completo, despojarle casi de su vergüenza y moderación. Sus comedidas palabras de antes dieron paso a otras algo más directas, convencido de que no se dejaría amedrentar por Marcos, y si era verdad que quería hacer esas cosas no siendo gay, a él empezó a parecerle bien, pero siempre con la certeza de que sería él quien llevase el control.
-Madre mía cómo la chupas, ¿seguro que no eres homosexual?
-Voy a empezar a dudarlo -bromeó-. ¿Te gusta esto más que los masajes?
-Marcos, no esperes más. Te lo digo en serio. Me parece muy bien que quieras explorar y descubrir si eres bisexual o lo que sea, pero de verdad, no vamos a dar ningún otro paso. Y quiero que quede claro, porque si no esta será la primera y la última.
El joven celebró más el hecho de que las palabras de Julio incitaran a repetirlo más veces que la prohibición de extralimitarse, así que esta vez no ideó nada más ni se plantearía otro plan alternativo. De hecho, dudó que llegase a gustarle ser follado pero fantaseó muchísimo con la idea de ser él quien petara un culo. No sería desde luego el de Julio, ni jamás éste le haría una mamada, aunque eso no le importó tanto y se conformó con poder chupársela de vez en cuando.
Ese fin de semana ocurrió dos veces más: una el sábado y otra el domingo. La primera fue en la misma postura, aunque sin que Julio se diese cuenta, Marcos probó un poco de su semen que con disimulo cogió con un dedo cuando le ayudaba a correrse. Al día siguiente quiso variar y Julio llegó a pensar que eso era una muestra de que el joven no muy sutilmente iba buscando más, pero le dejó hacer. Finalmente la única alteración fue que se tumbó en el sofá en vez de quedarse sentado. Volvió a suceder el viernes por la tarde y la sorpresa vino esta vez porque Marcos no se apartó al escuchar el aviso de que se corría. Atónito, Julio experimentó por primera vez en sus cuarenta y seis años lo que era correrse dentro de una boca, soltando chorros al tiempo que notas que el otro se los va tragando.
Al fin se rindió a la evidencia de que nunca es tarde para experimentar, y él mismo iba proponiendo cosas que Marcos agradecía de buena gana, como follarle la boca mientras estaba de pie, apoyado con una pierna sobre el sofá, o inclinado mientras el joven se la tragaba tumbado boca arriba. Pero siempre sin que sus cuerpos se rozaran más allá del contacto de la boca o las manos de Marcos y el cipote de Julio. Y siempre en el salón, respetando la intimidad de sus dormitorios, lo que hubiese supuesto quizá un acercamiento que implicara más apego.
Porque en el fondo, lo que Marcos y Julio habían necesitado era eso: afecto y la sensación de que algo funcionara en sus vidas. Y aunque se limitara a lo plenamente sexual, no les eximía de procurarse cierto cariño, conservando la amistad y el apoyo que suponía tenerse el uno al otro, así como mantener los demás aspectos que les llenaban en la vida. A Julio sus hijos, y a Marcos la búsqueda de la felicidad.